jueves, 3 de junio de 2010

BABELONIOS

La primera referencia la tenemos en la Biblia. Los hombres que habitaban la tierra hablaban una sola lengua, un solo idioma. Esto les permitía sentirse más poderosos y fuertes, llegando incluso a desafiar al mismo Yavhé queriendo construir una gran torre que se alzara hasta el cielo o más allá de él. Pero el poder de Dios se hizo patente cuando a esos habitantes les cambió la lengua mientras construían la torre y, la falta de comunicación, hizo que desistieran en su propósito, dejándola a medio hacer, consiguiendo, al mismo tiempo, que los hombres se dispersaran por la tierra, perdiendo poder y fortaleza. La torre inacabada recibió el nombre de Torre de Babel.

Un filósofo dijo que lo que el hombre había aprendido de la historia es que no había aprendido nada y, por eso mismo, la historia se ha vuelto a repetir en nuestros días y, cómo no, en nuestro país, más concretamente en una de las dos cámaras representativas del pueblo español. Allí, un personaje ávido de poder y sobrado de prepotencia y arrogancia, repitió el mismo mensaje a sus semejantes hasta en seis lenguas diferentes, no se sabe si por un ensalzamiento de la riqueza cultural y dialéctica de España –cosa dudosa dada su reputación- o por querer demostrar a la nación entera que el uso de diferentes lenguas dentro del mismo territorio les hace más fuertes y poderosos.

La verdad del motivo no se sabe ni se sabrá nunca; lo que la ciudadanía si sabe, y lo tiene claro, es el ejercicio de irresponsabilidad que este individuo hizo en estos tiempos de vacas flacas –para algunos-, ya que su fechoría le está costando a los españoles una cifra nada despreciable en traductores de todas y cada una de las lenguas en las que disertó y permitió que sus amiguetes allí aposentados se enteraran de lo que les decía.

Dicho así, puede parecer una falta de respeto criticar la frivolidad de este hombre y poner en duda el puesto de trabajo de estos traductores que, dicho sea de paso, antes no estaba; es decir, hay nuevos trabajadores que han abandonado el desempleo. Pero, ¿los traductores sólo traducen dentro de la sala o también traducen en la cafetería donde momentos antes de la disertación estaban todos charlando amigablemente tomando un cafetito? ¿Traducen en los pasillos del edificio? ¿En los servicios, cuando alguna persona necesita algo “urgentemente”? ¿En los aparcamientos oficiales donde les esperan sus chóferes que, por descontado, deben saber hablar la lengua de su jefe para poder entender hacia donde se van a dirigir una vez dentro del coche? ¿Traducirán las votaciones de todos los allí presentes en todas las lenguas en las que habló el susodicho? ¿Traducirán las réplicas y contrarréplicas de los presentes?

Sería lógico que un ciudadano de bien perdiera toda esperanza de ver mejorada su vida y su propia existencia, cuando sabe que está rodeado que personajes incapaces de entender su situación, la de su país y su gente; a esa misma gente que se le está pidiendo un esfuerzo económico y social, y ve como éstos desalmados utilizan su esfuerzo para derrocharlo en ensalzar su prepotencia, queriendo acumular un mayor poder del que creen tener.

Ese derroche dinerario y ese alarde de poder y fuerza se volverá contra ellos en un tiempo no muy lejano, al igual que ocurrió hace 4500 años, y, entonces, se convertirán en vagabundos por designio humano, incapaces de soportar su propia existencia. Mientras, los hombres, esa gente de bien, se frotarán las manos como lo hizo entonces Yavhé, apreciando como el poder vuelve a ellos, y cómo la arrogancia ha dispersado por la tierra a los que querían tener más poder que el pueblo. La historia los conocerá como los Babelonios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario