viernes, 30 de octubre de 2015

DON INO, LOS TOROS Y LA VERDAD (I)


          Todos me conocéis o me vais conociendo poco a poco. De vez en cuando trato de acercarme a vosotros desde mi limbo obligado e intransferible para expresar mi opinión acerca de asuntos más o menos actuales o candentes que acontecen en nuestra/vuestra sociedad. Muchos de vosotros quizás no estéis de acuerdo con las opiniones que expreso; es lógico. Pero no me gustaría que ese desacuerdo fuera porque, en realidad, yo no pertenezco a esa sociedad de la cual opino. Como todos sabéis, mi tiempo fue mucho más pretérito de lo que algunos podéis alcanzar a imaginar y, por tanto, mucho menos entender. Sin embargo, desde mi retiro obligado trato de avanzar en el tiempo y situarme en vuestra sociedad; trato de entenderla, comprenderla, analizarla, utilizando la misma mentalidad vuestra para intentar comprender vuestra forma de actuar y pensar, y, desde esa misma posición, exponer mis opiniones acerca del tema del que quiero dar mi opinión. En definitiva, trato de hacerme un extemporáneo pero a la inversa, del pasado al futuro.

         Extemporáneo. ¡Cómo me gusta esta palabra! ¡Cuántos problemas no llegarían ni tan solo a surgir si se conociera y usara más a menudo! Una persona extemporánea es aquella que sale del propio tiempo en el que vive y hace el esfuerzo de viajar mentalmente hacia la época que desea visitar y conocer, y así, tratar de pensar y ver las cosas tal y como las pensaros y vieron los hombres de aquella. Es necesario hacerse extemporáneo porque es imposible, además de un grave error, pretender entender algo elaborado en otra época, con otros fines, y pensado en otra mentalidad aplicándoles nuestras propias categorías modernas. Meterse en aquella otra cosmovisión, extraña a la nuestra, es tratar de ver qué cosa realmente se propusieron aquellos que crearon una determinada costumbre, unos determinados hábitos, en definitiva, una determinada sociedad.
         ¿Y por qué utilizo esa palabra? Sencillamente porque considero que su significado y aplicación es la respuesta y solución a muchos de los cambios sociales, por no decir problemas, que actualmente una parte de la sociedad está tratando de crear sin conocer ni tan siquiera el germen u origen de esas costumbres o tradiciones que quieren cambiar.

         Estoy totalmente de acuerdo con aquellos que afirman que los tiempos han cambiado, que la vida ¿ha evolucionado? y que debemos adaptarnos a las nuevas formas de vida que ésta demanda. Lo que antes tenía mucho significado para una comunidad o para los habitantes de una población, ahora ese significado se ha perdido, no tiene vigencia actual o, mejor aún, han dejado de tener validez actual para esas personas. Pero eso no quiere decir que esas costumbres o tradiciones haya que quitarlas y eliminarlas definitivamente porque a esas personas no les digan nada. Si esa costumbre o tradición fue creada y mantenida en el tiempo, tuvo que haber un motivo, una causa, …, un algo que calara hondo entre esas gentes, y que generación tras generación continuara actualizada. Una nueva situación social, un nuevo status quo no lo encuentro motivo suficiente para eliminar de raíz una costumbre, una tradición, una fiesta, incluso patronal, por personas que la mayoría de las veces no pertenecen a la comunidad o paisanaje del territorio de aquello que quieren abolir sin miramientos, o que incluso abandonaron dicha comunidad en busca de mejores condiciones de vida y vuelven pasado un tiempo con “sus ideas renovadas” tratando de imponer aquello que han adquirido en sus años de “destierro voluntario”, por no decir “repudio comunal propio”.

         El que haya llegado hasta aquí leyendo, habrá intuido o caído en la cuenta cuales pueden ser esas costumbres o tradiciones a las que me puedo estar refiriendo. Cada uno se podrá estar acordando de aquello con lo que en la actualidad no está de acuerdo y muy posiblemente ninguno nos estaríamos acordando de los mismo, lo que demuestra la cantidad de acontecimientos con los que actualmente no congeniamos, y lo difícil que resultaría llegar a un acuerdo para eliminar tal o cual costumbre o tradición de la comunidad a la que pertenecemos. Ello abriría un debate indefinido y sin sentido cuya conclusión final sería la separación y enemistad de una parte de la comunidad con la otra, creándose un problema generacional donde antes sólo había amistad y compañerismo vecinal.

         Focalizando la generalidad de lo que hablo en un tema en concreto, y dejando a un lado la problemática del cambio de fechas de fiestas patronales para que “emigraos voluntarios” puedan disfrutar de ellas, el tema taurino en todas sus versiones y dimensiones es quizás uno de los temas más candentes que hay actualmente en la sociedad española estando relacionado con esa “manía persecutoria” de cierta parte de la población y de la sociedad.

         Corridas de toros, corre bous, encierros, toro de la Vega, etc, todo ello está en el punto de mira de una minoría poblacional a la cual el maltrato animal lo asimilan casi como maltrato propio, llegando incluso a ponerse en la misma piel del toro para experimentar las mismas sensaciones que estos animales experimentan durante esos acontecimientos. Van provocando manifestaciones y altercados relacionado con estos animales. Son capaces, sin ningún pudor, de alterar la convivencia festiva y alegre de una comunidad en fiestas que dista muchísimos kilómetros de su lugar de residencia, pasando por alto, una vez más, el modo de vida y tradiciones de esa comunidad a la que están molestando y causándoles problemas de convivencia en sus días más alegres del año: sus fiestas patronales, sus ferias o ambas cosas a la vez.
         Una vez más se pone de manifiesto, no ya la poca sensibilidad y el poco respeto hacia esta gente festiva, sino que deja de nuevo al descubierto su analfabetismo crónico en todo lo que sea conocimiento de tradiciones, costumbres, modos de vida y adaptaciones al medio.

         Si queremos comenzar con el toreo, o mejor dicho, con la tauromaquia, quizás deberían saber de dónde procede, cuál es su origen, por qué surgió. Ignoran en lo más profundo de su ser qué es el arte (sí, arte; así lo define el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española) de lidiar toros. Dicho arte procede de las palabras tauros, toros y máchomai, lucha.

         Ya en la antigüedad se utilizaba como una forma de demostración y valentía desarrollada en algunas tribus de la Edad de Bronce para festejar el paso de la niñez a la edad adulta. En Roma se utilizaba el uro (una raza bovina exinta que encontró en España su mejor asentamiento) en sus espectáculos circenses, con gladiadores y, por qué no decirlo, para matar cristianos, para martirizarlos por profesar una religión que no era la dominante en Roma en aquellos tiempos.

         Antes que alguien esté pensando en “echarme a los leones” a mí también por defender la tauromaquia aún sabiendo que la utilizaban para asesinar a personas, independientemente de la religión que profesaran, decir que eso mismo es lo que está sucediendo en la actualidad de una parte muy focalizada del mundo y nadie produce altercados en las grandes ciudades, ni hace manifestaciones a favor de la libertad religiosa; están callados no vaya a ser que esos “asesinos” se enfaden y produzcan masacres también en nuestro país. La actitud de estas personas que ahora callan tiene un nombre. Ponérselo vosotros.

         Siguiendo en la Roma antigua, el uro era considerado un animal que simbolizaba fuerza, nobleza, bravura, virilidad, capacidad de engendrar, fertilidad. La participación de los toros o uros en esos espectáculos de denominaba “venerationes”, luchas de animales con otros animales, o de animales con hombres, luchadores llamados “bestiarrii” que utilizaban una tela roja para llamar la atención del animal. (¿os suena?).

         En la Edad Media era tradición “correr los toros” para festejar bodas, bautizos, coronaciones, victorias en batallas, homenajes fúnebres, canonizaciones de santos, etc. Carlomagno, Alfonso X el Sabio y los califas almohades eran muy aficionados a estas “correrías”. En la boda de la hija del Conde de Barcelona en 1128 hubo fiesta de toros; Carlos I, nacido en Alemania, lanceó un toro en la celebración de su hijo Felipe II. 

         Con el paso del tiempo y, cómo no, evolucionando en la justa medida que esos tiempos demandaba, la tradición taurina fue evolucionando hasta el origen del toreo moderno: los mataderos urbanos que comenzaron a construirse en España en el siglo XVI. Los profesionales de la conducción del ganado vacuno, entonces toro bravo, a dichos mataderos aportaban creatividad y valentía en dichas tareas arriesgadas de enviar la res brava a su lugar de sacrificio. Dichas tareas atrajeron el interés de ciertas personas y, poco a poco, los mataderos se fueron llenando de espectadores para ver cómo “trabajaban” estos matarifes mitad toreros mitad carniceros (en la justa dimensión de la palabra de matar animales para el abastecimiento de la población). A partir de ahí, casi todos conocemos la historia más o menos sesgada, más o menos magnificada.

         ¿Y qué decir del toro de la Vega tan actual hace bien poco este año, pero famoso durante muchísimos años atrás? El toro de la Vega fue otra tradición taurina nacida en la Edad Media que ha llegado a nosotros, no intacta, pero sí poco alterada y “adaptada a estos nuevos tiempos.

         Hay quien habla del siglo XIII, aunque es en el siglo XVI donde realmente se desarrolla en plenitud esta fiesta taurina. Como festividad medieval comenzó, como se ha comentado antes, con motivo de bautizos, bodas, victorias, etc. Quizás su mayor problema haya sido que las normas del concurso (no olvidemos que es un concurso, guste o no) no se han modificado prácticamente nada con los tiempos, haciendo éstas especial hincapié en la igualdad de condiciones entre res brava y lancero, además del respeto con el que hay que tratar al toro una vez muerto.

         Quizás el problema en sí de esta fiesta o este concurso sea lo único que se adaptado a los nuevos tiempos, ya que en numerosas ocasiones en los últimos años el concurso ha sido invalidado por la mala praxis del lancero al matar al toro, incluso fuera del recinto delimitado para ello. El avance, en este caso, no es la “adaptación” a la realidad de dicha fiesta o concurso, sino la idea que llevan los lanceros al participar en él. 

         Con el nuevo poder de la imagen, la utilización enfermiza de las redes sociales y la depredación humana que se produce en ellos para copar los primeros puestos en el ranking patético y obsceno de popularidad, los participantes de dicho concurso venden su alma al diablo para ser ellos los vencedores, de cualquier forma, a cualquier precio. Saben que si lo consiguen, la popularidad, aunque sea efímera, la tienen asegurada, hayan actuado dentro de lo establecido en las reglas del concurso o no. De ahí la manera salvaje y muchas veces traicionera de lancear al toro. No importa ni cómo muera ni donde muera; el caso es matarlo sea como sea para ser el ganador del concurso. Hoy día eso supone “status”, “caché” en las redes sociales que, al fin y al cabo, es lo que se está buscando. Lo demás es música celestial.

         Ese es el avance social del toro de la Vega y no otro. Contra eso deberían protestar y manifestarse quienes año tras año se empeñan en fastidiar las fiestas a los paisanos de Tordesillas, aunque mucho me temo que más de uno de los manifestantes tuviera que salir corriendo con el rabo entre las piernas si la protesta o la manifestación fuera por esa causa. ¿Qué pensarían o tendrían que hacer ahora los habitantes de Tordesillas cuando supieran que un tanto por ciento muy elevado de esos que les fastidian las fiestas están en serio riesgo de padecer “movilipatía” y que los gobernantes estuvieran pensando en tratarla como una nueva enfermedad profesional con el consiguiente aumento de las cuotas a la Seguridad Social para su tratamiento?

         Creo sinceramente que tenemos que aprender mucho antes de pasar a la acción. No podemos ni debemos valorar todo aquello que desconocemos, mucho más si es un desconocimiento consentido. Debemos reconocer humildemente que no todo es y se produce según nuestros principios, propias ideas y sentimientos, y debemos aprender a respetarlo, nos guste o no nos guste. Los ojos con que nosotros vemos ciertos acontecimientos públicos, ciertas tradiciones, ciertas costumbres, no son los mismos ojos con los que los miran los habitantes de aquellas zonas donde se desarrollan. Ellos tienen otra culturalidad arraigada en su interior, que es muy diferente a la nuestra, pero no por eso es peor y más salvaje. Quizás esa culturalidad es una herencia más de un pasado glorioso medieval o antiguo que sus gentes han sabido mantener y transmitir de generación en generación, y no deben ser los demás quienes quieran abolirlas en base a unos “¿principios morales propios?” que nada tienen que ver con los de esa gente, máxime si son de una región o territorio muy alejado del suyo, con otra cultura, otra forma de vida; en definitiva, otra forma de pensar. Si a eso le añadimos que ese desconocimiento es un desconocimiento querido y sesgado, focalizado en tan sólo aquello que quieren abolir, quitar o eliminar, el mal que están tratando de hacer, o que hacen, no tiene parangón con ningún otro.

         La falta de cultura consentida y querida quizás sea la próxima peste negra que nuestra sociedad. Espero y deseo que no produzca tanto daño entre la población como aquella peste real que por falta de medios técnicos y humanos (esta vez sí) hizo tanto daño en la población española y europea.


         No creo ni espero que con estas palabras pueda remover la conciencia de todas aquellas personas que se pasan el día estudiando la manera de fastidiar a los demás en estos ámbitos, pero tengo la conciencia tranquila que por mí no ha sido, ya que les he indicado el camino: la extemporaneidad.


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