martes, 7 de abril de 2020

CUANDO ÉRAMOS FELICES,... NO LO SABÍAMOS,... NO LO SUPIMOS APROVECHAR



CUANDO ÉRAMOS FELICES, …, NO LO SABÍAMOS, … NO LO SUPIMOS APROVECHAR

            Cuando todo parecía que la normalidad anodina volvía a presidir mi vida, que nada ni nadie tendría las suficientes agallas para venir a mí, ¡a mí!, a perturbar mi plácida vida, y sacarme de mi calentita mesa camilla en la que ahora estoy acomodado, con mi brasero de carbonilla al que mi madre sobrasa de cuando en cuando para que no pierda ese calor que me permite permanecer adormecido mientras socializo pantallal y pulgarísticamente con congéneres de mi mismo sector productivo, un bichito diminuto y mudo, sin previo aviso (siempre se ha dicho que no son buenas las mosquitas muertas) y con muy mala leche (lo dicho, no son buenas las mosquitas muertas), viene a mi casa, se planta ante mí y me suelta dos hostias en “toa la cara” diciéndome (¿no era mudo el bichito?) que hora él está aquí, que ya ha llegado, que ahora es él quien manda, que tengo que espabilarme y hacer algo de provecho en la vida (¿qué será eso de provecho? ¿Comer algo y que te siente bien? ¡Pero si no hago otra cosa en todo el día!). ¡Maldita suerte la mía! ¡Ahora que le había pillado el tranquillo a ésto de la tranquilidad y buenos alimentos! ¡No es justo! ¡No es legal! ¡Eso es fascismo! (por decir algo, porque tampoco sé muy bien qué significa fascismo).

            Lo anterior, bien podría ser la más normal de las reacciones de muchísimos (¡no todos!) adolescentes y no adolescentes que, una vez sus familias han paliado y superado como han podido la anterior crisis económica, han vuelto a las andadas acerca de la despreocupación de su futuro, teniendo la certeza que, de momento, no les falta de nada, incluso la comprensión familiar que les permite hacer lo que están haciendo en la vida día a día: nada de nada. Como mucho, están reafirmando su fracaso como personas y como hijos, con el beneplácito y la bendición de sus familias (luego tampoco es tanto fracaso a vista de la familia).

            Desde hace más de mil años, el hombre ha tenido consciencia, no de sí mismo, que ya la tenía, sino de lo importante que son los conocimientos acerca de toda su existencia y de todo lo que le rodea; lo importantes que son los saberes que desconoce, los desconocimientos que sabe que no sabe. Y desde ese tiempo pretérito se ha afanado por irlos descubriendo y aprendiendo. Ello ha permitido, no sin esfuerzo, progresar en la vida, avanzar hacia un futuro lleno de incógnitas pero también lleno de certezas: las mismas que él ha ido descubriendo, sabiéndolas y ofreciéndolas a todo aquel que quisiera aprenderlas con pleno convencimiento. A ese esfuerzo de aprendizaje y comunicación de saberes y descubrimientos, el hombre pretérito le llamó educación, esfuerzo que aún hoy día permanece vigente, pero con mucha menos importancia en la vida personal de lo que nuestros pretéritos le dieron, mucha menos aún entre nuestros adolescentes y jóvenes.


Escuela Tresjuncos (Cuenca)


            Estos viejos antepasados carcamales (como gusta definirlos a los más espabilados) no tuvieron mucha dificultad en darse cuenta que la educación, además de enseñar conocimientos acerca de cualquier faceta relacionada con el hombre y su existencia, no sólo favorecía esta última, sino que era imprescindible para el desarrollo de sí mismo y de todo el conjunto como sociedad (adaptándola cada uno a la que le tocó vivir). Supo ver y entender que la gente que adquiría conocimientos se iba habituando más fácilmente al mundo que le tocaba vivir, comprendiendo mucho mejor la realidad que le rodeaba. Tuvo claro desde un principio que la gente con educación, y además con saberes, adquiría una mayor capacidad de adaptación y de enfrentamiento ante situaciones muy difíciles y complicadas, riesgos asociados, problemas también asociados, y, ¡cómo no!, sobrevenidos.

            Esa capacidad resolutiva de problemas y complicaciones, la mayoría de las veces, no la suelen tener las personas e individuos que tienen escasez educativa por cualquier causa (incluidas las despreciativas hacia ella). Y si esos problemas y complicaciones proceden del mercado productivo, como ya ocurriera no hace mucho tiempo atrás (la memoria histórica es muy desmemoriada), la falta de educación y, por ende, de formación, ha penalizado el puesto de trabajo obtenido para desarrollarse a sí mismo y como componente social del mundo que le rodea. Durante ese tiempo, la educación tuvo la desfachatez de expulsar de la sociedad (no porque no hiciera falta en ella) a muchas personas que habían vivido en un limbo paradisíaco y opíparo, alimentándose de un maná que bien poco le importaba de donde venía, pero que tan bien rico le sabía y le alimentaba sin mucho esfuerzo. Entonces eran felices, todo era maravilloso. Las vacas gordas no paraban de dar leche y ellos no paraban de beberla a tragos grandes, incluso atragantándose.

