martes, 17 de julio de 2018

DON INO, ELLOS Y ELLAS


         ¡Madre mía! ¡Mamma mía en italiano! ¡En qué berenjenal me voy a meter! ¡Y siendo quién soy y lo que soy!, pero muchas veces, (demasiadas, creedlo, que os lo digo con conocimiento de causa), no somos nosotros quienes decidimos los avatares de la vida, sino que son los demás o la propia vida quienes deciden lo que tenemos o no tenemos que hacer o lo que tenemos o no tenemos que decir. Y esta vez es una de ellas.

         El tiempo que a mí me tocó vivir era un tiempo en el que la sociedad tenía unos valores adecuados al “modus vivendi” que imperaba en ese momento, valor muy diferentes a los que imperan o tratan de imperar hoy día. Ese tiempo pretérito mantenía y apoyaba la herencia que tiempos aún más pretéritos nos habían legado, dejando constancia de ello en documento ante notario, el cual era leído como preámbulo o prólogo a los pregones de fiestas patronales que todos los años adormecían a los asistentes personas que en la mayoría de las ocasiones no las conocía nadie, pero que decía ser tan paisanos como el que más. Dicha herencia favorecía, como no podía ser de otra forma, al padre, que comía carne como todos los padres, y dejaba desvalida a la madre, que comía lo que podía, y a los hijos, que comían lo que les dejaba la madre. Y durante la lectura del testamento social, nadie se escandalizaba ni alzaba una voz más alta que otra. Se aceptaba e incluso se aplaudía al finalizar, no por lo bien hecho y dicho por el pregonero, sino como agradecimiento por no haberlos despertado durante todo ese tiempo y haberles permitido soñar durante unos momentos con fantasías ahogadas durante su estado consciente y antidormiliano. Cuando llegaban a casa, el padre seguía comiendo carne o la que le había sobrado de la comida o del día anterior, la madre seguía comiendo lo que podía, y los hijos lo que les dejaba la madre, pero nadie osaba cambiar ese estatus social y familiar.

         Así era la vida de una familia modesta en mis tiempos. El padre, también llamado cabeza de familia, era el encargado de trabajar h ganar el jornal para poder comprar su carne y alguna que otra vianda más para el resto de su familia, mientras la madre cuidaba y criaba a la prole a su cargo tratando de fueran los más lustrosos y hermosos posible en el mínimo tiempo para poder irse con su padre a trabajar como todo hijo de vecino. Al llegar el sábado por la tarde noche, se levaba el padre todo entero, se ponía una muda limpia, camisa almidonada blanca y pura como su conciencia, y marchaba con su panda de amigos a rondar por las calles con los instrumentos que cada uno hacía sonar como mejor podía y sabía, o dar alguna que otra “cencerrá” a viudas y viudos que se casaban en la más absoluta intimidad y alevosía nocturna para no ser humillados y ultrajados por todos ellos a modo de voz amplificada en representación de todo el pueblo. Otras veces lo que tenía que rondar o cortejar era a alguna moza casadera a la que le había puesto el ojo, que no la bala, algún rondador del grupo. Entonces sacaban a relucir toda su sabiduría fémina para enaltecer la figura de la moza, deteniéndose especialmente en esos atributos femeninos más deseados por la lujuriosa fantasía masculina.

         Se referían mucho a lo que hizo Alejo, que al levantar una falda se encontró un conejo; o cuando el mozo tiraba una breva a la moza y le daba con la breva en el higo. Para mostrarle la grata vida que le esperaba a la moza, el mozo rondador le decía que le iba a comprar un reloj para colgar en el cuello, y de esta forma, cuándo diera el reloj la una, el mozo ponía sus manos en las dos (una hora menos en Canarias). También trataba de convencerla mostrando su poderío posesivo con la escopeta de la que era dueño, con la que poder pegar un tiro a lo encontrado por Alejo al levantar la falta.

         Todos esos cantares de rondadores puros y duros eran entonados semana tras semana, mes tras mes, año tras año. Eran cantares propios de esa vida y esa época, ya que todos los momentos importantes y épocas importantes de la vida, como la mía, han tenido y tienen su propio fondo musical. Lo bueno de esos cantares que se entonaban y se oían no era lo que decían, sino sus sones y todo el mundo que llevaban aparejado. Incluso abarcaban el ámbito religioso, tan imperante y poderoso (¡a mí me lo vais a decir!) en esa época, cuando llegado el 30 de abril, cumplido, por supuesto, y hasta finales de mayo, se dedicaban a ensalzar los anteriores atributos femeninos esta vez aplicados a la Virgen María, hermosa flor de primavera durante todo ese mes florecido y hermoso. No eran tan explícitos al apuntar todos al mismo sitio, pero sí engrandecían y resaltaban todas y cada una de las facciones marianistas.

         Aquí sí, aquí el matriarcado tenía mayor relevancia, estaba mejor mirado o, mejor dicho, mejor cantado y voceado, pero sólo ese mes al año; sólo uno. Aunque siendo legales y realistas, ese enaltecimiento femenino era vitoreado todos los días del año, no solamente durante ese mes.

         Ocurría cuando el cabeza de familia se enfadaba o barruntaba suceso nefasto por acaecer. Entonces comenzaba a soltar por su boca una retahíla de letanías e interjecciones alusivas a la mamma que daba miedo. Aunque pudieran parecer una alabanza, si la contextualizáramos, eran exabruptos y barbaridades que trataban de apoyar y apuntalar su enfado. ¡Virgen del Amor Hermoso! ¡Virgen Santa! ¡Madre mía! ¡Ave María Purísima! eran expresiones propias e identificativas de dichos morros enfadicas. Ahora no se acordaba de nadie masculino en particular, sino solo en la madre, en lo femenino, rememorando su infancia en el momento de estar malito y llamaba a su madre para que lo sanara en vez de llamar a su padre que sabía de sobra que no estaba y, aunque hubiera estado, no le habría hecho ni puñetero caso. Sabía que su madre estaba allí presenta para cuidarle como ahora su mujer cuida de sus hijos, pero la memoria histórica solo se acuerda de lo que quiera y se utiliza cuando mejor conviene a cada uno. Él, desde luego, no se estaba aplicando el cuento y descarga pero y tara en su mujer, que para eso está, según piensa y ejecuta. Al fin y al cabo, el hombre de mi época era el paradigma de aquel dicho que decía que “lo único que el hombre ha aprendido de la historia es que no ha aprendido nada”. Funeralizaba a su madre y borraba cualquier recuerdo amable y cariñoso que pudiera perturbar su monótona y a la vez placentera vida de jefe de manada.

         Pero como jefe que es uno, general o comandante, siempre tiene que tener en cuenta a sus subordinados, Si éstos no existieran, el podría existir, pero su función de jefatura no tendría sentido alguno; sería como un ejército de un solo soldado, con una sola escopeta y una sola bala. Estaría más solo que la una (las doce en Canarias). Sin embargo, él como jefe de manada, comandaba una cuadrilla que tanto uno como otros iban creciendo y avanzando, menguando y retrocediendo otro. La zanja que separaba a ambas partes era cada vez más ancha e insalvable, no solo en lo biológico, sino también en lo social. A ello habría que añadir la inestimable ayuda de la también menguada madre y subjefa de la mana, que apoyaba a la tropa en esa confrontación con la jefatura, más por llevarle la contraria al jefe, como siempre ha sido y siempre será, que por convencimiento propio, aunque ya puesta enfrente del jefe, si se puede llevar algo entre las uñas, mejor que mejor, como así fue, ha sido y parece que será.

         Durante esta velada pugilística que enfrentaba al púgil jefe con el púgil manada con la madre como árbitro principal sin linieres, el intercambio de golpes dejaba a las claras quién iba a ser el vencedor final, pues según el amaño de apuestas decía que el púgil manada debía ganar a los puntos pasados los tres cuartos de siglo, dejando al púgil jefe muy tocado y lastimado, con ojos hinchados, mellado en ambas mandíbulas y algo sonado y voceado para el resto de sus días; de ahí a la eternidad, pasando por el purgatorio y con opciones de descender al infierno si no es capaz de mantenerse en la división que le corresponde y le han asignado, ni aún jugando la repesca.

         El árbitro de la velada veía en esta victoria la posibilidad de sacar tajada, y harta de ver comer carne al jefe de la manada, decide que también ella tiene derecho a comer carne en vez de berzas y coles (el brócoli no les gustaba por entonces ya que sin bechamel estaba muy insípido), y comienza a pelear por su cuenta, dejando a un lado su condición de juez de competición y adquiriendo la nueva dimensión de contendiente y ¡que contendiente!

         Con la manada fuera del redil y fuera de todo control jefaturil, la madre también decide abandonar por unos momentos su condición de mamma y comienza a librar combates a diestro y siniestro contra todo aquello y aquel se le impidiera comer carne como Dios quiere y manda, que ya estaba harta de comer plantas. Velada en un sitio, velada en otro, victoria a los puntos, por KO en el quinto asalto, … Poco a poco va escalando puestos en el escalafón pugilístico social e va teniendo apoderados cada vez más influyentes aunque también cada vez más interesados, y en muchos casos radicalizados.

         Como las victorias se van sucediendo casi sin darse cuenta y recibiendo los mínimos golpes, las veladas no dejan de sucederse, noche tras noche, semana tras semana, mes tras mes. Los apoderados e interesados van adquiriendo también más y más notoriedad e incluso más poder, amenazando, estigmatizando y aterrando a quien osara poner en duda la fuerza, la osadía y el valor de esa púgil combatiente dura y férrea que no se tanteaba ni amilanaba ante nada ni ante nadie. Al mismo tiempo, el jefe de la manada va perdiendo esa condición preponderante tanto en la manada y familia como en sociedad, y comienza a ser visto más como un problema rozando la delincuencia que como rival a batir nuevamente, todo ello espoleado por apoderados influyentes que se aprovechan de la frágil condición humana en beneficio propio. Aquellos, montados sobre éstos últimos, iban ganando carrera tras carrera a base de fustigar a su montura cada vez más dócil y domesticada, sin ocurrírsele tan siquiera relinchar por un fustigazo más alto que otro.

         Ahora no convenía pasarle la mano por el lomo al antiguo excabeza de familia, y cualquier acto fuera del nuevo protocolo establecido por apoderados interesados, se le ponía un nuevo nombre y se le convertía en delito. Comenzaba un nuevo tiempo y una nueva época en la que la gente empezaba a culpar de lo malo a los que no son o no piensan como ellos, teniendo como bandera la cabeza del excabeza de familia pinchada en una pica, pero no en Flandes, sino aquí, en España, que dicen que es diferentes, de lo cual puedo dar fe.

         La masculinidad y la feminidad sintáctica copaban todos los ámbitos sociales, lo cual era un engorro para quienes tratamos de contar cosas, porque a todo le tenemos que llamar dos veces de dos maneras diferenciadoras de sexo, acarreando la pérdida de un tiempo precioso que no podemos ocupar en otros menesteres también importantes como pueden ser homenajeando todas las tardes a nuestro
afamado y querido Heraclio Fournier.

         Como había nacido una nueva época y una nueva vida, también ésta debía tener su fondo musical, esta vez más enfocado a la condición tontuna masculina. Éste, no queriendo perder su masculinidad ni todo el vocabulario cultural adquirido en tiempos pretéritos, comenzaba a ser acosado, denostado y denunciado, escarnio público incluido. Prácticamente no podía abrir la boca sin que fuera humillado por féminas y apoderados interesados. Ya estaba tipificado el delito a cometer cuando hablada, quedaba tan sólo aplicar la sentencia a la que se le condenaba por medio de un juicio exprés pero sin olla.

         Atrás quedaban las rondas de lo encontrado por Alejo; ya no tiraban higos, ni se regalaban relojes colganderos ni se presumía de escopeta, tampoco de mujer ni de caballo. Ahora todo el mundo callado, instrumentación muda y voces apagadas, con pocas luces, vamos, no fuera a ser que …, que ahora está la vida muy revuelta y  cualquier chascarrillo te cuesta un disgustillo pasando tres noches den el cuartelillo vigilado por un alguacilillo más bien malillo.

         Poco a poco se va aceptando la soledad social y casi familiar. La derrota casi es lo que menos importa ahora. Lo que de verdad preocupa es dónde va a ir a parar todo ese fondo musical de antaño, verdadera herencia cultural de tiempos pasados que, también hay que decirlo, no fueron mejores. Con este nuevo estilo de vida y esta nueva sociedad amordazada y aterrorizada por los apoderados interesados, todo el acerbo cultural pasado muere irremediablemente sin previa extrema unción ni responso final. Para los interesados interesa más su nuevo estatus y que ruede bien el carro en el que están montados que en custodiar la cultura de todo un pueblo. Ellos van subidos en ese carro, y el que venga atrás que arree, pero calladitos, que como se bajen la tenemos liada parda, aunque sea de noche y veamos gatos por todas partes.

         La condición fémina, interesados minoritarios incluidos (menuda boda sin la tía Juana), son ahora miembras y portavozas de una nueva sociedad, de un nuevo renacer y de una nueva renacerá, de un nuevo imperio y de una nueva imperia, donde sí se pone el sol y sola pero sólo de noche, con permiso de ellos y ellas, claro y clara, sin huevo, sólo con la yema que no yemo. Unidos y unidas pueden y quieren dominar el país y el mundo diciendo y pregonando a los cuatro vientos, alisios y laterales, lo que tenemos y no tenemos que hacer, pero no se nos ocurra hacer lo que ellos y ellas hagan, que para eso ya están ellos y ellas. Nos marcan el camino iluminando nuestro peregrinar por este valle de lágrimas y lagrimones como puños, cual candil apagao, mientras ellos, con la cultura popular, ancestral e identificativa tirada a ríos contaminados y sellados con hormigón armao, tratan de inventarse la suya buscando su particular premio Nóbel cultural y de ciencias sociales, pero despreciando el Nóbel de humanidades por la falta de humanidad mostrada hacia sus semejantes y semejantas. Pero aunque esa falta de humanidad la vieran en otras personas y personos con sus propios ojos y ojas, sin hache, seguirían culpando a los demás, ya que el mero hecho y hecha, con hache de hacer, de no ser como ellos y ellas los condena a etiquetarlos como maleantes y malhechores, todo masculino no se vaya a enfadar la contraria, condenados al ostracismo y a la miseria, una miseria que no son capaces de ver en sí mismos y mismas.

         Si anteriormente hablábamos que lo preocupante no era la derrota y condena delictiva del género masculino sino todo lo que ello acarreaba social y culturalmente, una pregunta, que no es ofensa preguntar, o varias podrían asaltarnos, manos arriba y el bigote al suelo incluidos, acerca de su conducta íntima e intimista: si de puertas para afuera su conducta parece ser socialmente modélica, implicada en todos los males buscados por ellos y ellas y encontrados también por ellos y ellas, pero imponiendo que sean otros quienes los solucionen, ¿cómo es su conducta de puertas para adentro? ¿Quién no nos dice que tiene dos caras como las monedas: una para los demás y otra para los suyos, que no sayas? ¿Quién nos puede asegurar que de puertas para adentro no son unos maltratadores y maltratadoras empedernidos y empedernidas par con los suyos? ¿Quién mete la mano en el fuego por ellos y ellas asegurando que no son unos radicales ultras de ese deporte que consiste en mandar lejos una pelotita con las patas en calzón corto, mamporreando y tirando a los ríos a los que no son de su mismo equipito y equipita? ¿Quién saca la cara por ellos y ellas prometiendo y jurando que no son unos radicales animalistas antitaurinos que muestran también su intransigencia hacia todos aquellos que van a una corrida de toros para luego mostrar su ecologismo llevando a sus mascotas a bañarse al río y obligar a los demás a remojarse junto a sus perro y sus gatos sin ni tan siquiera poder echarles una mirada de mal gusto o de mal gusta por lo que están haciendo? ¿Quién es amigo suyo hasta para la riñas asegurando a pies juntillas que su ignorancia no es el molde para general millones de ladrillos de ignorancia que cimenten toda una sociedad ignorante, inculta, intransigente, borreguil, domesticada, aterrorizada, denostada, ultrajada, condenada y convicta de por vida?

         Esas preguntas sí son más importantes que todo lo conseguido en la lucha sin cuartel contra el masculino, contra su machismo, contra su piropismo y silvismo. Si las preguntas son importantes, las respuestas son aterradoramente importantes, pero terriblemente censuradas y horriblemente callas. Ya lo dice su lema rebuznadamente cacareado a los cuatro vientos de las cuatro rosas (four rouses): “haced lo que yo os diga pero no hagáis lo que yo haga”.

         He aquí su eslogan, y he aquí su adormidera social.

         Decía un contemporáneo vuestro, que no mío, que hay que tener cuidado con lo que se desea porque se acaba teniéndolo. Da la sensación que ni sabían lo que querían ni mucho menos son conscientes de lo que tienen y han conseguido. Querían una sociedad igualitaria y democrática para todas las personas y lo que han conseguido es asesinar a sangre fría la cultura popular, señalar como delincuente, condenar y ultrajar al género masculino, y drogar a toda una población que, abanderando y alardeando de una incultura e ignorancia galopante, montada en un burro borrico, se encuentra más preocupada en su infinito y narcisista ego que en conseguir esa igualdad tan necesaria. Cuando venga el tío Paco con las rebajas llorarán lágrimas de sangre, pero una vez más ya será tarde. Lo que parecía una tabla de salvación democrática se ha convertido en el campo de concentración que es hoy la sociedad para todos aquellos que osan hablar alto y claro. Los que creían ver en ellos y ellas una inmaculada y pura libertad se han convertido en prisioneros de su campo de concentración, quemando en la hoguera de la ignorancia a todos aquellos que desean salir de ese infierno.

         Una vez más ganan los minoritarios, Una vez más se atontan los mayoritarios, todo ello apoyado en una ignorancia comandada y gobernada por jefes de campo con látigos de cuero y perros ávidos de carnaza dispuestos a eliminar de cualquier forma a todo aquel que ose llevarles la contraria. Y eso tiene un nombre. Yo no sé cuál es, pero seguro que vosotros sí lo sabéis.

         ¿Veis como me he metido en un buen berenjenal, ¡a las buenas berenjenas! ¡vaya berenjenas que traigo hoy!? … ¡y eso que no he vivido junto o vosotros en vuestra época no lo estoy pasando como lo estáis pasando vosotros!

         Ahora que termino mi relato de hoy, se abre la veda para dar palos sin conocimiento al mono hasta que hable inglés, o chino, que parece que se va a poner de moda, y entonces fliparéis en colores todos. Esto de hoy os va a parecer un cuento chino, nunca mejor dicho.

¡Ala! Comenzar a dar palos que para eso estamos, no sin antes absolveros de vuestros actos, incultos e ignorantes, pero actos vuestros de los que luego tenéis que dar cuenta.

¡Adelante mis valientes! ¡A mí la Legión!

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