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jueves, 19 de mayo de 2011

EL SIGNIFICADO DE LA MUERTE, SEGÚN COOMARASWAMY

  A.K. Coomaraswamy... Extraído de "Artículos selectos-Metafísica"
 
El significado de la muerte está inseparablemente ligado al significado de la vida. Nuestra experiencia animal es solo de hoy, pero nuestra razón tiene en cuenta también mañana; de aquí que, en la medida en que nuestra vida es intelectual, y no meramente sensacional, nosotros estemos interesados inevitablemente en la pregunta, ¿Qué deviene de «nosotros» en el mañana de la muerte? Evidentemente, es una pregunta que solo puede responderse en los términos de qué o de quién somos «nosotros» ahora, mortales o inmortales: una pregunta sobre la validez que nosotros atribuimos, por una parte, a nuestra convicción de ser «este hombre, Fulano», y, por otra, a nuestra convicción de ser incondicionalmente.

Toda la tradición de la “Philosophia Perennis”, Oriental y Occidental, antigua y moderna, hace una clara distinción entre existencia y esencia, devenir y ser. La existencia de este hombre Fulano, que habla de sí mismo como «yo», es una sucesión de instantes de consciencia, de los cuales jamás hay dos que sean el mismo; en otras palabras, este hombre jamás es el mismo hombre de un momento a otro. Nosotros conocemos solo el pasado y el futuro, nunca un ahora, y así nunca hay un momento con referencia al cual nosotros podamos decir de nuestro sí mismo, o de toda otra presentación, que ello «es»; tan pronto como nosotros preguntamos qué es ello, ello ha «devenido» otro; y se debe solo a que los cambios que tienen lugar en un periodo breve son usualmente pequeños por lo que nosotros confundimos el incesante proceso con un ser efectivo.

Esto es válido tanto para el alma como para el cuerpo. Nuestra consciencia es una corriente, todo fluye, y «tú nunca puedes meter tus pies dos veces en las mismas aguas». Por otra parte, considerada individualmente, cada corriente de consciencia ha tenido un comienzo y, por consiguiente, debe tener un fin. (...) El universo, por muchos «mundos» (es decir, lugares de composibles) diferentes que pueda considerarse abarcando, no puede considerarse aparte del tiempo; por ejemplo, nosotros no podemos preguntar, ¿Qué estaba haciendo Dios antes de crear el mundo? O, ¿Qué estará haciendo él cuando el mundo acabe?, debido a que el mundo y el tiempo son concomitantes y no pueden considerarse aparte. Si suponemos que el universo ha tenido un comienzo, también suponemos que acabará cuando el tiempo y el espacio ya no sean; y eso significará que todo lo que existe en el tiempo y el espacio debe acabar más pronto o más tarde. Recalcamos este punto debido a que es importante comprender que las «pruebas» espiritistas de la supervivencia de la personalidad, incluso en el caso de que debiéramos aceptar su validez, no son pruebas de la inmortalidad, sino solo de una prolongación de la existencia personal. Presuponer una supervivencia de la personalidad es solo posponer el problema del significado de la muerte.

Así pues, toda la tradición de la que estoy hablando asume, y a este respecto está de acuerdo con la opinión del «materialista» o «positivista», que para este hombre, Fulano, que tiene tal y cual nombre, apariencia y cualidades, no hay ninguna posibilidad de una inmortalidad; su existencia, bajo las condiciones que sean, es una existencia siempre cambiante, y «todo cambio es un morir». Se sostiene, igualmente sobre los terrenos de la autoridad y de la razón, que «este hombre» es mortal, y que no hay «ninguna consciencia después de la muerte». Todo lo que ha nacido debe morir, todo lo que es compuesto debe descomponerse, y sería vano afligirse por lo que es inherente a la naturaleza misma de las cosas.

Pero la cuestión no acaba aquí. Es cierto que nada mortal por naturaleza puede devenir inmortal, no importa que sea mucho o poco el tiempo que ello pueda durar. Sin embargo, la tradición insiste en que nosotros debemos «conocer nuestro sí mismo», qué y Quién somos. Al confundir nuestra intuición-de-ser con nuestra consciencia-de-ser-Fulano, nos hemos olvidado de nosotros mismos. De hecho, se trata de un caso de amnesia y de identidad equivocada. Recordemos que una «persona» es primariamente una máscara y un disfraz asumido, que «todo el mundo es un escenario».
(...)
De la respuesta a esta pregunta depende la respuesta a la pregunta, ¿Qué acontece al hombre después de la muerte? Sin embargo, por lo que se ha dicho, es evidente que esta es una pregunta ambigua. ¿Con referencia a quién se pregunta, a este hombre o al Hombre? En el caso de este hombre, nosotros solo podemos responder preguntando, ¿Qué hay de él que pueda sobrevivir de otro modo que como una herencia en sus descendientes? y en el caso del Inmortal, solo preguntando, ¿Qué hay de él que muera? Si en esta vida —y «una vez fuera del tiempo, vuestra oportunidad ha pasado»— nosotros hemos recordado nuestro Sí mismo, entonces «Eso eres tú», pero si no, entonces «grande es la destrucción».

Si nosotros hemos conocido a ese Hombre, nosotros podemos decir con S. Pablo, «Vivo, pero no yo, sino Cristo en mí». (...) Este hombre, Pablo, anunciaba así su propia muerte; las palabras «Contemplad a un hombre muerto andando» podrían haberse dicho de él. ¿Qué quedó de él sobreviviendo cuando el cuerpo cesó de respirar, sino Cristo? —ese Cristo que dijo, «¡Ningún hombre ha ascendido al cielo salvo el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre, que está en el cielo!»

«El reino de Dios no es para nadie sino el completamente muerto» (Maestro Eckhart, ed. Evans, I, 419). Así pues, en las mismas palabras del Maestro Eckhart, «el alma debe entregarse a la muerte». ¿Pues qué más significa «odiarnos» y «negarnos» a nosotros mismos? ¿No es cierto que «toda la Escritura clama por la liberación de sí mismo»?


“¿Come l´uomo s´eterna?" La respuesta tradicional puede darse en las palabras de Yalalud-d-Din Rumi y Angelus Silesius: «Morid antes de que muráis». Solamente los muertos pueden saber lo que significa estar muerto.

viernes, 20 de febrero de 2009

¡SÍ A LA VIDA!

La desaparición o muerte de Marta del Castillo (siempre según sus presuntos autores materiales, porque aún no ha aparecido el cadáver y no se puede considerar que esté muerta –trampas legales y burocráticas-) ha puesto de manifiesto, una vez más, la tremenda sinrazón que todos llevamos dentro, que aflora en nosotros cuando menos lo esperamos si no somos capaces de controlarla y que la mayoría de las veces la usamos para querer solucionar nuestro propios problemas, sin pararnos a pensar en otras soluciones más acordes con el problema y que por muy grande que éste pueda ser o parecernos, jamás debemos apelar a ella.

Esto, hasta aquí, creo que todos lo sabemos y que, con casos como éste, nos conviene recordar. Pero creo que de este suceso y de sucesos similares, hay algo que se nos pasa por alto y es el poco aprecio que tienen o tenemos a la vida, a nuestra propia vida y a la de los demás. ¡Que poco nos importa la vida!, sobre todo la de los demás. Se mata sin más, sin pensarlo, como un hecho natural y cotidiano, como una tarea más en nuestro quehacer diario, sin ser, ni de lejos, conscientes de todo lo que la vida entraña, para nosotros y, sobre todo, para la persona a la que se la estamos quitando.

¡Se lo dije! … ¡Se lo merecía! …, son frases que suelen dar los acusados cuando les preguntan el porqué de tal acción, eso si no son unos cobardes y reculan durante el juicio alegando drogadicción, alcoholismo, enajenación mental o cualquier otra argucia legal, vomitiva y palanganera.

Aún así, creo que hay todavía algo peor que el poco aprecio a la vida y es el cada vez menos aprecio a la vida de los jóvenes de hoy, no todos, lógicamente y por suerte, pero sí de muchos y, lamentablemente, de cada vez más. Son jóvenes sin aspiraciones en la vida, hedonistas, narcisistas, sin valores, que no quieren trabajar, vivir sólo a su manera y pasando por encima de quien haga falta, con una sensación de impunidad reafirmada continuamente con casos como éste (saben que saldrán libres en pocos años, en el supuesto de que sean condenados), despreciando a quien no hace lo que ellos hacen o comparten sus ideas, usando la violencia por el mero hecho de “haberlos mirado mal”; en definitiva, los dueños y señores de la sociedad y ejemplo a seguir de la mayoría de los adolescentes de hoy día, “encarcelados” en los centros educativos, mientras sus “ídolos” campan a sus anchas marcando estilo, estilo de vida.

Últimamente, se está hablando mucho de la EpC, si sí o si no, si es buena o no lo es tanto, si educa o adoctrina, si derechos, si valores, … pero nos estamos olvidando de los “monstruitos” que estamos creando; nos fijamos en el sí a los valores democráticos, sí a los valores morales, sí a los derechos humanos, sí a los derechos constitucionales, pero … ¿y el sí a la vida? ¿y el sí al derecho a la vida? ¿se lo estamos inculcando? ¿saben lo que es la vida, la vida como vida, no como forma de vivir? ¿saben que no pueden arrebatársela a nadie? ¿saben que no son dueños de ninguna? ¿saben que no es un medio para solucionar problemas? ¿saben que no es una vía para reafirmarse en la sociedad, en “su” sociedad?

Estamos construyendo la pirámide social por la cúspide, por el pico, y la pura lógica, no la de los egipcios, sino la actual, nos dice que para construir o edificar algo con perspectiva de futuro y a largo plazo, debemos de basarla en unos buenos y grandes pilares que sean capaces de sustentar el resto de la edificación. La muerte/desaparición de Marta del Castillo pone de manifiesto que esta sociedad no posee pilares básicos en los que sustentarse; tan sólo cuatro muros tipo casa de los tres cerditos que cualquier mal aire nos la destroza.

Durante todos estos días, todos hemos sido Marta. En el próximo suceso seremos el nombre de la nueva víctima. Pero todos ellos tienen el mismo denominador común: la vida, la devaluación de la vida.

En este suceso y en los próximos, todos debemos ser vida, todos debemos reclamarla, todos debemos defenderla con el eslogan:

¡¡¡SI A LA VIDA!!!