sábado, 2 de noviembre de 2019

SIN TÍTULO (que cada uno ponga el suyo)




          Toda percepción del pasado constituye un ejercicio individual de recuperación de una herencia cuyos códigos sólo pueden resultar inteligibles en un determinado marco social. Cada vez que este marco social se modifica, aquella percepción se ve igualmente alterada. Pero eso no quiere decir que su vigencia tuviera que desaparecer; se modifica al modificarse las condiciones de su aparición y mantenimiento social, pero debería alejarse de su total desaparición o, al menos, del intento de su total aniquilación, más que desaparición. Porque lo hoy está sucediendo en nuestra sociedad es una progresiva aniquilación de estructuras, formas, tradiciones y creencias del pasado porque están alejadas o fuera de todo lugar de un mundo como el nuestro, el que actualmente padecemos y al que castigamos diariamente como represalia a ese padecimiento que, indirectamente, nos lo hemos autocreado de una forma conscientemente inconsciente (aunque parezca una contradicción, que igual lo es).

         Sin embargo, esa modificación en menor medida, aniquilación como meta final, puede producirse como consecuencia de cambios sociales y estructurales propios de una sociedad viva y cambiante, lo que llamaríamos cambios sociales propios sin más, pero también por la acción de grupúsculos dominantes que incluyen entre sus instrumentos de poder la facultad de generar o seleccionar una determinada visión del pasado adaptándola y acondicionándola a sus propias creencias, ignorando las de los demás. Y si eso implica deformar la realidad para imponer su criterio, pues se deforma sin más. Parte importante de su poder lo sustentan en condicionar la forma y manera de hacer ver la realidad a los demás, además de modificar su comportamiento. Son otro grupúsculo (¡otro más!) con el derecho autoconcedido de opinar y hacer opinar sobre y a los demás. Y cuánto más alejada y más resistencia oponga esa tribu a la que se quiere domesticar, menos benevolencia se tendrá sobre ellas, mayor intransigencia se tendrá hacia ella. Esto último es lo que determina si una acción es buena o mala: la intención del agente, ya que los actos en sí son moralmente neutros. En este caso la intención queda claramente demostrada, luego la acción se califica a sí misma.

         Corrección política, posverdad, propaganda, desinformación, miedo, aislamiento social, encasillamientos, son armas que este grupúsculo utiliza para imponer su poder. Lejos de actuar como verdaderos dictadores totalitarios (¡que lo son!), actúan de la manera más vil y cobarde: tiran la piedra y esconden la mano ¡Pío, pío, que yo no he sido! Como auténticos inquisidores del totalitarismo desafían impunemente a todos aquellos que traten de desafiar lo que ellos piensan, alegando que son ofensivos. Sacan a relucir esa intransigencia y arrogancia propia del autoritarismo y la tiranía cada vez que alguien difiere en su forma de entender el mundo. Para ellos es más fácil y más provechoso verter odio hacia todos ellos que debatir con argumentos y educación (perderían su posición dominante y ventajista para equipararse a toda esa chusma que quieren domesticar y atontar).

          Violencia machista, igualdad hombre/mujer (¡uy! ¡perdón! mujer/hombre), maltrato animal, democracia, progresismo, manifestaciones, independencia, violencia callejera, justicia social, dependencia, ocupas, desahucios, emigración, racismo, …, son temas en los que está totalmente prohibidísimos posicionarse en su contra o manifestarse públicamente (o en privado; ya se sabe que las paredes oyen) contrario a los mismos, bajo pena de expulsión y exclusión social, con la imposición del saco bendito correspondiente.

         En cambio, machismo, religión católica e Iglesia, corridas de toros, Navidad, Semana Santa, domingos en general, cantares populares “picantes” (que lo bueno de los cantares que se oyeron no son lo que dicen, ni su son, sino el mundo que llevan aparejado, que en la vida, casi todos los episodios importantes tuvieron su fondo musical), comida tradicional, vacaciones, …, son temas tabú de los que más vale alejarse de ellos cuánto más lejos mejor; prohibidisimante prohibidos posicionarse a favor de ellos. La exclusión social es la mínima pena impuesta por estos inquisidores cofrades de la ofensa y del totalitarismo que ven la violencia de la palabra una fuente de diversión al alcance de todas las edades.

         Este elenco de ignorantes pasan las horas muertas leyendo cosas que refuerzan sus prejuicios y sus creencias, renunciando frontalmente a inclinar la cabeza en el ángulo adecuado para entender los argumentos del otro, que casi siempre son argumentos equivocados contrarios a la corrección por ellos impuesta. No importa que una verdad sea lo opuesto a una mentira. Lo verdaderamente importante es que su opinión es elevada a la categoría de verdad.

         La desinformación, la posverdad, la propaganda son armas de destrucción masiva que todo grupúsculo totalitario magnificador de democracias liberales utiliza para distorsionar y menospreciar los hechos objetivos verificables, menos relevantes en la formación  de la opinión pública que la apelación a las emociones o creencias personales. Estas falacias sutilmente no se imponen; tan sólo se ofrecen como una información útil y verídica para la cosmovisión de un grupo, una clase, una comunidad o un país. Claramente se ve la intención de estas acciones para calificar adecuadamente estas acciones. Sobran las palabras.

         Lo peor de todo es lo conseguido por estos odiadores empedernidos, enfermos de su exacerbado narcisismo: una sociedad cada día más castrada en su identidad, en su libertad de pensar y en su libertad de creer. Una sociedad en la que sus miembros son un número y una ficha en el ajedrez anónimo de los poderes fácticos y dominantes que vigilan, doman y domestican para conseguir un producto que pueda ser vendido y consumido.

         Toda su vida la reducen y simplifican en el patético empeño de deshacer su propia vida y su propia existencia. Ensalzan a ese gran literato manchego y tomellosero cuando decía que la vida es una historia de locos contada por gilipollas.


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