Mostrando entradas con la etiqueta Niño Jesús. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Niño Jesús. Mostrar todas las entradas

viernes, 8 de enero de 2010

NAVIDAD (y V)

A modo de conclusión final

Aunque hasta San Antón pascuas son, con la Epifanía se puede dar por concluida la navidad, salvo para los ortodoxos, que es cuando realmente celebran el nacimiento de Jesús. Son una de las festividades religiosas que más calado tienen entre la población. Unas fiestas en la que todo el mundo tiene algo que celebrar, sea creyente o no lo sea. Sin embargo, a medida que pasan los años, el carácter religioso que siempre la ha impregnado se va perdiendo, dando paso a unos días festivos, no ya laicos, sino casi profanos, donde no sólo no se quiere celebrar algo sagrado, sino que no se muestra el respeto debido a las cosas sagradas (definición de profano).

Queremos celebrar la navidad, pero lo hacemos a modo de una noche de jueves, viernes o sábado cualquiera de cualquier mes: botellones, comilonas, trifulcas nocturnas, vandalismo callejero, etc. Atrás quedan las misas del gallo, los villancicos populares, espontáneos y callejeros, el compartir fruta de horno con vecinos y familiares, el aguinaldo. Estas fechas se convierten en unas vacaciones invernales para “descansar de la rutina”.

Hay un sector emergente de la sociedad que pide reiteradamente un estado laico, tal y como lo dice la Constitución. Aboga por la laicidad y la aconfesionalidad del Estado y, por ende, de la sociedad. Pero en estas fechas, ese deseado estado laico no hace sino convertir estas entrañables fechas en algo rutinario, generalista, vacacional al fin y al cabo, creándonos la necesidad de descansar de todo el otoño trabajado.

La sociedad, en su imparable avance pero sin una meta clara en el horizonte, está terminando con estas tradiciones y, en este punto, todos somos culpables. Los unos, los cristianos y católicos, por no mantener el espíritu navideño con toda su pureza y significado, y los otros, los laicistas, por querer cambiar por cambiar, sin ser conscientes de las consecuencias que esto puede acarrear. En definitiva, todos nos estamos cargando la navidad, que, como dice el dicho popular, “entre todos la mataban y ella solita se murió”.

lunes, 4 de enero de 2010

NAVIDAD IV

Los Reyes Magos

Los Reyes Magos sólo aparecen en el evangelio de Mateo, el único de los llamados sinópticos; Marcos y Lucas ni siquiera los mencionan.

Juan Isidro Palacios, en su artículo “La Navidad, los Magos y el Rey del Mundo” (1983/1984) nos acerca a los orígenes de los Reyes Magos: “Cuenta la Tradición que había tres magos viviendo al Oriente, en diversa geografía y en el mismo tiempo. Ellos conocían la realidad de un primitivo anuncio, pues habían heredado tesoros, celosamente custodiados en la India, en Persia, en Egipto… Muy atentos esperaban la señal que les comunicara, por fin, la venida del un Rey excepcional. Dicho Rey no sería, desde el punto de vista cristiano, como otros enviados por el cielo. Se trataba del mismísimo Verbo encarnado, del Rey del Mundo en persona”.

La palabra “mago”, para designar a los reyes, generó problemas dentro de la iglesia incipiente, ya que mago, en aquella época, era un término que se aplicaba a un amplio espectro de personas, desde el farsante vendedor de pócimas “curalotodo” a los sabios astrólogos caldeos, pasando, entre otros, por los sacerdotes de culto mazdeista y por los taumaturgos gnósticos de Alejandría. El dominico Santiago de la Vorágine, en su obra “La leyenda dorada”, (1264), afirma que la palabra “mago” significa tres cosas diferentes: ilusionista, hechicero maléfico y sabio.

Fueron los armenios en el siglo III quienes introdujeron la creencia den los Reyes Magos y los festejos de los Reyes Magos no se conmemoraron plenamente hasta el siglo V en occidente, eligiendo la fecha del 6 de enero.

Diferentes autores relacionados o alentados por la propia iglesia, trataron de dar nombre, ponerles cara y vestimenta a estos magos, con el fin de hacerlos más creíbles ante las gentes del pueblo. Eso y la escasez de documentación, tanto sinóptica como no sinóptica, acerca de los Reyes Magos, hizo que durante años aparecieran descripciones sobre ellos, en algunos casos hasta contradictorias.

Agnello de Rabean, en el siglo IX acuña definitivamente el nombre de los Reyes Magos en su libro “Liber Pontificalis Ecclesiae Ravennati”: Melchior, Caspar y Balthasar.

Reyes Magos en el claustro de San Juan de la Peña (Huesca)

El texto “Excpetiones Patrum” describe a cada rey mago. Melchor es el de más edad, con cabellos y barba larga y canosa; túnica de color jacinto y capa naranja, que regala oro (Señor -> Rey, realeza). Gaspar es joven, bello e imberbe; túnica naranja y capa roja, que regala incienso (Señor -> Dios, santidad). Por último Baltasar, que es de tez oscura, con túnica roja y capa blanca jaspeada, que regala mirra (Señor –> hombre, sabiduría, resurrección).

Otra descripción de los magos que pone de manifiesto esa contradicción aludida anteriormente: Baltasar, de 30 ó 40 años, barba oscura y lleva en sus manos un recipiente para mirra; Melchor, de 20 ó 25 años, sin barba y transporta una bandeja para incienso; Gaspar, de más de 50 años, con pelo y barba largos y blancos, presenta una canasta con oro.

El teólogo anglosajón Beda el Venerable (675-735), describe a los magos: “ Primero de los magos es Melchor, un anciano de larga cabellera blanca y luenga barba (…) fue él quien ofreció oro, símbolo de la realiza divina. Segundo, llamado Gaspar, joven, imberbe, de tez blanca y rosada, honró a Jesús ofreciéndole incienso, símbolo de la divinidad. Tercero, Baltasar, de tez morena (no negro, ya que Baltasar no fue negro hasta el siglo XV) testimonió ofreciéndole mirra, que significaba que el hijo del hombre debería morir”.

Petrus de Natalibus fijó en el siglo XV que Melchor tenía 60 años, Gaspar 40 y Baltasar 20.

El dominico Santiago de la Vorágine hace una interpretación de los Reyes Magos: “ … el oro para regalar la pobreza de la Virgen María; el incienso para ahuyentar el mal olor del establo y la mirra para consolidar los miembros de la criatura con la expulsión de todo mal de su vientre”.

Juan Isidro Palacios, en su artículo “La Navidad, los Magos y el Rey del Mundo” (1983/1984) escribe: “… Los sabios, por su parte, portaron los atributos que son debidos al Rey y no a otro: el oro, el incienso y la mirra. Esperaron a su Dueño, pues hasta entonces nadie acreditó serlo. De oro es el cetro con el cual el Soberano mide su ciudad, la circunda y la rige… El incienso es el aliento de Dios que, por su aroma, atrae a los santos y repele a los inicuos. Y la mirra, por ser símbolo de lo incorruptible, es el sello del principio intemporal sacro que no conoce la muerte”.

Siguiendo con esa búsqueda de identidad de los Reyes Magos por parte de la iglesia para adaptarla al pueblo, algunos autores consideraban que cada rey mago representaba un continente. Por ello, en el siglo XVI, con el descubrimiento de América se vio la necesidad de añadir un cuarto rey mago. Éste era un indio con características de los pueblos amazónicos, armado con una larga azagaya y portando como presente una arqueta de madera cargada, se supone, de semillas de cacao.

También durante el siglo XVI, las necesidades ecuménicas de la iglesia católica llevaron a implantar un simbolismo inédito, identificando a los tres magos con los tres hijos de Noé (Sem, Cam y Jafet) que, según el Antiguo Testamento, representaban las tres partes del mundo y las tres razas humanas que lo poblaban, según se creía en esos días. Melchor-Jafet-europeos-oro; Gaspar-semitas de Asia-incienso; Baltasar-Cam-africanos-mirra.

La adoración de los Reyes Magos, llamada por la iglesia Epifanía, se celebra en la actualidad el 6 de enero. Epifanía significa “manifestación” y originalmente la Epifanía se refería al bautismo de Jesús. Los discípulos de Basílides (gnóstico de Alejandría del siglo II) celebraban el bautismo de Jesús, ya que creían que Jesús fue hecho Hijo de Dios en el bautismo. Daban mayor importancia al bautismo que al nacimiento. En Alejandría se decía que la noche del 6 de enero, las aguas del Nilo adquirían poderes milagrosos.

La tradición de los Reyes Magos como generosos proveedores de juguetes y regalos a los niños es relativamente reciente y sólo fue adoptada por algunos países latinos y de mayoría cristiana, a mediados del siglo XIX. Gaspar repartía golosinas, miel y frutos secos; Melchor ropa y zapatos y Baltasar castigaba a los niños dejándoles carbón o leña.

sábado, 2 de enero de 2010

NAVIDAD III

El belén o portal de Belén
Belén significa casa del pan y alude a Cristo como pan que da la vida.

Los primeros testimonios del nacimiento de Jesús y la adoración de los Reyes Magos datan del siglo IV. En el siglo VII ya existía una recreación formal de la gruta de la Natividad en la basílica romana de Santa María la Mayor. Durante la edad media, esta tradición se consolidó con escenificaciones en las iglesias de dramas evocadores de la Natividad. Con ocasión de la misa de Navidad, solía representarse el episodio evangélico del nacimiento de Jesús con la participación del pueblo.

La idea original de montar un belén fue de San Francisco de Asís, cuando en 1223, tras realizar un viaje por oriente en el que visitó Belén en 1220, solicitó permiso al papa Honorio III pare reproducir el nacimiento de Cristo. En el bosque de Greccio recreó la escena de un establo, con animales y personas caracterizadas como los pastores, San José, la Virgen y el Niño para meditar, y con él los demás, en el misterio de la encarnación divina. Así mismo, fabricó el primer belén navideño del que se tiene noticia: esculpió un niño Jesús en piedra y lo representó en un pesebre entre un buey y un asno vivos. Este primer belén no se inspiraba sólo en el Evangelio, sino también en los apócrifos, condenados por la iglesia en el siglo IV, como el pseudo-Mateo. Fueron franciscanos y mojas clarisas quienes lo difundieron por toda Italia y la aristocracia lo adoptó como costumbre.

Hay muchas interpretaciones que se han hecho acerca del belén: colocación de la figuras, tamaño de ellas, significado de cada una de ellas, etc. Cada uno tenemos nuestro belén y, cuando lo montamos para estas fechas, lo ponemos de la forma que quede más artística. Algunos autores nos dan una idea de cómo debería montarse un belén para que éste tuviera el verdadero significado evocador de la Navidad.

“El Niño Jesús debe ocupar una situación central; debe ser lo más pequeño posible para figurar en el “Reino de los Cielo semejante a un grano de mostaza” (Mt, 13, 31-32). La Virgen debe ocupar igualmente una situación central, pero en un plano de fondo; ella no debe ocupar en ningún caso una posición simétrica a la de San José, que no es el verdadero padre del Niño Jesús. Contrariamente a la mayoría de las figuraciones vulgares, ella no debe tener una actitud de plegaria o de adoración semejante a la de otros personajes. Debe estar situada detrás de Cristo, pero en la misma situación “axial”, lo que significa que es a la vez Madre de Dios y Esposa del Espíritu Santo. Su actitud debe ser jerárquica, perfectamente impasible, lo cual simboliza su virginidad, su inmaculada concepción, su perfecta sumisión o “pasividad” con respecto al Espíritu Santo”. (Abbe Hénri Stephane, “El simbolismo del belén”, 2002)

Abbe Hénri Stephane continúa en el mismo artículo: “ … El buey y el asno representan respectivamente el mundo celestial y el mundo infernal. Podemos entonces preguntarnos por qué este último es admitido en el nacimiento de Jesús; la explicación se encuentra claramente indicada en la Epístola a los Filipenses (II, 10), donde San Pablo declara “ … a fin de que en el Nombre de Jesús, toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra, en los infiernos … “, texto que se refiere tanto al nacimiento de Cristo en el mundo como a la invocación del Nombre de Jesús.

San José debe figurar al lado de la Virgen, pero no en el eje indicado anteriormente, y, puesto que es el símbolo del Maestro Invisible, debe estar en actitud puramente pasiva, de manera que no obstaculice la acción del Espíritu. El buey y el asno deben colocarse a la derecha (lado diestro) y a la izquierda (lado siniestro) del Niño Jesús.

Los Reyes Magos, en el belén, representan el carácter aristocrático que los distingue de la plebe, representada por los pastores. Se deben colocar frente al Niño Jesús, mientras que los pastores pueden ser dispuestos en semicírculo alrededor de los Reyes Magos.

El “renacimiento espiritual”, alusión a la Navidad como renacimiento o renovación, debe realizarse durante la “noche”; es por eso que tiene lugar en la “gruta” a “medianoche” y en el “solsticio de invierno”, fecha de la Navidad. La gruta no es de ningún modo una pobre chabola con un techo de paja. Su simbolismo se refiere a la Caverna, con forma hemisférica (propiamente un cuarto de esfera); el interior debe ser sombrío, iluminado solamente por la Estrella, símbolo de la Luz divina, pudiéndose ésta colocar encima de la Caverna. El pesebre donde reposa el Niño Jesús puede tener forma hemisférica complementaria a la de la Caverna”.

Quizás sea la figura de José la que más haya cambiado con el paso del tiempo. Primitivamente era representado como un hombre joven, fuerte y sin barba. Con el culto a María, su figura se fue postergando y se le hizo envejecer con el fin de que no ofreciera ni obstáculo no sospecha a la virginidad de María, siendo ya nulo su vigor.

Posteriormente se añadió el gallo como ave anunciadora del advenimiento de Cristo a todas las criaturas.
Las siguiente fotos muestran diversas escenas de un belén napolitano:

Carlos III trajo esta moda a España desde Nápoles, siendo famoso el Belén del Príncipe. Fue en el siglo XVIII cuando se popularizaron en España.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

NAVIDAD II

Origen

Son antecedentes de esta celebración las principales festividades dedicadas a los dioses solares. Todas las culturas de la antigüedad pasaron a identificar a su dios principal o algunos de los más importantes de su panteón, con el dios Sol y, en lógica consecuencia, situaron la conmemoración y festejo de su advenimiento alrededor del prodigioso evento cósmico que representaba el solsticio de invierno cada 21-22 de diciembre.

El primer lugar donde se menciona la fecha del nacimiento de Jesús es en Egipto, concretamente en Alejandría, cerca del año 200 de nuestra era, cuando Clemente de Alejandría indica que ciertos teólogos egipcios “muy curiosos” asignan, no sólo el año, sino también el día real del nacimiento de Cristo como 25 pachon (20 de mayo) en el vigésimo octavo año de Augusto. Desde 221, en la obra Chronographiai, Sexto Julio Africano popularizó el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento de Jesús. Para la época del Concilio de Nicea, en 325, la Iglesia de Alejandría ya había fijado el Dies Nativitatis et Epifanieae. El papa Julio I pidió en el año 350 que el nacimiento de Cristo fuera celebrado el 25 de diciembre, lo cual fue decretado por el papa Liberio en el año 354 (aparece por primera vez en el calendario de Filocalus). Fue también durante el mandato del papa Liberio (352-366) cuando se tomó como fecha inmutable la noche del 24 al 25 de diciembre, día en que muchos pueblos festejaban la llegada del solsticio hiemal. La primera mención de un banquete de Navidad en tal fecha en Constantinopla, data del año 379, bajo Gregorio Nacianceno. La fiesta fue introducida en Antioquia hacia el 380 por Juan Crisóstomo, quien impulsó a la comunidad a unir la celebración del nacimiento de Cristo con el 25 diciembre. En Jerusalén, Egeria, en el siglo IV, se atestiguó el banquete de la presentación, cuarenta días después del 6 de enero, el 15 de febrero, que debe haber sido la fecha de celebración del nacimiento. El banquete de diciembre alcanzó Egipto en el siglo V.

La Navidad de Cristo fue fijada por la iglesia en el solsticio hiemal para borrar el rastro de las fiestas que celebraban el nacimiento del sol o los ritos de origen egipcio y persa que tenían lugar el 25 de diciembre con motivo del nacimiento de sus respectivos dioses Osiris y Horus, y Mitra; también los dioses griegos Apolo y Dionisios y sus adaptaciones romanas Febo y Baco, eran también veneradas en el solsticio de invierno.

Los antiguos creyeron que el mejor día para celebrar el nacimiento de Jesús era precisamente aquel en el que la luz diurna comenzaba a ganar terreno a la noche, lo que se consideraba el momento del nacimiento o renacimiento del sol. De ahí en adelante, con días cada vez más largos y noches más cortas, hasta el solsticio de verano, entre el 21 y 22 de junio (la noche de San Juan, también precristiana, señala ese hito), la naturaleza se va vigorizando conforme crecen la luz y el calor sobre el suelo.

El evangelio de Lucas dice que Juan era 6 meses mayor que Jesús; si Jesús nació el 24 de diciembre, Juan tendría que nacer el 24 de junio, 6 meses antes que su primo. Ambas fechas coinciden con los equinoccios de invierno y verano.

Con errores pequeños de cálculo, dedujeron que el 24 de diciembre era el día solar más corto del año; justo a partir de esas fechas, las noches eran más cortas y los días más largos. Esa jornada era, en resumidas cuentas, la que representaba la victoria de la luz sobre las tinieblas, del día sobre la noche, del Sol sobre la Luna. Aquella celebración la llamaron Sol Invictus.

El Dies Natalis Solis Invicti era la fiesta del solsticio de invierno. Recordaba a Mitra, Baco, Adonis, Horus, Osiris, Júpiter, Hércules y Tammuz, hijo de Nimrod, que habían nacido en la misma época invernal. De ahí surgió la idea de unir el nacimiento de estos dioses con el de Jesús. Esta fiesta, junto con otras, eran las más viles, inmorales y degeneradas que tanto desprestigiaron a Roma. Este Dies Natalis se refería al día del bautismo de los conversos a la fe de Cristo y no al nacimiento de Jesús. Se refieren a la muerte, a la vida vieja y el nacimiento para la eternidad.

Diferentes cultos ya habían elegido la fecha del 24 de diciembre. Las Saturnalias romanas en honor al dios Saturno, dios de la agricultura y plantador de vides, que se celebraban entre el 17 de diciembre y el 24 de diciembre; el día 25 se celebraba el nacimiento del dios Sol. Durante su celebración, los romanos posponían todos los negocios y guerras, había intercambio de regalos y liberaban temporalmente a sus esclavos. Era el acontecimiento social principal durante el Imperio Romano.

Al mismo tiempo, se celebraba en el norte de Europa una fiesta de invierno similar, conocida como Yule, en la que se quemaban grandes troncos adornados con ramas y cintas en honor de los dioses para conseguir que el sol brillara con más fuerza.

Fue el cristianismo el que la adoptó para sí tras la decisión tomada por 318 obispos reunidos en el Concilio de Nicea en el año 325, declarando la fecha del nacimiento de Jesús en el solsticio de invierno, es decir, el 25 de diciembre, coincidiendo con el nacimiento de diversas deidades romanas y germánicas. Al estar constituida como festividad pagana, resultó mucho más fácil infiltrar la celebración en todos los habitantes del Imperio.

El Papa Juan I (523-526) encargó a Dionysius Exiguus (Dionisio el pequeño) que calculara la fecha exacta. Dionisio concluyó que la Encarnación había sido el 754 de la fundación de Roma (el calendario romano se basaba en los años transcurridos “Ad urbe condita” o desde la fundación de Roma), el día 25 de marzo; 9 meses después, el 25 de diciembre, el nacimiento de Jesús. Los cálculos de Dionisio fueron erróneos, ya que, entre otros errores, se olvidó totalmente del año 0: saltaba directamente desde un año antes de Cristo a un año después de Cristo. Además, no tuvo en cuenta los años que Cesar Augusto gobernó bajo su nombre propio, “Octavio”, que fueron 4 años.

La navidad entró en la edad media con estatus de ser la única celebración eclesiástica con fecha precisa. Esto la convirtió en una referencia de suma relevancia no sólo en el ámbito religioso, sino también en el social y administrativo (la mayoría de los días señalados como ferias, mercados, coronación de reyes, pagos de rentas, ordenación de caballeros, se correspondían o tomaban como orientación las festividades religiosas).

Originalmente, los cristianos celebraban el Shabat de los judíos, el sábado, pero Constantino lo modificó para que coincidiera con el día de veneración pagana al sol: el domingo (sunday, en inglés).

miércoles, 23 de diciembre de 2009

NAVIDAD I

La Navidad es fruto de un proceso milenario que se pierde en la noche de los tiempos. Después de la Pascua de Resurrección, es la fiesta más importante del año eclesiástico.

Navidad proviene de “natividad” que viene del latín Nativitatem (Nativitas) que significa nacimiento y el mundo cristiano la aplica propiamente al nacimiento de Jesús de Nazaret, Jesucristo. Los angloparlantes utilizan el término Christmas, cuyo significado es “misa (mass) de Cristo”. En algunas lenguas germánicas, como el alemán, la fiesta se denomina Weihnachten, que significa “noche de bendición”. El nacimiento de Jesús que relata Mateo en su evangelio es el corazón de este ciclo festivo que, además, se celebra coincidiendo con el solsticio de invierno, que se extiende desde el 25 de diciembre hasta el 5-6 de enero, con la Adoración de los Magos (Epifanía) que cierra este ciclo.

Los símbolos de la Navidad evocan la idea de nacimiento y renacimiento del Sol, que muere con el día más corto del año para volver a renovar el ciclo. El sol nuevo era motivo de esperanza: la tierra se iría liberando paulatinamente de la infertilidad del invierno, para dar paso a las actividades agrícolas, a la era del trabajo y la fecundidad; en definitiva, a la posibilidad de sobrevivir. Para agradecer y estimular la regeneración del ciclo estacional se formaban grandes hogueras alrededor de las cuales se comía, bebía, cantaba y bailaba. Las fiestas que honraban este acontecimiento en la antigüedad se caracterizaban por su alegría.

Realmente, la Navidad no es una enseñanza bíblica porque, en la Biblia, no se encuentra nada relacionado con la celebración de la Navidad. Ni Pedro, ni Juan, ni ningún otro apóstol hacen mención a la Navidad como fiesta, por lo que se entiende que no la celebraron, ya que los primeros cristianos nunca celebraban un cumpleaños. En ninguno de los evangelios, Dios hace mención a que sus hijos celebren su cumpleaños. Los verdaderos cristianos sabían que ésta era una costumbre que observaban los paganos y ellos nunca celebraron sus cumpleaños. Por ello, con la instauración de la Navidad, también comenzó la celebración de los cumpleaños en occidente. En el siglo II de nuestra era (100 años después del nacimiento), los cristianos celebraban la Pascua de Resurrección y algunas otras festividades, pero nunca el nacimiento, ya que lo consideraban como una fecha irrelevante y desconocían absolutamente cuando podía haber acaecido.

Acerca del nacimiento real de Jesús, los relatos evangélicos (Lucas 2, 8-19) explican que los pastores se encontraban cuidando el rebaño de sus ovejas al aire libre y que el cielo estaba lleno de estrellas (poco probable que esto hubiera ocurrido en invierno en el hemisferio norte), algo que en Palestina sólo ocurre entre los meses de mayo y septiembre, especialmente en la vera del río Jordán, que se encuentra en las proximidades del Belén, Betania y Jericó, ubicaciones que pueden situarse en las proximidades del verdadero lugar de nacimiento. Por lo tanto, todo hace pensar que Jesús nació en algún momento del verano. La mayor parte de los estudiosos apuesta por el mes de agosto, fecha en la que no pocos cultos heterodoxos y revisionistas del cristianismo tradicional prefieren celebrar la Navidad. Tampoco está claro que el alumbramiento fuera a medianoche. Mismos obispos del Concilio de Nicea lo asimilaron con el culto mitráico (dios Mitra), que también se celebraba a medianoche.

Fechas que se suponían el nacimiento de Jesús: 20 de mayo; 28 de marzo; 19 ó 20 de abril y el 6 de enero. La iglesia armenia fechó el nacimiento de Jesús el día 6 de enero, así como la iglesia ortodoxa que en la actualidad sigue manteniendo esa misma fecha del 6 de enero, ya que ambas iglesias no aceptaron la reforma hecha al calendario juliano para pasar a nuestro calendario actual, llamado gregoriano, del nombre de su reformador, Gregorio XIII; otras iglesias orientales, egipcios, griegos y etíopes propusieron la fecha del 8 de enero. Para las iglesias orientales, la Epifanía es más importante que la Navidad, ya que es ese día cuando se da a conocer al mundo a Jesús en la persona de los extranjeros.

La Navidad no figuraba entre las fiestas de la iglesia antes del siglo V.