No deja de ser anacrónico que yo, un clérigo del siglo XIX, tenga
que hablaros de algo que desconoce totalmente pero, después de observar
minuciosamente desde lo alto a toda esa gente que “escarba” profusamente en mi
vida, he hecho una buena composición de lugar sobre el uso y abuso del teléfono
móvil y, por ende, de los diversos artilugios tecnológicos que pululan
actualmente entre la nueva “smart society”. Ya en su día, y con el mismo
desconocimiento conocido, os hablé, o mejor dicho, os previne sobre ese uso y
abuso del teléfono móvil y sus futuras consecuencias. Obviamente fui ignorado
(cuando no “cachondeado”) y tratado de lo que realmente soy: un antiguo y carca
cura. No estaba subido en ese carro adictivo-tecnológico (¡lógico!, sobre todo
por la época que me tocó vivir) pero era consciente de lo que realmente podría
pasar, como así está comenzando a ser y … sólo es el comienzo.
Actualmente, ese
vecino del sexo o del retrete humano (según ubicación), con la adicción que ha
provocado, está generando una tenue enfermedad que cada vez se va haciendo más
y más oscura, tal y como ya presagiaba en su día. Una vez más, la tecnología ha
ganado al ser humano, le ha vencido, lo tiene a sus pies, de rodillas y con los
brazos en cruz solicitando, no clemencia, sino implorando sus favores y
poniéndose totalmente a su servicio. Es su esclavo, su eunuco, su servidor
incondicional, su ejecutor mudo.
Me da mucha pena, y
a la vez mucha rabia, ver como familias enteras se comunican por medio de
teléfonos, tablets u ordenadores. Este tipo de comunicación está silenciando
las conversaciones familiares y de amigos. Se esconden unos de otros porque no
saben mantener una conversación cara a cara en la que no sólo con el habla
expresemos lo que queremos decir, sino también con el resto del cuerpo. Parece
mentira cómo una aplicación de mensajería como Whatsapp haya logrado ser
sinónimo de familia, de amigos, de amantes; ser un primer grado de consanguinidad
familiar en un contexto de límites difusos y problemáticos. Con ella no estamos
solos, no nos sentimos solos, siempre hay alguien que nos escucha, pero como no
podía ser de otra manera, todo eso no es verdad, es virtual, irreal, humo y,
además, tóxico.
A través de esas
aplicaciones y de las redes sociales hemos olvidado conversar. Estamos creando
una generación que no sabe conversar de forma ininterrumpida y cara a cara.
Todo lo dice a través del artilugio tecnológico y plataformas digitales. Se esconde
en ellas, amagado, tirando la piedra y escondiendo la mano, negando la mayor,
demostrando esa cobardía adquirida al amparo de la tecnología. Esa falta total
de conversación y empatía hacia el prójimo se pone de manifiesto, y de qué
forma, cuando realmente tiene que hacerla y mantenerla cara a cara. Los malos
gestos, los malos modales, las malas caras y, sobre todo, la falta de
vocabulario lo califican de lo que realmente es y pone de manifiesto, sin miedo
a la menor equivocación, porque está en donde está y como está.
Por otro lado, esas
redes sociales y aplicaciones de mensajería nos sumen en una ficción más propia
de un párvulo de 3 ó 4 años que de personas hechas y derechas, dejando a un
lado por un momento a los adolescentes y jóvenes, desahuciados en la mayoría de
los casos en una posible victoria sobre la tecnología.
Los adultos vuelcan
sus relaciones e intimidades en las redes sociales. ¡Parece mentira! Tienen
amigos por doquier, a cascaporrillo como suele decirse, pero realmente se
sienten solos. Esa soledad les hace ensalzar una vanidad que hasta entonces
carecían de ella, o que si la tenían, la disimulaban como podían. Ahora no.
Ahora buscan su enaltecimiento buscando “likes” por todos lados como forma de
autoconvencerse de que tienen infinidad de amigos, amigos “ad nauseam”. Su vida
se convierte a partir de ahí en una competencia: más “likes”, más amigos, más
vanidad, más soledad, …, y vuelta a empezar. Y así hasta la eternidad.
Muchas veces me he
preguntado cómo hubiera sido mi vida en esta nueva sociedad tecno-adictiva que
tenéis ahora. ¿Cómo hubieran sido mis amigos? ¿Virtuales, reales, conocidos,
desconocidos? ¿Hubiera tenido amigos con los que nunca hubiera hablado? ¿Amigos
que ni tan siquiera sé cómo son? ¿Amigos desconocidos que buscan mi amistad y
mi cercanía pero que realmente están muy lejos, tanto como ellos quieren que
esté? ¿Eso tendría con mi pertenencia a una red social o a una aplicación de
mensajería? ¿Esos amigos tendrían el valor de decirme a la cara lo que dicen
con dibujitos abstractos? No sé. ¡Por cierto! ¿os imagináis que cualquiera de
vosotros recibierais una petición de amistad mía? ¡Flipante!, como decís
vosotros, ¿no? Lo de poneros de rodillas y con los brazos en cruz delante de la
tecnología sería una nimiez caduca. Subiríais al siguiente peldaño, que a saber
cuál sería entonces.
Imagino que me
tratareis como una antigualla retrógrada e introvertida, pero en mi época tenía
plena conciencia de quiénes eran mis amigos y quiénes no. Tenía plena
conciencia de lo que decía y a quién se lo decía, y, por supuesto, por mi
condición eclesiástica, la vanidad no solía ejercerla habitualmente, por no
decir ni tan siquiera esporádicamente. No ocurre los mismo ahora vanidosamente
hablando.
Como dije al
principio, este nuevo sermoncillo viene a colación de ver a toda esa gente
“escarbando” en mi vida para conseguir más y más “likes” personales y
profesionales, “likes” que les reporten beneficios, si pueden ser materiales
(por supuesto económicos) mejor, aunque beneficios vanidosos tampoco vienen mal
tal y como está la competencia. Sinceramente, me hubiera gustado facilitar toda
esa labor “escarbosa”, y para ello hubiera grabado en mi tumba un código QR de
esos que se llevan ahora con toda mi información propia, habida y por haber, de
tal manera que con descifrar “correctamente” ese código todo el mundo hubiera
tenido información fiable y fehaciente de toda mi vida personal y profesional.
De esta forma hubiera facilitado la labor de muchísimas personas más o menos
“interesadas” en mi vida, obra y milagros (que obviamente no hice), y hubiera
dejado zanjados posibles y futuribles errores más o menos “piadosos”, más o
menos “intenciodados”.
¿Y mi funeral y
entierro? No hubiera sido tampoco lo mismo. Hubiera sido un entierro “a palos”
… pero de palos de teléfonos móviles para hacer “selfies” para que
vanidosamente pudierais decir a vuestros amigos desconocidos: ¡Yo estuve allí!
¡Yo enterré a don Ino! ¡Mirad con quién estaba! ¡Mirad como se puso el sol
cuando bajaban el féretro al charco! (… porque me hubiérais enterrado
igualemente en Torralba de Calatrava, ¿no?). Todo hubiera sido distinto, no
como antaño: mujeres y hombres vestidos de negro, alguna que otra corona de
flores, pocos amigos (como corresponde con la rabiosa actualidad) y respeto,
mucho respeto y poca desconsideración. Esa escena no crea “likes”, no es
“amigable” ni ensalzadora, pero es la vida real, la que se debería vivir y a la
que deberíamos hacerle caso y tenerle respeto, porque, entre otras cosas, es
única y no va a volver. Camuflarla hoy día entre artilugios tecnológicos es
casi peor que perderla. Nuestra vida pasaría a ser una responsabilidad más que
una bendición de Dios. Sería aquello que pasa mientras nosotros miramos una
pantalla
Competencia,
tecnología, vanidad, desconsideración, amistades inexistentes,
despersonalización, manipulación, …. Esos serán los adjetivos que os definirán
en un futuro. Lo que grabarán vuestros descendientes en vuestro código QR
personal. Y lo harán con lágrimas en los ojos y el alma evaporada, pero será lo
único que puedan poner porque será lo único que les habéis legado. Al fin y al
cabo habéis dedicado buena parte de nuestra vida a conseguirlo. Ahora ya lo
tenemos. Ahora ya lo tenéis, ¿vais a quejaros?
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