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viernes, 29 de noviembre de 2019

CULTURA ACTIVA Y OTRAS HIERBAS


      “La cultura no es estática, está en constante evolución adaptándose a los cambios sociales, modificando festividades, desapareciendo unas que han dejado de tener razón de ser en la actualidad, y apareciendo e implantándose otras como forma de adaptación o evolución a los nuevos tiempos”.

         La frase anterior bien podría ser una declaración de cualquier profesional de la antropología que quisiera justificar, entre otros cambios sociales, el decaimiento progresivo que viene sufriendo la festividad de los Reyes Magos como noche mágica de espera de regalos, además de señalar el fin de las fiestas navideñas, y el auge y casi implantación que ha tenido Papá Noel al comienzo de las mismas a modo de pistoletazo de salida para dar comienzo a bacanales y diversión sin coto ni medida. Lo que antes era una noche familiar y casi entrañable aderezada con villancicos y buenos deseos, hoy día es una noche “maldita”, donde la hipocresía, los rencores y los malos modos son los platos fuertes de la cena, esperando con impaciencia la gran tarta de postre que es Papá Noel pare recibir regalos insulsos e inservibles que marquen el comienzo del fin de esa pesadilla que se está viviendo un año más y que no se termina de ver el fin.

         Y la pregunta que yo me haría ahora es: “¿de verdad que ese cambio extremista en cuanto al concepto que tenemos de esa noche obedece a una cultura activa y a una evolución social, o más bien obedece a una actitud personal de cada uno provocada por una alteración de la comodidad en la que estamos instalados y que nos impide adaptarnos, no ya a los cambios sociales, sino a los demás? Creo que si hoy día habláramos llamándole al pan, pan, y al vino, vino, dejaríamos de hablar de cultura activa o pasiva, de sociedad cambiante o conservadora, y llamaríamos por su nombre a lo que realmente está sucediendo: comodidad y aburrimiento por hartazón de todo. Hoy día tenemos todo y de todo, y queremos sensaciones y vivencias nuevas que, sin sacarnos del todo de nuestra queridísima comodidad y zona de confort, si nos trate de expulsar de ese aburrimiento y soporífero vivir que se hemos convertido nuestra vida. Y digo que hemos convertido, no que se ha convertido, porque los únicos que nos hemos querido instalar en ese soporífero aburrimiento hemos sido nosotros mismos con nuestra actitud hacia la vida, hacia la sociedad y, por ende, hacia los demás.
https://sp.depositphotos.com/187124150/stock-illustration-smiley-depicting-expression-being-bored.html

         Podríamos dejar de lado la tan aludida y socorrida Navidad como paradigma de fiesta bandera para justificar ese “cambio social y de costumbres” y hacer una referencia a otras muchas que van apareciendo y surgiendo de ese hipócrita aburrimiento al mismo tiempo que se están eliminando otras por atentar gravemente contra nuestra comodidad.

         Halloween, Oktoberfest, Black Friday, Cyber Monday, Babyshower, Single Day, despedidas de soltero bacanalíticas, etc, etc. Todas estas fiestas no son más que una asimmilación de fiestas de otros países (fundamentalmente fiestas norteamericanas) que las vamos o ya las hemos asimilado como propias; incluso nuestros más jóvenes las tienen inmiscuidas e interiorizadas como fiestas pertenecientes desde tiempos inmemoriales a nuestro calendario festivo, fruto de vivirlas desde la primera y tierna infancia en guarderías y colegios de educación infantil, impuestas, a su vez, por profesionales de la enseñanza instalados en ese pertinaz y dañino aburrimiento en que han convertido su vida. Sus propias vivencias las trasladan a sus pupilos en una edad en la que la asimilación de nuevas experiencias y sensaciones está en el punto más álgido de su evolución.

         Si las fiestas anteriores las analizáramos con algo más de detenimiento, concluiríamos que son fiestas populares que nada dicen de nuestro riquísimo calendario festivo, civil y religioso del que deberíamos hacer gala. Son fiestas puntuales, de un solo día en su primigenia implantación de procedencia en la mayoría de los casos, y que nosotros las hemos asimilado e implantado “sólo y exclusivamente” en sábados, no en cualquier otro día, incluso sin respetar el verdadero día de celebración. Esto último no es más que la certera y clara aseveración de lo que veníamos diciendo acerca de la maldita comodidad y el dañino aburrimiento en el que se ha instalado la sociedad actual. Incluso muchas de ellas, con sólo leer el nombre, deduciríamos fácilmente el país de procedencia. Es el país que tanto admiramos para lo que nos interesa y tanto odiamos para lo que no nos interesa. El país del que asimilamos sus fiestas (aún nos queda por asimilar el Día de Acción de Gracias sin tener ni pajotera idea de lo que es y lo que significa; tiempo al tiempo) por conveniencia, y odiamos todo lo que hace fuera de él. Estoy seguro que todos sabrían reconocer y traducir sin dificultad alguna la típica frase Yankees, go home, expresión más cerca del odio que del amor (si es que algunos saben lo que son ambas cosas y saben diferenciarlas). Una muestra más de cómo la comodidad y el aburrimiento se puede sazonar con algo de hipocresía (de ésta última, la que pida, como la harina en la cocina).
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         Pero es que esos tres virus malditos y prolíficos no solamente están infestando las “fiestas nacionales”; están carcomiéndose también la comida y la riquísima gastronomía española, esa que tanto adoran los turistas en nuestro país cuando vienen de vacaciones. Avena, alfalfa (¡es broma!), quinoa, cuscús, humus, salsa harissa, sushi, fustomaki, tofú, algas marinas, wasabi, etc., son productos o alimentos referentes de nuestra alimentación hoy día que incluso pueden llegar a calificar o descalificar a quién los consume o los deja de lado por otros más “nuestros” y, por supuesto, mucho más saludables. Hoy día desechamos por sistema los cocidos, tanto madrileños como lebaniegos, fabadas de cualquier denominación de origen, verduras de cualquier color de hoja y tallo, fruta por tener azúcares (¿qué se espera encontrar esa gente en una fruta si no es azúcar y agua?), panes y barras tradicionales, de esas de harina, levadura y masa madre, etc. Esos son alimentos que desechan “per se” por obsoletos y conservadores (no progresistas en definitiva), aunque el nutricionista más desnutrido nos diga que son los mejores y más eficaces para cuidad nuestra salud. Y los desechan porque los conocen. De los que no conocen y en tiempos pretéritos tuvieron importancia en la alimentación de sus padres y abuelos no dicen nada; ¡como los conocen! Atrás quedaron los pitos duros y blandos, los casaillos, el poleo, las sopas de leche, las rebanás (ahora se llaman picatostes y sólo se comen en mínimas dosis y en el gazpacho andaluz), la carne de membrillo, el mostillo, etc.

         Considero que llegados a este punto es tontería continuar; no vale la pena. Creo que ha quedado suficientemente demostrado que lo que los profesionales de la antropología y la sociología tratan de justificar, no tiene ninguna justificación. La cultura no es estática, eso está claro, pero tampoco su imparable activismo es consecuencia de ese cambio social al que aluden. Estoy totalmente de acuerdo en que un cambio social es producto de un cambio de sus componentes, nosotros en este caso, pero el cambio obedece más a una consecuencia del aburrimiento, hartazón y comodidad que la necesidad de ese cambio social para adaptarnos a unos nuevos tiempos impuestos por factores que se encuentran fuera de nuestras posibilidades de modificación, como puede ser el cambio climático, por mucho que se hable, se diga y se manifieste uno.

         Aburrimiento, hartazón y comodidad, a partes iguales, son las enfermedades que más daño están causando hoy día entre nosotros. Son virus que los hemos creado nosotros y estamos poniendo muchísimo empeño en alimentarlos y engordarlos como signo de opulencia y estatus social. Ya veremos el resultado de esta sobreabundancia, pero, ya a mediados del siglo pasado, muchos médicos “pueblerinos” ya diagnosticaban que la peor enfermedad del hombre era la comodidad. De momento no se han equivocado, y mucho me temo que su diagnóstico va a ser demasiado duradero, e incluso me atrevería a decir diagnóstico perenne. Diagnóstico in seculam secolurum, como diría don Ino (¡saludos para él!).


miércoles, 16 de abril de 2014

ENCONTRADO EL CULPABLE, PERO NO LA SOLUCIÓN



Si hay algo que caracteriza al ser humano es la facilidad que tiene para utilizar mecanismos de defensa a la hora de solucionar sus propios problemas. Se autoconvence que eso no va con él, no es un problema suyo; la culpa es de los demás. Se forra con una coraza impermeable e impenetrable que impide o que salga nada de él, o que le entre algo que no quiere; lo que el vulgo llama “echar balones fuera”, y, de paso, “ver la paja en el ojo ajeno en vez de la viga en el suyo propio”. Incluso, peor aún: culpabilizar a los demás de sus propios errores o desgracias, y no asumir culpas en acciones y situaciones propias y únicas de esa persona. Y no se trata tanto de reafirmar su poder como el manipular hechos y palabras de los demás en beneficio suyo, aún cuando sepa fehacientemente que es una falacia y una inmoralidad lo que está haciendo. Cualquier cosa con tal de “salvar la cabeza”; cualquier cosa para desprestigiar al prójimo en su propio beneficio. Es preferible una deshonrosa victoria a una gloriosa victoria. Así es el ser humano.

         El último informa de Pisa perteneciente a la OCDE sobre competencias cotidianas y habilidades prácticas de los jóvenes españoles de 15 años, ha dado un nuevo palo a la calidad de la educación en España. Nuestros jóvenes están peor de lo que parece también en este campo. Están 23 puntos por debajo de la media de los países pertenecientes a la OCDE, ocupando las posiciones 27 y 31 del total de 47 países. El informa pone de manifiesto que nuestros jóvenes tienen muchas dificultades para sacar un billete de metro combinado, que no saben programar un aire acondicionado, que no saben buscar correctamente itinerarios más cortos en trayectos de ciudades desconocidas para ellos. En definitiva, no saben desenvolverse correctamente dentro de la sociedad en la que habitan y de la que forman parte.

         Lógicamente las declaraciones a estos datos y a este informe no han tardado en llegar, el reparto de culpabilidades ha aflorado como pajitos en primavera, y las soluciones al problema brillan por su ausencia. Nuevamente el ser humano pone de manifiesto esa máxima que tan bien conoce y que tan bien práctica: buscando y encontrando al culpable, solucionamos el problema. En este caso, como en cualquier otro, no hay mayor error ni mayor desfachatez que ponerla en práctica.


         La secretaria de Estado para Educación, Montserrat Gomendio, ha tardado bien poco en encontrar culpables a estos desastrosos datos tratando de solucionar el problema. Ha tardado bien poco en culpabilizar al profesorado español, tachándolo de anticuado, de utilizar modelos anticuados de enseñanza, y para ello ha pedido un “cambio radical en la metodología de la enseñanza”. Pero tan corto ha sido el tiempo transcurrido entre la presentación del informe y sus declaraciones, que parece haber olvidado quién es ella y los problemas que actualmente tiene sobre su mesa. Ese olvido deliberadamente intencionado ha puesto de manifiesto, una vez más, la capacidad que tiene el ser humano para descargar sobre los demás las culpas y los fracasos propios. Por enésima vez, se ha puesto en práctica la caza y captura del culpable para solucionar el problema.

         Esta señora ha olvidado el obsceno recorte de profesorado que su ministerio ha ejecutado sobre la sociedad española. Ha olvidado las terribles huelgas de estudiantes, profesores y padres en una unión sin precedentes contra la política educativa que el ministerio de su competencia está llevando a cabo. No es consciente de la brutal brecha social y educativa que está abriendo entre la población española con la supresión y el acceso a becas de educación. Olvida sin responsabilizarse de nada, de no ser competente ni dialogante para conseguir un gran pacto de estado en educación, que elimine de una vez por todas ese tremendo déficit en educación que la sociedad española viene arrastrando desde que a los políticos, la gente de su “categoría laboral”, les dio por cambiar normas y leyes educativas por cambiar, de discutir por discutir asignaturas difusas que ellos mismos calificaban intencionadamente de ideológicas con la única finalidad de tener un motivo, uno sólo, para continuar su confrontación con la oposición del gobierno de turno, y tratar de imponer su autoridad sin pensar en el nefasto mal que le acarreaba a aquellos a los que decían que representaban, protegían y ayudaban.

         Al contrario. Esta señora ha descargado toda su ira, su culpa y remordimientos en las personas que día a día luchan contra todo aquello que ella no sabe solucionar, contra todos aquellos problemas que crea a los demás, contra todo aquello que día a día le imponen al profesorado con sinrazón para tratar de desprestigiar aún más su trabajo. Descarga su verbosidad bífida contra aquellos que luchan denodadamente y sin medios para mejorar su trabajo y la sapiencia de los demás, mientras ella los culpabiliza de su propia ignorancia e ineptitud.

         Mientras todo esto ocurre, durante el año pasado, un 5 % más de jóvenes menores de edad fueron juzgados por violencia machista. Jóvenes que deberían haber adquirido en cualquier centro educativo de España un mínimo de educación y formación para evitar esos delitos. Estos jóvenes, como muchos de nuestro país, son víctimas de esa indolente impasibilidad de gente como ella que se enzarza en banales trifulcas propicias para su bien, en vez de trabajar en pos de mejorar aquello que su categoría y puesto de trabajo representa y le demanda: la Educación. Se desenvuelve mejor como ser humano solucionando problemas buscando culpables, que como persona elegida para mejorar la educación en nuestro país. Antepone su propia reputación a lo que debería representar. Y la pregunta es: ¿no evalúa Pisa a gente como ella? Lástima, nos darían la máxima puntuación y mejoraríamos muchísimo en el ranking, muy por delante de Singapur, Japón, Canadá, Australia, Reino Unido, etc. Entonces sí que seríamos los mejores, pero … ¡maldita victoria!

sábado, 21 de diciembre de 2013

AGRESIONES VERBALES



Una vez más se ha puesto de manifiesto la calidad humana y profesional de nuestros políticos, gobernantes y representantes de la ciudadanía en Parlamentos y Congreso de los Diputados. La actitud y actuación del diputado de Candidatura d’Unitat Popular (CUP) David Fernández en la comisión de investigación sobre la crisis de las cajas de ahorro que se estaba produciendo en el Parlament de Catalunya con la asistencia “voluntaria” de Rodrigo Rato como expresidente de Bankia, el vocabulario utilizado, y las preguntas amenazantes dejadas en el aire, ponen al descubierto, no sólo que dichas castas privilegiadas dejan mucho que desear con respecto a la ciudadanía que representan, sino la brutal y abismal diferencia de condescendencia benevolente que éstos tienen con respecto al resto de la ciudadanía, permitida y bendecida por los presidentes de los propios parlamentos o máximos dirigentes de sus partidos políticos.

Lejos de aprobar, aplaudir o enaltecer la actitud de este diputado catalán hacia uno de los responsables del rescate bancario a que está siendo sometido nuestro país, siento rabia y vergüenza con sólo pensar que personas de esta calidad humana puedan representar a toda una ciudadanía que les mostró su apoyo y confianza en las urnas. Sin embargo, ese sentimiento de rabia y vergüenza no llega a ser totalmente sincero y puro en tanto en cuanto no quede claramente respondida y justificada una pregunta que me ronda por dentro durante bastante tiempo: ¿qué ocurriría si esos insultos, esos descalificativos, esas amenazas hubieran sido realizadas por un ciudadano de a pié hacia ese mismo expresidente banquero, hacia cualquier otro político del partido que fuere o a cualquier otra personalidad que ellos consideraran de relevancia nacional? Nadie ha sabido aún respondérmela fehacientemente, aunque la mayoría de nosotros intuimos la respuesta y las consecuencias de esos actos.

Sin embargo, esas consecuencias se convierten en leves sonrisas consentidas y pequeños asentimientos cabeceados cuando el sentido de esos insultos y descalificaciones viajan en sentido contrario, es decir, de políticos y personajes influyentes (quienes los consideren así o quienes se consideren así) hacia la ciudadanía de a pié, paupérrima y desprotegida ante tamaña élite.
Máximos dirigentes del partido gobernante en España, y la presidenta de “esta nuestra comunidad”, han llegado a llamar terroristas y nazis a personas que ellos consideraban que lo eran tan sólo por el mero hecho de reunirse en la calle y dar a conocer desahucios inmorales e inhumanos, por protestar contra las ayudas a los bancos y la negación de esa ayuda a personas discapacitadas y dependientes, por apoyar una sanidad pública y una educación pública; en definitiva, por tratar de proteger y perpetuar en el tiempo unos derechos sociales adquiridos en las últimas seis décadas. ¿Esas personas deben ser condenadas por haber cometido delitos de sangre intentando tambalear el Estado de Derecho? Si fuera así, ¿qué tendría que haber ordenado del Tribunal de Estrasburgo acerca de aplicar la doctrina Parot a los verdaderos asesinos de gente inocente, es decir, a los verdaderos terroristas? Y de llamarlos nazis, ¡qué decir!. ¿Sáben estos “angelicos” quienes fueron realmente los nazis? ¿Conocen el número de asesinatos cometidos por ellos contra gente inocente cuyo único delito fue haber nacido en una determinada familia, en una determinada calle, en una determinada ciudad o en un determinado país? Pobre gente, tener que aguantar a sus representantes semejantes adjetivos calificativos (descalificativos, diría yo) falaces, dañinos y mentirosos sin ni tan siquiera poder tener la oportunidad de defenderse en los tribunales de justicia, tal y como hacen ellos a la inversa.

La desconfianza de los ciudadanos hacia los políticos está en unos valores que rayan la marginación social, con máximos en desprestigio y nula credibilidad, ganado todo ello a fuerza de corruptelas y actuaciones más propias de regímenes autoritarios que democráticos. La ciudadanía no cree en ellos porque los considera inútiles para el ejercicio del servicio público. La abismal brecha que hay entre los ciudadanos y los políticos queda también patente cuando de agresiones verbales se trata. Ellos la pueden cometer como una función más de su cargo público, sin la más mínima amonestación por parte de gobernantes y poderes públicos. La ciudadanía no puede hacer lo mismo, no tiene el mismo derecho; simplemente no es “políticamente correcto”. Deben callar y agachar la cabeza, asumir su rol de perdedor y agradecer al cielo que las descalificaciones vertidas hacia ellos no hayan ido a más. Saben que bajo ninguna circunstancia pueden defenderse, mucho menos en los tribunales, ya que sus agresores verbales se han encargado de impedirlo con subidas indecentes e inmorales en las tasas judiciales.

No todos somos iguales. Ellos no pueden ganar siempre. No pueden ampararse en sus cargos y su poder para avasallar a la ciudadanía sin que ésta pueda defenderse de sus agresiones verbales. La igualdad es fundamental en nuestra sociedad democrática, y mientras actuaciones como las comentadas se sigan produciendo, el desprestigio que adquieren nuestros representantes tardará décadas en recuperarse, con el consiguiente deterioro social que ello produce. Ellos tienen la última palabra, aunque casi mejor que no digan nada.

sábado, 11 de mayo de 2013

EL MÓVIL: ¿NECESIDAD TIRÁNICA O EVOLUCIÓN?


Hace algún tiempo oí decir a un premio Nobel de Economía que “civilizar era crear necesidades”. No sé si el premio se lo concedieron por su méritos y sus trabajos (es obvio que fue por esto) o por lo acertada y rabiosa actualidad de la frase. Y es que en los últimos 20 años, el número de necesidades que nos hemos ido creando, han aumentado de forma exponencial, aumento inversamente proporcional a nuestras verdaderas necesidades.

         Necesitamos dos coches en casa: uno para cada cónyuge con el fin de facilitar la aplicación de la conciliación familiar (eso sin contar con retoños mayores de 18 años en el hogar, que necesitarían otro auto para “pasárselo bien con sus colegas”). Necesitamos unas vacaciones cada trimestre para relajarnos y dejar atrás el estrés del día a día, “cambiar el chip” en playa o nieve, según corresponda a la temporada y “recargar las pilas”. Necesitamos ir de compras o de rebajas, según también temporada, para completar nuestro “fondo de armario”, verdadera reserva textil que acicalará nuestra fachada de cada a los demás, expresando de ese modo nuestro estado de ánimo en ese momento. Y sobre todo, y por encima de todo, necesitamos crearnos necesidades. Necesitamos las necesidades.

         Pero si hay alguna necesidad creada que se haya convertido en imprescindible para nuestras vidas, esa necesidad se llama teléfono móvil.

         El teléfono móvil se ha convertido en muy poco tiempo en una verdadera prolongación de nosotros mismos, en un órgano vital más para y en nuestras vidas. Es nuestro compañero inseparable, nuestro colega del alma, nuestro confesor y consejero, aquel a quien le contamos nuestros pensamientos más profundos para que los pueda divulgar a los cuatro vientos a modo de sentencia filosófica. Él nos despierta por las mañanas y nos acurruca y nos duerme por las noches, con su música melosa que nadie como él sabe cuál os gusta. No se enfada, no protesta, está de acuerdo en todo. Me alegra cuando estoy triste y prolonga mi alegría cuando ese es el estado emocional que predomina en esos momentos. Todo esto y más es el teléfono móvil; todo esto es “mi móvil”.

         Sin embargo, una vez más, el ser humano ha convertido en un verdadero problemón enfermizo algo que nació y fue creado para facilitar nuestras vidas, para facilitar las comunicaciones entre semejantes, entre familiares y amigos, para sacarnos de más de un apuro en situaciones límite y extremas que antes, sin ese artilugio, era prácticamente imposible salir de ese embrollo. Lo que nació como avance y progreso en la vida de las personas, éstas lo han malcriado hasta el punto de llegar a convertirlo en una verdadera enfermedad psicológica venidera.

         La dependencia que padece la sociedad en torno al móvil tardará muy poco tiempo en equipararse a la dependencia del tabaco, el alcohol, el juego o las drogas. Se le pondrá nombre médico a esa nueva dependencia y adicción, nombre que convivirá con total naturalidad con ludopatía, tabaquismo y drogadicción. Nuevas terapias aparecerán para combatirla. Mientras, la mayor parte de la sociedad (la adicta y la no adicta) pondrá nuevamente el grito en el cielo sin entonar jamás un “mea culpa”, fundamental y decisorio para solucionar este problema y el próximo de similares características que aparezca, que seguro que ya lo estaremos cocinando por entonces.

         Hoy día, cuando vemos a un grupo de jóvenes (y no tan jóvenes) reunidos en un local de ocio, o simplemente paseando tranquilamente, y cada uno de ellos va mirando y manejando su propio teléfono móvil, sin tener constancia de la presencia de los demás, y devaluando y rebajando el significado de esa reunión o paseo entre semejantes, un sentimiento de pena, rabia, frustración y enfado aflora inmediatamente en nosotros. Al instante aparecen delante de nosotros recuerdos de nuestros tiempos jóvenes cuando nos reuníamos para jugar en la calle, pasear por el campo y caminos aledaños, los primeros guateques “mixtos”, los secretitos amorosos entre pandillas; recuerdos que, mirando a esos jóvenes “solitarios” aceptamos que ellos nunca los tendrán. Recordarán la marca y modelo de su primer móvil y las posibilidades técnicas que les ofrecía, pero nunca podrán recordar sus vivencias y recuerdos personales con amigos; incluso me atrevería a decir que no recordarán nunca haber tenido amigos, ni aún buscándolos en la red o preguntándoselo a su móvil.
http://www.albacete.es/es/webs-municipales/mujer-igualdad-familia/novedades/el-machismo-juvenil-multiplica-su-tirania-con-el-smartphone/image_preview
         Pero si aún queremos ir un poco más allá y profundizar en consecuencias venideras y secuelas incurables, podríamos fijarnos en el lenguaje que se utiliza en las comunicaciones de estos elementos tecnológicos. Son ya muchas las comunidades autónomas y universidades, con sus doctores y catedráticos en la materia correspondiente al frente, los que están comenzando a dar la voz de alarma sobre las tremendas y aberrantes faltas de ortografía que nuestros jóvenes van adquiriendo (incluso tratado de convertirlas en normas y leyes con el apoyo de colectivos que piden una escritura fonética sin tantas reglas ortográficas) a medida que abusan del artilugio para comunicarse entre ellos. Para muestra un botón: los resultados de las oposiciones a maestros de la comunidad de Madrid en 2.011. Independientemente de las contestaciones dadas por alguno de ellos y el porcentaje de aprobados y suspensos, las faltas de ortografía que demostraron ponen de manifiesto que estamos ante un nuevo problema social, independiente y a la vez consecuencia de esa adicción y dependencia de que se hablaba antes.

         Y todo esto sin hablar del tiempo que le dedican –que pura y llanamente es tiempo perdido- y el tiempo que pierden en su uso y abuso, no dedicándoselo a estudiar, a formarse, o a comunicarse directamente de tú a tú. No estaríamos hablando de procrastinación, ya que, como se ha apuntado antes, deberíamos tratarlo como adicción y dependencia en los casos más extremos, pero sí de un problema de dejadez de responsabilidades que a la postre produce los mismos efectos y las mismas consecuencias.

         Resulta paradójico que, las personas que mejor comunicadas están de toda la historia de la humanidad, y que tienen un mayor y mejor acceso a todo tipo de información, hagan el peor uso que se puede hacer con y de ella. Diccionarios, periódicos nacionales e internacionales, enciclopedias, infinidad de enlaces a páginas científicas, técnicas y humanísticas, etc; todo al alcance de un click de ratón o de un golpe en la pantalla. … y la mayoría se decanta por las comunicaciones en redes sociales, servicios de comunicación tipo whatsapp o la obsoleta mensajería instantánea, aderezadas todas ellas con fotografías y videos dignas de premios Bafta, ensalzando inconscientemente el vasto poder de conocimiento de su autor o autores.

         Al igual que con la cita del premio Nóbel que se indicó al inicio, en algún otro lugar y momento leí que “la evolución es una descendencia con cambios, … en la que las modificaciones de mayor éxito adaptativo son prósperas y prevalecen”. Por éxito, al teléfono móvil no hay quien le supere, y prosperidad tiene toda la que nosotros le queramos dar, pero eso no quiere decir que nos provoque una evolución, aunque si nos atenemos a la definición anterior de evolución, estaríamos de acuerdo en que es “con cambios”, no siendo éstos los apetecidos para todos.

         Los cambios que nos provoca la evolución del teléfono móvil son unos cambios más sociales que biológicos y humanos. Si la historia de la humanidad se ha caracterizado, entre otras cosas, en su lucha constante por la libertad e igualdad de las personas en el mundo, el cambio socio-cultural que no está provocando este artilugio tecnológico hace que pasemos de ser hombres libres a estar, a la vez y al unísono, esclavizados. Esclavizados por nosotros mismos, con nuestro consentimiento y nuestro esfuerzo que día a día ponemos en el afán de conseguir dominar las máquinas. Al final, la máquina ha ganado –o ganará en un tiempo no muy lejano- y hemos sido sometidos a su esperpéntica dictadura, todo ello sin conseguir aún el ser humano, crear máquinas inteligentes que pongan en peligro la supervivencia del hombre. Un terminal tonto, manejado con un solo dedo, es capaz de desposeernos de nuestra propia personalidad, de anularnos por completo en una reunión de amigos, de mantenernos despiertos toda una noche, de impedirnos salir de casa tan solo para pasear o tomar el sol.
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         Stanley Kubrick, en su famosa “2001, una odisea en el espacio”, profetizaba que para ese año, ordenadores con la inteligencia de HAL9000, llegarían a controlar a todo un ser humano, incluso a tener la capacidad de eliminarlo. El tiempo ha puesto de manifiesto que estaba equivocado en ambas cosas. En 2001 no había ordenadores inteligentes con esa capacidad de razonamiento, y que para destruir al ser humano no es necesario ese software inteligente. Es suficiente algo más pequeño y mucho más tonto. Algo más parecido a la inteligencia que día a día demuestra el ser humano hacia la tecnología. ¿Será por eso que aún no halla podido crear ese tipo de ordenadores superinteligentes? ¿O será que tiene miedo a que una vez creados puedan destruirnos? ¿Se habrá preguntado alguna vez el ser humano la pregunta anterior o estará ocupado en cosas más importantes?

         Como diría Bob Dylan, la respuesta está en el viento. O mejor dicho, las respuestas se las lleva el viento.

¿QUÉ HEMOS APRENDIDO DE BARCELONA 92?


Ilustrándome en un diario escrito, leo en unas de sus páginas el precio que se ha pagado por dos cafés en un determinado hotel de la capital de España. 5’20 € es el precio de ambas consumiciones, un precio muy elevado para mi economía y para la economía de la mayoría de los españoles, mucho más si ponemos de manifiesto la violenta y cruel situación de muchos de ellos. Automáticamente, y como un fogonazo a modo del Eureka de Arquímedes, recuerdo que en otras secciones de ese mismo diario se hablaba de la visita que los miembros del COI estaban realizando en Madrid para valorar las instalaciones y evaluar a dicha capital de cara a la organización de los JJOO de 2020. Tal y como pudiera hacer cualquier persona medianamente informada, una posible relación de ambas noticias se presumía inevitable, no por la coincidencia en el tiempo, sino por una posible prolongación en él, incluso aumentada con la entrada del nuevo 2020.

         Madrid tiene más opciones que nunca de organizar los JJOO de ese año 2020. Tiene más del 75 % de las instalaciones, si no terminadas, casi. Opta a ese galardón por tercera vez consecutiva y, si como dice el refrán, a la tercera va la vencida, pues el asunto está hecho, como diría un político cuando pone la mano a modo de cazo. Los madrileños estarían encantados de la vida. Muchos puestos de trabajo, fuertes incrementos de ventas en comercios, locales hosteleros y de alojamiento entre otros, capital y escaparate del mundo durante toda la celebración; un sinfín de parabienes que no se pueden dejar escapar. Sin embargo, mientras la euforia va tomando posiciones en la cabeza de esta carrera, sería más conveniente hacer, una vez más, de abogado del diablo y sosegar los ímpetus que, cual primavera imperecedera, van brotando con el día a día.

