viernes, 13 de noviembre de 2009

INMACULADA CONCEPCIÓN II

Origen y evolución

La fiesta de la natividad de la Virgen María surgió en el seno de la cristiandad de oriente y con mucha probabilidad en Jerusalén, hacia el siglo V. Por entonces no se afirmaba todavía que esa concepción había sido “inmaculada”. La fiesta pasó a Roma en el siglo VII y fue apoyada por el papa Sergio I.

Otros autores afirman que parece ser que su formulación primitiva se remonta al siglo VIII bajo la denominación general de la Concepción de Sta. Ana, celebrándose el 9 de diciembre. Esta fiesta solemnizaba la concepción pasiva de María en las entrañas de su madre al paso que la Conceptio Mariae Virginis aludía a la maternidad divina de la Virgen.

La idea de la “inmaculada” comenzó a difundirse al celebrarse la festividad en la iglesia occidental, a partir del siglo XII. En muy poco tiempo, la Inmaculada se generalizó en toda Europa hasta que en 1477 el papado estableció un oficio y una misa común para la festividad. Aún así, la implantación y aceptación de la Inmaculada no fue nada fácil, ya que un sector de la jerarquía eclesiástica se oponía a ello.

Si los franciscanos fueron los primeros en sostener la idea de la Concepción Inmaculada de María, los dominicos abanderaron la resistencia contra ella, ya que consideraban la idea como “sentencia de la plebe indocta”. Melchor Cano (Tarancón 1509 – Toledo 1560, castellano manchego por tanto), dominico y uno de los mejores teólogos de la época, hacia 1550, se refería con desdén hacia la Inmaculada como “la opinión de algunos por no llamarlo invención”.

Tuvo que ser en el Concilio de Trento donde se llegara a una solución de compromiso, refiriéndose a María como “Inmaculada”, aunque no se afirmaba que estuviera exenta del pecado original. Esta solución no fue del todo aceptada por sus partidarios, que pelearon con el papado hasta que éste les diera pleno reconocimiento de la Inmaculada como dogma.

Sevilla fue la capital donde sus partidarios más pugnaron por su reconocimiento, donde, además, tuvieron un gran apoyo popular. Durante el primer cuarto del siglo XVII, la capital andaluza se convirtió en la abanderada de esta lucha, lucha que inmediatamente llegó al resto de Andalucía, España y hasta la mismísima Roma, tratando de que se reconociera el dogma de la Inmaculada. Ciertos sermones por parte de frailes dominicos fueron el detonante de multitud de actos “populares” que se produjeron en ciertas capitales andaluzas, como Córdoba y Sevilla, donde el fervor popular y el apoyo de frailes franciscanos hizo que se oficiaran misas y procesiones diarias a favor de la Inmaculada.

Durante la segunda mitad del siglo XVII, el papa Pablo V recibió a una delegación española formada por tres entusiastas sevillanos pertenecientes a la Hermandad de Jesús de Nazareno. De su audiencia con el papa, se obtuvo una respuesta un tanto tibia acerca de su reconocimiento como dogma. La monarquía española hizo suya esta demanda e intercedió ante el papado, del que arrancó una bula con un reconocimiento más explícito acerca de la Inmaculada. Posteriormente se sucederán más decisiones favorables hasta llegar a la definición dogmática de 1854, durante el pontificado de Pío IX.

En España se comenzó a celebrar con un esplendor extraordinario a partir del S. XIV aunque sin precisar el alcance teológico de su contenido.

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