viernes, 20 de marzo de 2020

CARTA A QUIÉN LO LEA (... Y SEPA LEER) (IV)


     Creo, y todo el mundo estará de acuerdo, que no es el momento de reproches, insultos, irresponsabilidades y diferencias de criterio; tiempo habrá para ello. Pero también creo, aunque en este punto no esté todo el mundo de acuerdo, en que todo este movimiento social de solidaridad, buenísmo, compañerismo, vecinísmo, postureísmo y demás "eísmos" es pura y dura hipocresía social.

     El reconocimiento social que están recibiendo día tras día todo el personal sanitario de este país es lo único que puede considerarse como un verdadero acto social hermanado, humano y humanitario, además, si se me permite, quizás un poco infravalorado por todo lo que realmente están haciendo un día sí y otro también. Ellos, sólo y únicamente ellos, saben lo que realmente están haciendo por todos nosotros, independientemente de tener o no nuestro reconocimiento.Ya no es que cumplan con su profesión o función cuidadora y sanadora; es una necesidad y un sentimiento interior profundo y humano lo que les autobliga a realizar jornadas interminables, agotadoras y traumáticas para intentar salvar cuántas más vidas, mejor.

     Pero eso, como tantas y tantas cosas, y tantas y tantas veces, lo olvidaremos en menos de un abrir y cerrar de ojos.

     Cuando hayamos salido de esta crisis humanitaria tan inesperada y traumática para todos, tardaremos el olvidar aplausos y conversaciones vecinales interventanales lo mismo que tardamos en olvidar cuándo fue la última vez que se me abrió la boca. Ni siquiera recordaremos que fue un mal sueño. Todas nuestras energías y pensamientos se centrarán única y exclusivamente en volver a recuperar todo aquello que teníamos antes de todo ésto, y si se puede ser algo más, mejor que mejor. No sabemos si esto puede llegar a pasar de nuevo dentro de un corto periodo de tiempo (según cómo lo midamos cada uno, así será de corto o de largo). Para entonces, debemos estar mejor preparados, y para ello debemos empezar nuestra reconquista, nuestra reconstrucción y la deconstrucción de los demás, cuánto antes mejor. Porque de eso se va a tratar nuestro permitido futuro: nuestra reconstrucción a costa de la deconstrucción de los demás. Si antes éramos lo que éramos, ahora, después de todo este lento y enclaustrado traumatismo, con más fuerza, poder y ahínco debemos tenerlo y conseguirlo.

     Esta crisis humanitaria no va a tener agallas a quitarnos la careta que nos pusimos en cuanto fuimos conscientes de que ser más que los demás es poder. No es gloria, no es libertad, es poder, es estar por encima de los demás. La careta no nos da libertad, no oculta lo que y quienes somos realmente, pero engaña y nos da poder. Quizás nos haga esclavos suyos, pero nos dará pan y poder. Nos quita libertad, pero no importa; no la queremos, porque la libertad nos obliga a tomar decisiones que podrían hacer caer la careta, y eso nos podría producir sufrimiento y transgresión, pero nos daría poder. La careta no nos responsabiliza de nuestros actos, no busca la compasión ni la solidaridad; busca poder. No podemos permitir que nadie venga a estropearnos la magnífica obra que estábamos construyendo a nuestro alrededor. No queremos romper la frenética rutina en la que estábamos inmiscuidos y atrapados, porque eso nos hace enfrentarnos a nosotros mismos, a preguntarnos sin careta, y no estamos acostumbrados a hablar con alguien a quién no conocemos, porque la careta es también desconfianza. No queremos preguntas; no queremos respuestas. Queremos ser nuevamente lo que antes éramos.

     Queremos ser esas personas preocupadas de nuevo por saber dónde íbamos a ir de vacaciones en Semana Santa. Queremos ser esas personas preocupadas por nuestro peinado de fin de semana. Queremos ser esas personas que cada día se acicalan la barba y el bigote para ir a la moda y que nadie nos arrincone por no ser como ellos. Queremos la felicidad hipócrita que teníamos antes. Queremos nuestro despotismo, nuestro postureo, nuestro buenísmo, nuestro cañeo "pasalamanoporelomo". Queremos nuestra insolidaridad, recuperar nuestra socialización hipócrita que tan feliz nos hacía. No queremos ser huérfanos de la hipocresía. Queremos una familia que nos ayude a reconquistar todo aquello que antes teníamos y que ahora se ha esfumado y tan insoportable nos está haciendo nuestra propia existencia. Queremos ser esclavos de nuestra vida, pero con poder y pan. Porque con pan, las penas con menos penas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario