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miércoles, 14 de junio de 2017

SIMBOLISMO ROMÁNICO (IV)


         Ya no tienen edad para esos juegos, pero es muy alentador ver como se empeñan en mantener las tradiciones populares, sobre todo en lo referente a juegos infantiles y juveniles y sus marcadas épocas anuales. Ahora que hace más frío están jugando a las estampas en los portales del ayuntamiento. Se terminó la época del trompo y, mientras se afianzan las bolas con sus “guás” y sus “triángulos” y empezamos a afilar los pinchos o clavos del maderal del 14 para el “pinche”, pasan las noches en los portales del ayuntamiento tirando las estampas de futbolistas o de la colección que impera en el pueblo en esa época, primero hacia la pared de enfrente para establecer turnos de tiradas de todas ellas hacia arriba y tratar de conseguir que caigan en el suelo bocarriba  el mayor número de ellas, que serán las que se queden en propiedad quién las lanza al techo.

         Por la edad que tienen me reitero en que no son juegos para ellos, pero parece como si quisieran aferrarse a tradiciones y costumbres “de toa la vida” como gusta decir a quienes abogan por mantener tal o cual juego, fiesta local, reunión familiar o campestre, etc. Eso está muy bien pero deberíamos ser conscientes que los tiempos cambian (y no siempre para bien por muy optimistas que queramos ser y muy inquisidores acérrimos del “buenismo” cabalgante e imperante que tenemos en la actualidad), y las sociedades deben adaptarse. Ello no quiere decir que tengan que desaparecer ciertas costumbres y tradiciones y crear otras; sólo hay que saber adaptarlas a la actualidad. Pero esa adaptación no incluye hacer uso y abuso de ellas cómo, cuándo y dónde a cada uno le venga en gana. La adaptación a la actualidad no responde a esas hipotéticas preguntas anteriores. Responde a la necesidad intrínseca y autóctona de mantenerlas pero utilizando otros medios, que no otros formatos, otras realizaciones, otras orientaciones, otros sentidos, otras intenciones, ya que tergiversando la actualización de la realidad se obtienen unas consecuencias muy alejadas de las verdades intenciones primigenias buscadas con la realización o celebración de esa costumbre o tradición. El ser humano, por naturaleza, tiende a “arrimar el ascua a su sardina” y ahí es donde comienza el barullo y el enredo. Estos chicos parecen mantener la esencia de esos juegos infantiles y juveniles, pero, como digo, no tienen ya edad para estos juegos. Si los que vienen por detrás no toman nota, por muy acérrimos que seamos de tradiciones y costumbres, poco o muy poco se puede hacer por mantenerlas. Serán recordadas, pero nada más.

         ¡Qué barbaridad! ¡Cómo se nota que pasa el tiempo también por mí! ¡Me enrollo con cualquier cosa y me olvido de la verdadera razón de estas charletas!

         ¡Vamos chicos! ¡Recoged las estampas y vamos para adentro a estamparnos con otro “tostón románico simbolizado”. ¡El cuarto ya! Esto parece no tener fin. En fin, comencemos.

         Después de analizar los fundamentos y razones del simbolismo y adaptarlas al tiempo y arte románico, vimos en el capítulo anterior toda la simbología animal terrestre; al menos, la más importante. En este capítulo, “charleta” o “tostón” como gustáis decir, nos centraremos en las aves.

         ¡Vamos a por ello!

         Las aves proyectan los defectos humanos. Son astutas, ávaras, amantes de su prole, lascivas, etc. Se las suele comparar con el alma, ya que pueden ascender y alejarse de lo terrenal en busca del cielo.

AVES ENFRENTADAS: … y particularmente las que beben del mismo cáliz. Esta representación puede aludir a un motivo paleocristiano que podría tener un sentido eucarístico, simbolizar la vida eterna como fruto de la sangre martirial. En la explicación o interpretación bíblica, el cáliz representa la pasión de Cristo, las tribulaciones (otra palabreja p’al cubo la Guada) de los santos y la sangre de los mártires. (Mt XX, 33).

Aves bebiendo del mismo cáliz. Capilla de la ermita de Santa Eulalia de La Lloraza
Concejo de Villaviciosa de Asturias.

AVES MORDIÉNDOSE LAS PATAS: el ave, como hemos dicho antes, simboliza el alma humana. Dos aves mordiéndose las patas representan el esfuerzo de las almas por liberarse de sus ataduras terrenales. Las patas son las que anclan el animal en la tierra, y representan el vínculo con el mundo material, vínculo que hay que romper para elevarse a Dios. Puede haber dos tipos de representaciones: cada ave se muerde las propias patas, o cada una muerde las patas de la otra.

Aves mordiéndose las patas. Cripta de San Esteban.
Sos del Rey Católico. Zaragoza.

AVE QUE PICA: el ave que pica simboliza el martirio/castigo/penitencia que experimenta el pecador arrepentido para redimirse de sus pecados. El ave picotea el alma del pecador. Si lo que pica el ave son los frutos, simbolizan las almas invitadas al banquete eucarístico.

Aves picando frutos. San Pedro de la Nave. Zamora.

AVES ZANCUDAS: imagen del pensamiento, de la imaginación, de la rapidez de las relaciones con el espíritu. Simbolizan la altura y proyección espiritual por su despegue del suelo. Dos aves zancudas comiéndose una serpiente simbolizan que el bien devora el mal.

Aves zancudas comiéndose una serpiente.
San Andrés. Ávila.

ÁGUILA: imagen de Jesucristo y símbolo del evangelista Juan. Es uno de los emblemas más ricos en el cristianismo, ya que aunó perfectamente el simbolismo religioso con el de la religión cristiana. En el cristianismo, el símbolo del águila es múltiple, apoyado por numerosos textos bíblicos: emblema del triunfo de Jesucristo; de Cristo conductor de las almas hacia Dios; de la resurrección de Cristo; de la justicia; del mismo cristiano; de la Ascensión; del Bautismo y la regeneración por el mismo. Este último símbolo está basado en la leyenda popularizada por el Physiologus (ya hemos hablado de este libro en más de una vez) según la cual cuándo el águila siente que envejece, se eleva hasta el sol, que le quema las alas y luego se deja caer en una fuente donde se baña tres veces para salir rejuvenecida.

Águila sujetando un cordero. San Millán. Segovia.

Águila sujetando animal en suelo. Santa María la Mayor.
Abajas. Burgos.

CIGÜEÑA (CICONIA): ejemplo del bien por su carácter de buen agüero, además de ser monógama y comer serpientes. Se la representa a menudo con una serpiente en el pico. Venerada desde muy antiguo porque alimenta a sus padres cuando son viejos. Es el modelo de piedad filial. Trae buena suerte y anuncia la primavera.

Cigüeña. San Vicente Pelamayor de Arroyo.
Segovia.

GALLO: simboliza la vigilancia y la Resurrección porque cada mañana anuncia el día que sucede a la noche. Realmente, el gallo es poco representado en piedra en el arte románico. Sin embargo es un animal claramente solar, vigilante de señalar cada mañana la llegada del amanecer. El sol es dador de luz, calor y vida, apareciendo como un pilar en la simbología románica. El gallo nos señala el tránsito de la oscuridad a la luz con su canto, de ahí que sea un animal con connotaciones positivas. Recordamos nuevamente el Ego Sum Lux Mundi al que tantas veces nos hemos referido. También se le atribuye el papel de anunciador, relacionándolo con el Arcángel Gabriel. El gallo es el animal elegido desde la antigüedad para coronar los puntos más altos de los edificios, en particular, las veletas indicadoras de la dirección del viento. El origen, como curiosidad de esta elección, se remonta al mundo persa, en concreto a la conquista de los Santos Lugares por el rey persa Kosroes II. Este rey de la monarquía sasánida ordenó que todas las cruces que remataban los lugares asociados a Cristo fueran sustituidas por gallos dorados, el emblema personal del rey persa, que era conocido como “rey de reyes”. Aunque en la antigüedad ya se usaban las veletas, es en la época románica cuándo el gallo se incorpora a ellas. Es precisamente el gallo el que indicará con su canto, y por triplicado, la traición de Pedro a Cristo.

Gallo. San Pedro de Tejada. Puente Arenas. Burgos.

LECHUZA: ave nocturna emblemática de la diosa Atenea, deidad vinculada al conocimiento. Por este motivo se identificó a la lechuza con la dedicación espiritual y el conocimiento esotérico. También es atributo del sueño, de la muerte y de la noche. Puede simbolizar también la soledad, asociándola en este sentido con ermitaños en oración, apareciendo con frecuencia relacionada con San Jerónimo. Puede ser identificada en ocasiones como ave de mal agüero, como representación del demonio, pues es un animal que vive en la oscuridad y huye de la luz (nuevamente recordamos el Ego Sum Lux Mundi).

Lechuza. Catedral San Pedro. Jaca. Huesca.

Lechuza. Santa Eulalia. Lloraza. Asturias.

PALOMA: símbolo fundamentalmente asociado al Espíritu Santo, o también al alma cristiana, además de simbolizar al espíritu en general y a la mansedumbre. En el arte románico es también símbolo de las almas, sobre todo la de los mártires por haber dado testimonio de Cristo. Una son blancas y otras rojas, en alusión a la naturaleza del martirio sufrido. Están debajo del altar, primero, para expresar que su sacrificio es ofrecido a Dios en el altar del cielo y, segundo, porque la comunidad paleocristiana construía las mesas de los altares sobre el cuerpo de los mártires. Será en la primera mitad del siglo III cuando empiece a utilizarse la paloma en las representaciones del Bautismo de Jesús, representado entonces, según los evangelios, al Espíritu Santo. Cuando la paloma es representada de forma invertida o descendente, simboliza una influencia espiritual, como las lenguas de fuego del Espíritu Santo en Pentecostés.

Paloma en forma de Espíritu Santo.
San Baudelio. Casillas de Berlanga. Soria.

Paloma en forma de Espíritu Santo.
Monasterio de Santa María de l’Estany. Barcelona.


PAVO REAL: símbolo solar debido a su vistosa cola abierta en rueda. Símbolo también de la inmortalidad del alma de los bienaventurados: “Su carne es tan dura que difícilmente se corroe.” (San Isidoro). Contribuyó a ésto la antigua creencia de que la carne del pavo real era incorruptible. Con este significado aparece con frecuencia en las pinturas de las catacumbas. También tiene algunas connotaciones negativas, como emblema de la vanidad, fruto de una reflexión acerca de la fugacidad de la hermosura y la escasa viveza del ave en cuestión, que contrasta con su apariencia espléndida.

Pavo real. San Milllán. Segovia.

PELÍCANO (PELÍCANUS): de antigua leyenda retomada de la edad media nace el simbolismo del pelícano. El pelícano quiere mucho a sus hijos. Cuando nacen los polluelos, en cuanto están algo crecidos, golpean a su padre en el rostro. Éste les golpea a su vez, matándolos. La madre, afligida por sus hijos, al tercer día se abre el costado con su pico y deja caer su sangre sobre los cuerpos muertos de sus pequeños, y los despierta a la vida. El sacrificio del pelícano por resucitar a sus hijos se ha convertido en símbolo de la Redención de Cristo y de la Caridad. Otra antigua convicción afirma que el pelícano alimenta a sus polluelos, en caso de necesidad, infiriéndose con el pico una herida en la pechuga para que puedan así beber su sangre y sobrevivir. Esto dio base al simbolismo cristiano de que este ave hace referencia a Jesús Salvador. La iconografía del pelícano aparece circunscrita sobre todo en dos temas: aparece en la escena llamada de la “Crucifixión simbólica” posada en la cruz o a su pie, y también es frecuente, hasta en la actualidad, encontrarlo representado en la puerta de los sagrarios. Este ave tiene un pico largo y ancho, de cuya parte inferior prende una membrana que forma una especie de bolsa donde guarda el pescado con que alimenta a sus hijos. El peso de la bolsa produce la impresión de que coloca el pico contra su pecho, y de ahí la leyenda que le ha valido el honor de ser considerado mártir paternal, a imagen de Cristo y su sacrificio.

Pelícano. San Marcon. Corcubión. La Coruña.

         Bueno chiquetes, ¿qué os ha parecido esta otra simbología avícola? ¿Os ha gustado más que la simbología de animales terrestres? Son diferentes y a la vez iguales. Cada una de ellas trata de ensalzar o denostar las cualidades de cada animal o ave, y adaptarla a la vida del ser humano, destacando virtudes o defectos, pero siempre con la misma finalidad: hacer del ser humano medieval un ser humano más espiritual, menos apegado a la tierra y siempre tratando de aumentar su bondad y anular al maligno que se lleva dentro.

         Como os dije, aún nos quedaría todo un mundo fantástico e imaginario por analizar, animales fantásticos y monstruos que en el Arte Románico están representados en la mayoría de las iglesias y templos románicos, pero el tema es tan denso y largo que quizás sea mejor dejarlo para una charla que trate únicamente de ello.

         Habéis apreciado que con las aves hemos terminado pronto. Hay más aves representadas en este arte, pero aquí hemos expuesto las más importantes y las más representadas; ya os comenté que no se trata de hacer un tratado riguroso, sino dar unas breves pinceladas a todo este amplio y complicadísimo mundo del simbolismo.

