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viernes, 29 de noviembre de 2019

CULTURA ACTIVA Y OTRAS HIERBAS


      “La cultura no es estática, está en constante evolución adaptándose a los cambios sociales, modificando festividades, desapareciendo unas que han dejado de tener razón de ser en la actualidad, y apareciendo e implantándose otras como forma de adaptación o evolución a los nuevos tiempos”.

         La frase anterior bien podría ser una declaración de cualquier profesional de la antropología que quisiera justificar, entre otros cambios sociales, el decaimiento progresivo que viene sufriendo la festividad de los Reyes Magos como noche mágica de espera de regalos, además de señalar el fin de las fiestas navideñas, y el auge y casi implantación que ha tenido Papá Noel al comienzo de las mismas a modo de pistoletazo de salida para dar comienzo a bacanales y diversión sin coto ni medida. Lo que antes era una noche familiar y casi entrañable aderezada con villancicos y buenos deseos, hoy día es una noche “maldita”, donde la hipocresía, los rencores y los malos modos son los platos fuertes de la cena, esperando con impaciencia la gran tarta de postre que es Papá Noel pare recibir regalos insulsos e inservibles que marquen el comienzo del fin de esa pesadilla que se está viviendo un año más y que no se termina de ver el fin.

         Y la pregunta que yo me haría ahora es: “¿de verdad que ese cambio extremista en cuanto al concepto que tenemos de esa noche obedece a una cultura activa y a una evolución social, o más bien obedece a una actitud personal de cada uno provocada por una alteración de la comodidad en la que estamos instalados y que nos impide adaptarnos, no ya a los cambios sociales, sino a los demás? Creo que si hoy día habláramos llamándole al pan, pan, y al vino, vino, dejaríamos de hablar de cultura activa o pasiva, de sociedad cambiante o conservadora, y llamaríamos por su nombre a lo que realmente está sucediendo: comodidad y aburrimiento por hartazón de todo. Hoy día tenemos todo y de todo, y queremos sensaciones y vivencias nuevas que, sin sacarnos del todo de nuestra queridísima comodidad y zona de confort, si nos trate de expulsar de ese aburrimiento y soporífero vivir que se hemos convertido nuestra vida. Y digo que hemos convertido, no que se ha convertido, porque los únicos que nos hemos querido instalar en ese soporífero aburrimiento hemos sido nosotros mismos con nuestra actitud hacia la vida, hacia la sociedad y, por ende, hacia los demás.
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         Podríamos dejar de lado la tan aludida y socorrida Navidad como paradigma de fiesta bandera para justificar ese “cambio social y de costumbres” y hacer una referencia a otras muchas que van apareciendo y surgiendo de ese hipócrita aburrimiento al mismo tiempo que se están eliminando otras por atentar gravemente contra nuestra comodidad.

         Halloween, Oktoberfest, Black Friday, Cyber Monday, Babyshower, Single Day, despedidas de soltero bacanalíticas, etc, etc. Todas estas fiestas no son más que una asimmilación de fiestas de otros países (fundamentalmente fiestas norteamericanas) que las vamos o ya las hemos asimilado como propias; incluso nuestros más jóvenes las tienen inmiscuidas e interiorizadas como fiestas pertenecientes desde tiempos inmemoriales a nuestro calendario festivo, fruto de vivirlas desde la primera y tierna infancia en guarderías y colegios de educación infantil, impuestas, a su vez, por profesionales de la enseñanza instalados en ese pertinaz y dañino aburrimiento en que han convertido su vida. Sus propias vivencias las trasladan a sus pupilos en una edad en la que la asimilación de nuevas experiencias y sensaciones está en el punto más álgido de su evolución.

         Si las fiestas anteriores las analizáramos con algo más de detenimiento, concluiríamos que son fiestas populares que nada dicen de nuestro riquísimo calendario festivo, civil y religioso del que deberíamos hacer gala. Son fiestas puntuales, de un solo día en su primigenia implantación de procedencia en la mayoría de los casos, y que nosotros las hemos asimilado e implantado “sólo y exclusivamente” en sábados, no en cualquier otro día, incluso sin respetar el verdadero día de celebración. Esto último no es más que la certera y clara aseveración de lo que veníamos diciendo acerca de la maldita comodidad y el dañino aburrimiento en el que se ha instalado la sociedad actual. Incluso muchas de ellas, con sólo leer el nombre, deduciríamos fácilmente el país de procedencia. Es el país que tanto admiramos para lo que nos interesa y tanto odiamos para lo que no nos interesa. El país del que asimilamos sus fiestas (aún nos queda por asimilar el Día de Acción de Gracias sin tener ni pajotera idea de lo que es y lo que significa; tiempo al tiempo) por conveniencia, y odiamos todo lo que hace fuera de él. Estoy seguro que todos sabrían reconocer y traducir sin dificultad alguna la típica frase Yankees, go home, expresión más cerca del odio que del amor (si es que algunos saben lo que son ambas cosas y saben diferenciarlas). Una muestra más de cómo la comodidad y el aburrimiento se puede sazonar con algo de hipocresía (de ésta última, la que pida, como la harina en la cocina).
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         Pero es que esos tres virus malditos y prolíficos no solamente están infestando las “fiestas nacionales”; están carcomiéndose también la comida y la riquísima gastronomía española, esa que tanto adoran los turistas en nuestro país cuando vienen de vacaciones. Avena, alfalfa (¡es broma!), quinoa, cuscús, humus, salsa harissa, sushi, fustomaki, tofú, algas marinas, wasabi, etc., son productos o alimentos referentes de nuestra alimentación hoy día que incluso pueden llegar a calificar o descalificar a quién los consume o los deja de lado por otros más “nuestros” y, por supuesto, mucho más saludables. Hoy día desechamos por sistema los cocidos, tanto madrileños como lebaniegos, fabadas de cualquier denominación de origen, verduras de cualquier color de hoja y tallo, fruta por tener azúcares (¿qué se espera encontrar esa gente en una fruta si no es azúcar y agua?), panes y barras tradicionales, de esas de harina, levadura y masa madre, etc. Esos son alimentos que desechan “per se” por obsoletos y conservadores (no progresistas en definitiva), aunque el nutricionista más desnutrido nos diga que son los mejores y más eficaces para cuidad nuestra salud. Y los desechan porque los conocen. De los que no conocen y en tiempos pretéritos tuvieron importancia en la alimentación de sus padres y abuelos no dicen nada; ¡como los conocen! Atrás quedaron los pitos duros y blandos, los casaillos, el poleo, las sopas de leche, las rebanás (ahora se llaman picatostes y sólo se comen en mínimas dosis y en el gazpacho andaluz), la carne de membrillo, el mostillo, etc.

         Considero que llegados a este punto es tontería continuar; no vale la pena. Creo que ha quedado suficientemente demostrado que lo que los profesionales de la antropología y la sociología tratan de justificar, no tiene ninguna justificación. La cultura no es estática, eso está claro, pero tampoco su imparable activismo es consecuencia de ese cambio social al que aluden. Estoy totalmente de acuerdo en que un cambio social es producto de un cambio de sus componentes, nosotros en este caso, pero el cambio obedece más a una consecuencia del aburrimiento, hartazón y comodidad que la necesidad de ese cambio social para adaptarnos a unos nuevos tiempos impuestos por factores que se encuentran fuera de nuestras posibilidades de modificación, como puede ser el cambio climático, por mucho que se hable, se diga y se manifieste uno.

         Aburrimiento, hartazón y comodidad, a partes iguales, son las enfermedades que más daño están causando hoy día entre nosotros. Son virus que los hemos creado nosotros y estamos poniendo muchísimo empeño en alimentarlos y engordarlos como signo de opulencia y estatus social. Ya veremos el resultado de esta sobreabundancia, pero, ya a mediados del siglo pasado, muchos médicos “pueblerinos” ya diagnosticaban que la peor enfermedad del hombre era la comodidad. De momento no se han equivocado, y mucho me temo que su diagnóstico va a ser demasiado duradero, e incluso me atrevería a decir diagnóstico perenne. Diagnóstico in seculam secolurum, como diría don Ino (¡saludos para él!).


viernes, 16 de diciembre de 2016

DON INO Y LA NUEVA NAVIDAD



         Allá por finales del siglo XVI, un colega mío, mejor dicho, un exjefe mío, porque era Papa, Gregorio XIII, a principios del mes de octubre adelantó diez días el calendario para adecuar los días y meses a las estaciones meterológicas, además de mantener en fechas solsticios y equinoccios. Fue lo que se conoció como el Calendario Gregoriano, que puso fin al calendario juliano, el que estableciera en su día Julio César en Roma y en todo su orbe conquistado. Hasta esa fecha de octubre era el calendario que regía en todo el mundo, pero iba teniendo un desfase de muchos minutos cada año, lo que podía provocar que, por ejemplo, la Semana Santa llegara a celebrarse en mitad del verano. De ahí esa adecuación o actualización de dicho calendario por parte de mi exjefe.

         Desde entonces hasta ahora, ha sido el calendario que viene rigiendo en el mundo, salvo para las otras comunidades y religiones monoteístas. No lo debió hacer tan mal mi exjefe, puesto que, de momento, no parece que hay mucho desfase entre estaciones, solsticios y equinoccios, y festividades asociadas a dichos eventos astronómicos. Pero con lo que no contaba mi exjefe en aquella época era con el cambio de mentalidad de la gente a la que cambiaba dichas fechas. Si se trata de mantener las fechas, ahí están las personas para cansarse de ellas y adelantarlas o atrasarlas según conveniencia o según estados de ánimo o estados económicos.

         Cerca está ya la Navidad, con todo lo que ello lleva consigo y aparejado, fiesta invernal cristiana y mundial por excelencia, cuya celebración fue establecida mucho antes del nacimiento de mi exjefe; se habla de las Saturnalias romanas y la festividad del nacimiento del sol como origen real de la Navidad. El calendario por él impulsado trataba, entre otras cosas, que dichas fiestas se mantuvieran en las mismas fechas que hasta entonces se venía celebrando. Pero mira tú por donde, llegan las personas, se cansan de esas fechas y las adelantan, en este caso, hasta cuando ellos consideran oportuno.

         Hoy día no es extraño (más bien todo lo contrario) ver luces, adornos y arbolitos navideños finalizando el mes de octubre y bien entrado el día de los Santos y los difuntos; casi dos meses antes de las fiestas navideñas. Y no digamos ya los productos gastronómicos típicos: turrones, polvorones (aunque no sean de la Estepa), licores de todo tipo de color y sabor. Éstos corren como posesos por centros comerciales, tiendas de barrio, incluidas las famosas “Todo a cien” por llamarlas de alguna manera. Lo bueno de esto es que te aprietas un atracón antes de la Navidad, y durante ella casi te pones a régimen más por cansancio de esos productos que por convencimiento propio y necesidad.

         En el día de los finaos se apagan las “mariquillas” en memoria de los difuntos de cada casa para encender las luces intermitentes de colorines que decorarán los balcones y ventanales de casas y todo tipo de negocios. Papas Noeles colgarán de balcones y terrazas generando la duda de si suben o si bajan para escapar de tan horrible y terrible desmán, sabiendo muy de antemano que en muy poco tiempo se olvidarán de él, lo apartarán y degradarán para dar paso a la escalada de los Reyes Magos, generando de nuevo la misma duda que días antes generara Papá Noel. Todo esto sucederá muchos días después de que, allá por mediados del mes de septiembre, nos hallamos echado al monte con sierra al hombro para cortar vilmente con alevosía y premeditación, al más puro estilo ecológico que nos caracteriza, el primer pino pequeño que se adecue en tamaño al rinconcito que le tenemos reservado en el salón de casa, mientras silbamos alegremente el villancico que este año ha sido la canción del verano. Y todo ello lo hacemos también para aportar nuestro granito de arena a la hora de ambientar nuestros pueblos y ciudades con esos adornos y esas luces que para finales de octubre ya están encendidas, las mismas luces que se han utilizado en las pasadas y cercanas fiestas patronales y que se reaprovechan para ambas celebraciones. Si algún desaprensivo (ego sum) osa criticar dicho despilfarro por parte de la corporación municipal será expuesto a escarnio público con propuesta vecinal de destierro “ad infinitum” con carácter urgente, después de acusarle de coeficiente intelectual rozando el cero absoluto por no entender que las bombillas de esos arcos lumínicos son de bajo consumo, que prácticamente no consumen nada, luego no hay tal gasto eléctrico. El desaprensivo abandonará la población a estilo Calimero con un run-run en su cabeza: algo que está encendido, ¿cómo podrá consumir y generar el mismo gasto que si está apagado? Desaparecido el bicho de mal agüero y el garbanzo negro que quiere cargarse el cocido, la fiesta continua.

         La Navidad ha dejado de ser esa fiesta entrañable, familiar, acogedora,…,  para convertirse en unas fechas puramente mercantiles, comerciales e hipócritas, de felicidad obligatoria e imperativas de paz y amor. Lejos han quedado los días de vacaciones de los niños, las noches familiares de juegos de mesa; incluso lejos han quedado el frío y la nieve, desapareciendo de ese contexto festivo y lumínico a modo de solidarización con el brutal cambio de sentido navideño. Ahora todo se ha convertido en una bacanal comercial y monetaria. Importamos días claves de compras descontroladas, frenéticas, compulsivas. Viajamos a cualquier lugar más por quitarnos de en medio y desaparecer que por placer, como si fueran los últimos días de nuestra existencia. Renegamos de todo aquello que nos pueda recordar a la familia y a todo su entorno, para centrarnos en el yo, mí, me, conmigo. De paso, ninguneamos cualquier otro día festivo, sea religioso o de cualquier otra índole que pueda estar situado entre esas fechas, manifestando y exhaltando de esta forma el total desapego que le tenemos a otra celebración que no se el consumismo, el culto propio y la autocomplacencia. Y lo peor de todo es que va a más.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

DON INO Y SU NAVIDAD



          Ya ha llegado la llegada, el “adventus” latín, adviento castellano. Cuatro semanas anunciando la Navidad, la Natividad de Jesús, ese Sol Invictus que gusta decir a los ateos y agnósticos que no creen ni quieren esta festividad religiosa cristiana, pero que no se resignan a disfrutar de todos sus placeres mundanos (que no espirituales) que ésta les reporta. Yo, como religioso y creyente, trato de vivirlas desde la doble vertiente de sacerdote y persona, y en ambas facetas veo y denoto unas fiestas preciosas, alegres, profundas, significativas como eclesiástico y emocionantes como persona, emoción incrementada cuando aflora en mí ese niño que todos llevamos dentro y que no retrotrae a nuestra infancia, a las Navidades de nuestra infantilidad e inocencia, teniendo su punto culmen en la noche mágica de la venida de los Reyes Magos. Pero, ¡ay!,, las Navidades de ahora casi nada tienen que ver con las que se vivían antiguamente, en mis tiempos. Ni en la forma, ni en el fondo. Lo único que no ha variado son las fechas (por ahora; todo llegará. Creo que algún político ya tuvo la “lumbrera” idea de querer quitar del calendario festivo la fiesta de los Reyes Magos), cosa, por otro lado, muy de agradecer, aunque sólo sea para mantener dichas fiestas ambientadas en el frío, la nieva, la niebla, los días cortos y las noches largas.


         La paz, la alegría, el amor, la felicidad, el bien, la fraternidad, son palabras que repetimos durante la Navidad mecánicamente, cursiladas que en muchos casos rozan la hipocresía cuando las empleamos en felicitaciones para gente que apenas conocemos o, que si los conocemos, durante el resto del año les negamos el saludo por la aversión que nos producen. Con ello queremos mantener el mensaje de la Navidad, pero realmente lo estamos disfrazando. Ahora el mensaje es menos auténtico, más cínico, más hipócrita, creado y mantenido sin maldad, pero muy alejado del verdadero mensaje de la Navidad. Lo hemos deshumanizado y hemos creado un mensaje artificial que se mantiene “per se”, mecánicamente, automatizado, robotizado, fiel reflejo de nuestra tecnosociedad actual.


         Hoy día, durante la Navidad, todos tenemos que ser buenos, amables, felices, tenemos que querernos mucho, como la trucha al trucho, todo ello casi por decreto-ley, por obligación. Tenemos que realizar buenas acciones, dar de comer o cenar a un pobre, regalar juguetes a niños y niñas necesitados, visitar a los enfermos, poner buenas caras a personas que detestamos, incluidos, por qué no decirlo, a familiares políticos que durante todo el año los tenemos travesados y que no aguantamos. Pero, … ¿y qué pasa si no soy tan bueno? ¿Tengo que pasar unas felices fiestas por obligación, por mandato mundano que no divino? ¿Tengo que realizar buenas acciones si durante todo el año no lo hago? Considero que aquí el ser humano debería plantearse y sublevarse ante tales imposiciones superfluas e hipócritas (repito mucho esta palabra pero creo que es la que mejor define la situación actual en la que se ha convertido el mensaje navideño). Todo lo que se pregona con la boca ataquizada de polvorones se debería mantener durante todo el año, no solo durante estas fiestas. Las buenas acciones no conocen de fechas ni de tiempo; no tienen un momento idóneo para ser realizadas, ni mucho menos pregonadas como solicitud a una medalla al reconocimiento humano. Pobre y pordioseros hay todo el año, niños y niñas necesitados, personas enfermas los hay durante toda nuestra vida, no solo en estas fechas tan entrañables. ¿Entrañables para quién?


         No creo (ni quiero) que me deis la razón, pero las Navidades de antes eran más auténticas, más reales, más puras, más modestas, más artesanas, menos mecánicas y menos estandarizadas. Hoy día todo está programado, tienen la ruta marcada, tu comportamiento legislado. Debes realizar esto o lo otro, saludar a fulanito y menganito, hacer una buena acción, comer o cenar tal o cual producto. Parece como si durante estas fechas tuviéramos que realizar ciertas acciones que conllevan una indulgencia anual, una remisión de penas y pecados que dure el tiempo que tarda en llegar la próxima Navidad. La felicidad en estos días parece, no un estado de la persona, sino una imposición, algo que se puede adquirir o desechar como si se tratara de un producto perecedero que pudiéramos comprar en cualquier centro comercial o gran superficie que durante estos días casi invaden nuestra intimidad abocándonos a comprar todo cuánto a ellos se les ocurre y antoja. Tengo que decir algo y claro que la felicidad, en contra de lo que muchos creen, no se puede comprar, no en estas fechas ni en ninguna otra. Tenemos que ser nosotros mismos los que sepamos discernir entre lo que queremos ser y lo que quieren que seamos. No soy quién para decir a cada uno lo que debe o no debe hacer. Faltaría más. Pero estas fechas son un buen punto de partida para comenzar a vivir estas fiestas como auténticas personas, con nuestras virtudes y nuestros defectos, mostrándonos tal y como somos, alejándonos de las imposiciones y estereotipos sociales que tanto daño están haciendo y tanta maldad están creando entre nosotros.

         Con la llegada del Nuevo Año, la primera quincena se convierte en un tiempo teórico de renacimiento, de reconversión, de buenos propósitos para mejorar nuestra vida, pero que con el paso de los días vamos abandonando y olvidando porque realmente nos gusta ser y estar como somos y estamos ahora, no de otra manera. Sin embargo, en ninguno de esos buenos propósitos futuros aparece un cambio en nuestra filosofía de vida para conseguir que todos esos valores que año tras año, machaconamente, pregonamos durante la Navidad se potencien y se mantengan durante todo el año. Día a día. Que no los saquemos de nuestro olvido selectivo durante estos días; ¿es que el resto del año no cuenta? Abandonemos los tópicos artificiales, las acciones estandarizadas y plastificadas, la felicidad efímera. No se trata de ir contra corriente; se trata de ser nosotros mismos, en Navidad o en cualquier otra fecha de cualquier otro año.

viernes, 8 de enero de 2010

NAVIDAD (y V)

A modo de conclusión final

Aunque hasta San Antón pascuas son, con la Epifanía se puede dar por concluida la navidad, salvo para los ortodoxos, que es cuando realmente celebran el nacimiento de Jesús. Son una de las festividades religiosas que más calado tienen entre la población. Unas fiestas en la que todo el mundo tiene algo que celebrar, sea creyente o no lo sea. Sin embargo, a medida que pasan los años, el carácter religioso que siempre la ha impregnado se va perdiendo, dando paso a unos días festivos, no ya laicos, sino casi profanos, donde no sólo no se quiere celebrar algo sagrado, sino que no se muestra el respeto debido a las cosas sagradas (definición de profano).

Queremos celebrar la navidad, pero lo hacemos a modo de una noche de jueves, viernes o sábado cualquiera de cualquier mes: botellones, comilonas, trifulcas nocturnas, vandalismo callejero, etc. Atrás quedan las misas del gallo, los villancicos populares, espontáneos y callejeros, el compartir fruta de horno con vecinos y familiares, el aguinaldo. Estas fechas se convierten en unas vacaciones invernales para “descansar de la rutina”.

Hay un sector emergente de la sociedad que pide reiteradamente un estado laico, tal y como lo dice la Constitución. Aboga por la laicidad y la aconfesionalidad del Estado y, por ende, de la sociedad. Pero en estas fechas, ese deseado estado laico no hace sino convertir estas entrañables fechas en algo rutinario, generalista, vacacional al fin y al cabo, creándonos la necesidad de descansar de todo el otoño trabajado.

La sociedad, en su imparable avance pero sin una meta clara en el horizonte, está terminando con estas tradiciones y, en este punto, todos somos culpables. Los unos, los cristianos y católicos, por no mantener el espíritu navideño con toda su pureza y significado, y los otros, los laicistas, por querer cambiar por cambiar, sin ser conscientes de las consecuencias que esto puede acarrear. En definitiva, todos nos estamos cargando la navidad, que, como dice el dicho popular, “entre todos la mataban y ella solita se murió”.

lunes, 4 de enero de 2010

NAVIDAD IV

Los Reyes Magos

Los Reyes Magos sólo aparecen en el evangelio de Mateo, el único de los llamados sinópticos; Marcos y Lucas ni siquiera los mencionan.

Juan Isidro Palacios, en su artículo “La Navidad, los Magos y el Rey del Mundo” (1983/1984) nos acerca a los orígenes de los Reyes Magos: “Cuenta la Tradición que había tres magos viviendo al Oriente, en diversa geografía y en el mismo tiempo. Ellos conocían la realidad de un primitivo anuncio, pues habían heredado tesoros, celosamente custodiados en la India, en Persia, en Egipto… Muy atentos esperaban la señal que les comunicara, por fin, la venida del un Rey excepcional. Dicho Rey no sería, desde el punto de vista cristiano, como otros enviados por el cielo. Se trataba del mismísimo Verbo encarnado, del Rey del Mundo en persona”.

La palabra “mago”, para designar a los reyes, generó problemas dentro de la iglesia incipiente, ya que mago, en aquella época, era un término que se aplicaba a un amplio espectro de personas, desde el farsante vendedor de pócimas “curalotodo” a los sabios astrólogos caldeos, pasando, entre otros, por los sacerdotes de culto mazdeista y por los taumaturgos gnósticos de Alejandría. El dominico Santiago de la Vorágine, en su obra “La leyenda dorada”, (1264), afirma que la palabra “mago” significa tres cosas diferentes: ilusionista, hechicero maléfico y sabio.

Fueron los armenios en el siglo III quienes introdujeron la creencia den los Reyes Magos y los festejos de los Reyes Magos no se conmemoraron plenamente hasta el siglo V en occidente, eligiendo la fecha del 6 de enero.

Diferentes autores relacionados o alentados por la propia iglesia, trataron de dar nombre, ponerles cara y vestimenta a estos magos, con el fin de hacerlos más creíbles ante las gentes del pueblo. Eso y la escasez de documentación, tanto sinóptica como no sinóptica, acerca de los Reyes Magos, hizo que durante años aparecieran descripciones sobre ellos, en algunos casos hasta contradictorias.

Agnello de Rabean, en el siglo IX acuña definitivamente el nombre de los Reyes Magos en su libro “Liber Pontificalis Ecclesiae Ravennati”: Melchior, Caspar y Balthasar.

Reyes Magos en el claustro de San Juan de la Peña (Huesca)

El texto “Excpetiones Patrum” describe a cada rey mago. Melchor es el de más edad, con cabellos y barba larga y canosa; túnica de color jacinto y capa naranja, que regala oro (Señor -> Rey, realeza). Gaspar es joven, bello e imberbe; túnica naranja y capa roja, que regala incienso (Señor -> Dios, santidad). Por último Baltasar, que es de tez oscura, con túnica roja y capa blanca jaspeada, que regala mirra (Señor –> hombre, sabiduría, resurrección).

Otra descripción de los magos que pone de manifiesto esa contradicción aludida anteriormente: Baltasar, de 30 ó 40 años, barba oscura y lleva en sus manos un recipiente para mirra; Melchor, de 20 ó 25 años, sin barba y transporta una bandeja para incienso; Gaspar, de más de 50 años, con pelo y barba largos y blancos, presenta una canasta con oro.

El teólogo anglosajón Beda el Venerable (675-735), describe a los magos: “ Primero de los magos es Melchor, un anciano de larga cabellera blanca y luenga barba (…) fue él quien ofreció oro, símbolo de la realiza divina. Segundo, llamado Gaspar, joven, imberbe, de tez blanca y rosada, honró a Jesús ofreciéndole incienso, símbolo de la divinidad. Tercero, Baltasar, de tez morena (no negro, ya que Baltasar no fue negro hasta el siglo XV) testimonió ofreciéndole mirra, que significaba que el hijo del hombre debería morir”.

Petrus de Natalibus fijó en el siglo XV que Melchor tenía 60 años, Gaspar 40 y Baltasar 20.

El dominico Santiago de la Vorágine hace una interpretación de los Reyes Magos: “ … el oro para regalar la pobreza de la Virgen María; el incienso para ahuyentar el mal olor del establo y la mirra para consolidar los miembros de la criatura con la expulsión de todo mal de su vientre”.

Juan Isidro Palacios, en su artículo “La Navidad, los Magos y el Rey del Mundo” (1983/1984) escribe: “… Los sabios, por su parte, portaron los atributos que son debidos al Rey y no a otro: el oro, el incienso y la mirra. Esperaron a su Dueño, pues hasta entonces nadie acreditó serlo. De oro es el cetro con el cual el Soberano mide su ciudad, la circunda y la rige… El incienso es el aliento de Dios que, por su aroma, atrae a los santos y repele a los inicuos. Y la mirra, por ser símbolo de lo incorruptible, es el sello del principio intemporal sacro que no conoce la muerte”.

Siguiendo con esa búsqueda de identidad de los Reyes Magos por parte de la iglesia para adaptarla al pueblo, algunos autores consideraban que cada rey mago representaba un continente. Por ello, en el siglo XVI, con el descubrimiento de América se vio la necesidad de añadir un cuarto rey mago. Éste era un indio con características de los pueblos amazónicos, armado con una larga azagaya y portando como presente una arqueta de madera cargada, se supone, de semillas de cacao.

También durante el siglo XVI, las necesidades ecuménicas de la iglesia católica llevaron a implantar un simbolismo inédito, identificando a los tres magos con los tres hijos de Noé (Sem, Cam y Jafet) que, según el Antiguo Testamento, representaban las tres partes del mundo y las tres razas humanas que lo poblaban, según se creía en esos días. Melchor-Jafet-europeos-oro; Gaspar-semitas de Asia-incienso; Baltasar-Cam-africanos-mirra.

La adoración de los Reyes Magos, llamada por la iglesia Epifanía, se celebra en la actualidad el 6 de enero. Epifanía significa “manifestación” y originalmente la Epifanía se refería al bautismo de Jesús. Los discípulos de Basílides (gnóstico de Alejandría del siglo II) celebraban el bautismo de Jesús, ya que creían que Jesús fue hecho Hijo de Dios en el bautismo. Daban mayor importancia al bautismo que al nacimiento. En Alejandría se decía que la noche del 6 de enero, las aguas del Nilo adquirían poderes milagrosos.

La tradición de los Reyes Magos como generosos proveedores de juguetes y regalos a los niños es relativamente reciente y sólo fue adoptada por algunos países latinos y de mayoría cristiana, a mediados del siglo XIX. Gaspar repartía golosinas, miel y frutos secos; Melchor ropa y zapatos y Baltasar castigaba a los niños dejándoles carbón o leña.

sábado, 2 de enero de 2010

NAVIDAD III

El belén o portal de Belén
Belén significa casa del pan y alude a Cristo como pan que da la vida.

Los primeros testimonios del nacimiento de Jesús y la adoración de los Reyes Magos datan del siglo IV. En el siglo VII ya existía una recreación formal de la gruta de la Natividad en la basílica romana de Santa María la Mayor. Durante la edad media, esta tradición se consolidó con escenificaciones en las iglesias de dramas evocadores de la Natividad. Con ocasión de la misa de Navidad, solía representarse el episodio evangélico del nacimiento de Jesús con la participación del pueblo.

La idea original de montar un belén fue de San Francisco de Asís, cuando en 1223, tras realizar un viaje por oriente en el que visitó Belén en 1220, solicitó permiso al papa Honorio III pare reproducir el nacimiento de Cristo. En el bosque de Greccio recreó la escena de un establo, con animales y personas caracterizadas como los pastores, San José, la Virgen y el Niño para meditar, y con él los demás, en el misterio de la encarnación divina. Así mismo, fabricó el primer belén navideño del que se tiene noticia: esculpió un niño Jesús en piedra y lo representó en un pesebre entre un buey y un asno vivos. Este primer belén no se inspiraba sólo en el Evangelio, sino también en los apócrifos, condenados por la iglesia en el siglo IV, como el pseudo-Mateo. Fueron franciscanos y mojas clarisas quienes lo difundieron por toda Italia y la aristocracia lo adoptó como costumbre.

Hay muchas interpretaciones que se han hecho acerca del belén: colocación de la figuras, tamaño de ellas, significado de cada una de ellas, etc. Cada uno tenemos nuestro belén y, cuando lo montamos para estas fechas, lo ponemos de la forma que quede más artística. Algunos autores nos dan una idea de cómo debería montarse un belén para que éste tuviera el verdadero significado evocador de la Navidad.

“El Niño Jesús debe ocupar una situación central; debe ser lo más pequeño posible para figurar en el “Reino de los Cielo semejante a un grano de mostaza” (Mt, 13, 31-32). La Virgen debe ocupar igualmente una situación central, pero en un plano de fondo; ella no debe ocupar en ningún caso una posición simétrica a la de San José, que no es el verdadero padre del Niño Jesús. Contrariamente a la mayoría de las figuraciones vulgares, ella no debe tener una actitud de plegaria o de adoración semejante a la de otros personajes. Debe estar situada detrás de Cristo, pero en la misma situación “axial”, lo que significa que es a la vez Madre de Dios y Esposa del Espíritu Santo. Su actitud debe ser jerárquica, perfectamente impasible, lo cual simboliza su virginidad, su inmaculada concepción, su perfecta sumisión o “pasividad” con respecto al Espíritu Santo”. (Abbe Hénri Stephane, “El simbolismo del belén”, 2002)

Abbe Hénri Stephane continúa en el mismo artículo: “ … El buey y el asno representan respectivamente el mundo celestial y el mundo infernal. Podemos entonces preguntarnos por qué este último es admitido en el nacimiento de Jesús; la explicación se encuentra claramente indicada en la Epístola a los Filipenses (II, 10), donde San Pablo declara “ … a fin de que en el Nombre de Jesús, toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra, en los infiernos … “, texto que se refiere tanto al nacimiento de Cristo en el mundo como a la invocación del Nombre de Jesús.

San José debe figurar al lado de la Virgen, pero no en el eje indicado anteriormente, y, puesto que es el símbolo del Maestro Invisible, debe estar en actitud puramente pasiva, de manera que no obstaculice la acción del Espíritu. El buey y el asno deben colocarse a la derecha (lado diestro) y a la izquierda (lado siniestro) del Niño Jesús.

Los Reyes Magos, en el belén, representan el carácter aristocrático que los distingue de la plebe, representada por los pastores. Se deben colocar frente al Niño Jesús, mientras que los pastores pueden ser dispuestos en semicírculo alrededor de los Reyes Magos.

El “renacimiento espiritual”, alusión a la Navidad como renacimiento o renovación, debe realizarse durante la “noche”; es por eso que tiene lugar en la “gruta” a “medianoche” y en el “solsticio de invierno”, fecha de la Navidad. La gruta no es de ningún modo una pobre chabola con un techo de paja. Su simbolismo se refiere a la Caverna, con forma hemisférica (propiamente un cuarto de esfera); el interior debe ser sombrío, iluminado solamente por la Estrella, símbolo de la Luz divina, pudiéndose ésta colocar encima de la Caverna. El pesebre donde reposa el Niño Jesús puede tener forma hemisférica complementaria a la de la Caverna”.

Quizás sea la figura de José la que más haya cambiado con el paso del tiempo. Primitivamente era representado como un hombre joven, fuerte y sin barba. Con el culto a María, su figura se fue postergando y se le hizo envejecer con el fin de que no ofreciera ni obstáculo no sospecha a la virginidad de María, siendo ya nulo su vigor.

Posteriormente se añadió el gallo como ave anunciadora del advenimiento de Cristo a todas las criaturas.
Las siguiente fotos muestran diversas escenas de un belén napolitano:

Carlos III trajo esta moda a España desde Nápoles, siendo famoso el Belén del Príncipe. Fue en el siglo XVIII cuando se popularizaron en España.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

NAVIDAD II

Origen

Son antecedentes de esta celebración las principales festividades dedicadas a los dioses solares. Todas las culturas de la antigüedad pasaron a identificar a su dios principal o algunos de los más importantes de su panteón, con el dios Sol y, en lógica consecuencia, situaron la conmemoración y festejo de su advenimiento alrededor del prodigioso evento cósmico que representaba el solsticio de invierno cada 21-22 de diciembre.

El primer lugar donde se menciona la fecha del nacimiento de Jesús es en Egipto, concretamente en Alejandría, cerca del año 200 de nuestra era, cuando Clemente de Alejandría indica que ciertos teólogos egipcios “muy curiosos” asignan, no sólo el año, sino también el día real del nacimiento de Cristo como 25 pachon (20 de mayo) en el vigésimo octavo año de Augusto. Desde 221, en la obra Chronographiai, Sexto Julio Africano popularizó el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento de Jesús. Para la época del Concilio de Nicea, en 325, la Iglesia de Alejandría ya había fijado el Dies Nativitatis et Epifanieae. El papa Julio I pidió en el año 350 que el nacimiento de Cristo fuera celebrado el 25 de diciembre, lo cual fue decretado por el papa Liberio en el año 354 (aparece por primera vez en el calendario de Filocalus). Fue también durante el mandato del papa Liberio (352-366) cuando se tomó como fecha inmutable la noche del 24 al 25 de diciembre, día en que muchos pueblos festejaban la llegada del solsticio hiemal. La primera mención de un banquete de Navidad en tal fecha en Constantinopla, data del año 379, bajo Gregorio Nacianceno. La fiesta fue introducida en Antioquia hacia el 380 por Juan Crisóstomo, quien impulsó a la comunidad a unir la celebración del nacimiento de Cristo con el 25 diciembre. En Jerusalén, Egeria, en el siglo IV, se atestiguó el banquete de la presentación, cuarenta días después del 6 de enero, el 15 de febrero, que debe haber sido la fecha de celebración del nacimiento. El banquete de diciembre alcanzó Egipto en el siglo V.

La Navidad de Cristo fue fijada por la iglesia en el solsticio hiemal para borrar el rastro de las fiestas que celebraban el nacimiento del sol o los ritos de origen egipcio y persa que tenían lugar el 25 de diciembre con motivo del nacimiento de sus respectivos dioses Osiris y Horus, y Mitra; también los dioses griegos Apolo y Dionisios y sus adaptaciones romanas Febo y Baco, eran también veneradas en el solsticio de invierno.

Los antiguos creyeron que el mejor día para celebrar el nacimiento de Jesús era precisamente aquel en el que la luz diurna comenzaba a ganar terreno a la noche, lo que se consideraba el momento del nacimiento o renacimiento del sol. De ahí en adelante, con días cada vez más largos y noches más cortas, hasta el solsticio de verano, entre el 21 y 22 de junio (la noche de San Juan, también precristiana, señala ese hito), la naturaleza se va vigorizando conforme crecen la luz y el calor sobre el suelo.

El evangelio de Lucas dice que Juan era 6 meses mayor que Jesús; si Jesús nació el 24 de diciembre, Juan tendría que nacer el 24 de junio, 6 meses antes que su primo. Ambas fechas coinciden con los equinoccios de invierno y verano.

Con errores pequeños de cálculo, dedujeron que el 24 de diciembre era el día solar más corto del año; justo a partir de esas fechas, las noches eran más cortas y los días más largos. Esa jornada era, en resumidas cuentas, la que representaba la victoria de la luz sobre las tinieblas, del día sobre la noche, del Sol sobre la Luna. Aquella celebración la llamaron Sol Invictus.

El Dies Natalis Solis Invicti era la fiesta del solsticio de invierno. Recordaba a Mitra, Baco, Adonis, Horus, Osiris, Júpiter, Hércules y Tammuz, hijo de Nimrod, que habían nacido en la misma época invernal. De ahí surgió la idea de unir el nacimiento de estos dioses con el de Jesús. Esta fiesta, junto con otras, eran las más viles, inmorales y degeneradas que tanto desprestigiaron a Roma. Este Dies Natalis se refería al día del bautismo de los conversos a la fe de Cristo y no al nacimiento de Jesús. Se refieren a la muerte, a la vida vieja y el nacimiento para la eternidad.

Diferentes cultos ya habían elegido la fecha del 24 de diciembre. Las Saturnalias romanas en honor al dios Saturno, dios de la agricultura y plantador de vides, que se celebraban entre el 17 de diciembre y el 24 de diciembre; el día 25 se celebraba el nacimiento del dios Sol. Durante su celebración, los romanos posponían todos los negocios y guerras, había intercambio de regalos y liberaban temporalmente a sus esclavos. Era el acontecimiento social principal durante el Imperio Romano.

Al mismo tiempo, se celebraba en el norte de Europa una fiesta de invierno similar, conocida como Yule, en la que se quemaban grandes troncos adornados con ramas y cintas en honor de los dioses para conseguir que el sol brillara con más fuerza.

Fue el cristianismo el que la adoptó para sí tras la decisión tomada por 318 obispos reunidos en el Concilio de Nicea en el año 325, declarando la fecha del nacimiento de Jesús en el solsticio de invierno, es decir, el 25 de diciembre, coincidiendo con el nacimiento de diversas deidades romanas y germánicas. Al estar constituida como festividad pagana, resultó mucho más fácil infiltrar la celebración en todos los habitantes del Imperio.

El Papa Juan I (523-526) encargó a Dionysius Exiguus (Dionisio el pequeño) que calculara la fecha exacta. Dionisio concluyó que la Encarnación había sido el 754 de la fundación de Roma (el calendario romano se basaba en los años transcurridos “Ad urbe condita” o desde la fundación de Roma), el día 25 de marzo; 9 meses después, el 25 de diciembre, el nacimiento de Jesús. Los cálculos de Dionisio fueron erróneos, ya que, entre otros errores, se olvidó totalmente del año 0: saltaba directamente desde un año antes de Cristo a un año después de Cristo. Además, no tuvo en cuenta los años que Cesar Augusto gobernó bajo su nombre propio, “Octavio”, que fueron 4 años.

La navidad entró en la edad media con estatus de ser la única celebración eclesiástica con fecha precisa. Esto la convirtió en una referencia de suma relevancia no sólo en el ámbito religioso, sino también en el social y administrativo (la mayoría de los días señalados como ferias, mercados, coronación de reyes, pagos de rentas, ordenación de caballeros, se correspondían o tomaban como orientación las festividades religiosas).

Originalmente, los cristianos celebraban el Shabat de los judíos, el sábado, pero Constantino lo modificó para que coincidiera con el día de veneración pagana al sol: el domingo (sunday, en inglés).

miércoles, 23 de diciembre de 2009

NAVIDAD I

La Navidad es fruto de un proceso milenario que se pierde en la noche de los tiempos. Después de la Pascua de Resurrección, es la fiesta más importante del año eclesiástico.

Navidad proviene de “natividad” que viene del latín Nativitatem (Nativitas) que significa nacimiento y el mundo cristiano la aplica propiamente al nacimiento de Jesús de Nazaret, Jesucristo. Los angloparlantes utilizan el término Christmas, cuyo significado es “misa (mass) de Cristo”. En algunas lenguas germánicas, como el alemán, la fiesta se denomina Weihnachten, que significa “noche de bendición”. El nacimiento de Jesús que relata Mateo en su evangelio es el corazón de este ciclo festivo que, además, se celebra coincidiendo con el solsticio de invierno, que se extiende desde el 25 de diciembre hasta el 5-6 de enero, con la Adoración de los Magos (Epifanía) que cierra este ciclo.

Los símbolos de la Navidad evocan la idea de nacimiento y renacimiento del Sol, que muere con el día más corto del año para volver a renovar el ciclo. El sol nuevo era motivo de esperanza: la tierra se iría liberando paulatinamente de la infertilidad del invierno, para dar paso a las actividades agrícolas, a la era del trabajo y la fecundidad; en definitiva, a la posibilidad de sobrevivir. Para agradecer y estimular la regeneración del ciclo estacional se formaban grandes hogueras alrededor de las cuales se comía, bebía, cantaba y bailaba. Las fiestas que honraban este acontecimiento en la antigüedad se caracterizaban por su alegría.

Realmente, la Navidad no es una enseñanza bíblica porque, en la Biblia, no se encuentra nada relacionado con la celebración de la Navidad. Ni Pedro, ni Juan, ni ningún otro apóstol hacen mención a la Navidad como fiesta, por lo que se entiende que no la celebraron, ya que los primeros cristianos nunca celebraban un cumpleaños. En ninguno de los evangelios, Dios hace mención a que sus hijos celebren su cumpleaños. Los verdaderos cristianos sabían que ésta era una costumbre que observaban los paganos y ellos nunca celebraron sus cumpleaños. Por ello, con la instauración de la Navidad, también comenzó la celebración de los cumpleaños en occidente. En el siglo II de nuestra era (100 años después del nacimiento), los cristianos celebraban la Pascua de Resurrección y algunas otras festividades, pero nunca el nacimiento, ya que lo consideraban como una fecha irrelevante y desconocían absolutamente cuando podía haber acaecido.

Acerca del nacimiento real de Jesús, los relatos evangélicos (Lucas 2, 8-19) explican que los pastores se encontraban cuidando el rebaño de sus ovejas al aire libre y que el cielo estaba lleno de estrellas (poco probable que esto hubiera ocurrido en invierno en el hemisferio norte), algo que en Palestina sólo ocurre entre los meses de mayo y septiembre, especialmente en la vera del río Jordán, que se encuentra en las proximidades del Belén, Betania y Jericó, ubicaciones que pueden situarse en las proximidades del verdadero lugar de nacimiento. Por lo tanto, todo hace pensar que Jesús nació en algún momento del verano. La mayor parte de los estudiosos apuesta por el mes de agosto, fecha en la que no pocos cultos heterodoxos y revisionistas del cristianismo tradicional prefieren celebrar la Navidad. Tampoco está claro que el alumbramiento fuera a medianoche. Mismos obispos del Concilio de Nicea lo asimilaron con el culto mitráico (dios Mitra), que también se celebraba a medianoche.

Fechas que se suponían el nacimiento de Jesús: 20 de mayo; 28 de marzo; 19 ó 20 de abril y el 6 de enero. La iglesia armenia fechó el nacimiento de Jesús el día 6 de enero, así como la iglesia ortodoxa que en la actualidad sigue manteniendo esa misma fecha del 6 de enero, ya que ambas iglesias no aceptaron la reforma hecha al calendario juliano para pasar a nuestro calendario actual, llamado gregoriano, del nombre de su reformador, Gregorio XIII; otras iglesias orientales, egipcios, griegos y etíopes propusieron la fecha del 8 de enero. Para las iglesias orientales, la Epifanía es más importante que la Navidad, ya que es ese día cuando se da a conocer al mundo a Jesús en la persona de los extranjeros.

La Navidad no figuraba entre las fiestas de la iglesia antes del siglo V.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

MARÍA DE LA O (Virgen de la Esperanza)

Virgen de la Esperanza -> 18 de diciembre, proclamada en el Concilio de Toledo de 656.


Imagen del Santuario Carmelita de Onda (Castellón)
La Expectación de la Virgen María se celebra el 8º día antes del nacimiento de Jesús del vientre de María. Es el preludio de las navidades, recordando el hecho inminente de dar a luz de María.

Fiesta del 18 de diciembre, comúnmente denominada Santa María de la O, ya que en ese día se entonaba la O prolongadamente para expresar la continuidad del universo con la llegada del Redentor. Ese día también se cantan las “Antífonas de la O”. Estas antífonas no se utilizaban en el rito mozárabe ya que la liturgia mozárabe celebra la Expectación o Adviento de San Juan Bautista en el domingo que precede al 24 de junio.

Las Antífonas de la O son 7 y la Iglesia las canta en el Magnificat del Oficio de Vísperas de la oración de la tarde desde el 17 al 23 de diciembre. Son un llamamiento al Mesías recordando las ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su venida.

Se llaman “de la O” porque todas empiezan en latín con la exclamación O, en castellano Oh. También se llaman Antífonas Mayores.

Fueron compuestas hacia los siglos VII-VIII. Son breves oraciones dirigidas a Cristo Jesús que condensan el espíritu del Adviento y de la Navidad. Son, así mismo, un magnífico compendio del la cristología más antigua de la Iglesia y, a la vez, un resumen expresivo de los deseos de salvación de toda la humanidad, tanto del Israel del A.T. como de la Iglesia del N.T.

Cada antífona comienza por una Oh, exclamación seguida de un título mesiánico tomado del A.T., pero entendido en la plenitud del N.T. Termina siempre con una súplica: “ven y no tardes más”.

O Sapientia = sabiduría – palabra
O Adonai = señor poderoso
O Radix = raíz, renuevo de Jessé, padre de David
O Clavis = llave de David, que abre y cierra
O Oriens = oriente, lugar donde nace el sol, luz
O Rex = rey de paz
O Emmanuel = Dios con nosotros

Estas frases leídas en sentido inverso las iniciales latinas de la 1ª palabra después de la O dan el acróstico de “Eros cras”, que significa “seré mañana, vendré mañana” que es como la respuesta del mesías a la súplica de sus fieles.