A MODO DE INTRODUCCIÓN
La Pascua es la fiesta
principal y la más antigua de los cristianos. Es el corazón del año litúrgico.
León I (sermón xvii en Exodum) la llama la fiesta mayor (festum festorum,
máxima fiesta), y dice que la Navidad se celebra en preparación para la
Pascua, pues si en la natividad nació el Salvador y nos llenó de gozo su
venida, aún mayor alegría nos causa el cumplimiento de las promesas de Dios al
enviarnos a un Salvador que rescatará a la humanidad entera del pecado. En los
primeros años del cristianismo, estos días fueron denominados Gran Semana o Semana Mayor.
La Pascua es la conmemoración anual
que las iglesias cristianas hacen del misterio de la Pasión, Muerte y
Resurrección de Cristo, la Resurrección del Cordero Inmolado: Jesucristo. Recuerda los últimos días de Jesús de Nazaret en
la tierra, rememorando todos aquellos acontecimientos que vivió y que le
llevaron a morir en la cruz, resucitando a los tres días de su muerte. Manifiesta la victoria ganada
en la Cruz por Jesús sobre el demonio.
Para celebrar el aniversario de estos
acontecimientos salvadores, cada año, en la fecha apropiada (el primer domingo
después de la primera luna llena de primavera), los cristianos conmemoran la
Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.
Las celebraciones comienzan
el Domingo de Ramos, con el recuerdo de la entrada triunfal de Jesús en
Jerusalén (que hoy se conmemora con la bendición de palmas en la misa),
y terminan el Domingo de Resurrección. Entre medias, el Jueves Santo se
recuerda la Última Cena de Jesús con los apóstoles, donde se instituyó el
sacramento de la Eucaristía. El Viernes Santo se conmemora la Pasión y Muerte
de Jesús en la cruz, para, posteriormente, el Sábado Santo pasarlo esperando,
cerca del sepulcro de Cristo, su resurrección, que se celebra con júbilo la
misma noche del sábado en la Vigilia Pascual, que abre la puerta y da el
pistoletazo de salida a las grandes celebraciones del Santo Día de Pascua,
Domingo de Resurrección, y que se alargarán durante 50 días más, hasta
Pentecostés, fiesta de la llegada del Espíritu Santo.
De todas las celebraciones de la Semana Santa o
Semana Mayor, la Vigilia Pascual (noche del sábado al domingo) quizás sea la
celebración más solemne e importante de todo el año litúrgico cristiano. Esa
noche se bendice el Fuego Nuevo y se enciende el Cirio Pascual, se canta el
Anuncio de la Pascua, y se leen las lecturas del Antiguo Testamento que nos
narran la historia de la Salvación, sobre todo la primera pascua, la pascua
judía, que se sucede con la salida de los hebreos esclavos de Egipto y su éxodo
hacia la Tierra Prometida, después de su paso por el Mar Rojo. La historia de
la creación, el sacrificio de Isaac y el cruce del Mar Rojo son otras de las
lecturas que también se leen en esta Vigilia Pascual del sábado santo.
Las lecturas bíblicas finalizan con la solemne
proclamación del Evangelio de la Resurrección, precedida por el retorno del
canto del Aleluya, silenciado durante toda la Cuaresma. Posteriormente se
bendicen las fuentes bautismales, se bautizan a aquellas personas que se han
preparado para ello, y todos renuevan las promesas de su propio bautismo -esa
agua bendecida durante la Vigilia Pascual se usará para los bautismos de todo
el tiempo de Pascua-. Finalmente se celebra la Eucaristía Pascual, Eucaristía
que se repite cada domingo, sobre todo los domingos de Pascua, para revivir y
conmemorar la Resurrección de Cristo como epicentro de la fe cristiana.
La Última Cena. Leonardo Da Vinci
Pero
realmente la Pascua no se reduce solamente a esa Semana Mayor o Semana Santa,
como popularmente se la conoce. La Pascua Cristiana abarca desde el Domingo de
Resurrección hasta Pentecostés (quincuagésimo día, en griego), cincuenta (50)
días (siete semanas, aproximadamente) que simbolizan la imagen de la eternidad
que se espera obtener con la resurrección de Jesús que, a su vez, es señal de
nuestra propia resurrección. El último día, el 50, los apóstoles recibieron el
Espíritu Santo (pasaje narrado en el capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles)
comenzando, posteriormente, a predicar el Evangelio. Fue realmente el principio
de la vida de la Iglesia y el inicio de la acción evangelizadora.
Si
el final de la Pascua, con el día de Pentecostés, da comienzo un tiempo de gozo
y plenitud eterna, también marca el inicio y la puesta en marcha del calendario
civil y de otras actividades relacionadas con él, que constituían, y aún hoy
constituyen, la base de buena parte de la economía: siembra, mercadeo,
trashumancia, construcción, etc. Son reminiscencias del pasado, en la que la
actividad económica, civil y militar recuperaba su pulso tras la oscuridad y
los impetuosos fríos del largo invierno, que recuerdan las incertidumbres
sufridas y la necesidad de efectuar provisión económica para la próxima
temporada.
También
en el calendario religioso la Pascua marca el inicio de todas las fiestas
movibles de la cristiandad, desde el martes santo (Oración en el Huerto de los
Olivos) hasta los Sagrados Corazones, pasando por la Ascensión (40 días después
del Domingo de Resurrección), Pentecostés, Corpus Christie, Santísima Trinidad
y los anteriormente citados Sagrados Corazones. Son, pues, fiestas movibles
relacionadas con la luna que incluyen también al carnaval, fiesta que marca el
inicio de la cuaresma (miércoles de ceniza) con 40 días de preparación para la
Pascua, terminándose el Jueves Santo para comenzar el Triduo Pascual. Estas
fiestas movibles de carácter lunar se contraponen y a la vez se complementan
con las fiestas de carácter solar, fiestas fijas en el calendario religioso,
relacionadas, sobre todo, con los solsticios de invierno, Navidad, y de verano,
San Juan Bautista, además de muchas otras que se celebraban en el mismo día
todos los años, mayormente onomásticas de santos, con la fiesta de Todos los
Santos (1º de noviembre) a la cabeza, fiesta que, a su vez, nos enlaza con el
calendario celta, el cual indicaba el final del año y el comienzo del nuevo,
con el inicio de Samhain, el oscuro invierno celta.
Pero
si hay una fiesta que debiera ser importante para un cristiano, y celebrarla
con la máxima solemnidad, esa fiesta es el Domingo de Resurrección. El Domingo
de Resurrección o Domingo de Pascua es la piedra angular de todo el calendario
litúrgico cristiano. Es el día en que se rememora y se conmemora la Resurrección
de Jesús, verdadero pilar de la fe cristiana que apuntalamos esperando nuestra resurrección.
Por tanto, debería ser el día de mayor fiesta de todo el calendario litúrgico,
la verdadera fiesta religiosa, la fiesta de todas las fiestas, la fiesta de la
renovación de nuestra fe. Sin embargo, no hace falta poner mucha atención para
darse cuenta que lo que el hombre celebra con verdadero “entusiasmo” no es la
Resurrección, sino la Pasión y Muerte de Jesús.
Durante
toda la Semana Santa, sobre todo de lunes a viernes, las calles de nuestro
pueblo o ciudad se “engalanan” con verdaderas joyas de arte en forma de pasos
procesionales. El olor de asfalto y polución dejan paso a un aromático perfume
urbano con todo tipo de flores y especias. Las personas lucen sus mejores
vestidos y ajuares, preparan las vituallas propias de estas fechas y la familia
parece, por unos días, una unidad indisoluble llena de buenas intenciones. Sin
embargo, llegando el sábado santo y Domingo de Resurrección, todo eso se
desvanece, explota como una gran burbuja de jabón, como un bonito sueño
arrebatado por el traicionero despertador. El Domingo de Resurrección se
convierte en un domingo de despedidas, de lastimeos, de encierros de
engalanajes, de choque con la realidad, dejando a un lado la Verdadera Fiesta
Cristiana. Esa fiesta no pasa ni siquiera a un segundo plano; simplemente, no
pasa, no se celebra, nadie se acuerda de ella. Parece como si el hombre se
alegrara más con pasiones y muertes que con renacimiento y vida; se regocijara
más en penas que en alegría, como si diera a entender y pusiera de manifiesto
sus verdaderas pasiones e intenciones en esta corta vida. Deja de mirar una vez
más al faro que le guiará en la vida para mirar de reojo a instantes efímeros y
engañosos.
El
Domingo de Resurrección es el día grande de la fe cristiana, y como tal se
debería celebrar. Pero el hombre, una vez más, olvida la importante y alaba la
trivialidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario