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sábado, 11 de octubre de 2014

ASPECTOS SIMBÓLICOS DE LA ARQUITECTURA ROMÁNICA

          ¡Dais la voz o todavía estáis privados! ¡Vamos, vamos, que no es para tanto! ¡Bebed 7 traguitos de agua sin respirar para que se os quite el susto! Eso es lo que se hace cuando alguien tiene hipo y no sabe cómo quitárselo. Los más mayores sí que lo recuerdan. Algunas veces funcionaba y otras no, como todos los “consejos de abuela” que antiguamente se aplicaban para tratar de sanar o paliar males relacionados con la salud.

         Pero independientemente que esos remedios funcionaran o no, lo que siempre me ha llamado la atención era por qué tenían que ser 7 traguitos y no 8 ó 6 ó 10 ó 5 ó cualquier otro número. ¿Sería que como los teníamos que beber sin respirar era el número exacto y justo para aguantar sin aire? No creo que fuera por eso. El motivo era otro, era el valor simbólico que desde tiempos inmemoriales se le daba a los números y, por lo tanto, también al número 7. ¿Os habéis fijado que el número 7 está más presente en nuestras vidas de lo que parece? 7 Sacramentos, 7 pecados capitales, 7 días de la semana, 7 vidas tiene un gato (¡ja, ja, ja!), 7 dolores de la Virgen María, 7 iglesias de Asia, los 7 sellos, dragones con 7 cabezas, 70 veces 7 que aparecen en los Evangelios (sííí, ya sé que la cabra tira al monte, pero entended lo que soy y entended o tratad de entended todo esto del Arte Románico).

         Durante la edad media, anterior a ella y posterior a ella, el hombre ha tratado siempre de expresar sus sentimientos y de explicar sus sensaciones por medio de símbolos, que no son sino informaciones creadas por el ser humano dentro de un contexto determinado para expresarse, para mostrar una realidad, su realidad, y revelar al alma humana lo transcendental, lo no manifestado.

         Pues bien, el Arte Románico está lleno de simbolismo. En una sociedad prácticamente analfabeta en su totalidad, la religión impregna y define casi todos los aspectos de la vida cotidiana, y la construcción de iglesias y catedrales no iba a ser ajena a esa impregnación simbólica por un lado, y religiosa por otro, sobre todo religiosa. Dios pasaría a estar omnipresente en sus vidas, sería el centro de su vivir, el punto de partida y el punto de llegada.

         Este será uno de los principales mensajes que la Iglesia, como poderoso estamento de la sociedad feudal, tratará de enviar a toda una población mayoritariamente analfabeta. La Iglesia tratará de culturizar a sus fieles y propagar a los cuatro vientos sus dogmas y verdades evangélicas por medio del Arte Románico, utilizándolo como la herramienta pedagógica para adoctrinarles. Construirá iglesias y templos para mostrar su poder, pero al mismo tiempo educará a sus fieles iletrados por medio de la fe, encargada a su vez de separar lo divino de lo humano. El templo o iglesia será un espacio sacro, una representación del cosmos, donde quedará representada la dualidad sagrado-profana, celeste-terrestre, divina-humana.

         La unidad conceptual románica no es solamente un planteamiento intelectual de hombres del siglo XI. Responde también a una coherencia de orden difícil de comprender por el ser humano (metafísica) exigido por el principio de analogía de que “lo que está aquí abajo es como lo que está allí arriba”.

         La gran coherencia intelectual que se impusieron a sí mismo los hombres que a mediados del siglo XI concibieron el Arte Románico en su totalidad, no es más que la consecuencia de la excelencia con la que trataron todo lo relacionado con la Divinidad de Dios, desde lo intelectivo que se adentraba en el misterio de Dios, a la construcción en la que habitaría el mismo Dios entre los hombre (templos e iglesias), incluyendo la liturgia que habría de cantar su gloria.

         En el Arte Románico, los encargados de diseñar tanto los programas iconográficos como la simbología de los templos fueron los teólogos redactores, con profundos conocimientos no sólo en filosofía teológica o de explicación e interpretación bíblica, sino también de liturgia cristiana, historia, cultura, astronomía, etc.

Construimos en piedra

         Desde un punto de vista arquitectónico, el templo es ya en sí mismo todo un símbolo, y los demás elementos que lo complementan, los pictóricos y los escultóricos, se funden armónicamente en una unidad. El símbolo que subyace en la arquitectura del templo románico es el de la fusión de la profunda dualidad de lo que existe, es decir, de lo divino con lo humano, de lo celeste con lo terrestre.

         El templo es la casa de Dios y, por tanto, deberá diferenciarse de los otros edificios profanos. Y la primera diferenciación va a estar en el material que se utiliza para su construcción. Lejos de utilizar los mismos materiales con los que se construían las casas donde habitaban las personas (barro, madera, carrizo, etc.), para la construcción de los templos e iglesias se utilizaba la piedra.

         La dureza de la piedra ha impresionado al hombre desde tiempo inmemorial, simbolizando la eternidad, por lo que el culto relacionado con las piedras estuvo muy extendido en las comunidades prehistóricas. Recordad todos los complejos arquitectónicos prehistóricos construidos con dólmenes, menhires, etc. que aún podemos apreciar en la actualidad y que, aún hoy día, son visitados por miles de personas, sobre todo en fiestas muy señaladas, como el solsticio de verano (Stonehedge), ya que se supone que son observatorios astronómicos construidos para adorar al Sol cuando éste era considerado un dios para aquellas comunidades prehistóricas. Esta divinidad solar pasó a la civilización egipcia con el nombre de Ra, civilización ésta que también utilizó la piedra para construir sus más importantes monumentos funerarios, las pirámides, que después de tantísimos siglos aún podemos contemplar en una digna plenitud.

         Pero no sólo se utilizó la piedra por su dureza y su símbolo de eternidad, sino que también el teólogo redactor aplicó su doctrina cristiana; aplicó el evangelio de Mateo: “… y Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre ti edificaré mi iglesia, y las puerta del abismo no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que atares sobre la tierra, estará atado en los cielos; lo que desatares en la tierra, estará desatado en los cielos.” (Mateo 16, 18-19).

         Este pasaje evangélico, además de ser la base para la construcción en piedra de la morada de Dios, designa las llaves como el atributo más importante para identificar a Pedro en una representación apostólica.
San Pedro portando las llaves como su principal atributo.
Arquivolta de la portada de Santa María del Rey. Atienza (Guadalajara)

         Solo la iglesia construida en piedra aguanta el paso del tiempo (Se hizo roca mi casa al construir la casa sobre roca). Pero al mismo tiempo también pretende ser una representación en miniatura del cosmos, un espacio sacro donde se supere la dualidad sagrado-profano, celeste-terrestre, divina-humana.

Pero la piedra guarda en sus entrañas la imagen de la Divinidad que la creó, y el hombre (el compañero constructor armado de cincel y mazo) debe ponerla al descubierto para el resto de los hombres. El origen primero y último de cada talla románica, de cada una de las esculturas que nos interrogan desde portadas, frisos, capiteles y canecillos, no es otro que el sugerir con formas sensibles los arquetipos divinos presentes en la Creación y transmitidos al hombre en el Paraíso. El templo románico se convierte así no sólo en símbolo por sí mismo, sino además en soporte de símbolos que hablan a los hombres de las verdades primeras y de Dios mismo.

         Su presencia en la cristiandad recordará al templo de Jerusalén en la justificación de la salmodia hierosolimitana (nueva palabreja para nuestra jerga particular) que inmortalizara el salmo 25: “Amo la morada de tu casa / el lugar de asiento de tu gloria.

… y en lo alto
        
         Al igual que en otras religiones celestes, la morada de Dios está en lo alto; también en el cristianismo, en el cual a Dios se le invoca como “El Altísimo”. Por todo ello, hay que elegir la ubicación del templo en función de ese apelativo,, que debe ser lo más elevada posible, alzándose en la parte más alta de la población, como en una colina desde la cual se domine la aldea. Si ello no fuera posible por la horizontalidad del terreno, se elevan sus muros dentro de lo que permitiera la tecnología arquitectónica del románico, alzándose con él dominadores campanarios que se elevarían hacia el cielo.

Santa Cecilia de Vallespinoso. Aguilar del Campoo (Palencia)

Unión celeste y terrestre

         Los tres elementos esenciales de un templo o una iglesia románica son la cabecera, la nave y la torre. La unión de todos ellos refuerzan sus efectos individuales para conseguir un todo superior a sus individualidades; sinergia en toda su extensión. Esa acción aditiva trata de simbolizar la unión de dos mundos: el del hombre y el de Dios.

         Cuando en un capítulo anterior hablamos de la arquitectura románica, dijimos que una de las características primordiales –si no la más importante- del Arte Románico era el uso del arco de medio punto. Observándolo detenidamente vemos que dicho arco se compone de una parte semicircular y otra parte cuadrada o rectangular.

         El arco de medio punto no fue elegido caprichosamente pensando sólo en el juego arquitectónico que pudiera dar, sino porque el semicírculo y cuadrado simbolizaban lo celestial (la bóveda celeste, lo alto) y lo terrenal (4 lados, 4 direcciones cardinales, 4 estaciones, 4 elementos, 4 evangelios, …, lo bajo) respectivamente.

         La planta cuadrangular o rectangular, simbolizando con sus cuatro lados la Tierra, nos remite al Génesis, donde se define la Tierra como un cuadrado que flota en el abismo sobre el cual reina la divinidad. En el centro de este cuadrado se encuentra el paraíso terrenal del que parten los cuatro ríos que se dirigen a los cuatro puntos cardinales. El cuatro (4) es, en la numerología pitagórica, el número que define las estaciones, los cuatro puntos cardinales y los cuatro elementos del universo terrestre: aire, tierra, fuego y agua.

         El círculo es el sol, simbolizando así mismo la perfección y la divinidad. El movimiento del universo es circular. Los ritmos cósmicos, el recorrido de los astros, los cambios de día, de las estaciones, el calendario agrícola, los crecimientos biológicos ordenados en cíclos, ...; todo es cíclico.

         En los monasterios benedictinos, el oficio divino se desarrollaba según dos círculos concéntricos. El primero aquel que describe todos los días el canto de los salmos: maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. El segundo ciclo, el anual, se organizaba alrededor de la fiesta de la Pascua (Domingo de Resurrección).

         El ábside, situado en la cabecera del templo es semicircular y representa al Cielo, por lo que este espacio es el más sagrado (altar), cuyo acceso está limitado a los mensajeros de Dios (clero). Realmente, el cielo no interesa como tal; interesa porque es la morada de Dios.

         En el templo, el “cielo” son también las bóvedas. Todas sus modalidades giran en torno a la esfera como representación de la perfección (bóveda de cañón, medio cañón, un cuarto de cañón, casquete, etc.). Por encima de las bóvedas se encuentra la cúpula que representa la esfera celestial, la perfección celestial, con la función terrenal de iluminar el crucero. Esta cúpula está ubicada encima del crucero, que acoge a menudo en las cuatro esquinas del soporte del techo la imagen de los cuatro evangelistas. Esas esquinas del soporte pueden ser bien pechinas o bien trompas.

         La unión de la nave con la cabecera representa, de esta forma, la unión de lo terrenal con lo celestial (arco triunfal).


Unión de lo celeste con lo terrestre

         Otro símbolo de la comunión de lo terrestre con lo divino es la torre románica que, bien asentada y cimentada en el suelo, se alza gloriosa apuntando al cielo que quiere alcanzar.        

Torre de la iglesia de Santa María del Durro

Cristo crucificado

         En la construcción de la arquitectura románica, algunos de sus elementos arquitectónicos están encadenados a formulaciones que van más allá de las trazas geométricas. Muchas iglesias románicas presentan una planta en forma de cruz latina, creándose un claro paralelismo con la cruz y Cristo crucificado; adquieren la forma de Cristo en la Cruz.

         Los templos románicos suelen tener su núcleo principal en torno al altar. Es el lugar sagrado del santuario, el ábside. En el latín de los teólogos de la época se denominaba “caput”, cabeza. Cuando comparan el templo con el cuerpo de Cristo, indican aquí el lugar que le correspondería a la cabeza. Los brazos de la cruz apuntan a los cuatro puntos cardinales; de ahí que en el vocabulario arquitectónico habitual se sigan usando los términos cabecera, brazos del transepto, y pies de la iglesia, en total equivalencia con las partes del cuerpo de Cristo. Cualquier templo dotado de crucero tiene forma de cruz a los ojos de Dios (mirando desde arriba).

         Ciertamente pueden parecer estas opiniones estereotipos a elucubraciones del mundo moderno con rasgos de trasnochado pietismo, pero en los textos de la época se aludía al carácter simbólico que no entendía nada en el mundo que no fuera o tuviera representación divina.

Orientación de las iglesias románicas

         El simbolismo arquitectónico del templo románico va mucho más allá, y se relaciona con la luz. Toda iglesia medieval, y por ende, románica, tiene su cabecera o ábside orientada hacia oriente, fuente de luz, dirección de Jerusalén, ciudad santa donde murió Jesús, símbolo del Paraíso. El simbolismo subyacente es que el altar, situado en la cabecera, debe estar del lado donde aparecen los primeros rayos de luz del alba. En el altar está Cristo, y Cristo es la luz del mundo que ilumina al hombre y le saca de sus tinieblas. (Ego sum lux mundi –Yo soy la Luz del Mundo-, Apocalipsis,  Juan 8, 12). El hombre permanece en “su noche” hasta que la luz de Cristo le ilumina espiritualmente, como hace la luz solar desplazando la noche al amanecer. La luz que entra por la ventana del ábside es la luz creadora de las formas y de las cosas, indicando el sol mañanero la creación de un nuevo día, es decir, la creación cotidiana.
Luz creadora proveniente del Este

         De este modo, la iglesia se sitúa frente a la esperanza, a la resurrección de Cristo, y por la posición que ocupa con respecto a los cuatro puntos cardinales, la iglesia dirige la procesión de los hombres hacia los estallidos de la gloria de la próxima venida del Salvador, hacia el este, en contraposición del oeste, donde el sol se oculta, región de las tinieblas y de la muerte. De ahí que el muro de la fachada occidental de cualquier templo o iglesia se reserve para la representación del Juicio Final, en la que los elegidos y salvados se encuentran a la derecha de Cristo, mientras que los condenados se encuentran a su izquierda.

Portada de Santa María la Real de Sangüesa (Navarra)
A la derecha de Cristo, los elegidos, los salvados. A la izquierda de Cristo, los condenados al infierno.
Observad las caras feas de la izquierda; son los condenados

         Perpendicularmente al este y al oeste están el norte y el sur. El norte es la región de la oscuridad y las escarchas (portada del cierzo, por el frio que proviene de esa parte), y su fachada está dedicada al reino de la ley, con representación del ciclo del Antiguo Testamento. El sur representa al mediodía, de donde viene el calor. Evoca la idea de Cristo Salvador, del reino de la gracia. Su fachada se encuentra decorada con escenas del ciclo del Nuevo Testamento.



         Pero como tantas y tantas veces hemos dicho a lo largo de todos estos capítulos que hemos compartido juntos, en el Arte Románico nada es casual, nada se deja al azar; todo tiene su por qué y, como no, su base eclesiástica, y esta orientación no iba a ser una excepción. La orientación este-oeste de un templo románico aporta al Arte Románico una contenido simbólico-espiritual proporcionado por el versículo 27 del capítulo 24 del evangelio de San Mateo: “Cómo el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del Hombre.”

         De esta orientación se benefician las horas litúrgicas de los distintos oficios religiosos, pues por la mañana es iluminado el ábside (este), durante el día el costado meridional (sur), y al atardecer la fachada occidental (oeste), quedando siempre el costado septentrional (norte) a oscuras.

         El hombre, cuando accede al templo por la puerta oeste, tiene el norte a su izquierda y el sur a la derecha. La izquierda siempre ha tenido mal augurio, como lo prueba la doble acepción “sinister” – “siniestra”. La derecha ocupa en todas las civilizaciones el lugar de honor, atestiguada por los textos, imágenes y costumbres (Cristo sentado a la derecha del Padre). Incluso dentro de la nave de la iglesia había separación en cuanto a la ubicación de sexos dentro de ella. Los hombres se situaban a la derecha, mientras que las mujeres, consideradas inferiores y, en algunos casos, seres maléficos, se situaban a la izquierda.

         Pero tanto unos como otras permanecían en la nave, en la parte terrenal del templo, sobre el suelo, que es el que permanece en contacto con los fieles. Este suelo representa el “plano terrenal”, en donde se desarrolla la vida del hombre, y donde se desarrollan mayormente los elementos verticales del edificio, que son los elementos destinados a enseñar al hombre el camino que se acerca a Dios. Cuánto más alto, más cerca de Dios; a poca altura, más cerca de los hombres.

         La cabecera, el muro, el crucero, las puertas, las fachadas, el cimborrio, el altar, …, todo estaba al servicio de la belleza, pero también en una inevitable articulación divina que sometiera la materia al espíritu, como afirmaba Ulrico de Estrasburgo: “… Dios no sólo es completamente bello en sí y como fin de la belleza, sino que además es causa eficiente ejemplar y final de toda la belleza creada.”.

         Y fue la Iglesia, como estamento, la encargada de fomentar y auspiciar esa belleza en sus templos con el fin de transmitir a los fieles iletrados un mensaje pedagógico revestido de formas simbólicas. Ese mensaje al fiel es sencillo pero múltiple:

·         Dios es uno, como una es la cabecera de la Iglesia, aunque tenga varios ábsides. Uno como una es la cúpula central.
·         Hay un mundo de las tinieblas y un mundo de la luz, y hay un camino para ir de las tinieblas a la luz, como un camino hay desde la entrada occidental del templo hasta el altar, a oriente.
·         Ese camino tiene una guía, que no es otra que Cristo. Hacia su figura debe dirigirse el fiel en el camino anterior, cuando lo contempla como Pantocrátor en el ábside mientras avanza por la nave central.

         Fue la intención de esos viejos edificios medievales ser habitáculos de la verdad cristiana interpretada de la forma más bella posible del momento, en pequeñas o enormes construcciones que unían la calidad de sus obras a la gloria divina que poseían en su interior.

         ¿Qué os ha parecido este capítulo? Demasiado místico, ¿no? Es cierto, pero como habréis podido comprobar, ya en el Arte Románico todo lo realizado tenía un porqué y una finalidad determinada. Como venimos diciendo en todos estos capítulos, en el Románico nada se dejaba al azar, tono tenía su porqué. Los teólogos redactores tenían muy claro el cómo y el dónde de una construcción románica y eran los que elegían la temática religiosa a representar en tímpanos, capiteles y portadas. Los magister muri, como sabéis, no eran más que meros arquitectos de esas construcciones sin ningún tipo de decisión a la hora de elegir la temática, tanto del Nuevo Testamento como del Antiguo Testamento, como de su ubicación.

         Pero no creáis que todo era tan serio y formal. De vez en cuando, tanto los magister muro como los propios escultores, se permitían ciertas licencias a modo de “venganza” hacia esos teólogos redactores por la disciplina casi militar a que eran sometidos en sus trabajos cotidianos. Esas licencias normalmente se encontraban en los canecillos de las iglesias, templos y catedrales, donde expresaban sus sentimientos, sus vicios, sus regocijos, sus formas de vida y de diversión, sus “pecadillos”, etc. Sin embargo, también de vez en cuando, se permitían camuflar o esconder ciertas figuras entre la temática religiosa esculpida en tímpanos y portadas. Y si no, observad las siguientes imagenes y decidme qué véis.

         ¿Lo habéis visto? Sí. Es un cerdito esculpido entre una arquivolta que la utiliza a modo de mesa o baranda; su cabecita por encima y sus patas por debajo de ella. Esta figura se encuentra en la portada de Santa María de Uncastillo (Zaragoza). Y es que, por mucho que se quiera, no se puede poner puertas al campo, aunque la Iglesia monopolizara todo lo construido y por construir. Por mucho rigor constructivo que quisiera imponer, siempre el cantero escultor podía salirse de esas directrices marcadas y expresar algo fuera de ese mundo eclesiástico impositivo como desfogue y descarga emocional.

         Como veis, no todo en el Románico es rigor y disciplina. También hay cierta libertad constructiva del hombre para poder expresarse libremente. Esto, aunque no lo creáis, es casi exclusivo del Arte Románico. Con la llegada del Arte Gótico, y, sobre todo, del Renacimiento y el Barroco, estas licencias prácticamente desaparecen, volviendo de nuevo los constructores a esa total dependencia constructiva de la Iglesia.

         ¡Hasta pronto!
 


jueves, 22 de mayo de 2014

ARQUITECTURA ROMÁNICA


     ¡Saludos, gente! “¡Qué poco recatado viene hoy el curita con el saludo inicial!”, pensaréis muchos de vosotros. “¡Debería ser más comedido y hacerse cargo de quién es y lo que es!”, refunfuñarán los demás. Quizás llevéis todos razón, pero estaréis conmigo en que los tiempos cambian, y poco a poco tenemos que ir abandonando ciertas formalidades obsoletas que no hacen sino acrecentar la separación entre ciertos sectores sociales (como en la sociedad medieval, ¿recordáis?). Y esa separación es lo que menos nos interesa, ahora que tenemos que afrontar las partes más duras del Arte Románico, sobre todo ésta, la dedicada a la arquitectura, esta vez sí, con un poco más de profundidad, tanto en la técnica constructiva como en su entendimiento formal.

         La arquitectura es la parte más desarrollada y fecunda del Arte Románico, por encima de la escultura, pintura, orfebrería, esmaltes, etc. Se construyeron edificios por encima de todo, y dentro de éstos, fueron los edificios religiosos (ermitas, iglesias y catedrales) los más importantes, sin perder de vista a edificios civiles, castillos y puentes, que con el paso del tiempo fueron perdiendo la utilidad para la que fueron creados, a diferencia de iglesias y catedrales, que aún la mantienen vigente después de tantísimos años. Esto lo podemos comprobar cuando visitamos o nos adentramos en alguno de esos templos románicos, bien como mera “visita de cortesía”, bien como practicante en actos de culto. Su sobriedad, su luz tenue, su recogimiento, ese frío inicial acompañado por una sensación de paz y bienestar nos envuelve a modo de saludo para, posteriormente, comenzar el disfrute y deleite de un ambiente casi intacto, en alguno de ellos, de aquellos siglos X, XI y XII.

         Cuando hablamos del origen de la palabra Románico, dijimos que este arte tenía mucho que ver en sus formas con el arte de Roma. Recordad que Románico, en una de sus interpretaciones o acepciones, venía a significar “como lo hacían los romanos”.

         Los modos arquitectónicos, y también escultóricos del Arte Románico, dejan patente la importancia del arte clásico romano. No podemos hablar de la invención de la planta basilical en el Arte Románico porque ya estaba presente en el mundo romano con edificios de esa traza en obras civiles. Cuando hablamos de canecillos y metopas, hay que recordar que todo ello ya aparecía en los entablamentos o cornisamentos de los templos griegos y romanos. Si nos referimos a la decoración de los capiteles hay que pensar que los de tipo vegetal se forman en el mundo románico bajo la base de los corintios clásicos. Y así un cúmulo de herencias, porque tanto en arquitectura como en otras facetas de la vida “Ex nihilo nihil fecit” (de la nada, nada se hizo; -y además nos familiarizamos con el latín como daño colateral-) que decían los latinos, y que nosotros interpretamos modernamente como “no hay nada nuevo bajo el sol”.

         Casi todos los elementos de la arquitectura románica pueden encontrarse en los estilos precedentes, pero no basta la yuxtaposición de una serie de rasgos para configurar un estilo. Es preciso un espíritu nuevo, una concepción que los amalgame de una manera particular. Toda la construcción se somete a una métrica precisa, a un rigor geométrico que presta al edificio una impresión de organismo. Nada es arbitrario en el Arte Románico.

Santa María de Tahull

     El Arte Románico se caracteriza por una arquitectura distintiva con respecto a las otras artes existentes, con motivos peculiares que fueron fruto del ensayo de formas que maduraron hasta convertirse en realidad pétrea. Su construcción se basa en una arquitectura de “escuadra y compás”, donde cuadrados y círculos, cubos y cilindros, se disponen con un sentido estricto del orden y la simetría. La belleza y armonía que transmiten no es, por tanto, el resultado accidental del artista que por intuición desarrolla unas formas bellas, sino un hecho calculado. El arquitecto está obligado a construir de esa forma, sometido a las peticiones que debía satisfacer, aunque la creatividad le permitiera, tanto a él como a escultores y pintores, realizar variantes de los modelos que se consideraban como primigenios. Esto hizo que el Arte Románico nunca estuviera parado en su evolución, sino que siempre fuera evolucionando según la inventiva de los artesanos y maestros que lo realizaban, pero dentro de un lenguaje común, que sin embargo, no pretendía reproducir la realidad física, sino comunicar un concepto intelectual y espiritual, que incluso puede llegar a ser distinto en función de quien lo contemple.

         En arquitectura, la distribución de volúmenes y espacios es sencilla y simbólica. Esta rotundidad de formas nos expresa su deseo de durabilidad, de ser algo eterno e inmutable, y tratar de dejar las cosas como están. Nunca se realiza una iglesia románica por el simple placer estético. Lo que prima es la exaltación religiosa.

         Una iglesia no es tampoco una bella composición espacial, sino una ofrenda a Dios. La iglesia debe ser la plasmación del alma humana: la fachada es lo primero que se ve, es el rostro del edificio, y por eso deber ser atractiva, pero el interior debe ser sencillo, fuerte, oscuro, recogido, como el alma cristiana. Se olvida del concepto del arte autónomo y se convierte en un medio de alabanza a Dios. Recordamos que es un arte relacionado con la fe, surgido de la cultura teológica, que va a marcar mucho sus rasgos estilísticos y arquitectónicos. Se va a adaptar a una sociedad ruralizada, inculta y controlada intelectualmente por la iglesia. Por eso va a ser el arte de la irracionalidad, el oscurantismo y el misterio.

Catedral vieja de Salamanca

     La arquitectura románica fundamenta su plástica en edificios abovedados, con estructuras de soportes muy articulados, tanto en el interior como en el exterior, con una gran ligazón mecánica y estética, con un extraordinario empleo de la escultura monumental que llega a suavizar el impacto de esa tremenda austeridad.

      La característica principal y que más llama la atención es la unidad conceptual del templo románico. Tanto su sección como la planta del mismo están basadas en el arco de medio punto apeado sobre columnas y que delimitan uno y otras un área semicircular y otra cuadrada o rectangular, ambas unidas. El desplazamiento de esta sección sobre tal planta origina un alzado compuesto de un semitambor cubierto por un casquete semiesférico (ábside) y de una nave cuadrada o rectangular cubierta por bóveda de medio cañón. Es decir, tanto la sección, como la planta y el alzado de las construcciones sagradas románicas, están basadas en el arco de medio punto unido a un rectángulo (o cuadrado). Las tres dimensiones del espacio son resueltas en el románico por una estructura conceptual única, unidad que jamás se había dado ni se volverá a dar a lo largo de la historia del arte occidental.
Ábside de San Bartomolé de Campisábalos (Guadalajara)

          La elevación de los muros, el peso de las bóvedas, la altura de pilares y columnas desafían a las fuerzas de la gravedad y obtienen como resultado una tendencia natural al derrumbamiento, a la deformación de lo elevado, a la inestabilidad de lo creado, o a un asentamiento posterior en mejor o peor manera de lo que se ha hecho.

La excelencia en la concepción intelectual del románico debía corresponderse con una excelencia operativa de los gremios que levantaran los templos y de los materiales que se utilizarían a tal fin. La piedra, arrancada de la Creación misma de la propia naturaleza, manipulable por el hombre y perdurable por los siglos, se convierte así en el material idóneo. Los arquitectos quisieron también así alejarse del uso de la madera, sobre todo en los techos, y comenzaron a utilizar los techos de piedra en las nuevas construcciones de piedra. El motivo fundamental de este cambio, aparte de su carácter simbólico y religioso, no es otro que la gran profusión al fuego que tiene la madera, sobre todo cuando está muy seca y carcomida. Ello provocaba asiduos y devastadores incendios que llegaron incluso a hacer desaparecer innumerables edificaciones religiosas y civiles, sobre todo aquellas más alejadas de las grandes poblaciones.

El románico será el primer modo arquitectónico en utilizar la piedra en la totalidad de las edificaciones de una manera natural y continuada. Pero no la piedra en el mampuesto (piedra sin labrar que se puede colocar en obra con la mano), ni cortada, sino la piedra pulida, trabajado cada sillar hasta la perfección para el ajustado y su posterior aparejado. Los constructores románicos se sabían intermediarios entre Dios y los hombres al llevar la Creación hasta su último grado de realización. La dimensión trascendente del trabajo de las fraternidades de constructores está clara en las palabras de San Bernardo (s. XII) cuando en uno de sus sermones compara los sillares, que unidos forman una iglesia, con cada uno de los cristianos que juntos forman la Iglesia.

         En las mejores catedrales e iglesias, las fachadas, tímpanos de las puertas y ventanas, capiteles de columnas y canecillos, reflejan todo un apasionante mundo teofánico, la manifestación divina de Dios, donde se combinan detallados episodios del Antiguo y Nuevo Testamento con escenas pletóricas de misterio donde aparecen monstruos fabulosos de increíble imaginación que obsesivamente persuaden del peligro del pecado y sus consecuencias.

Tímpano

      Nosotros no vamos a pecar por no saber, después de todo lo comentado, las características más importantes que definen a un edificio románico religioso arquitectónicamente hablando. Las tres características imprescindibles que debe reunir una construcción sagrada románica para que pueda ser considerada como tal son:

·   Utilización en sección, planta y alzado de la estructura de arco de medio punto, independientemente de la complejidad que se dé a la misma.
·         Utilización de la piedra de sillería en la totalidad de la construcción.
·       Utilización de la piedra tallada para plasmar un simbolismo universal con formas propias.

         Otras características no menos importantes y muy definitorias del Arte Románico son:

·     Solidez de la construcción, con construcciones macizas, muy duraderas y poco costosas.
·              Gran anchura de muros para poder resistir las fuerzas y tensiones de la estructura.
·         Uso de bóveda de medio cañón sobre arcos fajones apoyados en contrafuertes para salvar grandes espacios.
·              Los arcos sirven de elemento para las bóvedas de las naves en iglesias y monasterios. Son una forma favorita para asegurar los claros de las puertas y ventanas.
·         Escasez de vanos. Los pocos que hay se solucionan con arcos de medio punto.
·                Tendencia a la horizontalidad frente a la verticalidad del gótico.
·               La nave central es más ancha y más alta.
·               Interiores oscuros para lograr el recogimiento de los fieles.
·              Sentido de la simetría y el orden.
·         Utilización de escultura de una extraña belleza, muy alejada de los cánones clásicos.
·         Uso de la planta basilical de unas, tres o cinco naves (sobre todo la de tres) con ábsides y absidiolos, y planta de cruz latina.
·         Las construcciones estarán determinadas por dos valores que buscan dar a la arquitectura solidez y duración: monumentalidad y perdurabilidad. La monumentalidad responde al interés por imitar los grandes edificios romanos cuya grandeza sería un buen vehículo propagandístico para la Iglesia; los templos tienden, desde su primera sencillez, a la grandiosidad. Perdurabilidad, dado el carácter “eterno” de la religión cristiana. Se rechazan los materiales pobres o livianos; su apuesta por la duración exige el uso de los materiales robustos y duraderos como la piedra, bien cortada en sillares y perfectamente aparejada.

        Reconozco y soy consciente que a lo largo de todos estos capítulos, y en los dos últimos más concretamente, hemos estado hablando de los diversos elementos arquitectónicos que definen a cualquier estilo artístico. Hemos hablado de ellos con una familiaridad que no tengo muy claro que vosotros la tengáis. Por ello, y para complementar las características más importantes del Arte Románico, vamos a ilustrar, someramente, esos elementos propios de este arte a modo de brevísimo vademécum, como si de un microdiccionario se tratara. Son los elementos imprescindibles en la mayoría de los estilos artísticos y que en el Arte Románico adquieren una importancia y singularidad como en ningún otro estilo artístico.

Elementos sustentantes:

     MURO: de piedra de sillares o sillarejo. Sirve como sujeción y cerramiento. Para evitar su pesadez y monotonía en el exterior suele articularse por medio de arquerías ciegas.

Nave lateral. San Vicente. Ávila

     PILARES CRUCIFORMES: soportan arcos fajones y formeros que sustentan las bóvedas. Son pilares a los que se adosan cuatro semicolumnas.
Pilares

      COLUMNAS: A veces se alternan con el pilar y se siguen utilizando como soportes para los vanos en ábsides, atrios, claustros, portadas y criptas. En la columna desaparece el sentido de proporción clásico. Los capiteles pueden ser de decoración geométrica‚ vegetal o historiados.
Partes de la columna

      CONTRAFUERTES: Pilares adosados en el exterior del muro que sirven para contrarrestar los empujes de la cubierta.


Contrafuertes iglesia de Pozancos (Guadalajara)

     CANECILLOS: ménsulas que sustentan los aleros.
Canecillo. Ermita de Cubillas. Albalate de Zorita (Guadalajara)

Elementos sustentados :

     ARCO DE MEDIO PUNTO: Se utiliza en la estructura de la bóveda, arquerías de las naves, portadas, vanos, así como elemento decorativo.
Portada de Santa María del Rey. Atienza (Guadalajara)

     CUBIERTA: bóveda de piedra: de cañón. De cañón con arcos fajones que distribuyen los empujes y articulan el De Arista: formada por la intersección de dos bóvedas de cañón. Cubren las naves laterales. Bóvedas de Horno para cubrir ábsides. Cúpula que se utiliza para cubrir el crucero. Se utilizan sobre pechinas y sobre trompas. Al exterior, la cúpula acaba en una torre llamada Cimborrio.
Catedral vieja de Salamanca

Elementos decorativos:

         Se decoran con esculturas y pinturas que se sitúan en lugares simbólicos como la portada por ser la entrada a la Jerusalén Celeste o los  ábsides. También se decoran los capiteles y líneas de importas o la separación de cuerpos. Los elementos decorativos son geométricos‚ vegetales esquematizados, o figuraciones de la Biblia, símbolos, bestiario, mensario.

Portada de San Esteban. Sos del Rey Católico (Zaragoza)

     El Arte Románico es una etapa de despertar tras el vacío cultural y arquitectónico que se produce desde la caída del Imperio Romano. Desarrolló su técnica constructiva con muy pocos elementos, pero todos ellos muy bien estructurados y relacionados entre sí, de forma que el conjunto de técnica simple y primitiva, más el hallazgo de certeros volúmenes y escultura apropiada, dio resultados de gran efectividad y durabilidad. Buena prueba de ello es la extensa duración en el tiempo de las obras románicas, que apenas sin mantenimiento han llegado a nosotros después de casi 1000 años (pensemos que los Magister Muri lograron con sus métodos primitivos los mismos resultados que los actuales arquitectos con el hormigón armado).

         ¿Os imagináis hace 1000 años que estos maestros de edificaciones románicas hubieran conocido el hormigón armado? Hubieran realizado construcciones imposibles de derribar. Por esto y por toda la escasez de medios técnicos y materiales con que contaban estos hombres medievales para levantar construcciones religiosas y civiles, debemos valorar aún más este magnífico arte medieval que poco a poco nos ha ido enganchando con su natural belleza y su singularidad constructiva.

         No creáis que os habéis desenganchado ya. Los próximos capítulos os despejarán las últimas indecisiones que os pudieran quedar sobre la admiración a este arte, de sus gentes y a la sociedad en las que les tocó vivir.

         ¡Hasta pronto!