sábado, 27 de julio de 2019

VÍRGENES NEGRAS (II) - MADRE-TIERRA DIOSA-MADRE MAGNA-MATER

VÍRGENES NEGRAS (II)
(Madre-Tierra, Diosa-Madre, Magna-Mater)
           

Como se ha podido comprobar en la primera parte de este miniestudio acerca de las vírgenes negras, las mismas no han aparecido ni por asomo;  tan sólo se ha realizado una breve introducción y una miniexplicación a la aparición del culto mariano y la “desaparición” del culto a la Madre-Tierra o Magna-Mater. Pero de negrura, nada de nada.

        La breve introducción puede considerarse como un punto de partida para comprender la aparición del culto a la Virgen María. Podrá estar mejor o peor enfocado, mejor o peor realizado, mejor o peor expresado canónicamente. Eso, para los más creyentes debe darles un poco lo mismo. Los feligreses católicos deben tener siempre presente lo que ha enseñado y enseña la Iglesia Católica. Para los demás, esta introducción puede servirles para comprender el trasfondo arquetípico que subsiste en el culto mariano. Para los más escépticos, quizás pueda serles más comprensible el enfoque sincrético para que capten la sacralidad de estos argumentos. Yo, haciendo uso de mi condición eclesiástica, me atrevería a recordaros las palabras dichas por el papa Juan Pablo II en 1984: “La Iglesia ayudará a todos los creyentes a respetar y a tener en gran estima los valores, tradiciones y convicciones de los otros creyentes… Siendo consecuentes con la propia fe, también es posible compartir, comparar y enriquecer las experiencias espirituales así como los caminos que llevan al encuentro con Dios.” Ese encuentre con Dios aludido por el papa puede darse en cada uno de nosotros con nuestro propio Dios, con nuestra propia creencia más interna e intensa, con nuestro propio significado final de nuestra vida, con lo más profundo de nuestro ser, siempre que ese dios profundo y faro de nuestra vida nos ayude a comprender a todos los demás que tienen un dios diferente al nuestro.
Juan Pablo II. Iglesia de Santa Eufemia. Ourense
Pero tanto unos como otros, creo que deberían tener claro que el culto mariano, mejor dicho, el culto a una divinidad femenina, es muy anterior al culto a Jesús como Hijo de Dios, con la correspondiente y consiguiente aparición del cristianismo.

Como ha quedado manifestado anteriormente, el culto a la tierra o Madre-Tierra se produce como consecuencia de las creencias antiguas acerca de la creación de la vida, de la similitud entre el parto de la mujer cuando nace un nuevo ser humano y la fertilidad de la tierra cuando produce los productos necesarios para la subsistencia del mismo. Ese binomio formado por una madre y por la tierra es el que crea esa divinidad Madre-Tierra adorada por todas las culturas desde que la humanidad es la humanidad, y cuando toma conciencia de la vida, la muerte y la regeneración de la tierra.

            Las culturas antepasadas neolíticas agricultoras encontraron una total analogía entre la fertilidad de la mujer y la de la madre naturaleza. Establecieron la identificación de la vida de la naturaleza con la vida femenina y sus funciones; ambas tenían las mismas funciones con respecto a dar la vida. La madre de familia y la madre naturaleza cumplen funciones equivalentes. Y así ocurre que la Madre-Tierra o Diosa-Madre se encuentre en los orígenes de todas las mitologías, incluidas las griegas y las del pueblo judío. En la raíz de todos los mitos históricos estuvo la creencia de una divinidad femenina: diosa que reunía los poderes fecundantes y fertilizantes de la naturaleza.

            La aparición y expansión del cristianismo trató de anular o de exterminar ese culto a la Madre-Tierra o Diosa-Tierra. Cuando tuvo conciencia que le era imposible su erradicación total, comenzó con un proceso sincrético para asimilar y transformar ese culto ancestral y considerado pagano en otro tipo de culto adaptado a las nuevas creencias que deberían regir a partir de ese momento.

            Isis, Artemisa, Diana, Kali, Cibeles, Démeter, Proserpina, Inanna, Isthar, Astarté, Tanit, Belisana. Todos ellos son nombres de diosas relacionadas con la Magna-Mater o Diosa-Tierra de diferentes culturas ancestrales, tales como la fenicia, la púnica, la egipcia o la celta. De algunas de ellas podremos tener más o menos conocimiento de su existencia pero muy pocos son los que las asocian a cultos de la Madre-Tierra, y muchos menos los que las asocian a la propia Madre-Tierra que engendran y dan a luz “niños divinos”; tal es el caso de la Isis egipcia, que da a luz a su hijo Horus incluso después de la muerte de su esposo Osiris, asesinado por su hermano Set.


Representaciones de Isis

            Y ahora os preguntaréis: ¿es posible que la Virgen María sea la misma imagen que Venus, Afrodita o que Cibeles, Hathor, Isthar y las otras divinidades? (No hace falta decir que dar una relación de todas las diosas de la antigüedad relacionadas con la Madre Tierra, y la época y función religiosa que cumplieron durante su adoración, no se adapta a la finalidad de este trabajo).

            Está claro que ningún buen católico se arrodillaría ante la imagen de cualquiera de las divinidades nombradas anteriormente, no ya por el tiempo y la época de unas y de otro sino por su significado religioso y dogmático. Sin embargo, todos los temas míticos atribuidos ahora dogmáticamente a María como ser humano histórico pertenecen (y pertenecieron en la época y lugar del desarrollo de su culto) a aquella Diosa-Madre de todos los seres, de quién tanto María como las otras eran manifestaciones locales: la madre-esposa del dios muerto y resucitado, cuyas primeras representaciones conocidas ahora se deben situar, como mínimo, hacia el año 5500 a.d.C. Es recomendable recordar las palabras que la diosa Isis (tampoco es tema para describir los hechos y acontecimientos relacionados con esta diosa egipcia) dirigió a su “iniciado” Apuleyo hacia el año 150 a.d.C.: ”Yo soy la madre natural de todas las cosas, señora y guía de todos los elementos, progenie primera de los mundos, la primera entre las potencias divinas, reina del infierno, señora de los que moran en los cielos, en mis rasgos se conjugan los de todos los dioses y diosas. Dispongo a mi voluntad de los planetas del cielo, de los saludables vientos de los mares, y de los luctuosos silencios del mundo infernal …. Mi divinidad es adorada en el mundo entero bajo diversas formas, con distintos ritos y por nombres sin cuento.

            Releyendo detalladamente estas palabras podemos hallar ciertas similitudes (salvando las distancias) con las letanías que actualmente se rezan el rosario “oficial” o canónico de la Iglesia Católica, lo que podría avalar ese sincretismo anteriormente aludido y poco cuestionado.

Izquierda: Isis. Derecha: Virgen María
           
De ese sincretismo también hablamos ya anteriormente. Cualquiera que sea creyente, ateo, agnóstico o de cualquier otra ideología religiosa lo entiende perfectamente. Pero el tema a tratar no es explicarlo, justificarlo ni desarrollarlo; tan sólo es enlazar las divinidades antiguas de la Madre-Tierra con la Madre de Jesús, la Virgen María, la Theotokos de Éfeso.

            A partir del concilio en esa ciudad y el Concilio de Calcedonia (451), el culto a María, amparado en la “legalidad sincrética”, fue poco a poco asimilado por toda la población, aunque ésta nunca dejaría de asimilar la naturaleza y “lo femenino” con la tierra y, más concretamente, con el color de la tierra fértil: negra, oscura.

            Su avance entre la población no estuvo exento de altibajos, teniendo especial relevancia el siglo VIII, con el reinado de Carlomagno, cuando éste decidió sustituir o frenar su culto para centrarse fundamentalmente en el culto a Jesús; se trató de frenar cualquier vestigio de su adoración y divinidad,  poniendo el foco exclusivamente en la figura de Jesús como Hijo de Dios. Carlomagno eliminó o prohibió cualquier representación de la Virgen María, aduciendo que tales figuras representaban divinidades creadas por el ser humano, no por Dios. Hubo que esperar a la época cisterciense, con San Bernardo de Claraval a la cabeza, para el resurgimiento, florecimiento y asentamiento del culto mariano.

                Carlomagno

            Ese resurgimiento coincide en el tiempo en un momento históricamente cercano al Milenio, donde confluyen la tradición celta cristianizada, la cristiano visigoda y las romanas oriental y occidental. A ello se unió la aparición de las órdenes monásticas, siendo los anteriormente citados cistercienses una de las más importantes. Fue el resurgir de una tradición, de un culto, el resurgir de María, Nuestra Señora, Notre Dame.

            A San Bernardo de Claraval se le conoce como el “Doctor Mariano”. Se adelantó a su tiempo al considerar a la Virgen María como medianera de todas las gracias y poderosa intercesora nuestra ante su Hijo. A él se le deben las últimas palabras de la Salve: ¡Oh Clementísima!, ¡Oh Piadosa!, ¡Oh Dulce Virgen María! También él fue el que utilizó las frases del Apocalipsis para referirse y designar la Virgen María: “Una gran señal apareció en el cielo, una mujer vestida de sol, la luna bajo sus pies, y la corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Apocalipsis 12,1) (¿Os habéis fijado en cualquier representación escultórica o pictórica de la Inmaculada Concepción? ¿Lleva corona de doce estrellas y una media luna a los pies?) Pero como contradicción, siendo San Bernardo tan devoto de María, no aceptaba la creencia ya extendida en su tiempo de la Concepción Inmaculada de María. Él siempre declararía que su opinión al respecto la sometía a la autoridad de la Iglesia[1].

San Bernardo de Claraval
            Aun así, nunca se olvidó por completo a la Madre-Tierra, y en aquellos lugares donde hubo un santuario dedicado a la Madre-Tierra, se instaló un santuario a la Virgen, pero con una nueva particularidad: la Virgen a la que se comenzaba a venerar era una Virgen negra, en clara alusión al color oscuro de la tierra. Pero la negrura de su tez no representaba sólo y exclusivamente la  tierra, sino también evocaba a grutas, cavernas, criptas,  etc.; en definitiva, el seno de la tierra en el que la vida se elabora en lo negro, que a su vez nos remite inmediatamente al seno materno. Nuevamente aparece  la  relación de la Madre-Tierra con todo el misterio de la vida, la gestación del  trigo en la tierra, la gestación del embrión en el vientre de  la madre. En lo profundo del  cuerpo materno se esconde la luz del mundo. Fertilidad, fecundidad.



[1] San Bernardo también fue un fervor defensor de la Orden del Temple, cuyos freires también llamaban Nuestra Señora a la Virgen María. Numerosas catedrales, iglesias y ermitas están o estuvieron bajo la advocación de dicha Notre Dame; hay quien incluso atribuye el título de Notre Dame al culto a María Magdalena en vez de a la Virgen María por parte de los templarios. Dichos freires difundían el culto a María Magdalena como madre del linaje de Jesús, pues éste, según los templarios, habría tenido descendencia. Tampoco es un asunto a tratar en este minitrabajo, toda vez que todo lo relacionado con el Temple acerca de este tema deberíamos tratarlo con la máxima prudencia y discreción ya que, con la desaparición de los mismos, desapareció casi toda la documentación sobre ellos, y lo que ha llegado a nosotros está todo basado más en conocimientos y transmisiones orales que escritos.




lunes, 15 de julio de 2019

VÍRGENES NEGRAS (I)



            ¿Por dónde empiezo sabiendo quién soy y lo que soy?

            Siendo sincero, desde hace bastante tiempo tenía ganas de hablar acerca de este tema tan escabroso para mi condición y profesión, pero tan desconocido y a la vez tan misterioso, atrayente y vetado para la mayoría de los cristianos; no así para los gnósticos y ateos, que lo suelen utilizar como arma arrojadiza contra todos aquellos que no tienen sus mismas creencias (si es que tienen alguna, pensaréis más de uno, pero que realmente las tiene por su propia condición de ser humano).

            Es un tema escabroso porque puede resultar inmoral para las personas como yo pertenecientes al clero o a la Iglesia Católica, y misterioso, atrayente y vetado para la mayoría porque podría poner de manifiesto lo que algunos ya pensaban de la Iglesia Católica y la religión católica. Aún así, lo considero un tema más atrayente y misterioso que escabroso; de ahí el hacerlo aún a sabiendas de lo que realmente puede suceder. El espíritu crítico de cada uno debería prevalecer sobre la opinión a ciegas, aquella que se defiende a capa y espada sin tener un conocimiento real y claro acerca del cual se manifiesta.

            En los últimos tiempos, y más especialmente hoy día, la fe en lo sobrenatural se considera una creencia primitiva, arcaica, desfasada y, en el mejor de los casos, una creencia patética, nacida de una neurosis y de una inseguridad personal y emocional; de ahí esa campaña actual contra cualquier manifestación religiosa de todo tipo e ideología. Imagineros o pasos de Semana Santa son considerados muñecos o muñecos lujosos que le abren la puerta a la crítica barata, demagoga y sucia contra la Iglesia Católica, sus posesiones arquitectónicas, sus dispendios económicos en ajuares y ropajes, y la nula ayuda a refugiados, inmigrantes y personas sin hogar (según argumentan ellos con el mayor inquinamento posible).

            Sin embargo, aunque es fácil rechazar las creencias de los demás por irracionales o equivocadas (en el mejor de los casos), es raro no sostener absolutamente ninguna opinión personal acerca delo que subyace a nuestra existencia. La variedad de teorías y divinidades a las saque se atribuye el enigma de la vida es interminable, y ha suscitado algunos de los conflictos más candentes de la historia, entre ellos la religiosidad natural de la humanidad: la necesidad de mantenerse en contacto con una fuerza superior cuya presencia puede ser invocada, aplacada o desafiada, y que, si las respuestas humanas son apropiadas, pueden influir en la vida de los creyentes. La creencia en los divino es sencillamente una proyección de la necesidad humana de creer en la existencia de la algún plan u orden deliberado. Se esgrimen argumentos persuasivos para autoconvencerse, por encima de cualquier duda o escepticismo, sobre la realidad de su fe. Cualesquiera que sean las convicciones personales de un individuo, no se puede dudar de la influencia que en él ejercen las numerosas creencias, tanto actuales como pasadas. De ahí que creer en algo, sea una diosa de la tierra o en un horóscopo mensual o semanal, sea considerado extraño, esté mal visto por aquellos que no tienen las mismas ideas (actitud muy propia del ser humano). Eso mismo les pasa a los ateos: creen en cualquier cosa que ellos consideran vital o motor de su vida, pero rechazan las creencias de los demás, sobre todo si esas creencias tienen algo que ver con la religiosidad, con Dios, la Virgen o cualquier otra divinidad relacionada con la Iglesia Católica.

            Pero el ser humano siempre ha sentido la necesidad de creer en algo; es inherente a su propia existencia, y para muchos creyentes católicos y, sobre todo, para los que se sienten ajenos al dogma, cada día es más necesario complementar su fe y sus creencias y conocimientos con lo que aporta la antropología en sus diversas facetas.

            Y quizás esté aquí, en la antropología, el punto de partida necesario y casi obligado para comenzar a entender el “conflictivo” mundo de las Vírgenes Negras.

            En los albores de la prehistoria, el hombre era el encargado de la caza y de conseguir el alimento para su subsistencia, mientras que la mujer era la encargada de la recolección. Ello hacía que fueran personas nómadas, sin un sitio fijo donde establecerse, buscando tanto caza como recolección en distintos lugares y emplazamientos. Con la llegada de la “revolución neolítica” o “revolución agrícola” apareció la agricultura, potenciando la tradicional tarea de la mujer, ya que era ella la que seguía recolectando todo lo sembrado, lo que acarreó una nueva valoración del elemento femenino dentro de esa comunidad que dejó de ser nómada para irse estableciendo poco a poco en lugares definidos y determinados. Hasta entonces, no se reconocía una relación entre el hecho de engendrar (germinar la semilla dentro de la tierra) y dar a luz (engendrar un nuevo ser humano en el seno interno de la mujer).

Mujeres en la prehistoria.
Cueva de Cogul. Comarca de las Garrigas. Lérida

            La agricultura y su estrecha relación con el sol, la luna y la tierra propiamente dicha pasaron a ser su referente de subsistencia. La necesidad de creer en algo les condujo a rendir cuentas y culto al día y la noche, al sol y a la luna, por ser los astros que dirigían el culto de la vida más cercana a la naturaleza, de la vida diaria y su propia subsistencia. La tierra era el punto inferior de sus creencias, mientras que el sol y la luna se encontraban en el superior. Pero la relación era muy estrecha. La tierra era la creadora de la vida, la dadora de los alimentos que permitía la supervivencia humana. En ella se sucedían los fenómenos naturales en los que el hombre basaba sus creencias. Tormentas, terremotos, vientos, mareas; todo se debía a la tierra, semilla de la existencia. La tierra primigenia era fecundada por el sol para convertirse en fuente de toda vida. La tierra se convertía en lo femenino, mientras que el sol era lo masculino. La naturaleza y el universo nacían siempre del encuentro y la síntesis de un principio masculino y otro femenino. Se comenzó a relacionar las fuerzas fecundas de la tierra y las de la mujer, lo que desembocó en el culto a la Madre Tierra, la Magna Mater, la Gran Madre, la primera divinidad que englobaba todo el universo humano.

            A partir de ese momento, el hombre comenzó su adoración a esa Gran Madre Tierra, celebrando ritos y acontecimientos relacionados con el fertilidad, las cosechas, la salud, la familia; todo lo relacionado con la vida del hombre en la tierra, como miembro de una sociedad o ente familiar. Agradecía a la Madre Tierra su generosidad y su poder regenerador, rindiéndole culto en santuarios rurales que se fueron diseminando por toda Europa. Se divinizó a la Madre Tierra como dadora de vida y de muerte. Su culto era esencialmente femenino, y las antiguas culturas así lo fueron reflejando, creando sus propias creencias y religiones tan afines al ser humano y su propia existencia.


Diosas Madre

            No fue hasta la ulterior expansión del cristianismo cuando ese culto femenino fue definitivamente sustituido por el masculino. La creación y la llegada del cristianismo lo cambio todo. Ahora se trataba de adorar a Dios, encarnado en la figura de Jesús Mesías. Con el cristianismo, el culto masculino se convierte en el redentor del hombre, pero el culto a la Diosa Madre no pudo, ni ha podido ser desarraigado del seno de la humanidad.

            Los primeros cristianos fueron conscientes de la resistencia por parte de los fieles de la Diosa Madre a aceptar los fundamentos de un dios único propugnado por un cristianismo ya jerarquizado a imagen y semejanza del imperio romano. Por ello tuvieron que conciliar el naciente cristianismo con esas religiones arcaicas basadas en divinidades femeninas. Tuvieron que dar forma a una nueva divinidad femenina que se asimilara a la Diosa Madre de los ritos antiguos y que concentrara en una misma imagen los poderes ancestrales y las nuevas revelaciones cristianas. Los padres del cristianismo observaros que, aunque la población comenzaba a creer en el Mesías, no abandonaban sus ritos anteriores y ancestrales. La solución que dieron para erradicar estas creencias tan arraigadas fue cambiar los nombres de sus dioses por santos, y sustituir las festividades ligadas a acontecimientos de la naturaleza por hechos cristianos, adaptando algunos de los símbolos o mitos que se venían venerando desde hacía siglos. Realmente lo que hicieron los padres del cristianismo fue sincretizar, es decir, juntar o unir dos tendencias o corrientes: la antigua, matriarcal, con divinidad femenina en la Madre Tierra, y la otra actual, patriarcal, con la figura de Jesús Mesías. En sus orígenes, la palabra sincretizar procede de la palabra synkretizein, que significa aliarse contra un enemigo común, palabra muy apropiada para describir ese proceso “usurpador” (¡menuda palabra para quién escribe!) del cristianismo hacia religiones ancestrales ya existentes, pero paganas a los ojos de la nueva religión naciente.

            A partir de este punto surge una pregunta cuya contestación aclara perfectamente este proceso sincretizador y nos coloca en un nuevo punto de partida para comprender los inicios de la divinización de María, madre de Jesús y su conversión en la Virgen María: ¿sabían los primeros cristianos quién era la madre de Jesús o cuando el cristianismo se oficializó y se fusionó con el paganismo tuvieron que darle una continuidad al culto a la Magna Mater o Madre Tierra que por los años del siglo II estaba muy de moda en el imperio romano? Sólo cuando el cristianismo optó por su “paganización” como única alternativa para conseguir prosélitos entre los “gentiles europeos”, el culto a la Virgen comenzó a tomar realmente auge. No podemos olvidar las palabras de San Pablo a los gálatas hacia el año 52 d.C.: “… envió Dios a su hijo, formado de una mujer y sujeto a la ley”, por lo que por aquellos años se la consideraba más bien una mujer corriente que había dado a luz a un hijo extraordinario. El estado virginal de María, por esas fechas, no parecía que suscitara gran interés entre los primeros cristianos, y así se pone de manifiesto en el Nuevo Testamento, ya que en este libro canónico no aparecen muchas referencias a la Virgen María. Nada se conoce sobre su vida, excepto los momentos de máxima integración con Cristo: escenas de la infancia, crucifixión, resurrección y Pentecostés. Lo relativo a su familia, su infancia, las circunstancias y pormenores de su matrimonio, su vida durante el apostolado de Cristo, sus últimos años y su muerte son hechos que interesan al pueblo y que sin embargo son silenciados por los textos canónicos (no así por algunos textos apócrifos). Tampoco se especifica en estos textos nada sobre su función teológica o la necesidad de su culto, aspectos que interesan esencialmente a la Iglesia, ya que la figura de la Virgen María ha sido a menudo el blanco de las críticas más exacerbadas al cristianismo (léase dogma de la concepción virginal de María, entre otros).

            Esas críticas comenzaron bien pronto a tener presencia en el cristianismo, prácticamente al unísono se su implantación, desarrollo y expansión. En el siglo IV, durante la expansión y difusión del cristianismo, en vez de encarnar el culto en una Diosa Tierra o Diosa Madre, lo encarnaba en la Virgen María, una mujer a la que hacen ocupar un lugar inferior en el panteón, mientras que la divinidad se le conceden a su Hijo: Madre Virgen de un hijo divino que sustituye a la Diosa Virgen. Los aspectos divinos del Diosa Madre atribuidos a la madre de Jesús, divinizando así la figura de María, fue el motivo de la oposición mostrada por un sector del clero a esta falsificación. Nestorio fue su principal impulsor por aquellos años.

            Nestorio, un monje antioquiano, fue nombrado patriarca de Constantinopla a principios del siglo V. De él se decía que tenía una gran elocuencia y un enorme poder de persuasión de las masas. Fue por ello por lo que el influjo de su predicación tuviera gran relevancia y calara en una significativa parte de la población constantinopolitana. Entre los años 428 y 431 se opuso y se enfrentó a la jerarquía de la incipiente Iglesia, sugiriendo que María era sólo la madre de la naturaleza humana de Jesús, pero no su naturaleza divina; es decir, la Virgen María era madre de Cristo (Christotokos), pero no madre de Dios (Theotokos). Obviamente, tanto el papa que dirigía los designios de la Iglesia por aquellos años, Celestino I, como Cirilo, el patriarca de Alejandría, condenaron la teoría nestoriana como herética.

Nestorio

            El emperador Teodosio II intentó calmar la situación convocando un concilio en la ciudad de Éfeso en el año 431, el concilio de Éfeso. En ese concilio se debía decidir sobre la naturaleza de María: Madre de Dios (Theotokos) o madre de la naturaleza de Cristo (Christotokos). El acuerdo al que llegaron todos aquellos que participaron en dicho concilio fue declarar a María como Theotokos, Madre de Dios, y no como madre de Cristo, haciendo especial hincapié en la naturaleza divina de Cristo. Al mismo tiempo, los argumentos de Nestorio fueron condenados como heréticos. Nestorio fue depuesto de su cargo y condenado al destierro, pasando los últimos años de su vida en Egipto. A partir de ese concilio comenzó una sangrienta persecución de los veneradores de la Madre Tierra, sus seguidores, sacerdotisas y sacerdotes fueron masacrados sin piedad por los fanáticos del cristianismo, sus templos despojados y destruidos.

Concilio de Éfeso

            Posteriormente, en año 451, se celebró un nuevo concilio en Calcedonia, el concilio de Calcedonia, donde tan sólo tuvieron que refrendar todo lo acordado en Éfeso: la madre de Jesús era la Theotokos, la Madre de Dios, ya que dio a luz a Jesús, que era totalmente divino y humano. Desde ese momento, María ha sido honrada como la “Madre de Dios” por los católicos, ortodoxos y la mayor parte de los protestantes, expresando oficialmente el dogma de la Maternidad Divina.

          ¡Hasta pronto!