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martes, 30 de marzo de 2021

DON INO Y LA SECULARIZACIÓN DE LA SEMANA SANTA

 


Ilustrísimas y reverendísimas fuerzas vivas todas que pululáis por este templo de la sabiduría y el conocimiento, que os decantáis por textos ensalzadores del dios Hipnos en vez de disfrutar de imágenes poderosas, edificantes y dignas de toda loa sobre el ser humano y sus formas y maneras de ser aún mejores personas de lo que ya lo son (¡el que lo sea o quiera ser!), autoridades domésticas y de “andar por casa”, hermanos mayores, medianos y pequeños. Hermanos todos: hoy es un buen día pandémico, vírico y con “el moco tendío” para sermonear uno, oír todos y escuchar pocos o ninguno, y continuar con nuestra tan querida, controvertida y, a veces, problemática Semana Santa.

En este nuevo pseudopanegírico me gustaría hacer alusión a una situación que comenzó a ir tomando cuerpo y forma hace ya unos cuantos años, y que en la actualidad está muy implantada en nuestra sociedad, incluida la parte o faceta religiosa, cristiana y católica, por supuesto. Me estoy refiriendo concretamente a la secularización de la Semana Santa, al laicismo de la misma, a su separación de cualquier confesión religiosa, cristiana y católica en este caso. Si la Semana Santa conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús entre nosotros, su tránsito desde este mundo hacia su Padre, hacia Dios, ¿qué ha podido suceder para que esa dimensión totalmente cristiana pueda haberse convertido de una dimensión cuasi profana? ¿Qué ha ocurrido o cambiado en nuestra sociedad para que se pueda haber producido ese cambio tan radical, opuesto y profundo?

Antes de tratar de dar una respuesta a esas preguntas deberíamos analizar qué ha ocurrido realmente en nuestra sociedad para que se haya podido producir ese cambio tan radical. Ese análisis, para que pueda tener algo de valor y pueda ser la puerta de entrada a la razón de la desacralización de la Semana Santa, debe ser claro y, sobre todo, verídico y realista, sin paños calientes, sin tapujos, llamándole al pan pan, y el vino vino. Un análisis en el que nos veamos todos reflejados, en el que estemos todos incluidos y con el cual se nos incite a realizar un acto de contrición por ser creadores y partícipes activos de esta nueva sociedad.

Como todos sabemos, el proceso globalizador al que está sometido en la actualidad el orbe mundial ha cambiado totalmente la perspectiva de la sociedad y, por ende, del hombre, del ser humano. A ese cambio tan brutal no podía ponerse de perfil la sociedad española, contagiándose del mismo e incluso extrapolándolo a su faceta más íntima y personal como es la religiosa en este caso.

Actualmente, nuestra sociedad es una sociedad sin identidad, cuyo ritmo cotidiano desborda inconsistencia del ser. Se vive en una constante y perpetua individualización colectiva, en una estetización de la realidad, fugacidad del disfrute, con relaciones personales inconsistentes, con pasión y fervor exagerados, y con una moral espontánea permisiva y autolegitimante. El ser humano vive y se orienta exclusivamente por lo inmediato, lo pragmático, lo empírico, y suele acabar buscando un horizonte finito y superficial, un estado dionisíaco que le permita su emancipación y le otorgue una identidad propia en una oscuridad y tenebrosidad vital, donde no quiere fundamentos absolutos, donde el principio unificador de todo es encontrar la profundidad de la vida, entendida ésta como un renovado “carpe diem” o “collige vigorosas”, antes de que la vida se marchite. Se vive en el permanente cambio, en la permanente movilidad, lo que acarrea una desvirtualización general de la persona.

Esa alteración de la verdadera naturaleza del ser humano afecta también a la faceta religiosa, la cual se ve alterada ante la propuesta de una desclerialización de la misma, buscando una religión que no moleste, que haga estar bien a uno mismo, que garantice el confort aunque sea un coladero de injusticias y éticas deshumanizantes. El relativismo y la privatización de la religión puede generar una religiosidad-humanidad-sociedad babélica que, lejos de ser tolerante e integradora, puede acabar en división, exclusión y conflicto. Ese fenómeno secularizador actual y contemporáneo trata de acabar con los restos confesionales que impregnan el terreno social.

Fiestas que antes estructuraban la vida de la sociedad han pasado a paganizarse o descristianizarse. Emergen Halloween y el Carnaval con más fuerza que nunca; la Navidad pasa a descristianizarse. Los nombres de los santos siguen existiendo, pero sólo para identificar fiestas locales importantes; las fiestas patronales no buscan honrar a nadie. Festividades religiosas apreciadas por la tradición popular son sustituidas por manifestaciones folclóricas de gran sugestión, hasta el punto de reducirlas a un mero acto sociocultural, disociando el aspecto lúdico del espiritual. Los momentos religiosos se han ido exteriorizando en múltiples tradiciones festivas que han reutilizado costumbres precedentes de tradiciones diferentes, queriendo enseñar al mismo tiempo a ir alternando el trabajo con el descanso para así podernos recuperar física y espiritualmente. La consigna es no entorpecer el ritmo laboral de la sociedad: Corpus Christie o la Ascensión han sido trasladadas al domingo siguiente, al igual que la mayoría de las fiestas patronales. Se ha pasado de un universo mental sacralizado a una sociedad secularizada, a un cristianismo desinstitucionalizado que busca fluir por otros itinerarios más significativos de la vida real y de la experiencia cotidiana.

Las iglesias han sido apartadas de la experiencia religiosa de nuestra sociedad. Los espacios tradicionalmente cristianos han dejado de ser significativos para el creyente actual. Entrar en una iglesia, celebrar la liturgia del santo patrón del lugar no provocan ninguna reacción cristiana, sino más bien indiferencia e incluso paganismo. Los recintos y tiempos de nuestra tradición han dejado de estructurar la vida de los bautizados, no aportando ni principio de identidad ni de sentido. Son más bien otros recintos con diferentes sentidos del tiempo los que nos uniforman y aportan experiencia humano-religiosa en la actualidad. Parques y calles, grandes superficies comerciales, estadios de fútbol, gimnasios, las calles de las procesiones, los senderos y caminos hacia la ermita de un santo, los ensayos en parques o lugares parecidos se han convertido en lugares comunes contemporáneos que aportan identidad y sirven de grandes templos de experiencia personal nueva, lugares con camuflaje neopagano.

La actual religiosidad profana incorpora otro sentido del tiempo, aportando ritos y prácticas que, en definitiva, acaban aportando a la persona otra perspectiva de la vida y otro dios al que adorar. El acontecimiento pascual es sustituido por la “resurrección” del cuerpo, a quién realmente hay que adorar y por el que sí merece la pena ayunar, incluso sometiéndolo a ascesis mayores que las absurdas penitencias cristianas. Los mismos que no entienden, critican y se mofan de la abstinencia cristiana de los viernes cuaresmales, recaen en una ascética exagerada y perjudicial para la salud: dietas extremas, ingestión de fármacos, operaciones de alto riesgo, etc. Tienen claro por qué dios se está dispuesto a sufrir o qué sacrificar, aunque, paradójicamente, ante la increencia de un dios que los puede salvar, no obstante ponen una vela a la Virgen por lo que pueda pasar, teniendo conciencia (a veces invencible) de no haber hecho nada malo, nada “ofensivo” a Dios, pero solicitan la absolución que les salve.

El proceso globalizador y la creciente secularización han provocado una desalentadora y destructiva reducción de acontecimientos rituales y solemnidades a una simple atracción turística, permitiendo la pérdida del específico sentido de lo sacro, ignorando los aspectos a los que remiten cada uno de los elementos simbólicos presentes en esta celebración. La creciente explotación turística que en la actualidad se está haciendo de la Semana Santa está influyendo negativamente en la conservación de sus tradiciones. No son infrecuentes las llamadas de atención hacia estas realidades, e incluso su repercusión en la opinión pública. El complejo festivo ritual configurado por la Semana Santa en España en la actualidad ha sobredimensionado determinadas realidades y provocado cuantitativas transformaciones debido a esa conversión en explotación y atracción turística, todo ello bajo el influjo del “modelo procesional andaluz”, con su lujuria sensorial, estética barroca y sus piropos a las bellas tallas de las vírgenes. Mientras que la sociedad es más laica y el sentido vacacional de la fecha se va imponiendo sobre el litúrgico, de forma aparentemente contradictoria se experimenta un auge de la participación activa en las procesiones, aumentando el número de cofradías y penitentes, y las riquezas de pasos o tronos que sustentan las imágenes.

La desacralización y desvirtualización propuestas por el hombre moderno han alterado el contenido de su vida espiritual, pero no han roto las generatrices principales de su imaginación. Un inmenso residuo mitológico perdura en él, generando la necesidad de creer en algo, la necesidad de mantenerse en contacto con una fuerza superior cuya presencia pueda ser invocada, aplacada o desafiada, y que, si las respuestas humanas son apropiadas, puedan influir en sus vidas. Es muy raro y tremendamente difícil no sostener absolutamente nada ni ninguna opinión personal acerca de lo que subyace a la existencia del hombre. Por naturaleza, toda persona tiende, por alguna mediación, a intervenir de algún modo en el curso de su destino de vivientes y mortales para satisfacer sus esperanzas y colmar sus temores. Demanda algo que realmente le aporte identidad de individuo y de grupo para desenvolverse en una sociedad cuyo ritmo cotidiano desborda en fragmentación, sin sentido, relativismo e inconsistencia del ser.

     En respuesta a su petición, propone ese cristianismo desclerializado y desinstitucionalizado al que se viene aludiendo, un cristianismo que le haga fluir por otros itinerarios más significativos de la vida real y de la experiencia cotidiana, reformando tradiciones pero, sobre todo, abriendo horizontes alternativos y novedosos que le sumerjan en el mundo de lo afectivo-emocional con pequeñas degustaciones o libaciones de amistad, fraternidad, cariño y, ¡cómo no!, de fiesta. Estaríamos, por tanto, asistiendo al nacimiento de un nuevo cristianismo, de una nueva religiosidad popular que trataría de manifestarse a través de la dimensión cultural y/o folclórica que, a su vez, tanto tiene que ver con las dimensiones estéticas y bellas.

Los ritos y los mitos que han dado forma, saber y sabor a las tradiciones religiosas, quieren ser reutilizados en múltiples manifestaciones folclóricas de gran sugestión popular y personal. Se trata de superponer lo sagrado y lo profano, no ya como oposición entre ambas opciones, sino como complementación, del mismo modo que en la existencia humana conviven el bien y el mal, la gracia y el pecado, la alegría y el dolor, o el trigo y la cizaña, ya en lenguaje más evangélico y simbólico.

Pero mientras ese nuevo nacimiento va tomando forma en la placenta social y personal de cada uno, ese residuo mitológico aún mal controlado los arrastra involuntaria e inconscientemente hasta ponerlos frente a frente ante Dios.


 

 


lunes, 29 de marzo de 2021

CONSIDERACIONES SOBRE LA SEMANA SANTA (Divertimento Pascual) I


             Meterse en camisas de once varas (meterse en problemas que, normalmente, no incumben); buscarle los tres pies al gato ( aparte que los gatos no tienen pies sino patas, nada tiene esto que ver con este animal felino y doméstico, sino con una forma métrica antigua a la hora de escribir poesía), son dos expresiones hechas que se utilizan en español y cuyo significado ni es compendio o suma de los significaos de las palabras que las componen. Proceden de la cultura o tradición popular, y utilizarlas adecuadamente denota un buen conocimiento y uso del idioma, sobre todo cuando son usadas en el contexto adecuado.

            Conociéndome como me conocéis de mi otra faceta como “tostoneador románico”, y sin dejar de lado mi condición eclesiástica, lo que ahora trato de acometer puede definirse con las dos expresiones anteriores.

            Mi faceta románica la abandono durante un tiempo (poco, ya que mis chiquetes, aunque no lo reconozcan, me echan de menos) para centrarme un poco más (tampoco mucho) en la eclesiástica, y tratar un tema que, precisamente por esa condición, puede parecer una irresponsabilidad proponerlo, además de dejar al descubierto una posible hipocresía guardada y bien escondida durante toda mi vida. Si a ello le sumamos mi saber o mi manera de contar días de la semana diferente a la de verdaderos y reputados investigadores sobre el tema a tratar, mi reputación no sólo estaría puesta en duda, sino que, directamente y sin anestesia, sería considerado como un vulgar charlatán embaucador, embustero e inculto ¡Ahí es nada!

            Aún así, y siendo consciente del riesgo que ello supone, voy a tratar de acometer este “divertimento pascual” (que no es sino eso, un divertimento) con la sola y única finalidad de entretener al mismo tiempo de motivar a un razonamiento, todo ello aderezado con una pequeña difusión de parte de las Sagradas Escrituras.

            Aterrizando: vamos a entretenernos en entender por qué la Semana Santa no cae siempre en las mismas fechas todos los años, como la Navidad y los Reyes Magos, y vamos a entretenernos también en analizar cómo pudo ser o qué pudo ocurrir durante los días de esa Semana Santa, días de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret.

            La condición eclesiástica de mi persona impide analizar esa semana en forma de divertimento, ya que mi fe en ella y en todo lo que la rodea antes, durante y después, es lo que verdaderamente da sentido a mi vida. Pero, tal y cómo está la sociedad hoy día, y la opinión que se tiene de ese asunto o de cualquier otro relacionado con la Iglesia Católica, me obliga (en el sentido cariñoso y casi paternal de la palabra) a exponer otro punto de vista, con el fin de tratar de acercar posturas entre ambos bandos en conflicto: sociedad e Iglesia. Y eso lo quiero hacer de una forma amigable, amable, divertida y amena, pero siempre respetando mis creencias y las de cualquier persona que las pueda tener como yo. El respeto hacia los demás debe imperar a la hora de exponer una opinión o realizar un razonamiento acerca de cualquier tema. Es fundamental para un buen funcionamiento de la sociedad y una convivencia “pacífica” entre sus miembros, lo que acarrea y genera un enriquecimiento para ambas partes.

            Con el deseo de conseguirlo que realmente estoy tratando de hacer, pido disculpas si alguien se siente ofendido en sus creencias e ideas. No es, ni de lejos, mi intención.

            Intentad abordar este tema como lo que realmente es: un “divertimento pascual”.

            Un saludo

            Don Ino


viernes, 26 de marzo de 2021

DON INO Y LA SEMANA SANTA

 


Ilustrísimas y reverendísimas fuerzas vivas todas que pululáis por este templo de la sabiduría y el conocimiento, que os decantáis por textos ensalzadores del dios Hipnos en vez de disfrutar de imágenes poderosas, edificantes y dignas de toda loa sobre el ser humano y sus formas y maneras de ser aún mejores personas de lo que ya lo son (¡el que lo sea o quiera ser!), autoridades domésticas y de “andar por casa”, hermanos mayores, medianos y pequeños. Hermanos todos: hoy es un buen día pandémico, vírico y con “el moco tendío” para tratar de hablar uno, oír todos y escuchar pocos o ninguno, acerca de un tema que, a medida que va pasando el tiempo, va generando más y más polémica, sobre todo socialmente. Un tema en el que todas las personas se autogeneran el derecho y la obligación de opinar, y en el que cada vez hay más detractores “practicantes”, postureadores” de cara a la calle, y cultivadores de aquello de lo que están empeñados en aparentar, pero que en el fundo no son más que feroces y agónicos ociosos en busca de un escape de sí mismos y de una libertad añorada el resto del año. Están en contra de la festividad de este tiempo, pero la preparan con una anticipación digna del mejor astrólogo de la antigüedad al predecir la llegada de tal o cual rey a su trono. Externamente siguen las directrices marcadas por sus “sidis”, sus mensajeros, mentores y guías sociales, pero internamente este tiempo festivo y celebrante les retrotrae a su infancia, a su familia, a sus pueblos, a sus años felices e inocentes donde sus amigos de juegos y escuela eran amigos de verdad, donde sus padres eran sus verdaderos mentores y valedores, y donde la paz, sobre todo interna, les hacía disfrutar cada momento vivido, momentos que nunca se han olvidado, y que en estos días tratan de recordar y rememorar, considerándolos su poderoso elixir para poder soportar el resto del año. Internamente los necesitan, e intensamente los tratan de aprovechar, aunque luego, externamente, pueda parecer otra cosa. Se puede engañar a todo aquel que lo queramos hacer, pero nunca podremos engañar a nuestro cuerpo y a nuestra mente.

Hermanos mayores, medianos y pequeños. Hermanos todos: un año llega el Domingo de Ramos. Un año más se lee la Pasión. Un año más la primavera pide paso anunciándose con la claridad nocturna de Selene, iluminando el inicio de un tiempo cíclico que otorgará al tiempo social un carácter festivo-religioso, recordándonos que el sentido del tiempo pertenece de igual manera tanto al dominio de la cultura como al dominio de la naturaleza. La intensa y clara iluminación selenita parece indicarnos que puede haber luz incluso en la más absoluta oscuridad, anuncio subliminal y anticipado de cómo va a ser el final de este tiempo cíclico festivo: vuelta a la luz después de días de tinieblas y oscuridad. Resurrección y vuelta a la vida después de abstinencias, sacrificios, sufrimientos, Pasión y Muerte.

Llena la luna primaveral comienza uno de los ciclos más importantes en que está dividido el calendario cristiano: la Semana Santa. Y Selene, con toda su cara plateada7 en lo alto, se erige en cruz y guía de toda la serie de actos lúdico-festivos-litúrgicos quizás más controvertidos de toda la sociedad española; mucho más en la actualidad, por el propio cambio social que se va produciendo, fruto y signo inequívoco de que permanece viva y evolutiva. Hay que tener en cuenta que las fiestas se han transformado, o quizás mejor dicho, reinventado. Han ido cambiando los factores sociales, políticos, económicos e ideológicos de la sociedad que las celebra. Por ello, un fenómeno tan complejo como la Semana Santa solamente puede abordarse teniendo presente todos los matices, y más si somos conscientes que al ser humano, un fenómeno vivo es cambiante.

La Semana Santa siempre ha sido una época del año en la que más se ponen de manifiesto las principales diferencias personales de cada uno para abordar ese tiempo lúdico-litúrgico, diferencias que se mantienen más allá de ese tiempo religioso, incluso engangrenándose durante todo el año, no sólo por parte de cofradías, hermandades o juntas locales, sino también por parte familiar, enfrentando a generaciones de familias aferradas a posturas irreconciliables y estáticas basadas en las vivencias y experiencias de ese tiempo que en muchos casos, y mayormente en la actualidad, no tienen por qué ser todas ellas vivencias de carácter religioso obligatoriamente.

Podríamos decir que la Semana Santa es una coctelera muy personal y particular. Unos le echan una experiencia primaveral, otros experiencia sensual antropológica, otros pertenencia a determinados colectivos, como el  barrio, la gente, su familia ,…, otros experiencia artística. Para otros es un contrato con la memoria, acordarse de cuando le llevaba su padre o su madre y ahora lleva a su hijo o a su hija. Cada uno hace su coctel a su manera, y luego se lo bebe a modo de acto metafórico acerca de cómo son sus vivencias y experiencias en “su” Semana Santa. Debemos tener en cuenta, y no lo podemos olvidar, que la Semana Santa afecta a una multiplicidad diferente de dimensiones: religiosa, social, económica, política, identitaria; involucra de una manera u otra a toda una sociedad, a todos los sectores de la población, por lo que no es indiferente para casi nadie.

            La Semana Santa convoca a creyentes y no creyentes unidos por la profundidad de las emociones que, cuando se comparten, son más hondas y profundas. Es una manifestación pública, es la vida que surge de las relaciones entre personas, actores esos días, que participan activa o pasivamente en manifestaciones objetivas, fundamentalmente de religiosidad popular, que con frecuencia son anacrónicas, pero no por ello carecen de un profundo significado. No podemos ni debemos olvidar que no hay, ni habrá, certificados para las verdades de la fe.

            Para vivir y entender la Semana Santa, la fe no es estrictamente necesaria. Puede vivirse desde la convicción, desde la duda, e incluso desde la descreencia. Entre las tres maneras hay un hilo invisible que las une a los sentimientos personales y a la identidad colectiva, a la memoria, al territorio, a la tradición y la cultura. Cada uno, individualmente, es quién elige a qué distancia se quiere colocar en cada una de esas manifestaciones: se puede vivir desde un misticismo profundo y abrazado a la liturgia más ortodoxa, hasta la simple expectación contemplativa, pasando por la admiración artística o el éxtasis estético. Por eso, la Semana Santa implica y mueve a tanta gente distinta, y por eso pertenece a lo más puro de los sentimientos, a un patrimonio inmaterial de todo un pueblo que en la actualidad no acostumbra a disponer de puntos de encuentro tan amplios, ni tan respetuosos, ni tan acogedores.

            Por todo lo dicho hasta ahora, podría parecer que la Semana Santa sea más profana que religiosa. Que nadie se asuste; tan sólo se trata de aclarar y actualizar conceptos. Aunque pueda parecer lo contrario, la Semana Santa es profunda y tremendamente religiosa, pero eso no quiere decir que el nivel de espiritualidad de quienes participan más activamente en los ritos litúrgicos que en los ritos populares sea más elevado, más verdadero. Un alto nivel de espiritualidad puede alcanzarse tanto en unos casos como en otros, como también pueden ser vividos ajenos a toda espiritualidad.

            La Semana Santa es una manera de relacionarse con Dios, pero también es una manifestación de religiosidad popular, una inculturización de la fe sometida a diferencias culturales y a la idiosincrasia propia de cada pueblo. Es la pervivencia de normas religiosas y valores sociales, el mantenimiento de las tradiciones de los mayores, la devoción de una imagen o la expresión de comunidad y de identidad propia a través de una cofradía. Se trata de la rememoración de otros momentos, otras vivencias, otras maneras de ser, otras maneras de estar. Porque, aunque pueda parecer mentira, la Semana Santa no es igual cada año, porque cada persona llega a ella de forma diferente y distinta, ya que cada año han pasado cosas diferentes que hace que no se llegue a ella de igual manera que el año anterior. Aun así, la vivencia de la Semana Santa siempre te paga con beneficios de carácter emotivo (¿quién no ha llorado delante de una imagen, delante de un paso?), espiritual, sentimental, estético o identitario con un colectivo humano permanente o temporal de contenido religioso o no.

            El fenómeno secularizador al que está sometida la Semana Santa en la actualidad no va acabar con el sentido confesional de la misma, bien sea religioso o social. La justificación de un estilo propio de vida personal e incluso grupal, el escapismo de la sobriedad, cuando no agonía de la vida cotidiana, en vez de generar un principio de sentido e identidad, cristiana o no cristiana, engendra otra perspectiva de vida en la actualidad: la celebración de la persona emancipada. Pero esa festividad actual personal y afectiva puede derivar en una experiencia fácilmente manipulable, totalmente alejada de la implicación religiosa y, sobre todo social e incluso personalísima que demanda la Semana Santa. Muchas de estas personas “libres” se implican en organizaciones, grupos sociales, cofradías, etc., con el convencimiento de la pertenencia a un grupo estable identitario, cuando en realidad de lo que se trata no es de una opción fundamental, sino de un instante altruista “necesario-para-mi”.

            La Semana Santa debe ser la esperanza renovada en el amanecer de una nueva sociedad que pretenda proyectar al individuo más allá de uno mismo, que lo haga sentir parte de algo en el que esté contenido, fuera de los límites de sí mismo como único universo.


jueves, 24 de diciembre de 2020

DON INO Y EL TETRAMORFOS (y II)

 


Bien. Aunque ya no queda casi nadie por estos lares en el país de Hipnos, ya que estamos aquí los que hemos llegado, no podemos dejarlo en “mitá de la estacá”; tenemos que rematarlo como sea, aunque sea a monterazos. Por ello vamos a tratar de finalizar este “calvario pseudoaleatorio tetramorfero”.

Hasta ahora hemos tratado de explicar y entender a “grosso modo” la representación de un símbolo o animal del Tetramorfos con su identificación o asimilación a un determinado evangelista. Pero al representar esas imágenes en el formato plástico en la que fueron representadas, las representaciones que dejaron los maestros plásticos siguiendo órdenes de los teólogos correspondientes fueron imágenes claramente diferenciadas, sobre todo a la hora de posicionar o ubicar los cuatro vivientes en dicha representación. Es más, algunas de esas ideas o mensajes teológicos han terminado llegando a nuestros días gracias a pinturas, esculturas e incluso libros y colecciones de folios iluminados.

Para analizar, pero sin profundizar, lo que ahora nos proponemos, debemos volver a leer lo que decía el Libro de Ezequiel en su capítulo cinco, versículo diez: “Su semblante era éste: de hombre y de león a la derecha de los cuatro; de toro a la izquierda los cuatro, y de águila los cuatro.” (Ez V, 10). Es decir, Mateo, Marcos, Lucas y Juan estarían representados con sus respectivos animales a la derecha y a la izquierda de “algo”. Ese “algo”, normalmente, suele ser la Maiestas Domini, Cristo en Majestad dentro de su mandorla mística. El ángel y el león a “su” derecha (izquierda de quien la mira o del observador) con el ángel en la parte superior y el león en la parte inferior, y el águila y el toro o ternero en “su” izquierda (derecha de quien mira o del observador) con el águila en la parte superior y el toro o ternero en la parte inferior.

Esa manera de representarlos es quizás la más común, siguiendo el Libro de Ezequiel, aunque no es la única. La otra manera sería cambiando las posiciones de Mateo y Juan: Mateo pasaría a ocupar la posición a la izquierda de la Maiestas Domini (derecha del observador), y Juan a la derecha de la Maiestas Domini (izquierda del observador), ambos en la parte de arriba. Quienes no suelen cambiar de posición son el león y el toro o ternero: ambos siempre son representados en la parte inferior, siendo muy infrecuente que cambien de posición a los lados de la Maiestas Domini. Tanto si la representación la han realizado de una manera como si la han realizado de otra, el mensaje podría cambiar según el teólogo redactor y mandatario máximo de la obra, pero seguiría siendo un mensaje implícito y explícito que dar a conocer.

Una primera aproximación para tratar de explicar el posicionamiento de los cuatro vivientes la podríamos ofrecer argumentando que en la parte inferior se representan los animales típicamente terrestres, león y toro, con cualidades comunes entre animales, y en la parte superior animales típicamente aéreos, ángel y águila, con cualidades comunes a los hombres. Los animales ubicados en la parte inferior representarían cualidades aplicables también a otros animales (nobleza el león, fuerza el toro), mientras que los animales ubicados en la parte superior representarían cualidades típicamente humanas (inteligencia el hombre o ángel, y el espíritu el águila). Sería una forma de representarlos siguiendo las indicaciones de los babilonios de los que ya hablamos anteriormente, o más propiamente, del simbolismo babilónico, de tal manera que las cualidades más propiamente humanas que se corresponden con su naturaleza espiritual quedan ubicadas en la parte superior, mientras que las cualidades más propiamente materiales que se corresponden con su naturaleza terrestre o animal, quedan ubicadas en la parte inferior.

Representaciones con esa ubicación de los cuatro vivientes la podemos ver en la portada de la iglesia de San Pedro, en Moarves de Ojeda (Palencia), iglesia de Santiago de Carrión de los Condes (Palencia) o en el baldaquino de Tost (Lérida) entre otras muchas.

Iglesia de San Pedro. Moarves de Ojeda. Palencia 

Iglesia de Santiago. Carrión de los Condes. Palencia. 

Baldaquí de Tost. Lérida.

Los teólogos redactores de estos Tetramorfos quisieron expresar y dar a conocer su personal interpretación de las Sagradas Escrituras y de los Evangelios en este caso en particular. Trataron de expresar la oposición teológica del significado de los cuatro evangelios. Mientras que el evangelio de Mateo (arriba – derecha) presenta a Jesús o Cristo como Rey, el evangelio de Marcos (debajo – derecha) presenta a Jesús como siervo, “el que quiera venir en pos de mí, que tome su cruz y me siga”. En el lado opuesto, el evangelio de Juan (arriba – izquierda) presenta a Jesús claramente como Hijo de Dios, encima del evangelio de Lucas (debajo – izquierda) en el que Jesús es representado como hijo del hombre.

            Esta expresión teológica expresada en el formato de representación anterior, ¿puede presentarse en otro orden que el anteriormente preestablecido? Ya lo hemos comentado anteriormente: hay otra forma. Entonces, tal vez la ubicación de los cuatro vivientes no responda a una motivación teológica y sí a una explicación bíblica. Debemos tener siempre presente que la Biblia es siempre Palabra de Dios, mientras que los escritos de los Padres de la Iglesia son sólo un criterio de autoridad eclesiástica, como los de San Jerónimo. Por ello, también es muy frecuente encontrarse la otra forma de representar el Tetramorfos, aquella en la que se permutan las imágenes de Juan y Mateo en la parte superior del Tetramorfos. Juan (águila) pasaría a ocupar la parte derecha y Mateo (hombre / ángel) pasaría a ocupar la parte izquierda. De esta manera, el Tetramorfos quedaría formado por el águila y el león (arriba y abajo, respectivamente) a la derecha de la Maiestas Domini (izquierda del observador) mientras que el ángel u hombre y el toro o becerro (arriba y debajo, respectivamente) quedarían en la parte izquierda de la Maiestas Domini (derecha del observador).

            Esta segunda disposición de los cuatro vivientes seguiría una forma circular horaria (a derechas) del orden de los acontecimientos de la vida de Jesús. Comenzando por la parte superior derecha del observador, haríamos alusión a la encarnación (ángel), pasión y muerte (toro), resurrección (león) y ascensión (águila). De esta forma nos encontramos con que a la izquierda de Cristo (derecha del observador) estarían representados los acontecimientos salvíficos de la naturaleza humana (encarnación y pasión y muerte) de Jesús, y a la derecha (izquierda del observador) los acontecimientos salvíficos de su naturaleza divina (resurrección y ascensión). O lo que es lo mismo, el desarrollo de esta oración que se pasaba de viva voz de generación en generación.

                        Hoy me alzo

                        con la fuerza del nacimiento de Cristo gracias a su bautismo,

                        con la fuerza de su crucifixión y muerte,

                        con la fuerza de su resurrección y ascensión,

                        con la fuerza de su descenso el día del juicio.[1] 

Panteón de los reyes. San Isidoro. León

Iohames, Aquila; Matevs, Omo; Marcvus, Leo; Lvcas, Vitvlo 

Tetramorfos. Sant Climent de Taüll. (Lérida).

Esta oración podría hacer una clara alusión a los cuatro vivientes y a su distribución: nacimiento de Cristo (encarnación - Mateo) –> crucifixión y muerte (Pasión – Lucas) –> resurrección (Marcos) –> ascensión (Juan). Con esta distribución se mantendría ese círculo con sentido horario que comenzaría en la parte superior izquierda (derecha del observador) y terminaría en la parte superior derecha (izquierda del observador), dibujando lo que sería la rueda de la salvación humana desde la perspectiva del Pantocrator, rueda o círculo de fe que debería realizar todo creyente en su camino de Regreso a Dios. Dicho Regreso a Dios se realizaría una vez que se hubiera producido la segunda venida de Cristo, expresada en la oración anterior en el último verso, cuando afirma: “… con la fuerza de su descenso el día del juicio”.

            Como curiosidad, y para darnos cuenta hasta qué punto los artistas plásticos en este caso llegaban a interpretar fiel y literalmente las Sagradas Escrituras, se puede observar en el Pantocrator de San Clemente de Taüll (Lérida) cómo el león tiene pintados múltiples ojos por todo el cuerpo, no sólo en su rostro. Esta curiosidad o peculiaridad vendría a reforzar lo expresado en el Apocalipsis cuando afirma: “… y en rededor de él, cuatro vivientes, llenos de ojos por delante y por detrás. … y todos en torno y dentro estaban llenos de ojos”.

León. San Clemente de Taüll. Lérida

Si hemos estado atentos y no hemos bostezado mucho, nos tendríamos que haber dado cuenta (o al menos acordarnos de ello, ya que lo hemos dicho anteriormente) que uno de los vivientes que “normalmente” puede cambiar de posición en las representaciones del Tetramorfos, es el águila representativa de San Juan. Unas veces aparece arriba a la izquierda y otras veces arriba a la derecha. … y, ¿por qué cambia de posición, intercambiándola con el ángel de San Mateo? La respuesta en este caso no es tan fácil darla, ya que, según los autores que quieren interpretar ese Tetramorfos en concreto, dan una interpretación u otra, según les convenga para sus explicaciones.

            Hay autores que afirman que la representación iconográfica del águila de San Juan a la izquierda de la Maiestas Domini puede haber nacido por las representaciones de la Última Cena. En dicha representaciones, San Juan descansa sobre el pecho de Jesús, en el lado izquierdo, junto al corazón. Otros autores afirman que en España es habitual que el águila ocupe un lugar preeminente, es decir, arriba y a la derecha del Todopoderoso (izquierda del observador). La razón que aluden es que Juan, apóstol y evangelista, como hermano de Santiago, cobró gran importancia en el entorno del camino de Santiago de Compostela. De ahí que se sitúe en esta posición preeminente, como se puede observar en el Tetramorfos del Pórtico de Gloria del maestro Mateo en la catedral de Santiago de Compostela.

Pórtico de Gloria. Santiago de Compostela

            De cualquier forma, tanto si es representado en una posición o en otra, a San Juan se la considerado siempre el “apóstol amado”, el que escribió el único libro profético canónico, el Apocalipsis, además de “su” evangelio y varias epístolas. Fue el evangelista, apóstol y discípulo más seguido y venerado durante la Edad Media, además de todos los comentarios, libros e hipótesis que se han creado a su alrededor debido a ese favoritismo que tenía Jesús hacia él, su “amado”, su discípulo más joven.

            Vamos a dejar aquí el tema de San Juan, porque como nos liemos, podemos crear un lío y un enredo que luego sería muy difícil desenredar, y eso podría ser peor.

            Bueno, parece que los cuatro vivientes están comenzando a marcharse. Han encontrado la puerta de salida y ya tienen las maletas en la puerta, esperando a despedirse. Pero antes de marchar quieren indicarnos dónde los podemos encontrar, por si tenemos a bien hacerles una visitica la próxima vez que visitemos un edificio religioso.

            Cuando comenzaron a tener visibilidad con la creación y asentamiento del cristianismo, normalmente aparecían representados en mosaicos y cúpulas de mausoleos. Posteriormente, con el Románico (¿a que os parecía extraño que no hubiéramos hablado nada de románico en este tostonazo?) aparecen fundamentalmente en el cascarón del ábside, en la bóveda de la nave central o en la puerta occidental, a los pies del templo, ubicación que se mantuvo estable incluso durante el gótico. De ahí que dos de los soportes más empleados para el Tetramorfos fueran la pintura mural y la talla monumental en piedra.

            El tema de los cuatro vivientes también se incorporó a los frontales de altar, sobre todo románicos. No faltó tampoco su representación en libros ilustrados, como los beatos mozárabes, en Biblias y Evangelios, libros de horas, etc. Cálices, ostensorios o custodias, cruces, relicarios, cubiertas de libros, etc., estableciéndose de esta manera una relación entre la eucaristía y al Tetramorfos.

            En la Edad Moderna, al ornamentar la zona cercana al altar se prefieren representaciones alusivas a los santos, sobre todo si son “del terreno”, a la Virgen o a algunos de los acontecimientos de la vida de Cristo.

            ¿Y en Torralba? ¿Dónde aparecen representados los cuatro vivientes? Pues en la ermita del Cristo aparecen en las pechinas de la cúpula del crucero, y en la parroquia de la Santísima Trinidad en las vidrieras nuevas que se incluyeron con la gran remodelación que se llevó a cabo a finales del siglo pasado y comienzos de éste. Tanto en la ermita como en la parroquia, aparecen en lugares muy cercanos al altar, como no podía ser de otra forma, lugar preeminente donde se lee la palabra de Dios en forma de evangelio.

Iglesia Santa María. Siones. Burgos.

            Como hemos podido apreciar y comprobar durante todo este tostonazo, quienes redactaron los programas iconográficos de los edificios religiosos, sobre todo en tiempos del románico, quisieron dejar clara una sola idea: Cristo es un misterio, que al mismo tiempo fue Dios y hombre; en su sola persona divina convivían dos naturalezas distintas. Esa idea era la que fundamentalmente rondaba por las cabezas de los teólogos redactores de estos programas iconográficos, ya que trataban de combatir las herejías que en aquellos años aparecían con cierta frecuencia y asiduidad. Casi todas ellas se basaban en privilegiar una de esas dos naturalezas de Cristo, humana y divina, y minusvalorar o despreciar la otra. Las verdaderas herejías cristológicas, como las que sucedieron en aquella época bajo medieval, se dieron por no saber conjugar esas dos realidades: Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre al mismo tiempo. Algunas herejías, al querer sobrevalorar su divinidad, despreciaban su humanidad. Otras, al quererse aferrar a su humanidad, acababan negando su divinidad.

            ¡Qué barbaridad! Hemos comenzado hablando de cuatro “animalicos”, bueno, tres animalicos y un ángel, y hemos terminado hablando de herejías cristológicas. ¡Qué tendrá que ver una cosa con la otra.

            Quizás llevéis razón en vuestra puntualización, pero una vez más debemos entender la sociedad en la que esta representación apareció y se consolidó durante el cristianismo. Aquella otra sociedad muy poco tenía que ver con la nuestra; mucho menos con esta nueva pandémica sociedad, donde la “casi maldad” se está comenzando a instalar. Ya tiene sus tiendas de campaña montadas y solo falta que comiencen a llegar inquilinos a las mismas, que no tardarán en llegar. Si el poder del cristianismo que tenía en aquella sociedad fuera aplicable a nuestra sociedad actual, nuevamente irían surgiendo nuevas herejías como forma de rebelión contra ella, y muy posiblemente irían apareciendo nuevas representaciones de cualquier arte plástica como forma de empalizada para parar esas rebeliones en contra de la sociedad impuesta.

            No es el  cristianismo precisamente quien manda y domina nuestra sociedad pandémica actual, pero sí hay otras formas de pensar y actuar “políticamente correctas” que nos están obligando a seguir escrupulosamente (como en la antigüedad el cristianismo). Quienes no cumplan “sus mandamientos” son considerados enemigos de la misma, los antiguos herejes que se negaban a admitir todo lo relacionado con aquella  sociedad cristianizada. Ahora no hay representaciones en artes plásticas para parar a quienes no quieran “comulgar con ruedas de molino”; hay represalias, insultos, desprecios, invisibilidades, arrinconamientos sociales, etc. ¿Memes? ¿Emoticonos? ¿Vídeos insufribles? ¿Carteles? ¿Frases? Quizás puedan ser los Tetramorfos actuales, pero a diferencia de aquellos, éstos son creados tanto por el bando impositivo como por el contestatario, generando un duelo o una guerra informativa que, muy lejos de tratar de apaciguar ánimos y tratar de llegar a un acuerdo, hace aún más grande la brecha separadora, esa grieta que con su imparable aumento de tamaño amenaza con tragarnos a todos de un solo bocado.

            Como veis, “amigüitos”, poco ha cambiado el mundo en estos últimos milenios, sobre todo en el último. Una vez más tenemos que reconocer lo que aquel sabio dijo sobre la historia de la humanidad: “Lo único que ha aprendido el hombre de la historia es que no ha aprendido nada”. ¡Qué razón llevaba y qué razón lleva! Cruda realidad y cruda actualidad.

            En fin, nosotros no podemos hacer más; tan sólo seguir “tostoneando” como siempre, y tratando de, al menos, no perjudicar a los demás. Seamos nosotros mismos, pero nunca serlo a costa de los demás.

            ¡Virgen del Amor Hermoso! Esta vez, ¡tope! ¡No tengo remedio!

            ¡Aurrevoir! (¿Habré perdido mi despedida vehicular? Me lo haré mirar).

 


[1] Los versos pertenecen a la gran oración en idioma irlandés conocida como La coraza de San Patricio. Se trata de la más temprana expresión poética europea en una lengua vernácula. La oración de San Patricio es, en su actitud, la obra de un druida cristiano, de un hombre a la vez de fe y de magia. (Thomas Cahill. “De cómo los irlandeses salvaron la civilización”).


miércoles, 23 de diciembre de 2020

DON INO Y EL TETRAMORFOS (I)

 


          Ilustrísimas y reverendísimas fuerzas vivas todas que pululáis por este templo de la sabiduría y el conocimiento, que os decantáis por textos soporíferos ensalzando al dios Hipnos en vez de disfrutar de imágenes poderosas y edificantes sobre el ser humano y sus formas y maneras de ser aún mejores personas de lo que ya lo son (¡el que lo sea o quiera ser!), autoridades domésticas, mayordomos, hermanos todos: hoy es un buen día pandémico, vírico y con “el moco tendío” para tratar de hablar unos, escuchar pocos o ninguno, y dormir todos, acerca de un tema o, mejor dicho, unas imágenes que quizás todos estamos cansados de ver en las iglesias, templos, catedrales, monasterios, ermitas urbanas y rurales (creo que no se me olvida casi ningún edificio religioso) y que nunca o casi nunca nos hemos parado a pensar (what is it?) qué son, qué representan, porqué están ahí y porqué son lo que son, de dónde vienen, que nos quieren decir exacta y explícitamente. Para quien no lo haya adivinado ya, obviamente me estoy refiriendo a la representación de los cuatro evangelistas con sus símbolos o iconografía correspondiente: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, o, para los más puristas, San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan (evangelista, por supuesto, no Bautista). ¿Quién no ha visitado o ha estado en un edificio religioso y no ha visto estas imágenes o iconografías pictóricas, escultóricas o en vidrieras? Son imágenes claras, precisas, significativas y muy repetidas en todos esos centros y lugares de culto. Son los símbolos o representación de los cuatro evangelistas, los cuatro vivientes o, en un argot más erudito, el Tetramorfos.

            Pues bien, de eso trata este nuevo “tostonazo”, del Tetramorfos, de un breve recorrido por esta iconografía de una manera o forma más didáctica que erudita, más cercana al pueblo llano que a especialistas en simbología e iconografía religiosa o expertos en el Antiguo y Nuevo Testamento. Un tostonazo destinado a un público poco o nada familiarizado con los entresijos o detalles teológicos, simbólicos e iconográficos que representa el Tetramorfos, a personas curiosas en el tema que más de una vez se han preguntado por qué están ahí, en esos lugares de culto, dichas figuras o iconografías. Por lo tanto, y al tratarse de un tostonazo destinado a todas estas personas, no es un trabajo con rigor científico y académico, aunque tampoco está tratado como un puro acto de la más absoluta imaginación, por lo que no debemos buscar en él lo que no se pretende conseguir.

            Aunque ya he dicho que se trata de la representación de los cuatro evangelistas, muchas veces no los vemos realmente representados a ellos, sino que vemos a cuatro animales (mejor dicho, tres animales y un ángel) en vez de cuatro personas. Los animales y el ángel son el símbolo de cada uno de ellos, las formas (“morfe” en griego) que se tiene de representarlos. Un ángel, un león, un toro o ternero, y un águila son las formas o maneras de representar a San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan respectivamente. Cuatro evangelistas, cuatro formas, Tetramorfos; dos palabras griegas, “tetra”, cuatro, y “morfos”, formas. Las variaciones de los detalles plásticos de esta iconografía se deben a principios teóricos espirituales del creador, promotor de la obra o mecenas de la misma. De tal manera esto es así, que no existe un único prototipo artístico para la representación de los cuatro vivientes o Tetramorfos, sino obras artísticas en soportes diferentes y con materiales diversos, muy adecuados y acompasados al tiempo de su creador o promotor.

            Lo que sí es común en estas representaciones es su ubicación dentro del edificio religioso: lo más cercano posible al altar, a la parte del Evangelio y la Epístola (derecha e izquierda respectivamente del sacerdote; izquierda y derecha, respectivamente del fiel que mira hacia el altar), ya que se trata de la representación de los cuatro evangelistas, no de la imagen de un santo o santa (¡cuidado con no cuidar el lenguaje inclusivo e incluso inclusiva!) venerado o venerada en dicha iglesia.

Tetramorfos. Biblia de Bury.

Metiéndonos ya en cintura con la faena-tostonazo que me propongo soltaros a bocajarro y quemarropa debemos primero entender que, cuando el cristianismo comenzó a representar a los cuatro vivientes o cuatro evangelistas, un porcentaje elevadísimo de cristianos eran analfabetos, no sabían leer ni escribir, y mucho menos hacerlo en las lenguas cultas de aquellos años, como era el latín y el griego. Bastante tenían con entenderse entre ellos en su propio idioma o propia lengua vehicular (palabrita ahora muy en boga y politizada hasta la saciedad por motivos monetarios e ideológicos, fundamentalmente). Por lo tanto, la única manera de poder comunicar a los fieles cristianos lo que querían decir, representar o comunicar las Sagradas Escrituras era a través de las imágenes, de las representaciones, fuera en el formato que fuera: piedra esculpida, pintura, vidrieras, imágenes de bulto, etc. Esas formas representativas se han venido manteniendo en la historia de la humanidad y las religiones; de ahí que en todas las iglesias, catedrales, eremitas y monasterios se mantenga la representación de los cuatro evangelistas aunque el ser humano ya sepa leer y escribir (otra cosa es que quiera hacerlo; mucho menos si ello supone un esfuerzo).

            Pero lo que quizás no sepa ese ser humano ilustrado o medio ilustrado (y muy poco iluminado) es de qué libro o libros de las Sagradas Escrituras procede la explicación de los cuatro vivientes. Realmente no hay un libro, sino dos (¿se pueden considerar o decir que son varios si son solo dos?): el Apocalipsis y el Libro del Profeta Ezequiel. Veamos qué dicen cada uno de ellos.

             Comenzamos por el Apocalipsis, libro profético atribuido a San Juan Evangelista (siento haceros leer; no es mi intención primigenia, pero …): “… Delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal, y en medio del  trono y enderedor de él cuatro vivientes llenos de ojos por delante y por detrás. El primer viviente era semejante a un león; el segundo viviente semejante a un toro; el  tercero tenía semblante como de hombre, y el cuarto era semejante a un águila voladora. Los cuatro vivientes tenían cada uno de ellos seis alas y todos en torno y dentro estaban llenos de ojos, y no se daban reposo día y noche, diciendo: Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es y el que será.” (Ap IV, 5-8).

            Veamos y leamos ahora lo que dice otra fuente bíblica que puede considerarse como el modelo en el que inspiró el autor del Apocalipsis a la hora de describir a sus cuatro vivientes, el Libro de Ezequiel: “En el centro de ella había semejanza de cuatro seres vivientes, cuyo aspecto era este: tenían semejanza de hombre, pero cada uno de ellos tenía cuatro aspectos, y cada uno cuatro alas. Sus pies eran rectos, y la planta de sus pies era como la planta del toro. Brillaban como bronce en ignición. Por debajo de las alas, a los cuatro lados, salían brazos de hombre, todos cuatro tenían el mismo semblante y las mismas alas que se tocaban las del uno con las del otro. Al moverse no se volvían hacia atrás, sino que cada uno iba cara adelante. Su semblante era este: de hombre y león a la derecha de los cuatro, de toro a la izquierda los cuatro y de águila los cuatro. Sus alas estaban desplegadas hacia lo alto; dos se tocaban las del uno con las del otro y dos de cada uno cubrían su cuerpo.” (Ez I, 5-11).

            En este último texto de Ezequiel podemos tener una visión que se podría denominar “cuatro vivientes clónicos”, seres que compartan una naturaleza física dividida en cuatro formas: hombre, león, toro y águila. El mismo Ezequiel se encarga de confirmarlo posteriormente en su mismo libro pero en unos capítulos posteriores[1]; en concreto en el capítulo X cuando afirma. “Cada uno tenía cuatro aspectos: el primero de toro; el segundo de hombre, el tercero de león, y el cuarto de águila. Se levantaron los querubines. Eran los mismos seres vivientes que había visto junto al río Kebar.” (Ez X, 14-15).

            Pormenorizando y analizando detenidamente los textos de ambos libros, se pueden apreciar ciertas diferencias entre ellos. Mientras en el Apocalipsis cada viviente viene identificado de forma individual por su semejanza a un determinado animal, en el Libro de Ezequiel son cuatro los vivientes que comparten la misma característica: “Cada uno tenía cuatro aspectos: el primero de toro; el segundo de hombre; el tercero de león, y el cuarto de águila.”.

            Sin embargo, ambos textos también tienen una gran similitud: en ninguno de los dos textos que sirvieron como fuente bíblica se habla de la identificación de los cuatro vivientes con la representación simbólica de los cuatro evangelistas; ni siquiera en el Apocalipsis, texto en el que se produce el paso de una identidad física personal para cada uno de los cuatro vivientes, una identidad física personal que acabaría identificando a cada uno de los cuatro vivientes con la forma determinada de un animal: león, toro, hombre y águila.

Iglesia Santa María la Blanca. Villacázar de Sirga. Palencia.

            Dejando a un lado momentáneamente las razones por las que se identifica cada viviente con un evangelista diferente, detengámonos un momento en la forma que tuvieron primigeniamente los teólogos redactores antiguos de la Alta Edad Media en representarlos.

Ya hemos dicho y hablado en infinidad de ocasiones a lo largo de todos estos años de tostonazos y adormideras que para que la gente de esa época, analfabeta hasta las meninges, pudiera entender y aprender las Sagradas Escrituras, debían de explicárselas por medio de las imágenes (los métodos audiovisuales tan cacareados de hoy día, que parecen que han sido un invento de psicopedagogos modernos encargados y empeñados en cargarse la compresión lectora de la humanidad ahora que ya saben todos leer y escribir; paradojas de la vida). Esa representación la manifestaron de diferentes maneras, maneras que aparecen en las diferentes formas y técnicas representativas. Estos tipos de imágenes podrían ser los siguientes:

  • Cuerpo humano y cabeza del viviente.
  • Símbolo, es decir, cuatro figuras independientes: hombre, león, toro, águila.
  • Viviente de tan sólo medio cuerpo y alado.
  • Hombres escritores de los Evangelios, con el libro abierto y colocando su símbolo al lado.
  • Cuatro ángeles sostienen en sus manos los símbolos del Tetramorfos, forma ésta última muy difícil de encontrar en general, pero con diversos ejemplos en la Península, por ejemplo, en el tímpano de Santo Domingo de Soria[2].

Iglesia Santo Domingo. Soria. 

Las formas y maneras de las expresiones plásticas del Tetramorfos o de los cuatro vivientes son las encargadas de singularizar y poner de manifiesto no el trabajo del maestro artesano, sino el pensamiento del teólogo redactor del programa iconográfico. Son estos detalles los que representan las ideas del verdadero teólogo de cada una de las obras o representaciones, pero quizás fuera más la utilización del tipo de representación en cada edificio religioso, época y lugar que los formatos en sí, ya que algunos tipos de representaciones no fueron fruto de esas ideas del teólogo, sino que pudieron inspirarse no sólo en fuentes literarias más o menos teológicas, sino también en fuentes artísticas, más concretamente en las egipcias y mesopotámicas. Si nos referimos concretamente a la representación de los cuatro vivientes con cuerpo de hombre y cabeza o rostro de animal, ese tipo de representación bien pudieron tener  influencia egipcia en los artistas cristianos. De hecho hay claros paralelismos entre el halcón solar Horus y el águila de Juan, o entre la leona Sekmet y el león de Marcos, o entre la vaca celeste Hathor y el toro de Lucas.

Quizás los que halláis llegado hasta aquí leyendo con gran fuerza de voluntad y con pocos cabezazos dados, tengáis en mente (si aún la tenéis despejada) alguna que otra representación diferente a las indicadas anteriormente. Sería otra forma y manera más de hacerlo, tan válida como las apuntadas anteriormente. Muchas veces, la gran variedad de formas impide abarcarlas e identificarlas en su totalidad. Desde estas líneas os exhorto a hacérmelas llegar para tener constancia de las mismas. Por ello os doy las gracias anticipadamente.

Avanzando y retomando nuevamente la relación entre los animales del Tetramorfos y su identificación con cada uno de los cuatro evangelistas, ya hemos indicado anteriormente que ni el Apocalipsis ni el Libro de Ezequiel dicen nada al respecto; tan sólo se limitan a nombrar la naturaleza física de los vivientes: hombre, león, toro y águila, pero no hay rastro de los nombres de los cuatro evangelistas, lo cual es tremendamente lógico ya que, por una parte, cuando se escribió el Libro de Ezequiel, perteneciente al Antiguo Testamento, aún no se habían escrito los Evangelios ni habían nacido sus escritores, por lo que con dificultad podrían asimilar cada viviente a un evangelista. Lo mismo podríamos decir del Apocalipsis, incluso con más razón, ya que dicho libro profético está atribuido a uno de los cuatro evangelistas: San Juan, lo que también invalida que fuera el propio San Juan quién se autoidentificara con uno de los animales, el águila en este caso. Luego, ¿de dónde viene dicha identificación o quién o quiénes fueron los que identificaron y atribuyeron a cada uno de los evangelistas con cada uno de los cuatro vivientes? Si lógico nos ha parecido que ninguno de los dos libros pudieran atribuir animales con evangelistas, igual de lógica es la respuesta a la pregunta formulada anteriormente: “ex nihilo nihil fit”, locución latina que significa “de la nada, nada se hizo” o “nada surge de la nada”, algo así como que todo está inventado, no hay nada que no pueda tener algún tipo de explicación. Pues bien, también en este caso la respuesta puede tener una explicación o, al menos, un principio de explicación, que no es otra que una herencia en el tiempo de un pensamiento o una creencia antigua que ha sido asimilada para beneficio propio o de una comunidad, cristiana o el cristianismo en el caso que nos ocupa.

Ya los antiguos babilonios creían que los cuatro animales que componen el Tetramorfos eran los que mejor representaban la creación por aquello que simbolizaban: el hombre, la inteligencia; el león, la nobleza; el toro, la fuerza; y el águila, el espíritu. Esta creencia babilónica podría haber sido asimilada por el profeta Ezequiel y utilizada para escribir su libro profético, ya que tanto Ezequiel como la fecha en la que se piensa que fue escrito dicho libro son contemporáneos al fin del imperio babilónico, a mediados del siglo VI a.C.[3] Por lo tanto, ya tenemos aquí una pequeña respuesta a la utilización y aparición de esos cuatro vivientes en el Libro de Ezequiel, como también tenemos una pequeña respuesta a la aparición de los mismos en el Apocalipsis, ya que, como hemos comentado al inicio de este tostonazo, el Libro de Ezequiel pudo ser el modelo en parte en el que pudo inspirarse el autor del Apocalipsis, lo cual demuestra nuevamente esa herencia y asimilación en el tiempo. Pero, ¿qué respuesta, por pequeña que sea, podemos dar a cómo se asimiló finalmente a cada viviente con un determinado evangelista? Creo que en este caso la repuesta es la herencia histórica, una vez más, y la búsqueda de una analogía entre esos cuatro animales importantes para los babilonios y el estilo literario o metafórico de cada uno de los evangelios, su finalidad final o “moraleja”.

Para esa búsqueda y su posterior encuentro “forzado”, algunos de los llamados Padres de la Iglesia comenzaron a investigar, pensar, hipotetizar, plasmar todo ello en sus correspondientes textos y tratar de llegar a un acuerdo entre ellos. Algunos propusieron una nómina de relación entre el símbolo de cada viviente y el evangelio que representaba. San Irineo, en su Adversus haerenses 3.11.8 proponía a Mateo como hombre, Juan como león, Lucas como toro, y Marcos como águila. San Agustín proponía en su De consensu evangelistarum 1.6.9 y 4.10.11 y en su Tractatus in Joannis evangelium 35.6 a Marcos como hombre, Mateo como león, Lucas como toro, y Juan como águila. El Pseudo-Atanasio proponía a Mateo como hombre, Lucas como león, Marcos como toro, y Juan como águila. Finalmente, San Jerónimo, en su Prologus quattuor evangeliorum propuso a Mateo como hombre, Lucas como toro, Marcos como león, y Juan como águila, propuesta que acabó triunfando sobre las demás y cuya primigenia representación en época románica dio forma a la representación que actualmente aparece en los edificios religiosos, tanto antiguos como de nueva construcción.

San Salvaddor – Agüero – Huesca.

Pero la propuesta de San Jerónimo no sólo fue la que identificó o asimiló cada animal con su evangelista, sino que, además, identificó a éstos con los cuatro momentos salvíficos en los que se puede dividir la vida de Jesucristo:

  • San Mateo – Hombre – Encarnación.
  • San Lucas – Toro – Pasión.
  • San Marcos – León – Resurrección.
  • San Juan – Águila – Ascensión.

“Para San Jerónimo, estos mismos animales se relacionan con los cuatro momentos más importantes de la vida de Jesucristo, que corresponden con los cuatro grandes misterios. El hombre, símbolo de la Encarnación de Jesucristo que nos hace saber que Jesús se hizo hombre. El buey o toro, víctima de la Antigua Ley, hace relación a la Pasión, pues el Redentor sacrificó su vida por la humanidad. El león, símbolo de la Resurrección, esto nos remite a los bestiarios, según los cuales: "Cuando duerme, sus ojos velan y permanecen abiertos"; para el Leccionario del Arsenal, el león simboliza claramente la figura de Jesucristo en la tumba: "El Redentor parece dormido en la muerte, como quiere la humanidad, pero en virtud de divinidad permanece inmortal y vigila". Hay una peculiaridad del león que es imagen de la resurrección de Cristo, y que cuenta el bestiario: "Cuando la leona da a luz a sus cachorros, los alumbra muertos y los cuida durante tres días hasta que al tercero llega el padre, exhala su aliento sobre la faz del cachorro y lo resucita. Así, el Omnipotente Padre Universal, al tercer día, resucitó de entre los muertos al Primogénito de toda criatura". El águila se relaciona con la Ascensión de Cristo; Jesús se elevó al cielo como el águila se remonta hasta las nubes: "La Ascensión está expresada en el vuelo del ave que se dirige al sol sin pestañear, tal como Jesucristo resucitado." En resumen, siguiendo lo anteriormente mencionado, se puede afirmar que Jesús fue hombre al nacer, buey al morir, león al resucitar y águila al ascender al cielo”.[4] 

Esta asimilación propuesta por San Jerónimo vendría fundamentada por el inicio de cada uno de los evangelios:

·         Hombre alado (ángel) – evangelio de San Mateo – Encarnación, ya que en su capítulo primero nos hace un repaso a la genealogía de Jesús y el misterio de la concepción de Jesús, misterio revelado a San José por un ángel.

·         Toro (ternero) – evangelio de San Lucas – Pasión, ya que su evangelio se inicia con el sacrificio en el templo de Jerusalén del sacerdote Zacarías, el padre de San Juan Bautista.

·         León – evangelio de San Marcos – Resurrección, cuyo evangelio identifica “la voz que grita en el desierto” con la del león.

·         Águila – evangelio de San Juan – Ascensión, ya que el inicio de su evangelio hace referencia a su elevación teológica cuando escribe: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios”.

A partir de esta base teológica, los teólogos redactores de los programas iconográficos comenzaron a proponer a los maestros canteros o pictóricos sus diferentes programas, por lo que cada teólogo acabó adoptando su propia filosofía teológica a esta base común de la interpretación simbólica del Tetramorfos, una base compleja, como se ha podido apreciar.

Esa complejidad teológica sólo era entendible por los teólogos redactores y por muy pocas más personas; si acaso algún que otro maestro escultor, constructor o pictórico, pero por pocas personas más, ya que, como hemos repetido y repetido, las personas de la Alta Edad Media, época en la que se gestó esta base teológica, eran mayoritariamente analfabetas, por lo que nunca entendieron correctamente y nunca supieron en realidad que el significado de cada animal o viviente con su evangelista había nacido de esa síntesis entre los libros bíblicos del Apocalipsis y el Libro de Ezequiel, además de los textos teológicos de San Jerónimo y demás Padres de la Iglesia. Eso sí, como buenos “creyentes” y fervores hacendosos de actos de fe (muchas veces por la cuenta que les tenía; seamos serios) acabaron leyendo de forma correcta, y en un formato reducido, la equivalencia entre animal y evangelio (ya por aquellos años de incultura estaba ese “modus operandis” propagandístico que hacía que algo fuera verdad y calara entre los miembros de una sociedad si se repetía una y mil veces. ¡Y nosotros creyendo que es una herramienta propagandística del siglo XX!). Los textos bíblicos eran considerados en esos momentos verdadera Palabra de Dios, es decir, una verdad incuestionable, y los textos teológicos de los Padres de la Iglesia eran criterio de autoridad eclesiástica. Ambas autoridades, junto a su analfabetismo, hacía que pocas dudas surgieran acerca de aquella verdad cada vez más arraigada entre los cristianos de aquellos años, verdades y criterios eclesiásticos que han llegado a nosotros en nuestros días sin apenas modificaciones.

Santa Comba de Bande – Orense.

Por hacer una pequeña síntesis de todo lo que se ha desarrollado en este tostonazo, y por no perdernos demasiado entre tanta maleza dialéctica, hagamos un breve resumen de todo lo aportado hasta ahora.

Las equivalencias entre los animales del Tetramorfos y su asimilación a un determinado evangelista para su reconocimiento por el cristiano a partir de todo lo acontecido y redactado en su correspondiente evangelio, podría ser la siguiente:

·         San Mateo – Hombre/ángel – Encarnación – el cristiano tiene que aspirar a convertirse en hombre porque es el único animal racional.

·         San Lucas – Toro/ternero – Pasión – el cristiano tiene que parecerse al buey porque renunció a los placeres para sacrificarse.

·         San Marcos – León – Resurrección – el cristiano tiene que ser el león porque es valeroso y, como los justos, renunció a todo.

·         San Juan – Águila – Ascensión – el cristiano tiene que parecerse al águila que vuela por las alturas, y que mira al cielo sin apartar la mirada, como el cristiano tiene que contemplar las cosas eternas.

Jesús fue un hombre al nacer, buey al morir, león al resucitar, y águila cuando ascendió al cielo (Christus erat homo nascendo, vitulus moriendo, leo resurgendo y aquila ascendendo).

Esta última afirmación podría ser una pequeña síntesis de todo lo comentado hasta ahora, síntesis que no deja de tener su algo de “invención teológica” por parte de los Padres de la Iglesia al tratar de equiparar cada uno de los evangelistas con un animal del Tetramorfos. Ellos lo decidieron así. Uno de ellos, San Jerónimo, fue el que “se llevó el gato al agua” (por seguir con un símil de animal) y, a partir de ahí, todo ha sido copiar y cantar, si saber realmente porqué se hacía esa representación y qué mensaje teológico nos querían transmitir. Eso antes, en la Alta y Baja Edad Media, pero también ahora, no lo olvidemos, ya que, tanto antes como ahora, por encima de cualquier postulado o mensaje teológico, siempre se encontrará el criterio espiritual del teólogo redactor, sobre todo, y en mayor medida, en época antigua, teniendo como tal a la Edad Media fundamentalmente. Por ello y para ello, existieron libros de teología plástica que interpretaron las conveniencias del pensamiento de ese teólogo redactor.

Bueno, esto parece que marcha. Ya he comenzado a oír los ronquidos que presagiaban los pegadizos abrimientos de boca de los que creían que podían llegar hasta el final de este tostonazo. ¡Ilusos ellos! ¡No sabían lo que les venía encima! … y es que no aprendemos. Pensamos que podemos, unidos o unidas, pero realmente no podemos, ni unidos ni unidas (nuevamente lenguaje inclusivo que a la postre se convertirá en excluyente; tiempo al tiempo. Pero el tiempo es el gran consolador; pelillos a la mar dentro de unos años).

Continuará (como en las películas de terror).



[1]  En el Apocalipsis también hace varias referencias a la expresión “cuatro vivientes” descrita en el capítulo IV; en concreto en Ap V, 6, 8 y 11; Ap VII, 11; Ap XV, 7, y Ap XIX, 4.

[2] La originalidad de este tímpano presenta a la divinidad bajo la apariencia de una Trinidad Paternitas, sustituyendo a la Maiestas Domini por la Maiestas Trinitatis flanqueada por cuatro ángeles que sostienen los cuatro símbolos de los evangelistas, situando el origen de esta peculiar iconografía en Bizancio. Podemos encontrar paralelismos de este tímpano con el de Moradillos de Sedano.

[3] Ezequiel vivió en Babilonia en el s. VI a.C., de modo que los vivientes por él descritos, fácilmente podrían haberse inspirado en los toros alados de rostro humano que flanqueaban algunas de las entradas de los palacios asirios, como por ejemplo los del palacio de Sargón II.

[4] MANSO MARÍN, Esperanza y  SÁNCHEZ-RUBIO SACRISTÁN, María. Orígenes y fuentes de la iconografía del Tetramorfos en la pintura románica castellano-leonesa. Artículo electrónico.