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miércoles, 1 de agosto de 2018

UN PUEBLO LLAMADO CADUQUEZ DE RETROCEDILLO


          Hay pueblos, por llamarlos de alguna manera teniendo en cuenta que tienen casas y calles, que se consideran algo más; incluso se autodenominan noble ciudad, ¡ahí es nada!, cuando en realidad no pasan de poblados despoblados, donde sus habitantes estás más tiempo fuera de él que dentro, eso sí, el habitante que se queda es porque no puede marcharse, que si por él fuera …

         Caduquez de Retrocedillo es uno de ellos. Es uno de esos poblados futuros despoblados, en el que su población reniega de su pueblo, en el que su población, desconfiada donde las haya, no tiene un amigo que llevarse a la boca, en el que su población aplaude más el éxito foráneo que el propio.

         La población de Caduquez de Retrocedillo pierde el culo por asistir y amenizar fiestas patronales y días festivos y de guardar de pueblos y ciudades colindantes. Al contrario que cualquier otro ser vivo son los únicos que se mueven como pez en el agua fuera de su hábitat natural. Es allí donde son ellos mismos, sacan lo mejor de sí. Fuera de su hábitat natural se mimetizan camaleónicamente con los parroquianos del lugar, asimilando como nadie usos, costumbres y tradiciones lugareñas. Son uno más, incluso algo más, ya que la machacona asiduidad con la que visitan el lugar, hace que sean considerados, en algunos casos, hijos predilectos durante esos días de asueto, debido al desparpajo que muestran en la convivencia diaria con los vecinos y parroquianos durante esos días. Pero al llegar las fiestas de su poblado futuro despoblado se marchan de sus casas como alma que lleva el diablo renegando de dichas fiestas con la impresentable excusa de que sus niñitos pequeños les dan mucha guerra en los caballitos de la feria, dejando sus fiestas en manos de emigrantes con poco poder adquisitivo y de funcionarios que no tienen más remedio (por no decir otra cosa) que estar en ese poblado futuro despoblado por motivos profesionales.

         Caduquez de Retrocedillo, poblado futuro despoblado, es un poblado palmero. Su población se mueve por palmas, y no precisamente las del Domingo de Ramos, sino las que da el regente o regenta (no se enfaden los que “pueden” y  “mandan”) a modo de carraca semanasantera, cuando sale al balcón del ayuntamiento el sábado a las 14:00 horas para anunciar una desbandada generalizada a las cercas y las lejas hasta la próxima palmada, que se producirá, Dios mediante y si el regente o la regenta no lo impide y llega a tiempo de su estipulada desbandada cerquil o playera, a las 7:00 horas del lunes, hora y día señalado para dar comienzo a una nueva semana. Entre palmotá y palmotá, el poblado futuro despoblado se hermana con cualquier pueblo polvoriento y desierto propio del far west, teniendo como únicos convecinos las socarronas y traviesas hojas secas que, cansadas de esperar a ver gente, deciden bajar a la tierra en busca de algún caduquileño que le haga caso. Tras una larga e infructuosa búsqueda, deciden arremolinarse todas juntas en cualquier esquina y esperar a que comience la semana para que el caduquileño encargado de su custodia decida acudir en su ayuda y las envíe junto a sus hermanas de árbos y arbusto con el fin de terminar sus días en la más estricta intimidad junto a su familia vegetal por parte de madre y padre.

         La población de Caduquez de Retrocedillo, poblado futuro despoblado, es hermosona por naturaleza. Muestran su fisionomía estilizada en agrestes campos descampados, para que no los vea nadie, o en malecones sin mejillones, mientras degustan apetitosos bocadillos de mortadela con aceitunas como plato principal del día festivo, todo ello regado con refresco de cola sin cafeína, sin azúcares añadidos, sin aditivos y sin botella. Un bote recargable a modo de mechero pretérito es todo el envase necesario que todo caduquileño necesita para apalcar su setaza y evitar el nudo esofagil propio del travesamiento del hueso de aceituna como tercer ingrediente del condumio del bocadillo.

         Caduquez de Retrocedillo es un poblado futuro despoblado que vive intensamente los preparativos de sus fiestas patronales. Como reniegan de ellas, deciden descargar todo su furor y fulgor en los preparativos, allá mediados de agosto, cuando las cuadrillas y peñas comienzan a juntarse en diversos alojamientos turísticos caduquileños decorados ex-profeso para esos días preparatorios. A partir de la primera quedada comienzan a resonar risotás y palmás en las espaldas a modo de fuegos artificiales anunciadores de próximos y escuálidos festejos. Durante esos días y hasta el día de la fiesta mayor, las tardes caduquileñas se convierten en un rocío airoso, ventoso más bien, en el que no falta el compadreo disimulado y la obligada visita a la agencia de viajes en busca de un descanso merecido después de un año duro y cercado, que no asediado. Como sólo hay una agencia de viajes, sólo puede ofrecer un destino: un poblado valenciano limítrofe por saliente con el Mare Nostrum, en el que todos los caduquileños se juntan al unísono para saludarse, brazo en alto y palmada en homoplato izquierdo del contrario, lo que no se han saludado durante el año, ya que estando en tan cercas y tan lejas, no han tenido ocasión de realizar esa acción salutatoria propia de gente educada y de bien. Es tanta la efusividad salutatoria que poseen que se está comenzando a poner en marcha una asociación caduquileña para celebrar las fiestas patronales en ese paraíso marítimo, y disfrutarlas allí todos juntos, mientras la acción salutatoria se va produciendo entre todos ellos.

Caduquez de Retrocedillo es el paradigma y la envidia de los negocios. Lo  que se tarda en abrir cualquier negocio que se así pueda llamarse, es lo que se tarda en cerrarse, eso sí, después de una esplendorosa, concurrida, animada y familiar inauguración. Una vez recogidos los despojos de tan importante evento inicial, el cartel de “Se Traspasa” o “Liquidación por Cierre” aflora como setas en sus límpios y pulcros escaparates. Terminado el montaje, comienza el desmontaje, … ¡y a otra rosa, mariposa! Hasta la próxima inauguración familiar que, Dios mediante, será en la acera de enfrente, para no andar mucho y no perdernos entre callejuelas desiertas y oscuras. El negocio que tanta falta hacía ayer, se convierte en un estorbo vecinal y profesional hoy; lo que ayer era una necesidad imperiosa, hoy es un estorbo indeseable, un forúnculo loco en el corazón de la muy noble ciudad.

El deporte veraniego de los habitantes de Caduquez de Retrocedillo, poblado futuro despoblado, es terracear, sentarse en una terraza familiares directos y nadie más, y estar de casquera durante largas y placenteras horas con la mínima consumición posible y la máxima estancia permitida (hasta cierre) por la noche caduquileña. Hay que aprovechar el fresquito, argumentan, todos ellos armados y cargados de razón. Todo ello se desarrolla bajo la atenta mirada del barman y dueño del local de hostelería que, en posición rígida, piernas espatarrás y manos cogidas tras la espalda, espera una desesperada mano alzada avisándole de un nuevo avituallamiento familiar que nunca llega. La parte graciosa de la noche se produce a la hora de abonar tan espléndida, copiosa y merecida juerga. Cada comensal aporta su granito de arena económico a título personal, no vaya a ser que alguien quiera escurrir el bulto e irse sin pagar la consumición de la que ya tiene la digestión hecha, que para eso los caduquileños son muy suyos, y no permiten que nadie paque por otro. ¡Esto es lo mío y mío es! ¡Cóbrate de lo mío! La cara del barman a la hora de cobrar no es precisamente otra parte graciosa de la noche pero, debido al lío formado con billetes y monedas, los caduquileños se reconfortan de haberle alegrado la tarde/noche a dicho empresario. Tienen gran corazón y eso es de agradecer, pero sólo de lunes a viernes; los fines de semana, si te he visto, no me acuerdo.

Los habitantes de Caduquez de Retrocedillo, poblado futuro despublado, provienen de los Cárpatos. Sin embargo, los descendientes no provienen precisamente de esa zona balcánica y draculina del este de Europa, sino de un poblado primigenio formado por carpas de quita y pon donde pasaban noches enteras, hasta el amanecer, ejercitando y dando brillo a otra de sus grandes cualidades que magnifican su personalidad: la convivencia vecinal. Dentro de ese recinto amurallado formado por carpas pertenecientes a clanes y tribus familiares y peñiles, los caduquileños desarrollaban jornadas nocturnas interminables de convivencia, estrechando lazos entre clanes y peñas hasta la salida del antiguo dios Rá, momento en el cuál, como si la descendencia cárpata y draculina aflorara en todo su esplendor, se refugian en sus habitáculos carpiles hasta el ocaso del astro rey a la espera del comienzo de otra velada nocturna. De esta manera tan “ocasonal” los caduquileños han ido forjando esa leyenda y esa personalidad tan propiamente suya que los hace merecedores de ese calificativo de personas convivenciales, pero solo con clanes propiamente familiares. A los demás, ¡ que Dios les ampare, imbéciles!

