viernes, 16 de diciembre de 2016

DON INO Y LA NUEVA NAVIDAD



         Allá por finales del siglo XVI, un colega mío, mejor dicho, un exjefe mío, porque era Papa, Gregorio XIII, a principios del mes de octubre adelantó diez días el calendario para adecuar los días y meses a las estaciones meterológicas, además de mantener en fechas solsticios y equinoccios. Fue lo que se conoció como el Calendario Gregoriano, que puso fin al calendario juliano, el que estableciera en su día Julio César en Roma y en todo su orbe conquistado. Hasta esa fecha de octubre era el calendario que regía en todo el mundo, pero iba teniendo un desfase de muchos minutos cada año, lo que podía provocar que, por ejemplo, la Semana Santa llegara a celebrarse en mitad del verano. De ahí esa adecuación o actualización de dicho calendario por parte de mi exjefe.

         Desde entonces hasta ahora, ha sido el calendario que viene rigiendo en el mundo, salvo para las otras comunidades y religiones monoteístas. No lo debió hacer tan mal mi exjefe, puesto que, de momento, no parece que hay mucho desfase entre estaciones, solsticios y equinoccios, y festividades asociadas a dichos eventos astronómicos. Pero con lo que no contaba mi exjefe en aquella época era con el cambio de mentalidad de la gente a la que cambiaba dichas fechas. Si se trata de mantener las fechas, ahí están las personas para cansarse de ellas y adelantarlas o atrasarlas según conveniencia o según estados de ánimo o estados económicos.

         Cerca está ya la Navidad, con todo lo que ello lleva consigo y aparejado, fiesta invernal cristiana y mundial por excelencia, cuya celebración fue establecida mucho antes del nacimiento de mi exjefe; se habla de las Saturnalias romanas y la festividad del nacimiento del sol como origen real de la Navidad. El calendario por él impulsado trataba, entre otras cosas, que dichas fiestas se mantuvieran en las mismas fechas que hasta entonces se venía celebrando. Pero mira tú por donde, llegan las personas, se cansan de esas fechas y las adelantan, en este caso, hasta cuando ellos consideran oportuno.

         Hoy día no es extraño (más bien todo lo contrario) ver luces, adornos y arbolitos navideños finalizando el mes de octubre y bien entrado el día de los Santos y los difuntos; casi dos meses antes de las fiestas navideñas. Y no digamos ya los productos gastronómicos típicos: turrones, polvorones (aunque no sean de la Estepa), licores de todo tipo de color y sabor. Éstos corren como posesos por centros comerciales, tiendas de barrio, incluidas las famosas “Todo a cien” por llamarlas de alguna manera. Lo bueno de esto es que te aprietas un atracón antes de la Navidad, y durante ella casi te pones a régimen más por cansancio de esos productos que por convencimiento propio y necesidad.

         En el día de los finaos se apagan las “mariquillas” en memoria de los difuntos de cada casa para encender las luces intermitentes de colorines que decorarán los balcones y ventanales de casas y todo tipo de negocios. Papas Noeles colgarán de balcones y terrazas generando la duda de si suben o si bajan para escapar de tan horrible y terrible desmán, sabiendo muy de antemano que en muy poco tiempo se olvidarán de él, lo apartarán y degradarán para dar paso a la escalada de los Reyes Magos, generando de nuevo la misma duda que días antes generara Papá Noel. Todo esto sucederá muchos días después de que, allá por mediados del mes de septiembre, nos hallamos echado al monte con sierra al hombro para cortar vilmente con alevosía y premeditación, al más puro estilo ecológico que nos caracteriza, el primer pino pequeño que se adecue en tamaño al rinconcito que le tenemos reservado en el salón de casa, mientras silbamos alegremente el villancico que este año ha sido la canción del verano. Y todo ello lo hacemos también para aportar nuestro granito de arena a la hora de ambientar nuestros pueblos y ciudades con esos adornos y esas luces que para finales de octubre ya están encendidas, las mismas luces que se han utilizado en las pasadas y cercanas fiestas patronales y que se reaprovechan para ambas celebraciones. Si algún desaprensivo (ego sum) osa criticar dicho despilfarro por parte de la corporación municipal será expuesto a escarnio público con propuesta vecinal de destierro “ad infinitum” con carácter urgente, después de acusarle de coeficiente intelectual rozando el cero absoluto por no entender que las bombillas de esos arcos lumínicos son de bajo consumo, que prácticamente no consumen nada, luego no hay tal gasto eléctrico. El desaprensivo abandonará la población a estilo Calimero con un run-run en su cabeza: algo que está encendido, ¿cómo podrá consumir y generar el mismo gasto que si está apagado? Desaparecido el bicho de mal agüero y el garbanzo negro que quiere cargarse el cocido, la fiesta continua.

         La Navidad ha dejado de ser esa fiesta entrañable, familiar, acogedora,…,  para convertirse en unas fechas puramente mercantiles, comerciales e hipócritas, de felicidad obligatoria e imperativas de paz y amor. Lejos han quedado los días de vacaciones de los niños, las noches familiares de juegos de mesa; incluso lejos han quedado el frío y la nieve, desapareciendo de ese contexto festivo y lumínico a modo de solidarización con el brutal cambio de sentido navideño. Ahora todo se ha convertido en una bacanal comercial y monetaria. Importamos días claves de compras descontroladas, frenéticas, compulsivas. Viajamos a cualquier lugar más por quitarnos de en medio y desaparecer que por placer, como si fueran los últimos días de nuestra existencia. Renegamos de todo aquello que nos pueda recordar a la familia y a todo su entorno, para centrarnos en el yo, mí, me, conmigo. De paso, ninguneamos cualquier otro día festivo, sea religioso o de cualquier otra índole que pueda estar situado entre esas fechas, manifestando y exhaltando de esta forma el total desapego que le tenemos a otra celebración que no se el consumismo, el culto propio y la autocomplacencia. Y lo peor de todo es que va a más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario