martes, 22 de marzo de 2016

DON INO, LAICISMO E HIPOCRESÍA (CON O SIN AMBIGÜEDAD)



     Desde mi privilegiada pero a la vez frustrante posición por no poder ayudar, observo cómo la sociedad no termina de definirse en casi ningún problema que le pueda surgir o bien pueda ella misma autogenerarse. Sí, pero … no; no, pero … si. Esto me vale hoy, pero mañana … ya veremos. Sí, sí, pero … La sociedad ha incorporado a su modus vivendi nuevas formas y tendencias decisorias que ponen de manifiesto la personalidad de aquellos quienes la forman y su implicación con ella y su futuro. La ambigüedad, la ambivalencia, la demagogia son dichos, acciones, condiciones sociales que no implican nada ni comprometen a nada ni a nadie, incluso pueden convertir en una degeneración aquello que toquen o traten.

         Como ya sabéis cuál es mi condición personal principal, sacerdote, siempre tira la cabra al monte como se suele decir, y más en fechas señaladas como puede ser la Semana Santa, la fiesta religiosa por excelencia más importante y más popular (por qué no decirlo y aceptarlo) incluso que la Navidad, por mucho de entrañable y familiar que pueda ser ésta última. Durante estas fechas movibles (muchísima gente aún no sabe el por qué de esa movilidad anual) la ambivalencia y la ambigüedad toman la calle de una forma soterrada, silenciosa, sigilosa, aunque, eso sí, convenenciosa y totalmente consciente y permitida.

         La Semana Santa supone para muchos unos días de descanso, lo llamados días prevacacionales, ya que pueden tomarse como una primera toma de contacto con la playa, la montaña, incluso con el extranjero, a modo preparatorio de las verdaderas vacaciones estivales de julio y agosto. La totalidad de estas personas se definen y se manifiestan abiertamente como laicos, lo que implica o debería implicar, que no tienen ni quieren tener nada que ver con todo lo que rodea a la Semana Santa; ni procesiones, ni actos de culto, ni liturgias, nada. Ellos, sus vacaciones y sobra todo lo demás.



         Para otros, la Semana Santa es justo lo contrario: participan activa y pasivamente en desfiles procesionales, asisten (los menos) a los actos de cultos y litúrgicos que prepara y programa la Iglesia Católica, durante todo el año natural están realizando actividades relacionadas con su condición nazarena y cristiana, etc., etc. Son también muchos los que participan en estos actos, pero también es cierto que en cuanto pueden, se marchan a disfrutar esos días prevacacionales una vez que consideran que con la asistencia y participación en la hermandad a la que pertenecen, porque los apuntó su madre cuando eran niños o niñas, han cumplido su obligación como hermano o cofrade y han cumplido con su obligación pseudocristiana o pseudocatólica.

         Sin embargo, tanto unos como otros no son conscientes de la cercanía que hay entre ellos y desconocen el factor común que los une, o mejor dicho, los factores comunes que los unen: el laicismo y la hipocresía. En cuanto a la hipocresía, al ser una manifestación que se produce en el propio sujeto de una manera subjetiva, poco podemos decir de ella, salvo que cada palo aguante su vela como se dice vulgarmente; el laicismo necesariamente lleva y desemboca en la hipocresía, pero es el paso previo y obligado para conseguir premeditadamente dicha meta. Ambos fingimientos o sentimientos se complementan entre sí, van de la mano, no hay uno sin el otro, pero en el tema que me gustaría tratar con vosotros hoy se centra más en el camino que en la meta, se centra más en el laicismo que en la hipocresía, aunque, repito, no hay lo uno sin lo otro y viceversa.

         Día a día observo desde mi privilegiado asentamiento, que no trono (no me merezco ninguno) cómo la sociedad reclama a sus gobernantes una independencia del Estado con la religión, sobre todo la católica; lo que se llama laicismo. Su reclamación se centra fundamentalmente en la Iglesia Católica por los concordatos firmados en su día con la Santa Sede y que en la mayoría de los casos están aún en vigor. Reclaman su anulación, así como la eliminación de la religión en colegios, institutos y universidades, no ya como asignatura obligatoria u optativa, sino que ahora focalizan sus protestas en las capillas erigidas en ciertas universidades españolas, con el sonado caso de una portavoz de un importante ayuntamiento de capital implicada en dichas protestas de una forma muy poco ortodoxa y democrática, impropia del cargo que actualmente ocupa.

         Sin embargo, estas mismas personas que se declaran laicos y reclaman el laicismo (que no laicidad, ya que este vocablo no existe en el diccionario de la lengua española por mucho que se le llene la boca del mismo a toda una caterva de políticos y pedigüeños) no dudan un solo instante en aprovechar esta Semana Santa cristiana y católica para disfrutar de una “merecidas vacaciones” como también les gusta decir. Aprovechan la celebración de unos actos y cultos religiosos cristianos para irse de vacaciones; es decir, aprovechando aquello que durante cincuenta y una semana denigran, rechazan de plano, y hasta humillan a sabiendas y con conocimiento (“¡Contra el Vaticano, poder clitoriano!”; “¡Sacad vuestros rosarios de nuestros ovarios!”, coreaba la política aludida anteriormente en una universidad española), y no teniendo ni queriendo saber nada de esta ni de ninguna otra religión, se marchan unos días de asueto por toda la cara. Como se puede apreciar, aprovechan el laicismo para terminar en la hipocresía. Lo que os decía antes.



         Pero como también os comentaba antes, no sólo estos personajillos se califican a sí mismo con estos actos y actuaciones. Si antes dije que tenían algo en común con aquellos que participaban activamente o pasivamente en actos litúrgicos y procesionales es porque, sin reclamar ni proclamar a los cuatro vientos la implantación de un laicismo galopante en la sociedad, en el fondo su participación se reduce a una ambigüedad que la mayoría de las veces da incluso más miedo que tranquilidad.

         Estos suelen declararse cristianos o católicos, eso sí, no practicantes, lo que en el fondo nos conduce al mismo sitio que a los anteriores, pero sin aterrizar en la playa o en la montaña. Son personas que aprovechan sobre todo las procesiones, antes, durante y después, para abanderar un fanatismo pseudocristiano y pseudocatólico impropio de alguien que debería buscar el recogimiento, la abstinencia, la contricción, la aflicción y, por ende, la tristeza. En vez de eso, buscan vestir tejidos de raso y terciopelo, vocean alaridamente a las imágenes y a los santos, les aplauden como fans a sus cantantes favoritos, les empujan y los suben como si fuera el último esfuerzo a realizar en vida; en definitiva, sin pasar por tanto laicismo, alcanzan igualmente la meta de la hipocresía.

         Pero si antes he definido tan sólo dos tipos de personas que suelen aparecer durante estos días, festivos para todos, algo más recatados para algunos, aún queda un tercer grupo de personas que no son ni chicha ni limoná, que no son laicos ni cristianos pero que se declaran laicos pero no cristianos aunque son cristianos muchos veces incluso más que laicos; en definitiva, no sin ni una cosa ni la otra pero defienden ambas posturas sin saber con la que quedarse pero no apoyando a ninguna para evitar un futuro encasillamiento social que los defina de una forma o manera que incluso ni ellos saben cuál es. Estos son los ambiguos, los ambivalentes, los que sí pero que no, los que no pero que sí, los que no me gusta pero creo que debería hacerse. Estos quizás son los que más daño puedan hacer socialmente, tanto a un grupo como al otro, ya que si ambos grupos tienen más o menos clara y definida su postura, los “indecisos a sabiendas” apoyan a ambos pero sin querer hacerlo o decirlo … y esto sí que no es beneficioso para nada ni para nadie.

         Cuando los ambiguos apoyan a los laicos declarados se marchan con ellos de vacaciones, después de haber estado todo el año apoyando, moralmente, eso sí, a los declarados cristianos, que si bien contaban con ellos para su semana de pasión, los dejan plantados con cara de tontos. Cuando apoyan a los cristianos en sus procesiones y actos litúrgicos, pueden llegar a ser tan permisivos en respetar dichas procesiones y actos que ambos acontecimientos pueden rayar el teatro de calle o una charlotada en un teatro. Pueden llegar a permitir que los nazarenos lleven guantes de motorista en vez de los obligados por las respectivas hermandades y cofradías, pueden fabricarse un capirucho con un casco de moto y medio palo de fregona pegado encima del mismo, incluso las chanclas de playa pueden venir la mar de bien por lo fresquitas y cómodas que son para participar en desfiles procesionales en mitad de una mañana de Viernes Santo abrileña y calmosa. No son ni lo uno ni lo otro, pero son ambas cosas. No quieren cuenta con nadie, pero apoyan a ambos. No saben lo que quieren, pero saben lo que hacen. No dicen nada claro, pero tienen las ideas muy claras. No utilizan veles en estos días ni velan imágenes sacramentales, pero velan sus opiniones tratando así mismo de velar sus actos. En definitiva, ¿qué son? ¿Quiénes son?



