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jueves, 28 de abril de 2011

EL ALTAR DEL DIOS DESCONOCIDO

Fuente: http://www.elpais.com/articulo/opinion/altar/dios/desconocido/elpepiopi/20110416elpepiopi_4/Tes

En el desconcierto de nuestros días siempre resurge la misma duda: ¿estamos ante un nuevo Renacimiento o ante una nueva Edad Oscura? Los más pesimistas no tienen dudas con respecto a la inminencia de un tiempo tenebroso, y ven en signos e indicios el anuncio inminente de la catástrofe, en tanto que los más optimistas -o simplemente menos pesimistas- se tranquilizan presagiando una era dorada, gracias especialmente a la ciencia y a la técnica. Lo cierto es que hay argumentos para reivindicar ambas posiciones, y quizá esto sea lo propio de cada época y de cada presente: la ambigüedad extrema del futuro y la imposibilidad de formular profecías, a no ser que uno se ampare en doctrinas religiosas o ideológicas, que siempre tienen una perspectiva visionaria del porvenir.
Bajo la advocación de un dios -fuera este de la religión o de la ideología-, el hombre se atreve al pronóstico porque la doctrina que abraza necesariamente le reclama un futuro mejor, cuando menos a largo plazo (el cristianismo ofrecía la salvación; el comunismo dibujaba la igualdad; la Ilustración se consolaba de las penurias del presente con promesas de libertad y progreso). El problema surge cuando el dios está ausente, y el altar vacío. Cuando los templos, también laicos, están deshabitados, como sucede en nuestros días, el pronóstico se hace imposible. ¿A qué juego vamos a apostar si ni siquiera sabemos las reglas del juego? Cuando el altar está vacío podemos, como máximo, adorar a los ídolos del presente -en los estadios, por ejemplo, o en los festejos lúdicos-, pero nos representa una gran temeridad, o nos produce una insoportable pereza, ir más allá de esto. Y esta indolencia, esta apatía, para bien o para mal, nos deja indiferentes ante lo que pueda suceder en un futuro siempre demasiado lejano y con escasas ilusiones de intervención en su modelaje.
Si nos interesara el pasado -que tampoco nos interesa demasiado, en estricta simetría con nuestro desinterés por el porvenir- descubriríamos hasta qué punto es decisivo el tipo de dios que ocupará el altar vacío. Porque de lo que no hay duda es de que siempre hay un dios desconocido que acaba ocupando el trono de los viejos dioses.
Hace 2.000 años Pablo de Tarso vio esto con una claridad difícil de superar. Entre sus muchos méritos el mayor era la capacidad de observación, fruto de su extraordinaria energía nómada. San Pablo, como todo observador lúcido de un mundo en transición, sabía que las ideas y los mitos circulaban con las caravanas y se discutían en las tabernas y posadas del camino. No hubo caminante capaz de competir con Pablo de Tarso, de quien se calcula que entre la conversión al cristianismo, cuando se dirigía a Damasco, y su martirio en Roma recorrió 30.000 kilómetros. De la Arabia profunda a Macedonia, de Corintio a Roma, y según alguna leyenda también a España. Viajaba casi siempre a pie, solo o con algún discípulo, a un promedio de 30 kilómetros por día.
San Pablo, hombre de convicciones firmes, no era un gran orador, pero al parecer, con su actitud y su fe, tenía una enorme capacidad de persuasión. Se impuso en las ciudades de Oriente Medio y Asia Menor. Sin embargo, tuvo grandes dificultades en Atenas. Konstantino Kavafis, en un precioso poema, ha evocado el enfrentamiento entre el predicador cristiano y los filósofos atenienses. Aunque Atenas era ya tan solo una pequeña ciudad de provincias del Imperio Romano seguía contando con potentes escuelas estoicas, epicúreas y cínicas. Los filósofos, grandes argumentadores, desarmaban al infatigable Pablo.
Hasta que este tuvo una ocurrencia genial: recordó haber visto, a las afueras de la ciudad, el altar al dios desconocido. En realidad, en la antigua Grecia, este tipo de altares no eran insólitos y en ellos se conmemoraba a los dioses sin nombre propio, un poco como en nuestra Fiesta de Todos los Santos o en nuestra Tumba al Soldado Desconocido. Pero Pablo se agarró a lo que le pareció una oportunidad y explicó que él, precisamente, anunciaba la venida de aquel dios desconocido. La estratagema surgió, al parecer, cierto efecto entre los oyentes y, aunque san Pablo abandonó Atenas sin el predicamento obtenido en otras ciudades, había logrado colocar la piedra angular del edificio en construcción. El altar estaba vacío pero pronto se llenaría con un nuevo dios que despertaría el entusiasmo de las multitudes.
Antes que Kavafis, otro poeta, Giacomo Leopardi, se había preguntado cómo una doctrina del talante de la cristiana, mucho menos sofisticada que la clásica, había terminado por imponerse en todo el Imperio Romano, y cómo fervorosos pero poco avezados predicadores, encabezados por Pablo de Tarso, habían desplazado a maestros de la palabra y del discurso de la talla de los filósofos griegos.
La respuesta la da el propio Leopardi: este mundo -el de los filósofos griegos-, pese a su decadencia imparable, era todavía brillante pero carecía de lo que el poeta italiano califica como valores de ilusión. En otras palabras, estaba falto de fuerza en medio de su exquisitez. Era un mundo sin ilusión, sin mística, la refinada sombra de una grandeza perdida. No estaba en condiciones de hacer frente a una invasión espiritual entusiasta.
Por el contrario, al mundo predicado por san Pablo, tosco en muchos aspectos, le sobraba entusiasmo y era capaz de ofrecer a la multitud el espejismo de la salvación. Tenía valores de ilusión, tenía fuerza: podía hacerse con el altar del dios desconocido. Lo ocuparía durante los 2.000 años siguientes, si bien en una parte de este periodo tuvo que compartirlo con otras ideologías que se presentaron como nuevos dioses. Las utopías sociales o ilustradas, por ejemplo.
Hoy día da la impresión de que las cosas han vuelto al punto en que las encontró el infatigable viajero Pablo de Tarso cuando, al acercarse a Atenas, divisó el altar del dios desconocido e interpretó, con razón, que el trono estaba vacío. Ninguna fuerza crea valores de ilusión, acaso con la excepción de la codicia; pero la codicia, por sí sola, únicamente reproduce el baile alrededor del Becerro de Oro al ritmo de un frenético presente continuo.
En el horizonte, aparentemente, no hay pretendientes capaces de ocupar el altar vacío. Podría suceder que el altar ya se hubiera quedado vacío para siempre y que nos hayamos adentrado en una humanidad ajena a las ilusiones, por apatía, por escarmiento o por sano escepticismo.
Sin embargo, también es posible -y probable- que ahora mismo, a pesar de nuestra ignorancia al respecto, se esté incubando el nuevo aspirante a ocupar el altar del dios desconocido. Y que de la naturaleza de ese dios dependa que nos encaminemos a una Edad Oscura o pongamos rumbo hacia un Renacimiento.

