Con
el paso del tiempo vamos acumulando juventud, como a mí me gusta decir, pero
también vamos acumulando experiencia y, como no, acumulamos años. Años que
enumeramos pero que realmente no tenemos, sino que hemos gastado. Cuando
alguien me pregunta cuántos años tengo, siempre le contesto lo mismo: yo no
tengo ningún año; he gastado los años que he vivido, pero no tengo ninguno.
¡Menudo apaño si tuviera que guardar todos los años que he gastado! ¡No podría
con ellos! Por eso no digo que los tengo, digo que los he gastado.
Todos (no hay quién se libre) gastamos
los años acumulando días, días consumidos, días pasados. La suma de todo ese
conjunto de días son los años gastados. Y, como todo en la vida, se pueden
gastar bien o se pueden gastar mal. Se pueden gastar de una manera pasiva,
dejando correr el tiempo sin más, sin esperar nada de nada, de forma
contemplativa, o se pueden gastar de forma activa, haciendo lo que a cada uno
le gusta, bien por profesión, bien por afición, o por ambas cosas. Yo tengo la
suerte de gastar los días de ambas maneras: profesión y afición. Quizás sea un
afortunado y un privilegiado, o quizás no lo sea. Tanto en un caso como en
otro, a ambas cosas las busco casi a diario para que no decaiga ese gasto
activo de días.
Aunque hoy día ya no están mis
“aguantatostones” (la vida les ha dicho que tienen que fundar familias aquí o
allá, vivir su vida de adulto, también como gastadores de días) mi afición
románica hace que no pierda la ilusión en este arte y me incite e impulse a
leer y aprender más y más sobre el mismo. Trato de ser coherente y consecuente
con mi gasto activo de días. Es una de mis principales funciones y mi principal
objetivo en este tema: que mis “aguantatostones” tengan un gasto activo en su
profesión y en su afición. Todo este mundo acumulado en estas páginas tienen
como objetivo final eso mismo: crear inquietudes, aprendizajes, tratar de
conseguir una vida lo más activa posible. Hoy día es tremendamente difícil
conseguirlo por todo lo que rodea a los futuros “aguantatostones”, por todo lo
que tienen y por lo nada de lo que carecen. Esa acaparación o acumulación de
bienestares les coharta su posible gasto activo. Es tal su hartazgo en acumulación
de bienes materiales que les impide centrarse y valorar otro tipo de bienes
llamémosles “espirituales”, más personales, más íntimos, algo más cercano con
ellos mismos que los pueda identificar por esas aficiones que día a día están
cada vez más caducas y obsoletas.
No quisiera caer en esa apatía que se
magnifica hoy día, por lo que yo sigo a lo mío y comienzo un nuevo tema
románico.
Ahora que no están mis chicos, no los
puedo tostonear (los voy a echar de menos), pero lo cierto es que el tema que
abro hoy (abro pero no cierro) no es un tema para “tostonearlo”, sino para
dejarlo abierto y activo casi a diario e irlo ampliando y mejorando a medida
que se van produciendo “acontecimientos románicos”.
El motivo del cambio de formato de este
miniestudio sobre el Arte Románico no es otro que las grandes incógnitas que
existen sobre el tema, el poco profundo estudio del mismo, y la gran confusión
y poco acuerdo al que han llegado los expertos del románico, y de este tema
concretamente, acera de las marcas de cantero.
¡Exacto! El tema que comenzamos hoy, y
que como he dicho antes no cierro sino que lo dejo abierto para futuras
ampliaciones y ¿mejoras?, versa sobre las marcas de cantero.
Muchos de vosotros (los seis o siete
que soléis leer mis “tosotones románicos” formando parte de “mis chicos”) ya
tenéis alguna noción de lo que es una marca de cantero; al menos sabéis lo que
son. Veamos primeramente qué son realmente.
Las marcas de cantero o marcas de
cantería son fundamentalmente un signo de autoría. Son símbolos o alegorías
grabadas por los canteros de la piedra en las construcciones religiosas,
habitacionales o civiles que se edificaban en piedra, que en época medieval
representaban realidades o ideas abstractas mediante sus rasgos, figuras o atributos.
Eso, dicho así, de carrerilla y sin más
ni más, puede parecer un poco confuso. Para entender mejor la definición
anterior e irnos introduciendo en materia, qué mejor que unas cuántas
ilustraciones de marcas de cantero.
Estas figuras grabadas en la piedra
también son denominadas “signos lapidarios”, término que proviene del latín lapis, lapidis (piedra), signo grabado en la piedra. Se grababan con un
cincel fino en las piedras de las edificaciones por quienes participaban en su
construcción, siendo, en su gran mayoría, formas y marcas de los canteros,
afirmación suficientemente probada. Pueden aparecer en cualquier parte de los
edificios civiles y religiosos, especialmente construidas entre los siglos XI y
XIV (abarcan el románico y la totalidad del gótico). Sin embargo no han sido
identificadas en edificios prerrománicos (visigóticos, mozárabes, asturianos,
etc.), siendo también muy escasas en la Edad Moderna.
La ciencia que estudia, clasifica e
investiga las marcas de cantero o signos lapidarios se denomina Gliptografía. El término gliptografía no
se encuentra recogido en el Diccionario de la R.A.E. de la Lengua Española, y
es un término procedente del francés. La gliptografía es la disciplina dedicada
al estudio de los signos grabados sobre materiales duros, principalmente sobre
piedra, y entre los que destacan principalmente las marcas de cantero, también
conocidas genéricamente como signos lapidarios, tal y como hemos apuntado
anteriormente.
Hasta bien entrado el siglo XIX, estos
signos no tenían gran interés ni se estudiaban. La falta de documentación, la
irregularidad del fenómeno, la acción de los elementos externos y
meteorológicos unidos al estado actual de conservación de las construcciones
medievales, han hecho que estos signos, si bien no pasaron desapercibidos por
los estudiosos de este arte o periodo constructivo, si fueran poco tenidos en
cuenta a la hora de realizar un estudio más en profundidad de un determinado
edificio medieval. La variedad y complejidad de estas marcas de cantería ha
provocado muchas interpretaciones, y es esta dificultad, la comprensión unida a
la referida falta de documentación, lo que ha llevado a desvirtuar su carácter
de testimonio arqueológico en orden para conocer el proceso constructivo del monumento,
identificándolas con frecuencia hacia lecturas de carácter esotérico,
cabalístico o místico. En la actualidad, lo único que parece estar más o menos
claro es que se desconocen “realmente” sus funciones y sus posibles
significados.
De lo anteriormente expuesto, hoy día,
en la actualidad, hay bastantes personas, o grupos de personas, que tienden a
realizar este tipo de interpretaciones no sólo en marcas de cantero, sino en
cualquier otro signo o construcción con más o menos antigüedad (en muchos casos
no tiene por qué ser una construcción medieval). Ello conduce a confundir “el
tocino con la velocidad” (incluso con la velocidad con la que aparecen y
proliferan este tipo de personas) como común y vulgarmente se dice.
Muy a menudo suele confundirse las
marcas de cantero o signos lapidarios con otros signos realizados en la piedra
mucho más reciente. Primeramente deberíamos dejar claro una realidad o aplicar
una norma básica para diferenciar unas de otras: cuánto más inaccesibles estén
las marcas, más garantías hay de originalidad. Ello nos conduce a diferenciar
las marcas de cantero del grafito o grafitti.
El grafitti o grafito se graba con un
medio inadecuado (ni con cincel ni con buril), su impresión en el paramento de
la piedra es menos neta, y su técnica queda condicionada al albur de la
herramienta con la que se realiza. Es una impresión borrosa, característica que
jamás se encuentra en la marca de los canteros. Además, el grafitti nunca se
repite de una manera idéntica, cosa que sí ocurre con las marcas de cantero en
las mismas o diferentes construcciones incluso alejadas cientos de kilómetros
unas de otras. Ello no anula e invalida la posibilidad de un caso en el que un
cantero o una mano inexperta tomara su herramienta para grabar un grafito; o a
la inversa, podría ocurrir que un determinado signo lapidario fuera grabado con
cierta premura y la traza resultante fuera irregular y pudiera confundir al ojo
experto y éste lo calificara como grafitti.
Cruz
grabada en el ábside de la iglesia románica de San Martín (Cuenca)
Cruz
anqa grabada en un sillar del Arco de Bezudo (Cuenca)
Existen otros signos grabados que son
clasificados bajo la rúbrica de signos de transeúntes, passants, y cuya lectura nos lleva a relacionarlos, desde el punto
de vista etnológico, con ritos de paso, rites
de passage. Son signos como los de los peregrinos o romeros de los grandes
santuarios (Santiago de Compostela, por ejemplo), visitantes de cementerios,
vagabundos, cuya naturaleza obedece a costumbres o incluso ritos.
Signos de prisioneros de guerra o
civiles, prisioneros políticos o religiosos que dan prueba de su presencia
manifestando su rabia, sus deseos, sus desesperaciones, pero al mismo tiempo
también expresan sus ideales de fe. Son personas que ejercen o han ejercido
diversos oficios: marineros, soldados, comerciantes ambulantes, pastores, etc.
Dentro de esta categoría de personas,
personajes o profesionales, no podemos incluir a alquimistas, templarios,
francmasones (éstos últimos los dejamos un poco al aire) cuyos signos
convencionales los identifican con un determinado oficio o razón de ser.
Excluidos totalmente quedarían los turistas, grupos de personas muchas veces
impresentables como claro ejemplo de torpe vanidad y escasa formación y
sensibilidad hacia el patrimonio, si es que un turista, en la mayoría de las
ocasiones, tiene algo de sensibilidad hacia el patrimonio.
¡Todo esto está muy bien!, exclamareis
mis queridísimos chicuelos (¡casi me quedo corto!). “Sabemos lo que es una
marca de cantero o signo lapidarios como tú dices, sabemos diferenciarla de un
grafitti antiguo o moderno, y sabemos que no hay que hacer caso a lo que digan
y, sobre todo, a lo que hagan los turistas, pero realmente no sabemos que
“pintan” allí, en los muros o paramentos de las edificaciones religiosas
mayormente, y civiles en menor medida. ¿Qué significan? ¿Qué nos indican? ¿Qué
quieren decirnos? ¿Qué querían decir sus creadores cuando las grabaron?”.
¡Estáis muy preguntones hoy! ¿Eh?
Vayamos por partes y poco a poco, que yo también tengo algunas preguntas que
hacer y ninguna respuesta para ellas; sólo especulaciones, lo que me conduce a
ninguna parte.
Un convencimiento debemos tener claro
desde el principio: son muchas y gordas las incógnitas que existen sobre las
marcas de cantero como ya ha quedado dicho en este tostonero pseudorelato. A
partir de ahí, podríamos desglosar esas incógnitas en incognitillas y asociarle
a cada una una pregunta (¡por ser preguntones que no sea!). Preguntemos.
¿Por qué las marcas de cantero existen
en unas construcciones y en otras no?
¿Por qué y cuándo se crearon?
Si realmente van asociadas al oficio de
cantero, ¿por qué no están representadas en todos los edificios de piedra
construidos en esa determinada época? Es más, ¿por qué algunas marcas de
cantero aparecen en algunas piedras de la obra y, por el contrario, están
ausentes en otras?
¿Por qué hay partes de las
edificaciones o construcciones en las que no hay ninguna marca de cantero y en
otras hay tantas y tan distintas? No siguen un orden que se repita de unas
construcciones a otras. En ocasiones se encuentran distribuidas aleatoriamente
y en otras ordenadas por hiladas en los paramentos. ¿Por qué?
¿Cuál era realmente la función de ese
signo o esa marca?
La moderna gliptografía aceptaría como
válidos estos significados: los signos lapidarios o marcas de cantero son
marcas hechas por los canteros como firmas para el cobro de su trabajo; son
marcas personales de los canteros referentes al nombre, creencia o procedencia
social y personal; son marcas para el asiento y ajuste de los sillares.
Pero yo, preguntoncillo “per se”,
controlador y “enfermillo” de este arte, seguiría preguntando: ¿indican las
marcas de cantero la cantera de procedencia de la piedra?
¿Realmente es el reconocimiento de la
autoría de la obra con carácter de remuneración?
¿No podría ser más bien una marca a
modo de publicidad o promoción personal del cantero al sentirse especialmente
orgulloso de su obra y de su trabajo, a la vez de reflejar un afianzamiento del
prestigio del taller al que podría pertenecer?
¿El maestro cantero aspiraba con estas
marcas a que su signo quedara inmortalizado?
¿Las marcas de cantero aparecieron
casualmente una vez que se despojó a las iglesias o edificaciones en general de
la pintura que las decoraba interna y externamente?
Hay algunos autores que creen que los
canteros ponían mayoritariamente las marcas hacia el interior del paramento
para no afear la obra, y yo me pregunto: ¿qué más daría ponerlas hacia afuera o
hacia dentro si la construcción iba encalada o pintada, lo que ocultaría dichas
marcas?
¿Por qué muchas marcas se repiten con
mucha frecuencia y otras sólo en una única construcción?
¿Por qué hay quien piensa que las
marcas de cantero solo se encuentran en sillares bien labrados o “escuadrados”
y en los más “bastos” no se encuentran estas marcas?
Y aventurando aún más: ¿no podrían ser
las marcas de cantero un signo que las logias de constructores asignaban a los
aprendices cuando éstos adquirían el grado de compañero o maestro y que debían
de reproducir en todas sus construcciones además de heredarlas sus
descendientes personalizándolas mediante pequeñas modificaciones en su diseño?
Las pequeñas variaciones que hay entre unas y otras, ¿no son realmente ligeras
variaciones en las marcas que heredaban los hijos de los padres, de ahí la
tipología de marcas extremadamente elevada, desde trazos muy simples hasta
trazos muy complejos?
¿No podrían ser las marcas de cantero
un conjunto de figuras bien conocido por quienes habían sido instruidos en el
oficio y conforman el alfabeto de un argot canteril?
Preguntas, preguntas y más preguntas,
pero respuestas pocas o muy pocas. Real y personalmente, no creo que haya
muchas respuestas, y de las pocas que hay o pudiera haber, son respuestas
imaginativas o aventuradas sin un claro fundamento documentado. Todas son
suposiciones deducidas a partir de informaciones o documentaciones de la época
relativas a la construcción de tal o cual edificación. Pero referencias claras
a las marcas de cantero, no hay ninguna.
Aun así, nosotros no nos vamos a
desanimar antes esta falta de información verídica y vamos a continuar
“aventurando” qué son y cómo son o podrían ser esas marcas de cantero. Pero
antes podíamos recordar algo acerca de los maestros constructores, quizás los
verdaderos artífices y creadores de las marcas de cantero.
Algunos autores y escritores sostienen
que el origen de las marcas de cantero se remonta a los grabados en edificios
antiguos de Egipto, Mesopotamia, Grecia y la antigua Roma. Luego estos autores
creen que las marcas de cantero vienen de largo; vamos, que no son nuevas ni
frescas del día.
Ya en la antigua cultura
judeocristiana, la profesión de constructor era tradicionalmente desempeñada
por personas de origen social modesto. Posteriormente, en la Edad Media, y con
la creciente y casi obligatoria edificación en piedra (recordar las palabras
del evangelio: … tú eres Pedro, y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia. Mt 16, 18) se producirá la promoción del
maestro de obras, que no sólo será un experto en artes mecanichae, sino también autor intelectual integrado en las
artes liberales y, en calidad de tal, especializado en geometría entre otras
artes pertenecientes al quadrivium (aritmética,
geometría, astronomía y música). Documentación del siglo XI y XII acredita que
el maestro de obra ya gozaba de un estatus muy superior al de otros artesanos.
Debía saber no sólo de “mecanichae”, ingeniería, geometría y trigonometría
(¡ahí es nada!), sino que además debía conocer la carpintería, e incluso casi
era obligatorio conocer y tener nociones de legislatura (recordar también que
sus inmediatos superiores eran los “oratores”, máximos legisladores en los
tiempos de la Edad Media). Esto último, su constante contacto con sus
superiores les acarreó una mayor consideración social con respecto a otros
maestros de obras pertenecientes a otras corporaciones y otros gremios[1].
Letra
inicial de un manuscrito que representa a la Geometría
enseñando
a los monjes según la traducción latina del texto
árabe
hecha por Adelardo de Bath en 1120 de los Elementos
de
Euclides.
Para hacerse una idea de la reputación
que adquirieron los maestros de obra en la Edad Media, basta decir que el sólo
reconocimiento social y el aprecio que las autoridades de la Iglesia sentían
por los maestros de obra que edificaban sus templos era suficiente para
permitirles ser enterrados en el interior de los mismos, e incluso que pudieran
dejar esculpidas sus efigies junto a la de santos y obispos venerados. Esto
último nos aboca a una nueva pregunta a modo de hipótesis: ¿pudieron existir
talleres comandados por maestros de obra que estuvieran adscritos directamente
al poder de un obispo? Mejor: ¿cabría la posibilidad de establecer una relación
directa entre una marca de cantero y una mitra episcopal a modo de “homenaje” a
“su obispo” como marca distintiva de ese maestro cantero o taller? Por lo
comentado anteriormente y en otros “tostones románicos”, el escultor románico
ha sido considerado como un servidor de Dios y un practicante ejemplar de su
oficio. Autores como el padre de la Iglesia San Agustín de Hipona ya postulaban
la concepción divina del trabajo del artista estableciendo de este modo una
vinculación con la actividad creadora de Dios. Llegados a este punto,
debiéramos plantearnos la existencia de cierta mística en torno a la figura del
maestro constructor o bien considerarlos como simples artesanos cuyo trabajo
estuvo siempre mediatizado por los patronos de la obra, los teólogos y, en
definitiva, los obispos o autoridad eclesiástica encargada de redactar el
programa iconográfico de la obra a edificar.
Pero también llegados a este punto,
debiéramos retomar el tema de las marcas de cantero y los maestros canteros
que, una vez más, nos hemos ido por las ramas o por la tangente, como suele
decirse.
Antes hemos dicho que uno de los
significados que la gliptografía daba a las marcas de cantero era que son
marcas para el asiento y ajuste de los sillares dentro de la obra. Esto, dicho
así, podría hacernos pensar que la identificación de las marcas de cantero es
una tarea fácil y sencilla, cuando en realidad es todo lo contrario. Las marcas
de cantero son tan diversas y tan sencillas y complejas a la vez que su
identificación “real” es prácticamente imposible. Debemos tener en cuenta que
ni la posición, ni la orientación, inclinación, altura e incluso la cara del
sillar en la que se encuentra la marca es uniforme. Todo ello es variable, por
lo que uno de los primeros problemas con los que nos encontramos a la hora de
identificar una marca de cantero radica en saber si los signos corresponden a
los canteros sacadores o si, por el contrario, pertenecen a quienes trabajaron
a pie de obra. Aun así, podríamos establecer una cierta clasificación de las
marcas de cantero, siempre teniendo en cuenta que se trata de hipótesis y
suposiciones acerca de ellas.
Dentro de las marcas de cantería
propiamente dichas podríamos hablar primeramente de las marcas utilitarias. Éstas son marcas gradadas por los canteros en
la cantera o en la fábrica y que contienen información suficiente para aquellas
personas que manipulan la piedra, generalmente asentadores de cantería.
Habitualmente, el maestro mayor de la fábrica visitaba la cantera y nutría a la
obra y, por tanto, conocía la procedencia geológica del material; es más,
demandaba el banco de piedra de la que quería que se extrajese el material en
función de la dureza y del uso que quería hacer de ella en la obra. Ello hacía
que la piedra saliera de la cantera ya grabada “en bruto”, para distinguirla de
la sacada de otros yacimientos y poder así calcular fielmente su número y
precio. Sin embargo, en otras ocasiones, las piedras salían de las canteras
hacia su lugar de destino perfectamente escuadradas, lo que de alguna manera equipara
la labor de estos canteros sacadores con los canteros que trabajaban a pie de
obra. Cuando la piedra era grabada en el tajo, como suele decirse, antes de ser
colocada, podría darse una curiosidad: si había excedente de piedra, y ésta
estaba ya marcada, podía ser colocada en una obra o en una edificación en un
tiempo en el que el maestro que la grabó ya no estuviera en la obra, por lo que
ya tendríamos una nueva dificultad añadida a la hora de conocer el significado
o la función de la marca de cantero, o incluso el tiempo transcurrido entre su
“creación” y su “utilización”, además de poder conocer el maestro de la obra en
la que está siendo utilizada dicha piedra. Esto último nos acarrea, a su vez,
un nuevo problema, ya que en estos casos, los bloques de piedra podrían sufrir
alguna rectificación a pie de obra, bien porque llegaban perfectamente acabados
o porque, llegando escuadrados, habían de ser nuevamente adaptados. Esto último
podría explicar la paradójica existencia de dos signos en la misma piedra;
podría ser la marca del cantero sacador y la del maestro cantero que había
rectificado la piedra para adaptarla a su ubicación específica y definitiva.
Las marcas utilitarias han recibido
diversas denominaciones en función del papel que desempeñaban en el contexto de
la obra constructiva: signo de posición, de aparejo o de colocación, de
orientación y localización, señales de grosor, de juntas, diseño de escultores,
marcas de lecho, signos de procedencia, marcas de montaje, marcas guías que
describen la línea que hay que seguir, marcas de cantera, etc. De todas ellas,
las más frecuentes son las marcas o signos de cantera, las marcas de posición y
las de aparejo o ajuste.
¡Ahí es nada la cantidad de nombres que
podemos dar a una marca de cantero de las que hemos llamado “utilitarias! ¡Para
que luego se diga que descifrar el significado de ellas es fácil y sencillo,
como hacen algunos asignándolas a alquimistas, grupos esotéricos, templarios
(algunas sí que son templarias, pero no todas como las que se les atribuye) y
demás familia! Si la vida fuera así de fácil, ¡qué fácil sería la vida!
Marcas
de cantero en forma de pata de oca. Este tipo de marca
se
le atribuye a gremios o cofradías de constructores relacionadas
con
la orden del temple. Iglesia de la Magdalena. Zamora.
Uno de los nombres que hemos dado a las
marcas utilitarias ha sido el de signos
de posición. Podemos entender por signos de posición a trazos repetidos,
cifras romanas e incluso árabes que se superponen grabados en la piedra. Estos
signos se localizan en las hiladas que conforman puertas y ventanas. Cuando en
un mismo edificio existen varios elementos que necesitan de estos signos, y
para evitar riesgos de confusión, éstos se completan con letras del alfabeto
que no dejan de ser signos de localización. Éstos son frecuentes hallarlos
grabados en el centro de los sillares que conforman las columnas de las
iglesias o los pilares de los pórticos.
Marca
de cantero en la hilada de la puerta de la iglesia
de
Santa María de la Horta. Zamora.
Otro de los nombres dados a las marcas
utilitarias es el de señales de aparejo,
ya que estas marcas cumplen otra misión: son signos necesarios para indicar al
albañil en qué sentido debe ir asentada y colocada la piedra. Algunos han
querido llamarlas “marcas de ensamblaje”. Admitiendo el término aparejo, éste
guarda una relación directa con la acción de aparejar/ensamblar. De hecho, se
dice que la piedra está perfectamente aparejada cuando la talla y las medidas
son perfectas; se denomina un aparejo isódomo
(¿os acordáis del cubo de la Guada? ¡Pues otro palabrajo para él!). Estas
señales suelen ser flechas, trazos, o líneas y, a veces, figuras geométricas
que se caracterizan por estar grabadas en los extremos del sillar, al estar
relacionadas con el sillar cercano. Se sitúa a menudo sobre la mitad del tambor
de una columna o en partes del edificio en el que es importante que el nivel de
los sillares sea totalmente idéntico (contrafuertes).
Monasterio
de Monsalud. Córcoles. Guadalajara.
Las marcas utilitarias también
podríamos llamarlas marcas auxiliares
(¡venga nombres y más nombres para una misma marca!), marcas que no hay que
confundir con las marcas de cantero en sentido estricto. Al igual que las
señales de aparejo, las marcas auxiliares podrían denominarse de asentamiento,
de situación, de posición, de altura, de espesor, etc. Estas marcas, como las
anteriores, consistían en rayas, cifras o letras de diseño sencillo que
facilitaban el montaje ordenado en bloques al indicar su tamaño o su lugar de
emplazamiento en las hiladas o en las dovelas de los arcos. En esta categoría
podrían incluirse los planos o esquemas geométricos de partes de la obra que
aparecen grabados en algunas paredes o suelos del edificio.
Colegiata
Santa María la Mayor. Toro. Zamora.
Monasterio
de Monsalud. Córcoles. Guadalajara.
Monasterio
de Monsalud. Córcoles. Guadalajara.
Signos
para facilitar la adecuada colocación
de las dovelas del arco de una puerta.
Más nombres a las marcas de cantero no
vaya a ser que nos quedemos cortos con su clasificación (posible clasificación,
ya que lo poco que se conoce de ellas obliga a darles nombres que pueda
incluirlas en un tipo de agrupación para definir o explicar una hipotética
función dentro de la obra o edificación).
Vayamos con más nombres.
Marcas
de donante: son, o podrían ser, signos lapidarios que poco tienen que ver
con los útiles de construcción (tijeras de sastre, hacha de leñador, arpón de
pescador, ballestas, espadas, etc.) y que pudieran ser la signatura colectiva
de una corporación o de un particular que, habiendo costeado parte de un
sillar, columna, bóveda o cualquier otra parte de la obra, quería dejar un
signo que recordase su donación. No se puede descartar que tales signos sean
auténticas marcas de cantero mediante las cuales el autor quisiera reflejar su
antiguo oficio. Igualmente estos tipos de signos podrían hacer alusión a la
condición pasada del cantero (sastre, soldado, pescador, leñador, agricultor,
etc.), incluido el signo de una S
dividida verticalmente por una línea, que expresaría un estado anterior de
servidumbre, al igual que una cruz podría referirse a sus creencias o
devociones. Pero por lo general, el signo o marca elegida por el maestro
cantero hacía referencia a un instrumento de la construcción (compás, escuadra,
regla, escalera, maza, etc.) o a motivos geométricos básicos empleados en
arquitectura (líneas paralelas, perpendiculares, círculo, triángulo, cuadrado,
o combinación de estas figuras geométricas), o incluso a fórmulas geométricas
(trazado de la sección aurea, de la raíz cuadrada de dos, etc.).
Santa
María de la Horta. Zamora.
Santa
María de la Horta. Zamora.
El
Salvador. Sepúlveda. Segovia.
Claustro
de la concatedral de San Pedro. Soria.
Lienzo
sur. Santo Tomé. Ávila
Os estaréis preguntando porqué tantos
nombres diferentes para tratar de nombrar, definir o clasificar todo un
universo tan complejo como es el de las marcas de cantero. A medida que las iba
estudiando, también yo me lo he preguntado y, al final, siempre vamos a parar
al mismo sitio cuando buscamos respuestas un tanto imposibles: el hombre, el
ser humano. Éste siempre tiende a poner nombres (malos o buenos, feos o
bonitos) a todo aquello que desconoce o le molesta. Eso mismo es lo que está
pasando con las marcas de cantero: nombres y más nombres diferentes para tratar
de hipotetizar sobre lo que son o podrían haber sido, pero una realidad o una
certeza acerca de ellas, nada de nada o muy poco de nada de nada.
Quizás en alguna que otra ocasión,
“tostonizando romanicamente”, hemos hablado de la nula aparición de nombres de
maestros constructores en los paramentos o muros de las edificaciones
románicas. Poquísimas construcciones hay en las que aparece el nombre de una
persona anteponiéndolo a un ME FECIT.
Si eso ocurría, debía de esconderlo lo mejor posible o bien camuflarlo para que
la autoridad eclesiástica correspondiente no pudiera verlo o darse cuenta de su
existencia. Si el maestro constructor ponía su nombre a modo de autoría en una
edificación sobre todo románica, podría incurrir en un delito divino de
soberbia y vanidad ante Dios, pues la construcción de la Casa de Dios es obra y
gracia de Dios, no de los hombres; de ahí la imposibilidad de inmortalizar la
autoría de la obra.
Si esta prohibición de autoría la
extrapolamos a las marcas de cantero, tendríamos, quizás, una respuesta a su
significado dentro de la obra o a la autoría de tal o cual taller o gremio de
la construcción, pudiéndonos ahorrar todas estas palabras y palabras y más
palabras acerca del conocimiento (más bien desconocimiento) de las marcas de
cantero.
Al igual que con las edificaciones y
construcciones románicas, dar nombre a los autores de las marcas de cantero es
una tarea extremadamente compleja que, en la mayor parte de los casos, resulta
prácticamente imposible. Sí es cierto que hay ciertas evidencias epigráficas
que atañan a la aparición, en ciertos edificios, del nombre grabado sobre la
piedra de uno de los canteros, cuya inicial se repite después como marca, junto
a otras, por todo el edificio, como se constata en algunas edificaciones del
románico aragonés. Eso no es lo normal, ya que también, durante todo este
“tostonazo” (de tostón lo hemos ascendido por méritos propios a tostonazo,
directamente, sin examen ni solicitud previa) hemos aventurado que las marcas de cantero se
podrían presentar bajo la apariencia de un lenguaje o argot codificado (no menospreciemos
la inteligencia del hombre del medievo; quizás deberíamos aprender de ellos más
de los que nos gustaría).
Reinard
de Fonoll. Autorretrato. Clausto de Santes Creus. Tarragona.
Posteriormente a la Edad Media, o mejor
dicho, al periodo puramente románico y tardorrománico, uno de los
procedimientos más simples para identificar la autoría de las marcas de cantero
es la consulta de la documentación generada durante la construcción de la obra,
ya que, en ocasiones, algunos canteros consignaban en los libros de obra y fábrica
de las iglesias su marca en el momento de recibir el precio estipulado por su
trabajo a modo de recibí.
Los que habéis llegado hasta aquí
leyendo y dormitando a partes iguales este tostonazo, quizás (solo quizás) os
estéis preguntando (si es que tenéis fuerza y aliento para ello) por qué no se
ha dicho nada sobre las marcas de cantero en España en concreto. Todo lo
tostoneado ha sido de una manera general, aunque debéis reconocer que las
ilustraciones que he incluido a modo de descanso y refrigerio, son todas, o la
mayoría, de regiones y lugares de España.
Antes se ha aludido de refilón al
románico aragonés en concreto, pero lo cierto es que las marcas de cantero en
España no es posible distinguirlas ni diferenciarlas de otras de cualquier otra
región desde un punto de vista morfológico. Para el ámbito español, no se han
realizado distinciones de marca en función de la jerarquía de cada uno de los
maestros canteros en el organigrama de la obra. Lámperez y Romea fue el primero
en ocuparse de las marcas de cantero, pues observó cómo aumentaban
progresivamente desde el estilo románico al gótico, sobre todo desde el siglo
XII al XV, disminuyendo ya en los albores del siglo XVI. Pero tampoco hizo
hincapié en ellas, ya que este autor hace u ofrece una significación de las
mismas un tanto “descafeinada”, poco profunda, descartando de entrada que estos
signos fueran un lenguaje mágico y esotérico (al menos tuvo la suficiente
lucidez para no caer en el conformismo y en la conclusión fácil).
A modo de conclusión final (¡por fin,
cansaaoooo!) y personal, considero que, para tratar de comprender y hacer un
estudio mucho más profundo acerca de las marcas de cantero, se hace urgente
conocer en cada país y región (mejor con documentación geográfica propiamente
dicha de la Edad Media o, al menos, de los siglos en los que aparecían estas
marcas) los estatutos que rigen el oficio de maestro cantero, si es que los
hubiera. De esta forma se podrían relacionar con otros modelos semejantes
dentro de la misma región para emitir un juicio de valor. No obstante, ello
requiere de un corpus en el que se recogiesen las marcas de una misma región o
área de influencia, por ejemplo, de una misma cantera cuya piedra nutriera a
distintas regiones, pues permitiría un estudio comparativo.
¡Ya no escribo más! (Tampoco hay mucho
más que decir).
¡Hasta pronto!
[1] En las representaciones pictóricas de la época, el
maestro de obras es representado a mayor tamaño que los demás trabajadores,
dando órdenes e instrucciones a los operarios; incluso su posición iconográfica
entre el rey (o cliente) y el administrador. También suele representarse con
guantes como símbolo de su condición de trabajador intelectual especializado en
la principal de las artes liberales: la geometría. Magister doctíssimus, dostíssimus in arte, nobiliter doctor in arte
son algunos títulos con los que se les designaba en la documentación de la
época.
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