La educación vial de Caduquez de Retrocedillo, poblado futuro despoblado, es otro de los buques insignia de su poderosa y apabullante personalidad. Los caduquileños desbordan sentido circulatorio a borbotones. Aparcan donde pueden, donde haya un sitio lo más cerca posible de su destino; evitan ponerse en peligro al cruzar de una acera a otra, por lo que utilizan el transporte privado para realizar tan encomiable acción vial y preservar así su integridad física. Procuran llegar siempre puntuales a sus citas, por muy tarde que se les haya hecho, por lo que, para evitar ser unos malquedas, van trepidantes por calles y callejuelas con sus limpios e involutos automóviles sin atender a otra cosa que al imparable reloj y a la música ratonera que vomitan las cuatro ventanillas abiertas de su utilitario. Esta última acción es digna de alabanza dado el interés de un caduquileño en ambientar su poblado futuro despoblado con música de actualidad aderezada con músicas del mundo propias del gran mestizaje que enseñorea la sociedad caduquileña.

En definitiva, Caduquez de Retrocedillo es el típico poblado futuro despoblado que ha sido asesinado, por medio de puñalá trapera con nocturnidad y alevosía, por sus habitantes. Ellos dicen que Caduquez de Retrocedillo no tiene nada, que no hay nada, pero lo cierto y verdad es que lo han matado entre todos, pero, dicen, él solito se ha muerto (R.I.P.) o se está muriendo. Son dos puntos de vista diferentes, pero ambos tan ciertos como el mundo mismo y con el mismo final: poblado futuro despoblado.

Los lectores que hayan tenido a bien llegar hasta estas letras, pueden echar unas lagrimicas como señal de luto a su pronta y rápida desaparición, evitando con ello una prolongada e innecesaria agonía que lo único que produce es un dolor agudo de estómago mientras se produce el querido y necesario final, auspiciado y provocado por todos los caduquileños.

      ¡¡Snifff!!  ¡¡Snifff!!   ¡¡Snifff!!   ¡¡Snifff!!   ¡¡Snifff!!   ¡¡Snifff!!

sábado, 31 de octubre de 2015

DON INO, LOS TOROS Y LA VERDAD (II)


          Por la época que me tocó vivir y por mi propia forma de vida, mi relación con el mundo taurino en general fue más bien escasa por no decir nula, pero mi ahínco de hacerme extemporáneo en ciertas ocasiones me obliga a continuar opinando sobre temas que considero que en época actual generan más problemas que beneficios a la sociedad. La reiterada falta de extemporaneidad, el desconocimiento consentido, sesgado y prolongado, y la carga de verdad y razón que a toda persona le gusta portar y pasear por los mentideros precisos de la sociedad, hacen que, no solo el tema taurino se haya convertido en un problema social hoy día y en cualquier época del año, sino cualquier tema con cierta escabrosidad para cualquiera de nosotros a nivel individual, comience a rodar a modo de bola de nieve y se convierta en un verdadero problemón que nadie sabe cómo atajar porque nadie sabe cómo y  por qué se ha creado.

Si en este tostonazo iban los toros incluidos en el título era por tratar de zanjar de una vez por todas las polémicas que año tras año surgen durante el periodo primaveral y estival acerca de la celebración de corridas de toros, encierros, capeas, corre bous, etc. Debemos entender (así traté de terminar la primera parte de este tostonazo) que todos estos acontecimientos se celebran como actos festivos de fiestas patronales o ferias comarcales o provinciales, que en la inmensa mayoría de los casos, son actos que están muy arraigados entre la población que los celebra, propios del “modus vivendi” de aquellas personas en aquellos territorios. Podrán gustar más o menos, pero se deben respetar de la misma forma que ellos respetan los actos festivos que se celebran en las fiestas en septiembre en honor al Cristo del Consuelo.

         Sé que muchos de vosotros, mientras leéis esto (¡ah, pero ¿es que lo estáis leyendo?!) estaréis pensando en que es diferente una corrida de toros en relación al toro de la Vega, siguiendo el ejemplo de la primera parte. Quizás tengáis razón, pero nuevamente os estáis quedando en la parte superficial del acontecimiento, por mucho que tratéis de convencerme que el toro de la Vega sufre una muerte tremenda y con mucho sufrimiento (que es cierto) peor que los toros que se lidian en una plaza de toros.

         Para mí ese no es el tema ni el meollo de la cuestión. Yo trato de hurgar más hondo e intentar llegar a explicar ciertos comportamientos humanos camuflados en actividades y actitudes solidarias, paternalistas, defensoras de la igualdad y la vida, antibélicas, …; actitudes hipócritas y demagógicas en casi la totalidad de los casos que no hacen sino tratar de tapar problemas propios que apartan de su vida mientras la focalizan en esos otros que para nada resuelven su problema pero que al menos lo ocultan durante un tiempo. En este caso, y nunca mejor dicho, no cogen al toro por los cuernos, sino esconden la cabeza bajo el ala y corren como conejos hacia otros territorios donde no los conocen y puedan esconderse y camuflarse como personas de bien, defensoras de la humanidad.

         Cuando empecé a ejercer el sacerdocio, mis compañeros mayores que ya ejercían me dieron un consejo: si cuando vayas a una parroquia ves un tronco de árbol tumbado en el altar, ¡déjalo!, si está ahí por algo será.

         Creo que este consejo es muy válido para ilustrar todo lo que puede acontecer alrededor de estos acontecimientos focalizados anteriormente en el tema taurino, pero extensible y extrapolable a la celebración de todas unas fiestas y ferias patronales, por seguir también con el otro ejemplo aludido anteriormente. Si en su día se crearon y organizaron las fiestas y ferias en esos días y en esas fechas, fue por algo, algo que los habitantes de aquella época decidieron celebrar o festejar como acción de gracias de algún acontecimiento nefasto o alegre. Las generaciones sucesivas no han hecho sino mantener el recuerdo de esos acontecimientos, celebrando, año tras año y en los mismos días, esos hechos que tanto impactaron a quienes los crearon, tan solo por recuerdo y memoria suya.

         Si en la actualidad la forma de vida actual no se parece a aquella que había cuando se crearon eso días festivos, no es motivo, ni siquiera como indicio, para tratar de cambiarlas y adaptarlas a “cuando venga más gente”, en otra fechas, “en verano que hay más gente en el pueblo”. Eso sería faltarle al respeto a toda aquella generación que creó lo que hoy somos todos y cada uno de nosotros, con nuestras características y nuestras peculiaridades, diferenciándonos del resto de los demás pueblos precisamente por eso.

         Pero si de verdad queremos rascar aún más en el fondo, lo que realmente estamos tratando de hacer es imponer nuestra propia verdad por encima de la realidad, primero, y de la verdad de los demás, después. Queremos imponernos, ser los abanderados de una nueva verdad que nos hará ¿mejores? de lo que aún somos. Nuestra verdad debe prevalecer porque es la verdadera, la buena, la lógica y normal. Queremos adaptar nuestra vida y la de los demás a nuestros propósitos, y para ello debo imponerme, eso sí, intentando siempre que nadie descubra mis verdaderos motivos ocultos, que siempre los hay.

         La tauromaquia, las fiestas patronales, …, cualquier tema es válido siempre y cuando sea modelable para crea polémica, y nos valga como escape y desfogue de nuestras propias debilidades y nuestros problemas ocultos. Camuflamos en ellos nuestra propia miseria humana. En vez de enfrentarnos a nosotros mismos, nos enfrentamos a los demás con la escusa más tonta y trivial, que la mayoría de las veces nadie tiene que ver con nosotros. Pero en el fondo lo que realmente estamos haciendo es desviar la mirada de los demás hacia otro lado ya que todos evitamos mostrarnos a los demás como realmente somos; en definitiva, estamos mintiendo, a ellos y a nosotros.

         Si de verdad fueran muy sensibles con el sufrimiento de los toros, no sólo protestarían en Tordesillas en dia del toro de la Vega. Protestarían en las Ventas en Madrid, en la Maestranza en Sevilla, en Pamplona para San Fermín, …, en lugares emblemáticos taurinamente hablando donde su alzada voz tuviera algo que decir buscando remover la conciencia de las personas asistentes a esos actos. En vez de eso, se mueven en lugares menores donde saben a ciencia cierta que conseguirán repercusiones mediáticas pero a un menor coste personal, tanto físico como psíquico. De paso ocultan, a ellos mismos y a los demás, su verdadera verdad, aquella que sólo ellos con ellos mismos han buscado y encontrado sin dificultad alguna.

         Realmente, nadie es dueño de la verdad, pero sí es verdad que podemos manejarla y modelarla a nuestro antojo, de tal forma que evitamos mostrarnos a los demás tal y como somos, incurriendo, la mayoría de las veces, en incongruencias que nos dejan con el culo al aire.

         Somos sensibles al maltrato animal pero protestamos poco por el maltrato humano, bien sea violencia de género o violencia asesina por motivos religiosos. Somos cien por cien ecologistas y hacemos barbacoas en el monte. Nos rasgamos las vestiduras antes el hambre en el mundo y nos inscribimos para participar en la tomatina de Buñols, tirando tomates (comida al fin y al cabo) y desperdiciándolos. Fomentamos la libertad animal y hacemos un arco de iglesia con nuestros hijos visitando un zoológico. Ensalzamos la comida sana y mediterránea y nos pasamos la semana comiendo hamburguesas y pizzas tratando de arañarle tiempo al tiempo para conseguir objetivos profesionales que nos reporten más beneficios económicos en vez de saludables. Protestamos airadamente en contra de guerras ilegales (no sabía que hubiera guerras legales que salen publicadas en el Boletín Oficial del Estado) y tomamos como dibujos animados matanzas diarias de seres humanos por motivos religiosos o sexistas. Exigimos un comportamiento exquisito hacia nuestros hijos e insultamos incontroladamente a futbolistas de cualquier equipo sólo por el mero hecho de no “ser de los nuestros”, como si esos chicos no tuvieran padre y madre. Queremos que nos den un trato humano cuando nosotros vamos tratando de engañar al prójimo en nuestro beneficio. Queremos saber la verdad pero todos mentidos con naturalidad y en provecho propio. Gritamos buscando la verdad pero tan sólo lo hacemos para ver quien la posee con más afirmación y convencimiento. De puertas para afuera decimos lo que hacemos y de puertas para adentro hacemos lo contrario. Queremos engañar a los demás y nos engañamos a nosotros mismos.

         Decía Antonio Machado que “tu verdad no, la verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdala.” Y yo añadiría que si no la quieres guardar por vanidad o soberbia, al menos no trates de imponérsela a los demás, ya que de sobra se sabe que no es realmente la verdad absoluta; es una verdad más de los millones de ellas que hay (una por cada persona). Del uso que hagamos de ella dependerá que no se convierta en mentira, con el consabido daño que producen.


viernes, 30 de octubre de 2015

DON INO, LOS TOROS Y LA VERDAD (I)


          Todos me conocéis o me vais conociendo poco a poco. De vez en cuando trato de acercarme a vosotros desde mi limbo obligado e intransferible para expresar mi opinión acerca de asuntos más o menos actuales o candentes que acontecen en nuestra/vuestra sociedad. Muchos de vosotros quizás no estéis de acuerdo con las opiniones que expreso; es lógico. Pero no me gustaría que ese desacuerdo fuera porque, en realidad, yo no pertenezco a esa sociedad de la cual opino. Como todos sabéis, mi tiempo fue mucho más pretérito de lo que algunos podéis alcanzar a imaginar y, por tanto, mucho menos entender. Sin embargo, desde mi retiro obligado trato de avanzar en el tiempo y situarme en vuestra sociedad; trato de entenderla, comprenderla, analizarla, utilizando la misma mentalidad vuestra para intentar comprender vuestra forma de actuar y pensar, y, desde esa misma posición, exponer mis opiniones acerca del tema del que quiero dar mi opinión. En definitiva, trato de hacerme un extemporáneo pero a la inversa, del pasado al futuro.

         Extemporáneo. ¡Cómo me gusta esta palabra! ¡Cuántos problemas no llegarían ni tan solo a surgir si se conociera y usara más a menudo! Una persona extemporánea es aquella que sale del propio tiempo en el que vive y hace el esfuerzo de viajar mentalmente hacia la época que desea visitar y conocer, y así, tratar de pensar y ver las cosas tal y como las pensaros y vieron los hombres de aquella. Es necesario hacerse extemporáneo porque es imposible, además de un grave error, pretender entender algo elaborado en otra época, con otros fines, y pensado en otra mentalidad aplicándoles nuestras propias categorías modernas. Meterse en aquella otra cosmovisión, extraña a la nuestra, es tratar de ver qué cosa realmente se propusieron aquellos que crearon una determinada costumbre, unos determinados hábitos, en definitiva, una determinada sociedad.
         ¿Y por qué utilizo esa palabra? Sencillamente porque considero que su significado y aplicación es la respuesta y solución a muchos de los cambios sociales, por no decir problemas, que actualmente una parte de la sociedad está tratando de crear sin conocer ni tan siquiera el germen u origen de esas costumbres o tradiciones que quieren cambiar.

         Estoy totalmente de acuerdo con aquellos que afirman que los tiempos han cambiado, que la vida ¿ha evolucionado? y que debemos adaptarnos a las nuevas formas de vida que ésta demanda. Lo que antes tenía mucho significado para una comunidad o para los habitantes de una población, ahora ese significado se ha perdido, no tiene vigencia actual o, mejor aún, han dejado de tener validez actual para esas personas. Pero eso no quiere decir que esas costumbres o tradiciones haya que quitarlas y eliminarlas definitivamente porque a esas personas no les digan nada. Si esa costumbre o tradición fue creada y mantenida en el tiempo, tuvo que haber un motivo, una causa, …, un algo que calara hondo entre esas gentes, y que generación tras generación continuara actualizada. Una nueva situación social, un nuevo status quo no lo encuentro motivo suficiente para eliminar de raíz una costumbre, una tradición, una fiesta, incluso patronal, por personas que la mayoría de las veces no pertenecen a la comunidad o paisanaje del territorio de aquello que quieren abolir sin miramientos, o que incluso abandonaron dicha comunidad en busca de mejores condiciones de vida y vuelven pasado un tiempo con “sus ideas renovadas” tratando de imponer aquello que han adquirido en sus años de “destierro voluntario”, por no decir “repudio comunal propio”.

         El que haya llegado hasta aquí leyendo, habrá intuido o caído en la cuenta cuales pueden ser esas costumbres o tradiciones a las que me puedo estar refiriendo. Cada uno se podrá estar acordando de aquello con lo que en la actualidad no está de acuerdo y muy posiblemente ninguno nos estaríamos acordando de los mismo, lo que demuestra la cantidad de acontecimientos con los que actualmente no congeniamos, y lo difícil que resultaría llegar a un acuerdo para eliminar tal o cual costumbre o tradición de la comunidad a la que pertenecemos. Ello abriría un debate indefinido y sin sentido cuya conclusión final sería la separación y enemistad de una parte de la comunidad con la otra, creándose un problema generacional donde antes sólo había amistad y compañerismo vecinal.

         Focalizando la generalidad de lo que hablo en un tema en concreto, y dejando a un lado la problemática del cambio de fechas de fiestas patronales para que “emigraos voluntarios” puedan disfrutar de ellas, el tema taurino en todas sus versiones y dimensiones es quizás uno de los temas más candentes que hay actualmente en la sociedad española estando relacionado con esa “manía persecutoria” de cierta parte de la población y de la sociedad.

         Corridas de toros, corre bous, encierros, toro de la Vega, etc, todo ello está en el punto de mira de una minoría poblacional a la cual el maltrato animal lo asimilan casi como maltrato propio, llegando incluso a ponerse en la misma piel del toro para experimentar las mismas sensaciones que estos animales experimentan durante esos acontecimientos. Van provocando manifestaciones y altercados relacionado con estos animales. Son capaces, sin ningún pudor, de alterar la convivencia festiva y alegre de una comunidad en fiestas que dista muchísimos kilómetros de su lugar de residencia, pasando por alto, una vez más, el modo de vida y tradiciones de esa comunidad a la que están molestando y causándoles problemas de convivencia en sus días más alegres del año: sus fiestas patronales, sus ferias o ambas cosas a la vez.
         Una vez más se pone de manifiesto, no ya la poca sensibilidad y el poco respeto hacia esta gente festiva, sino que deja de nuevo al descubierto su analfabetismo crónico en todo lo que sea conocimiento de tradiciones, costumbres, modos de vida y adaptaciones al medio.

         Si queremos comenzar con el toreo, o mejor dicho, con la tauromaquia, quizás deberían saber de dónde procede, cuál es su origen, por qué surgió. Ignoran en lo más profundo de su ser qué es el arte (sí, arte; así lo define el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española) de lidiar toros. Dicho arte procede de las palabras tauros, toros y máchomai, lucha.

         Ya en la antigüedad se utilizaba como una forma de demostración y valentía desarrollada en algunas tribus de la Edad de Bronce para festejar el paso de la niñez a la edad adulta. En Roma se utilizaba el uro (una raza bovina exinta que encontró en España su mejor asentamiento) en sus espectáculos circenses, con gladiadores y, por qué no decirlo, para matar cristianos, para martirizarlos por profesar una religión que no era la dominante en Roma en aquellos tiempos.

         Antes que alguien esté pensando en “echarme a los leones” a mí también por defender la tauromaquia aún sabiendo que la utilizaban para asesinar a personas, independientemente de la religión que profesaran, decir que eso mismo es lo que está sucediendo en la actualidad de una parte muy focalizada del mundo y nadie produce altercados en las grandes ciudades, ni hace manifestaciones a favor de la libertad religiosa; están callados no vaya a ser que esos “asesinos” se enfaden y produzcan masacres también en nuestro país. La actitud de estas personas que ahora callan tiene un nombre. Ponérselo vosotros.

         Siguiendo en la Roma antigua, el uro era considerado un animal que simbolizaba fuerza, nobleza, bravura, virilidad, capacidad de engendrar, fertilidad. La participación de los toros o uros en esos espectáculos de denominaba “venerationes”, luchas de animales con otros animales, o de animales con hombres, luchadores llamados “bestiarrii” que utilizaban una tela roja para llamar la atención del animal. (¿os suena?).

         En la Edad Media era tradición “correr los toros” para festejar bodas, bautizos, coronaciones, victorias en batallas, homenajes fúnebres, canonizaciones de santos, etc. Carlomagno, Alfonso X el Sabio y los califas almohades eran muy aficionados a estas “correrías”. En la boda de la hija del Conde de Barcelona en 1128 hubo fiesta de toros; Carlos I, nacido en Alemania, lanceó un toro en la celebración de su hijo Felipe II. 

         Con el paso del tiempo y, cómo no, evolucionando en la justa medida que esos tiempos demandaba, la tradición taurina fue evolucionando hasta el origen del toreo moderno: los mataderos urbanos que comenzaron a construirse en España en el siglo XVI. Los profesionales de la conducción del ganado vacuno, entonces toro bravo, a dichos mataderos aportaban creatividad y valentía en dichas tareas arriesgadas de enviar la res brava a su lugar de sacrificio. Dichas tareas atrajeron el interés de ciertas personas y, poco a poco, los mataderos se fueron llenando de espectadores para ver cómo “trabajaban” estos matarifes mitad toreros mitad carniceros (en la justa dimensión de la palabra de matar animales para el abastecimiento de la población). A partir de ahí, casi todos conocemos la historia más o menos sesgada, más o menos magnificada.

         ¿Y qué decir del toro de la Vega tan actual hace bien poco este año, pero famoso durante muchísimos años atrás? El toro de la Vega fue otra tradición taurina nacida en la Edad Media que ha llegado a nosotros, no intacta, pero sí poco alterada y “adaptada a estos nuevos tiempos.

         Hay quien habla del siglo XIII, aunque es en el siglo XVI donde realmente se desarrolla en plenitud esta fiesta taurina. Como festividad medieval comenzó, como se ha comentado antes, con motivo de bautizos, bodas, victorias, etc. Quizás su mayor problema haya sido que las normas del concurso (no olvidemos que es un concurso, guste o no) no se han modificado prácticamente nada con los tiempos, haciendo éstas especial hincapié en la igualdad de condiciones entre res brava y lancero, además del respeto con el que hay que tratar al toro una vez muerto.

         Quizás el problema en sí de esta fiesta o este concurso sea lo único que se adaptado a los nuevos tiempos, ya que en numerosas ocasiones en los últimos años el concurso ha sido invalidado por la mala praxis del lancero al matar al toro, incluso fuera del recinto delimitado para ello. El avance, en este caso, no es la “adaptación” a la realidad de dicha fiesta o concurso, sino la idea que llevan los lanceros al participar en él. 

         Con el nuevo poder de la imagen, la utilización enfermiza de las redes sociales y la depredación humana que se produce en ellos para copar los primeros puestos en el ranking patético y obsceno de popularidad, los participantes de dicho concurso venden su alma al diablo para ser ellos los vencedores, de cualquier forma, a cualquier precio. Saben que si lo consiguen, la popularidad, aunque sea efímera, la tienen asegurada, hayan actuado dentro de lo establecido en las reglas del concurso o no. De ahí la manera salvaje y muchas veces traicionera de lancear al toro. No importa ni cómo muera ni donde muera; el caso es matarlo sea como sea para ser el ganador del concurso. Hoy día eso supone “status”, “caché” en las redes sociales que, al fin y al cabo, es lo que se está buscando. Lo demás es música celestial.

         Ese es el avance social del toro de la Vega y no otro. Contra eso deberían protestar y manifestarse quienes año tras año se empeñan en fastidiar las fiestas a los paisanos de Tordesillas, aunque mucho me temo que más de uno de los manifestantes tuviera que salir corriendo con el rabo entre las piernas si la protesta o la manifestación fuera por esa causa. ¿Qué pensarían o tendrían que hacer ahora los habitantes de Tordesillas cuando supieran que un tanto por ciento muy elevado de esos que les fastidian las fiestas están en serio riesgo de padecer “movilipatía” y que los gobernantes estuvieran pensando en tratarla como una nueva enfermedad profesional con el consiguiente aumento de las cuotas a la Seguridad Social para su tratamiento?

