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lunes, 5 de abril de 2021

CONSIDERACIONES SOBRE LA SEMANA SANTA (Divertimento Pascual) y IX


NUEVA VISIÓN DE LA SEMANA SANTA

            Una vez que se han puesto de manifiesto todos los posibles argumentos para justificar una nueva visión de la Semana Santa, estamos en condiciones de ajustar días y horas a todo lo que Jesús profetizó durante el tiempo que estuvo entre nosotros.

            Jesús siempre supo lo que iba a suceder y cuándo iba a suceder, y siempre cumplió su palabra, que no es otra que la Palabra de Dios. Y eso es lo que demostró y lo que sigue demostrando día a día. Se puede decir, sin temor a equivocación y utilizando un lenguaje de vulgo o callejero, que Jesús es “un tío de palabra”. Por tanto, todo lo que ocurrió fue una realidad impepinable; tan sólo queda adaptarla a una realidad mucho más tangible para el ser humano, que aunque contravenga la “verdad ortodoxa” de la Iglesia Católica, en ciertos aspectos no deja de ser una verdad igualmente factible.

            Comenzando nuevamente por el final, Jesús resucitó al tercer día, día que los evangelios señalan claramente como el primer día de la semana, es decir, el domingo. A partir de aquí, resumiendo los acontecimientos ocurridos hasta ese momento podemos deducir días de mes y de semana en los que ocurrieron los hechos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.

            La secuencia o “agenda semanal” podría quedar así:

            Miércoles, 14 de Nisán

            Es el día de la preparación de la Pascua Judía. Jesús la celebra con sus apóstoles según la tradición judía. Pero como los días de la semana comienzan al ocaso del día anterior, dicha cena pascual bien pudo celebrarse el día anterior, es decir, el martes 13 de Nisán, después del ocaso. Debido al gran tumulto de gente que en aquellas fechas visitaba Jerusalén y al poco sitio que había para que todos pudieran celebrarla el mismo día, debían repartirse  y organizarse los espacios y los días para celebrarla. Durante esa noche (de martes a miércoles) acontecería la Oración en el Huerto y el prendimiento de Jesús. A partir de aquí, durante todo el miércoles, sucederían todos los acontecimientos de la Pasión de Jesús, siendo crucificado ese miércoles a la hora de nona, muriendo a continuación. Antes de que llegara el ocaso, sobre las 6 de la tarde, debían enterrar el cuerpo de Jesús, cosa que hicieron apresuradamente porque después del ocaso era el día de descanso solemne (sabatón), el primer día de Panes sin Levadura, día en el que no se debía realizar ninguna actividad.

            Jueves, 15 de Nisán
           
Primer día de Panes sin Levadura, día de solemnidad festiva, también llamado sabatón. Los evangelios nada dicen de él, salvo Mateo, que hace referencia a una reunión entre los sumos sacerdotes y Pilatos para que, pasado este día, organizase una vigilancia en el sepulcro de Jesús ante la creencia de que sus discípulos fueran a robar su cuerpo para que pudieran dar por cierto que resucitaría al tercer día después de sepultado. Con la llegada de la tarde noche, se cumpliría el primer día que Jesús está muerto y sepultado.

            Viernes, 16 de Nisán

            Día laborable. Este día laborable es aprovechado por las mujeres (las María como popularmente se las conoce) para ir al mercado y comprar aromas, perfumes y mirra, y preparar ungüentos con que ungir el cuerpo de Jesús. Todo el día lo dedican a ello, pero no pueden seguir haciendo nada más porque cuando llegue el ocaso de ese día, comenzará el segundo día de descanso que esa semana, de manera extraordinaria, tiene: el sábado semanal, el último día de la semana que los mandamientos obligan a dedicarlo a Dios. Jesús permanece muerto y sepultado, computando su segundo día cuando llega la tarde-noche de este viernes.

            Sábado, 17 de Nisán

            Día de descanso semanal. Al igual que el jueves 15 de Nisán, no se puede realizar actividad alguna, para poder dedicárselo a Dios en toda su extensión. A la caída de la tarde, entre la tarde-noche del este día es cuando se produce la Resurrección de Jesús, cumpliendo el tercer día de su muerte y sepultura. Dicha resurrección tuvo que ocurrir entre la tarde y la noche de este sábado, entre las 3 y las 6 de la tarde, pues las mujeres cuando llegaron el primer día de la semana (domingo), cuando todavía estaba oscuro, ya vieron el sepulcro vacío. Luego dicha resurrección tuvo que ocurrir un poco antes, la tarde-noche anterior.

            Domingo 18 de Nisán

            Primer día de la Resurrección de Jesús. Las mujeres van muy temprano, de madrugada, a visitar el sepulcro de Jesús para ungir con los perfumes y aromas preparados durante el viernes pasado el cuerpo de Jesús, pero se lo encuentran vacío; Jesús ya no está. Ha resucitado, tal y como Él dijo, al tercer día, cumpliendo nuevamente su palabra. Las mujeres avisan a los discípulos que Jesús no está en el sepulcro. Es aquí donde comienza realmente la Pascua Cristiana, y donde se engendra el embrión de nuestra fe.





A MODO DE EPÍLOGO

Hasta aquí, y siempre basado en los evangelios, se ha tratado de deducir lo más lógicamente posible los hechos que ocurrieron durante la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. El que algo no concuerde con lo ortodoxo o con lo que estamos acostumbrados a celebrar no quiere decir que no sea verdad; tan sólo es una variación más o menos argumentada basada en lo que nos dicen los evangelios y adaptada al calendario judío tal y cómo lo conocemos en la actualidad, que, al contrario que el nuestro, no ha sufrido grandes variaciones desde aquella época hasta la actualidad. A esto habría que añadirle las múltiples confusiones a las que pueden dar pie las diversas, variadas y muy premeditadas versiones y traducciones de la Biblia y los Evangelios, primeramente escritos en lengua vulgar o vehicular, y posteriormente traducidas al idioma que en los años de su traducción imperaba en ese territorio: griego, latín, etc. Además de esto, no debemos olvidar lo que René Guénon nos decía acerca de la ausencia total de una lengua sagrada para la religión católica, lo que complica aún más aclarar y ubicar fehacientemente todos los acontecimientos a los que nos estamos refiriendo. Y si, además, añadimos el voraz interés de la Iglesia Católica por tratar de hacer coincidir y adaptar todos esos acontecimientos narrados con los días semanales de nuestro calendario, juliano primero, gregoriano después, no es muy descabellado llegar a pensar que algo podría estar fallando o que, coloquialmente, “no salen las cuentas”.

            Nada más lejos de la realidad está tratar de crear confusión en todo ello, ni de meter cizaña a la tan actualmente denostada religión católica. Como se dijo en un principio, esto no deja de ser un divertimento cuasi cuaresmal, pero siempre respetuosísimo con la religión católica y con todos sus creyentes y practicantes.

            De un tiempo a esta parte, siempre, al llegar la Semana Santa y observar las manifestaciones religiosas que se celebran en la casi totalidad de los pueblos y ciudades de España sobre la Pasión y Muerte de Jesús, una pregunta me machacaba la cabeza: ¿por qué celebrar con fervor, ¿respeto? y ¿silencio? dichos eventos históricos y no saltar de júbilo y alegría el Domingo de Resurrección cuando es el culmen de la fe de un cristiano, cuando es el sumun de la religión católica, cuando es realmente la máxima aspiración de un cristiano: resucitar con Jesús? No lo conseguía entender. No lo consigo entender. No lo conseguiré entender.

            Este divertimento no deja de ser una nefasta búsqueda de un ni siquiera principiante de “rollos macabeos” para tratar de obtener una respuesta a esa pregunta machacona anualmente. Buscaba algo con lo que justificar esas actitudes sociales y religiosas de la inmensa mayoría de los cristianos, y lo único que me he encontrado es una reafirmación de mi pregunta; es decir, mis dudas han aumentado, o, lo que es lo mimo, la pregunta se ha hecho más fuerte, se ha afianzado. Y lo ha hecho porque, si algo me ha quedado claro en todo este tiempo ha sido que Jesús, el primer día de la semana en el calendario judío, muy temprano, muy de madrugada, cuando todavía era de noche, había resucitado; es decir, Jesús, el domingo había resucitado, lo cual pone de manifiesto que, a falta de una explicación teológica, el día más solemne de toda la Semana Santa debería ser el Domingo de Resurrección, más que ningún otro.

            Los Evangelios dejan claro que la Resurrección de Jesús se debe conmemorar el Domingo de Resurrección. A partir de ahí, todo lo demás son conjetura más o menos justificadas por quién corresponda; todo son suposiciones con más o menos antigüedad, invariables en el tiempo e inmiscuidas en la sociedad, tanto laica como cristiana, como parte fundamental de ella.

            Ya ha dicho antes que este documento no tiene la finalidad ni la inmoral intención de crear o generar dudas religiosas; tan sólo es una diversión mía que he tratado de compartir con los que han estado dispuestos a llegar hasta aquí, y que, independientemente de que estén de acuerdo con ella, la vean y la valoren como lo que realmente es: un divertimento cuaresmal.

            Tan sólo es eso: un divertimento cuaresmal.

jueves, 1 de abril de 2021

CONSIDERACIONES SOBRE LA SEMANA SANTA (Divertimento Pascual) VII


LA PASCUA DE CRISTO

            El hombre siempre ha querido dar respuesta a hechos del pasado basándose en tiempos presentes, como si el mundo no hubiera cambiado en todo este periodo, o como si todo hubiera sido como lo es en la actualidad. Este quizás sea el error más común y también el más grande: querer o tratar de entender tiempos pretéritos pero vistos con ojos actuales. Cualquiera que esté interesado en acontecimientos o hechos pasados es consciente que, para entenderlos en toda su dimensión, debe, obligatoriamente, entender el modo de vida social, económico y cultural en que éstos ocurrieron; hacerlo de otro modo y manera no sólo no entendería nada, sino que incluso podría falsearlos, llegando a dar por sentado algo que realmente no ocurrió, y si lo hizo, fue de una manera totalmente contraria a la realidad.

            Esto mismo también puede ocurrir cuando tratamos de analizar, repasar o rememorar la Semana Santa o la Semana de Pasión de Jesús. Los hechos que durante esos días tuvieron lugar y que supusieron la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, hoy día los tenemos estructurados en días de la semana y horas que en aquellos años, o bien no existían como tales (día de la semana) o bien no ocurrieron así “realmente”, simplemente por desajustes en los calendarios (juliano y gregoriano, además del judío), o desajuste horario, tanto en horas propiamente dichas como en días y noches, además del comienzo y finalización de éstos. Si a estos desajustes le añadimos el gran interés de la Iglesia por hacer coincidir estos días con lo que está narrado en los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas y Juán), esos desajustes pueden llegar a ser aún mayores, haciendo que ciertos acontecimientos puedan parecer ficticios. Un pequeño ejemplo nos pude servir para ilustrar lo que se quiere decir.


Crucifixión de Jesús en el Gólgota

Todos damos por hecho y sentado que Jesús murió el Viernes Santo a la hora de nona, es decir, alrededor de las tres de la tarde. Cuando hacemos nuestra profesión de fe[1], decimos que Jesús resucitó de entre los muertos a los tres días de su crucifixión y muerte. La Resurrección la celebramos el domingo siguiente al Viernes Santo, el Domingo de Resurrección, el comienzo de la Pascua cristiana. Pero si hacemos unos pequeñísimos y facilísimos cálculos nos daríamos cuenta que desde un viernes a las tres de la tarde hasta un domingo por la mañana, no transcurren setenta y dos horas, los tres días que Jesús estuvo muerto y sepultado. Tres días después de su muerte, tres días después de un viernes es un lunes, no un domingo. Por lo tanto, si contamos tres días o setenta y dos horas entre dos días de la misma semana llegamos a las siguientes conclusiones: que, o bien no resucitó un domingo sino un lunes por la tarde/noche para descubrir su resurrección un martes por la mañana, o bien que no murió un viernes, sino un miércoles por la tarde/noche para resucitar el sábado en la tarde/noche y dar la noticia de su resurrección el domingo por la mañana. En ambos casos han transcurrido setenta y dos horas, tres días muerto y sepultado.

Si nuestra fe como cristianos hace que creamos firmemente que los hechos ocurrieron tal y como se dice y se cuentan en los evangelios, nuestro razonamiento como personas y seres humanos nos hace verlos de otro modo; de viernes a domingo no pasan tres días, sino día y medio, justo la mitad. Luego puede ocurrir que, si nuestra fe no tiene la suficiente fuerza y consistencia en nuestro interior, nos puedan surgir dudas “razonables” de todos estos hechos, y comencemos a pensar que algo falla en lo contado, entre la realidad actual y la realidad de aquellos tiempos y años.

Pero ni todo es blanco puro ni todo es negro cerrado; ni todo es una verdad irrefutable, ni todo es una falsedad premeditada y dañina. Los hechos de la Pasión ocurrieron tal y como están contados por los evangelios sinópticos, pero quizás cambiados de días y horas en comparación con los tiempos actuales. A esto hay que añadirle que el calendario judío de aquellos años, e incluso el actual, nada o muy poco tiene que ver con el nuestro. La semana tampoco la tienen estructurada de la misma manera que nosotros la tenemos estructurada en la actualidad. Debemos, así mismo, recordar que durante ese tiempo, Israel estaba gobernado por el Imperio Romano, que tampoco tenía el mismo calendario que el judío. Y, por si fuera poco, los evangelios fueron escritos mucho tiempo después de que ocurrieran estos hechos, por lo que ciertos acontecimientos, no sólo de la Pasión, sino de la propia vida pública de Jesús, pueden no estar lo suficientemente documentados en los evangelios, y tan sólo ser ciertos por el mero hecho de estar reflejados en los mismos.

¿De verdad creemos “a pies juntillas” que Jesús nació el 25 de diciembre? Está claro que esa fecha es una fecha sincretizada por la Iglesia Católica para “tapar” el culto al dios Sol, verdadera fiesta solar pagana, pero no por eso vamos a dejar de celebrar la Navidad ni todo lo que conlleva aparejada de solidaridad y buenas intenciones. Lo mismo ocurre con la Semana Santa. Son hechos que ciertamente ocurrieron, pero quizás no con ese ritmo de tiempo descrito en los evangelios. El que alguno de esos hechos no fuera del todo cierto, no por ello vamos a dejar de creer en ellos, o incluso a renegar de nuestra religión porque “nos están tomando el pelo”. Tenemos suficiente madurez de fe como para andar “pensándonoslo”.

Partiendo de una inamovible posición sobre nuestra fe, tampoco está de más tratar de analizarlo todo de una manera sosegada o medianamente documentada, utilizando la lógica como arma más poderosa en este combate de tiempos y espacios que tratamos de celebrar. Tomémoslo todo esto como un divertimento cuasi cuaresmal o pascual, con la sóla y única finalidad de aportar algo más de conocimiento a esos hechos ocurridos hace casi 2000 años, pero también apoyándonos en los evangelios sinópticos; de paso, nos obligamos a la lectura, muy descuidada y denostada en la actualidad, y que, si no le ponemos remedio, la falta de lectura se puede convertir en una nueva enfermedad endémica de este comienzo de siglo. La “grandeza” de las nuevas tecnologías es la cepa de cultivo ideal para convertirla en pandemia. Sólo nosotros somos los portadores de la vacuna.

Breves apuntes sobre el calendario judío

            Los evangelios y toda la literatura de la época de Jesús que se dispone en la actualidad no nos permiten situar con exactitud ni una sola fecha de los acontecimientos de la vida de Jesús. Las indicaciones de los evangelistas hablan en términos generales y con referencia al inicio de algún reinado, pero no concretan con números la fecha exacta de los sucesos. Esta situación hace que no se conozca ni el día en que nació Jesús, ni el día en que murió, ni la fecha de ningún otro acontecimiento importante en su vida.

Si queremos complicarlo aún más, no hay unanimidad sobre qué reglas regían el calendario luni-solar judío de la época. Se sabe que había un calendario que seguía unas reglas fijas y bien conocidas Se sabe también que este calendario y reglas estaban en vigor en la época de Maimónides, que vivió entre 1135 y 1204 de nuestra era, pero se desconoce si estas reglas estaban también en vigor en la época de Jesús, o si por el contrario, el calendario se regía por observaciones astronómicas o incluso agrícolas y no por unas reglas predefinidas. Aún así, una relación evidente entre el calendario judío y el calendario cristiano que se utiliza en la actualidad ha quedado más que demostrada anteriormente.

            Jesús, cuando habitó entre nosotros, lo hizo codo con codo con el pueblo judío, que, obviamente, tenía su calendario propio. En occidente llevaban otro distinto, el calendario juliano, muy diferente al judío. Esa diferencia entre ellos tan sólo nos debe servir para adaptar o acoplar las fechas de aquellos hechos a las celebraciones litúrgicas que los cristianos celebran para conmemorarlos. Jesús vivió entre los judíos, con sus leyes, sus costumbres y tradiciones, y en ellas debemos centrarnos para hablar de la Pascua de Cristo como momentos reales, históricos, simbólicos y religiosos, tan importantes para la vida de un cristiano.

            Entre la Pascua Judía y la Pascua Cristiana hay una continuidad histórica, ya que, según todos los relatos (evangelios sinópticos y no sinópticos) Jesús murió el primer día de la fiesta judía de la Pascua, que, como sabemos, celebra la liberación por la mano de Dios del pueblo judío de la esclavitud en Egipto. Pero esa continuidad histórica parece romperse a la hora de celebrar “realmente” la Pascua, ya que los judíos la celebran el día 14 de Nisán[2], independientemente del día de la semana en que caiga. La Pascua del Antiguo Testamento siempre precedía del día de reposo anual, llamado también el primer día de Panes sin Levadura. Ese día era una solemnidad o día de fiesta para ser celebrada cada año el día inmediatamente después de la Pascua. El libro de los Números así lo dice: “Pero en el mes primero, a los catorce días de este mes, la fiesta solemne del Eterno. Y a los quince días de este mes, será un día de fiesta.”.


Calendario judío

Ya sabemos que la Pascua judía se celebraba siempre el día 14 de Nisán, y el siguiente, el 15 de Nisán, es día de fiesta solemne. Pero, ¿qué relación tienen el 14 y 15 de Nisán con los días de la semana judía y con los días de la semana occidental? Concretemos un poco.

El calendario hebreo no solamente combina el año solar y el mes lunar, sino que ambos ciclos, complementados, han de convivir exitosamente también con otro de los legados del calendario de los judíos al resto del mundo: el ciclo semanal de siete días.

Los días de la semana hebrea se basan en los seis días de la Creación, según relata el primer capítulo del libro del Génesis, siendo su nombre el mismo que les adjudica la Biblia, que son simplemente los nombres de los números ordinales en hebreo, del primero al sexto[3], y en el séptimo día, en el que Dios descansó de su labor, el Shabat, descanso, nombre que fue adoptado por una buena parte de las lenguas[4]. Así pues, y basándose en el relato bíblico,  la semana hebrea comienza el domingo[5], y no el lunes como en la sociedad occidental, y culmina el sábado, el día consagrado al descanso. Por lo tanto, en el calendario semanal judío, toda la semana gira en torno al sábado o shabat, lo que hace que todo el ciclo hebdomadario, y muy especialmente la santidad de la festividad del sábado (celebración considerada la más sagrada superada tan sólo por el Yon Kipur o Dia del Perdón, llamado precisamente Sábado de los Sábados), impone otra serie de ajustes al calendario hebreo, que debe adaptarse a las necesidades derivadas del sábado, en primer lugar, y luego a otras fiestas y ritos judíos. De esta forma, el calendario hebreo se propone impedir que ciertas celebraciones se superpongan o hasta se contradigan entre sí.

Este difícil, pero fundamental equilibrio, se obtiene mediante cálculos que indican en cuál de los días de la semana podrá caer el primer día del año judío, que es también el primer día de la festividad del Rosh Hashaná, el Año Nuevo judío. Así, las reglas del calendario hebreo estipulan que en ningún caso podrá el primer día de Rosh Hashaná y el año nuevo coincidir en un domingo, un miércoles o un viernes. Pero para compensar este desfase impositivo, y tratar de equilibrar el calendario, se suelen agregar uno, dos o tres días después de pasados ciertos meses al comienzo del Año Nuevo.

Visto así, no es difícil deducir que el calendario judío no lleva una correlación de días a lo largo de sus sucesivos años; es decir, un año nuevo no comienza al día siguiente de la semana del día en que terminó el anterior, sino que lo puede hacer en otro día distinto de la semana en función de esas festividades asociadas al día del shabat o sábado. Esto hace que sea tremendamente difícil calcular qué día de la semana en concreto fue el 14 y 15 de Nisán en el año en que se produjeron los acontecimientos que celebramos durante la Semana Santa. Si su calendario fuera como el nuestro “actual” (que tampoco es el mismo que se llevaba en occidente en aquellos tiempos, como ya se ha comentado sucesivas veces) sería muy fácil deducir esos días y asociarlos a un determinado día de la semana. Como vemos, esto no es así; la propia idiosincrasia del calendario judío lo impide, y la dificultad del cálculo semanal se hace muy patente.

Pero no es sólo la forma de nombrar los días de la semana y la forma de “contar” los días de comienzo y fin de año según los descansos del shabat o diversas festividades. Hay otra particularidad añadida en este calendario judío: los días de la semana, independientemente de cómo se nombren, no comienzan ni terminan de la misma forma a cómo nosotros lo hacemos en nuestra semana, ni incluso en aquellos años con otro calendario. Para nosotros, tanto antes como ahora, el día termina a las 00:00 horas (12 de la noche), y, a partir de esa hora, comienza un nuevo día. El día en el calendario hebreo comienza con la salida de tres estrellas al ocaso, y culmina al próximo ocaso del siguiente día; es un día que se cuenta de una puesta de sol hasta su otra puesta. En esto se diferencia del día según el calendario gregoriano, que discurre exactamente de medianoche a medianoche.

La costumbre de ver al día comenzar con la caída del crepúsculo es antigua como la Biblia misma, y se basa en el texto bíblico del Génesis, 1, 5, que al cabo de cada día comenta "Y fue la tarde, y fue la mañana...", de lo que se entiende que cada uno de los días de la creación comenzaba por la tarde: "… por la tarde, de tarde a tarde, guardaréis descanso" (Levítico 23, 27-32). Desde entonces, es práctica corriente y antiquísima que las festividades judías comiencen al caer el sol.


Comienzo y finalización de los días en el calendario judío

Aún así, y por si no tuviéramos bastante complicado “adivinar” el día semanal del 14 y 15 de Nisán, no debemos olvidar los ciclos lunares y solares, que también se tienen en cuenta en dicho calendario hebreo.

Tal y como se ha comentado con anterioridad, con el fin de adaptar tales ciclos, se añadían días a años bisiestos en función de unos determinados cálculos más o menos exactos. En tiempos de Jesús, al igual que otros calendarios de la época también basados en la luna, se utilizaba el método de intercalación de un mes más cada ciertos años, denominado mes embolismal, para mantener en sincronía dichos ciclos solares y lunares, además de la realización de otros ajustes más en el cómputo total de días del año. En concreto, esa adición del mes embolismal se producía cada 19 años (lo que ya conocemos como ciclo metónico), lo que se traducía en que había ciertos años que tenían 13 meses y el reto de años de ese ciclo tenían 12.

Para que ciertas fiestas religiosas cayeran lo más próximas posible a ciertos hechos astronómicos, algunos de esos 19 años debían tener un día más y otros un día menos. Por ejemplo, muy importante era la Pascua, que debía caer siempre después del equinoccio vernal. Determinar el momento de añadir o eliminar ese día tenía como finalidad tratar de hacer coincidir el principio de cada año nuevo judío como una posición muy concreta de la luna, conocida como Molad, de modo que de año en año, la sincronía lunar fuera perfecta. Este Molad, no es más que una medida de las fechas de las conjunciones solares. En los calendarios actuales, la conjunción astronómica de la luna se designa como “luna nueva” que, al manifestarse como la luna en la más completa oscuridad, hace muy difícil pronosticar el momento exacto de ese día en concreto, mucho más si, como sabemos, los ciclos lunares no son regulares, ya que tienen pequeñas fluctuaciones que alteran su ciclo.

Teniendo en cuenta que en la actualidad los avances tecnológicos que tenemos son los que nos indican el momento de la entrada de la luna en su fase de “nueva”, en época de Jesús obviamente no existían, por lo que “acertar” el día y la hora de la luna nueva dependía mucho más de criterios subjetivos fijados por los escribas y los rabinos de entonces (observaciones astronómicas, observación de la naturaleza y germinación de los frutos, edad de los corderos, etc.).

Luego, entre las imprecisiones del Molad, la necesidad de hacer coincidir ciertas fechas en momentos oportunos de la luna, y el completo desconocimiento del verdadero calendario que regía aquella comunidad en tiempos de Jesús, hace totalmente imposible conocer fehacientemente y con exactitud milimétrica, el día de la semana que en aquella época fue el 14 y el 15 de Nisán. Nosotros tan sólo podemos hacer conjeturas sobre aquellos momentos y aquellas fechas, siempre a modo de divertimento, pero sin perderle nunca la cara a nuestra fe como cristianos. Simplemente podemos “ajustar”, más o menos lógicamente, aquello que nos dicen los evangelios, dejando para la comunidad científica un estudio más exhaustivo de calendarios y días semanales en la antigüedad, estudio que sobrepasa con mucho y con creces la pretensión de este trabajo.



[1] “Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles.
Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la substancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.
Y en el Espíritu Santo.
A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y que antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado por otra substancia o esencia, o que es una criatura, o que es mutable o variable, a éstos anatematiza la iglesia católica”. (Credo de Nicea).
[2] Nisán, primer mes del calendario hebreo, que puede caer entre marzo o abril.

[3] Denominación que se ha perdido en la mayoría de las lenguas occidentales, que adoptaron nombres de deidades paganas para los días de la semana.

[4] Castellano sábado, francés samedi, italiano sábato, portugués sábado, catalán dissabte, alemán Samstag, polaco sobota, griego sávvato, árabe asSabt, indonesio sabtu, rumano sâmbătă.

[5] Yom rishón, "el día primero".

lunes, 29 de marzo de 2021

CONSIDERACIONES SOBRE LA SEMANA SANTA (Divertimento Pascual) II



A MODO DE INTRODUCCIÓN

La Pascua es la fiesta principal y la más antigua de los cristianos. Es el corazón del año litúrgico. León I (sermón xvii en Exodum) la llama la fiesta mayor (festum festorum, máxima fiesta), y dice que la Navidad se celebra en preparación para la Pascua, pues si en la natividad nació el Salvador y nos llenó de gozo su venida, aún mayor alegría nos causa el cumplimiento de las promesas de Dios al enviarnos a un Salvador que rescatará a la humanidad entera del pecado. En los primeros años del cristianismo, estos días fueron denominados Gran Semana o Semana Mayor.

            La Pascua es la conmemoración anual que las iglesias cristianas hacen del misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, la Resurrección del Cordero Inmolado: Jesucristo. Recuerda los últimos días de Jesús de Nazaret en la tierra, rememorando todos aquellos acontecimientos que vivió y que le llevaron a morir en la cruz, resucitando a los tres días de su muerte. Manifiesta la victoria ganada en la Cruz por Jesús sobre el demonio.

Para celebrar el aniversario de estos acontecimientos salvadores, cada año, en la fecha apropiada (el primer domingo después de la primera luna llena de primavera), los cristianos conmemoran la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

Las celebraciones comienzan el Domingo de Ramos, con el recuerdo de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (que hoy se conmemora con la bendición de palmas en la misa), y terminan el Domingo de Resurrección. Entre medias, el Jueves Santo se recuerda la Última Cena de Jesús con los apóstoles, donde se instituyó el sacramento de la Eucaristía. El Viernes Santo se conmemora la Pasión y Muerte de Jesús en la cruz, para, posteriormente, el Sábado Santo pasarlo esperando, cerca del sepulcro de Cristo, su resurrección, que se celebra con júbilo la misma noche del sábado en la Vigilia Pascual, que abre la puerta y da el pistoletazo de salida a las grandes celebraciones del Santo Día de Pascua, Domingo de Resurrección, y que se alargarán durante 50 días más, hasta Pentecostés, fiesta de la llegada del Espíritu Santo.

De todas las celebraciones de la Semana Santa o Semana Mayor, la Vigilia Pascual (noche del sábado al domingo) quizás sea la celebración más solemne e importante de todo el año litúrgico cristiano. Esa noche se bendice el Fuego Nuevo y se enciende el Cirio Pascual, se canta el Anuncio de la Pascua, y se leen las lecturas del Antiguo Testamento que nos narran la historia de la Salvación, sobre todo la primera pascua, la pascua judía, que se sucede con la salida de los hebreos esclavos de Egipto y su éxodo hacia la Tierra Prometida, después de su paso por el Mar Rojo. La historia de la creación, el sacrificio de Isaac y el cruce del Mar Rojo son otras de las lecturas que también se leen en esta Vigilia Pascual del sábado santo.

Las lecturas bíblicas finalizan con la solemne proclamación del Evangelio de la Resurrección, precedida por el retorno del canto del Aleluya, silenciado durante toda la Cuaresma. Posteriormente se bendicen las fuentes bautismales, se bautizan a aquellas personas que se han preparado para ello, y todos renuevan las promesas de su propio bautismo -esa agua bendecida durante la Vigilia Pascual se usará para los bautismos de todo el tiempo de Pascua-. Finalmente se celebra la Eucaristía Pascual, Eucaristía que se repite cada domingo, sobre todo los domingos de Pascua, para revivir y conmemorar la Resurrección de Cristo como epicentro de la fe cristiana.

La Última Cena. Leonardo Da Vinci

            Pero realmente la Pascua no se reduce solamente a esa Semana Mayor o Semana Santa, como popularmente se la conoce. La Pascua Cristiana abarca desde el Domingo de Resurrección hasta Pentecostés (quincuagésimo día, en griego), cincuenta (50) días (siete semanas, aproximadamente) que simbolizan la imagen de la eternidad que se espera obtener con la resurrección de Jesús que, a su vez, es señal de nuestra propia resurrección. El último día, el 50, los apóstoles recibieron el Espíritu Santo (pasaje narrado en el capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles) comenzando, posteriormente, a predicar el Evangelio. Fue realmente el principio de la vida de la Iglesia y el inicio de la acción evangelizadora.

            Si el final de la Pascua, con el día de Pentecostés, da comienzo un tiempo de gozo y plenitud eterna, también marca el inicio y la puesta en marcha del calendario civil y de otras actividades relacionadas con él, que constituían, y aún hoy constituyen, la base de buena parte de la economía: siembra, mercadeo, trashumancia, construcción, etc. Son reminiscencias del pasado, en la que la actividad económica, civil y militar recuperaba su pulso tras la oscuridad y los impetuosos fríos del largo invierno, que recuerdan las incertidumbres sufridas y la necesidad de efectuar provisión económica para la próxima temporada.

            También en el calendario religioso la Pascua marca el inicio de todas las fiestas movibles de la cristiandad, desde el martes santo (Oración en el Huerto de los Olivos) hasta los Sagrados Corazones, pasando por la Ascensión (40 días después del Domingo de Resurrección), Pentecostés, Corpus Christie, Santísima Trinidad y los anteriormente citados Sagrados Corazones. Son, pues, fiestas movibles relacionadas con la luna que incluyen también al carnaval, fiesta que marca el inicio de la cuaresma (miércoles de ceniza) con 40 días de preparación para la Pascua, terminándose el Jueves Santo para comenzar el Triduo Pascual. Estas fiestas movibles de carácter lunar se contraponen y a la vez se complementan con las fiestas de carácter solar, fiestas fijas en el calendario religioso, relacionadas, sobre todo, con los solsticios de invierno, Navidad, y de verano, San Juan Bautista, además de muchas otras que se celebraban en el mismo día todos los años, mayormente onomásticas de santos, con la fiesta de Todos los Santos (1º de noviembre) a la cabeza, fiesta que, a su vez, nos enlaza con el calendario celta, el cual indicaba el final del año y el comienzo del nuevo, con el inicio de Samhain, el oscuro invierno celta.

            Pero si hay una fiesta que debiera ser importante para un cristiano, y celebrarla con la máxima solemnidad, esa fiesta es el Domingo de Resurrección. El Domingo de Resurrección o Domingo de Pascua es la piedra angular de todo el calendario litúrgico cristiano. Es el día en que se rememora y se conmemora la Resurrección de Jesús, verdadero pilar de la fe cristiana que apuntalamos esperando nuestra resurrección. Por tanto, debería ser el día de mayor fiesta de todo el calendario litúrgico, la verdadera fiesta religiosa, la fiesta de todas las fiestas, la fiesta de la renovación de nuestra fe. Sin embargo, no hace falta poner mucha atención para darse cuenta que lo que el hombre celebra con verdadero “entusiasmo” no es la Resurrección, sino la Pasión y Muerte de Jesús.

            Durante toda la Semana Santa, sobre todo de lunes a viernes, las calles de nuestro pueblo o ciudad se “engalanan” con verdaderas joyas de arte en forma de pasos procesionales. El olor de asfalto y polución dejan paso a un aromático perfume urbano con todo tipo de flores y especias. Las personas lucen sus mejores vestidos y ajuares, preparan las vituallas propias de estas fechas y la familia parece, por unos días, una unidad indisoluble llena de buenas intenciones. Sin embargo, llegando el sábado santo y Domingo de Resurrección, todo eso se desvanece, explota como una gran burbuja de jabón, como un bonito sueño arrebatado por el traicionero despertador. El Domingo de Resurrección se convierte en un domingo de despedidas, de lastimeos, de encierros de engalanajes, de choque con la realidad, dejando a un lado la Verdadera Fiesta Cristiana. Esa fiesta no pasa ni siquiera a un segundo plano; simplemente, no pasa, no se celebra, nadie se acuerda de ella. Parece como si el hombre se alegrara más con pasiones y muertes que con renacimiento y vida; se regocijara más en penas que en alegría, como si diera a entender y pusiera de manifiesto sus verdaderas pasiones e intenciones en esta corta vida. Deja de mirar una vez más al faro que le guiará en la vida para mirar de reojo a instantes efímeros y engañosos.

            El Domingo de Resurrección es el día grande de la fe cristiana, y como tal se debería celebrar. Pero el hombre, una vez más, olvida la importante y alaba la trivialidad.

La Resurrección de Cristo. El Greco