Cuando el tetamen se secó, todo se vino abajo, y comenzó la penosa travesía por el desierto, donde sólo había fuego en los pies, sudor en la frente y espinas en las manos, pero nada que pudiera poner fin a los sufrimientos o paliar penalidades durante esa triste travesía. Fue entonces cuando se les apareció una luz, los iluminó y supieron ver que antes eran felices y no lo quisieron saber. Pensaban que esa era la vida real, la verdadera vida. Tanta felicidad desbordaba su existencia que cegaba su entendimiento y su razón de ser y de existir. Tuvo que venir un espíritu diabólico para tirarles de las orejas y ponerlos en sus sitio.

Catedral de Santiago de Compostela. (La Coruña)

Como ahora.

Después de un periodo donde las vacas flacas iban nuevamente cogiendo peso, iban nuevamente dando leche (pero sin cacao como antes), y a lo lejos se empezaba a vislumbrar el final del túnel los días que no hubiera niebla o calima, todo se derrumba de nuevo, pero esta vez con mucho más dramatismo y crueldad, ya que no ha habido un preaviso, no ha habido un toque de corneta de retirada aunque fuera en desbandada. Ha sido una explosión traumática que está haciendo prisioneros in posibilidad de conseguir la libertad a cambio de dinero o de otros prisioneros.

Desde la prisión en la que cada uno está cumpliendo su condena (unos prisión de paja, otros de madera y otros de ladrillo) van tomando conciencia poco a poco, día a día, de lo felices que eran antes y no lo sabían, no eran conscientes. Se están comenzando a morder y comer las uñas (primero la de las manos, después la de los pies, más tarde la de sus allegados) acosados por el remordimiento de no haber sabido aprovechar el chupar bien de la teta de la vaca medio flaca medio gorda (según lo quiera haber visto cada uno). Y ello también incluye a su educación, su formación y a ambas cosas de sus hijos y familiares, pero sobre todo la de sus hijos.

El remordimiento y el autoreproche les hace más insufrible e insoportable el encarcelamiento, ya que en vez de ser cómplices del acomodamiento y acojinamiento al que han sometido a sus hijos, deberían haber sido casi unos tiranos y déspotas, obligándoles a formarse y educarse para un futuro llamado “por lo que pudiera pasar”, como así ha sido. Han sido cómplices de una permisividad nunca vista, además de difamar e injuriar una educación donde lo único que pretendía era formar de la mejor forma y manera posible a sus hijos. Han permitido que fueran sus hijos quienes dijeran a sus educadores lo que querían aprender y cómo lo querían aprender, sopena de ser acusados de traidores a su causa. Han permitido que sus hijos pantalleen constantemente convirtiendo en formación, educación y valores, todo lo conseguido y adquirido durante su apantallamiento, olvidando lo esencial para el desarrollo integran y social de la persona. Han permitido que sus hijos fueran capaces de arrinconar a cualquier educador que les pudiera exigir conocimientos y comportamientos que desafíen los suyos, alegando que son comportamientos y conocimientos ofensivos. Han conseguido sacar a relucir su intransigencia y arrogancia cada vez que un educador “atentaba” a la moral de su hijo, dejando al descubierto su forma de entender el mundo, más basada en cimientos de ignorancia que en cimientos de paja. En definitiva, han dejado ser a sus hijos que sean como ellos han querido ser, que hagan lo que han querido hacer, y que digan lo que han querido decir. Han dejado que sean sus hijos los que ellos mismos decidan, ¡con su edad!, lo que quieren o no quieren hacer, con su conocimiento social y con su experiencia. ¡Ahí es nada!

Infierno. San Esteban de Gormaz (Soria)

¿Y ahora qué? ¿Qué hacer?

Ahora que ya se ha reafirmado y consolidado el fracaso educativo de los hijos en el correspondiente centro educativo, ¿qué hacer? ¿Se sigue mirando para otro lado como antes? ¿Se busca un culpable o un cabeza de turco, un varón de dolores que cargue con sus culpas como han hecho siempre los españoles para solucionar un problema? ¿Dónde se busca? ¿Se va a encontrar? Seguro que sí, pero, realmente, no será a quien se busca, porque a quien se busca está dentro de la casa, está dentro de cada uno; otra cosa es que se encuentre o se quiera encontrar, que no siempre eso ocurre, sobre todo por falta de ganas y miedo ante lo que pueda decir y cómo lo diga.

Se podría dedicar el tiempo de encarcelamiento y presidio a buscar, a encontrar, a jugar a adivinanzas y acertijos, pero eso quizás sea una forma de echar balones fuera acerca del verdadero problema que se ha creado alrededor de nuestros hijos: no se ha aprovechado el tiempo de relativa bonanza en educar y formar conveniente y regladamente a nuestros hijos. No lo hemos sabido aprovechar.

Ahora, después de este periodo de confinamiento carcelario, cuando trate paulatinamente volver la libertad a la vida, la situación puede ser aún más dramática que el propio presidio. A la falta de educación y formación y, por qué no decirlo, a falta de trabajo, el remordimiento y el reproche pueden dejar calvo a más de un melenudo por tirarse de los pelos, rabiosos, pensando en la oportunidad perdida cuando eran felices, no lo sabían y tampoco lo supieron aprovechar por desconocimiento al no saberlo, por su descastamiento social y su egoísmo exacerbado o porque simplemente… no quisieron saberlo.




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