martes, 22 de marzo de 2011

SINCRETISMO

Para entender el sincretismo de la Iglesia Católica. Del foro de la página de Círculo Románcico (autor: Demiguel)

"A nuestro muy querido hijo el abad Melitus, Gregorio, siervo de los siervos de Dios.
Estamos preocupados porque desde que marcharon de nuestro lado los que ahora te acompañan no hemos recibido noticias de como os va el viaje. Por tanto, cuando con la ayuda de Dios todopoderoso lleguéis al reverendísimo hermano nuestro, el obispo Agustín, decidle lo que he pensado después de dar muchas vueltas a los asuntos de los ingleses: que no se han de destruir los templos de los ídolos que hay entre aquella gente, lo que hay que destruir es los ídolos que hay en ellos; prepárese agua bendita, aspérjase sobre los templos, háganse altares y deposítense reliquias; porque, si estos templos están bien construidos, lo que conviene hacer es sacarlos del culto de los demonios y dedicarlos al del Dios verdadero, para que la gente, viendo que sus templos no son destruidos, abandone el error y, conociendo y adorando al verdadero Dios, acuda más fácilmente a los lugares acostumbrados. Y como suelen sacrificar muchos bueyes a los demonios, habrá que substituir esto por algunas otras ceremonias, de manera que, en el día de la dedicación o del martirio de los santos mártires a quienes pertenezcan las reliquias que se hayan puesto allí, se hagan tiendas de ramaje alrededor de las iglesias que habían sido templos y se celebren banquetes religiosos; y que no sacrifiquen ya animales al demonio, sino que, alabando a Dios, los maten y los coman y den gracias por su hartura al que da todos los bienes. Así, al respetarles algunas satisfacciones exteriores, se sentirán más inclinados a buscar las interiores. Porque es ciertamente imposible arrancar de golpe todos los errores de las mentes endurecidas, y quien trata de subir un alto monte lo hace paso a paso y ascendiendo gradualmente, no a saltos. Así fue como el Señor se reveló al pueblo israelita en Egipto, destinando a su culto los sacrificios que antes ofrecían al diablo y ordenando que le sacrificasen animales, de modo que, cambiando la intención, en parte abandonasen los sacrificios y en parte los retuviesen; pues si bien eran los mismos los animales que acostumbraban a ofrecer, ya no eran los mismos sacrificios, puesto que ahora los ofrecían al Dios verdadero y no a los ídolos. Conviene que digas todo esto a nuestro hermano Agustín para que él, que es quien está allí, considere qué debe hacer. Que Dios te guarde, queridísimo hijo.
»Dada el día quince de las calendas de julio, en el año diecinueve de nuestro piadosísimo señor y emperador Mauricio Tiberio Augusto, y el dieciocho después de su consulado, indicción cuarta".

sábado, 24 de abril de 2010

EL PROBLEMA NO ES EL VELO

El problema no es el velo. No. El problema del velo se termina en el mismo sitio que en donde empieza; es decir, en el Reglamento de Régimen Interno del centro educativo.

El RRI es el reglamento que ordena, de manera autónoma (no lo olvidemos), el funcionamiento interno de un centro de enseñanza, público o concertado. Sólo es válido para ese centro educativo y no tiene por qué ser igual al centro educativo que hay en la misma calle de la misma ciudad. Ello es posible por la propia ley educativa y las transferencias educativas a las comunidades autónomas, que favorece la autonomía de centros en ciertos aspectos de la vida de dicha comunidad educativa. Si ese centro educativo no permite a ningún alumno llevar nada que cubra la cabeza, todos los alumnos que se matriculen en ese centro están obligados a cumplir con ese RRI, que, tampoco olvidemos, se consensua y se aprueba por el Consejo Escolar y por el claustro de profesores de dicho centro.

Ese mismo RRI estipula y tipifica las faltas que son sancionables, y marca el protocolo a seguir por dicho centro ante conductas disruptivas, como es el caso. Antes de obligar a esa alumna a que se quitara el hiyab antes de entrar al centro, ya debía de haber sido advertida en numerosas veces por numerosos cauces. Una decisión como la que ha tomado ese centro no se hace de un día para otro. El permitir a esa alumna llevar ese velo y a otro alumno prohibirle una gorra de su equipo favorito podría acarrear problemas de favoritismos, con el consiguiente peligro de graves problemas disciplinarios.

Algunos representantes musulmanes se apoyan para defender el hiyab en que el RRI no puede estar por encima de la Constitución. Nada puede estar por encima de la Constitución, que ampara la libertad religiosa. Tampoco la alumna se quedaría sin escolarizar, con lo que tampoco se vulneraría la Constitución en materia de educación. Otro centro educativo del mismo municipio, pero con diferente RRI, matricula a la alumna si ella así lo quisiera, y el problema estaría resuelto.

En cambio, el problema no se resolvería, al contrario, se agravaría, si las autoridades estatales o autonómicas obligaran a ese centro a permitir a dicha alumna llevar velo. La autonomía de centros no sería tal y ese RRI dejaría de tener valor para esa comunidad educativa. Se obligaría a los centros educativos a regirse bajo unas normas aprobadas por ellos pero sin salirse de la disciplina partidista y gubernativa. La libertad y la autonomía dejarían paso a la imposición, al acatamiento, a la sumisión. Volverían viejos fantasmas de viejos monstruos, y entonces, el problema no sería el velo.

jueves, 14 de enero de 2010

ACONFESIONALIDAD Y LAICISMO

Cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas. La religión es el opio del pueblo.

Estas dos frases, que entre sí no tienen nada en común ni nada que ver, parece que toman vigencia a costa de políticos y ciertos sectores de la sociedad, más preocupados por nuestra libertad y convicciones religiosas que por solucionar la grave situación política, social y moral en la que estamos sumidos y que no parece que tenga una final feliz, al menos a corto plazo.