         Creo sinceramente que tenemos que aprender mucho antes de pasar a la acción. No podemos ni debemos valorar todo aquello que desconocemos, mucho más si es un desconocimiento consentido. Debemos reconocer humildemente que no todo es y se produce según nuestros principios, propias ideas y sentimientos, y debemos aprender a respetarlo, nos guste o no nos guste. Los ojos con que nosotros vemos ciertos acontecimientos públicos, ciertas tradiciones, ciertas costumbres, no son los mismos ojos con los que los miran los habitantes de aquellas zonas donde se desarrollan. Ellos tienen otra culturalidad arraigada en su interior, que es muy diferente a la nuestra, pero no por eso es peor y más salvaje. Quizás esa culturalidad es una herencia más de un pasado glorioso medieval o antiguo que sus gentes han sabido mantener y transmitir de generación en generación, y no deben ser los demás quienes quieran abolirlas en base a unos “¿principios morales propios?” que nada tienen que ver con los de esa gente, máxime si son de una región o territorio muy alejado del suyo, con otra cultura, otra forma de vida; en definitiva, otra forma de pensar. Si a eso le añadimos que ese desconocimiento es un desconocimiento querido y sesgado, focalizado en tan sólo aquello que quieren abolir, quitar o eliminar, el mal que están tratando de hacer, o que hacen, no tiene parangón con ningún otro.

         La falta de cultura consentida y querida quizás sea la próxima peste negra que nuestra sociedad. Espero y deseo que no produzca tanto daño entre la población como aquella peste real que por falta de medios técnicos y humanos (esta vez sí) hizo tanto daño en la población española y europea.


         No creo ni espero que con estas palabras pueda remover la conciencia de todas aquellas personas que se pasan el día estudiando la manera de fastidiar a los demás en estos ámbitos, pero tengo la conciencia tranquila que por mí no ha sido, ya que les he indicado el camino: la extemporaneidad.


lunes, 31 de agosto de 2009

EEEL PREGONEEEEEERO

En todas las fiestas que se precien aparece la figura del pregonero/a, encargado/a de inaugurarlas y marcar el inicio oficial de las mismas. El tipo de persona elegida para esta función suele ser de dos tipos bien diferentes. Por un lado suele ser un político con un alto cargo y afín a la ideología del partido gobernante en el ayuntamiento del pueblo festivo. Por otro lado se suele elegir a una persona que, aunque ha nacido en ese pueblo, lleva muchos años fuera y, normalmente, ha hecho méritos de cualquier tipo para ostentar dicho cargo honorífico.

Si el pregonero es el político de turno, dicho pregón llega a convertirse en un camuflado mitin político, ya que de ese pueblo o ciudad sabe más bien poco, por no decir nada de nada. Si es el paisano, el pregón se centra en recordar su propia vida durante esas fiestas hasta la fecha en que abandonó su pueblo y ciudad natal; de ahí en adelante, poco podrá contar.

Pero ambos pregones tienen algo en común: son escuchados con mayor o menor atención por los lugareños, por la gente que día a día viven, conviven, trabajan, se divierten, se alegran o se entristecen en ese pueblo. Gente que siempre han estado ahí, que le han dado forma a lo que ahora ese pueblo y que lo hace tan peculiar y a la vez tan diferente de los demás. Son los que verdaderamente han creado y mantenido esas tradiciones en los pueblos que tanto apreciamos y poco valoramos en estos días, como si las tradiciones se hubieran creado de la nada, porque sí, sin más.

Durante la escucha del pregón cuántas personas de éstas se preguntan si ellos no son merecedores de estar ahí arriba, en el escenario puesto para la ocasión; si ellos no cuentan con más méritos que el político o el paisano para contar sus vivencias de toda una vida. Se preguntan si sus vivencias no son, cuando menos, igual de importantes, si su vida en ese pueblo no está suficientemente valorada para no ser reconocida como meritoria. En definitiva, se sienten defraudados y devaluados.

Estas personas son las que realmente nos pueden enseñar y contar anécdotas e historias inéditas, vivas, reales, personales, íntimas. Por qué no darles la oportunidad de hacerlo en estos días tan importantes, de hacerles sentir que verdaderamente son parte e historia viva de nuestro pueblo, de valorarles todo el trabajo y esfuerzo que han hecho durante su vida por hacer de su pueblo lo que ahora es y del que tanto nos enorgullecemos continuamente. Ellos son los verdaderos pregoneros diarios de nuestro pueblo. Démosle una oportunidad, su oportunidad, la que siempre han soñado. Son días para ello.