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jueves, 23 de agosto de 2018

PATÁ EN LAS QUIJÁS (XIII)



          … a los que fomentan, alientan, ejecutan y se alardean de terminar las noches de los sábados a las 12 de la mañana del domingo.



         No se le puede considerar una nueva moda o moda millenians, ya que este tipo de ocio adolescente, juvenil, incluso adultil se viene desarrollando desde haces más de una década; no hay más que echar la vista atrás y recordar las discotecas específicas de la música “bakalao”, cuando los bakaladeros ingresaban en ellas un viernes por la noche y eran dados de alta el domingo siguiente por la mañana. Al llegar a casa, dormitaban el resto del  domingo. Cuando, si acaso, se despertaban para ir la baño y expulsar litros de alcohol, se inflaban a llorar porque al día siguiente era lunes. De esta forma, perdían un día a la semana durmiendo y llorando. ¡Lo que se dice vivir la vida y pasárselo bien!

         Aunque ahora la moda bakaladera ha desaparecido, aún se mantiene la moda nocturna o “after”, como se la denomina en la actualidad.  Da igual el tipo de música que pueda oírse (no escucharse, que no es lo mismo). Da igual que se esté bien o mal. Da igual que se esté cansado o  no. Da igual que se tenga sueño o no. Todo da igual. Pero lo que no da igual es irse a su casa antes de las diez o doce de la mañana del domingo. Todo aquel que lo haga antes de esa hora será tratado como se merece: cagao, mal amigo, amargao, aburrio, gallina, parao y demás calificativos apropiados para tal afrenta al resto de la manada.

         Una vez cumplido el pertinente trámite nocturno, llegados a casa, pasan directamente a su cubiculum para disfrutar del resto del domingo durmiendo y saliendo al baño, tal y como se hacía antiguamente, hace una década, lo que demuestra lo que ha cambiado y avanzado la sociedad en el modo y manera de disfrutar los fines de semana, sobre todo el domingo.

         Atrás quedaron aquellos domingos de paseos matutinos postmisales con amigos, amigas, novios y novias (no se vaya a enfadar algún aburrio en otro sentido) clausurados con unas cervezas en el bar de la plaza antes de la comida dominical. Las tardes eran igualmente paseables con los mismos protagonistas, además de con un transistor con pinganillo en la oreja como invitado de honor en la reunión para informarnos de lo que ocurría en los terrenos de juego de toda España. Sentada nocturna en el mismo bar de la plaza con colación incluida, pudiendo ser sustituida algunos domingos por quedada en casa de alguien dispuesto a ofrecer su morada para marcarnos un baile popular con dornillo de limoná con algo de canela por aquello del estamos tan agustillo. Recogida pronto a casa para empezar la semana con fuerza y alegría. ¡Vamos, como ahora!

         Como esta nueva generación, y venideras, no se dejan aconsejar porque lo saben todo (eso es lo que ellos se creen; saben lo que es interesa cuando se lo dice el móvil al que le preguntan), hacen oídos sordos (tampoco escuchan, que no es lo mismo oír que escuchar) a cualquier consejo que venga de fuera de su manada y que contravenga la sagrada regla hebdomadaria de llegar a casa a las diez de la mañana los domingos. Son conscientemente inconscientes de lo que están haciendo. Son inconscientemente inconscientes de que están perdiendo un día a la semana; que comienzan la semana de forma fraudulenta; que están perdiendo días de vida, y, lo que es peor de todo, están perdiendo salud, salud que tarde o temprano les va hacer falta el día menos pensado. Entonces vendrá el llanto y crujir de dientes, el arrepentimiento interno (jamás externo eso es de gallinas y perdedores), las preguntas incontestables del por qué y del cómo. Pero nadie alzará la voz contra esas preguntas. No quieren ser rechazados una vez más a la hora de explicar las consecuencias de tal moda. Antes no se admitían consejos, ahora no se quieren dar aunque se pidan por la gracia de Dios. Si no se quería oír ni escuchar, ahora no es tiempo de hablar y preguntar. Eso era lo que se quería y eso es lo que se tiene.

         Por todo ello, estás patás en las quijás van para todos aquellos que se declaran búhos, aves nocturnas que, al contrario que los búhos, noven en la oscuridad por mucha luz que haya donde estén amelgados. (¡Pobre gente!)



martes, 23 de junio de 2009

EL ESTÍO NOS CONFUNDE

No me lo creo. Como suena. No me creo que a la gente le guste el verano. No me creo que a la gente le guste estar en la calle a 40 grados, muchas de las veces a la sombra. Si les gustara el verano se pasarían todo el día disfrutando del calor en plena calle, callejeando como comúnmente se suele decir. Disfrutarían limpiándose el sudor de su frente y no precisamente de trabajar (el sopor, sudor, cansancio, abatimiento se lo impiden). Se levantarían descansados y contentos de haber estado toda la noche gozando de su cama, dando vueltas de un lado para otro sin haber tenido lindos sueños. Se acostarían a la misma hora de siempre, aunque haya luz del día, porque mañana hay que madrugar bastante para ir a trabajar.

No. No les gusta. Les gusta lo que a mí: tener vacaciones, echarse la siesta, sentarse en la puerta de la calle hasta altas horas de la madrugada, refrescarse en las piscinas. Les gusta el aire acondicionado (el abanico está anticuado y te provoca sudores debido al esfuerzo físico). Les gusta quedarse en casa, tumbados a lo fresquito y salir allá por casi la medianoche para irse a la cama bien entrada la madrugada para aprovechar el frescor de la noche, aunque haya que madrugar al día siguiente (para eso se inventaron las siestas). Les gusta la playa y la cervecita en el chiringuito (si no lo quitan antes), livianos de ropa.

Pero eso no indica que les guste el verano. Eso también me gusta a mí y sin embargo no me gusta el verano. Sí que me gusta el invierno y procuro disfrutarlo, estando más tiempo en la calle, por ejemplo, gozando de ese frío que te espabila pronto, nada más salir a la puerta de tu casa. Ese frío que puedes mitigar con una buena pelliza, que se dice, cosa que no puedes hacer con el calor. Porque … cuando tienes frío, te lo puedes quitar añadiéndote ropa, pero cuando tieneS calor no lo puedes aplacar quitándote ropa; tan sólo te fastidias, y bastante fastidiados andamos ya como para añadir otra carga más con la que soportar el día a día.

Definitivamente, creo que alguien que tuviera una varita mágica debería quitar el verano de nuestras vidas. Y como yo, lo cree más gente, cada día más, aunque haya quienes lo confundan con tiempo de ocio y bienestar. Porque eso es otras de las consecuencias desagradables del calor: tiende a ofuscar nuestra conciencia; nos tiende a confundir.