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martes, 30 de marzo de 2021

DON INO Y LA SECULARIZACIÓN DE LA SEMANA SANTA

 


Ilustrísimas y reverendísimas fuerzas vivas todas que pululáis por este templo de la sabiduría y el conocimiento, que os decantáis por textos ensalzadores del dios Hipnos en vez de disfrutar de imágenes poderosas, edificantes y dignas de toda loa sobre el ser humano y sus formas y maneras de ser aún mejores personas de lo que ya lo son (¡el que lo sea o quiera ser!), autoridades domésticas y de “andar por casa”, hermanos mayores, medianos y pequeños. Hermanos todos: hoy es un buen día pandémico, vírico y con “el moco tendío” para sermonear uno, oír todos y escuchar pocos o ninguno, y continuar con nuestra tan querida, controvertida y, a veces, problemática Semana Santa.

En este nuevo pseudopanegírico me gustaría hacer alusión a una situación que comenzó a ir tomando cuerpo y forma hace ya unos cuantos años, y que en la actualidad está muy implantada en nuestra sociedad, incluida la parte o faceta religiosa, cristiana y católica, por supuesto. Me estoy refiriendo concretamente a la secularización de la Semana Santa, al laicismo de la misma, a su separación de cualquier confesión religiosa, cristiana y católica en este caso. Si la Semana Santa conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús entre nosotros, su tránsito desde este mundo hacia su Padre, hacia Dios, ¿qué ha podido suceder para que esa dimensión totalmente cristiana pueda haberse convertido de una dimensión cuasi profana? ¿Qué ha ocurrido o cambiado en nuestra sociedad para que se pueda haber producido ese cambio tan radical, opuesto y profundo?

Antes de tratar de dar una respuesta a esas preguntas deberíamos analizar qué ha ocurrido realmente en nuestra sociedad para que se haya podido producir ese cambio tan radical. Ese análisis, para que pueda tener algo de valor y pueda ser la puerta de entrada a la razón de la desacralización de la Semana Santa, debe ser claro y, sobre todo, verídico y realista, sin paños calientes, sin tapujos, llamándole al pan pan, y el vino vino. Un análisis en el que nos veamos todos reflejados, en el que estemos todos incluidos y con el cual se nos incite a realizar un acto de contrición por ser creadores y partícipes activos de esta nueva sociedad.

Como todos sabemos, el proceso globalizador al que está sometido en la actualidad el orbe mundial ha cambiado totalmente la perspectiva de la sociedad y, por ende, del hombre, del ser humano. A ese cambio tan brutal no podía ponerse de perfil la sociedad española, contagiándose del mismo e incluso extrapolándolo a su faceta más íntima y personal como es la religiosa en este caso.

Actualmente, nuestra sociedad es una sociedad sin identidad, cuyo ritmo cotidiano desborda inconsistencia del ser. Se vive en una constante y perpetua individualización colectiva, en una estetización de la realidad, fugacidad del disfrute, con relaciones personales inconsistentes, con pasión y fervor exagerados, y con una moral espontánea permisiva y autolegitimante. El ser humano vive y se orienta exclusivamente por lo inmediato, lo pragmático, lo empírico, y suele acabar buscando un horizonte finito y superficial, un estado dionisíaco que le permita su emancipación y le otorgue una identidad propia en una oscuridad y tenebrosidad vital, donde no quiere fundamentos absolutos, donde el principio unificador de todo es encontrar la profundidad de la vida, entendida ésta como un renovado “carpe diem” o “collige vigorosas”, antes de que la vida se marchite. Se vive en el permanente cambio, en la permanente movilidad, lo que acarrea una desvirtualización general de la persona.

Esa alteración de la verdadera naturaleza del ser humano afecta también a la faceta religiosa, la cual se ve alterada ante la propuesta de una desclerialización de la misma, buscando una religión que no moleste, que haga estar bien a uno mismo, que garantice el confort aunque sea un coladero de injusticias y éticas deshumanizantes. El relativismo y la privatización de la religión puede generar una religiosidad-humanidad-sociedad babélica que, lejos de ser tolerante e integradora, puede acabar en división, exclusión y conflicto. Ese fenómeno secularizador actual y contemporáneo trata de acabar con los restos confesionales que impregnan el terreno social.

Fiestas que antes estructuraban la vida de la sociedad han pasado a paganizarse o descristianizarse. Emergen Halloween y el Carnaval con más fuerza que nunca; la Navidad pasa a descristianizarse. Los nombres de los santos siguen existiendo, pero sólo para identificar fiestas locales importantes; las fiestas patronales no buscan honrar a nadie. Festividades religiosas apreciadas por la tradición popular son sustituidas por manifestaciones folclóricas de gran sugestión, hasta el punto de reducirlas a un mero acto sociocultural, disociando el aspecto lúdico del espiritual. Los momentos religiosos se han ido exteriorizando en múltiples tradiciones festivas que han reutilizado costumbres precedentes de tradiciones diferentes, queriendo enseñar al mismo tiempo a ir alternando el trabajo con el descanso para así podernos recuperar física y espiritualmente. La consigna es no entorpecer el ritmo laboral de la sociedad: Corpus Christie o la Ascensión han sido trasladadas al domingo siguiente, al igual que la mayoría de las fiestas patronales. Se ha pasado de un universo mental sacralizado a una sociedad secularizada, a un cristianismo desinstitucionalizado que busca fluir por otros itinerarios más significativos de la vida real y de la experiencia cotidiana.

Las iglesias han sido apartadas de la experiencia religiosa de nuestra sociedad. Los espacios tradicionalmente cristianos han dejado de ser significativos para el creyente actual. Entrar en una iglesia, celebrar la liturgia del santo patrón del lugar no provocan ninguna reacción cristiana, sino más bien indiferencia e incluso paganismo. Los recintos y tiempos de nuestra tradición han dejado de estructurar la vida de los bautizados, no aportando ni principio de identidad ni de sentido. Son más bien otros recintos con diferentes sentidos del tiempo los que nos uniforman y aportan experiencia humano-religiosa en la actualidad. Parques y calles, grandes superficies comerciales, estadios de fútbol, gimnasios, las calles de las procesiones, los senderos y caminos hacia la ermita de un santo, los ensayos en parques o lugares parecidos se han convertido en lugares comunes contemporáneos que aportan identidad y sirven de grandes templos de experiencia personal nueva, lugares con camuflaje neopagano.

La actual religiosidad profana incorpora otro sentido del tiempo, aportando ritos y prácticas que, en definitiva, acaban aportando a la persona otra perspectiva de la vida y otro dios al que adorar. El acontecimiento pascual es sustituido por la “resurrección” del cuerpo, a quién realmente hay que adorar y por el que sí merece la pena ayunar, incluso sometiéndolo a ascesis mayores que las absurdas penitencias cristianas. Los mismos que no entienden, critican y se mofan de la abstinencia cristiana de los viernes cuaresmales, recaen en una ascética exagerada y perjudicial para la salud: dietas extremas, ingestión de fármacos, operaciones de alto riesgo, etc. Tienen claro por qué dios se está dispuesto a sufrir o qué sacrificar, aunque, paradójicamente, ante la increencia de un dios que los puede salvar, no obstante ponen una vela a la Virgen por lo que pueda pasar, teniendo conciencia (a veces invencible) de no haber hecho nada malo, nada “ofensivo” a Dios, pero solicitan la absolución que les salve.

El proceso globalizador y la creciente secularización han provocado una desalentadora y destructiva reducción de acontecimientos rituales y solemnidades a una simple atracción turística, permitiendo la pérdida del específico sentido de lo sacro, ignorando los aspectos a los que remiten cada uno de los elementos simbólicos presentes en esta celebración. La creciente explotación turística que en la actualidad se está haciendo de la Semana Santa está influyendo negativamente en la conservación de sus tradiciones. No son infrecuentes las llamadas de atención hacia estas realidades, e incluso su repercusión en la opinión pública. El complejo festivo ritual configurado por la Semana Santa en España en la actualidad ha sobredimensionado determinadas realidades y provocado cuantitativas transformaciones debido a esa conversión en explotación y atracción turística, todo ello bajo el influjo del “modelo procesional andaluz”, con su lujuria sensorial, estética barroca y sus piropos a las bellas tallas de las vírgenes. Mientras que la sociedad es más laica y el sentido vacacional de la fecha se va imponiendo sobre el litúrgico, de forma aparentemente contradictoria se experimenta un auge de la participación activa en las procesiones, aumentando el número de cofradías y penitentes, y las riquezas de pasos o tronos que sustentan las imágenes.

La desacralización y desvirtualización propuestas por el hombre moderno han alterado el contenido de su vida espiritual, pero no han roto las generatrices principales de su imaginación. Un inmenso residuo mitológico perdura en él, generando la necesidad de creer en algo, la necesidad de mantenerse en contacto con una fuerza superior cuya presencia pueda ser invocada, aplacada o desafiada, y que, si las respuestas humanas son apropiadas, puedan influir en sus vidas. Es muy raro y tremendamente difícil no sostener absolutamente nada ni ninguna opinión personal acerca de lo que subyace a la existencia del hombre. Por naturaleza, toda persona tiende, por alguna mediación, a intervenir de algún modo en el curso de su destino de vivientes y mortales para satisfacer sus esperanzas y colmar sus temores. Demanda algo que realmente le aporte identidad de individuo y de grupo para desenvolverse en una sociedad cuyo ritmo cotidiano desborda en fragmentación, sin sentido, relativismo e inconsistencia del ser.

     En respuesta a su petición, propone ese cristianismo desclerializado y desinstitucionalizado al que se viene aludiendo, un cristianismo que le haga fluir por otros itinerarios más significativos de la vida real y de la experiencia cotidiana, reformando tradiciones pero, sobre todo, abriendo horizontes alternativos y novedosos que le sumerjan en el mundo de lo afectivo-emocional con pequeñas degustaciones o libaciones de amistad, fraternidad, cariño y, ¡cómo no!, de fiesta. Estaríamos, por tanto, asistiendo al nacimiento de un nuevo cristianismo, de una nueva religiosidad popular que trataría de manifestarse a través de la dimensión cultural y/o folclórica que, a su vez, tanto tiene que ver con las dimensiones estéticas y bellas.

Los ritos y los mitos que han dado forma, saber y sabor a las tradiciones religiosas, quieren ser reutilizados en múltiples manifestaciones folclóricas de gran sugestión popular y personal. Se trata de superponer lo sagrado y lo profano, no ya como oposición entre ambas opciones, sino como complementación, del mismo modo que en la existencia humana conviven el bien y el mal, la gracia y el pecado, la alegría y el dolor, o el trigo y la cizaña, ya en lenguaje más evangélico y simbólico.

Pero mientras ese nuevo nacimiento va tomando forma en la placenta social y personal de cada uno, ese residuo mitológico aún mal controlado los arrastra involuntaria e inconscientemente hasta ponerlos frente a frente ante Dios.


 

 


viernes, 26 de marzo de 2021

DON INO Y LA SEMANA SANTA

 


Ilustrísimas y reverendísimas fuerzas vivas todas que pululáis por este templo de la sabiduría y el conocimiento, que os decantáis por textos ensalzadores del dios Hipnos en vez de disfrutar de imágenes poderosas, edificantes y dignas de toda loa sobre el ser humano y sus formas y maneras de ser aún mejores personas de lo que ya lo son (¡el que lo sea o quiera ser!), autoridades domésticas y de “andar por casa”, hermanos mayores, medianos y pequeños. Hermanos todos: hoy es un buen día pandémico, vírico y con “el moco tendío” para tratar de hablar uno, oír todos y escuchar pocos o ninguno, acerca de un tema que, a medida que va pasando el tiempo, va generando más y más polémica, sobre todo socialmente. Un tema en el que todas las personas se autogeneran el derecho y la obligación de opinar, y en el que cada vez hay más detractores “practicantes”, postureadores” de cara a la calle, y cultivadores de aquello de lo que están empeñados en aparentar, pero que en el fundo no son más que feroces y agónicos ociosos en busca de un escape de sí mismos y de una libertad añorada el resto del año. Están en contra de la festividad de este tiempo, pero la preparan con una anticipación digna del mejor astrólogo de la antigüedad al predecir la llegada de tal o cual rey a su trono. Externamente siguen las directrices marcadas por sus “sidis”, sus mensajeros, mentores y guías sociales, pero internamente este tiempo festivo y celebrante les retrotrae a su infancia, a su familia, a sus pueblos, a sus años felices e inocentes donde sus amigos de juegos y escuela eran amigos de verdad, donde sus padres eran sus verdaderos mentores y valedores, y donde la paz, sobre todo interna, les hacía disfrutar cada momento vivido, momentos que nunca se han olvidado, y que en estos días tratan de recordar y rememorar, considerándolos su poderoso elixir para poder soportar el resto del año. Internamente los necesitan, e intensamente los tratan de aprovechar, aunque luego, externamente, pueda parecer otra cosa. Se puede engañar a todo aquel que lo queramos hacer, pero nunca podremos engañar a nuestro cuerpo y a nuestra mente.

Hermanos mayores, medianos y pequeños. Hermanos todos: un año llega el Domingo de Ramos. Un año más se lee la Pasión. Un año más la primavera pide paso anunciándose con la claridad nocturna de Selene, iluminando el inicio de un tiempo cíclico que otorgará al tiempo social un carácter festivo-religioso, recordándonos que el sentido del tiempo pertenece de igual manera tanto al dominio de la cultura como al dominio de la naturaleza. La intensa y clara iluminación selenita parece indicarnos que puede haber luz incluso en la más absoluta oscuridad, anuncio subliminal y anticipado de cómo va a ser el final de este tiempo cíclico festivo: vuelta a la luz después de días de tinieblas y oscuridad. Resurrección y vuelta a la vida después de abstinencias, sacrificios, sufrimientos, Pasión y Muerte.

Llena la luna primaveral comienza uno de los ciclos más importantes en que está dividido el calendario cristiano: la Semana Santa. Y Selene, con toda su cara plateada7 en lo alto, se erige en cruz y guía de toda la serie de actos lúdico-festivos-litúrgicos quizás más controvertidos de toda la sociedad española; mucho más en la actualidad, por el propio cambio social que se va produciendo, fruto y signo inequívoco de que permanece viva y evolutiva. Hay que tener en cuenta que las fiestas se han transformado, o quizás mejor dicho, reinventado. Han ido cambiando los factores sociales, políticos, económicos e ideológicos de la sociedad que las celebra. Por ello, un fenómeno tan complejo como la Semana Santa solamente puede abordarse teniendo presente todos los matices, y más si somos conscientes que al ser humano, un fenómeno vivo es cambiante.

La Semana Santa siempre ha sido una época del año en la que más se ponen de manifiesto las principales diferencias personales de cada uno para abordar ese tiempo lúdico-litúrgico, diferencias que se mantienen más allá de ese tiempo religioso, incluso engangrenándose durante todo el año, no sólo por parte de cofradías, hermandades o juntas locales, sino también por parte familiar, enfrentando a generaciones de familias aferradas a posturas irreconciliables y estáticas basadas en las vivencias y experiencias de ese tiempo que en muchos casos, y mayormente en la actualidad, no tienen por qué ser todas ellas vivencias de carácter religioso obligatoriamente.

Podríamos decir que la Semana Santa es una coctelera muy personal y particular. Unos le echan una experiencia primaveral, otros experiencia sensual antropológica, otros pertenencia a determinados colectivos, como el  barrio, la gente, su familia ,…, otros experiencia artística. Para otros es un contrato con la memoria, acordarse de cuando le llevaba su padre o su madre y ahora lleva a su hijo o a su hija. Cada uno hace su coctel a su manera, y luego se lo bebe a modo de acto metafórico acerca de cómo son sus vivencias y experiencias en “su” Semana Santa. Debemos tener en cuenta, y no lo podemos olvidar, que la Semana Santa afecta a una multiplicidad diferente de dimensiones: religiosa, social, económica, política, identitaria; involucra de una manera u otra a toda una sociedad, a todos los sectores de la población, por lo que no es indiferente para casi nadie.

            La Semana Santa convoca a creyentes y no creyentes unidos por la profundidad de las emociones que, cuando se comparten, son más hondas y profundas. Es una manifestación pública, es la vida que surge de las relaciones entre personas, actores esos días, que participan activa o pasivamente en manifestaciones objetivas, fundamentalmente de religiosidad popular, que con frecuencia son anacrónicas, pero no por ello carecen de un profundo significado. No podemos ni debemos olvidar que no hay, ni habrá, certificados para las verdades de la fe.

            Para vivir y entender la Semana Santa, la fe no es estrictamente necesaria. Puede vivirse desde la convicción, desde la duda, e incluso desde la descreencia. Entre las tres maneras hay un hilo invisible que las une a los sentimientos personales y a la identidad colectiva, a la memoria, al territorio, a la tradición y la cultura. Cada uno, individualmente, es quién elige a qué distancia se quiere colocar en cada una de esas manifestaciones: se puede vivir desde un misticismo profundo y abrazado a la liturgia más ortodoxa, hasta la simple expectación contemplativa, pasando por la admiración artística o el éxtasis estético. Por eso, la Semana Santa implica y mueve a tanta gente distinta, y por eso pertenece a lo más puro de los sentimientos, a un patrimonio inmaterial de todo un pueblo que en la actualidad no acostumbra a disponer de puntos de encuentro tan amplios, ni tan respetuosos, ni tan acogedores.

            Por todo lo dicho hasta ahora, podría parecer que la Semana Santa sea más profana que religiosa. Que nadie se asuste; tan sólo se trata de aclarar y actualizar conceptos. Aunque pueda parecer lo contrario, la Semana Santa es profunda y tremendamente religiosa, pero eso no quiere decir que el nivel de espiritualidad de quienes participan más activamente en los ritos litúrgicos que en los ritos populares sea más elevado, más verdadero. Un alto nivel de espiritualidad puede alcanzarse tanto en unos casos como en otros, como también pueden ser vividos ajenos a toda espiritualidad.

            La Semana Santa es una manera de relacionarse con Dios, pero también es una manifestación de religiosidad popular, una inculturización de la fe sometida a diferencias culturales y a la idiosincrasia propia de cada pueblo. Es la pervivencia de normas religiosas y valores sociales, el mantenimiento de las tradiciones de los mayores, la devoción de una imagen o la expresión de comunidad y de identidad propia a través de una cofradía. Se trata de la rememoración de otros momentos, otras vivencias, otras maneras de ser, otras maneras de estar. Porque, aunque pueda parecer mentira, la Semana Santa no es igual cada año, porque cada persona llega a ella de forma diferente y distinta, ya que cada año han pasado cosas diferentes que hace que no se llegue a ella de igual manera que el año anterior. Aun así, la vivencia de la Semana Santa siempre te paga con beneficios de carácter emotivo (¿quién no ha llorado delante de una imagen, delante de un paso?), espiritual, sentimental, estético o identitario con un colectivo humano permanente o temporal de contenido religioso o no.

            El fenómeno secularizador al que está sometida la Semana Santa en la actualidad no va acabar con el sentido confesional de la misma, bien sea religioso o social. La justificación de un estilo propio de vida personal e incluso grupal, el escapismo de la sobriedad, cuando no agonía de la vida cotidiana, en vez de generar un principio de sentido e identidad, cristiana o no cristiana, engendra otra perspectiva de vida en la actualidad: la celebración de la persona emancipada. Pero esa festividad actual personal y afectiva puede derivar en una experiencia fácilmente manipulable, totalmente alejada de la implicación religiosa y, sobre todo social e incluso personalísima que demanda la Semana Santa. Muchas de estas personas “libres” se implican en organizaciones, grupos sociales, cofradías, etc., con el convencimiento de la pertenencia a un grupo estable identitario, cuando en realidad de lo que se trata no es de una opción fundamental, sino de un instante altruista “necesario-para-mi”.

            La Semana Santa debe ser la esperanza renovada en el amanecer de una nueva sociedad que pretenda proyectar al individuo más allá de uno mismo, que lo haga sentir parte de algo en el que esté contenido, fuera de los límites de sí mismo como único universo.


jueves, 18 de marzo de 2021

CREENCIAS


     “Dios existe”, “Dios no existe”, “Yo no creo en Dios”, “Yo soy creyente y sí creo en Dios”.

     Con estas frases y con muchas otras de igual firmeza, pero a la vez de desigual opinión y aseveración, se da a conocer la postura que cada uno tiene acerca de la existencia de Dios y, con ello, posicionarse a un lado u otro según lo que para cada uno signifique la religión, en este caso cristiana.

     Qué Dios existe es un rumor inmortal que ha acompañado siempre al hombre durante toda la humanidad, si bien no es éste el mismo Dios en el que creían todas las culturas y civilizaciones anteriores al nacimiento de Jesús y el comienzo del cristianismo en el mundo.

     El hombre siempre ha sentido la necesidad de creer en algo. Si en la referida anterior antigüedad los hombres creían en varios dioses asociados a la tierra, a la naturaleza, al agua, ríos y lagos, animales diversos e incluso en el sol y en la luna, con los cambios sociales esa creencia se ha ido diluyendo para creer en algo más material y, a la vez, más cercano y más inmediato, como un horóscopo o incluso en su equipo de fútbol con el jugador estrella a la cabeza, santificándolo como su dios personal. Pero la necesidad de creer siempre ha estado ahí, una necesidad imperiosa de mantenerse en contacto con una fuerza superior cuya presencia puede ser invocada, aplacada o desafiada, y que, si las respuestas humanas con apropiadas, puede influir en las vidas de los creyentes y no creyentes.

     Actualmente hay quien considera que la fe en lo sobrenatural es una postura primitiva, incluso patética, nacida de una inseguridad asociada a una neurosis. Otros se agarran a la creencia en lo divino como una necesidad humana de creer en la existencia de un “algo” establecido y deliberado para justificar un mundo que sufre, convencidos por encima de toda duda y escepticismo sobre la realidad y certeza de su fue. Pero cualesquiera que sean las convicciones personales de cada uno, creyentes y no creyentes (religiosamente hablando), no se puede dudar de la influencia que en él ejercen las numerosas creencias, tanto actuales como pasadas.

     A pesar de las profundas diferencias entre unos y otros, a la hora de invocar a su dios o a su creencia, ambos lo hacen buscando una esperanza que les permita facilitar su vida, incluyendo la solución a corto o medio plazo de algún que otro problema doméstico y cotidiano que pueda surgirle a lo largo de su existencia.

     Si a pesar de la invocación a esa fuerza superior no se obtienen las respuestas que se desean o son respuestas inapropiadas, se deja de lado a los dioses y creencias particulares y personales, y se comienza a culpar de las desgracias a Dios, el Dios cristiano, el mismo al que se niega y defenestra en el momento en que las respuestas obtenidas son óptimas y adecuadas a las invocaciones realizadas.

     La misma postura y el mismo posicionamiento se adopta cuando aparece un mundo de violencia, de pobreza, de catástrofes naturales, de pavorosos dolores, de muertes violentas e innecesarias (si es que alguna lo es). Tanto si se es crédulo como si no, siempre se acaba pensando lo clásico: “si Dios existe, ¿por qué tolera esto? ¿Por qué calla? ¿Dónde está Dios cuando el hombre sufre? ¿Por qué permite Dios que ocurra esto? ¿De verdad quiere Dios que esto suceda?”. Se demandan respuestas a estas preguntas incontestables cuando los propios dioses abandonan al hombre y no quieren saber nada de él. Se buscan las respuestas en quién más a mano se tiene, en quién resulta más familiar en esas situaciones: en Dios. Se sabe que es omnipotente, por lo que podría evitar tanto sufrimiento personal y general, y también se sabe que es bondadoso, por lo que también querría evitar tanto sufrimiento. Sin embargo no hace ni una cosa ni la otra. Al contrario, da la sensación que mira para otro lado, a modo de “hacerse el loco”. Aún así, siempre se le tiene presente, como chivo expiatorio de los males o como botarga en quién descargar las culpas.

     Aún así siempre hay un punto de inflexión en la vida o una situación difícil en la que la respuesta demandada es más personal e interior, más crédula. Se apartan por unos momentos las creencias opuestas a Él y se le demanda, no una solución, pero sí una explicación sincera de lo sucedido.

     “¿De verdad quiere Dios que me pase esto?” Fue la respuesta que le exhortó un adolescente hacia su madre cuándo ésta utilizó una cómoda frase hecha para tratar de normalizar y en poner en Sus manos el desenlace final de una enfermedad maligna diagnosticada en el hijo adolescente. Madre creyente, adolescente no creyente, pero, ante todo lo venidero, le brotó la duda, acordándose de Dios, si de verdad era merecedor de todo lo que le iba a pasar, llegando incluso a plantearse la posibilidad de la existencia de Dios. Al final posturas opuestas que confluyen en el mismo punto, y hacen aumentar en ambos la fuerza y la rabia para preguntarse si de verdad Dios existe.

     Teológicamente hablando, decir que “Dios existe” o “Dios no existe” es un error. Todo lo que existe nace, crece y muere. Dios no ha nacido (nació su hijo Jesús, no Él), no ha crecido y no ha muerto (mismo argumento que para el nacimiento). Por lo tanto es tan inútil argumentar que Dios no existe como tratar de demostrar que existe. Pero ante situaciones difíciles no se plantea su existencia ni la condición propia de credulidad hacia Él; tan sólo uno se acuerda de Él, se le nombra, se le invoca, se exige su presencia, su omnipotencia y su bondad, incluso se le llega a desafiar, aunque cuando todo retorna a la normalidad, retornan también las creencias propias y primigenias.

     ¡Vaya por Dios! ¡¿Qué le vamos hacer?!

     ¡Que sea lo que Dios quiera!


sábado, 30 de abril de 2011

SANTUARIO O TABERNÁCULO

En el Éxodo XXV, 8-9, Dios ordena a Moisés la construcción del Santuario-Tabernáculo.

Recreación del Tabernáculo:

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Y el alzado de su planta:
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jueves, 28 de abril de 2011

EL ALTAR DEL DIOS DESCONOCIDO

Fuente: http://www.elpais.com/articulo/opinion/altar/dios/desconocido/elpepiopi/20110416elpepiopi_4/Tes

En el desconcierto de nuestros días siempre resurge la misma duda: ¿estamos ante un nuevo Renacimiento o ante una nueva Edad Oscura? Los más pesimistas no tienen dudas con respecto a la inminencia de un tiempo tenebroso, y ven en signos e indicios el anuncio inminente de la catástrofe, en tanto que los más optimistas -o simplemente menos pesimistas- se tranquilizan presagiando una era dorada, gracias especialmente a la ciencia y a la técnica. Lo cierto es que hay argumentos para reivindicar ambas posiciones, y quizá esto sea lo propio de cada época y de cada presente: la ambigüedad extrema del futuro y la imposibilidad de formular profecías, a no ser que uno se ampare en doctrinas religiosas o ideológicas, que siempre tienen una perspectiva visionaria del porvenir.
Bajo la advocación de un dios -fuera este de la religión o de la ideología-, el hombre se atreve al pronóstico porque la doctrina que abraza necesariamente le reclama un futuro mejor, cuando menos a largo plazo (el cristianismo ofrecía la salvación; el comunismo dibujaba la igualdad; la Ilustración se consolaba de las penurias del presente con promesas de libertad y progreso). El problema surge cuando el dios está ausente, y el altar vacío. Cuando los templos, también laicos, están deshabitados, como sucede en nuestros días, el pronóstico se hace imposible. ¿A qué juego vamos a apostar si ni siquiera sabemos las reglas del juego? Cuando el altar está vacío podemos, como máximo, adorar a los ídolos del presente -en los estadios, por ejemplo, o en los festejos lúdicos-, pero nos representa una gran temeridad, o nos produce una insoportable pereza, ir más allá de esto. Y esta indolencia, esta apatía, para bien o para mal, nos deja indiferentes ante lo que pueda suceder en un futuro siempre demasiado lejano y con escasas ilusiones de intervención en su modelaje.
Si nos interesara el pasado -que tampoco nos interesa demasiado, en estricta simetría con nuestro desinterés por el porvenir- descubriríamos hasta qué punto es decisivo el tipo de dios que ocupará el altar vacío. Porque de lo que no hay duda es de que siempre hay un dios desconocido que acaba ocupando el trono de los viejos dioses.
Hace 2.000 años Pablo de Tarso vio esto con una claridad difícil de superar. Entre sus muchos méritos el mayor era la capacidad de observación, fruto de su extraordinaria energía nómada. San Pablo, como todo observador lúcido de un mundo en transición, sabía que las ideas y los mitos circulaban con las caravanas y se discutían en las tabernas y posadas del camino. No hubo caminante capaz de competir con Pablo de Tarso, de quien se calcula que entre la conversión al cristianismo, cuando se dirigía a Damasco, y su martirio en Roma recorrió 30.000 kilómetros. De la Arabia profunda a Macedonia, de Corintio a Roma, y según alguna leyenda también a España. Viajaba casi siempre a pie, solo o con algún discípulo, a un promedio de 30 kilómetros por día.
San Pablo, hombre de convicciones firmes, no era un gran orador, pero al parecer, con su actitud y su fe, tenía una enorme capacidad de persuasión. Se impuso en las ciudades de Oriente Medio y Asia Menor. Sin embargo, tuvo grandes dificultades en Atenas. Konstantino Kavafis, en un precioso poema, ha evocado el enfrentamiento entre el predicador cristiano y los filósofos atenienses. Aunque Atenas era ya tan solo una pequeña ciudad de provincias del Imperio Romano seguía contando con potentes escuelas estoicas, epicúreas y cínicas. Los filósofos, grandes argumentadores, desarmaban al infatigable Pablo.
Hasta que este tuvo una ocurrencia genial: recordó haber visto, a las afueras de la ciudad, el altar al dios desconocido. En realidad, en la antigua Grecia, este tipo de altares no eran insólitos y en ellos se conmemoraba a los dioses sin nombre propio, un poco como en nuestra Fiesta de Todos los Santos o en nuestra Tumba al Soldado Desconocido. Pero Pablo se agarró a lo que le pareció una oportunidad y explicó que él, precisamente, anunciaba la venida de aquel dios desconocido. La estratagema surgió, al parecer, cierto efecto entre los oyentes y, aunque san Pablo abandonó Atenas sin el predicamento obtenido en otras ciudades, había logrado colocar la piedra angular del edificio en construcción. El altar estaba vacío pero pronto se llenaría con un nuevo dios que despertaría el entusiasmo de las multitudes.
Antes que Kavafis, otro poeta, Giacomo Leopardi, se había preguntado cómo una doctrina del talante de la cristiana, mucho menos sofisticada que la clásica, había terminado por imponerse en todo el Imperio Romano, y cómo fervorosos pero poco avezados predicadores, encabezados por Pablo de Tarso, habían desplazado a maestros de la palabra y del discurso de la talla de los filósofos griegos.
La respuesta la da el propio Leopardi: este mundo -el de los filósofos griegos-, pese a su decadencia imparable, era todavía brillante pero carecía de lo que el poeta italiano califica como valores de ilusión. En otras palabras, estaba falto de fuerza en medio de su exquisitez. Era un mundo sin ilusión, sin mística, la refinada sombra de una grandeza perdida. No estaba en condiciones de hacer frente a una invasión espiritual entusiasta.
Por el contrario, al mundo predicado por san Pablo, tosco en muchos aspectos, le sobraba entusiasmo y era capaz de ofrecer a la multitud el espejismo de la salvación. Tenía valores de ilusión, tenía fuerza: podía hacerse con el altar del dios desconocido. Lo ocuparía durante los 2.000 años siguientes, si bien en una parte de este periodo tuvo que compartirlo con otras ideologías que se presentaron como nuevos dioses. Las utopías sociales o ilustradas, por ejemplo.
Hoy día da la impresión de que las cosas han vuelto al punto en que las encontró el infatigable viajero Pablo de Tarso cuando, al acercarse a Atenas, divisó el altar del dios desconocido e interpretó, con razón, que el trono estaba vacío. Ninguna fuerza crea valores de ilusión, acaso con la excepción de la codicia; pero la codicia, por sí sola, únicamente reproduce el baile alrededor del Becerro de Oro al ritmo de un frenético presente continuo.
En el horizonte, aparentemente, no hay pretendientes capaces de ocupar el altar vacío. Podría suceder que el altar ya se hubiera quedado vacío para siempre y que nos hayamos adentrado en una humanidad ajena a las ilusiones, por apatía, por escarmiento o por sano escepticismo.
Sin embargo, también es posible -y probable- que ahora mismo, a pesar de nuestra ignorancia al respecto, se esté incubando el nuevo aspirante a ocupar el altar del dios desconocido. Y que de la naturaleza de ese dios dependa que nos encaminemos a una Edad Oscura o pongamos rumbo hacia un Renacimiento.

martes, 22 de marzo de 2011

SINCRETISMO

Para entender el sincretismo de la Iglesia Católica. Del foro de la página de Círculo Románcico (autor: Demiguel)

"A nuestro muy querido hijo el abad Melitus, Gregorio, siervo de los siervos de Dios.
Estamos preocupados porque desde que marcharon de nuestro lado los que ahora te acompañan no hemos recibido noticias de como os va el viaje. Por tanto, cuando con la ayuda de Dios todopoderoso lleguéis al reverendísimo hermano nuestro, el obispo Agustín, decidle lo que he pensado después de dar muchas vueltas a los asuntos de los ingleses: que no se han de destruir los templos de los ídolos que hay entre aquella gente, lo que hay que destruir es los ídolos que hay en ellos; prepárese agua bendita, aspérjase sobre los templos, háganse altares y deposítense reliquias; porque, si estos templos están bien construidos, lo que conviene hacer es sacarlos del culto de los demonios y dedicarlos al del Dios verdadero, para que la gente, viendo que sus templos no son destruidos, abandone el error y, conociendo y adorando al verdadero Dios, acuda más fácilmente a los lugares acostumbrados. Y como suelen sacrificar muchos bueyes a los demonios, habrá que substituir esto por algunas otras ceremonias, de manera que, en el día de la dedicación o del martirio de los santos mártires a quienes pertenezcan las reliquias que se hayan puesto allí, se hagan tiendas de ramaje alrededor de las iglesias que habían sido templos y se celebren banquetes religiosos; y que no sacrifiquen ya animales al demonio, sino que, alabando a Dios, los maten y los coman y den gracias por su hartura al que da todos los bienes. Así, al respetarles algunas satisfacciones exteriores, se sentirán más inclinados a buscar las interiores. Porque es ciertamente imposible arrancar de golpe todos los errores de las mentes endurecidas, y quien trata de subir un alto monte lo hace paso a paso y ascendiendo gradualmente, no a saltos. Así fue como el Señor se reveló al pueblo israelita en Egipto, destinando a su culto los sacrificios que antes ofrecían al diablo y ordenando que le sacrificasen animales, de modo que, cambiando la intención, en parte abandonasen los sacrificios y en parte los retuviesen; pues si bien eran los mismos los animales que acostumbraban a ofrecer, ya no eran los mismos sacrificios, puesto que ahora los ofrecían al Dios verdadero y no a los ídolos. Conviene que digas todo esto a nuestro hermano Agustín para que él, que es quien está allí, considere qué debe hacer. Que Dios te guarde, queridísimo hijo.
»Dada el día quince de las calendas de julio, en el año diecinueve de nuestro piadosísimo señor y emperador Mauricio Tiberio Augusto, y el dieciocho después de su consulado, indicción cuarta".

sábado, 24 de abril de 2010

EL PROBLEMA NO ES EL VELO

El problema no es el velo. No. El problema del velo se termina en el mismo sitio que en donde empieza; es decir, en el Reglamento de Régimen Interno del centro educativo.

El RRI es el reglamento que ordena, de manera autónoma (no lo olvidemos), el funcionamiento interno de un centro de enseñanza, público o concertado. Sólo es válido para ese centro educativo y no tiene por qué ser igual al centro educativo que hay en la misma calle de la misma ciudad. Ello es posible por la propia ley educativa y las transferencias educativas a las comunidades autónomas, que favorece la autonomía de centros en ciertos aspectos de la vida de dicha comunidad educativa. Si ese centro educativo no permite a ningún alumno llevar nada que cubra la cabeza, todos los alumnos que se matriculen en ese centro están obligados a cumplir con ese RRI, que, tampoco olvidemos, se consensua y se aprueba por el Consejo Escolar y por el claustro de profesores de dicho centro.

Ese mismo RRI estipula y tipifica las faltas que son sancionables, y marca el protocolo a seguir por dicho centro ante conductas disruptivas, como es el caso. Antes de obligar a esa alumna a que se quitara el hiyab antes de entrar al centro, ya debía de haber sido advertida en numerosas veces por numerosos cauces. Una decisión como la que ha tomado ese centro no se hace de un día para otro. El permitir a esa alumna llevar ese velo y a otro alumno prohibirle una gorra de su equipo favorito podría acarrear problemas de favoritismos, con el consiguiente peligro de graves problemas disciplinarios.

Algunos representantes musulmanes se apoyan para defender el hiyab en que el RRI no puede estar por encima de la Constitución. Nada puede estar por encima de la Constitución, que ampara la libertad religiosa. Tampoco la alumna se quedaría sin escolarizar, con lo que tampoco se vulneraría la Constitución en materia de educación. Otro centro educativo del mismo municipio, pero con diferente RRI, matricula a la alumna si ella así lo quisiera, y el problema estaría resuelto.

En cambio, el problema no se resolvería, al contrario, se agravaría, si las autoridades estatales o autonómicas obligaran a ese centro a permitir a dicha alumna llevar velo. La autonomía de centros no sería tal y ese RRI dejaría de tener valor para esa comunidad educativa. Se obligaría a los centros educativos a regirse bajo unas normas aprobadas por ellos pero sin salirse de la disciplina partidista y gubernativa. La libertad y la autonomía dejarían paso a la imposición, al acatamiento, a la sumisión. Volverían viejos fantasmas de viejos monstruos, y entonces, el problema no sería el velo.

jueves, 14 de enero de 2010

ACONFESIONALIDAD Y LAICISMO

Cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas. La religión es el opio del pueblo.

Estas dos frases, que entre sí no tienen nada en común ni nada que ver, parece que toman vigencia a costa de políticos y ciertos sectores de la sociedad, más preocupados por nuestra libertad y convicciones religiosas que por solucionar la grave situación política, social y moral en la que estamos sumidos y que no parece que tenga una final feliz, al menos a corto plazo.

La sección segunda del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, en la llamada sentencia Lautsi (3-11-09) condena a Italia a la retirada de los crucifijos de un colegio por constituir “una violación del derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones”. Dicho fallo se basa en que el crucifijo puede ser molesto para alumnos de otras religiones y para los ateos. Esto mismo ya lo pudimos vivir en un colegio de Valladolid, donde un juez también prohibió los crucifijos a petición de un padre que decía representar a una asociación de laicos.
Un mes después de la sentencia Lautsi, el PSOE acuerda, junto con ERC, aplicar la doctrina del Tribunal de Estrasburgo para que se retiren los crucifijos de los colegios públicos. A partir de ahí, se produce toda una avalancha de declaraciones, tratando de justificar de cualquier manera el quitar o mantener dichos crucifijos.
Por un lado justifican la retirada por ser un símbolo de una determinada religión, pudiendo ocasionar conflictos morales a alumnos de otras confesiones y, sobre todo, de laicos y ateos, que, además, basan su justificación en la aconfesionalidad del estado que marca la Constitución. Por otro lado están los que quieren mantenerlos, apelando a la tradición católica, no solo de España, sino de toda Europa desde tiempos de Carlomagno, y acusando al otro bando de querer quitar la navidad, los belenes, la primera comunión, los bautizos y hasta la semana santa.
Ni uno ni otro bando se han percatado de la solución salomónica que tiene el asunto. No tienen que desaparecer los belenes, ni las primeras comuniones, ni semanas santas. No tiene por qué haber crucifijos ni estrellas de David ni medias lunas en las escuelas. Si lo que queremos es un estado aconfesional, en el que ninguna religión prevalezca sobre la otra, ni el estado obligue a educar en una confesión religiosa determinada, se puede conseguir si el estado elimina aquellos símbolos y celebraciones que den más peso a una confesión que a otra.

Los cristianos y católicos no tiene porqué dejar de celebrar la navidad o la semana santa. El día 24 de diciembre cenan en familia, van a la misa del gallo a las 12 de la noche, cantan villancicos y al día siguiente a trabajar, que el 25 no es fiesta. Cuando llega la semana santa, los nazarenos y costaleros procesionan según la cofradía a la que pertenecen y, una vez terminada, se recogen, porque al día siguiente hay que trabajar. Mientras tanto, los musulmanes celebran su mes de Ramadán cuando lo estipule su religión al tiempo que cumplen con sus obligaciones para con la sociedad. Lo mismo para judíos, ortodoxos o cualquier otra confesión religiosa que haya en nuestro país.

Para que eso ocurra, el estado y gobierno debe eliminar del calendario festivo dichas festividades y cambiarlas a días laborales, ya que dichas fiestas pertenecen a una confesión religiosa determinada y no cumple con la tan ansiada aconfesionalidad. Nada ni nadie debe sobresalir sobre los demás. El gobierno y estado tienen la obligación de mantener esa aconfesionalidad y velar porque ninguna religión tenga un mejor trato que otra. Deberá eliminar del calendario festivo la mayoría de esos días que hacen una clara y expresa alusión al cristianismo y catolicismo: navidad, semana santa, todos los santos, Inmaculada Concepción. Mantendría la Constitución y el día de la Hispanidad y podría dar a administraciones autonómicas, provinciales y locales la potestad necesaria para que sean ellas las que elijan sus días festivos, sin imposiciones centralistas y siempre velando por su aconfesionalidad.

Serían muy pocas las personas que no cayeran en la cuenta de todo lo que esto pudiera acarrear y las consecuencias que tendría para nuestra tan dañada sociedad. El baúl desastre en que la convertiríamos no tendría parangón en todo el mundo, amén de la imagen que exportaríamos, imagen ya muy tipificada con el Spain is different.

Juan Antonio Vallejo Nájera, en su libro Concierto para instrumentos desafinados, escribía que “… hay que tener cuidado con lo que se desea porque se acaba teniéndolo”. Esta misma frase la deberíamos tener en cuenta a la hora de exigir algo o a la hora de querer cambiar, porque, tarde o temprano, pudiéramos arrepentirnos, aunque, como siempre, será tarde y no haya solución.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

MARÍA DE LA O (Virgen de la Esperanza)

Virgen de la Esperanza -> 18 de diciembre, proclamada en el Concilio de Toledo de 656.


Imagen del Santuario Carmelita de Onda (Castellón)
La Expectación de la Virgen María se celebra el 8º día antes del nacimiento de Jesús del vientre de María. Es el preludio de las navidades, recordando el hecho inminente de dar a luz de María.

Fiesta del 18 de diciembre, comúnmente denominada Santa María de la O, ya que en ese día se entonaba la O prolongadamente para expresar la continuidad del universo con la llegada del Redentor. Ese día también se cantan las “Antífonas de la O”. Estas antífonas no se utilizaban en el rito mozárabe ya que la liturgia mozárabe celebra la Expectación o Adviento de San Juan Bautista en el domingo que precede al 24 de junio.

Las Antífonas de la O son 7 y la Iglesia las canta en el Magnificat del Oficio de Vísperas de la oración de la tarde desde el 17 al 23 de diciembre. Son un llamamiento al Mesías recordando las ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su venida.

Se llaman “de la O” porque todas empiezan en latín con la exclamación O, en castellano Oh. También se llaman Antífonas Mayores.

Fueron compuestas hacia los siglos VII-VIII. Son breves oraciones dirigidas a Cristo Jesús que condensan el espíritu del Adviento y de la Navidad. Son, así mismo, un magnífico compendio del la cristología más antigua de la Iglesia y, a la vez, un resumen expresivo de los deseos de salvación de toda la humanidad, tanto del Israel del A.T. como de la Iglesia del N.T.

Cada antífona comienza por una Oh, exclamación seguida de un título mesiánico tomado del A.T., pero entendido en la plenitud del N.T. Termina siempre con una súplica: “ven y no tardes más”.

O Sapientia = sabiduría – palabra
O Adonai = señor poderoso
O Radix = raíz, renuevo de Jessé, padre de David
O Clavis = llave de David, que abre y cierra
O Oriens = oriente, lugar donde nace el sol, luz
O Rex = rey de paz
O Emmanuel = Dios con nosotros

Estas frases leídas en sentido inverso las iniciales latinas de la 1ª palabra después de la O dan el acróstico de “Eros cras”, que significa “seré mañana, vendré mañana” que es como la respuesta del mesías a la súplica de sus fieles.

sábado, 5 de diciembre de 2009

INMACULADA CONCEPCIÓN V

La luna a los pies de la Inmaculada

Dentro de la iconografía de la Inmaculada Concepción y de la mayoría de la iconografía mariana, la representación de la luna en sus pies ha sido y es objeto de diversas controversias entre autores que no logran ponerse de acuerdo acerca de su significado.

La complejidad del tema, los múltiples significados simbólicos de la luna en la religión católica, la diversidad de estudios, autores y escuelas creadas alrededor de este astro hace que aquí sólo se haga una brevísima introducción del tema, intentando dar pequeñas pinceladas sobre las diferentes escuelas con sus significados, dejando que sea la propia persona la que se posiciones a favor o en contra de alguna o algunas ellas.

El satélite de la tierra es símbolo femenino, mortuorio y cíclico. Ya aparecía en las imágenes de las diosas paganas Diana y Selene, siendo un principio femenino de carácter pasivo, opuesto y complementario al Sol, principio masculino; un eslabón entre el cielo y la tierra que regía los mares, los ciclos, los ritmos biológicos y la fertilidad femenina. (La cultura popular y alguna parte de la comunidad científica afirma que los ciclos reproductivos de la mujer están influidos por la Luna, lo que les llevan a asimilar a ésta con la fecundidad y con la mujer misma. Ciertamente, los ciclos menstruales se producen cada 28 días -ciclo lunar completo- y es “sabido” que las noches de luna llena son en las que más partos se registran).

Milenios antes de la aparición del cristianismo y del nacimiento de Jesús ya existían divinidades femeninas que eran la Madre Suprema e incluso eran la Esposa y Madre del dios supremo. El caso más coincidente es el de Isis. La diosa Madre por excelencia, se representa con unos cuernos y en el centro de ellos el disco solar. Esta diosa Isis aparece en múltiples civilizaciones, siempre con los atributos de cuernos. Esta Madre Suprema, esta Diosa Madre será Io en la cultura griega, la Astarté fenicia, la Tanit púnica...

Horus, su hijo, nacido de Osiris, es el dios del Sol, y lleva un círculo solar sobre su cabeza de halcón. Este disco o círculo solar se sincretizó con la llegada del cristianismo y de ahí se pasó a la representación de las aureolas circulares doradas sobre la cabeza de Cristo que después se extenderán a la iconografía de todos los santos.

Los griegos, los incas, los celtas, entre otros, afirmaban que no hay diosa tierra sin dios sol. En realidad, la luna o media luna es un atributo precristiano entendido como principio femenino y aplicado a deidades íberas, romanas, etc.

Mucho antes que la iconografía de la Inmaculada Concepción tomara forma durante los siglos XVI y XVII, en la iconografía mariana ya aparecía la representación de la luna, en su fase de cuarto creciente, bajo sus pies. Nunca se representa llena, como en la Crucifixión, sino recortada en forma de creciente.

Las vírgenes negras, aparecidas durante el siglo XII, ya se representaban con la luna a sus pies y la bola del mundo en la mano del niño sentado en el regazo o en la pierna izquierda de su madre. Estas representaciones remiten generalmente a una dualidad expresada en términos astrológicos: la bola del mundo es, en realidad, el disco solar, el astro rey que proporciona luz y calor a todos los seres vivos; la luna, en su fase de cuarto menguante, se encuentra a los pies de la virgen con los extremos mirando hacia el suelo como elemento terrenal, relacionado con las energías téctónicas. En ese sentido, la antigua Diosa Madre, representada por la virgen, se convierte en puente de unión entre los niveles celestiales, representados por el disco solar, y los terrenales, identificados por la luna. (Jesús Ávila Granados. El temple y las vírgenes negras. Codex Templi, pag. 676).

Una de las controversias surgidas una vez aceptada la iconografía mariana con la luna a sus pies, es si la luna debe ser representada con los “cuernos” hacia arriba o hacia abajo. Volveremos sobre el tema más adelante.

En este siglo XII y sucesivos, antes de atribuir la representación de la luna al Apocalipsis y al Cantar de los Cantares (las vírgenes negras sí que fueron atribuidas a este poema), la forma de representar la luna con los “cuernos” hacia arriba hacía alusión al toro o al buey. La mayoría de las vírgenes son encontradas o desenterradas de la tierra por toros o bueyes trabajando. En el lugar donde son encontradas es donde se construyen sus santuarios que con el tiempo se convierten en fuente fecunda para todos los habitantes del lugar. El toro o buey son, simbólicamente, animales viriles y solares por excelencia.

Otros autores relacionan al toro con San Lucas. Según la tradición, las vírgenes negras fueron tallas por el apóstol San Lucas y el toro es su símbolo cuando se le representa en el tetramorfos. Además, el evangelio de San Lucas se centra más en la pasión de Jesús, en que es Hijo del Hombre, que sacrificó su vida para salvar la Humanidad. De ahí su relación.

La relación del toro con la madre de Dios llega hasta la construcción de pequeños tentaderos adosados a sus santuarios, práctica frecuente en el área dominada por la cultura de los verracos. Durante las fiestas marianas, en ellos se daba y aún se da, muerte a la res, cuyos restos se reparten entre los asistentes a la romería. Un ejemplo cercano de estas construcciones lo tenemos en el santuario de la Virgen de las Nieves, Almagro.

Durante el mes de agosto es cuando más festividades se celebran relacionadas con la virgen y cuando más espectáculos taurinos hay, todos ellos asociados a las festividades marianas que son sino las fiestas patrones de ese pueblo o ciudad. Recordar también que agosto es el mes por excelencia de celebraciones marianas, casi más que mayo, ya que en la antigüedad se celebraban festejos para agradecer a la Madre Tierra que alejara las tormentas que podían destruir las cosechas que, por otro lado, ella misma había favorecido con las lluvias primaverales. Aquí aparece otra de las connotaciones de las vírgenes o Madres Tierra: es dadora y a la vez destructora de vida.

A finales de la Edad Media, la representación de la luna a los pies de la virgen se irá generalizando hasta culminar con las grandes series de Inmaculadas del siglo XVII. Surgirá así, un nuevo tema de controversia sobre si la luna debía ser representada abierta hacia arriba o hacia abajo.

El mercedario Fr. Juan Interián de Ayala señalaba hacia 1732 cómo en la representación de la luna se cometía con frecuencia el error de representarla con las puntas de sus cuernos hacia arriba cuando debían estar apuntando en dirección contraria. El tratadista D. Luis Alcázar se posicionaba en la misma línea: “En la conjunción del sol, de la luna y de las estrellas, veo que yerran frecuentemente los pintores vulgares. Pues éstos suelen pintar la luna a los pies de la soberana Señora vueltas sus puntas hacia arriba. Pero los que son peritos en las ciencias matemáticas, saben con evidencia que si el sol y la luna están ambos juntos, y desde un lugar inferior, se mira la luna por un lado, las dos puntas de ellas parecen vueltas hacia abajo, de suerte que la mujer estuviese, no sobre el cóncavo de la luna, sino sobre la parte convexa de ella. Y así debía suceder para que la luna alumbrase a la Mujer que estaba arriba”.

En el dominio escultórico, la media luna en cuarto creciente se explica debido a las posibles dificultades materiales o técnicas que supondría la luna en cuarto menguante. El tipo creciente presentaba un mejor punto de apoyo para la imagen.

No podemos eludir las posibles connotaciones político-religiosas que algunos historiadores han dado a este atributo iconográfico. La media luna se asocia e identifica con el Islam. En la Batalla de Lepanto acaecida el 7 de octubre de 1571 los turcos dispusieron inicialmente su flota naval en forma de media luna mientras los cristianos lo hacían en forma de cruz. Después de la victoria de Lepanto, la cristiandad gustó interpretar el creciente de luna bajo los pies de la Virgen como un símbolo de la victoria de la cruz sobre la media luna turca. Así, se ha visto en la media luna bajo los pies de María un modo de resaltar el triunfo del cristianismo.

viernes, 27 de noviembre de 2009

INMACULADA CONCEPCIÓN IV

Iconografía

La iconografía de la Inmaculada Concepción es un tema que aparece mucho después de la Edad Media, en la que la Virgen se representaba como Virgen en Majestad como su forma más característica.

En la Iglesia oriental y en la primera versión del arte occidental, la Inmaculada Concepción de la Virgen está asociada con el encuentro de sus padres, Ana y Joaquín, frente a la Puerta Dorada de Jerusalén. La Madre de Dios no habría sido concebida de manera natural, sino por medio de un beso en los labios. Esto se debe a que, según los teólogos medievales, no era posible la relación sexual totalmente desprovista de pecado, aunque fuera leve. Por ello, para considerar a María libre de todo pecado, no podía haber sido concebida de manera natural.

Hacia finales de la Edad Media apareció una representación novedosa del tema. La Virgen Inmaculada, enviada por Dios desde el cielo, desciende a la tierra. De pie sobre la luna, coronada de estrellas, extiende los brazos o une las manos sobre el pecho. Las fuentes de esta representación son el Cantar de los Cantares y el Apocalipsis.

En primer lugar, la Inmaculada está asimilada a la novia del Cantar de los Cantares. Las metáforas bíblicas, popularizadas por las Letanías de la Virgen de Loreto, aparecen a su alrededor: el sol, la luna, la estrella del mar, el jardín cerrado, la fuente, el pozo de agua viva, el cedro del Líbano, el olivo, el lirio, la rosa, el espejo sin mancha, la Torre de David, la Ciudad de Dios, la Puerta del Cielo. Las azucenas que a menudo llevan los ángeles proceden también del Cantar de los Cantares (“… como lirio entre cardos”) aplicados a la Virgen desde tiempos de San Bernardo, el gran impulsor del culto mariano durante el siglo XII, a la que llamaba Nuestra Señora, Notre Dame.(1)

La leyenda Tota pulchra, remite directamente a los versos del Cantar de los Cantares (Tota pulchra es amica mea, et macula non est in te, Toda eres hermosa, amiga mía; no hay tacha en ti), se interpreta como la firma de Dios en la creación de María.

La fórmula definitiva de la Inmaculada, que va a dominar a lo largo del siglo XVII, será la resultante de la conjunción del motivo Tota pulchra con el de la mujer vestida de sol del Apocalipsis.

La iconografía española más antigua de la Virgen María es aquella que constituye la trascripción plástica de la cita neotestamentaria que el evangelista San Juan hace en el capítulo 12 del Libro del Apocalipsis: “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”. La Tradición ha venido a identificar a esa Mujer como una personificación de María, o bien como representación de la comunidad cristiana, o las dos cosas a la vez.

Más adelante, la literatura mística ofertó una acabada explicación de los símbolos de la Virgen Apocalíptica. Las doce estrellas son las doce tribus de Israel, o más bien los doce apóstoles; el sol es Jesucristo; y por último, la luna es S. Juan Bautista que mengua en cuanto aparece el Sol de Justicia (solsticio de verano, 21-22 de junio).

Fue a finales del siglo XVI cuando se llegó al modelo clásico de representación de la Inmaculada Concepción que hoy conocemos. La Virgen está representada individualmente en el cielo, rodeada de ángeles, con túnica azul celeste o solo blanca, corona con doce estrellas y elevada sobre la luna que hay a sus pies.

El arte barroco del siglo XVII tiene el mérito de haber creado el tipo definitivo de la Inmaculada Concepción. Libre ya de todos los símbolos de las letanías, rodeada sólo por ángeles, sus pies aplastan a la serpiente tentadora, para recordar su victoria sobre el pecado original.

La España mística se apoderó de este tema y le imprimió la marca de su genio. Y consiguió hacer su propia versión. Tanto es así que no puede pensarse en la Inmaculada Concepción sin evocar las obras de Zurbarán, Ribera, Alonso Cano, Montañés o Murillo.

NOTAS
(1) A este respecto destacar que es curioso que siendo San Bernardo tan devoto de María, no aceptara la creencia ya extendida en su tiempo de su Concepción Inmaculada. San Bernardo, al final, declara expresamente que su opinión la somete a la autoridad de la iglesia, autoridad que en el siglo XII todavía no había establecido ni unificado un criterio válido, común y canónigo en toda la cristiandad acerca de la Inmaculada Concepción.)

viernes, 20 de noviembre de 2009

INMACULADA CONCEPCION III

Justificaciones teológicas y no teológicas

Se basan en unas explicaciones del doctor y sabio Dun Scottto de la Escuela Franciscana, el cuál probó que María sí es Inmaculada, o sea sin mancha del pecado original. Para ello utilizó su famoso argumento Potuit, decuit, ergo fecit: “… ¿A Dios le convenía que su Madre naciera sin mancha del pecado original? Sí, a Dios le convenía que su Madre naciera sin ninguna mancha. Esto es lo más honroso, para Él. … ¿Dios podía hacer que su Madre naciera sin mancha de pecado original? Sí, Dios lo puede todo, y por tanto podía hacer que su Madre naciera sin mancha: Inmaculada. … ¿Lo que a Dios le conviene hacer lo hace? ¿O no lo hace? Sí, lo que a Dios le conviene hacer, lo que Dios ve que es mejor hacerlo, lo hace. Luego para Dios era mejor que su Madre fuera Inmaculada: o sea sin mancha del pecado original. Dios podía hacer que su Madre naciera Inmaculada: sin mancha. Por lo tanto: Dios hizo que María naciera sin mancha del pecado original. Porque Dios cuando sabe que algo es mejor hacerlo, lo hace."(Dicen que este argumento o prueba se le ocurrió al sabio Scotto, al pasar por frente de una estatua de la Virgen y decirle: "Oh Virgen Sacrosanta dadme las palabras propias para hablar bien de Ti"(dignare me laudare te: Virgo Sacrata)).

La fecha del 8 de diciembre fue una fecha escogida al azar, estando relacionada con el 8 de septiembre (cae en medio de Virgo, 23 de agosto – 21 de septiembre), nacimiento o natividad de la Virgen María que se conmemora en la iglesia desde el siglo V. Su concepción sería 9 meses antes, es decir, el 8 de diciembre. De esta misma forma se calcularía la concepción virginal de Jesús, el 25 de marzo, 9 meses antes que su nacimiento, el 25 de diciembre.

Tanto en la concepción de Jesús como la de María se insiste en una concepción sin presencia de varón, siguiendo la línea sucesoria de matriarcado, la Virgen María y Santa Ana, respectivamente. Este matriarcado era la manera en que estaba estructurada la religión en la antigüedad: la Madre Tierra era la dadora de vida, la generadora, la generis matrix. Con la implantación del cristianismo, la Iglesia impulsó e impuso el patriarcado, dejando a un lado a la Madre, a la Virgen. La Inmaculada Concepción, y mucho antes, la controversia que tuvo la iglesia sobre si María era la madre de Dios, Theotokus, o la madre de Cristo, Christotokus, fue la manera que tuvo la iglesia de no olvidar a la Madre, a la Madre Tierra, y de sincretizar su culto, tan arraigado en la religiosidad pagana.

La concepción de María fue preservada por deseo divino de la marca del pecado original. La concepción de Jesús es extraordinaria en lo biológico y en lo espiritual, ya que Dios se salta todas las leyes de la naturaleza. La otra natividad que celebra la Iglesia es la de Juan el Bautista. La concepción de Juan el Bautista es extraordinaria en lo biológico. Sus padres, Zacarías e Isabel, eran muy ancianos cuando Juan nació, pero nació con el pecado original.

En el “Nuevo diccionario de Mariología” de Ediciones Paulinas, en una narración apócrifa titulada De ortu Virginis (sobre el nacimiento de la Virgen) se alude a que la concepción de María en el seno de Santa Ana se produjo el 1º de mayo, fecha mucho más acorde con la consideración tradicional de mayo como el mes de la Virgen María. Aún hoy día, los cismáticos etíopes y los coptos celebran la Natividad de María el 1º de mayo.

Abundando más en la fecha de 1º de mayo para celebrar más propiciamente la fecha de la Natividad de la Virgen, recordar que en países anglosajones se celebra como “Día de la Madre” o “May Day”, enlazándola con la consideración de la Virgen María como madre ejemplar y con la fiesta de Beltayne, festividad celta, que celebra la fertilidad de la Madre Tierra. También celebra el día 1º de febrero Santa Brígida, la “María” de los galeses-celtas y patrona de Irlanda, fiesta “de la luz” que se hace presente como preludio de la primavera.

viernes, 13 de noviembre de 2009

INMACULADA CONCEPCIÓN II

Origen y evolución

La fiesta de la natividad de la Virgen María surgió en el seno de la cristiandad de oriente y con mucha probabilidad en Jerusalén, hacia el siglo V. Por entonces no se afirmaba todavía que esa concepción había sido “inmaculada”. La fiesta pasó a Roma en el siglo VII y fue apoyada por el papa Sergio I.

Otros autores afirman que parece ser que su formulación primitiva se remonta al siglo VIII bajo la denominación general de la Concepción de Sta. Ana, celebrándose el 9 de diciembre. Esta fiesta solemnizaba la concepción pasiva de María en las entrañas de su madre al paso que la Conceptio Mariae Virginis aludía a la maternidad divina de la Virgen.

La idea de la “inmaculada” comenzó a difundirse al celebrarse la festividad en la iglesia occidental, a partir del siglo XII. En muy poco tiempo, la Inmaculada se generalizó en toda Europa hasta que en 1477 el papado estableció un oficio y una misa común para la festividad. Aún así, la implantación y aceptación de la Inmaculada no fue nada fácil, ya que un sector de la jerarquía eclesiástica se oponía a ello.

Si los franciscanos fueron los primeros en sostener la idea de la Concepción Inmaculada de María, los dominicos abanderaron la resistencia contra ella, ya que consideraban la idea como “sentencia de la plebe indocta”. Melchor Cano (Tarancón 1509 – Toledo 1560, castellano manchego por tanto), dominico y uno de los mejores teólogos de la época, hacia 1550, se refería con desdén hacia la Inmaculada como “la opinión de algunos por no llamarlo invención”.

Tuvo que ser en el Concilio de Trento donde se llegara a una solución de compromiso, refiriéndose a María como “Inmaculada”, aunque no se afirmaba que estuviera exenta del pecado original. Esta solución no fue del todo aceptada por sus partidarios, que pelearon con el papado hasta que éste les diera pleno reconocimiento de la Inmaculada como dogma.

Sevilla fue la capital donde sus partidarios más pugnaron por su reconocimiento, donde, además, tuvieron un gran apoyo popular. Durante el primer cuarto del siglo XVII, la capital andaluza se convirtió en la abanderada de esta lucha, lucha que inmediatamente llegó al resto de Andalucía, España y hasta la mismísima Roma, tratando de que se reconociera el dogma de la Inmaculada. Ciertos sermones por parte de frailes dominicos fueron el detonante de multitud de actos “populares” que se produjeron en ciertas capitales andaluzas, como Córdoba y Sevilla, donde el fervor popular y el apoyo de frailes franciscanos hizo que se oficiaran misas y procesiones diarias a favor de la Inmaculada.

Durante la segunda mitad del siglo XVII, el papa Pablo V recibió a una delegación española formada por tres entusiastas sevillanos pertenecientes a la Hermandad de Jesús de Nazareno. De su audiencia con el papa, se obtuvo una respuesta un tanto tibia acerca de su reconocimiento como dogma. La monarquía española hizo suya esta demanda e intercedió ante el papado, del que arrancó una bula con un reconocimiento más explícito acerca de la Inmaculada. Posteriormente se sucederán más decisiones favorables hasta llegar a la definición dogmática de 1854, durante el pontificado de Pío IX.

En España se comenzó a celebrar con un esplendor extraordinario a partir del S. XIV aunque sin precisar el alcance teológico de su contenido.

viernes, 6 de noviembre de 2009

INMACULADA CONCEPCIÓN I

Inmaculada Concepción significa: "Concebida sin mancha de pecado original".

La Inmaculada Concepción es uno de los símbolos más característicos del catolicismo, pero también es uno de los que han suscitado más polémicas a lo largo de la historia, como lo puede atestiguar el hecho que sólo fue aceptado como dogma a mediados de siglo XIX.
El dogma de la Inmaculada Concepción sostiene la creencia en que María, madre de Jesús, a diferencia de todos los demás seres humanos, no fue alcanzada por el pecado original sino que, desde el primer instante de su concepción, es decir, de su ser personal, estuvo libre de todo pecado. Sostiene que Dios preservó a María libre de todo pecado y, aún más, libre de toda mancha o efecto del pecado original que había de transmitirse a todos los hombres y mujeres por ser descendientes de Adán y Eva, en atención a que iba a ser la madre de Jesús, que es también Dios. No debe confundirse esta doctrina con la de la maternidad virginal de María, que sostiene que Jesús fue concebido sin intervención de varón y que María permaneció virgen antes, durante y después del parto.
Hasta el instante de su aceptación como dogma, fueron muchos los que se resistieron a aceptarlo, no sólo entre los protestantes, sino también por parte de numerosos teólogos católicos. Para ellos, la idea de que María había nacido libre del pecado original carecía de apoyo en la Biblia ya que lo más cerca que se encuentra en la Biblia es la frase “llenas eres de gracia” (Gratia Plena), pronunciada por el ángel Gabriel en el momento de la Anunciación, (Lc. 1,28). Aparte de eso, esta idea entraba en contradicción con el dogma del pecado original, del cual sólo estaba exento Jesús a causa, precisamente, de su concepción milagrosa. Hacer una segunda excepción con María daba lugar a importantes problemas teológicos.

Pese a todo ello, el símbolo de la Inmaculada Concepción fue abriéndose camino en parte por el gran apoyo y devoción popular.
El dogma de la Inmaculada Concepción fue revestido con los caracteres de infalibilidad e inmutabilidad y proclamado por Pío IX en su bula Ineffabilis Deus, el 8 de diciembre de 1.854, después de más de dos siglos de disputas entre diferentes sectores de la jerarquía eclesiástica y el pueblo, y tras haber realizado el papa una consulta con el episcopado mundial, el cual expresó su parecer positivo, que lo llevó finalmente a la proclamación del dogma.
En dicha bula Ineffabilis Deus, de 8 de diciembre de 1854, se puede leer lo siguiente:
...Para honra de la Santísima Trinidad, para la alegría de la Iglesia católica, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra: Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles. Por lo cual, si alguno tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de dudar en su corazón lo que por Nos ha sido definido, sepa y entienda que su propio juicio lo condena, que su fe ha naufragado y que ha caído de la unidad de la Iglesia y que si además osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho.

" Bula Ineffabilis Deus"'

La Inmaculada Concepción es, desde 1761, patrona y protectora de España y no la Virgen del Pilar como asegura alguna que otra tradición popular.

Durante la celebración de dicha festividad, los sacerdotes españoles tienen el privilegio de vestir casulla azul. Este privilegio fue otorgado por la Santa Sede en 1864, como agradecimiento a la defensa del dogma de la Inmaculada Concepción que hizo España.

El “Ave María Purísima”, “Sin pecado concebida” es un invento español.

lunes, 21 de septiembre de 2009

SAN MIGUEL ARCÁNGEL

Por su doble dimensión, humana y celestial, San Miguel es el arcángel con más relevancia de los tres principales arcángeles (Gabriel, Rafael y Miguel) en la tradición cristiana de la cultura occidental. San Miguel, mitad hombre y mitad ángel, se halla muy por encima de los otros dos, porque su cometido no puede ser más importante: es portador de mensajes celestes que comunica a los seres vivos. Los textos religiosos advierten que su presencia procura a los hombres un estado de paz y sosiego cercano a la beatitud. Hay representaciones de San Miguel en toda Europa y en buena parte de los territorios del Mediterráneo oriental, desde Egipto a Siria y Turquía. Esta figura se ha representado de dos formas muy distintas pero, al mismo tiempo, complementarias. Unas veces con aspecto humano: vestido con coraza, escudo y lanza o espada, tras haber vencido a Satanás, que, en forma grotesca, se halla postrado a sus pies, implorando misericordia con su mirada. San Miguel, lejos de humillar al príncipe de las tinieblas, le contempla amorosamente, tal vez porque recuerda que ambos habitaron en el Paraíso. La segunda representación de San Miguel es la celestial: con alas en su espalda mientras sostiene una balanza en su mano izquierda para pesar los pecados y virtudes de las almas de los mortales y, después, decidir si son merecedores de alcanzar el Cielo o bien, hundirse en los abismos del Infierno (psicostasis).

Dios escogió a ese ángel por su valentía y lo designó para impartir justicia en los Cielos; al tiempo, le encargaba la responsabilidad del pesaje de los pecados de las almas antes de decidir el destino de las mismas.

San Miguel es el arcángel justiciero, por su victoria sin humillación, sobre el diablo y, por ello, se convirtió en el paladín del Bien contra el Mal.

La tradición judía también contempla a este alado santo cristiano porque lo relaciona con Tiferet, que fuera el ángel protector del pueblo de Israel, jefe de las milicias celestiales, aquellas que, según la Biblia, al toque de trompeta, derrumbaron los muros de la legendaria ciudad de Jericó.

La figura de San Miguel está relacionada, así mismo, con la protección de los agricultores; sus dos efemérides, el 8 de mayo y el 29 de septiembre, están estrechamente vinculadas con los ciclos agrarios correspondientes a la primavera y al otoño, respectivamente, estableciendo los periodos de mayor actividad y productividad del campo. La primera fecha está consagrada a la Dedicación de San Miguel, mientras que la segunda, su Aparición, fue declarada por los caballeros templarios, jornada de ayuno.

Uno de los lugares de España donde se celebra el culto a San Miguel con mayor devoción lo encontramos en el barrio del Albayzín (Albaicín) en Granada. Sobre el mítico cerro del Aceituno, cerca del Sacromonte, la montaña sagrada de la capital del antiguo reino nazarí, se alza la ermita de San Miguel el Alto. Desde ella se contempla la mejor panorámica de la Alhambra, el Generalife y la vega de Granada.

Otro de los más conocidos es el santuario de San Miguel in Excelsis, que corona Aralar, la montaña sagrada de la Comunidad Foral de Navarra, donde este guerrero, santo y alado, goza de la veneración popular.

En la litoral atlántico de Galicia, en la costa da Morte, sobre el sector oriental de la ría de Betanzos, se alza la iglesia de San Miguel de Breamo.

La aldea de San Miguel de Aras, en un lugar de Cantabria, entre las localidades de Colindres y Ramales, venera la figura de San Miguel Arcángel pesador de almas, portador de una balanza.
Hasta aquí, el texto anterior es un extracto del capítulo "El santoral templario" de Jesús Ávila Granados incluido en el libro Codex Templi, pags. 849-853.

El culto a San Miguel reemplazó al de las divinidades paganas, al del dios egipcio Anubis y, en particular, al de Mercurio, el Hermes psicopombo (conductor de las almas. Por este motivo muchos de los templos o santuarios dedicados a San Miguel fueron construidos en lugares elevados). Sea o no San Miguel el Hermes cristiano, lo cierto es que la cuna de su culto se encuentra en el Oriente helenizado, donde se le consagraron los primeros santuarios. El emperador Constantino construyó en Bizancio un Michaelión. En occidente, a finales del siglo V, el culto a San Miguel se implantó en el monte Gárgano (o Galgano) en Abulia. El 8 de mayo del 492, el arcángel se manifestó sobre este promontorio del Adriático que se convertiría en el lugar de peregrinación más célebre de la Italia meridional.

Los dos rasgos más importantes de San Miguel durante la Edad Media fueron configurados durante los primeros años del cristianismo y proceden de los textos apócrifos: Miguel como protector de Israel, lucha contra las fuerzas del mal enemigas del pueblo de Dios y, como ángel conocedor de la justicia y de la generosidad, acaba adjudicando las buenas y malas obras en el momento del Juicio Final.


Leyenda del Monte Gargano

Cerca del año 490, un señor de Gargano estaba buscando uno de sus más preciados toros. Cuando pensaba que estaba definitivamente perdido, lo logró ver dentro de una cueva de rodillas. Como la cueva estaba muy alta, este hombre pensó que jamás el toro lograría salir de allí, y le disparó una flecha para sacarlo de su miseria. Pero la flecha, a medio camino, dio la vuelta, dirigiéndose de nuevo hacia el hombre.

Sorprendido, el hombre fue al obispo a relatar lo que le había sucedido. El obispo instituyó tres días de oración y ayuno afuera de la cueva para discernir si lo ocurrido era o no un incidente del cielo. Mientras oraban fuera de la cueva, San Miguel se le apareció al obispo y le dijo: "Yo soy el Arcángel San Miguel, y estoy siempre ante la presencia de Dios. Esta cueva es sagrada para mi; es de mi elección. No habrá más derramamiento de sangre de los toros. Donde las rocas se abran de par en par, los pecados de los hombres serán perdonados. Lo que se pida aquí en oración será concedido. Por lo tanto, dediquen la gruta a culto cristiano".

Pero a pesar de esta manifestación el obispo dudaba. Más tarde, el pueblo de Gargano se veía amenazado por una invasión, y el Arcángel se le volvió a aparecer al obispo y le prometió victoria para el pueblo, si confiaban y tenían fe. Así fue. El obispo en gran angustia se veía dividido entre dudas y la petición de San Miguel de construir la Iglesia en la gruta.
Un año más tarde, el obispo fue donde el Papa a pedir dirección. Este le envío junto con sacerdotes a estar tres días de oración y ayuno fuera de la cueva y pedir la asistencia del Arcángel para discernir la voluntad de Dios. San Miguel se le aparece de nuevo y ordenó al obispo entrar a la cueva: "No es necesario que me dediques esta Iglesia, yo mismo la he consagrado con mi presencia. Entra y bajo mi asistencia, ora y celebra el sacrificio de la Misa. Te enseñare como yo mismo he consagrado este lugar".

Al entrar, el obispo se encontró dentro un espléndido altar revestido de mantel rojo y una cruz de cristal. En la entrada había una huella de pie, confirmando la presencia del Arcángel.

lunes, 7 de septiembre de 2009

LA LANZADA EN EL COSTADO DE CRISTO

La siguiente imagen pertenece a un Cristo del Consuelo de un pueblo de Castilla la Mancha.

Este imagen tiene una particularidad diferenciadora con respecto al Stmo Cristo del Consuelo de Torralba de Calatrava: la cabeza está inclinada hacia la izquierda en vez de hacerlo hacia la derecha. Los motivos pueden ser muy diversos: la realización de la imagen se basó en un negativo de una fotografía o litografia de la época, el autor así lo quiso, desconocimiento de las escrituras, etc. Cada uno de nosotros puede sacar sus propias conclusiones.

Lo que siempre se representa correctamente, canónicamente hablando, es la lanzada en el costado de Cristo.

Siempre que se representa la imagen de Cristo crucificado aparece una herida en el costado derecho del torso. La base documental de este hecho la podemos encontrar en el capítulo 19, versículo 34 del libro de Juan, que dice “… uno de los soldados traspasó el costado con una lanza”. Longinos es el nombre del soldado que provocó la herida.

Este suceso de la lanzada, en mi niñez, se explicaba que era como una constatación o confirmación de que Cristo estaba muerto cuando se la produjo el soldado. Sin embargo hay una explicación más médica o técnica a esa lanzada.

La lanzada que se infringió a Cristo, lejos de constatar su muerte, tenía la función de alargar aún más la agonía del reo, lo que indica que se la hacía con el reo aún con vida. El sufrimiento del crucificado propiciaba, entre otras cosas, la aparición de un derrame pleural que aceleraba la muerte por asfixia. Una lanzada en el costado permitía el drenaje del derrame pleural, alargando un poco más la agonía del condenado.

Esto demuestra el conocimiento que los romanos tenían sobre las técnicas de hacer sufrir al ser humano y que a Cristo se le crucificó, no porque era la moda en aquellos tiempos, sino porque quizás fuera la peor muerte se que se le podía dar a una persona.

Pero, relacionado con la lanzada, hay otro tema que también puede tener algo de controversia y que la tuvo, sobre todo teológica y artísticamente. Me refiero al lado del costado donde se produjo: derecho o izquierdo. Siempre está representada la lanzada en el costado derecho pero ésto tampoco está acorde con una explicación técnica.

Los soldados romanos, cuando iban al combate, iban protegidos en su parte izquierda con un escudo grande, que tenía la función de proteger el lado del corazón. Por ello, eran entrenados para provocar una herida mortal en la parte izquierda de su adversario. Cuando el soldado se encuentra frente a Cristo, si éste era diestro (lo más normal) tendría su escudo en el brazo izquierdo y la lanza en la derecha, por lo que lo lógico es que le clavara la lanza en el lado izquierdo, por la posición que ocupa y por poner en práctica lo aprendido durante los entrenamientos.

Las autoridades eclesiásticas intentaron hacernos ver que la lanzada fue hecha en el lado derecho del torso. Tradicionalmente “diestro” tiene connotaciones positivas mientras que “siniestro” tiene connotaciones negativas. Recordemos, por ejemplo, que los americanos se ponen la mano derecha sobre su pecho derecho, encima de la supuesta posición del corazón, cuando canta su himno nacional. Los términos diestro y siniestro tuvieron que tener un papel importante a lo largo de la historia en la representación iconográfica de este momento de la pasión de Cristo.

Una de las razones por las cuales se pudo producir el cambio, teológicamente hablando, pudo deberse a un cántico que se canta durante la pascua: “Vidi aquam egredientem de templo a latera dextro, alleluia, et omnes ad quos pervenit aqua ista salvi facti sunt et dicent: alleluia, alleluia” (Vi agua fluyendo del lado derecho del templo, aleluya, y todos aquellos a quienes llegaba el agua eran salvados y dirán, aleluya, aleluya. Es una paráfrasis de Ezequies XLVII. El templo del himno es el propio Cristo. Él mismo habla de su cuerpo en esos términos (Jn, XIX, 43). Curiosamente, todavía en el siglo XIX, se criticará a aquellos artistas que decidieron situar la lanzada en el lado izquierdo.

Otra curiosidad para darle vueltas a la cabeza y utilizarla para algo más que para sujetar el pelo (el que lo tenga).