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viernes, 13 de septiembre de 2019

VÍRGENES NEGRAS (V) CARACTERÍSTICAS


VÍRGENES NEGRAS (V)
(Características)


            Avanzamos un poco más en este tema tan “peculiar” para vosotros, pero tan espinoso para mí, ya que sigo descalzo en el mismo charco que me metí tiempo atrás. Para un eclesiástico como yo es difícil tratar un tema como éste, ya que la “rareza” del mismo roza la incredulidad en la fe que se debe profesar cuando hablamos de Dios, la Virgen María y la Iglesia Católica. Creer que la Virgen María fue negra es muy difícil de aceptar, teniendo en cuenta dónde se desarrolló toda la vida de Jesús y, por ende, la de su Madre. La raza de la casi totalidad de la población de ese territorio no era de tez negra, luego la representación de la Virgen María con ese color oscuro de tez no deja de ser algo raro en toda la devoción mariana. Sin embargo, esas tallas están ahí, y en muchos lugares de la geografía, tanto española como europea, se les profesa una gran devoción en sus distintas advocaciones, aún a sabiendas que ese color negro no se correspondería con la realidad de hace más de dos mil años. Más aún: durante la celebración de la Navidad o la Semana Santa, las imágenes marianas representadas tanto en belenes como las que procesionan por las calles, no son nunca de color negro, sino de tez blanca, en contraposición con esas vírgenes morenas que la mayoría de las veces se veneran como patronas de pueblos y ciudades. Pero ya se sabe: las creencias populares no pueden explicarse ni describirse objetivamente. Forman parte de las costumbres y tradiciones de esa población que acepta dichas creencias como válidas e incluso únicas, casi enfrentadas con las creencias de poblaciones aledañas en las que también se venera una virgen negra. Y aquí sí que surge incomprensión, pero ahora por parte de los propios eclesiásticos que dirigen las vidas espirituales de ambas poblaciones. ¿Cómo puede ser que surjan disputas entre los habitantes de esas poblaciones originadas por la veracidad de las respectivas advocaciones de la Virgen María cuando se sabe que tan sólo hubo una? ¿Cómo puede ser que cada uno defienda que la suya es la verdadera y no la otra cuando la Virgen María es única? Ahora es el propio eclesiástico el que debería dudar, no de la Virgen María, sino de los razonamientos, sentimientos y costumbres de los habitantes de esas poblaciones. Apaciguar ánimos enfrentados no es tarea fácil, mucho menos pedir comprensión en alguien que se considera en posesión de la verdad, la única verdad, la verdad verdadera.

            Bueno, ¿para qué continuar con este tema tan espinoso y poco comprensible al entendimiento humano? Nunca se conseguirá llegar a comprender a la mente humana cuando de sentimientos, raíces, costumbres y tradiciones se trata. Dejemos que la vida continúe como tal, y como decía un profesor mío de seminario: ¡cada uno a lo suyo!

            Aunque este tema de las vírgenes negras tampoco lo vamos a entender mucho, sobre todo por el tiempo que hace que aparecieron y desaparecieron de la cultura popular y religiosa, al menos estamos tratando de dar algunas ligeras y sucintas explicaciones a su aparición, asentamiento y desaparición, además de todo el fervor popular que llegaron a generar. Hemos hablado de ese color negro, de sus creaciones, de sus apariciones, etc. Ahora tocaría hablar de algunas  características que poseen en común la mayoría de ellas, tanto las que son veneradas en España como en Europa. Son tallas muy similares, alrededor de 500, pero a la vez muy diferentes, apareciendo en lugares tan alejados entre sí como Malta de Cádiz o Bélgica de Chipiona.

            Dejando a un lado el color oscuro de su tez, del que ya hemos hablado largamente en otra parte de este tema, las facciones de la cara de estas tallas no son facciones representativas de una persona de raza negra. Sí representan a vírgenes con la piel negra, de raza negra podríamos decir, pero sus facciones son totalmente de mujer europea. La rectitud de su nariz y lo delgado de sus labios no deja lugar a dudas de que se trata de facciones blancas. Dichas facciones han sido oscurecidas a propósito para diferenciarlas de las blancas, dando a entender que con ese oscurecimiento adrede, tratan de enviar un mensaje oculto a quienes corresponda. Ahí está uno de los grandes misterios de las vírgenes negras: ¿qué quieren decirnos?

            Para que estas tallas fuesen negras, explicamos en un capítulo anterior cómo se pudo conseguir ese color oscuro, llegando a la conclusión que sólo se podría llegar si su construcción se realizaba con materiales propiamente negros, como el mármol negro o la ebonita. Por las fechas de su apariciones, el mármol negro está prácticamente descartado como material de base, siendo la madera el material más usado con el que están realizadas la casi totalidad de todas ellas. Luego, o bien pudieron realizarse con madera de cualquier tipo y, posteriormente, pintarlas o lacarlas en color negro, o bien pudieron tallarse directamente con una madera negra o de color oscuro.

            Las maderas de color negro no abundan en muchas zonas de Europa, siendo más normal que aparezcan en lugares más asiáticos. Por lo tanto, podemos aventurar así mismo que la mayoría de ellas no fueron talladas en el mismo sitio que en la actualidad son veneradas, siempre y cuando dichas tallas veneradas hoy día sean las originales, lo cual es tremendamente difícil, dado el tiempo pasado desde su aparición y todas la vicisitudes sufridas en el mundo desde aquellas época. Luego la madera utilizada no es una madera estrictamente local, aunque no tenga que ser una madera asiática o de cualquier otro continente que no sea Europa. Es una madera dura, muchas veces policromada en rostros y manos para dar ese color oscuro. Algunas de ellas han sufrido intentos de blanqueo y otras han sido restauradas y repintadas con torpeza, lo que hace muy difícil adivinar realmente su primitivo aspecto, generando la consiguiente duda sobre su autenticidad.


Nuestra Señora de Montserrat.

            Antes se ha comentado de pasada la originalidad de las tallas actuales atendiendo al tiempo transcurrido desde su aparición. Históricamente, estas tallas negras aparecieron en los siglos XII y XIII, como se ha apuntado en alguna que otra ocasión, por lo que artísticamente pertenecen al románico o, mejor dicho, a la transición entre el románico y el gótico. Su mayor apogeo sí que es cierto que lo encontramos en tiempos románicos, pudiendo ocurrir que las tallas aparecidas durante el gótico posiblemente hicieran referencia y sean nuevas representaciones de imágenes anteriores.

            Como tallas románicas, las características artísticas son las mismas que cualquier talla de cualquier virgen románica. El modelo más común es el que presenta a la Madre de Dios con el niño en las rodillas en su condición de Theotokos (trono de Dios o Madre de Dios). Este modelo fue el más frecuente durante el románico, hasta que en el siglo XIII fue sustituido por el de una figura estante con el Niño en brazos, dando paso al prototipo de Virgen Madre, de cuerpo esbelto, que dialoga con su hijo al que sonríe con ternura. Hasta entonces, las tallas de la Virgen son o están en hierática majestad, es decir, la posición de la virgen es siempre estática y con un despego afectivo a la figura del hijo. Son tallas entronizadas, con el niño en el regazo, centrado con relación a la figura de la madre, más raramente en la rodilla izquierda. Huygens sostenía que “… las vírgenes negras son mayestáticas, erguidas, con el niño en el regazo, como fruto de sus entrañas, tomando la forma de la virgen como majestad del tipo “Mater Amábilis””. Firmes y relajadas a un tiempo, las tallas transmiten poder. Su mirada se dirige hacia adelante y es a la vez serena y relajada. Son ellas las que mandan en el conjunto escultórico, pues son el eje central de la escultura; de ahí que los rasgos de la virgen estén más cuidados y más elaborados que los del niño. Es en ellas en quien nos tenemos que fijar y no tanto en el niño.


Virgen del Tura. Olot.
Curiosa la representación de un toro o buey a sus pies.

            Si la mayoría de las tallas de las vírgenes negras son o están entronizadas, hay otro grupo que están representadas sobre un pedestal o un pilar (ya os podéis imaginar por dónde van los tiros).

            Retrotrayéndonos en el tiempo, ya en Éfeso (nuevamente esta ciudad de la antigüedad y en la actual Turquía) se veneraba a la diosa Artemisa (un sagrado betilo) que a veces aparecía también sobre una columna. Según la tradición, San Pablo tuvo en esa misma ciudad muy malas experiencias en su predicación, ya que era una ciudad muy remisa a abandonar el paganismo y el culto a su diosa protectora, por lo que no es de extrañar que, para propiciar el olvido de su culto, la imagen de la virgen (sustituta de la diosa) se mostrara sobre un pilar. Esta nueva forma de representación de la virgen fue corroborada en el Concilio de Antioquía, celebrado en el siglo IV, donde se estableció que las imágenes religiosas se colocaran sobre columnas o pilares, siguiendo lo que había sido una práctica habitual en el paganismo; de ahí que no fuera de extrañar que a la hora de representar la singular aparición de estas vírgenes, se eligiera tal soporte para su ubicación.


Virgen del Pilar. Zaragoza


Artemis Efesia.

            Independientemente de la representación por la que se opte, las dimensiones de las vírgenes negras mantienen unas medidas más o menos homogéneas y constantes. El tamaño mínimo que suelen tener oscila entre los 30 o 40 cm’s, mientras que el tamaño máximo varía entre los 70 y 90 cm’s; la profundidad también oscila alrededor de los 30 cm’s, conservándose de este modo una proporción aproximada de 7 a 3, la más común de todas.

            Tanto si están entronizadas como si están en un pedestal, la figura de la Madre sobresale sobre la del Hijo. Ella es la protagonista del conjunto y el niño puede considerarse “actor secundario”. Sin embargo, ambas tallas comparten una misma característica: portan “algo” en sus manos derechas.

            Mientras la mano izquierda de la Virgen permanece aferrada a su pierna izquierda o bien en posición de “arropo” o sujeción del Hijo para evitar una caída desde su pierna izquierda, la mano derecha está levantada, desprendida del cuerpo y portando un objeto, posición típica de la mano para mostrar lo que lleva en ella. Son muy diversos los objetos que ambas tallas pueden mostrar, aunque lo más común es que ambas porten una esfera, o bien una fruta por parte de la Virgen, y un libro, abierto o cerrado, según, por parte del Niño.

            Si lo que ambas tallas portan es un objeto esférico, normalmente puede interpretarse como la bola del mundo, aludiendo al poder que ambos tienen sobre todo el mundo, tanto terrenal como espiritual; poder sobre toda la Tierra. También la bola del mundo puede interpretarse como un disco solar, el astro rey, que proporciona luz y calor a todos los seres vivos de la Tierra. De una manera más simbólica y espiritual, dicha bola del mundo o esfera que sostienen debe entenderse en el sentido de la perfección que supone la esfera desde los filósofos griegos del siglo V y que desde tiempos ancestrales se asocia al espíritu universal.

            De una manera particular, y a diferencia del Niño, la Virgen puede portar una fruta, siempre en su mano derecha. Dicha fruta puede ser muy variada y dependiendo de la época de su talla: manzanas, granadas, piñas, cerezas, peras, etc.,  aunque la fruta que podemos considerar como principal es la manzana, fruta que podría hacer alusión directa al fruto prohibido del Pecado Original, por lo que al portarla en su mano derecha se podría interpretar que Ella es quién nos puede redimir de todos los pecados, incluido el Pecado Original.


Virgen de la Sierra, patrona de Villarrubia de los Ojos. Ciudad Real.
Porta en su mano derecha una manzana

Por otra parte, y ahora con diferencia a la Madre, el Hijo puede portar un libro también en su mano derecha. Dicho libro (como cualquier otro) puede estar abierto o cerrado. La interpretación que algunos investigadores dan a cada forma de representación es muy diversa, pero siempre aludiendo a unas enseñanzas más propias de “iniciados” o “grupos de iniciados” que a enseñanzas dirigidas al común de la población, al pueblo, al vulgo.

            Si el libro está abierto, representa el exoterismo, aquello que es visible y común para todos, transmitido también oralmente para todo el pueblo; si el libro está representado cerrado, significa todo lo contrario, el esoterismo, lo oculto, lo reservado, lo impenetrable y de difícil acceso para la mente, sólo reservado para un reducido número de iniciados en una determinada doctrina o religión.

            Esto último debemos tomarlo también con mucha cautela porque, según quién analice o busque un significado a cómo está representado el libro, las conclusiones van a ser muy diferentes y totalmente opuestas. Por lo tanto, el significado o simbolismo a la forma representada del libro va a estar en función de cada uno de nosotros en el momento en que nos encontremos cara a cara con una talla de una virgen negra. Ese será el verdadero simbolismo y no otro.


Virgen de Ger. Baja Cerdanya.
El Niño lleva un libro abierto con la inscripción “Ego sum” (Yo Soy).

Por último, hay otra forma de representación, tanto de la Madre como del Hijo, en la que sus manos derechas no portan ningún objeto o fruta, pero que sí tienen una forma peculiar de la mano. Por un lado ambas tallas, Madre e Hijo, pueden tener la mano en la misma posición que si portaran un objeto, pero realmente tienen la mano levantada con la palma hacia afuera y con los dedos índice y corazón levantados, el corazón y meñique cerrados, y el pulgar separado de la palma de la mano (otras veces también el pulgar está cerrado en la palma de la mano). Dicha forma de la mano es la forma utilizada por la Iglesia para bendecir. Luego, cuando ambas tallas forman esa posición con la mano derecha, realmente están bendiciendo a todo aquel que se muestre ante ellas, además de a toda la población de la cual es ferviente devota. Por otro lado, solo la mano derecha de la Virgen puede tener una nueva posición: la misma posición levantada de la mano derecha pero esta vez tan sólo con la palma de la mano mostrándola a los fieles devotos. Esta posición de la mano puede tener un nuevo simbolismo teológico: la aceptación de Dios, la aceptación de ser la Madre de Dios en el mismo momento de la Anunciación por parte el arcángel Gabriel.

            Muchas de las características mencionadas y relacionadas con las vírgenes negras también son propias de las tallas románicas de vírgenes, ya que la aparición de estas tallas negras coincide con el periodo del arte románico, tal y como ya se ha expuesto. La única diferencia entre unas y otras es el color negro de tez y manos; todo lo demás, atendiendo a características constructivas, se podría extrapolar entre unas y otras. Sin embargo, si nos atenemos a otras características más “espirituales” o “devocionales” las diferencias pueden ser algo más considerables.

            A partir del siglo XII, las estatuas de María fueron incorporadas como imágenes de devoción en lugares de la campiña que tenían una significación simbólica para la comunidad agrícola o pastoril, como las fuentes, las cimas de las montañas, los altos de los caminos y las grutas y las cuevas. El culto de las imágenes proveyó una manera de extender esta religión a los lugares de campiña que eran considerados a través de creencias precristianas como puntos críticos de contactos con las fuerzas de la naturaleza más allá del control del individuo o de la comunidad rural. María, como imagen de madre con niño, era la imagen cristiana que mejor podía simbolizar la fertilidad y la protección maternal. Es en este punto dónde las vírgenes negras se diferencian claramente del resto de vírgenes románicas coincidentes en el tiempo.

            Peregrinaciones importantes y famosas como el Camino de Santiago o la Ruta de la Plata, podrían también diferenciar unas tallas de otras. Las romerías celebradas en esos puntos de las rutas son normalmente muy similares, indicando claramente el desplazamiento que originariamente se quiso hacer con ellas para trasladarlas a una población con respecto al lugar de su aparición. Eso también hace que los milagros más frecuentes asimilados a ellas tengan que ver con el peligro, la fecundidad, los niños enfermos, los comerciantes y navegantes en peligro, etc.; en definitiva, milagros relacionados con la vida y la muerte, de individualización, de liberación y de despertar del hombre.

            Pero como todo en la vida, el tiempo no es estático, pasa inexorablemente, provocando cambios queridos o no queridos que hace modificar en mayor o menor medida todo aquello que de él depende, es decir, la mayor parte de las acciones que se realizan en cualquier modelo de sociedad. Y, como no, las representaciones o tallas de las vírgenes negras, atendiendo a la parte espiritual de la sociedad, no pueden escapar a esos cambios sociales intrínsecos.

