Todos me conocéis o me vais conociendo poco a poco. De vez en
cuando trato de acercarme a vosotros desde mi limbo obligado e intransferible
para expresar mi opinión acerca de asuntos más o menos actuales o candentes que
acontecen en nuestra/vuestra sociedad. Muchos de vosotros quizás no estéis de acuerdo
con las opiniones que expreso; es lógico. Pero no me gustaría que ese
desacuerdo fuera porque, en realidad, yo no pertenezco a esa sociedad de la
cual opino. Como todos sabéis, mi tiempo fue mucho más pretérito de lo que
algunos podéis alcanzar a imaginar y, por tanto, mucho menos entender. Sin
embargo, desde mi retiro obligado trato de avanzar en el tiempo y situarme en
vuestra sociedad; trato de entenderla, comprenderla, analizarla, utilizando la
misma mentalidad vuestra para intentar comprender vuestra forma de actuar y
pensar, y, desde esa misma posición, exponer mis opiniones acerca del tema del
que quiero dar mi opinión. En definitiva, trato de hacerme un extemporáneo pero
a la inversa, del pasado al futuro.
Extemporáneo. ¡Cómo
me gusta esta palabra! ¡Cuántos problemas no llegarían ni tan solo a surgir si
se conociera y usara más a menudo! Una persona extemporánea es aquella que sale
del propio tiempo en el que vive y hace el esfuerzo de viajar mentalmente hacia
la época que desea visitar y conocer, y así, tratar de pensar y ver las cosas
tal y como las pensaros y vieron los hombres de aquella. Es necesario hacerse
extemporáneo porque es imposible, además de un grave error, pretender entender
algo elaborado en otra época, con otros fines, y pensado en otra mentalidad
aplicándoles nuestras propias categorías modernas. Meterse en aquella otra
cosmovisión, extraña a la nuestra, es tratar de ver qué cosa realmente se
propusieron aquellos que crearon una determinada costumbre, unos determinados
hábitos, en definitiva, una determinada sociedad.
¿Y por qué utilizo
esa palabra? Sencillamente porque considero que su significado y aplicación es
la respuesta y solución a muchos de los cambios sociales, por no decir
problemas, que actualmente una parte de la sociedad está tratando de crear sin
conocer ni tan siquiera el germen u origen de esas costumbres o tradiciones que
quieren cambiar.
Estoy totalmente de
acuerdo con aquellos que afirman que los tiempos han cambiado, que la vida ¿ha
evolucionado? y que debemos adaptarnos a las nuevas formas de vida que ésta
demanda. Lo que antes tenía mucho significado para una comunidad o para los
habitantes de una población, ahora ese significado se ha perdido, no tiene
vigencia actual o, mejor aún, han dejado de tener validez actual para esas
personas. Pero eso no quiere decir que esas costumbres o tradiciones haya que
quitarlas y eliminarlas definitivamente porque a esas personas no les digan
nada. Si esa costumbre o tradición fue creada y mantenida en el tiempo, tuvo
que haber un motivo, una causa, …, un algo que calara hondo entre esas gentes,
y que generación tras generación continuara actualizada. Una nueva situación
social, un nuevo status quo no lo encuentro motivo suficiente para eliminar de
raíz una costumbre, una tradición, una fiesta, incluso patronal, por personas
que la mayoría de las veces no pertenecen a la comunidad o paisanaje del
territorio de aquello que quieren abolir sin miramientos, o que incluso
abandonaron dicha comunidad en busca de mejores condiciones de vida y vuelven
pasado un tiempo con “sus ideas renovadas” tratando de imponer aquello que han
adquirido en sus años de “destierro voluntario”, por no decir “repudio comunal
propio”.
El que haya llegado
hasta aquí leyendo, habrá intuido o caído en la cuenta cuales pueden ser esas
costumbres o tradiciones a las que me puedo estar refiriendo. Cada uno se podrá
estar acordando de aquello con lo que en la actualidad no está de acuerdo y muy
posiblemente ninguno nos estaríamos acordando de los mismo, lo que demuestra la
cantidad de acontecimientos con los que actualmente no congeniamos, y lo
difícil que resultaría llegar a un acuerdo para eliminar tal o cual costumbre o
tradición de la comunidad a la que pertenecemos. Ello abriría un debate
indefinido y sin sentido cuya conclusión final sería la separación y enemistad
de una parte de la comunidad con la otra, creándose un problema generacional
donde antes sólo había amistad y compañerismo vecinal.
Focalizando la
generalidad de lo que hablo en un tema en concreto, y dejando a un lado la
problemática del cambio de fechas de fiestas patronales para que “emigraos
voluntarios” puedan disfrutar de ellas, el tema taurino en todas sus versiones
y dimensiones es quizás uno de los temas más candentes que hay actualmente en
la sociedad española estando relacionado con esa “manía persecutoria” de cierta
parte de la población y de la sociedad.
Corridas de toros,
corre bous, encierros, toro de la Vega, etc, todo ello está en el punto de mira
de una minoría poblacional a la cual el maltrato animal lo asimilan casi como
maltrato propio, llegando incluso a ponerse en la misma piel del toro para
experimentar las mismas sensaciones que estos animales experimentan durante
esos acontecimientos. Van provocando manifestaciones y altercados relacionado
con estos animales. Son capaces, sin ningún pudor, de alterar la convivencia
festiva y alegre de una comunidad en fiestas que dista muchísimos kilómetros de
su lugar de residencia, pasando por alto, una vez más, el modo de vida y
tradiciones de esa comunidad a la que están molestando y causándoles problemas
de convivencia en sus días más alegres del año: sus fiestas patronales, sus
ferias o ambas cosas a la vez.
Una vez más se pone
de manifiesto, no ya la poca sensibilidad y el poco respeto hacia esta gente
festiva, sino que deja de nuevo al descubierto su analfabetismo crónico en todo
lo que sea conocimiento de tradiciones, costumbres, modos de vida y
adaptaciones al medio.
Si queremos comenzar
con el toreo, o mejor dicho, con la tauromaquia, quizás deberían saber de dónde
procede, cuál es su origen, por qué surgió. Ignoran en lo más profundo de su
ser qué es el arte (sí, arte; así lo define el diccionario de la Real Academia
de la Lengua Española) de lidiar toros. Dicho arte procede de las palabras
tauros, toros y máchomai, lucha.
Ya en la antigüedad
se utilizaba como una forma de demostración y valentía desarrollada en algunas
tribus de la Edad de Bronce para festejar el paso de la niñez a la edad adulta.
En Roma se utilizaba el uro (una raza bovina exinta que encontró en España su
mejor asentamiento) en sus espectáculos circenses, con gladiadores y, por qué
no decirlo, para matar cristianos, para martirizarlos por profesar una religión
que no era la dominante en Roma en aquellos tiempos.
Antes que alguien
esté pensando en “echarme a los leones” a mí también por defender la
tauromaquia aún sabiendo que la utilizaban para asesinar a personas,
independientemente de la religión que profesaran, decir que eso mismo es lo que
está sucediendo en la actualidad de una parte muy focalizada del mundo y nadie produce
altercados en las grandes ciudades, ni hace manifestaciones a favor de la
libertad religiosa; están callados no vaya a ser que esos “asesinos” se enfaden
y produzcan masacres también en nuestro país. La actitud de estas personas que
ahora callan tiene un nombre. Ponérselo vosotros.
Siguiendo en la Roma
antigua, el uro era considerado un animal que simbolizaba fuerza, nobleza,
bravura, virilidad, capacidad de engendrar, fertilidad. La participación de los
toros o uros en esos espectáculos de denominaba “venerationes”, luchas de
animales con otros animales, o de animales con hombres, luchadores llamados
“bestiarrii” que utilizaban una tela roja para llamar la atención del animal.
(¿os suena?).
En la Edad Media era
tradición “correr los toros” para festejar bodas, bautizos, coronaciones,
victorias en batallas, homenajes fúnebres, canonizaciones de santos, etc.
Carlomagno, Alfonso X el Sabio y los califas almohades eran muy aficionados a
estas “correrías”. En la boda de la hija del Conde de Barcelona en 1128 hubo
fiesta de toros; Carlos I, nacido en Alemania, lanceó un toro en la celebración
de su hijo Felipe II.
Con el paso del
tiempo y, cómo no, evolucionando en la justa medida que esos tiempos demandaba,
la tradición taurina fue evolucionando hasta el origen del toreo moderno: los
mataderos urbanos que comenzaron a construirse en España en el siglo XVI. Los
profesionales de la conducción del ganado vacuno, entonces toro bravo, a dichos
mataderos aportaban creatividad y valentía en dichas tareas arriesgadas de
enviar la res brava a su lugar de sacrificio. Dichas tareas atrajeron el
interés de ciertas personas y, poco a poco, los mataderos se fueron llenando de
espectadores para ver cómo “trabajaban” estos matarifes mitad toreros mitad
carniceros (en la justa dimensión de la palabra de matar animales para el
abastecimiento de la población). A partir de ahí, casi todos conocemos la
historia más o menos sesgada, más o menos magnificada.
¿Y qué decir del
toro de la Vega tan actual hace bien poco este año, pero famoso durante
muchísimos años atrás? El toro de la Vega fue otra tradición taurina nacida en
la Edad Media que ha llegado a nosotros, no intacta, pero sí poco alterada y “adaptada
a estos nuevos tiempos.
Hay quien habla del
siglo XIII, aunque es en el siglo XVI donde realmente se desarrolla en plenitud
esta fiesta taurina. Como festividad medieval comenzó, como se ha comentado
antes, con motivo de bautizos, bodas, victorias, etc. Quizás su mayor problema
haya sido que las normas del concurso (no olvidemos que es un concurso, guste o
no) no se han modificado prácticamente nada con los tiempos, haciendo éstas especial
hincapié en la igualdad de condiciones entre res brava y lancero, además del
respeto con el que hay que tratar al toro una vez muerto.
Quizás el problema
en sí de esta fiesta o este concurso sea lo único que se adaptado a los nuevos
tiempos, ya que en numerosas ocasiones en los últimos años el concurso ha sido invalidado
por la mala praxis del lancero al matar al toro, incluso fuera del recinto
delimitado para ello. El avance, en este caso, no es la “adaptación” a la
realidad de dicha fiesta o concurso, sino la idea que llevan los lanceros al
participar en él.
Con el nuevo poder
de la imagen, la utilización enfermiza de las redes sociales y la depredación
humana que se produce en ellos para copar los primeros puestos en el ranking
patético y obsceno de popularidad, los participantes de dicho concurso venden
su alma al diablo para ser ellos los vencedores, de cualquier forma, a
cualquier precio. Saben que si lo consiguen, la popularidad, aunque sea
efímera, la tienen asegurada, hayan actuado dentro de lo establecido en las
reglas del concurso o no. De ahí la manera salvaje y muchas veces traicionera
de lancear al toro. No importa ni cómo muera ni donde muera; el caso es matarlo
sea como sea para ser el ganador del concurso. Hoy día eso supone “status”,
“caché” en las redes sociales que, al fin y al cabo, es lo que se está
buscando. Lo demás es música celestial.
Ese es el avance
social del toro de la Vega y no otro. Contra eso deberían protestar y
manifestarse quienes año tras año se empeñan en fastidiar las fiestas a los
paisanos de Tordesillas, aunque mucho me temo que más de uno de los
manifestantes tuviera que salir corriendo con el rabo entre las piernas si la
protesta o la manifestación fuera por esa causa. ¿Qué pensarían o tendrían que
hacer ahora los habitantes de Tordesillas cuando supieran que un tanto por
ciento muy elevado de esos que les fastidian las fiestas están en serio riesgo
de padecer “movilipatía” y que los gobernantes estuvieran pensando en tratarla
como una nueva enfermedad profesional con el consiguiente aumento de las cuotas
a la Seguridad Social para su tratamiento?
Creo sinceramente
que tenemos que aprender mucho antes de pasar a la acción. No podemos ni
debemos valorar todo aquello que desconocemos, mucho más si es un
desconocimiento consentido. Debemos reconocer humildemente que no todo es y se
produce según nuestros principios, propias ideas y sentimientos, y debemos
aprender a respetarlo, nos guste o no nos guste. Los ojos con que nosotros
vemos ciertos acontecimientos públicos, ciertas tradiciones, ciertas
costumbres, no son los mismos ojos con los que los miran los habitantes de
aquellas zonas donde se desarrollan. Ellos tienen otra culturalidad arraigada
en su interior, que es muy diferente a la nuestra, pero no por eso es peor y
más salvaje. Quizás esa culturalidad es una herencia más de un pasado glorioso
medieval o antiguo que sus gentes han sabido mantener y transmitir de
generación en generación, y no deben ser los demás quienes quieran abolirlas en
base a unos “¿principios morales propios?” que nada tienen que ver con los de
esa gente, máxime si son de una región o territorio muy alejado del suyo, con
otra cultura, otra forma de vida; en definitiva, otra forma de pensar. Si a eso
le añadimos que ese desconocimiento es un desconocimiento querido y sesgado,
focalizado en tan sólo aquello que quieren abolir, quitar o eliminar, el mal
que están tratando de hacer, o que hacen, no tiene parangón con ningún otro.
La falta de cultura
consentida y querida quizás sea la próxima peste negra que nuestra sociedad.
Espero y deseo que no produzca tanto daño entre la población como aquella peste
real que por falta de medios técnicos y humanos (esta vez sí) hizo tanto daño
en la población española y europea.
No creo ni espero
que con estas palabras pueda remover la conciencia de todas aquellas personas
que se pasan el día estudiando la manera de fastidiar a los demás en estos
ámbitos, pero tengo la conciencia tranquila que por mí no ha sido, ya que les
he indicado el camino: la extemporaneidad.
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