         Antes de dar por concluido este “tostón románico” podíamos hablar a estilo flash (sí, como el de las cámaras de fotos) de otros temas muy representados en el Arte Románico, como es el tema vegetal u otras representaciones arquitectónicas o escenas repetitivas a lo largo del cristianismo, que aún con el paso del tiempo, cualquier persona que las observa pueda identificarlas perfectamente e intuir de inmediato su significado. Son escenas tan frecuentes que incluso no haría falta ninguna pequeña descripción de ellas ni de su significado cristiano.

         El hombre románico otra cosa no tendrá, pero apego a la tierra es lo único claro que tiene y lo que mejor conoce. Su sustento físico proviene de esa tierra que tanto trabajo y sufrimiento les crea en el día a día. Contempla los frutos de la tierra, pero también todo aquello que la tierra le ofrece, como los árboles, flores, frutos salvajes, etc. Su apego a la tierra es tan fuerte, tan directo, que su interés hacia ella es un fenómeno absolutamente normal. Observa la naturaleza entera como un inmenso saco cargado de fuerzas benéficas y perniciosas. La observa y, siendo consciente de lo poco que sabe de las Sagradas Escrituras, recuerda que Éstas están llenas de referencias a la naturaleza (ya hemos visto también que hay infinidad de referencias a los animales), plantas, flores, árboles, que también son creación de Dios. Es consciente que Jesús transmitía todas sus enseñanzas por medio de símiles o alegorías; la belleza de las flores las comparaba a los lirios del valle; la unión del cristiano con Cristo, con la vid y los sarmientos; el Juicio Final con la separación del trigo de la paja; la fecundidad cristiana con la higuera, etc. Todo ésto que el hombre románico sabía lo exponía cuando trataba de expresarse por los únicos medios que sabía y que tenía a su alcance: la pintura y la escultura. Eso fue lo hizo y eso es lo que ha quedado para toda la eternidad (algunas veces; otras no, ya que el hombre contemporáneo se ha encargado de su eliminación selectiva, exaltando su analfabetismo cultural y su intransigencia intelectual. (¡Y luego decían que la época medieval era una época de rudos, palurdos, analfabetos, supersticiosos y demás! ¡Qué serán entonces ellos!).

ÁRBOL: se le compara con la Sabiduría del Árbol de la Vida (Proverbios III, 8). El árbol frutal representa la unión de los creyentes con Cristo. En la ornamentación románica, el árbol de la vida aparece como entrelazados, frondas o laberintos, porque puede conferir la inmortalidad, pero es difícil llegar hasta él. Se basaban en la Biblia, en el anteriormente citado libro de los Proverbios para la representación del árbol, ya que este libro compara la Sabiduría a un árbol de la vida, y el que se acoge a ella es feliz.

Árbol de Peridexión. Agramunt. Lérida.

Árbol de la Vida. Tímpano de Añés. Álava.

ESPINOS: en el Codex Calixtino (Códice Calistino, conservado en la catedral de Santiago de Compostela) se puede leer: “… los espinos que pinchan a quienes los tocan representan los pecados del género humano, con los que punza uno al padecer en el infierno tormentos infernales.”. En el mismo códice también se dice que Santiago cortó del campo de la Iglesialos espinos y zarzas de los vicios, sembrando las rosas y azucenas de las virtudes”. En la Biblia, los espinos siempre han tenido un sentido negativo.

LIRIO: San Jerónimo y San Bernardo relacionan en sus comentarios el lirio con Cristo, a partir del Cantar de los Cantares (escrito por Salomón): “Yo soy el Narciso de Sirón, el lirio de los valles”. (Cantar de los Cantares II, 1), y lo interpretan en clave eclesiástica: Cristo y la Iglesia. Los lirios están presentes tanto en el contexto de la propia pasión de Cristo como en los temas de contenido eucarístico. La tulipa de un Lilium Candidum tiene forma de copa. Representa así mismo la fe virginal de la Virgen María cuya iconografía de la Anunciación (Lc I, 26-38) incorpora el lirio (que no aparece en el texto bíblico) desde el periodo bizantino. Los lirios representan lo puro y el amor virginal (recordamos que aún hoy en día se regalan para San Valentín).

 HOSAS DE ACANTO: se utilizan como ornato en columnas y, sobre todo, en capiteles. Simbolizan las espinas, el crecimiento y la vida, aunque realmente la función de esta representación era más decorativa que simbológica.

Hojas carnosas de acanto. Monasterio de Silos. Burgos.

OLIVO: desde la antigüedad, la planta del olivo representa el emblema de la paz en todas las culturas y religiones, sobre todo de la cuenca mediterránea. El olivo, en el Huerto de los Olivos, aparece desprovisto de simbolismo; es simplemente para ambientar la escena. Podemos encontrarnos con frecuencia cómo una rama de olivo es llevada por uno de los angelotes que rodean a la Virgen. Este motivo es traído por la frase del Antiguo Testamento que se suele relacionar con la Inmaculada Concepción: Oliva Speciosa.


PALMERA / PALMA: simbolismo dual, ya que por un lado puede representar la fertilidad casta (se pensaba que la palma se fecundaba sola) o también el triunfo y victoria tanto como la esperanza de inmortalidad (entrada de Jesús en Jerusalem). También puede representar la fiesta, la resurrección o triunfo, igual que la Laúrea o corona de laurel. La cultura cristiana asimiló esta simbología considerando la palma un emblema de victoria en el sentido de triunfo sobre el martirio y sobre la muerte. Por este motivo, los santos llevan en la mano una rama de dicha planta. También San Juan Evangelista puede llevar una palma en la mano, puesto que, según refiere la Leyenda Dorada, la misma Virgen María había pedido al evangelista que la llevara en la ceremonia de su enterramiento.

Hojas de palma. San Martín. Babuyas de Abajo. Soria.

ROSA: en la iconografía cristiana, la rosa se considera relacionada con la sangre de Jesús. Desde la Edad Media es también símbolo mariano: la Virgen es llamada “Rosa sin Espinas”.

VID: la planta de la vid y su fruto, la uva, se consideran símbolo de Cristo y su sacrificio. Uva y vino son una referencia a la Pasión de Cristo y al episodio de la Última Cena. Símbolo eucarístico. Identificada por los pueblos antiguos de Oriente como la “planta de la vida”.

Hojas de parra y racimos de uvas. Capitel de la ermita de Cubillas.
Albalate de Zorita. Guadalajara.

         Por parte de la flora también podemos darla por concluida, aunque como habéis podido apreciar, es menos significativa y menos simbólica; es más etérea, más generalista. De hecho, de todo lo que hemos comentado del mundo vegetal, hay muy poca representación en el Arte Románico; tan sólo la vid, mejor dicho, la hoja de la vid y las uvas, además de la palma o palmera y, quizás la más representativa, las hojas de acanto, las cuales son más motivos decorativos que simbólicos.

         Ya que estamos en faena, podríamos terminar esta charleta con otros motivos ornamentales, arquitectónicos u otros variados que se suelen representar muy a menudo dentro del Arte Románico y que no pertenecen a ninguna de las categorías tratadas anteriormente, ni tampoco a la venidera de animales fantásticos y monstruos. Estas representaciones, como no, también tienen su simbología específica y particular. Veamos cuales podrían ser.

ÁNCORA: símbolo de la esperanza en la vida futura. Unida a un pez equivale a alguna de las inscripciones funerarias: “Spes in Christo” (la esperanza está en Cristo).

DIENTES DE SIERRA / ZIG-ZAG: procedente del mundo anglo-normando, sugeriría la fuerza purificadora de las aguas y los altibajos continuos que supone toda progresión espiritual, que si llegara al cruce equivaldría a cambio de signo. Representada muy comúnmente en pilas bautismales.

Dientes de sierra. San Esteban de Carracedelo. León.

Dientes de sierra. Monasterio de Sta. María de Mave. Palencia.

ROSÁCEAS: elementos eminentemente ornamentales que simbolizan la perfección inmaculada y, especialmente, las formas eucarísticas, siendo uno de sus sentidos principales el que se refiere a la Copa. La flor evoca, por su forma misma, la idea de un receptáculo, de un cáliz. Intercaladas en los radios de un crismón, indican que el modo de recorrer el camino de Cristo a Dios es mediante la Eucaristía. Cuando aparece representada con doce pétalos en el centro del crismón, simboliza la quintaesencia de Cristo en su manifestación terrena como signo eucarístico típico.

Rosáceas. Iglesia de Puilampa. Zaragoza.

Rosáceas. San Juan de Rabaneda. Soria.

ESPIRAL: símbolo solar y reflejo de la divinidad. Emblema del aliento y del espíritu.

Espiral. Templo parroquial de Olcoz. Navarra.

Marca de cantero en espiral.

LÍNEAS: si son almenadas, simbolizan la tierra; si son dentadas, el fuego; si son onduladas, el aire (cuando es simple) o el agua de regeneración si son varias onduladas.

Y: esbozando volutas, no es otra cosa que la analogía de la doble elección de caminos que continuamente se le presenta en la vida al hombre, y que si resuelve acertadamente de a éste la tensión trascendente y necesaria para progresar en el mundo del espíritu y del conocimiento verdadero (iglesia del monasterio de Leyre, Navarra). Significa la elección de caminos ante el vicio y la virtud (iglesia de San Pedro, Taverga).

TRIÁNGULO: Simboliza la armonía y la proporción, además de a la Santísima Trinidad.

DANIEL EN EL FOSO DE LOS LEONES: la victoria del débil e indefenso hombre que halla su fuerza en la confianza en Dios. Demuestra su fe, su condición de profeta y su cercanía a Dios cuando es arrojado al foso de los leones y no es devorado por ellos, manifestándose la inmunidad ante su ataque como signo de bienaventuranza (Dan VI, 1-28).

Daniel en el foso de los leones. San Pedro de la Nave. Zamora.

Daniel en el foso de los leones. Villanueva de Teverga. Asturias. 

MANO DE DIOS (DEXTERA DOMINI): es una representación abstracta de Dios. No tiene referencia evangélica pero estaba incluida en multitud de programas iconográficos, ya fuera de forma aislada o coordinada con la escultura del entorno físico inmediato. Es la representación de una mano derecha que recoge en su palma los dedos anular y meñique. Los otros tres dedos permanecen extendidos como alusión a la bendición trinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Algunas veces está inscrita en un círculo, como alusión a la perfección del movimiento continuo que significa la divinidad, sin principio ni fin. Suele cerrarse el icono con la existencia de la forma crucífera que encuadra la mano en el centro del círculo. Desde muy antiguo ha simbolizado el poder protector, a la resolución fáctica uno de los órganos vitales más importantes para poder ejercerlo. Dios muestra su autoridad en forma de mano. La mano siempre ha sido un órgano fascinante para el hombre; de hecho ya la dejaba impresa en las cuevas prehistóricas, aunque en esa época no podemos atribuirle relación divina, más que nada por carecer de certeza al respecto. La mano en el mundo medieval tuvo su importancia como forma de aceptación de vasallaje en el momento de la ceremonia de sumisión. La religión católica hace lo propio en el rito de la consagración de los presbíteros, cuando el obispo impone sus manos sobre la cabeza del pretendiente, como relación de traslación y deposición del poder divino. La figura del orante, desde los inicios del arte cristiano, como es el románico, se realiza con las manos levantadas hacia el cielo o juntas en señal de petición. La mano en el Arte Románico es la representación del Padre, la de su omnipresencia poderosa.

Dextera Dómini. San Pedro de la Rua. Estella. Navarra.
        
Y ya para terminar este roncamiento polifónico y respetuoso, os indico algunas representaciones conjuntas que se suelen dar con mucha frecuencia en el Arte Románico. Todas ellas tienen un significado parecido: avisar al hombre de los vicios del mundo y tratar de dirigirlo hacia otros derroteros más favorables a su salvación, sobre todo espiritual.

         La simbología de estas escenas suele ser común en cada representación, aunque hay que tener en cuenta que a medida que van avanzando las investigaciones y los estudios en este arte, su simbología puede variar en un sentido o en otro, pero no muy alejada siempre de exponer los vicios a los que está sometido el ser humano y tratar  de enseñarle el camino correcto. Estas son algunas de ellas: el arpista y la bailarina; saltimbanquis y acróbatas; el tonel y el cáliz; la bolsa colgada al cuello del hombre y batracios mordiendo el sexo y los senos de la mujer; la concha y la oca.

         Bueno chiquetes, esto parece que ha llegado a su fin. Parecía que no iba a llegar nunca, pero como veis, el tiempo es inexorable, tiene un principio y un final, además de ser un gran consolador y generador de olvidos. Espero que vosotros no os olvidéis de todo lo dicho en este nuevo “tostón románico”. Quizás algún día decidáis acordaos de él por las razones que sean, ¡quién sabe!, y entonces os alegraréis de no haber roncado mucho durante el tiempo que ha durado. La vida es imprevisible además de mandona. Ella manda, y cuanto mejor preparados estemos para tratarla más fácil será llevarla. Aún así, siempre mandará ella por mucho que nos empeñemos. Tratadla como podáis y queráis.


         ¡Hasta pronto!

lunes, 2 de junio de 2014

CONSTRUIMOS UNA IGLESIA ROMÁNICA (y II)


        ¡De tostón a tostón y tiro porque me toca!

         No rima mucho, pero es lo que muchos de vosotros pensaréis: “… y el curita nos vuelve a tostonear con otro capítulo románico-tostoneado. ¡Y no se cansa para lo viejo que es! Ahora parece que se ha metido a albañil y sigue, erre que erre, empeñado en construir iglesias viejas. ¡Si ya están construidas! ¿Para qué tanto empeño en volverlas a hacer? ¡Qué desazón!”.

         No os enfadéis, os entiendo, pero no queda más remedio que terminar con las explicaciones dadas en el capítulo anterior. Todo el esfuerzo que habéis realizado para la comprensión del capítulo anterior no tendría sentido si no “rematamos la faena” como debe ser. Vamos, ¡ánimo!, que es muy chulo todo lo que queda.

         Hemos visto cuales son los elementos fundamentales en la construcción románica, las partes de que se compone una iglesia, ermita o catedral románica, … pero nos falta algo. ¿El qué? ¡Vamos a descubrirlo … o descubrirlos!

         Tenemos nuestra iglesia totalmente terminada. Será más grande o más pequeña en función de las necesidades de la comunidad que la ha levantado o ayudado a levantar. Pero los parroquianos que habitan en esa aldea o pueblo, solos no pueden construirla, necesitan la ayuda de “expertos” y “profesionales”, de manos especializadas en la construcción de este tipo de edificios; más o menos como ahora, que para construir una casa se necesitan arquitectos, aparejadores, albañiles, forjadores, herreros, carpinteros, pintores, etc.

         Los protagonistas en la construcción de una iglesia románica no eran los mismos que los de hoy día en la construcción de una casa o un edificio de varias plantas. Eran otro tipo de profesionales especializados en diferentes trabajos necesarios para la construcción de la iglesia, adaptados, lógicamente, a esos años medievales.

         Para empezar, las obras de iglesias y templos románicos tenían siempre un responsable que seguía la obra de principio a fin. Era el Magister Muri, el Maestro Constructor, que es el que realizará la obra de renombre. En las representaciones de la época, siempre aparece con un bastón de mando en la mano: es la Virga.

         Pero aunque llevara la Virga en la mano, no creáis que estos Magister Muri eran grandes expertos y grandes maestros constructores de obras románicas. Estos Magister Muri no poseían un conocimiento científico lo suficientemente amplio como para calcular el comportamiento estructural de los edificios; en cambio, sí sabían, por una tradición heredada, cómo debían construir y cuáles eran los lugares buenos para llevar a cabo su ejecución. Se servían de la experiencia acumulada y de la inercia constructiva de sus predecesores, además de lo que ellos mismos experimentaban directamente, lo que en ocasiones desembocaba en derrumbes, viéndose obligados a levantar de nuevo las fábricas de las obras. Su cálculo era intuitivo, basado en ciertas relaciones más o menos sencillas, y los conocimientos prácticos que poco a poco iban acumulando eran celosamente guardados por ellos para transmitirlos de unas generaciones a otras.

Supuesta efigie del Maestro Mateo en el Pórtico de Gloria de Santiago de Compostela

        Daos cuenta de los utensilios que estos “maestros” utilizaban en la época medieval: una virga, que no es más que una vara con una longitud determinada (eso sí, no todas tenías la misma; dependía del maestro que la utilizaba) y también era muy utilizada una cuerda de 13 nudos. Sí, sí, una cuerda con 13 nudos o algunas con 12, también al gusto del consumidos maestro, que servía para realizar los planteamientos de las construcciones. Aunque penséis que os pudiera estar tomando el pelo, la cuerda de 13 ó 12 nudos, así como la virga, eran unas herramientas importantísimas y personalísimas, y cada maestro constructor llevaba la suya, aunque ninguna midiera lo mismo ni tuviera los mismos nudos.

         Fundamentalmente, la cuerda de 13 nudos servía para plantear bases de triángulos rectángulos, sobre todo los pitagóricos, esos que tienen un cateto que vale 3, el otro cateto vale 4 y la hipotenusa vale 5, un número exacto (¡ay las matemáticas! ¡ay! ¡ay! ¡ay!). En vez de medir en centímetros o metros, medían en nudos.

         También medían y realizaban espacios, sectores o partes de naves laterales utilizando el triángulo equilátero de lado 1, lo que daba como resultado el módulo de 1 a raíz cuadrada de 2. Duplicando este módulo permitía establecer el tamaño de sectores y tramos en la nave principal, consiguiendo una armonía con la altura de los pilares y columnas de un tamaño mitad de la longitud del módulo central y, por tanto, de módulo unitario como en las naves laterales.

         Fijaos que con una cuerda y una vara, estos “maestros albañiles” conseguían unos edificios, templos e iglesias de una belleza y una armonía que, un milenio después, aún nos sobrecoge y nos emociona su contemplación. Aunque, como es lógico, no siempre se mantenían de pie en la primera intentona que realizaban.
Cuerda de 12 nudos antes de ser utilizada

Utilización de la cuerda de 12 nudos

Utilización de la cuerda de 13 nudos para crear triángulos pitagóricos

        De todas las frecuentes desavenencias que se iban produciendo día a día, necesariamente se aprendía. En un afán de mayor virtuosismo o proeza constructiva, se les solían caer los edificios, como hemos dicho antes, o bien parte de ellos, lo que provocaba retrasos en las obras y la obligación perentoria de rehacerlos de nuevo. También solían equivocarse en los replanteos y en las ejecuciones. Era muy frecuente ver zonas poco uniformes, fruto de soluciones tomadas sobre la marcha, y muchas otras veces sufrían la modificación del programa que debían resolver adaptándose a lo ya ejecutado. Ello también se debía a que el proyecto del edificio no quedaba registrado en papel, sino que debía estar bien claro en la cabeza del maestro constructor, que cada día realizaba un boceto, a tamaño natural, en una calada de yeso, de las partes a realizar ese día.

         Podemos, pues, afirmar, que fue la sabiduría popular la que consiguió lo que hoy vemos en pie. La arquitectura románica o las construcciones románicas vendrían a ser una arquitectura sin arquitectos. Los Magister Muri que las dirigían utilizaron la fuerza de la repetición, la forma empírica de los hechos consumada en otras iglesias.