            A partir del siglo XIII, y coincidiendo con la aparición e instauración de la Inquisición, las imágenes de las vírgenes negras comenzaron a ser repintadas; no todas, pero sí muchas de ellas. Al mismo tiempo también comenzaron a ser vestidas con el manto conocido popularmente de “mariposa”, con claras reminiscencias, queridas o no queridas, a la representación antigua de la diosa Tanit, diosa púnica y cartaginense que era representada con una cabeza circular (¿reminiscencias del disco solar de Isis?), cuerpo triangular y brazos en trazo rectilíneo o en ocasiones con un trazo curvo a modo de media luna hacia arriba (¿representación de la media luna en muchas de las tallas de la Inmaculada Concepción?).


  
Representación de la diosa Tanit.

Virgen de El Henar. Cuéllar. Segovia.
Se muestra claramente como una virgen de clara talla románica
es vestida con el traje de “mariposa”, asemejando a la diosa Tanit.

Virgen de las Cruces, patrona de Daimiel. Ciudad Real.


Virgen de la Luz, patrona de Cuenca.

            El fervor mariano recibido en esa época ya no cesa, y a comienzos del siglo XVIII se desarrolla en toda Europa la costumbre de vestir las imágenes, no solo las tallas marianas. Es el momento en que se generalizan las procesiones de Semana Santa, de las Candelas, del día de la Patrona, y se aprovecha para sacar las imágenes en procesión, vestidas y enjoyadas. Con motivo de vestir y coronar estas imágenes sobre un pedestal, pasan las pequeñas vírgenes negras románicas o góticas a ser espléndidos pasos procesionales y aparentar mayor tamaño, a pesar que, en la mayoría de los casos, no exceden de los 70 o 90 cm’s de altura. Se cantan, se mecen, se pujan los brazos, y el fervor popular compite en favor de las imágenes de su lugar o parroquia.

            María, en un mundo en el que se van asentando los valores de la individualidad y el interés por la naturaleza, adquiere un total protagonismo, y se convierte en interlocutora e intermediaria en el diálogo con Dios.

            ¡Hasta pronto!




sábado, 27 de julio de 2019

VÍRGENES NEGRAS (II) - MADRE-TIERRA DIOSA-MADRE MAGNA-MATER

VÍRGENES NEGRAS (II)
(Madre-Tierra, Diosa-Madre, Magna-Mater)
           

Como se ha podido comprobar en la primera parte de este miniestudio acerca de las vírgenes negras, las mismas no han aparecido ni por asomo;  tan sólo se ha realizado una breve introducción y una miniexplicación a la aparición del culto mariano y la “desaparición” del culto a la Madre-Tierra o Magna-Mater. Pero de negrura, nada de nada.

        La breve introducción puede considerarse como un punto de partida para comprender la aparición del culto a la Virgen María. Podrá estar mejor o peor enfocado, mejor o peor realizado, mejor o peor expresado canónicamente. Eso, para los más creyentes debe darles un poco lo mismo. Los feligreses católicos deben tener siempre presente lo que ha enseñado y enseña la Iglesia Católica. Para los demás, esta introducción puede servirles para comprender el trasfondo arquetípico que subsiste en el culto mariano. Para los más escépticos, quizás pueda serles más comprensible el enfoque sincrético para que capten la sacralidad de estos argumentos. Yo, haciendo uso de mi condición eclesiástica, me atrevería a recordaros las palabras dichas por el papa Juan Pablo II en 1984: “La Iglesia ayudará a todos los creyentes a respetar y a tener en gran estima los valores, tradiciones y convicciones de los otros creyentes… Siendo consecuentes con la propia fe, también es posible compartir, comparar y enriquecer las experiencias espirituales así como los caminos que llevan al encuentro con Dios.” Ese encuentre con Dios aludido por el papa puede darse en cada uno de nosotros con nuestro propio Dios, con nuestra propia creencia más interna e intensa, con nuestro propio significado final de nuestra vida, con lo más profundo de nuestro ser, siempre que ese dios profundo y faro de nuestra vida nos ayude a comprender a todos los demás que tienen un dios diferente al nuestro.
Juan Pablo II. Iglesia de Santa Eufemia. Ourense
Pero tanto unos como otros, creo que deberían tener claro que el culto mariano, mejor dicho, el culto a una divinidad femenina, es muy anterior al culto a Jesús como Hijo de Dios, con la correspondiente y consiguiente aparición del cristianismo.

Como ha quedado manifestado anteriormente, el culto a la tierra o Madre-Tierra se produce como consecuencia de las creencias antiguas acerca de la creación de la vida, de la similitud entre el parto de la mujer cuando nace un nuevo ser humano y la fertilidad de la tierra cuando produce los productos necesarios para la subsistencia del mismo. Ese binomio formado por una madre y por la tierra es el que crea esa divinidad Madre-Tierra adorada por todas las culturas desde que la humanidad es la humanidad, y cuando toma conciencia de la vida, la muerte y la regeneración de la tierra.

            Las culturas antepasadas neolíticas agricultoras encontraron una total analogía entre la fertilidad de la mujer y la de la madre naturaleza. Establecieron la identificación de la vida de la naturaleza con la vida femenina y sus funciones; ambas tenían las mismas funciones con respecto a dar la vida. La madre de familia y la madre naturaleza cumplen funciones equivalentes. Y así ocurre que la Madre-Tierra o Diosa-Madre se encuentre en los orígenes de todas las mitologías, incluidas las griegas y las del pueblo judío. En la raíz de todos los mitos históricos estuvo la creencia de una divinidad femenina: diosa que reunía los poderes fecundantes y fertilizantes de la naturaleza.

            La aparición y expansión del cristianismo trató de anular o de exterminar ese culto a la Madre-Tierra o Diosa-Tierra. Cuando tuvo conciencia que le era imposible su erradicación total, comenzó con un proceso sincrético para asimilar y transformar ese culto ancestral y considerado pagano en otro tipo de culto adaptado a las nuevas creencias que deberían regir a partir de ese momento.

            Isis, Artemisa, Diana, Kali, Cibeles, Démeter, Proserpina, Inanna, Isthar, Astarté, Tanit, Belisana. Todos ellos son nombres de diosas relacionadas con la Magna-Mater o Diosa-Tierra de diferentes culturas ancestrales, tales como la fenicia, la púnica, la egipcia o la celta. De algunas de ellas podremos tener más o menos conocimiento de su existencia pero muy pocos son los que las asocian a cultos de la Madre-Tierra, y muchos menos los que las asocian a la propia Madre-Tierra que engendran y dan a luz “niños divinos”; tal es el caso de la Isis egipcia, que da a luz a su hijo Horus incluso después de la muerte de su esposo Osiris, asesinado por su hermano Set.


Representaciones de Isis

            Y ahora os preguntaréis: ¿es posible que la Virgen María sea la misma imagen que Venus, Afrodita o que Cibeles, Hathor, Isthar y las otras divinidades? (No hace falta decir que dar una relación de todas las diosas de la antigüedad relacionadas con la Madre Tierra, y la época y función religiosa que cumplieron durante su adoración, no se adapta a la finalidad de este trabajo).

            Está claro que ningún buen católico se arrodillaría ante la imagen de cualquiera de las divinidades nombradas anteriormente, no ya por el tiempo y la época de unas y de otro sino por su significado religioso y dogmático. Sin embargo, todos los temas míticos atribuidos ahora dogmáticamente a María como ser humano histórico pertenecen (y pertenecieron en la época y lugar del desarrollo de su culto) a aquella Diosa-Madre de todos los seres, de quién tanto María como las otras eran manifestaciones locales: la madre-esposa del dios muerto y resucitado, cuyas primeras representaciones conocidas ahora se deben situar, como mínimo, hacia el año 5500 a.d.C. Es recomendable recordar las palabras que la diosa Isis (tampoco es tema para describir los hechos y acontecimientos relacionados con esta diosa egipcia) dirigió a su “iniciado” Apuleyo hacia el año 150 a.d.C.: ”Yo soy la madre natural de todas las cosas, señora y guía de todos los elementos, progenie primera de los mundos, la primera entre las potencias divinas, reina del infierno, señora de los que moran en los cielos, en mis rasgos se conjugan los de todos los dioses y diosas. Dispongo a mi voluntad de los planetas del cielo, de los saludables vientos de los mares, y de los luctuosos silencios del mundo infernal …. Mi divinidad es adorada en el mundo entero bajo diversas formas, con distintos ritos y por nombres sin cuento.

            Releyendo detalladamente estas palabras podemos hallar ciertas similitudes (salvando las distancias) con las letanías que actualmente se rezan el rosario “oficial” o canónico de la Iglesia Católica, lo que podría avalar ese sincretismo anteriormente aludido y poco cuestionado.

Izquierda: Isis. Derecha: Virgen María
           
De ese sincretismo también hablamos ya anteriormente. Cualquiera que sea creyente, ateo, agnóstico o de cualquier otra ideología religiosa lo entiende perfectamente. Pero el tema a tratar no es explicarlo, justificarlo ni desarrollarlo; tan sólo es enlazar las divinidades antiguas de la Madre-Tierra con la Madre de Jesús, la Virgen María, la Theotokos de Éfeso.

            A partir del concilio en esa ciudad y el Concilio de Calcedonia (451), el culto a María, amparado en la “legalidad sincrética”, fue poco a poco asimilado por toda la población, aunque ésta nunca dejaría de asimilar la naturaleza y “lo femenino” con la tierra y, más concretamente, con el color de la tierra fértil: negra, oscura.

            Su avance entre la población no estuvo exento de altibajos, teniendo especial relevancia el siglo VIII, con el reinado de Carlomagno, cuando éste decidió sustituir o frenar su culto para centrarse fundamentalmente en el culto a Jesús; se trató de frenar cualquier vestigio de su adoración y divinidad,  poniendo el foco exclusivamente en la figura de Jesús como Hijo de Dios. Carlomagno eliminó o prohibió cualquier representación de la Virgen María, aduciendo que tales figuras representaban divinidades creadas por el ser humano, no por Dios. Hubo que esperar a la época cisterciense, con San Bernardo de Claraval a la cabeza, para el resurgimiento, florecimiento y asentamiento del culto mariano.

                Carlomagno

            Ese resurgimiento coincide en el tiempo en un momento históricamente cercano al Milenio, donde confluyen la tradición celta cristianizada, la cristiano visigoda y las romanas oriental y occidental. A ello se unió la aparición de las órdenes monásticas, siendo los anteriormente citados cistercienses una de las más importantes. Fue el resurgir de una tradición, de un culto, el resurgir de María, Nuestra Señora, Notre Dame.

            A San Bernardo de Claraval se le conoce como el “Doctor Mariano”. Se adelantó a su tiempo al considerar a la Virgen María como medianera de todas las gracias y poderosa intercesora nuestra ante su Hijo. A él se le deben las últimas palabras de la Salve: ¡Oh Clementísima!, ¡Oh Piadosa!, ¡Oh Dulce Virgen María! También él fue el que utilizó las frases del Apocalipsis para referirse y designar la Virgen María: “Una gran señal apareció en el cielo, una mujer vestida de sol, la luna bajo sus pies, y la corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Apocalipsis 12,1) (¿Os habéis fijado en cualquier representación escultórica o pictórica de la Inmaculada Concepción? ¿Lleva corona de doce estrellas y una media luna a los pies?) Pero como contradicción, siendo San Bernardo tan devoto de María, no aceptaba la creencia ya extendida en su tiempo de la Concepción Inmaculada de María. Él siempre declararía que su opinión al respecto la sometía a la autoridad de la Iglesia[1].

San Bernardo de Claraval
            Aun así, nunca se olvidó por completo a la Madre-Tierra, y en aquellos lugares donde hubo un santuario dedicado a la Madre-Tierra, se instaló un santuario a la Virgen, pero con una nueva particularidad: la Virgen a la que se comenzaba a venerar era una Virgen negra, en clara alusión al color oscuro de la tierra. Pero la negrura de su tez no representaba sólo y exclusivamente la  tierra, sino también evocaba a grutas, cavernas, criptas,  etc.; en definitiva, el seno de la tierra en el que la vida se elabora en lo negro, que a su vez nos remite inmediatamente al seno materno. Nuevamente aparece  la  relación de la Madre-Tierra con todo el misterio de la vida, la gestación del  trigo en la tierra, la gestación del embrión en el vientre de  la madre. En lo profundo del  cuerpo materno se esconde la luz del mundo. Fertilidad, fecundidad.



[1] San Bernardo también fue un fervor defensor de la Orden del Temple, cuyos freires también llamaban Nuestra Señora a la Virgen María. Numerosas catedrales, iglesias y ermitas están o estuvieron bajo la advocación de dicha Notre Dame; hay quien incluso atribuye el título de Notre Dame al culto a María Magdalena en vez de a la Virgen María por parte de los templarios. Dichos freires difundían el culto a María Magdalena como madre del linaje de Jesús, pues éste, según los templarios, habría tenido descendencia. Tampoco es un asunto a tratar en este minitrabajo, toda vez que todo lo relacionado con el Temple acerca de este tema deberíamos tratarlo con la máxima prudencia y discreción ya que, con la desaparición de los mismos, desapareció casi toda la documentación sobre ellos, y lo que ha llegado a nosotros está todo basado más en conocimientos y transmisiones orales que escritos.




lunes, 15 de julio de 2019

VÍRGENES NEGRAS (I)



            ¿Por dónde empiezo sabiendo quién soy y lo que soy?

            Siendo sincero, desde hace bastante tiempo tenía ganas de hablar acerca de este tema tan escabroso para mi condición y profesión, pero tan desconocido y a la vez tan misterioso, atrayente y vetado para la mayoría de los cristianos; no así para los gnósticos y ateos, que lo suelen utilizar como arma arrojadiza contra todos aquellos que no tienen sus mismas creencias (si es que tienen alguna, pensaréis más de uno, pero que realmente las tiene por su propia condición de ser humano).

            Es un tema escabroso porque puede resultar inmoral para las personas como yo pertenecientes al clero o a la Iglesia Católica, y misterioso, atrayente y vetado para la mayoría porque podría poner de manifiesto lo que algunos ya pensaban de la Iglesia Católica y la religión católica. Aún así, lo considero un tema más atrayente y misterioso que escabroso; de ahí el hacerlo aún a sabiendas de lo que realmente puede suceder. El espíritu crítico de cada uno debería prevalecer sobre la opinión a ciegas, aquella que se defiende a capa y espada sin tener un conocimiento real y claro acerca del cual se manifiesta.

            En los últimos tiempos, y más especialmente hoy día, la fe en lo sobrenatural se considera una creencia primitiva, arcaica, desfasada y, en el mejor de los casos, una creencia patética, nacida de una neurosis y de una inseguridad personal y emocional; de ahí esa campaña actual contra cualquier manifestación religiosa de todo tipo e ideología. Imagineros o pasos de Semana Santa son considerados muñecos o muñecos lujosos que le abren la puerta a la crítica barata, demagoga y sucia contra la Iglesia Católica, sus posesiones arquitectónicas, sus dispendios económicos en ajuares y ropajes, y la nula ayuda a refugiados, inmigrantes y personas sin hogar (según argumentan ellos con el mayor inquinamento posible).

            Sin embargo, aunque es fácil rechazar las creencias de los demás por irracionales o equivocadas (en el mejor de los casos), es raro no sostener absolutamente ninguna opinión personal acerca delo que subyace a nuestra existencia. La variedad de teorías y divinidades a las saque se atribuye el enigma de la vida es interminable, y ha suscitado algunos de los conflictos más candentes de la historia, entre ellos la religiosidad natural de la humanidad: la necesidad de mantenerse en contacto con una fuerza superior cuya presencia puede ser invocada, aplacada o desafiada, y que, si las respuestas humanas son apropiadas, pueden influir en la vida de los creyentes. La creencia en los divino es sencillamente una proyección de la necesidad humana de creer en la existencia de la algún plan u orden deliberado. Se esgrimen argumentos persuasivos para autoconvencerse, por encima de cualquier duda o escepticismo, sobre la realidad de su fe. Cualesquiera que sean las convicciones personales de un individuo, no se puede dudar de la influencia que en él ejercen las numerosas creencias, tanto actuales como pasadas. De ahí que creer en algo, sea una diosa de la tierra o en un horóscopo mensual o semanal, sea considerado extraño, esté mal visto por aquellos que no tienen las mismas ideas (actitud muy propia del ser humano). Eso mismo les pasa a los ateos: creen en cualquier cosa que ellos consideran vital o motor de su vida, pero rechazan las creencias de los demás, sobre todo si esas creencias tienen algo que ver con la religiosidad, con Dios, la Virgen o cualquier otra divinidad relacionada con la Iglesia Católica.

            Pero el ser humano siempre ha sentido la necesidad de creer en algo; es inherente a su propia existencia, y para muchos creyentes católicos y, sobre todo, para los que se sienten ajenos al dogma, cada día es más necesario complementar su fe y sus creencias y conocimientos con lo que aporta la antropología en sus diversas facetas.

            Y quizás esté aquí, en la antropología, el punto de partida necesario y casi obligado para comenzar a entender el “conflictivo” mundo de las Vírgenes Negras.

            En los albores de la prehistoria, el hombre era el encargado de la caza y de conseguir el alimento para su subsistencia, mientras que la mujer era la encargada de la recolección. Ello hacía que fueran personas nómadas, sin un sitio fijo donde establecerse, buscando tanto caza como recolección en distintos lugares y emplazamientos. Con la llegada de la “revolución neolítica” o “revolución agrícola” apareció la agricultura, potenciando la tradicional tarea de la mujer, ya que era ella la que seguía recolectando todo lo sembrado, lo que acarreó una nueva valoración del elemento femenino dentro de esa comunidad que dejó de ser nómada para irse estableciendo poco a poco en lugares definidos y determinados. Hasta entonces, no se reconocía una relación entre el hecho de engendrar (germinar la semilla dentro de la tierra) y dar a luz (engendrar un nuevo ser humano en el seno interno de la mujer).

Mujeres en la prehistoria.
Cueva de Cogul. Comarca de las Garrigas. Lérida

            La agricultura y su estrecha relación con el sol, la luna y la tierra propiamente dicha pasaron a ser su referente de subsistencia. La necesidad de creer en algo les condujo a rendir cuentas y culto al día y la noche, al sol y a la luna, por ser los astros que dirigían el culto de la vida más cercana a la naturaleza, de la vida diaria y su propia subsistencia. La tierra era el punto inferior de sus creencias, mientras que el sol y la luna se encontraban en el superior. Pero la relación era muy estrecha. La tierra era la creadora de la vida, la dadora de los alimentos que permitía la supervivencia humana. En ella se sucedían los fenómenos naturales en los que el hombre basaba sus creencias. Tormentas, terremotos, vientos, mareas; todo se debía a la tierra, semilla de la existencia. La tierra primigenia era fecundada por el sol para convertirse en fuente de toda vida. La tierra se convertía en lo femenino, mientras que el sol era lo masculino. La naturaleza y el universo nacían siempre del encuentro y la síntesis de un principio masculino y otro femenino. Se comenzó a relacionar las fuerzas fecundas de la tierra y las de la mujer, lo que desembocó en el culto a la Madre Tierra, la Magna Mater, la Gran Madre, la primera divinidad que englobaba todo el universo humano.

            A partir de ese momento, el hombre comenzó su adoración a esa Gran Madre Tierra, celebrando ritos y acontecimientos relacionados con el fertilidad, las cosechas, la salud, la familia; todo lo relacionado con la vida del hombre en la tierra, como miembro de una sociedad o ente familiar. Agradecía a la Madre Tierra su generosidad y su poder regenerador, rindiéndole culto en santuarios rurales que se fueron diseminando por toda Europa. Se divinizó a la Madre Tierra como dadora de vida y de muerte. Su culto era esencialmente femenino, y las antiguas culturas así lo fueron reflejando, creando sus propias creencias y religiones tan afines al ser humano y su propia existencia.


Diosas Madre

            No fue hasta la ulterior expansión del cristianismo cuando ese culto femenino fue definitivamente sustituido por el masculino. La creación y la llegada del cristianismo lo cambio todo. Ahora se trataba de adorar a Dios, encarnado en la figura de Jesús Mesías. Con el cristianismo, el culto masculino se convierte en el redentor del hombre, pero el culto a la Diosa Madre no pudo, ni ha podido ser desarraigado del seno de la humanidad.

            Los primeros cristianos fueron conscientes de la resistencia por parte de los fieles de la Diosa Madre a aceptar los fundamentos de un dios único propugnado por un cristianismo ya jerarquizado a imagen y semejanza del imperio romano. Por ello tuvieron que conciliar el naciente cristianismo con esas religiones arcaicas basadas en divinidades femeninas. Tuvieron que dar forma a una nueva divinidad femenina que se asimilara a la Diosa Madre de los ritos antiguos y que concentrara en una misma imagen los poderes ancestrales y las nuevas revelaciones cristianas. Los padres del cristianismo observaros que, aunque la población comenzaba a creer en el Mesías, no abandonaban sus ritos anteriores y ancestrales. La solución que dieron para erradicar estas creencias tan arraigadas fue cambiar los nombres de sus dioses por santos, y sustituir las festividades ligadas a acontecimientos de la naturaleza por hechos cristianos, adaptando algunos de los símbolos o mitos que se venían venerando desde hacía siglos. Realmente lo que hicieron los padres del cristianismo fue sincretizar, es decir, juntar o unir dos tendencias o corrientes: la antigua, matriarcal, con divinidad femenina en la Madre Tierra, y la otra actual, patriarcal, con la figura de Jesús Mesías. En sus orígenes, la palabra sincretizar procede de la palabra synkretizein, que significa aliarse contra un enemigo común, palabra muy apropiada para describir ese proceso “usurpador” (¡menuda palabra para quién escribe!) del cristianismo hacia religiones ancestrales ya existentes, pero paganas a los ojos de la nueva religión naciente.

