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martes, 22 de agosto de 2023

LA NUEVA FORMA DE CIVILIZAR

 

          Decía un Premio Nobel de Economía que "... civilizar era crear necesidades". Sin embargo, aunque sólo se lo concedieron de economía, también se lo tendrían que haber dado por psicología, antropología, astrología y adivinación. No tenía ni idea de lo premonitorias que serían sus palabras hoy día, ya que, por entonces, la telefonía móvil y sus correspondientes terminales eran casi de uso exclusivo por gente exclusiva, nada que ver con lo que hay en la actualidad.

          Observando a la gente que camina por la calle, los grupos de chicos y chicas, consultas médicas, reuniones terraciles, paradas de semáforos, tanto de peatones como de vehículos ..., todos van mirando un teléfono móvil, todos van absortos en una pantalla, ninguno sabe lo que hay delante, detrás o a ambos lados, nadie habla con nadie, pero todos dialogan con una artilugio tecnológico que los ha esclavizado, que los ha sumido en la peor enfermedad que puede padecer el ser humano: la comodidad; viven presos de su propia zona de confort, lo realmente importante para ellos. No importa que el semáforo haya cambiado al color de la esperanza. No hay nada más esperanzador y placentero que lo que tienen delante de sus ojos. Para ellos no existe guerra, inflacción, incrementos de precios, recortes de libertades, problemas de vivienda, populismo feroz; nada de todo esto existe. Su pantalla es todo lo que existe para ellos. Pero, tal y como ya se auguraba en el pasado (¿cualquier tiempo pasado fue mejor?), esa comodidad enfermiza, virtual y tecnológica tendría sus consecuencias nefastas, terribles y horribles.

          Un centro médico ya ha creado un departamento específico para comenzar a tratar los primeros pacientes "cómodos" adictos al teléfono móvil (era cuestión de tiempo; vendrán multitud más de estos departamentos), lo que indica que se considera una adicción más del tipo del alcoholismo, tabaquismo, ludopatía, cleptomanía y tantas otras que necesitan de personal médico especializado para curarse de ellas. Sin embargo, estos departamentos médicos no podrán curar a estos pacientes de una total despersonalización en todas las áreas y facetas de su vida íntima, del populismo exacerbado en el que han caído, del adoctrinamiento del que han sido objeto, de la falta de pensamiento crítico necesario para poder desenvolverse en la vida con cierta normalidad, de tener conciencia clara de todo lo que les rodea y de todo lo que realmente está sucediendo en la sociedad en la que se supone que deberían vivir, de los problemas que tienen a su alrededor y que les impedirán conseguir, ahora sí, cualquier meta en un futuro. 

jueves, 23 de agosto de 2018

PATÁ EN LAS QUIJÁS (XIII)



          … a los que fomentan, alientan, ejecutan y se alardean de terminar las noches de los sábados a las 12 de la mañana del domingo.



         No se le puede considerar una nueva moda o moda millenians, ya que este tipo de ocio adolescente, juvenil, incluso adultil se viene desarrollando desde haces más de una década; no hay más que echar la vista atrás y recordar las discotecas específicas de la música “bakalao”, cuando los bakaladeros ingresaban en ellas un viernes por la noche y eran dados de alta el domingo siguiente por la mañana. Al llegar a casa, dormitaban el resto del  domingo. Cuando, si acaso, se despertaban para ir la baño y expulsar litros de alcohol, se inflaban a llorar porque al día siguiente era lunes. De esta forma, perdían un día a la semana durmiendo y llorando. ¡Lo que se dice vivir la vida y pasárselo bien!

         Aunque ahora la moda bakaladera ha desaparecido, aún se mantiene la moda nocturna o “after”, como se la denomina en la actualidad.  Da igual el tipo de música que pueda oírse (no escucharse, que no es lo mismo). Da igual que se esté bien o mal. Da igual que se esté cansado o  no. Da igual que se tenga sueño o no. Todo da igual. Pero lo que no da igual es irse a su casa antes de las diez o doce de la mañana del domingo. Todo aquel que lo haga antes de esa hora será tratado como se merece: cagao, mal amigo, amargao, aburrio, gallina, parao y demás calificativos apropiados para tal afrenta al resto de la manada.

         Una vez cumplido el pertinente trámite nocturno, llegados a casa, pasan directamente a su cubiculum para disfrutar del resto del domingo durmiendo y saliendo al baño, tal y como se hacía antiguamente, hace una década, lo que demuestra lo que ha cambiado y avanzado la sociedad en el modo y manera de disfrutar los fines de semana, sobre todo el domingo.

         Atrás quedaron aquellos domingos de paseos matutinos postmisales con amigos, amigas, novios y novias (no se vaya a enfadar algún aburrio en otro sentido) clausurados con unas cervezas en el bar de la plaza antes de la comida dominical. Las tardes eran igualmente paseables con los mismos protagonistas, además de con un transistor con pinganillo en la oreja como invitado de honor en la reunión para informarnos de lo que ocurría en los terrenos de juego de toda España. Sentada nocturna en el mismo bar de la plaza con colación incluida, pudiendo ser sustituida algunos domingos por quedada en casa de alguien dispuesto a ofrecer su morada para marcarnos un baile popular con dornillo de limoná con algo de canela por aquello del estamos tan agustillo. Recogida pronto a casa para empezar la semana con fuerza y alegría. ¡Vamos, como ahora!

         Como esta nueva generación, y venideras, no se dejan aconsejar porque lo saben todo (eso es lo que ellos se creen; saben lo que es interesa cuando se lo dice el móvil al que le preguntan), hacen oídos sordos (tampoco escuchan, que no es lo mismo oír que escuchar) a cualquier consejo que venga de fuera de su manada y que contravenga la sagrada regla hebdomadaria de llegar a casa a las diez de la mañana los domingos. Son conscientemente inconscientes de lo que están haciendo. Son inconscientemente inconscientes de que están perdiendo un día a la semana; que comienzan la semana de forma fraudulenta; que están perdiendo días de vida, y, lo que es peor de todo, están perdiendo salud, salud que tarde o temprano les va hacer falta el día menos pensado. Entonces vendrá el llanto y crujir de dientes, el arrepentimiento interno (jamás externo eso es de gallinas y perdedores), las preguntas incontestables del por qué y del cómo. Pero nadie alzará la voz contra esas preguntas. No quieren ser rechazados una vez más a la hora de explicar las consecuencias de tal moda. Antes no se admitían consejos, ahora no se quieren dar aunque se pidan por la gracia de Dios. Si no se quería oír ni escuchar, ahora no es tiempo de hablar y preguntar. Eso era lo que se quería y eso es lo que se tiene.

         Por todo ello, estás patás en las quijás van para todos aquellos que se declaran búhos, aves nocturnas que, al contrario que los búhos, noven en la oscuridad por mucha luz que haya donde estén amelgados. (¡Pobre gente!)



viernes, 12 de agosto de 2016

DON INO Y LOS "MOLONES"

          
          Eso de las modas y los cambios de costumbres siempre ha existido. Y en mis tiempos, los padres se enfadaban con sus hijos sobre las nuevas formas de vida que éstos iban adquiriendo. El enfado de los padres no era tanto por el nuevo estilo de vida adoptado por sus vástagos, sino por no continuar con lo ya establecido, con la costumbre, con la tradición. La nueva vida del hijo no era por llevar la contraria a los padres, sino como forma de reivindicarse en el mundo, en la vida, como un llamar a la puerta del avance y del progreso, siendo unas veces conscientes y otras inconscientes de lo que podía acarrear lo nuevo por establecer, y el poco conocimiento o el mal uso de las palabras avance y progreso, la mayoría de las veces prostituidas para ocultar la verdadera realidad: querer hacer lo que venga en gana el día que venga en gana, a la hora que venga en gana.

         A la par de la existencia de modas y cambios de costumbres, también ha existido siempre, y asociados a esos cambios, el borreguismo, la magnificencia de lo conseguido, y el enfrentamiento y la rotura de relaciones con todo aquel que le intente discutir su nueva cultura y forma de vida. El “conmigo o contra mí” se convierte en la mayoría de las ocasiones en el lema que agita su bandera, bandera que como todas las anteriores, las presentes y las venideras acabará desfilachada, rota y menguada en forma y tamaño de tanta agitación, y tanto ondeaje al viento. Eso es lo que quizás ellos no saben o lo ocultan si lo saben, lo que es aún peor y más peligroso, porque lo que hacen y cómo lo hacen lo hacen a conciencia y con un determinado fin oculto, casi siempre enfocado en el prójimo, y si es el más débil, mejor, más fácil es todo.

         Pero mientras que en mis tiempos y años posteriores, muy posteriores, esos cambios sociales juveniles y no tan juveniles se producían más o menos separadas en el tiempo, en la actualidad los cambios son más veloces, más rápidos, no dando tiempo a adaptarse a una moda cuando ésta desaparece de la noche a la mañana, y de la mañana a la noche aparece otra nueva.

         El motivo es bien fácil de adivinar: los creadores de las modas y sus pseudoseguidores quieren la exclusividad, quieren darse a conocer como una minoría vanguardista, rompedora, salvadora, respetuosa con los animales (ver la violencia literariamente hablando de los antitaurinos), deportistas, poco consumistas, ecológicos. En el momento que el borreguismo ensalza y comienza a agitar su nueva bandera, dicha cultura o moda desaparece para iniciar la andadura una nueva contracultura con el mismo fin que la anterior, y por supuesto que la venidera: tratar de vender cosas y molar, a la par que llamar la atención con un buen número de imbecilidades y escándalos con el único objeto de mantenerse en la palestra. Si no ha quien les diga lo guapos y molones que son, comienzan a incendiar las redes sociales contra todo aquel que no participa de sus estupideces, y cuando comienzan a darse cuenta que lo que querían hacer (si es que querían hacer algo de verdad válido) no iba a cambiar el mundo y tratar de adaptarse a sus gustos, desaparecen de la escena social y aparecen al cabo de un ratito con otro surtido de imbecilidades y estupideces muy cercanas y similares a las dejadas por sus antecesores (que en realidad son los mismos, ya que en vez de llevar pantalón de campana lo llevan de pitillo. Hay que ver lo puesto que estoy en esto para ser un cura de los siglos XIX y XX). Y es que para ellos, todo lo masivo no significa nada y tienen que sacar e inventar una nueva y absurda etiqueta social para poder soportar mejor la estupidez humana, basada, como no, en el vanaglorismo y en el miramiento de ombligo.



         Con la cantidad de vocaciones sacerdotales que había en mis tiempos, ¿os imagináis que cada poco tiempo comenzáramos un grupo de curas a tratar de cambiar la liturgia de la misa? ¿Os imagináis una misa oficiada por una caterva de estos gafapastosos? Veamos: en vez de utilizar agua y vina en la consagración, utilizarían un gin-tonic con bolitas negras parecidas a cagarrutas de oveja; en vez de una oblea de pan, utilizarían pan de pueblo con una corteza de dos centímetros de gorda, por lo artesanal y fermentación casera, lo que obligaría a sacerdotes de cierta edad a llevarse a la misa un mortero para machacar la corteza del pan para poder tragárselo en vista de las poquísimas piezas dentales de que dispone para atacar semejante lancha de pan; en vez de darnos la mano en la paz, se inventarían un saludo estilo afroamericano que los feligreses deberían ensayar media hora antes del comienzo de la misa debido a la complejidad del mismo, pero santo y seña oficial de dicha congragación; en vez de rezar el Padrenuestro cogidos de la mano, realizarían la ola, lo que añadiría un plus de calidad al oficio debido a su compenetración con el deporte, aunque con la edad media de los feligreses, … no sé yo; y ya en la comunión en vez de dar al feligrés que así lo desee una hostia consagrada, le darían una rosquilla de San Isidro o una caridad de San Antón, con el agravante de que, obviamente, los feligreses comulgados no podría tragarse así como así, teniendo que dar tiempo para su masticación y quitada de hipo posterior, entrando en este punto de la misa un nuevo elemento muy nuestro: el vasillo de “limoná”, para tratar de acelerar la quitadura de hipo y de paso fomentar la gastronomía de la zona, valor añadido tanto para la misa como el fomento del turismo en la zona. ¡Tope la misa!

         Si todo esto os ha parecido una soberana idiotez (que lo es, sin parecer ni nada) y lo trasladamos al día a día, nos daríamos cuenta de la cantidad de imbecilidades que tratar de meternos por los ojos y por la boca, además de por otros sitios, tratándonos de convencer que eso es lo que de verdad vale, lo que debe ser, lo que debemos hacer y seguir para estar en la onda y, cómo no, en la cresta de la ola. No hay día que pase sin que aparezca un nuevo producto, un nuevo complemento, un nuevo alimento, un nuevo estudio dirigido sobre tal o cual cosa que avale el nuevo estilo social estúpido impuesto. Hay mucho y muy variado, pero trataré de citar sólo algunos, quizás los más llamativos o los que más a mano nos pueden quedar a nosotros, los “normales”, los “anti”, los “criticaores”, “carcas” y “pasados de moda”.

-      Cerveza artesanal: esta mezcla de jarabe para la tos, agua oxigenada y alcohol de noventa y seis a partes iguales, con una graduación alcohólica superior en algunos casos a los siete grados, está subiendo como la espuma (no la de la cerveza) Son incontables las marcas de cervezas artesanales que están surgiendo. Parece como si cada uno de estos visionarios tuviera un alambique o una destiladora en su casa. Eso sí, ninguno siembra o cosecha su “cebá”; eso es para otros, suyo es el trabajo artesanal y la comercialización y convencimiento borreguil. Lo de ir de cañas con este tipo de cervezas puede ser lo más parecido a una quedada para zampar potitos aguados pero con mucho alcohol. La anunciada castaña futura es cuestión del número de “cucharás” de potitos.


-      Café de color azul: es el tope de la gama de imbecilidades, estupideces e idioteces. Se la denomina blue latte, y se vende por el pírico precio de ocho euracos (no sé si el trago o la taza tipo café solo negro). Su alto valor nutricionista es que es antioxidante, de lo que se infiere que este potingue no está fabricado con agua, porque si hay algo que oxide más que el agua que me lo digan. Dicen que es muy saludable y que está cien por cien libre de materia animal, lo que no acabo de entender, ya que el café no es producto animal, a no ser que se refieran al borrico usado por Juan Valdés cuando baja el café de las montañas colombianas camino al “tostaero”, o se refieran al mismo Juan Valdés, animal también él pero de otro estilo. En fin, a ocho euros la tirada, los fabricantes de Lexatín están que les topa la ropa al cuerpo, por la caída de ventas.


-      Bicicletas viejas para no montar: como estas tribus (no sé si urbanas o no) no utilizan el transporte público (apoyando lo nuestro que se llama), utilizan la tracción animal, es decir, la suya, y prefieren, entre otros transportes, la bicicleta, aunque en muchos casos, o mejor dicho, en la mayoría, no van subidos en ella, sino empujándola, signo y símbolo de la confraternización entre hombre y máquina. Pero antes de esa ceremonia, la máquina ha sido repintada con colores chillones estilo Titanlux a brocha y papal recogegotas, por si alguna vez les da por madrugar para pasear por en mitad el campo y ofrecer un colorido campestre rompedor, muy lejos del mimetismo de la fauna autóctona lo habita, pero esa es la única forma que alguien pueda reparar en ellos, aunque sólo sea para soltar una borriquería verbal muy propia y adecuada a la situación. Siempre les quedará la opción, en el piso de treinta metros cuadrados, de colgarlas en el techo y llenarlas con macetitas de cactus y bonsáis atados con bridas de electricista, aunque esto último no sea una buena idea, ya que, con el tiempo, una bolsa de bridas para un electricista profesional puede llegar a costar cinco euros por brida, con el consiguiente incremento en las instalaciones eléctricas. Para que luego digan que no convierten en oro todo lo que tocan.

Foto de Sanz J Danilo

-      Batidos de frutas y verduras (smoothies para los amigos): todo molón barbudo y gafapastoso debe tomar un batido de frutas (solo) o verduras (solo) o un potingue de ambos, si es verdad que se considera un rompedor y un amante de la comida vegana (¿vegetariano de “toa la vida”?), probiótica (seguro que casi ninguno sabe qué es eso), proteínica (ver anterior paréntesis) y protectora y preservadora del medio ambiente, aunque esto último solo puede ser cierto a medias. Después de tomar uno de esos mejunjes, esta tribu nota como poco a poco van sintiéndose mejor, sobre todo de un día para otro, cuando la papilla alimentaria comience a hacer su efecto y se pasen toda la noche dándole voces al señor Roca sin posibilidad de un alivio “levantaor”, aunque sólo ser para estirar las piernas. Como no pueden reconocer la “tontá” que han hecho, siempre les quedarán consecuencias buenas conseguidas con el brebaje, como lo “limpicos” que se van a quedar y su iniciación a la literatura en la biblioteca del pobre, comenzando, eso sí, con algo fácil y sencillito: Ulises de James Joyce. Sobre la cuarta página, con permiso duodenal, van a su mesita de noche para coger uno de sus libros de cabecera, Fray Perico y su borrico, de Juan Muñoz Martín que, para autoconvencerse de nuevo, dicen que lo leen y memorizan para cuando les cuenten cuentos a sus hijos. Más cuentistas no pueden ser. Tope.


-      Pan artesano o pan moreno: como ya dije cuando auguré una misa hípster y molona, el pan de estos contraculturas es un pan con un cortezón de tres o más centímetros de grosor, conseguida con una fermentación natural y una cocción lenta. Esto hace que el pan pueda durar algo más de un día, muy lejos del tiempo que dura una barra caliente de los establecimientos pret-a-porte orientales que hay cada dos puertas en cualquier ciudad o pueblo más o menos grande que se precie. Eso sí, el precio de esta maravilla incorruptible y fibrosa puede rondar los nueve euracos el kilo, lo que hace que no pongamos cara de extrañeza cuando en un establecimiento hostelero nos cobren diez euros por un montadito de tortilla francesa sin más más; el pan es artesanal, suele ser la justificación. Si a eso le añadimos que los huevos son ecológicos (¿o lo son las gallinas?) y proteínicos, lo que favorece una alimentación macrobiótica y ortoréxica (que tanto ellos como  yo no sabemos qué significa ese tipo de alimentación aunque mucho me temo que es una alimentación de “toa la vida” cambiada de nombre, muy de estos molones para vender y, sobre todo, encarecer productos), los diez euros del “montao” se nos hacen baratos y dejamos cincuenta céntimos de propina balbuceando algo sobre su uso en una barbería, síntoma del cabreo que llevamos por ser víctimas de otra estafa legar a la que nos abocan estos molones. Como el pan, dicen, puede durar más de un día, decidimos comernos el “montao” a trocitos pequeñitos tipo miguitas de Pulgarcito durante las cinco comidas que recomienda la OMS para darle coba a los diez con cincuenta euros del manjar, acordándonos siempre de nuestra gloriosa barra de Viena con trozos de magras dentro, sólo para merendar. Han vuelto a convertir en oro (o en miseria, según para quién) todo lo que tocan.


-      Canastas de frutas (madera de palés para ser más exactos y llamarle al pan, pan y al vino, vino): en otro intento de llamar la atención, tanto por la “tontá” como por el engaño, estos urbanitas molones han puesto de moda las canastas de madera de frutas y los complementos de interior fabricados con madera de palés. No hay casa molona ni café clónico, restaurante o establecimiento regentado por esta gente que no tenga mesas, estanterías, maceteros, armarios (empotrados y sin empotrar), sillas, etc., etc., fabricados con esa madera. Ellos dicen que son complementos ecológicos, que es madera reciclada, cuando lo cierto y verdad es que es madera rutilantemente nueva de puro pino gallego, llegando a hablar diversas federaciones regionales y nacionales de la madera de una “maderización”, o sea, una tendencia nueva en los envases con el fin de imitar la madera o realizarlos con madera. Y si fuera el Amazonas me pondría a temblar pensando en el estropicio que me harían estos molones madereros en los próximos años. Por cierto, ¿habrán oído hablar estos listos de la carcoma? Lo mismo la cocinan a fuego lento después de criarla en su casa pensando que también es comida ecológica.


-      Obsolescencia de Ortega y Gasset: aquello se “yo soy yo y mis circunstancias” que decía esta buen José lo han asimilado, abanderando y prostituido de tal forma que todo lo demás se lo pasan por el arco de sus piernas con galibo bajo con el fin que roce donde debe rozar. Ellos son ellos, y no los demás, o como los demás, y para conseguirlo y tratar de diferenciarse del resto de los “normales” han cambiado de nombre a todo aquello que les ha parecido bien, mejor dicho, más que cambiar de nombre lo han inglesizado, por no decir idiotizado. Ahora no hay compradores con personalidad comprando lo que desean, sino “Personal Shooper”, que no es lo mismo; ellos son una cosa y nosotros otra, pero sigue sin ser lo mismo. Ellos utilizan la técnica del Mindfulness para trabajar; nosotros, cuando trabajamos, prestamos atención plena en cada momento en lo que estamos haciendo, aunque no entiendo muy bien donde está la diferencia de unos y de otros, ¿quizás en que nosotros no tenemos tantos pájaros en la cabeza cuando trabajamos?. Ellos tienen “coachs” para todo y consultan con “influencers”; nosotros nos las apañamos como podemos y aprendemos todos los días del día a día, nuestros éxitos y nuestros fracasos son nuestros y de nadie más, como nuestras alegrías y nuestras penas. Eso sí, somos y seremos siempre mucho más libres y personales, sin “coachs” ni “influencers”. Ellos miran al adelgazamiento para obtener un cuerpo que cumpla con sus cánones establecidos. Para ello utilizan el “running”, el “crossfit”, el “fitness”, el yoga, la terapia dietox, comen “clean food” y no comen “bad food” y obtienen el estado “wellness” después de intentos y más intentos sin conseguirlo, pero diciendo y vanagloriándose de ello en los círculos adecuados y molones. Nosotros seguimos comiendo turrón y polvorones en verano, comemos “cascamonos” de primer plato y una sarta de chorizos y morcillas secados encima de la leñera como segundo plato. El postro puede ser pan de Calatrava o media sandía, según si el tiempo acompaña. Luego nos vamos a inflar la rueda de un tractos con una bomba manual (eso sí, la rueda pequeña). Ellos toman quinoa, bayas de Goji, aguacates (guacamole), chía, kale (berzad de “toa la vida”); nosotros tomamos patatas en bicicleta, macarrones con chorizo, migas, gachas, magras, chorizo cabecero, torreznillos de carántula, tiznao, poleo, atascaburras, patatas al montón, cebolla con huevo, perdiz en escabecha, sardinas de cuba, tortas de chicharra, rosquillos fritos, pestiños, roscapiña, torrijas, arrope, y hacemos vinos de pitarra y mistela con mucho clavo (miedo me da pensar cómo y, sobre todo, con qué harían ellos la mistela); vamos menudencias tentempiés para pasar la mañana, … y nosotros tan normales. ¡Mundo cruel!


Estos molones, hípster, yuccies o como se llamen ahora o dentro de un rato, tienen entontecida a media sociedad, sobre todo a la parte más joven de ella. Los están llevando a una sociedad de la excelencia, de ritmos frenéticos, de resultados inmediatos. Les están creando un entramado sociocultural que les construye sus propias subjetividades, eliminando de ellos cualquier resquicio de personalidad, lo que de verdad diferencia a un ser humano de otro. Da pena verlo y mucha rabia decirlo y denunciarlo, pero considero que solo así se puede llegar a cambiar toda la tontunez de la que estamos invadidos.

Muchos de vosotros consideraréis que mi denuncia social es meterme donde no me llaman, que con no hacerles caso es suficiente; que si no me gusta pues no los sigo y que deje vivir a los demás, que cada uno haga lo que quiera. Quizás llevéis razón los que pensáis eso, pero creo que yo también la llevo porque considero que todo tiene un límite, el de cada persona o ser humano, y el tener a alguien constantemente intentando cambiar los límites diciendo a los demás lo que deben y no deban hacer, lo que deben y no deben pensar, lo que deben y no deben comer, lo que deben o no deben beber, lo que deben y no deben pagar, cómo deben y no deben vestir, qué música deben y no deben oír, cómo deben y no deben trabajar, en qué deben y no deben emplearse; en definitiva, qué está bien y qué está mal.

Muy mal vamos si nos dejamos llevar y guiar por todas estas formas. El ser humano tiene, o debe tener, la suficiente personalidad para estar por encima de todo eso, y la suma de todas las personalidades de todo ser humano que forma nuestra sociedad es lo que la hace grande y fuerte. La anulación de la personalidad tiene consecuencias nefastas, terribles y horribles (ver algunos pasajes de la historia reciente de España y Europa y luego me contáis).

Soy (o fui) un “carca” (además de muy viejo y muy antiguo), y lo sé (o lo sabía), pero sé (o supe) lo que soy y siempre he querido (quise) seguir siendo lo que soy; al menos puse todo mi empeño para que nadie me anulase o me quitase mi personalidad. Es (o era) mía, y es lo que me diferencia (o diferenciaba) de los demás seres humanos. Ego sum.


jueves, 7 de mayo de 2015

DON INO Y LA LECTURA


     ¡Hay que ver cómo ha cambiado la vida! Para algunos a mejor, para otros cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero lo cierto y verdad es el vuelco que ha dado. Y eso no es malo; no es más que la consecuencia de la propia evolución del ser humano, la demostración de que está vivo, se mueve, se desarrolla, tiene inquietudes, produce avances, … pero también puede producir retrocesos, como es el caso del que os quiero hablar esta vez.


         Cuando era joven, dos siglos atrás, el analfabetismo de la población en general era un factor común entre ellos. Había muchísimos más analfabetos que gente que supiera leer y escribir. Una de las mayores preocupaciones de una familia con hijos era cómo darles una cultura y una formación, “que no sean como yo”, era la frase recurrente para afianzar el convencimiento de esa necesidad perentoria para sus hijos. Les obligaban a ir a la escuela, aunque fuera nocturna, después de trabajar doce horas en el campo. Los Reyes Magos les traían libros y cuentos; cualquier cosa por enseñarles a leer y a escribir, para darles esa formación y cultura que ellos no tuvieron sobre todo por falta de oportunidades en todos los aspectos.


         Con libros viejísimos, sobaos hasta más no poder, estudiábamos los que teníamos la suerte de hacerlo para conseguir una carrera, como se decía entonces (titulación lo llamáis ahora). Era lo que había, libros que pasaban de generación en generación, formando a multitud de jóvenes con ganas de aprender, de saber, de investigar, de pensar por sí mismos, de tomar decisiones por sí solos, sin ayuda de nadie, lo que se traducía en un cambio social y cultural, un cambio en la vida, provocando un nuevo “¡cómo ha cambiado la vida!”, que a su vez producía otro cambio social y cultural, … y así sucesivamente, hasta nuestros días (los míos terminaron hace muchísimos años).


         Pero, como he dicho antes, lo que debería ser un avance social y cultural, se ha convertido más en un retroceso cultural y social, pero mucho me temo que también personal y humano.


         La avidez de saber y aprender que ha venido caracterizando a la inmensa mayoría de las personas está desapareciendo a un ritmo mucho más acelerado que la que nosotros teníamos por el saber y el aprender. Esa desidia aún tiene más arraigo entre la población joven y adolescente. ¿Quién no ha oído a algún chico o chica de esas edades decir: “¿y para qué vale eso?, ¿y para qué me vale lo otro?”?, muestra inequívoca de no tener ningún interés en aprender. Ese avance tecnológico que tanto mal considero que está haciendo al ser humano (me refiero, como no, al teléfono móvil) les está haciendo polvo, les absorbe totalmente su vida, su tiempo, su sueño, su juventud, su todo. No en vano se dice en la actualidad que esta generación es la que mejor comunicada está, más información de todo tipo tiene a su alcance y peor cultura y más índices de analfabetismo posee. Para que os hagáis una idea, con todo lo que se mueve actualmente y las fuentes de información que hay, podemos llegar a los índices de analfabetismo del siglo pasado. Una pasada, como dicen ellos.



         Muchos de los jóvenes de hoy no saben quién era Mozart, ni Shakespeare, ni Einstein, desconocen el nombre de los premios Nobel españoles en cualquier disciplina, Cervantes y su Quijote los ralla, y la tecnología puntera de los molinos de viento se les escapa a sus entendederas. Sin embargo, no pestañean un segundo cuando tienen que utilizar la prolongación cargada de su cerebro para averiguar cómo se le cambia la pila a un botijo, qué nombre reciben esos caballitos blancos y lanudos que ven comer hierba en el campo cuando viajan para ir a tal o cual concierto, o si tienen que pintar patatas fritas cuando alguien les dice que dibujen un pollo y lo pinten asado, la única manera que los conocen, y lo que es todavía peor, muchos de ellos se vanaglorian de no saberlo, te responden con las preguntas a la que me refería anteriormente, además de magnificar y bendecir su propio analfabetismo. Desprecian la cultura y el saber popular y desconocen la función de un libro y el acto de la lectura. A esta última la odian, por puro desconocimiento, pero odio al fin y al cabo. Están convencidos que el tiempo que dicen perder leyendo un libro lo pueden utilizar para enseñarnos cómo se echa la siesta su perro, el plato de macarrones que van a comer (quizás sea lo más elaborado que sepan cocinar), el papel higiénico usado durante un constipado (por no decir otro uso más “natural”) o cómo se les ha quedado su moto después de limpiarla. Ese tiempo sí que es provechoso para ellos: suben en el ranking de popularidad en tal o cual red social, captan amigos con una facilidad pasmosa y su continua disertación guasapera los señala como un magnífico orador (faltas de ortografía y gramaticales aparte). Eso para ellos sí que tiene valor, sí que les vale para algo; lo otro no, la lectura no, un libro no.


         Un dato más para calibrar por dónde van los tiros: según una encuesta reciente sobre los hábitos de lectura, no sólo un tanto por ciento muy elevado de la población jamás leía un libro, sino que, además, se vanagloriaba de ello. Es tremendo. Sí que ha cambiado la vida, sí.


         Lo que no ha cambiado es la forma de paliar este problemón. La solución es muy fácil pero me temo que va a ser tremendamente costosísima ponerla en práctica: la única forma que hay de adquirir cultura, bien sea popular o académica, es mediante la lectura, la compleja, lenta, libre y solitaria lectura. Pero no la lectura de un libro de instrucciones de tal o cual artilugio tecnológico, sino uno que requiera cierta complejidad mental y ayude a abrir mentes a nuevas opiniones, que ofrezca diversos caminos para optar en libertad la toma de decisiones en la vida. Esa lectura sosegada, solitaria y ensimismada creará una cultura interna sin que se tenga consciencia de ello, cultura que se pondrá de manifiesto cuando tengamos que redactar una carta, realizar una solicitud, un escrito reclamatorio o una tesina en la formación académica, sin hablar de la adquisición imperceptible de normas ortográficas y gramaticales asimiladas durante la lectura.


         Tan importante puede llegar a ser la lectura que incluso hay voces que comienzan a culpar a la falta de información y preparación intelectual las confrontaciones sociales que pudieran generarse a raíz de un posible suceso trágico social, como en su día pudo ser el atentado del 11M en Madrid. Ese día, medio país abogaba por ETA como autor de la masacre, mientras el otro medio culpaba al gobierno del entonces presidente J. M. Aznar por su apoyo a la guerra de Irak. Ninguna de las dos opciones fue la cierta. Lo cierto fue que la sociedad española no se había informado convenientemente sobre el auge del yihadismo en el mundo, incluida España. No leía prensa escrita (recuerdo una vez más que el periódico más leído en España es uno de temática deportiva). No le llamaba la atención lo que ocurría más allá de las fronteras de su propia casa o de la frontera de sus propias entendederas. Cuando la vida les obligó a tomar una decisión por sí misma, a tomar partido por tal o cuál camino o tratar de sacar unas conclusiones propias, todo fue caos y destrucción mental, con tumbos y vaivenes desmesurados que radicalizaron su postura pero sin tener muy claro el por qué de esa alineación. Si esa radicalización se mantiene en el tiempo, un nuevo fratricidio hermanado estaría más que alimentado para desenvolverse por sí mismo. Las consecuencias de ello todos las conocéis (yo desaparecí antes, pero me lo imagino sin querérmelo imaginar). Desde mi postura y mi vejez, siempre he dicho que el analfabetismo produce más daños y muertes que las guerras, ¡que ya es difícil!

     Debemos concienciarnos que la lectura y los libros lo único que nos aportan es bien, bien en muchas y diversas facetas, siempre y cuando los libros escogidos para esa adquisición sean de cierta complejidad y de una temática acorde a la realidad de cada uno; nada de radicalismo ni cualquier otro tema discordante ni ofensivo para la sociedad. La lectura debería convertirse en una obligación más en nuestro quehacer diario. La importancia que ésta tiene en nuestra vida solo se manifiesta cuando nos es necesaria para desarrollarnos convenientemente en la sociedad y en nuestro trabajo. Da mucha pena ver tanto jóvenes ensimismados en su terminal móvil sin ni tan siquiera conocer lo más básico de la cultura y la sociedad, y además ¡sin echarlo de menos! El atraso social y cultural que abanderan puede volverse en su contra y situarlos dos centurias más atrás que lo que les corresponde, casi coetáneos míos en cuánto a analfabetismo se refiere. Los mejores comunicados y los peores formados. Una nueva paradoja de la vida que, considero, tardará mucho tiempo en desaparecer por desgracia, pero que, mucho me temo, tampoco aprenderán de ella, simplemente porque no es eso lo que quieren aprender. Me pregunto seriamente si de verdad quieren aprender algo. La respuesta, una vez más, está en el viento.

viernes, 30 de octubre de 2009

MIEDO, TENGO MIEDO

Unos meses atrás, en uno de esos debates proselitistas que en la actualidad inundan nuestra novísima y estercolera TDT, se hablaba de cuales habían sido las conclusiones más significativas a las que había llegado cada tertuliano en relación con el mayo francés del 68. Uno de ellos dijo que la conclusión a la que él había llegado era que a la juventud se le tenía miedo desde entonces. No viví aquel mayo, pero, a tenor de lo visto, sí creo que es una de las que más vigencia tiene actualmente.

Cuatro décadas han pasado desde entonces y, aunque los jóvenes de ahora no tienen ni zorra idea de aquel mayo del 68, parece que ese espíritu o, mejor, ese miedo que crearon en torno a ellos, sigue vigente y con más fuerza si cabe. No hay más que ver lo que acontece en el día a día.

Disturbios en barrios marginales de Francia hace unos años; protestas antiglobalización donde toque; enfrentamientos sistemáticos y programados contra la policía; botellódromos especiales, consentidos y pagados por los ayuntamientos de los municipios donde se celebran (algunos ayuntamientos pagan la música de los botellódromos); peleas multitudinarias en la calle como este verano en Palma; Pozuelos de Alarcones; macroconciertos en contra o a favor de algo que unos pocos aburríos se inventan con tal de armar gresca; celebraciones de conquistas de títulos por parte del equipo de turno con rotura de mobiliario urbano, asalto a negocios particulares con saqueo incluido y quema de coches particulares.

Éstas son algunas de las muchas actuaciones que han hecho que la sociedad les tenga miedo. Si a ellas añadimos la ley del menor, su peligrosidad y poder quedan más que fortalecidos en la misma medida que a los demás ciudadanos nos coartan nuestra libertad y seguridad y, por qué no, nuestro propio ocio.

Parecerá una estupidez que nuestro ocio pueda depender del miedo a la juventud pero cada vez hay más voces en contra de cómo los ayuntamientos programan los festejos de sus fiestas patronales. Los ciudadanos que tienen entre los 30 y los 55 años ven como cada año, los festejos en los pueden participar van disminuyendo en la misma medida que aumentan los programados para la juventud. Carpas para las peñas o pandillas en las afueras de la localidad, chiringuitos de los jóvenes sin horarios de apertura y cierre y sin control de decibélios, sustitución de festejos taurinos por grandes prixes en plazas de toros donde desfogarse y mostrar sus irresponsabilidades delante de sus coleguis, horarios de actuaciones a partir de las 2:00 de la madrugada (antes no están visibles), desfiles nocturnos, chocolatadas matutinas a una hora prudencial (que la pongan ellos).

A los equipos de gobierno de los ayuntamientos también les ha entrado miedo y hacen lo posible para entretenerlos. Tenerlos recogidos hagan lo que hagan, cueste lo que cueste. Que no protesten. Que no se enfaden cual niño caprichoso y consentido. Que no griten pero que den todo el ruido que quieran. Que no se molesten entre ellos, que estén contentos y graciosillos. Que beban lo que les apetezca a la edad que les apetezca. En definitiva: que no la armen. De esta forma, todos los años, las fiestas patronales son un verdadero éxito, ya que “no ha habido ningún incidente reseñable”, que diría el político de turno. Para conseguirlo, hay muchos ciudadanos que año tras año ven sus posibilidades de ocio mermadas en favor de otros ciudadanos que, por el mero hecho de tenerles miedo, ven aumentadas sus posibilidades de libertinaje y, de paso, reafirmar su poder y su impunidad dentro de la sociedad. A los demás, sólo les queda impotencia, rabia y pocas ganas de pagar impuestos sabiendo para lo que son cuando llega el momento.

sábado, 3 de octubre de 2009

LA MALA EDUCACIÓN

Mucho se habla de las campañas que hace la DGT para evitar accidentes en carretera, pero nada se dice de los accidentes en población. No de los que se producen, sino de los que se podrían producir debido a las escandalosas infracciones de tráfico que hacen determinadas personas con el beneplácito de las fuerzas y cuerpos de seguridad. Son personas que no tienen ninguna educación, que no tienen aprecio a la vida ni a la vida de los demás. No son gente, son gentuza. Aparcan donde les sale del pito, en cualquier esquina, en cualquier calle de doble sentido o sentido único, en avenidas. Aparcan en doble fila para tomarse una caña o comprar tabaco, para sacar una película de un videoclub, para comprar un bote de cerveza en una tienda de chinos, para rebuznar con sus amigotes. Impiden la circulación de camiones, camionetas, ambulancias, autobuses urbanos, de personas por las aceras, de carritos de bebés, de personas minusválidas. Van a toda hostia por las calles, sin respetar los pasos de cebra (bienaventurados los que crean en los pasos de cebra porque ellos verán a Dios). Son auténticos terroristas callejeros, bombas rodantes, francotiradores sin cojones para dar la cara y responder de sus actos.

Sí que es verdad que lo hacen porque pueden, porque se lo permiten quienes debían impedirlo, que, dicho sea de paso, tienen tanta culpa o más que la propia gentuza infractora.

Pero hay algo aún más fuerte que las autoridades que les tendría que impedir actuar así. Me refiero a la educación. No a la educación vial que algunas asociaciones se empeñan en querer introducir en el currículo escolar con el perjuicio de las demás asignaturas fundamentales, sino a la educación a secas, a la que deberían haber mamado de la teta materna en vez de mamar cucharaditas de anís para los gases. La educación no se puede enseñar en ninguna otra parte que no sea en la propia familia. Esta educación debería servir para poder acceder a los servicios que la vida y la sociedad nos permite tener, entre los que se encuentra el carnet de conducir. Quien no la tuviera, no tendría lo que añora o lo que le corresponde.

La DGT debería enfocar sus campañas en la educación. Cuando examine del carnet de conducir a los futuros conductores, debería de hacer una prueba de educación y quien no la pasara no obtendría el carnet. Quizás evitaríamos accidentes o riesgos importantes de accidentes.

La pega está en quién examinaría de educación a secas. ¿La tendrían los examinadores? ¿Qué se considera educación y qué no en esas pruebas? ¿Quién prepararía esos exámenes? En definitiva: ¿Qué entenderían ellos por educación?.

Asunto peliagudo y complejo que no tiene fácil solución, por no decir ninguna. Mientras tanto, miremos al cielo pidiendo que algún cafre de éstos no se cruce en nuestro camino, nunca mejor dicho.