jueves, 1 de abril de 2021

CONSIDERACIONES SOBRE LA SEMANA SANTA (Divertimento Pascual) VII


LA PASCUA DE CRISTO

            El hombre siempre ha querido dar respuesta a hechos del pasado basándose en tiempos presentes, como si el mundo no hubiera cambiado en todo este periodo, o como si todo hubiera sido como lo es en la actualidad. Este quizás sea el error más común y también el más grande: querer o tratar de entender tiempos pretéritos pero vistos con ojos actuales. Cualquiera que esté interesado en acontecimientos o hechos pasados es consciente que, para entenderlos en toda su dimensión, debe, obligatoriamente, entender el modo de vida social, económico y cultural en que éstos ocurrieron; hacerlo de otro modo y manera no sólo no entendería nada, sino que incluso podría falsearlos, llegando a dar por sentado algo que realmente no ocurrió, y si lo hizo, fue de una manera totalmente contraria a la realidad.

            Esto mismo también puede ocurrir cuando tratamos de analizar, repasar o rememorar la Semana Santa o la Semana de Pasión de Jesús. Los hechos que durante esos días tuvieron lugar y que supusieron la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, hoy día los tenemos estructurados en días de la semana y horas que en aquellos años, o bien no existían como tales (día de la semana) o bien no ocurrieron así “realmente”, simplemente por desajustes en los calendarios (juliano y gregoriano, además del judío), o desajuste horario, tanto en horas propiamente dichas como en días y noches, además del comienzo y finalización de éstos. Si a estos desajustes le añadimos el gran interés de la Iglesia por hacer coincidir estos días con lo que está narrado en los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas y Juán), esos desajustes pueden llegar a ser aún mayores, haciendo que ciertos acontecimientos puedan parecer ficticios. Un pequeño ejemplo nos pude servir para ilustrar lo que se quiere decir.


Crucifixión de Jesús en el Gólgota

Todos damos por hecho y sentado que Jesús murió el Viernes Santo a la hora de nona, es decir, alrededor de las tres de la tarde. Cuando hacemos nuestra profesión de fe[1], decimos que Jesús resucitó de entre los muertos a los tres días de su crucifixión y muerte. La Resurrección la celebramos el domingo siguiente al Viernes Santo, el Domingo de Resurrección, el comienzo de la Pascua cristiana. Pero si hacemos unos pequeñísimos y facilísimos cálculos nos daríamos cuenta que desde un viernes a las tres de la tarde hasta un domingo por la mañana, no transcurren setenta y dos horas, los tres días que Jesús estuvo muerto y sepultado. Tres días después de su muerte, tres días después de un viernes es un lunes, no un domingo. Por lo tanto, si contamos tres días o setenta y dos horas entre dos días de la misma semana llegamos a las siguientes conclusiones: que, o bien no resucitó un domingo sino un lunes por la tarde/noche para descubrir su resurrección un martes por la mañana, o bien que no murió un viernes, sino un miércoles por la tarde/noche para resucitar el sábado en la tarde/noche y dar la noticia de su resurrección el domingo por la mañana. En ambos casos han transcurrido setenta y dos horas, tres días muerto y sepultado.

Si nuestra fe como cristianos hace que creamos firmemente que los hechos ocurrieron tal y como se dice y se cuentan en los evangelios, nuestro razonamiento como personas y seres humanos nos hace verlos de otro modo; de viernes a domingo no pasan tres días, sino día y medio, justo la mitad. Luego puede ocurrir que, si nuestra fe no tiene la suficiente fuerza y consistencia en nuestro interior, nos puedan surgir dudas “razonables” de todos estos hechos, y comencemos a pensar que algo falla en lo contado, entre la realidad actual y la realidad de aquellos tiempos y años.

Pero ni todo es blanco puro ni todo es negro cerrado; ni todo es una verdad irrefutable, ni todo es una falsedad premeditada y dañina. Los hechos de la Pasión ocurrieron tal y como están contados por los evangelios sinópticos, pero quizás cambiados de días y horas en comparación con los tiempos actuales. A esto hay que añadirle que el calendario judío de aquellos años, e incluso el actual, nada o muy poco tiene que ver con el nuestro. La semana tampoco la tienen estructurada de la misma manera que nosotros la tenemos estructurada en la actualidad. Debemos, así mismo, recordar que durante ese tiempo, Israel estaba gobernado por el Imperio Romano, que tampoco tenía el mismo calendario que el judío. Y, por si fuera poco, los evangelios fueron escritos mucho tiempo después de que ocurrieran estos hechos, por lo que ciertos acontecimientos, no sólo de la Pasión, sino de la propia vida pública de Jesús, pueden no estar lo suficientemente documentados en los evangelios, y tan sólo ser ciertos por el mero hecho de estar reflejados en los mismos.

¿De verdad creemos “a pies juntillas” que Jesús nació el 25 de diciembre? Está claro que esa fecha es una fecha sincretizada por la Iglesia Católica para “tapar” el culto al dios Sol, verdadera fiesta solar pagana, pero no por eso vamos a dejar de celebrar la Navidad ni todo lo que conlleva aparejada de solidaridad y buenas intenciones. Lo mismo ocurre con la Semana Santa. Son hechos que ciertamente ocurrieron, pero quizás no con ese ritmo de tiempo descrito en los evangelios. El que alguno de esos hechos no fuera del todo cierto, no por ello vamos a dejar de creer en ellos, o incluso a renegar de nuestra religión porque “nos están tomando el pelo”. Tenemos suficiente madurez de fe como para andar “pensándonoslo”.

Partiendo de una inamovible posición sobre nuestra fe, tampoco está de más tratar de analizarlo todo de una manera sosegada o medianamente documentada, utilizando la lógica como arma más poderosa en este combate de tiempos y espacios que tratamos de celebrar. Tomémoslo todo esto como un divertimento cuasi cuaresmal o pascual, con la sóla y única finalidad de aportar algo más de conocimiento a esos hechos ocurridos hace casi 2000 años, pero también apoyándonos en los evangelios sinópticos; de paso, nos obligamos a la lectura, muy descuidada y denostada en la actualidad, y que, si no le ponemos remedio, la falta de lectura se puede convertir en una nueva enfermedad endémica de este comienzo de siglo. La “grandeza” de las nuevas tecnologías es la cepa de cultivo ideal para convertirla en pandemia. Sólo nosotros somos los portadores de la vacuna.

Breves apuntes sobre el calendario judío

            Los evangelios y toda la literatura de la época de Jesús que se dispone en la actualidad no nos permiten situar con exactitud ni una sola fecha de los acontecimientos de la vida de Jesús. Las indicaciones de los evangelistas hablan en términos generales y con referencia al inicio de algún reinado, pero no concretan con números la fecha exacta de los sucesos. Esta situación hace que no se conozca ni el día en que nació Jesús, ni el día en que murió, ni la fecha de ningún otro acontecimiento importante en su vida.

Si queremos complicarlo aún más, no hay unanimidad sobre qué reglas regían el calendario luni-solar judío de la época. Se sabe que había un calendario que seguía unas reglas fijas y bien conocidas Se sabe también que este calendario y reglas estaban en vigor en la época de Maimónides, que vivió entre 1135 y 1204 de nuestra era, pero se desconoce si estas reglas estaban también en vigor en la época de Jesús, o si por el contrario, el calendario se regía por observaciones astronómicas o incluso agrícolas y no por unas reglas predefinidas. Aún así, una relación evidente entre el calendario judío y el calendario cristiano que se utiliza en la actualidad ha quedado más que demostrada anteriormente.

            Jesús, cuando habitó entre nosotros, lo hizo codo con codo con el pueblo judío, que, obviamente, tenía su calendario propio. En occidente llevaban otro distinto, el calendario juliano, muy diferente al judío. Esa diferencia entre ellos tan sólo nos debe servir para adaptar o acoplar las fechas de aquellos hechos a las celebraciones litúrgicas que los cristianos celebran para conmemorarlos. Jesús vivió entre los judíos, con sus leyes, sus costumbres y tradiciones, y en ellas debemos centrarnos para hablar de la Pascua de Cristo como momentos reales, históricos, simbólicos y religiosos, tan importantes para la vida de un cristiano.

            Entre la Pascua Judía y la Pascua Cristiana hay una continuidad histórica, ya que, según todos los relatos (evangelios sinópticos y no sinópticos) Jesús murió el primer día de la fiesta judía de la Pascua, que, como sabemos, celebra la liberación por la mano de Dios del pueblo judío de la esclavitud en Egipto. Pero esa continuidad histórica parece romperse a la hora de celebrar “realmente” la Pascua, ya que los judíos la celebran el día 14 de Nisán[2], independientemente del día de la semana en que caiga. La Pascua del Antiguo Testamento siempre precedía del día de reposo anual, llamado también el primer día de Panes sin Levadura. Ese día era una solemnidad o día de fiesta para ser celebrada cada año el día inmediatamente después de la Pascua. El libro de los Números así lo dice: “Pero en el mes primero, a los catorce días de este mes, la fiesta solemne del Eterno. Y a los quince días de este mes, será un día de fiesta.”.


Calendario judío

Ya sabemos que la Pascua judía se celebraba siempre el día 14 de Nisán, y el siguiente, el 15 de Nisán, es día de fiesta solemne. Pero, ¿qué relación tienen el 14 y 15 de Nisán con los días de la semana judía y con los días de la semana occidental? Concretemos un poco.

El calendario hebreo no solamente combina el año solar y el mes lunar, sino que ambos ciclos, complementados, han de convivir exitosamente también con otro de los legados del calendario de los judíos al resto del mundo: el ciclo semanal de siete días.

Los días de la semana hebrea se basan en los seis días de la Creación, según relata el primer capítulo del libro del Génesis, siendo su nombre el mismo que les adjudica la Biblia, que son simplemente los nombres de los números ordinales en hebreo, del primero al sexto[3], y en el séptimo día, en el que Dios descansó de su labor, el Shabat, descanso, nombre que fue adoptado por una buena parte de las lenguas[4]. Así pues, y basándose en el relato bíblico,  la semana hebrea comienza el domingo[5], y no el lunes como en la sociedad occidental, y culmina el sábado, el día consagrado al descanso. Por lo tanto, en el calendario semanal judío, toda la semana gira en torno al sábado o shabat, lo que hace que todo el ciclo hebdomadario, y muy especialmente la santidad de la festividad del sábado (celebración considerada la más sagrada superada tan sólo por el Yon Kipur o Dia del Perdón, llamado precisamente Sábado de los Sábados), impone otra serie de ajustes al calendario hebreo, que debe adaptarse a las necesidades derivadas del sábado, en primer lugar, y luego a otras fiestas y ritos judíos. De esta forma, el calendario hebreo se propone impedir que ciertas celebraciones se superpongan o hasta se contradigan entre sí.

Este difícil, pero fundamental equilibrio, se obtiene mediante cálculos que indican en cuál de los días de la semana podrá caer el primer día del año judío, que es también el primer día de la festividad del Rosh Hashaná, el Año Nuevo judío. Así, las reglas del calendario hebreo estipulan que en ningún caso podrá el primer día de Rosh Hashaná y el año nuevo coincidir en un domingo, un miércoles o un viernes. Pero para compensar este desfase impositivo, y tratar de equilibrar el calendario, se suelen agregar uno, dos o tres días después de pasados ciertos meses al comienzo del Año Nuevo.

Visto así, no es difícil deducir que el calendario judío no lleva una correlación de días a lo largo de sus sucesivos años; es decir, un año nuevo no comienza al día siguiente de la semana del día en que terminó el anterior, sino que lo puede hacer en otro día distinto de la semana en función de esas festividades asociadas al día del shabat o sábado. Esto hace que sea tremendamente difícil calcular qué día de la semana en concreto fue el 14 y 15 de Nisán en el año en que se produjeron los acontecimientos que celebramos durante la Semana Santa. Si su calendario fuera como el nuestro “actual” (que tampoco es el mismo que se llevaba en occidente en aquellos tiempos, como ya se ha comentado sucesivas veces) sería muy fácil deducir esos días y asociarlos a un determinado día de la semana. Como vemos, esto no es así; la propia idiosincrasia del calendario judío lo impide, y la dificultad del cálculo semanal se hace muy patente.

Pero no es sólo la forma de nombrar los días de la semana y la forma de “contar” los días de comienzo y fin de año según los descansos del shabat o diversas festividades. Hay otra particularidad añadida en este calendario judío: los días de la semana, independientemente de cómo se nombren, no comienzan ni terminan de la misma forma a cómo nosotros lo hacemos en nuestra semana, ni incluso en aquellos años con otro calendario. Para nosotros, tanto antes como ahora, el día termina a las 00:00 horas (12 de la noche), y, a partir de esa hora, comienza un nuevo día. El día en el calendario hebreo comienza con la salida de tres estrellas al ocaso, y culmina al próximo ocaso del siguiente día; es un día que se cuenta de una puesta de sol hasta su otra puesta. En esto se diferencia del día según el calendario gregoriano, que discurre exactamente de medianoche a medianoche.

La costumbre de ver al día comenzar con la caída del crepúsculo es antigua como la Biblia misma, y se basa en el texto bíblico del Génesis, 1, 5, que al cabo de cada día comenta "Y fue la tarde, y fue la mañana...", de lo que se entiende que cada uno de los días de la creación comenzaba por la tarde: "… por la tarde, de tarde a tarde, guardaréis descanso" (Levítico 23, 27-32). Desde entonces, es práctica corriente y antiquísima que las festividades judías comiencen al caer el sol.


Comienzo y finalización de los días en el calendario judío

Aún así, y por si no tuviéramos bastante complicado “adivinar” el día semanal del 14 y 15 de Nisán, no debemos olvidar los ciclos lunares y solares, que también se tienen en cuenta en dicho calendario hebreo.

Tal y como se ha comentado con anterioridad, con el fin de adaptar tales ciclos, se añadían días a años bisiestos en función de unos determinados cálculos más o menos exactos. En tiempos de Jesús, al igual que otros calendarios de la época también basados en la luna, se utilizaba el método de intercalación de un mes más cada ciertos años, denominado mes embolismal, para mantener en sincronía dichos ciclos solares y lunares, además de la realización de otros ajustes más en el cómputo total de días del año. En concreto, esa adición del mes embolismal se producía cada 19 años (lo que ya conocemos como ciclo metónico), lo que se traducía en que había ciertos años que tenían 13 meses y el reto de años de ese ciclo tenían 12.

Para que ciertas fiestas religiosas cayeran lo más próximas posible a ciertos hechos astronómicos, algunos de esos 19 años debían tener un día más y otros un día menos. Por ejemplo, muy importante era la Pascua, que debía caer siempre después del equinoccio vernal. Determinar el momento de añadir o eliminar ese día tenía como finalidad tratar de hacer coincidir el principio de cada año nuevo judío como una posición muy concreta de la luna, conocida como Molad, de modo que de año en año, la sincronía lunar fuera perfecta. Este Molad, no es más que una medida de las fechas de las conjunciones solares. En los calendarios actuales, la conjunción astronómica de la luna se designa como “luna nueva” que, al manifestarse como la luna en la más completa oscuridad, hace muy difícil pronosticar el momento exacto de ese día en concreto, mucho más si, como sabemos, los ciclos lunares no son regulares, ya que tienen pequeñas fluctuaciones que alteran su ciclo.

Teniendo en cuenta que en la actualidad los avances tecnológicos que tenemos son los que nos indican el momento de la entrada de la luna en su fase de “nueva”, en época de Jesús obviamente no existían, por lo que “acertar” el día y la hora de la luna nueva dependía mucho más de criterios subjetivos fijados por los escribas y los rabinos de entonces (observaciones astronómicas, observación de la naturaleza y germinación de los frutos, edad de los corderos, etc.).

Luego, entre las imprecisiones del Molad, la necesidad de hacer coincidir ciertas fechas en momentos oportunos de la luna, y el completo desconocimiento del verdadero calendario que regía aquella comunidad en tiempos de Jesús, hace totalmente imposible conocer fehacientemente y con exactitud milimétrica, el día de la semana que en aquella época fue el 14 y el 15 de Nisán. Nosotros tan sólo podemos hacer conjeturas sobre aquellos momentos y aquellas fechas, siempre a modo de divertimento, pero sin perderle nunca la cara a nuestra fe como cristianos. Simplemente podemos “ajustar”, más o menos lógicamente, aquello que nos dicen los evangelios, dejando para la comunidad científica un estudio más exhaustivo de calendarios y días semanales en la antigüedad, estudio que sobrepasa con mucho y con creces la pretensión de este trabajo.



[1] “Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles.
Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la substancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.
Y en el Espíritu Santo.
A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y que antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado por otra substancia o esencia, o que es una criatura, o que es mutable o variable, a éstos anatematiza la iglesia católica”. (Credo de Nicea).
[2] Nisán, primer mes del calendario hebreo, que puede caer entre marzo o abril.

[3] Denominación que se ha perdido en la mayoría de las lenguas occidentales, que adoptaron nombres de deidades paganas para los días de la semana.

[4] Castellano sábado, francés samedi, italiano sábato, portugués sábado, catalán dissabte, alemán Samstag, polaco sobota, griego sávvato, árabe asSabt, indonesio sabtu, rumano sâmbătă.

[5] Yom rishón, "el día primero".

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