         Al contrario de lo que ocurre hoy día sobre el localismo y comodidad itinerante de los maestros albañiles y arquitectos actuales, los Magister Muri eran hombres muy cultos y también muy viajeros. Trabajaban allá donde se les llamaba y se les requería, transmitiendo sus conocimientos, además de generación en generación, a lo largo de los países que visitaban. Ello facilitó la divulgación del Románico y sus formas constructivas, ya que hasta entonces, los maestros y artesanos que participaban en la obra románica no tenían los mismos conocimientos, no manejaban las mismas fuentes. Por ejemplo, un monje noruego del siglo XI no disponía de la misma información que un arquitecto catalán que tenía a su disposición los recursos bibliográficos de los árabes por un lado, y de los francos (franceses, se entiende) por otro.

         El Magister Muri de una obra románica, a pesar de no poseer esas mismas informaciones dependiendo de su localización, sí que tenía conocimientos específicos para comenzar y concluir la obra, y, a la vez, grandes responsabilidades, ya que debía encargarse de la organización del trabajo, inventar nuevos sistemas de construcción, construcción de máquinas, desplazamiento de materiales, etc.

Material de construcción. Catedral vieja de Salamanca.

        Si la obra es de nueva planta, habrá que alisar el terreno, y se podrán cordeles delimitando cada una de las partes que forman el edificio. Si se construye sobre uno existente, se comenzará por los pies, derribándose a medida que se van acercando al altar. Resolvía todos los problemas prácticos que iban apareciendo a medida que realizaban el trabajo a él encomendado. Pensemos que durante la ejecución de las obras románicas, con toda probabilidad surgirían problemas técnicos en los replanteos de las trazas, los encuentros de las piezas, las articulaciones de elementos, remates, nivelaciones del terreno, diseño de cimbras para arcos y bóvedas, etc. Debía buscar una cantera y el medio de transporte para acercar la piedra a la obra. Era preciso talar árboles para hacer estructuras, andamios, etc.; la necesaria carpintería para soportar la construcción mientras se monta la obra. Esa materia prima podía proceder de desbrozamientos de bosques para dedicar terrenos a la agricultura. Era muy preciado el maestro constructor que sabía aprovechar la madera, sobre todo la de las cimbras, que la reutilizaba en otras partes de la construcción. En todos estos casos, la presencia del Magister Muri era ahora más necesaria que nunca, para resolver “in situ” esos problemas, a partir de toda su experiencia acumulada, y con el agravante de la enorme pesadez de las piedras. Hay que considerar la complejidad que entrañaba replantear de nuevo una estructura de piedra en altura, sobre todo si tenemos en cuenta la dificultad añadida de los medios técnicos con que contaban, por lo que la obra románica no se podía dejar al azar o en manos de cualquier obrero.

Ilustración de una construcción medieval

        O sea, estaréis pensando después de todo lo leído, el Magister Muri era el que decía qué se tenía que construir, donde, cómo y cuándo; era el que mandaba en todo lo relacionado con la construcción de una iglesia o templo románico, hacía y deshacía, quitaba o ponía a su antojo.

         No, ni muchísimo menos. No nos podemos olvidar nunca que el Arte Románico es un arte fundamentalmente religioso, realizado por los hombres para alabar a Dios. Eran los abades, obispos y reyes los que auspiciaban la construcción del templo o iglesia románica. El artista románico solía permanecer en el anonimato (salvo casos muy específicos y puntuales) por considerar que no debía figurar su nombre en obras destinadas a ensalzar la gloria de Dios. El prestigio y la fama por la construcción de un templo románico no era para los maestros constructores, sino para esos abades, obispos y reyes, y, finalmente, para Dios, arquitecto último, al cual se le representaba sosteniendo compases en la mano que trazan la construcción del universo. Cristo aparece como arquitecto de la Iglesia, y San Pablo como sabio constructor que cimentó la fe cristiana.

         Como ya sabéis, ya que lo venimos repitiendo a lo largo de todo este tiempo, las iglesias y templos románicos eran utilizados como catecismos básicos con los que ilustrar y enseñar a esas gentes y parroquianos de la aldea que en su gran mayoría eran analfabetos. Para desarrollar ese catecismo ilustrativo, a la vez que alabar y ensalzar la gloria de Dios, los auspiciadores de estas obras románicas tenían sus propios teólogos redactores de los programas iconográficos a representar en esa iglesia o templo. Eran los que determinaban qué pasajes del Nuevo y Antiguo Testamento debían figurar en esa iglesia o templo. Elegían el pasaje, su ubicación dentro del templo (capiteles, ábsides, portadas, ventanas, muros, arquivoltas, etc.) y su representación artística, bien en forma escultórica, bien en forma pictórica. Los maestros constructores eran los ejecutores de estos catecismos, además de la construcción como tal del templo. Estaban a órdenes y dependían tanto de abades, obispos y reyes como de los teólogos redactores. Obedecían las órdenes de todos su superiores por separado, pero eran ellos, finalmente, los que debían repartir el trabajo especializado y acompasar la construcción de la obra, a la vez que coordinar a todos los trabajadores que tenía a su cargo.

Rey y maestro constructor visitando unas obras

        Esto último nos lleva a pensar que en torno a un buen maestro constructor se debían reunir pintores, escultores, cortadores de piedra, talladores, marmolistas, pavimentadores, leñadores, etc. Estos grupos de obreros eran llamados para ejecutar las grandes obras románicas. Se agrupaban en corporaciones que, al estar compuestas de obreros especializados, eran libres de aceptar o no el trabajo o el encargo que le podía ofrecer el maestro constructor. Si aceptaban el trabajo, se desplazaban hasta el lugar de construcción, permaneciendo en él durante todo el tiempo que durase el trabajo que debían desarrollar. Su emplazamiento y permanencia bien a pie de obra, bien en un lugar próximo a ella, y al necesitar casas de madera donde vivir dignamente durante el periodo de la obra, daban lugar al establecimiento formal de primigenios caseríos, que a su vez terminaban por albergar a otro tipo de trabajadores a su alrededor, germen de un incipiente burgo que, según su importancia, terminará convirtiéndose en villa o ciudad. Si sois un poco curiosos, os daréis cuenta que en ciertas ciudades y pueblos, todavía hoy hay barrios enteros que deben su nombre al tipo de corporaciones especializadas que en su día se establecieron en ese lugar y que han pervivido en el tiempo aún cuando su función como tal desapareciera. Son reminiscencias (otras más, ¡cómo no!) de la época románica que estamos tratando.

         Pero estamos diciendo que las personas y obreros que formaban estas corporaciones eran especialistas en un determinado oficio, lo que quiere decir que sólo sabían realizar de forma genial su trabajo especializado. Así pues, ¿quién ejecutaba el trabajo que no sabían o no querían realizar los especialistas? ¿Quién realizaba, digamos el “trabajo sucio”? Creo que alguno de vosotros ya habéis adivinado la respuesta. Efectivamente, eran los vecinos de esa villa o aldea los que aportaban esa mano de obra “no cualificada”, como gusta decir ahora. Pero no creáis que lo hacían a desgana y con sumisión. No. Pensad que la construcción de un templo, iglesia o edificio público siempre generaba una cierta expectación entre la población, así que todo vecino intentaba aportar algo en esa construcción, ya fuera dinero (casi nunca) o mano de obra (casi siempre). Esta mano de obra local se empleaba, como hemos dicho antes, en tareas que no requerían especialización. Esto lo podemos apreciar en la siguiente figura, que muestra el accidente de un obrero trabajando en una portada de una iglesia. Como se aprecia, el arco que decora la puerta no es medio punto, lo que demuestra que la construcción no es propiamente románica. Aún así, nos podemos hacer una idea de cómo era la construcción de una iglesia en época muy poco posterior a la época románica.


        La aportación que realizaba cada vecino en la construcción de la obra románica no siempre era voluntaria y gratuita, ni era el mismo vecino quién la ofrecía altruistamente. Muchas veces, el trabajo era utilizado como una forma de pagar alguna deuda contraída con la autoridad del lugar, relacionada, normalmente, con problemas de tierra y de pastos del ganado. Otras veces, cuando era necesaria aún más mano de obra, era la Iglesia quien otorgaba el perdón de los pecados a quienes colaboraban en la edificación de la iglesia o templo. Se  convencía a los fieles por medio de peticiones e indulgencias, desde el perdón de los pecados hasta la salvación eterna.

         ¡Vaaale! ¡Vaaale! Eran otros tiempos. Hoy día sabéis que esto no es así. Por eso, uno de los primeros capítulos lo dedicamos a tratar de comprender aquella época, muy distinta a la nuestra, sobre todo en estos aspectos.

         En lo que no era muy distinta una época de otra era en la cuestión monetaria. Tanto antes como ahora se necesitaba dinero para poder construir una iglesia o templo románico. No vayáis a pensar que porque los aldeanos fueran pobres (que lo eran) las construcciones debían ser gratuitas. Hemos visto que toda esta gente pagaba la construcción en la medida que podía o que le tocaba, con su propia mano de obra, a falta de recursos económicos. Pero las corporaciones de obreros especializados cobraran en dinero o bien en especias, que a la postre venía a ser lo mismo.

         Por todo ello, el maestro constructor también debía darle gran importancia a la organización económica y contable de la obra, y sacarle el máximo rendimiento al dinero conseguido para la construcción de la obra románica.

         Si antes hemos dicho que eran los abades, obispos y reyes los que se llevaban los méritos en la construcción de una iglesia o templo románico, también eran éstos los encargados de buscar el dinero necesario para llevar a cabo la obra.

         Tal y como ocurre muy frecuentemente hoy día, los proyectos reales (al fin y al cabo eso es lo que era una obra románica de cierta envergadura, como una catedral románica) se financiaban por medio del desvío de fondos (no vayáis a pensar que es nuevo lo que hay hoy día). El dinero se conseguía por medio de impuestos, donaciones, campañas petitorias. El obispo, a veces, cede parte de los impuestos que recaudan por portazgos, molinos, pastos, etc. Los nobles o personas acomodadas podían ceder derechos de su cantera o donar madera de sus bosques. La Iglesia sacaba en procesión las reliquias, y los fieles hacían ofrendas. Si el dinero no llegaba, las obras quedaban paralizadas, lo que daba lugar a que dichas obras duraran años y años. Y no penséis que ese problema era propio de la época románica. Hoy día, en la actualidad, la catedral de la Almudena, en Madrid, terminó su construcción no hace mucho tiempo, después de más de un siglo desde que comenzaran las obras de construcción. Lo mismo podemos decir de la Sagrada Familia en Barcelona, aún inconclusa por diversos motivos, entre ellos el fallecimiento prematuro de su arquitecto, Antonio Gaudí, y ¡cómo no! por motivos monetarios.

         Como podéis apreciar, hay cosas que por muchos años que pasen, siguen igual, sobre todo en el asunto monetario. Y es que, como dicen los catalanes: ¡la pela es la pela!, refiriéndose a la antigua peseta, que así era como ellos la llamaban.

         A modo de conclusión, las obras de estos templos románicos, muy probablemente se ejecutasen de una manera muy similar a las que se realizan en nuestro tiempo, incluso mucho más de lo que imaginamos. Un griterío de gente impresionante era el tono normal que se podía apreciar a pié de obra, fruto del barullo de obreros, picapedreros, canteros, escultores, carpinteros, vidrieros, etc.; en definitiva, gente trabajando en un sinfín de oficios.


        Y hablando de oficios, ¿repasamos una vez más esos oficios? Veamos quieres eran, qué hacían, qué función desempeñaban en la obra románica; realmente eran los verdaderos protagonista de la construcción románica, además, claro está, del Magister Muri.

         El comitente: era el cliente, aquel para el que se realizaba la obra y quien la pagaba.

         El teólogo redactor: no siempre concurría, solo en obras de cierta envergadura. Era el diseñador del programa iconográfico, tanto escultórico como pictórico que decoraría la iglesia.

         El arquitecto: no es una figura frecuente del Arte Románico salvo en grandes monumentos, como catedrales y grandes monasterios, y no lo es porque el conocimiento romano adquirido durante el esplendor del Imperio se eclipsa y no se revitaliza hasta que no se traducen los textos romanos científicos en la Escuela de Traductores de Toledo. Consiguientemente, la labor de la arquitectura en el Románico es realizada en forma empírica, es decir, a partir de la experiencia y con sólo planos de planta. El conocimiento teórico del arquitecto del mundo románico se reduce a la geometría.

         El maestro de obras: generalmente realizaba las tareas del arquitecto cuando éste no participaba en el proyecto. Es el jefe de las corporaciones de los diferentes oficios. Puesto que la obra se construía en función de su experiencia personal, el maestro estaba muy vinculado a la realización material.

         El cillerero: oficio propio de un monasterio. Era el monje encargado del control de las obras en el monasterio.

         La mano de obra no cualificada: sobre este oficio no hay mucha información al respecto hasta el siglo XIV, muy lejos del Románico. En general estaba clasificada por gremio ó tipo de actividad. En el Císter, al principio, los propios monjes trabajaron a pie de obra, aunque pronto fueron sustituidos por los conversos. No obstante, la mayor cantidad de mano de obra no cualificada en el Arte Románico era laica.

         Los picapedreros: en el ámbito del Arte Románico eran los que realizaban el trabajo en las canteras. Trabajaban a las órdenes del encargado. Su trabajo era controlado por el arquitecto ó el maestro de obra que visitaba la cantera con asiduidad y que daba las directrices al encargado de la cantera. El maestro de obras decidía el material más idóneo y el lugar de donde obtenerse, controlando la extracción y la calidad de la piedra. Los bloques que salían de la cantera eran allí mismo desbastados para facilitar su transporte y ocasionalmente se realizaba el tallado final cuando la pieza no requería mayor elaboración.

         Los acarreadores: el medio natural de transporte hasta el destino era el carro tirado por pareja de bueyes o de caballos con ruedas de radios, casi siempre “ferradas”, es decir, guarnecidas con clavos de grandes cabezas para aumentar la adherencia. Ocasionalmente se utilizó el transporte fluvial, y también ocasionalmente las calzadas romanas, pero lo habitual era el transporte por caminos que solían ser muy angostos y llenos de barro. El transporte era un importante factor de coste que condicionaba la ubicación del templo; el coste del transporte podía ser incluso mayor que el coste de los materiales. Con frecuencia el acarreo era realizado por las personas, tanto en el monumento como en pequeñas distancias. Para la construcción de iglesias y monasterios se otorgaban beneficios espirituales invitando a las personas a realizar estos trabajos, y también para aportar las carretas y animales.

         Los canteros: Su trabajo comenzaba haciéndose cargo de los materiales recibidos de la cantera, que guardaban en la “casa de la obra”, donde luego realizaban su trabajo, junto al edificio en construcción. Era uno de los gremios más numerosos en la obra. Sus herramientas eran el puntero, la maza, el pico y el hacha. Los canteros dejaban tres tipos de marcas: las conocidas como “marcas de cantero” cuyo único fin era el determinar el trabajo realizado por cada uno. Las “marcas de posición” destinadas a colocar las piedras en el lugar y posición para las que se tallaron y que se solían ubicar en lugares discretos (parte de atrás, basa, …, etc) y, sin sentido funcional, las “marcas de grafito”, signos o figuras caprichosas, grabadas en cualquier lugar y de las que las más frecuentes eran los tableros de juego de los propios canteros y otros obreros. De éstos, el juego más popular era el alquerque, de cinco, nueve ó doce en raya, como ya vimos en los capítulos iniciales.

         Los escultores: realizaban las labores ornamentales sobre la piedra, ocasionalmente realizadas con peor resultado por los mismos canteros. Normalmente trabajaban en la misma obra, pero en otras ocasiones lo hacían en otro lugar y con piedra diferente. No solían firmar las obras realizadas, aunque en muy contadas ocasiones registrasen su nombre seguido de Me fecit, para indicar su autoría ó registrasen solo su firma al final de sus días profesionales cuando hubiesen alcanzado el grado de maestro, a lo que se llama “magister signum”. Estas anotaciones iban siempre acompañadas de la fecha en que se registraban. Ocasionalmente en el Arte Románico el “me fecit” alude al comitente.

Maestro Micaelis me fecit. Iglesia de San Cornelio y San Cipriano.
Revilla de Santullán (Palencia).

        Areneros, poceros y caleros: cuando existían en la obra, eran los responsables de suministrar a los albañiles los elementos auxiliares de su trabajo: arena, agua y cal con los que se hacían las mezclas. Estos elementos eran transportados por lo acarreadores.

         Mazoneros ó albañiles: eran los responsables de levantar los muros. Los había de dos tipos: “de tapiar” y “de asentar canto tajado”. Éste colocaba los sillares y aquél realizaba los muros de cal y canto, mampostería y tapial. Trabajaban con escasísima maquinaria y aunque disponían de maquinaria de elevación, el método generalmente utilizado era el de plano inclinado. Con el tiempo se fue imponiendo la grua de elevación, impulsada por obreros dentro de una jaula; como si fueran ratoncillos hámster. Observad la siguiente ilustración.


         Tejeros y pizarreros: eran los responsables de la cubierta exterior y se llamaban así en función de que estuviese hecha de teja, ó de lajas de pizarra ó de piedra.

         Carpinteros: en el Arte Románico eran los artesanos más importantes en la construcción, en la que la madera fue el material más empleado. La madera preferida era el roble. Su trabajo consistía en montar los artilugios elevadores, los andamios, el cimbrado de arcos y bóvedas y las armaduras para los tejados. Su trabajo era clave en la estabilidad del edificio.

         Pintores, vidrieros y herreros: cuyo trabajo se relacionaba con la decoración y remate final del edificio terminado.

         Veamos a continuación algunas herramientas y diversos oficios que tenían las corporaciones locales que aludíamos con anterioridad.








        Bueno chicos, ya conocemos cómo se construye una iglesia o templo románico y quiénes son sus trabajadores, sus albañiles, como los conocemos normalmente. Sabemos que trabajos realizaban y qué herramientas utilizaban, pero muchos de vosotros os estaréis preguntando: “sí, todo esto está muy bien, pero … ¿por qué se construía esa iglesia o templo aparte de para glorificar a Dios?

         Si tuviéramos que aventurar los pasos que debieron darse para la construcción de cualquier monumento eclesiástico, podríamos arriesgarnos a dar los siguientes:

·         Necesidad espiritual de la creación de la iglesia o monasterio.
·         Soñar la obra y adecuarla a la necesidad material.
·         Búsqueda de los promotores.
·         Concreción de la obra con un arquitecto de confianza y su equipo de escultores y canteros.
·         Desarrollo de la construcción.
·         Uso y explotación de lo realizado.

         El Arte Románico no tuvo opción. Debía construir con sillares desde los propios cimientos para lograr poner en pie obras sencillas o descomunales, en geografías aisladas y con mínimos elementos de cálculo, aplicando imaginación e inventiva, práctica y herencia de tradiciones. Hoy día podemos comprobar su acierto constructivo en los monumentos en estado puro que quedan en pie, resistentes al moderno abandono de pueblos y aldeas.

         La intención de estos viejos edificios medievales fue la de ser habitáculo de la verdad cristiana interpretada de la manera más bella de aquel momento. Eran enormes o pequeñas construcciones que unían la calidad de sus obras a la gloria divina que poseían en su interior.

         Las obras arquitectónicas románicas nada tienen que ver con las obras actuales, la mayoría de las cuales tienen como seña de identidad el prematuro envejecimiento, casi a la par con la propia biología de quién las construyó, careciendo de humanidad y utilidad a la comunidad para quienes se crearon, amén de una falta de porvenir y pervivir en el tiempo. Ello hace un merecido homenaje a la nobleza y a la inmortalidad del espíritu de quienes realizaron las obras del Arte Románico.

         ¡Hasta pronto!