         Llegados a este punto, tanto social como religioso, urge tomar una determinación que contente a las tres partes, aunque todos sabemos que eso es teórica y prácticamente imposible. Si habéis leído hasta aquí, y sabiendo quién soy y lo que soy, tendréis muy claro cuál sería mi solución a todo este desaguisado social, cultural y religioso: apoyo incondicional a la Semana Santa y el cerramiento de locales de ocio y alterne durante los días de Triduo Pascual. Sin embargo, mi solución está diametralmente opuesta. Mi solución es la eliminación de los días vacacionales durante la Semana Santa sin eliminar la Semana Santa.

         Denoto viertas sonrisas socarronas en vuestras caras. Estáis pensando que pertenezco a ese tercer grupo que toca ambos palillos sin tocar ninguno. Nada más lejos de la realidad. Mi propuesta contenta a todas las partes sin atacar ninguna de sus ideas; ambas partes salen ganando, ninguna pierde, salvo los ambiguos que, una vez más, no tendrían claro con quién posicionarse.

         Pero para que dicha propuesta tenga y adquiera fortaleza, tanto laicos como cristianos deben comportarse y apechugar con sus ideas; es decir, ser ellos mismos y aceptar que aquello que gusta o no gusta, según las partes, debe ser aceptado y admitido, unos lo que le corresponde, otros lo que le corresponda. Deben desistir de llegar a la meta de la hipocresía y quedarse en el camino de lo que realmente son; de admitir su verdad y su ideario y ser totalmente consecuente con ello.

         La eliminación de los días festivos durante la celebración de la Semana Santa supondría la eliminación social, que no religiosa, del enaltecimiento y apoyo a nivel nacional de una religión concreta, por lo que esta sociedad, junto con sus dirigentes no notarían dichas celebraciones de la misma forma que no notan cuándo los musulmanes celebran el mes del Ramadán, por poner un ejemplo. Los laicos continuarían con sus obligaciones personales y laborales como si tal cosa, como si nada estuviera ocurriendo, salvo, muy posiblemente, ciertas incomodidades circulatorias en determinadas poblaciones y ha determinadas horas por los desfiles procesionales que realizaran los declarados cristianos o católicos.

         Éstos, por su parte, seguirían realizando los desfiles procesionales aludidos anteriormente, debiendo cambiar, eso sí, horarios, ya que deben cumplir con sus obligaciones laborales y sociales como cualquier otro día más, pero en estos concretos de la Semana Santa aderezados con manifestaciones “espontáneas” de fe tanto fuera como dentro de templos, iglesias y catedrales. Ello implicaría cansancio añadido, fatiga, sueño, etc., … pero como se suele decir: “palos a gusto no duelen”.

         Y los ambiguos, ¿qué harían los ambiguos? Una vez más no sabrían qué hacer. Protestarían por la circulación durante los desfiles procesionales, vestidos de nazareno acompañarían a imágenes religiosas en sus desfiles procesionales, se quejarían que no había “puentes festivos” para tomarse un descanso en el trabajo antes de las vacaciones, podrían llegar a ser costaleros durante toda una noche portando a hombros una imagen que durante cincuenta y una semanas no saben donde se encuentra, si en una iglesia, un guardapasos, un huerto, una nave industrial, en la nave de una catedral, en una nave espacial, ¡qué más da!

         Como podréis apreciar, mi propuesta no concuerda mucho con mi condición eclesiástica y clerical, pero estaréis conmigo que es ecuánime para ambas partes (los ambiguos ya se apañan ellos solos). Unos consiguen que la sociedad uno se posicione religiosamente hacia ninguna religión en concreto, y los otros pueden seguir celebrando su Semana Santa como si tal cosa. Ambos continúan con sus idearios y ninguno sale perjudicado, siempre y cuando sean conscientes que para llevar a cabo dicha propuesta hay que ser una persona con firmeza de ideas y con entereza en su defensión; es decir, hay que ser uno mismo y consecuente con sus ideas. No hay celebración religiosa a nivel nacional ni estatal (ganan los laicos); hay celebración de la Semana Santa a nivel personal, cofrade o de hermandad (ganan los cristianos y católicos)

         ¿Cómo veis el asunto? Difícil, ¿verdad? ¡Claro!, cuando nos facilitan tanto las cosas a unos y a otros, y nos piden responsabilidad y firmeza en nuestras acciones a partir de firmeza en nuestras ideas, el cuanto cambia, Como podréis apreciar, las “prevacaciones” han desaparecido de mi propuesta (aquí sí que pierden ambos), pero es el precio que hay que pagar para contentar ambas partes simultáneamente sin menospreciar a ninguna. Todo tiene su precio, y en esta vida, como bien estaréis apreciando, nada se regala, todo tiene un valor y un precio más o menos justo que pagar por ello.

         Si aún hay alguien que ha llegado aquí leyendo (¡qué valientes sois! ¡Madre mía!), os habréis dado cuenta del peligro que entraña esta propuesta mía, ya que la eliminación de los días festivos como consecuencia de la celebración de la Semana Santa para acomodar la sociedad al estado laico que demanda la mayoría social y alejada de cualquier confesión religiosa, entrañaría también la eliminación de cualquier otra festividad religiosa que pudiera celebrarse en España en cualquier otra fecha a lo largo del año. Navidad, la Purísima Concepción, Reyes Magos, Día de Todos los Santos, Día de la Hispanidad o Virgen del Pilar, Virgen de Agosto, y cualquier otra fiesta patronal (que no feria) que tuviera como centro religioso a un patrón o una patrona de ciudad, pueblo o aldea. Tan sólo quedarían como días festivos “legales, reglamentarios y oficiales” el Día de la Constitución Española, los carnavales en aquellas localidades, pueblos y aldeas que aún perviva dicha tradición y poco más, todo ello sin contar con las vacaciones estivales o cuando correspondan por convenios laborales o estatutos de trabajadores, funcionarios, etc.

         ¿Alguien se ha parado a pensar que tenga que ir a trabajar el día 25 de diciembre, después de la salvajada cometida durante la cena del día 24? Lógicamente dicha cena debería ser eliminada de nuestro estatus social si queremos rendir como Dios manda en el trabajo el día 25. No hay que olvidad que la Navidad es una celebración pura y netamente cristiana, por mucho que algún laico-ambiguo trate de convencernos de que lo que realmente se celebra son las saturnalias romanas. Eso era hace veintitrés o veintidós siglos. Ahora, la Navidad es una fiesta religiosa cristiana y católica, le pese a quien le pese.

         Como ya os he dicho en muchas ocasiones, hay que tener cuidado con lo que se desea porque se acaba teniendo. Si de verdad demandamos una sociedad y un estado puramente laico, vamos a pelear por conseguirlo, siempre acorde con la ley y la convivencia social. Si no queremos la religión ni en escuelas, institutos ni universidades, vamos a pelear por conseguirlo. Pero cuidado, toda la religión (no digo todas las religiones) y todas las festividades asociadas a esa religión, sea cual sea y en la época del año que sea. Si queremos ser y mantenernos laicos, vamos a pelear por ello, pero con todas las consecuencias, gusten o no gusten (al fin y al cabo es lo que queremos). Si esto no fuera así, dejaríamos de ser laicos y pasaríamos a ser unos hipócritas, habríamos recorrido todo el camino o ruta trazada por el laicismo para llegar a la meta de la hipocresía, haciendo una parada de avituallamiento en la demagogia. Laicismo, demagogia, hipocresía. Doctrina, práctica política y social, y estado final del ser humano. Y todo ello con el consentimiento y aprobación propia, sin nadie que medie ni nos presione para conseguirlo. ¡Tope!

         ¿Y los ambiguos? A esos mejor les dejamos que se definan pero sin permitirles ninguna práctica social ni política. Que se descubran ellos mismos quienes son. Si de verdad tienen interés en conocerse, bastante trabajo tienen. Si no lo quieren hacer, ya podemos ir preparándonos, porque una carcoma quizás no fuera tan persistente ni dañina.


         ¡Alea jacta est!, que dirían los romanos, que esta vez sí que vienen a colación.