La sección segunda del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, en la llamada sentencia Lautsi (3-11-09) condena a Italia a la retirada de los crucifijos de un colegio por constituir “una violación del derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones”. Dicho fallo se basa en que el crucifijo puede ser molesto para alumnos de otras religiones y para los ateos. Esto mismo ya lo pudimos vivir en un colegio de Valladolid, donde un juez también prohibió los crucifijos a petición de un padre que decía representar a una asociación de laicos.
Un mes después de la sentencia Lautsi, el PSOE acuerda, junto con ERC, aplicar la doctrina del Tribunal de Estrasburgo para que se retiren los crucifijos de los colegios públicos. A partir de ahí, se produce toda una avalancha de declaraciones, tratando de justificar de cualquier manera el quitar o mantener dichos crucifijos.
Por un lado justifican la retirada por ser un símbolo de una determinada religión, pudiendo ocasionar conflictos morales a alumnos de otras confesiones y, sobre todo, de laicos y ateos, que, además, basan su justificación en la aconfesionalidad del estado que marca la Constitución. Por otro lado están los que quieren mantenerlos, apelando a la tradición católica, no solo de España, sino de toda Europa desde tiempos de Carlomagno, y acusando al otro bando de querer quitar la navidad, los belenes, la primera comunión, los bautizos y hasta la semana santa.
Ni uno ni otro bando se han percatado de la solución salomónica que tiene el asunto. No tienen que desaparecer los belenes, ni las primeras comuniones, ni semanas santas. No tiene por qué haber crucifijos ni estrellas de David ni medias lunas en las escuelas. Si lo que queremos es un estado aconfesional, en el que ninguna religión prevalezca sobre la otra, ni el estado obligue a educar en una confesión religiosa determinada, se puede conseguir si el estado elimina aquellos símbolos y celebraciones que den más peso a una confesión que a otra.

Los cristianos y católicos no tiene porqué dejar de celebrar la navidad o la semana santa. El día 24 de diciembre cenan en familia, van a la misa del gallo a las 12 de la noche, cantan villancicos y al día siguiente a trabajar, que el 25 no es fiesta. Cuando llega la semana santa, los nazarenos y costaleros procesionan según la cofradía a la que pertenecen y, una vez terminada, se recogen, porque al día siguiente hay que trabajar. Mientras tanto, los musulmanes celebran su mes de Ramadán cuando lo estipule su religión al tiempo que cumplen con sus obligaciones para con la sociedad. Lo mismo para judíos, ortodoxos o cualquier otra confesión religiosa que haya en nuestro país.

Para que eso ocurra, el estado y gobierno debe eliminar del calendario festivo dichas festividades y cambiarlas a días laborales, ya que dichas fiestas pertenecen a una confesión religiosa determinada y no cumple con la tan ansiada aconfesionalidad. Nada ni nadie debe sobresalir sobre los demás. El gobierno y estado tienen la obligación de mantener esa aconfesionalidad y velar porque ninguna religión tenga un mejor trato que otra. Deberá eliminar del calendario festivo la mayoría de esos días que hacen una clara y expresa alusión al cristianismo y catolicismo: navidad, semana santa, todos los santos, Inmaculada Concepción. Mantendría la Constitución y el día de la Hispanidad y podría dar a administraciones autonómicas, provinciales y locales la potestad necesaria para que sean ellas las que elijan sus días festivos, sin imposiciones centralistas y siempre velando por su aconfesionalidad.

Serían muy pocas las personas que no cayeran en la cuenta de todo lo que esto pudiera acarrear y las consecuencias que tendría para nuestra tan dañada sociedad. El baúl desastre en que la convertiríamos no tendría parangón en todo el mundo, amén de la imagen que exportaríamos, imagen ya muy tipificada con el Spain is different.

Juan Antonio Vallejo Nájera, en su libro Concierto para instrumentos desafinados, escribía que “… hay que tener cuidado con lo que se desea porque se acaba teniéndolo”. Esta misma frase la deberíamos tener en cuenta a la hora de exigir algo o a la hora de querer cambiar, porque, tarde o temprano, pudiéramos arrepentirnos, aunque, como siempre, será tarde y no haya solución.