domingo, 1 de noviembre de 2009

LA PÉRDIDA DE VALORES

Que una de las causas de la crisis haya sido la falta de valores de la sociedad, está más que demostrado. Que esa falta de valores está mucho más acentuada en nuestros jóvenes, víctimas (¡pobrecitos míos!) de sus propios padres, es algo de lo que ya nadie duda. Ahora bien, de esa pérdida de valores de la sociedad a la pérdida de nuestra propia identidad, a la pérdida de nuestras tradiciones, a la pérdida de nuestra realidad, va un abismo o, al menos, debería ir un abismo.

La noche de la víspera de Todos los Santos es un claro reflejo de cómo, poco a poco y a las chitas callando, vamos perdiendo nuestra propia identidad. Fiestas de otros países, sin ninguna tradición en el nuestro, se están imponiendo entre nosotros en detrimento de lo autóctono, con el beneplácito de la mayoría y con la excusa de que hay que estar abiertos a otras culturas y tradiciones.

La noche de la víspera de Todos los Santos es lo más parecido a un entierro de la sardina cuatro meses adelantado, a un baile de carnaval otoñal y preparatorio de una pronta Navidad, que a este paso, la celebraremos en cualquier semana, según quien lo diga y de donde venga lo dicho. No sería extraño ver durante la Navidad un grupo de nazarenos empujándole a su paso representativo aduciendo que en las otras fechas no les viene bien. Tampoco sería descartable cantar villancicos y salir a la calle con el gorro de Papá Noel en pleno mes de julio si de esta forma podemos aprovechar mejor las vacaciones y poder salir a la calle sin tanto frío como en diciembre y enero.

Hemos perdido el rumbo y estamos perdiendo lo que nuestros padres nos enseñaron y lo que nosotros no tenemos lo que tenemos que tener para enseñárselo a nuestros hijos.

Hace algún tiempo un médico me dijo que no hay nada peor para el hombre que la comodidad. Ahora se pone de manifiesto esa máxima. Preferimos perder lo que somos y lo que hemos heredado de la noche de los tiempos en pos de una comodidad que sólo nos acerca inexorablemente a nuestra propia extinción. Y todo ello ensalzado en la cultura del bienestar, del no molestar, del descanso; en definitiva, de la comodidad.

Todos sabemos lo que tenemos que hacer. Todos sabemos lo que hacemos y lo que hacemos lo hacemos a sabiendas. Pero tenemos que tener una cosa clara: luego no nos quejemos, no protestemos. Lo que hemos conseguido era lo que queríamos. Ya lo tenemos. Y ahora ¿qué?.

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