            A partir de este punto surge una pregunta cuya contestación aclara perfectamente este proceso sincretizador y nos coloca en un nuevo punto de partida para comprender los inicios de la divinización de María, madre de Jesús y su conversión en la Virgen María: ¿sabían los primeros cristianos quién era la madre de Jesús o cuando el cristianismo se oficializó y se fusionó con el paganismo tuvieron que darle una continuidad al culto a la Magna Mater o Madre Tierra que por los años del siglo II estaba muy de moda en el imperio romano? Sólo cuando el cristianismo optó por su “paganización” como única alternativa para conseguir prosélitos entre los “gentiles europeos”, el culto a la Virgen comenzó a tomar realmente auge. No podemos olvidar las palabras de San Pablo a los gálatas hacia el año 52 d.C.: “… envió Dios a su hijo, formado de una mujer y sujeto a la ley”, por lo que por aquellos años se la consideraba más bien una mujer corriente que había dado a luz a un hijo extraordinario. El estado virginal de María, por esas fechas, no parecía que suscitara gran interés entre los primeros cristianos, y así se pone de manifiesto en el Nuevo Testamento, ya que en este libro canónico no aparecen muchas referencias a la Virgen María. Nada se conoce sobre su vida, excepto los momentos de máxima integración con Cristo: escenas de la infancia, crucifixión, resurrección y Pentecostés. Lo relativo a su familia, su infancia, las circunstancias y pormenores de su matrimonio, su vida durante el apostolado de Cristo, sus últimos años y su muerte son hechos que interesan al pueblo y que sin embargo son silenciados por los textos canónicos (no así por algunos textos apócrifos). Tampoco se especifica en estos textos nada sobre su función teológica o la necesidad de su culto, aspectos que interesan esencialmente a la Iglesia, ya que la figura de la Virgen María ha sido a menudo el blanco de las críticas más exacerbadas al cristianismo (léase dogma de la concepción virginal de María, entre otros).

            Esas críticas comenzaron bien pronto a tener presencia en el cristianismo, prácticamente al unísono se su implantación, desarrollo y expansión. En el siglo IV, durante la expansión y difusión del cristianismo, en vez de encarnar el culto en una Diosa Tierra o Diosa Madre, lo encarnaba en la Virgen María, una mujer a la que hacen ocupar un lugar inferior en el panteón, mientras que la divinidad se le conceden a su Hijo: Madre Virgen de un hijo divino que sustituye a la Diosa Virgen. Los aspectos divinos del Diosa Madre atribuidos a la madre de Jesús, divinizando así la figura de María, fue el motivo de la oposición mostrada por un sector del clero a esta falsificación. Nestorio fue su principal impulsor por aquellos años.

            Nestorio, un monje antioquiano, fue nombrado patriarca de Constantinopla a principios del siglo V. De él se decía que tenía una gran elocuencia y un enorme poder de persuasión de las masas. Fue por ello por lo que el influjo de su predicación tuviera gran relevancia y calara en una significativa parte de la población constantinopolitana. Entre los años 428 y 431 se opuso y se enfrentó a la jerarquía de la incipiente Iglesia, sugiriendo que María era sólo la madre de la naturaleza humana de Jesús, pero no su naturaleza divina; es decir, la Virgen María era madre de Cristo (Christotokos), pero no madre de Dios (Theotokos). Obviamente, tanto el papa que dirigía los designios de la Iglesia por aquellos años, Celestino I, como Cirilo, el patriarca de Alejandría, condenaron la teoría nestoriana como herética.

Nestorio

            El emperador Teodosio II intentó calmar la situación convocando un concilio en la ciudad de Éfeso en el año 431, el concilio de Éfeso. En ese concilio se debía decidir sobre la naturaleza de María: Madre de Dios (Theotokos) o madre de la naturaleza de Cristo (Christotokos). El acuerdo al que llegaron todos aquellos que participaron en dicho concilio fue declarar a María como Theotokos, Madre de Dios, y no como madre de Cristo, haciendo especial hincapié en la naturaleza divina de Cristo. Al mismo tiempo, los argumentos de Nestorio fueron condenados como heréticos. Nestorio fue depuesto de su cargo y condenado al destierro, pasando los últimos años de su vida en Egipto. A partir de ese concilio comenzó una sangrienta persecución de los veneradores de la Madre Tierra, sus seguidores, sacerdotisas y sacerdotes fueron masacrados sin piedad por los fanáticos del cristianismo, sus templos despojados y destruidos.

Concilio de Éfeso

            Posteriormente, en año 451, se celebró un nuevo concilio en Calcedonia, el concilio de Calcedonia, donde tan sólo tuvieron que refrendar todo lo acordado en Éfeso: la madre de Jesús era la Theotokos, la Madre de Dios, ya que dio a luz a Jesús, que era totalmente divino y humano. Desde ese momento, María ha sido honrada como la “Madre de Dios” por los católicos, ortodoxos y la mayor parte de los protestantes, expresando oficialmente el dogma de la Maternidad Divina.

          ¡Hasta pronto!