         Tal y como está en la actualidad la sociedad española, con esa criminal y obscena tasa de paro, la situación en la que se encuentran los políticos tras los innumerables casos de corrupción, la caída en picado en prestaciones sociales y asistenciales, la subida de impuestos y el derrumbe de los ahorros, muchos ciudadanos se preguntan, y nos preguntamos, si todos esos beneficios que nos recitan de carrerilla un día y otro los mandamases de esta organización deportiva, van a repercutir realmente en nosotros o, como siempre ocurre y está ocurriendo, irán a parar a los bolsillos de unos cuántos (los mismos de siempre) vía paraísos fiscales. La duda es más que razonable, sobre todo en la situación actual. Y más que dudas, la ciudadanía comienza a tener miedo y temor ante el futuro que le depara la omnipresente situación social y económica actual, y el tiempo que falta para esa celebración.

         Si a 7 años vista, un café lo cobran a 2’60 €, ¿a cuánto lo cobrarán durante la celebración de los JJOO? ¿Alguien duda de una subida descomunal de taxis y transporte público en la capital y sedes olímpicas? ¿Los hosteleros se quedarán de brazos cruzados o aplicarán la misma receta? Miedo me da pensar qué podría ocurrir con los precios de los alimentos y las consumiciones de los locales de ocio. En definitiva, un incremento generalizado y descarnado del nivel de vida en la capital y sedes olímpicas, justo lo contrario de lo que se está demandando en la actualidad y años venideros para fomentar y aumentar el consumo y la confianza de los consumidores.

         Es lógico y normal pensar que todos los sectores de la economía relacionados con la celebración de dicho evento quieran aprovechar el tirón y aumentar sus ganancias con una subida importante de precios, dado que quienes nos visitan, aparte de deportistas, serán personas con un poder adquisitivo alto o muy alto (miremos dentro de un tiempo el precio de las entradas para asistir a cualquier estadio o pabellón deportivo olímpico). Pero guste o no, queramos o no, esas personas, deportistas incluidos, retornarán a sus lugares de origen, y entonces comenzará de nuevo el descenso en caída libre de ventas e ingresos, el llanto zarzamorano de llora que llora por los rincones, lamentos ahogados de que esto va a peor, que estamos igual que antes; afirmaciones todas ellas tontas por lo obvias que son y perniciosas por quienes las hacen.

         Ellos son los dueños de sus negocios y ellos son los que deciden cómo llevarlo y cómo hacerlo funcionar. Ellos tomarán las decisiones que tomen cuando comiencen los juegos. Ahora bien, una vez que finalicen, quedarán en una situación muy delicada, ya que los ciudadanos españoles habremos sido ninguneados durante el evento, ofreciéndonos servicios que sabían que no podríamos pagar para hacer uso de ellos. Nosotros habremos adquirido el hábito de no hacer uso de esos servicios, y la situación social y económica volverá de nuevo a niveles peores aún de los que actualmente estamos padeciendo (¡que poca memoria histórica tenemos por no acordarnos de Barcelona 92 y la Expo sevillana!).
        
         El COI español está vendiendo y glorificando su candidatura, pero a su nivel, no al nivel de la práctica totalidad de los españoles; a ellos no se los está teniendo en cuenta. Todos los argumentos están basados en beneficios económicos y parabienes económicos, dinero y más dinero, justo lo que no tienen o tenemos esa gran mayoría de los ciudadanos españoles. … y lo que es peor, que jamás lo tendrán con la celebración de los JJOO en 2020, ya que lo poco que les quede lo tendrán que gastar par subsistir en la sociedad que se creará durante esos días.

         Harían bien esos mandamases ¿deportistas? en tener más consideración a toda esa masa de españoles que más que disfrutar los JJOO, los sufrirán. Que piensen más en ellos porque, quieran o no quieran, les guste o no les guste, al final tendrán que ser ellos quienes saquen a este país de la situación en la que la van a dejar. Y, créanme, mejor y más rápido se hace ese trabajo teniéndolos contentos que cabreados. ¡Ustedes deciden! … pero luego no se quejen.