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jueves, 1 de abril de 2021

CONSIDERACIONES SOBRE LA SEMANA SANTA (Divertimento Pascual) VI

Cálculo de la fecha de la Pascua

Curiosamente los trabajos de Dionisio el Exiguo no estaban encaminados al principio a establecer las fechas de la Pasión de Cristo, sino la del año de su nacimiento.

Con el deseo de cristianizar el calendario que seguía basándose en fechas paganas, como el nacimiento de la ciudad de Roma, Dionisio el Exiguo fue autorizado en el año 525 por el Papa Juan I, a establecer la fecha del nacimiento de Cristo para poder contar con ella como cómputo general de toda la cristiandad.

Dionisio el Exiguo

Dionisio estableció que Jesús había nacido en el año 753 ab urbe condita, o de la fundación de Roma. Este Año del Señor, que añadimos a las fechas históricas con las siglas A.D (Anno Dominni) o A.C (Antes de Cristo), fue considerado el “año 1”, a partir del cual se realizan los cálculos cronológicos de nuestro tiempo histórico.

Con independencia de los errores históricos que este cálculo lleva consigo, y que suponen que el año cero no existe, Dionisio se equivocó al establecer la fecha del nacimiento de Jesús, que debió ocurrir 4 ó 7 años antes de lo que él dijo, ya que no tuvo en cuenta entonces que fue coetáneo de Herodes, y se conoce fehacientemente que este último murió en el año 750 de la fundación de Roma, por lo que según los cálculos del monje, nunca hubieran coincidido en vida, y el pasaje de la matanza de los inocentes no hubiera sido posible.

Con todo, los cálculos de Dionisio sirvieron para establecer las fechas del año litúrgico católico a través de sus “Tablas de Pascua”, que calculan las fechas en las que se ha celebrar esta festividad desde el año 532 al 626.

Su trabajo estableció, por tanto, las fechas oficiales de la Semana Santa para todo el mundo cristiano, ya que la Pascua de Resurrección no podía ser nunca antes del 22 de marzo, ni después del 25 de abril[1].

Un siglo después del germinal trabajo de Dionisio se produjo una avalancha de obras computísticas, algunas de ellas falsamente atribuidas a grandes personajes del pasado. La más importante contribución al cómputo es la obra del benedicto inglés Beda el Venerable, quien en el año 725 compuso “De Temporum Ratione”, que estaba llamada a ser a obra de referencia para todos los trabajos computistas posteriores. Fue escrita con una finalidad académica y con el propósito de aclarar la confusión existente en Inglaterra e Irlanda sobre la celebración Pascual.

La obra de Beda el Venerable fue ampliamente usada durante la Edad Media, especialmente su terminología, que aunque no la descubrió el sabio benedictino, sí logró uniformarla. Después de Beda, es importante la contribución de Alcuín (siglo IX), que popularizó el cómputo dionísico en el imperio carolingio. Mientras que Habranus Maurus llevó la obra de Beda a Alemania a mitad del siglo IX.

La unificación de la Pascua en el mundo cristiano tuvo que superar todavía una nueva controversia. Los misioneros romanos que llegaron a las Islas Británicas en tiempo de Gregorio Magno al final del siglo VI, encontraron que sus habitantes seguían utilizando un calendario celta, abandonado hacía tiempo en Roma. Este ciclo consideraba el equinoccio de primavera el 25 de marzo, por lo que los límites del día de Pascua estaban comprendidos entre el 25 de marzo y el 21 de abril.

Fueron varias las ocasiones en la que los Papas pidieron a los británicos que se ajustaran a las reglas romanas, sin conseguir plenamente los objetivos. A partir del año 664, con el Concilio de Whitby se inició un lento proceso que, sin solucionar definitivamente el problema, sí inició un lento proceso concluyó a principios del siglo VIII, cuando todas las iglesias británicas aceptaron el sistema romano de determinación de la Pascua.

La definitiva independización del calendario solar alejandrino llegó a principios del siglo XIII con Alexandre de Villadieu, que hizo comenzar el año en enero y no en septiembre como Dionisio el Exiguo y sus continuadores. Logró establecer un ciclo fijo para calcular los días exactos de la luna llena; de ahí que la obra de Villadieu representara el apogeo del cómputo medieval al llevarlo a su mayor desarrollo.

Durante la Edad Media, el cómputo no sólo se convirtió en parte del currículum de los estudios de los novicios en los monasterios, sino un elemento indispensable en la enseñanza cristiana. Los textos del cómputo fueron verdaderos manuales astronómicos, donde se podía aprender el escaso conocimiento que de esa ciencia se tenía en la Europa medieval.

Con la reforma gregoriana se puso fin (o, al menos, de eso se trataba) a tanta controversia y tanto devenir de computistas y astrónomos. Se exigió “restaurar” el calendario, o sea, poner las fechas de las lunas nuevas eclesiásticas en su día correcto.                                                                                                                                                                                                                                 
Como se viene haciendo notar, la instauración de la Pascua de Resurrección era de suma importancia para la comunidad cristiana, pues de ella dependen otras celebraciones religiosas, como la Ascensión y la de Pentecostés, establecidas cuarenta y cincuenta días respectivamente después del día de Resurrección. Era también importante esta fecha para la sociedad civil, ya que estas festividades quedaban reflejadas en el calendario laboral.

            Parecería sencillo determinar la fecha de Pascua de cada año: primero se calcula el momento del equinoccio de marzo, luego cuándo ocurre la luna llena y, por último, se busca el primer domingo después de ésta. Si se hiciera tal análisis para 1974, se encontraría que el equinoccio ocurrió el 21 de marzo a las 0h 14 min (hora de Greenwich). Como la primera luna llena después de esa fecha ocurrió a las 21h 1min del 6 de abril, un sábado, se concluiría, entonces, que la fecha de Pascua fue el día siguiente, el domingo 7 de abril. Pero, si se consulta cualquier calendario de ese año, se advertirá que cayó una semana después, el día 14 de abril, domingo. ¿Qué pasó entonces?

            Contestar a la pregunta anterior requiere aludir a ciertos conocimientos de astronomía que nos ayuden a desvelar los verdaderos motivos por los cuales la Semana Santa es una fiesta movible y cambiante cada año, además de “justificar” por qué no puede celebrarse antes del 22 de marzo ni después del 25 de abril.

Astronomía y Semana Santa

Se ha aludido con anterioridad en qué consistió la reforma del calendario gregoriano y qué modificaciones se tuvieron que realizar con respecto al calendario juliano. La reforma del calendario llevada a cabo por el Papa Gregorio XIII fue necesaria porque el calendario juliano, hasta entonces en vigor, no era exacto respecto a la realidad astronómica; es decir, cuando llegaba el 21 de marzo, según el calendario, el equinoccio vernal astronómico ya había tenido lugar. El problema fundamental que plantea esta situación es que el año astronómico, es decir, el tiempo que necesita la Tierra para dar una vuelta alrededor del sol, no es exactamente 365 días, sino 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos. Como era necesario establecer una división del año, por razones prácticas, en periodos de tiempo iguales, este problema se resolvió introduciendo años bisiestos. Y es precisamente la forma de resolver este problema, la verdadera diferencia entre el calendario juliano y el gregoriano.

            Tal y cómo se ha explicado anteriormente, el calendario juliano lo que hizo fue prever un día bisiesto cada cuatro años. Sin embargo, con ello, el año del calendario juliano es 11 minutos y 14 segundos más largo que la vuelta real de la Tierra alrededor del sol. Así pues, el año trópico y el cálculo del calendario difieren en un día cada 128 años. El calendario gregoriano trató de corregirlo acortando el año promedio del calendario.  Y se introdujo una regla complementaria, apartándose de la regla del bisiesto del calendario juliano, según la cual  los años múltiplos de 100, pero que no son múltiplos de 400, no serían bisiestos. Con esta reducción de los años bisiestos, el calendario gregoriano se acerca más a la realidad astronómica que el juliano, aunque aún no es "exacto": la diferencia entre la realidad astronómica y la fecha del calendario es así de sólo 26 segundos. Y para llegar a una diferencia de un día se necesitan 3.600 años.

            Pero la fecha del Domingo de Pascua o Domingo de Resurrección no depende solamente del equinoccio vernal (calendario solar), sino también de la primera luna llena después del dicho equinoccio (calendario lunar), lo cual nos acarrea otro problema también de tipo astronómico como el anterior: las duraciones de las fases de la luna a lo largo de todo el año.

La órbita de la luna es sumamente complicada. El ciclo de las fases o lunaciones (es decir, el mes lunar astronómico) posee un periodo medio de 29’53 días (29 días, 12 horas, 44 minutos y 3 segundos), pero varía entre 29’27 y 29’83 días, esto es, tiene una oscilación máxima de 0’56 días (13 horas, 26 minutos y 24 segundos). En los cálculos modernos se usa la verdadera órbita de la luna, y las fases se definen mediante las orientaciones relativas del sol y la luna en el cielo. De una forma sencilla, se puede decir que cuando el sol, la Tierra y la luna están exactamente alineados (forman un ángulo de 180°), tenemos luna llena. Calcular el momento en que ello sucede requiere ciertos cálculos medianamente avanzados, cálculos que exceden por mucho lo que se podía hacer en el año 325 (Concilio de Nicea).

En lugar de adoptar el mejor método de cálculo de su época -las tablas de Ptolomeo, el más grande astrónomo de la antigüedad, que vivió en el segundo siglo de nuestra era-, el Concilio de Nicea optó por usar una relación descubierta por el astrónomo ateniense Metón en el siglo V antes de Cristo, por la que calculó el período de las 235 lunaciones que se producen en 19 años[2]. Debido a las 13’44 horas en que puede variar el mes lunar, puede haber diferencias de hasta dos días entre la fase indicada por cálculos astronómicos actuales y la que resulta del ciclo de Metón. Ello es, justamente, lo que ocurrió en 1974, la fecha que se tomó en el ejemplo anterior, cuando, según los cálculos astronómicos modernos, la luna llena fue el 6 de abril a las 21 horas, 1 minuto, y el ciclo de Metón predijo que ocurriría el 7 de ese mes y, puesto que era domingo, se desplazó a una semana posterior, al 14 de abril, lógicamente, también domingo.

Metón de Atenas

Aunque las reglas adoptadas por el Concilio de Nicea y modificadas al realizarse la reforma gregoriana sean aproximaciones gruesas, si se las compara con los complejos cálculos astronómicos modernos, permiten un cómputo sencillo de la fecha de Pascua de cualquier año. Utilizan dos números clave, llamados, respectivamente, número áureo (el ordinal del año en el ciclo de Metón, entre 1 y 19) y epacta (numeral del día del mes lunar, de 0 a 29, con 1 como el correspondiente a luna nueva –edad de la luna el 1º de enero-)[3].

Se ha sugerido simplificar la determinación de la fecha de Pascua, por ejemplo, mediante la adopción de un domingo fijo, como el segundo de abril. También hay quienes sostienen que es mejor mantener las reglas de la reforma gregoriana, pero usar los verdaderos momentos en que ocurren los fenómenos astronómicos, y no la fecha fija del 21 de marzo para el equinoccio, y el ciclo de Metón para determinar las fases lunares. De ambas, la segunda sugerencia quizás fuese mejor, porque mantendría la continuidad del calendario, pero no se basaría en reglas propias de épocas en que se debían hacer los cálculos a mano. La alternativa es dejar las cosas como están, con la ventaja de que no hay que cambiar nada, y se mantiene una tradición que, a pesar de las imprecisiones científicas que ahora le vemos, ha servido bien a la cultura occidental por dieciséis siglos. Un ejemplo nos permite ilustrar mejor lo que estamos tratando de explicar.


Curiosidades sobre la fecha de la Pascua

En el año 2076, la Pascua será el 19 de abril, si bien el equinoccio caerá el 19 de marzo, jueves, y habrá luna llena el viernes 20 de marzo a las 16 horas y 9 minutos, por lo que la Pascua podría ser el domingo 22 de marzo, la fecha más temprana permitida. Sin embargo, puesto que se toma como fecha fija del equinoccio el 21 de marzo, hay que utilizar el próximo plenilunio, que tendrá lugar el 19 de abril a las 11 horas y 40 minutos, y como cae en domingo, según las reglas se debería tomar el domingo siguiente, el 26 de abril, fecha que está fuera del rango establecdo (entre el 22 de marzo y el 25 de abril). Pero el ciclo de Metón calcula que hay plenilunio el día 18 de abril, sábado, no el 19 de abril, por lo que la Pascua se celebrará el 19 de abril, fecha que sí está dentro de ese rango establecido.

Que la astronomía está muy presente en la religión cristiana es una afirmación que, a estas alturas, todos deberíamos tener ya más que asumida. Será la ciencia que más nos ayude a conocer las próximas fechas en las que se celebrará la Semana Santa, y la luna será el reloj astronómico que nos marcará su inicio y su final. Aún así, resulta curioso que cada 5.700 años, las fechas de la Pascua se repitan en idéntica sucesión, y aún más curioso resulta que dentro de ese amplísimo periodo de tiempo, sea la fecha del 19 de abril la más frecuente y repetida, fecha que se repite casi 4 veces cada 100 años.

Por otra parte, del 2011 al 2030, la primera y segunda semana de abril son las más habituales. Entre los años que más pronto se celebró la Semana Santa fue en el pasado 2013, cuando el Domingo de Resurrección fue el 31 de marzo. En 2014 cayó en fechas muy tardías, el 20 de abril, y en 2015 lo hizo el 5 de abril. Muy pronto fue también el Domingo de Resurrección el año 2016 (27 de marzo) y lo será en el 2024 (también el 31 de marzo). Sin embargo, las Pascuas más tardías serán en el año 2019 (21 de abril), el año 2030 (21 de abril) o el año 2038 (25 de abril, fecha límite para su celebración). Lo infrecuente, sin embargo, es que caiga el 22 de marzo o el 25 de abril.


Distribución de frecuencias de la fecha de Pascua entre los años 1.600 y 3.000

La figura anterior muestra la cantidad de veces que, entre los años 1600 y 3000, la Pascua cae en cada uno de los días permitidos por el calendario gregoriano (del 22 de marzo al 25 de abril). Se puede apreciar que la distribución es bastante poco uniforme. Hay pocas Pascuas cerca de los límites del intervalo, muy temprano en marzo o muy tarde en abril; las fechas más comunes son el 16 de abril (61 veces), el 5 de abril (59 veces), y el 31 de marzo (57 veces). El 76% de las Pascuas de los catorce siglos considerados caen en abril. Desde la implantación del calendario gregoriano en 1582, sólo 4 veces la Pascua fue celebrada el día 22 de marzo. Esto sucedió durante los años 1598, 1693, 1761 y 1818. El próximo año será en 2285, lo que hace una cadencia (5/703) realmente insignificante.

Dejando a un lado curiosidades y anécdotas acerca de las posibles fechas del Domingo de Pascua, podemos apreciar que hay 36 días, entre marzo y abril, en los que dicha Pascua se puede celebrar. Si a este gran abanico de fechas le añadimos una gran movilidad ocasionada por las lunaciones anuales, y esto lo repetimos año tras año, se genera un desconcierto tal que hace que la mayoría de las personas no la tenga demasiado en cuenta, o le tenga menor consideración que a cualquier otra fiesta del calendario festivo fijo, como puede ser la Navidad. Ese traslado anual de fechas confunde en demasía a una población cada vez más desarraigada de tradiciones religiosas y eclesiásticas, y más inmiscuida en festividades lúdicas y ociosas. Los pocos que se preocupan por “adivinar” las fechas de la Semana Santa a comienzos de año lo hacen con el único fin de planificar unas mini vacaciones que den sosiego y paz al “estrés” acumulado después de Navidad, y sirva como preparación o “entrenamiento” a las vacaciones estivales, pero nunca por motivos preparatorios para celebrar la Pascua, es decir, “calcular” la fecha de la Cuaresma como tiempo de preparación para esa Semana Santa. La cada vez menos repercusión que el calendario eclesiástico tiene en la vida de las personas, hace que, en un tiempo no muy lejano, podamos asistir a la “parcial” desaparición de esta fiesta, que tan sólo se celebraría en localidades o provincias de según qué territorio de España se trate.

          Algunos pueden considerar ésto último como una utopía, otros como pura demagogia, los más puristas como una auténtica tontería aberrante, pero los datos y los hechos está ahí, y no es muy edificante, socialmente hablando, comportarse como monos de Gibraltar ante evidencias tales. Una vez más, somos nosotros los que tenemos que hablar y demostrar quiénes somos y qué queremos.




[1] Las tablas de Dionisio el Exiguo nunca tuvieron  la sanción oficial de Roma.
[2] Según Metón,  el ciclo es de 6939 días, 14 horas y 27 minutos, mientras que cálculos modernos arrojan 6939 días, 16 horas y 32 minutos, una diferencia de 2 horas y  5 minutos.
[3] También la explicación de estos cálculos excede de las pretensiones de este trabajo.

CONSIDERACIONES SOBRE LA SEMANA SANTA (Divertimento Pascual) V


Controversias sobre las fechas de la celebración de la Pascua

De conformidad con el Antiguo Testamento, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús tuvieron lugar, aproximadamente, en el tiempo de la Pascua judía. Según los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas[1], la última cena de Jesús con sus discípulos fue una cena de Pascua (pesaj), En aquella época, la Pascua judía se celebraba siguiendo las prescripciones bíblicas en el decimocuarto día del primer mes (Lv 23,5; Nm 28,16; Jos 5,11). Los meses del calendario judío comenzaban con la luna nueva, por lo que decimocuarto día correspondía al día de la luna llena. El primer mes, Nisán, era el mes que comenzaba con la luna nueva de primavera. En otras palabras, la Pascua judía se celebraba el día de la primera luna llena después del equinoccio de primavera, y por ello, era una festividad móvil, con independencia del día de la semana.

La Iglesia cristiana, desde un primer momento, quiso mantener ese hecho para celebrar la Pascua Cristiana. A pesar de conocerse la fecha en la que los judíos comen el cordero pascual, el 14 de Nisán por la noche, la confusión dentro de la cristiandad en relación a la celebración de los acontecimientos de la vida de Jesús, seguía siendo un hecho, y no todas las iglesias la conmemoraban al mismo tiempo; al contrario, los cristianos de diferentes regiones celebraban la Pascua en fechas diferentes.

Los primeros cristianos quisieron conmemorar los acontecimientos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo anualmente, pero debían optar por tomar una decisión: podían optar por fijar las fechas de aquellos acontecimientos en el calendario juliano (entonces vigente en el imperio romano) o bien continuar ligándolo al calendario que tenían los judíos basado en la luna (calendario lunar). Decidieron optar por esta última forma de celebración, quizás porque aquellas primeras comunidades judías aún no habían sacralizado el calendario juliano.

No hay referencias seguras de cuándo y dónde comenzó la Iglesia primitiva a celebrar la festividad pascual, aunque sí es conocido que, para fijar la fecha, seguían el calendario que entonces utilizaban los judíos. Desde que se empieza a guardar la fiesta pascual, o al menos desde tiempos del Papa Sixto I al comienzo del siglo II, surgieron varios criterios sobre cuándo celebrarla, dando lugar a las primeras controversias pascuales que, a su vez, crearon una serie de conflictos que causaron graves trastornos a la Iglesia.

Las primeras comunidades cristianas de Asia Menor celebraban la Pascua el día 14 de la luna, con independencia del día de la semana en que cayera. Por ello, fueron llamados cuartodecimanos. Apelaban a la tradición de San Felipe y San Juan, además de la de varios santos padre de Asia Menor. Sin embargo, las demás iglesias, incluyendo la de Roma, hacían coincidir la Pascua en domingo. Esta divergencia de criterio fue motivo de cierto escándalo; incluso los mismos gentiles se la echaban en cara a las iglesias cristianas. Por ello, desde muy antiguo se procuró componerla.

Durante el pontificado de San Aniceto (154-165), San Policarpo, obispo de Esmirna, y discípulo de San Juan, fue a Roma para tratar el asunto, aunque no logró ningún acuerdo.

Al final del siglo II, con el incremento de la controversia, el Papa Víctor I (189-198) ordenó que se celebraran sínodos en todas las iglesias para suprimir a los cuartodecimanos. El resultado de esta primera disputa pascual fue la desaparición paulatina de los cuartodecimanos, que aceptaron el criterio del resto de los cristianos de celebrar la Pascua solamente en domingo, cualquiera que fuese el día de la semana en que cayera el 14 de Nisán del calendario judío.

Durante este tiempo, los cristianos dependía de la información facilitada por la Sinagoga para celebrar su Pascua, pero el calendario judío se veía influenciado por multitud de factores, algunos de ellos puramente religiosos y otros sociales y políticos, lo que afectaba indirectamente a la celebración de los cristianos, por lo que éstos seguían ligados a la religión de la que querían emanciparse.

En un intento de independizarse de los judíos, los cristianos del siglo III empezaron a desarrollar sus propios calendarios lunisolares para determinar, por sus propios medios, la fecha de la celebración pascual. Éstos decidieron utilizar un calendario computacional, que sólo se pudo abordar y desarrollar gracias a los conocimientos matemáticos y astronómicos que existían donde se emprendió esta tarea.

El problema residía en encontrar la fecha del calendario juliano en que cae la primera luna llena de la primavera; conocido este dato, se determinaba el domingo posterior en el que habría de celebrarse la Pascua.

Conocer el mes de primavera era el primer criterio que debían establecer esos primeros cristianos cuando trataron de elaborar su calendario lunisolar. Aceptaron el equinoccio de primavera como punto de partida, con lo que se le dio al calendario cristiano un contenido astronómico del que carecía el judío. Pero el siguiente problema a solucionar para establecer el siguiente criterio era fijar ese equinoccio primaveral, ya que es un día variable de un año a otro. En este punto sí surgieron controversias, puesto que Roma lo establecía el 25 de marzo y en Alejandría tomaban la fecha correcta del 21 de marzo.

En función del día del comienzo del equinoccio primaveral e, independientemente del mismo (aunque parezca una contradicción), la Pascua siempre debía celebrarse en domingo, y además que fuera siempre el primer domingo posterior a ese equinoccio primaveral. Ello suponía celebrar la Pascua cada año en un día diferente del mes lunar, lo que acarreó un incremento de las controversias entre Roma y Alejandría, ya que ambas partes tomaban diferentes días lunares para establecer los límites lunares de la Pascua.

Aún quedaba un problema más a solucionar: adaptar o acoplar la fecha calculada en su calendario lunisolar al calendario juliano, que no olvidemos, era el que regía durante aquel tiempo.

            Por todo ello, la dificultad del calendario lunisolar cristiano residía en que debía conjugar tres periodos de tiempo no relacionados entre sí: el año, al que se ajusta el calendario juliano; la lunación, que siguen los meses lunares, y la semana, ya que sólo en domingo puede celebrarse la Pascua.

            Mientras se elaboraba un calendario cristiano lunisolar válido para unos y para otros, los judíos cristianos continuaron usando el calendario judío para la Pascua, celebrando la Pasión el 15 de Nisán y la Pascua de Resurrección el 17 de Nisán, fuese o no domingo ese año. En el resto de occidente, sin embargo, se tomaba en consideración que Jesús, históricamente, resucitó en domingo, por lo que, desde Roma, se fue imponiendo paulatinamente que la Pascua se celebrase en domingo.

            El único lugar donde la elaboración de un calendario lunisolar pudiera ser emprendido con garantías y satisfactoriamente era Alejandría, pues allí se había recopilado la ciencia astronómica griega, la cual dedicó especial atención a los calendarios lunisolares. Tanto es así que, mientras que en occidente los computistas se debatían en ciclos lunisolares imperfectos, en Alejandría dio fruto el conocimiento astronómico heredado de los griegos y, parece ser que en el año 258, Anatolio de Alejandría, un sabio cristiano que años después se convertiría en obispo de Laodicea, utilizó el ciclo de 19 años ideado con anterioridad por el astrónomo griego Metón. En su tratado “Sobre la Pascua”, Anatolio hace comenzar el ciclo con el año que tiene la luna nueva el 23 de marzo, y consideraba que la luna llena pascual sólo podía ser aquella que coincidiera o fuera posterior al 21 de marzo.

            A medida que pasaba el tiempo, las diferentes iglesias cristianas utilizaban diferentes calendarios y forma de fijar la fecha de la Pascua, celebrando unos la Pascua en domingo y otros cuando coincidiera en cualquier día de la semana. Si a ello le sumamos las apariciones de herejías como la arriana, la unidad de la Iglesia quedaba amenazada, por lo que tuvieron que convocar diversos concilios para tratar de llegar a un acuerdo sobre la celebración de la Pascua cristiana.

            El primero que se celebró fue en Arlés, en el año 314, llamado “Concilio de Arlés”. En él se ordenó, en su primer canon, que la Pascua se celebrase en todas partes el mismo día, y que sería el Papa la única autoridad válida para establecer la fecha de la celebración de la Pascua, fecha que sería dada a conocer a toda la cristiandad por medio de una circular. No debió de tener mucho éxito la iniciativa, pues las iglesias de la parte oriental del Imperio Romano continuaron sus celebraciones basándose en sus propios cálculos. Hubo de esperar hasta el Concilio de Nicea, en el año 325, para solventar esta cuestión, y establecer unas normas comunes para toda la comunidad cristiana.
Concilio de Nicea

Convocado por el emperador Constantino el Grande, que todavía no era cristiano, el Concilio de Nicea[2]  reunió a 318 obispos en dicha ciudad turca para solventar diversas cuestiones relacionadas con la Iglesia, como la implantación del credo niceano[3] con el dogma del Espíritu Santo como la tercera persona de Dios, y, cómo no, para fijar la fecha de la Pascua.

En los documentos que se han conservado de aquel concilio ecuménico no aparece resolución explícita alguna sobre las reglas para la determinación del día de Pascua. Todo indica que los participantes en el concilio explícitamente reafirmaron la validez del cómputo que ya utilizaba Alejandría, ciudad donde se encontraban los más hábiles computistas del mundo cristiano. La validación de dicho acuerdo quedó constatada en  una carta que dicho concilio envió a la Iglesia de Alejandría afirmando que se había llegado al acuerdo de celebrar la Pascua todas las Iglesias el mismo día, según las reglas que se seguían en Alejandría y en la mayor parte de la cristiandad.

Aunque el Concilio de Nicea no prescribió explícitamente ninguna regla para calcular la Pascua, todo parece indicar que el oriente y el occidente estuvieron de acuerdo en el día en que se celebraba la fiesta Pascua, a pesar de las discrepancias aún mantenidas en dicho cómputo entre las iglesias de Roma y Alejandría. Aún así, se estableció que la Pascua de Resurrección había de ser celebrada cumpliendo unas determinadas normas: que la Pascua se celebrase en domingo; que no coincidiese nunca con la Pascua Judía, que se celebraba independientemente del día de la semana, para evitar paralelismos y confusiones entre ambas religiones, por lo que si caía en luna llena o plenilunio, se retrasaría al domingo siguiente; que los cristianos no celebraran nunca la Pascua dos veces el mismo año[4]. Se decidió que el Domingo de Gloria o la Pascua de Resurrección, que pone fin a la Semana Santa, e inicia los días de la Pascua Cristiana, se celebrara el primer domingo tras la primera luna llena de primavera, estación que la iglesia estableció en el 21 de marzo como inicio de la misma, independientemente de la entrada del sol en Aries o no. De este modo, el Domingo de Pascua o de Resurrección, puede acontecer en un paréntesis de 35 días, entre el 22 de marzo y el 25 de abril, ambos inclusive, en función de la duración de los meses lunares, equivalente, aproximadamente, a 29’53 días. De esta manera, la Resurrección se hacía coincidir con el equinoccio de primavera, cuando los días se alargan y la oscuridad del invierno deja paso al sol, con el que se identifica a Jesús con la Luz de la Verdad, que para los cristianos los aleja de las “tinieblas”, término que las Sagradas Escrituras identifican con la ignorancia y la idolatría pagana.

Con estos acuerdos se lograban varios objetivos. Por un lado terminar con el continuo enfrentamiento de la Iglesia de Roma con la Iglesia de Alejandría por las diferencias entre ellas a la hora de establecer la fecha del equinoccio de primavera (18 y 21 de marzo, respectivamente) y el consiguiente cálculo de la fecha del Domingo de Resurrección. Así se otorgaba el mismo y suficiente protagonismo a ambas, y se acallaban diversas cuestiones, disturbios y protestas, además de evitar el descrédito que producía en otras religiones que no hubiera acuerdo sobre el día exacto de la Muerte y Resurrección de Jesús. Por otro lado, asimilaba celebraciones cristianas a fiestas paganas y arraigadas tradicionalmente en la población, con una raíz astronómica relacionada con los cambios de estación y el calendario agrícola, poniendo de manifiesto su voraz sincretismo. Aún así, continuaron existiendo diferencias respecto a la fecha de la Pascua, por el hecho de que el Concilio de Nicea no dijo nada sobre el método que debería utilizarse para calcular la entrada de la luna llena y del equinoccio primaveral.

Al final quedó fijada la superioridad en astronomía de la Iglesia de Alejandría sobre la Iglesia de Roma, y se decretó que su iglesia comunicase a Roma el día de la Pascua, para que, a su vez, fuera transmitida a toda la cristiandad. Esto lo conseguiría el monje escita y respetado cronologista, Dionisio el Exiguo[5] en el año 525, convenciendo a los romanos de las ventajas del cómputo alejandrino.



[1] Del evangelio de San Juan se puede desprender otra cronología, ya que argumenta que la Última Cena no fue un banquete pascual al celebrarse un día antes de la Pascua; es decir, el 13 de Nisán en vez del 14 de Nisán. San Juan intentó darle un nuevo sentido a la Pascua y desligarla de la tradicional comida pascual que según los evangelios sinópticos siguió Jesús. En su  cronología, Jesús murió el mismo día y a la misma hora en la que se inmolaban los corderos en el Templo, lo que lleva al evangelista a afirmar: “He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. La identificación de Cristo con el cordero pascual se reitera en el evangelios de San Juan cuando narra (y sólo él lo hace) que a Jesús no le fue quebrado ningún hueso, tal y como ocurría con el cordero que inmolaban los judíos. Esta inmolación del cordero tenía un sentido de liberación, de la misma manera que San Juan plantea la muerte de Jesús como una liberación del pecado de la humanidad, planteamiento apoyado por San Pablo que narra la última cena con la nueva visión eucarística y no como banquete pascual: “ … tomó el pan y dando gracias lo partió y dijo “tomad y comed, este es mi cuerpo que por vosotros será entrado. Haced esto en memoria mía” (1 Corintios 11, 24).
[2] Es esta asamblea la que la posteridad conoce como el Primer Concilio Ecuménico. No fue convocado por la Iglesia ni por uno de sus obispos, sino por un emperador sobre el que, aún hoy, recaen serias dudas en torno a lo genuino de su fe cristiana, puesto que era un adorador del Sol Invictus (Sol Invicto).

[3] Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles.
Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la susbstancia del Padre, Dios de Dios; Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hico carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.
Y en el Espíritu Santo.
A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y que antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado de otra substancia o esencia, o que es una criatura, o que es mutable o variable, a éstos anatematiza de la Iglesia Católica.

[4] Esto tiene su explicación porque el año nuevo comenzaba en el equinoccio primaveral, por lo que prohibía la celebración de la Pascua antes del equinoccio real, la entrada del sol en la constelación de Aries.
[5] Su corta estatura le hizo merecedor de tan curioso sobrenombre.

CONSIDERACIONES SOBRE LA SEMANA SANTA (Divertimento Pascual) IV

TIEMPO Y  PASCUA

Cada año nos preguntamos cuánto se adelantará o retrasará la Semana Santa con relación al año anterior, o ¿por qué siempre hay luna llena en Semana Santa? La razón de su ubicación en el calendario se justifica por motivos históricos, religiosos,… y astronómicos. Lo único seguro, en cualquier año, es que, entrada la primavera (21 de marzo), la Pascua será el primer domingo tras la primera luna llena de esa primavera. Este es el motivo por el que podemos disfrutar todos los años de la luna llena en Semana Santa.

La Semana Santa católica que celebramos en la actualidad, recrea anualmente diversos sucesos astronómicos tradicionalmente aceptados en el mundo mediterráneo respecto del calendario civil y religioso, desde el que se deducen las fiestas móviles a partir de la Pasión y Resurrección de Cristo. Su objetivo no es otro que mantener, para cada Domingo de Pascua, las relaciones astronómicas que se produjeron en el momento del suceso bíblico, y concatenar las festividades eclesiásticas con las labores propias del calendario civil. Son aquellos sucesos que ocurrían hacia el año 33 d.C. de nuestra era, y que se recogen en los textos sagrados.

El cómputo del tiempo y sus reformas

Ya desde la antigüedad, el hombre ha precisado siempre computar el transcurso del tiempo y prever su devenir. Es una necesidad patente en el primitivo agricultor y ganadero, ya que una pluralidad de decisiones, que determinarán el éxito o fracaso de la producción, deben tomarse a su debido tiempo. De ahí la importancia de conocer anticipadamente el ciclo de las estaciones. Para ello, siempre tuvo que basarse en un calendario (calendae) cuyo significado es “proclamar”[1].

Y es justamente en la antigua Roma donde se remonta el primer calendario “oficial” para organizar ese tiempo transcurrido o por transcurrir.

El calendario juliano, así llamado por ser Julio César quien lo instauró en el año 45 a.C., se creó con el fin de unificar las prácticas en todo su imperio. Reorganizó el calendario romano según pautas que, en su mayoría, han subsistido hasta hoy. César transformó el calendario romano de origen lunar, atribuido a Rómulo, en solar. Antes de esa transformación, el año comenzaba en marzo, constaba entre 295 y 304 días, divididos en diez meses de 30 ó 31 días. Posteriormente, Numa Pompilius lo amplió a 355 días, añadiendo dos meses finales, enero y febrero. De esta forma, el año comenzaba el 1º de marzo, los meses de marzo, mayo, julio y octubre tenían 31 días, febrero, 28[2] días y los meses restantes 29 días. Para ajustar el año al ciclo lunar y solar al mismo tiempo se intercalaba cada dos años un nuevo mes de 22-23 días entre el 23 y el 24 de febrero.

Es en el año 153 a.C. cuando se fija el 1º de enero como comienzos del año, pauta que se mantendría también en la instauración e implantación del calendario juliano. Julio César y el astrónomo Sosígenes cambian el calendario lunar existente hasta entonces por uno solar, que va a constar de 365 días y 6 horas exactas. Para compensar el cambio, agregó 10 días al año, quedando los meses prácticamente con los mismos días que tienen en la actualidad (meses de 30 y 31 días) e intercaló un nuevo día entre el 23 y el 24 de febrero, al que llamó bisiesto, porque el 24 de febrero es la sexta calenda de marzo.[3] De este modo el año bisiesto pasaba de tener 366 días, resultando ser bisiesto todos los años divisibles por cuatro.

De todas las modificaciones que se realizaron en el calendario juliano, incluso en las anteriores a éste, la característica que más tardó en imponerse fue el cambio de comienzo de año del 1º de marzo al 1º de enero. Si bien fue la práctica en común a lo largo de los siglos este cambio de fechas, en ciertos lugares como Inglaterra y sus colonias americanas tardó en imponerse, donde hasta 1752 se tenía el 25 de marzo (fecha invariable del equinoccio de primavera en el calendario juliano) como el primer día del año.

La reforma juliana se realizó sobre el calendario lunar entonces vigente, que databa de alrededor del 600 a.C., que a su vez había reemplazado a otro de cerca del 740 a.C., derivado del antiguo calendario griego y sus ciclos de cuatro años, relacionados con juegos olímpicos. Para compensar las distorsiones que venían acumulándose en el calendario lunar desde sus antiguos orígenes egipcios, la reforma juliana necesitó agregar dos meses y 23 días al año 45 a.C., que -por ello- quedó con 455 días, y resultó el más largo del que se tienen noticias.

                
   
      Julio César


Gregorio XIII

En 1582, el papa Gregorio XIII reformó el calendario juliano para mantener la Pascua en la primavera septentrional -más precisamente, cerca del primer día de esta, el equinoccio vernal (o de marzo)-, ya que, según la Biblia, Cristo murió en el mes judío de Nisán, en la primavera.

El calendario romano reformado por Julio César deba al año una duración de 365 días y ¼, duración aproximada, lo que provocaba un error de un día cada 128 años. Este error afectaba a la situación de los equinoccios; así, el de primavera, en la época de la reforma juliana, caía el 25 de marzo. En el año 325, cuando se celebró el Concilio de Nicea, el equinoccio de primavera tuvo lugar el 21 de marzo, y en el año 1582, fecha de la reforma gregoriana, dicho equinoccio tuvo lugar el 11 de marzo. El problema no parecía ser demasiado grave ni importante, pero de seguir así, en unos cuantos milenios, la Pascua se celebraría en verano.

Para que el calendario solar tuviese mejor coincidencia con las estaciones, y, sobre todo, con el equinoccio primaveral, el Papa Gregorio XII (1572-1585) ordenó la bula Inter Gravissimas del 24 de febrero de 1582 que “con objeto de que el equinoccio vernal, fijado por la padres del Concilio de Nicea en las duodécimas calendas de abril (21 de marzo)” volviera a coincidir con dicha fecha, se eliminaran de octubre de 1582 “los diez días que van del tercero después de las nonas (día 5 de octubre) hasta el día previo de los idus (14 de octubre), ambos incluidos”[4].

Lo que realmente el Papa logró fue adaptar el nuevo calendario a los cálculos de la época. Dicha adaptación fue obre del astrónomo Luigi Lilio, el gran inspirador de la reforma. Lilio descompuso el año solar en 365 días, 5 horas, 48 minutos y 54 segundos, lo que al cabo de cuatro años daba prácticamente un nuevo día; en realidad, 23 horas, 15 minutos y 46 segundos. Como el bisiesto aún debía 45 minutos, se estableció que cada 134 años habría que descontar un día, o, lo que es lo mismo, tres días cada 402 años. La forma de llevar la cuenta de este desfase se solucionó con cierto ingenio matemático: se descontaría tres días cada 400 años, eliminando los años bisiestos de los años que terminaran en doble cero, con la excepción de los múltiplos de 400, que no serían eliminados[5].

Aún así, el calendario gregoriano tampoco es perfecto, ya que arrastra un error de un día cada 3300 años (¡ahí es nada!), pero una mayor precisión implicaría aportar también múltiples correcciones por la desaceleración del movimiento de traslación de la tierra, lo que difícilmente compensaría el esfuerzo.

El calendario gregoriano, sin embargo, no se impuso de inmediato. España, Italia, Portugal y la parte católica de los Países Bajos lo aplicaron de forma inmediata, ya que Felipe II, consciente de que la difusión del mismo no podría ser simultánea ni homogénea en todo su territorio (donde nunca se ponía el sol), expidió la Pragmática sobre los diez días del año en Aranjuez (Madrid), y propuso su adopción en el nuevo mundo hasta 1548. Francia lo impuso al año siguiente de su promulgación, y la Alemania católica lo hizo al año siguiente. Los países protestantes lo hicieron más lentamente, generalmente durante el siglo siguiente. Inglaterra en 1752; Suecia en 1753, mientras que Turquía lo hizo en 1917 y Rusia en 1918, al igual que Grecia, que lo instauró también durante el siglo XX. En la actualidad, la diferencia entre los calendarios gregoriano y juliano será de 13 años.

Lo que realmente trataba de hacer la reforma gregoriana era acomodar la fecha de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús con lo dictado en los Evangelios sinópticos, ya que la Iglesia siempre quiso, desde un principio, conmemorar la Muerte de Jesús el mismo día que lo relatan los Evangelios, y para ello tenía que realizar, no sólo la reforma gregoriana en cuanto a días y meses, sino cambiar el tipo de calendario: pasarlo de lunar a solar.

El calendario eclesiástico que rige en occidente es un calendario solar, con fiestas religiosas fijas en determinados días coincidentes con los solsticios o equinoccios del sol, además de otras fiestas también fijas e inamovibles para celebrar onomásticas de santos o fiestas fijas de la Iglesia propiamente suyas. Sin embargo, cuando se produjeron los acontecimientos de la Pascua Cristina (Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús), es decir, durante la época en la que Jesús vivió entre nosotros, se celebraba la Pascua Judía, que conmemoraba la liberación de la esclavitud en Egipto del pueblo de Israel. Este acontecimiento tenía lugar el decimocuarto día del mes de Nisán, con la primera luna llena de primavera, conocida como luna de Parasceve, que viene a significar “preparación”[6]. Por lo tanto, el problema del cambio de fechas tenía mucho que ver con el cambio del calendario judío que era lunar, con el calendario de occidente, que era y es solar.

Medir el tiempo con la luna

Realmente, la luna está en el origen de los calendarios, pudiéndose considerar como el primer reloj de la humanidad. Sufre unas transformaciones periódicas y regulares muy atractivas que, ya desde la antigüedad, le confirieron un contenido y carácter mágico-religioso –las fases lunares- manteniendo siempre un tamaño muy similar, puesto que su órbita es casi circular. Así mismo, el ciclo completo de la luna tiene una duración adecuada, ni demasiado larga para perder la cuenta, ni demasiado corta para no caer en ella. Se la puede considerar como el verdadero germen del calendario. Nuestros antepasados partieron de las lunaciones, acaecidas cada algo más de 29 días, para confeccionar un calendario que les permitiese prever las estaciones. Observando y conociendo las fases lunares, se bastaron para organizar un calendario que les guiara en sus actividades económicas, laborales y festivas.

Y es la luna el máximo referente en el calendario judío, lo que provoca que sea un calendario lunar. Ello hace que la Pascua judía, la que se celebraba en la época de Jesús, se celebre a partir de los ciclos o fases de la luna.


Luna llena





[1]   Un mes no empezaba hasta que no era proclamado oficialmente por los sacerdotes de la antigua Roma.
[2]  Una hipótesis que explicaría la extraña circunstancia de la corta duración del mes de febrero se encuentra en la animadversión que los antiguos romanos tenían por los números pares. El calendario prejuliano fue una mala adaptación de un calendario lunisolar, que debería de tener en los años normales una duración de 354 días. Pero los que idearon el antiguo calendario romano aumentaron la duración a 355 días para evitar el número par. Aunque los meses de un calendario lunisolar deben tener lunaciones de 30 y 29 días, se evitaron los meses de 30 días, dándoles una duración excesiva de 31 días. Todo esto se hizo con la idea de evitar los números pares. Pero inevitablemente, uno de los meses debía tener una duración par. Se eligió para ello el mes más “nefasto”, que entonces estaba colocado en la última posición del año y que era nuestro actual mes de febrero, porque “un número inferior y par convenía a las divinidades infernales”. La posterior reforma del calendario que patrocinó Julio César se hizo con las mínimas modificaciones posibles. Se añadieron diez nuevos días, pero no se alteró el mes de febrero, que continuó con los 28 días “para no alterar el culto a los dioses infernales”.
[3] Bisiesto: bis sextum. Se duplica el 24 de febrero, la sexta calenda de marzo.
Esta adición de un día en el mes de febrero, último mes antes de la implantación del comienzo del año el 1º de enero, fue asimilado por la Iglesia para la creación de su calendario lunisolar eclesiástico, basado en el calendario romano, en el que el 24 de febrero era duplicado. Esto encuentra su razón en el calendario que existía en Roma en tiempos de la República, en que se colocaba un mes intercalar después del día 23 de febrero, fiesta de la Terminalia.
Los días de un mes estaban bien definidos desde la reforma juliana en el calendario romano, aunque en vez de usar un numeral como lo hacemos actualmente, los meses del calendario romano tenían tres fechas fijas: las calendas o kalendas, las nonas y los idus.
Las calendas o kalendas se corresponde con el día 1 de cada mes, pero si hay un número precediendo a la palabra kalenda (a veces también puede ir la expresión “ante diem”) quiere expresar “antes de las kalendas”, o sea, antes del día 1 del mes; es decir, siempre será del mes anterior al citado.
Para el cálculo del día correspondiente adaptado a la fecha actual se debe tener en cuenta el número de días del mes anterior al que se menciona, al que se le deben sumar 2 y se resta el número de kalendas que aparece. Por ejemplo: 24 de febrero es la sexta kalenda de marzo: 28 días (febrero) + 2 – 6 = 30 – 6 = 24 de febrero.
La explicación del cálculo de las otras dos fechas, idus y nonas, no será tratado en este escrito por estar fuera del ámbito temático que nos ocupa.
[4] La eliminación de estos diez días del calendario acarreó, además de algunas otras, la curiosidad o la anécdota de la muerte de Teresa de Cepeda y Ahumada, Santa Teresa de Jesús o Santa Teresa de Ávila. Dicha santa murió el 4 de octubre de 1582 y fue enterrada “al día siguiente”, es decir, el 15 de octubre del mismo año. Lo que pudiera parecer un error o una supuesta incorruptibilidad de su cuerpo no es sino una pura coincidencia con la implantación del calendario gregoriano, ya que durante la noche que fue velada (la enterraron a las 24 horas de su muerte) en Alba de Tormes (Ávila) se produjo el salto de diez días de la reforma del calendario gregoriano.
[5] Serán bisiestos todos los años múltiplos de 4 y de 400 pero no lo sean de 100 (años seculares).
[6] El motivo más prosaico de que se eligiera una luna llena para esta fiesta, era que aquellos pueblos pastores que se reunían en Jerusalén, viajaban mejor de noche si había luna llena que les iluminara el camino.