¡Hay que ver cómo ha cambiado la vida! Para algunos a mejor, para
otros cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero lo cierto y verdad es el vuelco
que ha dado. Y eso no es malo; no es más que la consecuencia de la propia
evolución del ser humano, la demostración de que está vivo, se mueve, se
desarrolla, tiene inquietudes, produce avances, … pero también puede producir
retrocesos, como es el caso del que os quiero hablar esta vez.
Cuando era joven,
dos siglos atrás, el analfabetismo de la población en general era un factor
común entre ellos. Había muchísimos más analfabetos que gente que supiera leer
y escribir. Una de las mayores preocupaciones de una familia con hijos era cómo
darles una cultura y una formación, “que no sean como yo”, era la frase
recurrente para afianzar el convencimiento de esa necesidad perentoria para sus
hijos. Les obligaban a ir a la escuela, aunque fuera nocturna, después de trabajar
doce horas en el campo. Los Reyes Magos les traían libros y cuentos; cualquier
cosa por enseñarles a leer y a escribir, para darles esa formación y cultura
que ellos no tuvieron sobre todo por falta de oportunidades en todos los
aspectos.
Con libros
viejísimos, sobaos hasta más no poder, estudiábamos los que teníamos la suerte
de hacerlo para conseguir una carrera, como se decía entonces (titulación lo
llamáis ahora). Era lo que había, libros que pasaban de generación en
generación, formando a multitud de jóvenes con ganas de aprender, de saber, de
investigar, de pensar por sí mismos, de tomar decisiones por sí solos, sin
ayuda de nadie, lo que se traducía en un cambio social y cultural, un cambio en
la vida, provocando un nuevo “¡cómo ha cambiado la vida!”, que a su vez producía
otro cambio social y cultural, … y así sucesivamente, hasta nuestros días (los
míos terminaron hace muchísimos años).
Pero, como he dicho
antes, lo que debería ser un avance social y cultural, se ha convertido más en
un retroceso cultural y social, pero mucho me temo que también personal y
humano.
La avidez de saber y
aprender que ha venido caracterizando a la inmensa mayoría de las personas está
desapareciendo a un ritmo mucho más acelerado que la que nosotros teníamos por
el saber y el aprender. Esa desidia aún tiene más arraigo entre la población
joven y adolescente. ¿Quién no ha oído a algún chico o chica de esas edades
decir: “¿y para qué vale eso?, ¿y para qué me vale lo otro?”?, muestra
inequívoca de no tener ningún interés en aprender. Ese avance tecnológico que
tanto mal considero que está haciendo al ser humano (me refiero, como no, al
teléfono móvil) les está haciendo polvo, les absorbe totalmente su vida, su
tiempo, su sueño, su juventud, su todo. No en vano se dice en la actualidad que
esta generación es la que mejor comunicada está, más información de todo tipo
tiene a su alcance y peor cultura y más índices de analfabetismo posee. Para
que os hagáis una idea, con todo lo que se mueve actualmente y las fuentes de
información que hay, podemos llegar a los índices de analfabetismo del siglo
pasado. Una pasada, como dicen ellos.
Muchos de los
jóvenes de hoy no saben quién era Mozart, ni Shakespeare, ni Einstein,
desconocen el nombre de los premios Nobel españoles en cualquier disciplina,
Cervantes y su Quijote los ralla, y la tecnología puntera de los molinos de
viento se les escapa a sus entendederas. Sin embargo, no pestañean un segundo
cuando tienen que utilizar la prolongación cargada de su cerebro para averiguar
cómo se le cambia la pila a un botijo, qué nombre reciben esos caballitos
blancos y lanudos que ven comer hierba en el campo cuando viajan para ir a tal
o cual concierto, o si tienen que pintar patatas fritas cuando alguien les dice
que dibujen un pollo y lo pinten asado, la única manera que los conocen, y lo
que es todavía peor, muchos de ellos se vanaglorian de no saberlo, te responden
con las preguntas a la que me refería anteriormente, además de magnificar y bendecir
su propio analfabetismo. Desprecian la cultura y el saber popular y desconocen
la función de un libro y el acto de la lectura. A esta última la odian, por
puro desconocimiento, pero odio al fin y al cabo. Están convencidos que el
tiempo que dicen perder leyendo un libro lo pueden utilizar para enseñarnos
cómo se echa la siesta su perro, el plato de macarrones que van a comer (quizás
sea lo más elaborado que sepan cocinar), el papel higiénico usado durante un
constipado (por no decir otro uso más “natural”) o cómo se les ha quedado su
moto después de limpiarla. Ese tiempo sí que es provechoso para ellos: suben en
el ranking de popularidad en tal o cual red social, captan amigos con una
facilidad pasmosa y su continua disertación guasapera los señala como un
magnífico orador (faltas de ortografía y gramaticales aparte). Eso para ellos
sí que tiene valor, sí que les vale para algo; lo otro no, la lectura no, un
libro no.
Un dato más para
calibrar por dónde van los tiros: según una encuesta reciente sobre los hábitos
de lectura, no sólo un tanto por ciento muy elevado de la población jamás leía
un libro, sino que, además, se vanagloriaba de ello. Es tremendo. Sí que ha
cambiado la vida, sí.
Lo que no ha
cambiado es la forma de paliar este problemón. La solución es muy fácil pero me
temo que va a ser tremendamente costosísima ponerla en práctica: la única forma
que hay de adquirir cultura, bien sea popular o académica, es mediante la
lectura, la compleja, lenta, libre y solitaria lectura. Pero no la lectura de
un libro de instrucciones de tal o cual artilugio tecnológico, sino uno que
requiera cierta complejidad mental y ayude a abrir mentes a nuevas opiniones,
que ofrezca diversos caminos para optar en libertad la toma de decisiones en la
vida. Esa lectura sosegada, solitaria y ensimismada creará una cultura interna
sin que se tenga consciencia de ello, cultura que se pondrá de manifiesto
cuando tengamos que redactar una carta, realizar una solicitud, un escrito
reclamatorio o una tesina en la formación académica, sin hablar de la
adquisición imperceptible de normas ortográficas y gramaticales asimiladas
durante la lectura.
Tan importante puede
llegar a ser la lectura que incluso hay voces que comienzan a culpar a la falta
de información y preparación intelectual las confrontaciones sociales que
pudieran generarse a raíz de un posible suceso trágico social, como en su día
pudo ser el atentado del 11M en Madrid. Ese día, medio país abogaba por ETA
como autor de la masacre, mientras el otro medio culpaba al gobierno del
entonces presidente J. M. Aznar por su apoyo a la guerra de Irak. Ninguna de
las dos opciones fue la cierta. Lo cierto fue que la sociedad española no se
había informado convenientemente sobre el auge del yihadismo en el mundo,
incluida España. No leía prensa escrita (recuerdo una vez más que el periódico
más leído en España es uno de temática deportiva). No le llamaba la atención lo
que ocurría más allá de las fronteras de su propia casa o de la frontera de sus
propias entendederas. Cuando la vida les obligó a tomar una decisión por sí
misma, a tomar partido por tal o cuál camino o tratar de sacar unas conclusiones
propias, todo fue caos y destrucción mental, con tumbos y vaivenes desmesurados
que radicalizaron su postura pero sin tener muy claro el por qué de esa
alineación. Si esa radicalización se mantiene en el tiempo, un nuevo
fratricidio hermanado estaría más que alimentado para desenvolverse por sí
mismo. Las consecuencias de ello todos las conocéis (yo desaparecí antes, pero
me lo imagino sin querérmelo imaginar). Desde mi postura y mi vejez, siempre he
dicho que el analfabetismo produce más daños y muertes que las guerras, ¡que ya
es difícil!
Debemos concienciarnos que la lectura y los libros lo único que nos
aportan es bien, bien en muchas y diversas facetas, siempre y cuando los libros
escogidos para esa adquisición sean de cierta complejidad y de una temática
acorde a la realidad de cada uno; nada de radicalismo ni cualquier otro tema
discordante ni ofensivo para la sociedad. La lectura debería convertirse en una
obligación más en nuestro quehacer diario. La importancia que ésta tiene en
nuestra vida solo se manifiesta cuando nos es necesaria para desarrollarnos
convenientemente en la sociedad y en nuestro trabajo. Da mucha pena ver tanto
jóvenes ensimismados en su terminal móvil sin ni tan siquiera conocer lo más
básico de la cultura y la sociedad, y además ¡sin echarlo de menos! El atraso
social y cultural que abanderan puede volverse en su contra y situarlos dos
centurias más atrás que lo que les corresponde, casi coetáneos míos en cuánto a
analfabetismo se refiere. Los mejores comunicados y los peores formados. Una
nueva paradoja de la vida que, considero, tardará mucho tiempo en desaparecer
por desgracia, pero que, mucho me temo, tampoco aprenderán de ella, simplemente
porque no es eso lo que quieren aprender. Me pregunto seriamente si de verdad
quieren aprender algo. La respuesta, una vez más, está en el viento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario