jueves, 1 de abril de 2021

CONSIDERACIONES SOBRE LA SEMANA SANTA (Divertimento Pascual) V


Controversias sobre las fechas de la celebración de la Pascua

De conformidad con el Antiguo Testamento, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús tuvieron lugar, aproximadamente, en el tiempo de la Pascua judía. Según los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas[1], la última cena de Jesús con sus discípulos fue una cena de Pascua (pesaj), En aquella época, la Pascua judía se celebraba siguiendo las prescripciones bíblicas en el decimocuarto día del primer mes (Lv 23,5; Nm 28,16; Jos 5,11). Los meses del calendario judío comenzaban con la luna nueva, por lo que decimocuarto día correspondía al día de la luna llena. El primer mes, Nisán, era el mes que comenzaba con la luna nueva de primavera. En otras palabras, la Pascua judía se celebraba el día de la primera luna llena después del equinoccio de primavera, y por ello, era una festividad móvil, con independencia del día de la semana.

La Iglesia cristiana, desde un primer momento, quiso mantener ese hecho para celebrar la Pascua Cristiana. A pesar de conocerse la fecha en la que los judíos comen el cordero pascual, el 14 de Nisán por la noche, la confusión dentro de la cristiandad en relación a la celebración de los acontecimientos de la vida de Jesús, seguía siendo un hecho, y no todas las iglesias la conmemoraban al mismo tiempo; al contrario, los cristianos de diferentes regiones celebraban la Pascua en fechas diferentes.

Los primeros cristianos quisieron conmemorar los acontecimientos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo anualmente, pero debían optar por tomar una decisión: podían optar por fijar las fechas de aquellos acontecimientos en el calendario juliano (entonces vigente en el imperio romano) o bien continuar ligándolo al calendario que tenían los judíos basado en la luna (calendario lunar). Decidieron optar por esta última forma de celebración, quizás porque aquellas primeras comunidades judías aún no habían sacralizado el calendario juliano.

No hay referencias seguras de cuándo y dónde comenzó la Iglesia primitiva a celebrar la festividad pascual, aunque sí es conocido que, para fijar la fecha, seguían el calendario que entonces utilizaban los judíos. Desde que se empieza a guardar la fiesta pascual, o al menos desde tiempos del Papa Sixto I al comienzo del siglo II, surgieron varios criterios sobre cuándo celebrarla, dando lugar a las primeras controversias pascuales que, a su vez, crearon una serie de conflictos que causaron graves trastornos a la Iglesia.

Las primeras comunidades cristianas de Asia Menor celebraban la Pascua el día 14 de la luna, con independencia del día de la semana en que cayera. Por ello, fueron llamados cuartodecimanos. Apelaban a la tradición de San Felipe y San Juan, además de la de varios santos padre de Asia Menor. Sin embargo, las demás iglesias, incluyendo la de Roma, hacían coincidir la Pascua en domingo. Esta divergencia de criterio fue motivo de cierto escándalo; incluso los mismos gentiles se la echaban en cara a las iglesias cristianas. Por ello, desde muy antiguo se procuró componerla.

Durante el pontificado de San Aniceto (154-165), San Policarpo, obispo de Esmirna, y discípulo de San Juan, fue a Roma para tratar el asunto, aunque no logró ningún acuerdo.

Al final del siglo II, con el incremento de la controversia, el Papa Víctor I (189-198) ordenó que se celebraran sínodos en todas las iglesias para suprimir a los cuartodecimanos. El resultado de esta primera disputa pascual fue la desaparición paulatina de los cuartodecimanos, que aceptaron el criterio del resto de los cristianos de celebrar la Pascua solamente en domingo, cualquiera que fuese el día de la semana en que cayera el 14 de Nisán del calendario judío.

Durante este tiempo, los cristianos dependía de la información facilitada por la Sinagoga para celebrar su Pascua, pero el calendario judío se veía influenciado por multitud de factores, algunos de ellos puramente religiosos y otros sociales y políticos, lo que afectaba indirectamente a la celebración de los cristianos, por lo que éstos seguían ligados a la religión de la que querían emanciparse.

En un intento de independizarse de los judíos, los cristianos del siglo III empezaron a desarrollar sus propios calendarios lunisolares para determinar, por sus propios medios, la fecha de la celebración pascual. Éstos decidieron utilizar un calendario computacional, que sólo se pudo abordar y desarrollar gracias a los conocimientos matemáticos y astronómicos que existían donde se emprendió esta tarea.

El problema residía en encontrar la fecha del calendario juliano en que cae la primera luna llena de la primavera; conocido este dato, se determinaba el domingo posterior en el que habría de celebrarse la Pascua.

Conocer el mes de primavera era el primer criterio que debían establecer esos primeros cristianos cuando trataron de elaborar su calendario lunisolar. Aceptaron el equinoccio de primavera como punto de partida, con lo que se le dio al calendario cristiano un contenido astronómico del que carecía el judío. Pero el siguiente problema a solucionar para establecer el siguiente criterio era fijar ese equinoccio primaveral, ya que es un día variable de un año a otro. En este punto sí surgieron controversias, puesto que Roma lo establecía el 25 de marzo y en Alejandría tomaban la fecha correcta del 21 de marzo.

En función del día del comienzo del equinoccio primaveral e, independientemente del mismo (aunque parezca una contradicción), la Pascua siempre debía celebrarse en domingo, y además que fuera siempre el primer domingo posterior a ese equinoccio primaveral. Ello suponía celebrar la Pascua cada año en un día diferente del mes lunar, lo que acarreó un incremento de las controversias entre Roma y Alejandría, ya que ambas partes tomaban diferentes días lunares para establecer los límites lunares de la Pascua.

Aún quedaba un problema más a solucionar: adaptar o acoplar la fecha calculada en su calendario lunisolar al calendario juliano, que no olvidemos, era el que regía durante aquel tiempo.

            Por todo ello, la dificultad del calendario lunisolar cristiano residía en que debía conjugar tres periodos de tiempo no relacionados entre sí: el año, al que se ajusta el calendario juliano; la lunación, que siguen los meses lunares, y la semana, ya que sólo en domingo puede celebrarse la Pascua.

            Mientras se elaboraba un calendario cristiano lunisolar válido para unos y para otros, los judíos cristianos continuaron usando el calendario judío para la Pascua, celebrando la Pasión el 15 de Nisán y la Pascua de Resurrección el 17 de Nisán, fuese o no domingo ese año. En el resto de occidente, sin embargo, se tomaba en consideración que Jesús, históricamente, resucitó en domingo, por lo que, desde Roma, se fue imponiendo paulatinamente que la Pascua se celebrase en domingo.

            El único lugar donde la elaboración de un calendario lunisolar pudiera ser emprendido con garantías y satisfactoriamente era Alejandría, pues allí se había recopilado la ciencia astronómica griega, la cual dedicó especial atención a los calendarios lunisolares. Tanto es así que, mientras que en occidente los computistas se debatían en ciclos lunisolares imperfectos, en Alejandría dio fruto el conocimiento astronómico heredado de los griegos y, parece ser que en el año 258, Anatolio de Alejandría, un sabio cristiano que años después se convertiría en obispo de Laodicea, utilizó el ciclo de 19 años ideado con anterioridad por el astrónomo griego Metón. En su tratado “Sobre la Pascua”, Anatolio hace comenzar el ciclo con el año que tiene la luna nueva el 23 de marzo, y consideraba que la luna llena pascual sólo podía ser aquella que coincidiera o fuera posterior al 21 de marzo.

            A medida que pasaba el tiempo, las diferentes iglesias cristianas utilizaban diferentes calendarios y forma de fijar la fecha de la Pascua, celebrando unos la Pascua en domingo y otros cuando coincidiera en cualquier día de la semana. Si a ello le sumamos las apariciones de herejías como la arriana, la unidad de la Iglesia quedaba amenazada, por lo que tuvieron que convocar diversos concilios para tratar de llegar a un acuerdo sobre la celebración de la Pascua cristiana.

            El primero que se celebró fue en Arlés, en el año 314, llamado “Concilio de Arlés”. En él se ordenó, en su primer canon, que la Pascua se celebrase en todas partes el mismo día, y que sería el Papa la única autoridad válida para establecer la fecha de la celebración de la Pascua, fecha que sería dada a conocer a toda la cristiandad por medio de una circular. No debió de tener mucho éxito la iniciativa, pues las iglesias de la parte oriental del Imperio Romano continuaron sus celebraciones basándose en sus propios cálculos. Hubo de esperar hasta el Concilio de Nicea, en el año 325, para solventar esta cuestión, y establecer unas normas comunes para toda la comunidad cristiana.
Concilio de Nicea

Convocado por el emperador Constantino el Grande, que todavía no era cristiano, el Concilio de Nicea[2]  reunió a 318 obispos en dicha ciudad turca para solventar diversas cuestiones relacionadas con la Iglesia, como la implantación del credo niceano[3] con el dogma del Espíritu Santo como la tercera persona de Dios, y, cómo no, para fijar la fecha de la Pascua.

En los documentos que se han conservado de aquel concilio ecuménico no aparece resolución explícita alguna sobre las reglas para la determinación del día de Pascua. Todo indica que los participantes en el concilio explícitamente reafirmaron la validez del cómputo que ya utilizaba Alejandría, ciudad donde se encontraban los más hábiles computistas del mundo cristiano. La validación de dicho acuerdo quedó constatada en  una carta que dicho concilio envió a la Iglesia de Alejandría afirmando que se había llegado al acuerdo de celebrar la Pascua todas las Iglesias el mismo día, según las reglas que se seguían en Alejandría y en la mayor parte de la cristiandad.

Aunque el Concilio de Nicea no prescribió explícitamente ninguna regla para calcular la Pascua, todo parece indicar que el oriente y el occidente estuvieron de acuerdo en el día en que se celebraba la fiesta Pascua, a pesar de las discrepancias aún mantenidas en dicho cómputo entre las iglesias de Roma y Alejandría. Aún así, se estableció que la Pascua de Resurrección había de ser celebrada cumpliendo unas determinadas normas: que la Pascua se celebrase en domingo; que no coincidiese nunca con la Pascua Judía, que se celebraba independientemente del día de la semana, para evitar paralelismos y confusiones entre ambas religiones, por lo que si caía en luna llena o plenilunio, se retrasaría al domingo siguiente; que los cristianos no celebraran nunca la Pascua dos veces el mismo año[4]. Se decidió que el Domingo de Gloria o la Pascua de Resurrección, que pone fin a la Semana Santa, e inicia los días de la Pascua Cristiana, se celebrara el primer domingo tras la primera luna llena de primavera, estación que la iglesia estableció en el 21 de marzo como inicio de la misma, independientemente de la entrada del sol en Aries o no. De este modo, el Domingo de Pascua o de Resurrección, puede acontecer en un paréntesis de 35 días, entre el 22 de marzo y el 25 de abril, ambos inclusive, en función de la duración de los meses lunares, equivalente, aproximadamente, a 29’53 días. De esta manera, la Resurrección se hacía coincidir con el equinoccio de primavera, cuando los días se alargan y la oscuridad del invierno deja paso al sol, con el que se identifica a Jesús con la Luz de la Verdad, que para los cristianos los aleja de las “tinieblas”, término que las Sagradas Escrituras identifican con la ignorancia y la idolatría pagana.

Con estos acuerdos se lograban varios objetivos. Por un lado terminar con el continuo enfrentamiento de la Iglesia de Roma con la Iglesia de Alejandría por las diferencias entre ellas a la hora de establecer la fecha del equinoccio de primavera (18 y 21 de marzo, respectivamente) y el consiguiente cálculo de la fecha del Domingo de Resurrección. Así se otorgaba el mismo y suficiente protagonismo a ambas, y se acallaban diversas cuestiones, disturbios y protestas, además de evitar el descrédito que producía en otras religiones que no hubiera acuerdo sobre el día exacto de la Muerte y Resurrección de Jesús. Por otro lado, asimilaba celebraciones cristianas a fiestas paganas y arraigadas tradicionalmente en la población, con una raíz astronómica relacionada con los cambios de estación y el calendario agrícola, poniendo de manifiesto su voraz sincretismo. Aún así, continuaron existiendo diferencias respecto a la fecha de la Pascua, por el hecho de que el Concilio de Nicea no dijo nada sobre el método que debería utilizarse para calcular la entrada de la luna llena y del equinoccio primaveral.

Al final quedó fijada la superioridad en astronomía de la Iglesia de Alejandría sobre la Iglesia de Roma, y se decretó que su iglesia comunicase a Roma el día de la Pascua, para que, a su vez, fuera transmitida a toda la cristiandad. Esto lo conseguiría el monje escita y respetado cronologista, Dionisio el Exiguo[5] en el año 525, convenciendo a los romanos de las ventajas del cómputo alejandrino.



[1] Del evangelio de San Juan se puede desprender otra cronología, ya que argumenta que la Última Cena no fue un banquete pascual al celebrarse un día antes de la Pascua; es decir, el 13 de Nisán en vez del 14 de Nisán. San Juan intentó darle un nuevo sentido a la Pascua y desligarla de la tradicional comida pascual que según los evangelios sinópticos siguió Jesús. En su  cronología, Jesús murió el mismo día y a la misma hora en la que se inmolaban los corderos en el Templo, lo que lleva al evangelista a afirmar: “He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. La identificación de Cristo con el cordero pascual se reitera en el evangelios de San Juan cuando narra (y sólo él lo hace) que a Jesús no le fue quebrado ningún hueso, tal y como ocurría con el cordero que inmolaban los judíos. Esta inmolación del cordero tenía un sentido de liberación, de la misma manera que San Juan plantea la muerte de Jesús como una liberación del pecado de la humanidad, planteamiento apoyado por San Pablo que narra la última cena con la nueva visión eucarística y no como banquete pascual: “ … tomó el pan y dando gracias lo partió y dijo “tomad y comed, este es mi cuerpo que por vosotros será entrado. Haced esto en memoria mía” (1 Corintios 11, 24).
[2] Es esta asamblea la que la posteridad conoce como el Primer Concilio Ecuménico. No fue convocado por la Iglesia ni por uno de sus obispos, sino por un emperador sobre el que, aún hoy, recaen serias dudas en torno a lo genuino de su fe cristiana, puesto que era un adorador del Sol Invictus (Sol Invicto).

[3] Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles.
Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la susbstancia del Padre, Dios de Dios; Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hico carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.
Y en el Espíritu Santo.
A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y que antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado de otra substancia o esencia, o que es una criatura, o que es mutable o variable, a éstos anatematiza de la Iglesia Católica.

[4] Esto tiene su explicación porque el año nuevo comenzaba en el equinoccio primaveral, por lo que prohibía la celebración de la Pascua antes del equinoccio real, la entrada del sol en la constelación de Aries.
[5] Su corta estatura le hizo merecedor de tan curioso sobrenombre.

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