viernes, 5 de febrero de 2016

DON INO, TECNOLOGÍA Y VANIDAD


        No deja de ser anacrónico que yo, un clérigo del siglo XIX, tenga que hablaros de algo que desconoce totalmente pero, después de observar minuciosamente desde lo alto a toda esa gente que “escarba” profusamente en mi vida, he hecho una buena composición de lugar sobre el uso y abuso del teléfono móvil y, por ende, de los diversos artilugios tecnológicos que pululan actualmente entre la nueva “smart society”. Ya en su día, y con el mismo desconocimiento conocido, os hablé, o mejor dicho, os previne sobre ese uso y abuso del teléfono móvil y sus futuras consecuencias. Obviamente fui ignorado (cuando no “cachondeado”) y tratado de lo que realmente soy: un antiguo y carca cura. No estaba subido en ese carro adictivo-tecnológico (¡lógico!, sobre todo por la época que me tocó vivir) pero era consciente de lo que realmente podría pasar, como así está comenzando a ser y … sólo es el comienzo.

         Actualmente, ese vecino del sexo o del retrete humano (según ubicación), con la adicción que ha provocado, está generando una tenue enfermedad que cada vez se va haciendo más y más oscura, tal y como ya presagiaba en su día. Una vez más, la tecnología ha ganado al ser humano, le ha vencido, lo tiene a sus pies, de rodillas y con los brazos en cruz solicitando, no clemencia, sino implorando sus favores y poniéndose totalmente a su servicio. Es su esclavo, su eunuco, su servidor incondicional, su ejecutor mudo.

         Me da mucha pena, y a la vez mucha rabia, ver como familias enteras se comunican por medio de teléfonos, tablets u ordenadores. Este tipo de comunicación está silenciando las conversaciones familiares y de amigos. Se esconden unos de otros porque no saben mantener una conversación cara a cara en la que no sólo con el habla expresemos lo que queremos decir, sino también con el resto del cuerpo. Parece mentira cómo una aplicación de mensajería como Whatsapp haya logrado ser sinónimo de familia, de amigos, de amantes; ser un primer grado de consanguinidad familiar en un contexto de límites difusos y problemáticos. Con ella no estamos solos, no nos sentimos solos, siempre hay alguien que nos escucha, pero como no podía ser de otra manera, todo eso no es verdad, es virtual, irreal, humo y, además, tóxico.



         A través de esas aplicaciones y de las redes sociales hemos olvidado conversar. Estamos creando una generación que no sabe conversar de forma ininterrumpida y cara a cara. Todo lo dice a través del artilugio tecnológico y plataformas digitales. Se esconde en ellas, amagado, tirando la piedra y escondiendo la mano, negando la mayor, demostrando esa cobardía adquirida al amparo de la tecnología. Esa falta total de conversación y empatía hacia el prójimo se pone de manifiesto, y de qué forma, cuando realmente tiene que hacerla y mantenerla cara a cara. Los malos gestos, los malos modales, las malas caras y, sobre todo, la falta de vocabulario lo califican de lo que realmente es y pone de manifiesto, sin miedo a la menor equivocación, porque está en donde está y como está.

Por otro lado, esas redes sociales y aplicaciones de mensajería nos sumen en una ficción más propia de un párvulo de 3 ó 4 años que de personas hechas y derechas, dejando a un lado por un momento a los adolescentes y jóvenes, desahuciados en la mayoría de los casos en una posible victoria sobre la tecnología.

         Los adultos vuelcan sus relaciones e intimidades en las redes sociales. ¡Parece mentira! Tienen amigos por doquier, a cascaporrillo como suele decirse, pero realmente se sienten solos. Esa soledad les hace ensalzar una vanidad que hasta entonces carecían de ella, o que si la tenían, la disimulaban como podían. Ahora no. Ahora buscan su enaltecimiento buscando “likes” por todos lados como forma de autoconvencerse de que tienen infinidad de amigos, amigos “ad nauseam”. Su vida se convierte a partir de ahí en una competencia: más “likes”, más amigos, más vanidad, más soledad, …, y vuelta a empezar. Y así hasta la eternidad.

         Muchas veces me he preguntado cómo hubiera sido mi vida en esta nueva sociedad tecno-adictiva que tenéis ahora. ¿Cómo hubieran sido mis amigos? ¿Virtuales, reales, conocidos, desconocidos? ¿Hubiera tenido amigos con los que nunca hubiera hablado? ¿Amigos que ni tan siquiera sé cómo son? ¿Amigos desconocidos que buscan mi amistad y mi cercanía pero que realmente están muy lejos, tanto como ellos quieren que esté? ¿Eso tendría con mi pertenencia a una red social o a una aplicación de mensajería? ¿Esos amigos tendrían el valor de decirme a la cara lo que dicen con dibujitos abstractos? No sé. ¡Por cierto! ¿os imagináis que cualquiera de vosotros recibierais una petición de amistad mía? ¡Flipante!, como decís vosotros, ¿no? Lo de poneros de rodillas y con los brazos en cruz delante de la tecnología sería una nimiez caduca. Subiríais al siguiente peldaño, que a saber cuál sería entonces.

         Imagino que me tratareis como una antigualla retrógrada e introvertida, pero en mi época tenía plena conciencia de quiénes eran mis amigos y quiénes no. Tenía plena conciencia de lo que decía y a quién se lo decía, y, por supuesto, por mi condición eclesiástica, la vanidad no solía ejercerla habitualmente, por no decir ni tan siquiera esporádicamente. No ocurre los mismo ahora vanidosamente hablando.

         Como dije al principio, este nuevo sermoncillo viene a colación de ver a toda esa gente “escarbando” en mi vida para conseguir más y más “likes” personales y profesionales, “likes” que les reporten beneficios, si pueden ser materiales (por supuesto económicos) mejor, aunque beneficios vanidosos tampoco vienen mal tal y como está la competencia. Sinceramente, me hubiera gustado facilitar toda esa labor “escarbosa”, y para ello hubiera grabado en mi tumba un código QR de esos que se llevan ahora con toda mi información propia, habida y por haber, de tal manera que con descifrar “correctamente” ese código todo el mundo hubiera tenido información fiable y fehaciente de toda mi vida personal y profesional. De esta forma hubiera facilitado la labor de muchísimas personas más o menos “interesadas” en mi vida, obra y milagros (que obviamente no hice), y hubiera dejado zanjados posibles y futuribles errores más o menos “piadosos”, más o menos “intenciodados”.

         ¿Y mi funeral y entierro? No hubiera sido tampoco lo mismo. Hubiera sido un entierro “a palos” … pero de palos de teléfonos móviles para hacer “selfies” para que vanidosamente pudierais decir a vuestros amigos desconocidos: ¡Yo estuve allí! ¡Yo enterré a don Ino! ¡Mirad con quién estaba! ¡Mirad como se puso el sol cuando bajaban el féretro al charco! (… porque me hubiérais enterrado igualemente en Torralba de Calatrava, ¿no?). Todo hubiera sido distinto, no como antaño: mujeres y hombres vestidos de negro, alguna que otra corona de flores, pocos amigos (como corresponde con la rabiosa actualidad) y respeto, mucho respeto y poca desconsideración. Esa escena no crea “likes”, no es “amigable” ni ensalzadora, pero es la vida real, la que se debería vivir y a la que deberíamos hacerle caso y tenerle respeto, porque, entre otras cosas, es única y no va a volver. Camuflarla hoy día entre artilugios tecnológicos es casi peor que perderla. Nuestra vida pasaría a ser una responsabilidad más que una bendición de Dios. Sería aquello que pasa mientras nosotros miramos una pantalla


         Competencia, tecnología, vanidad, desconsideración, amistades inexistentes, despersonalización, manipulación, …. Esos serán los adjetivos que os definirán en un futuro. Lo que grabarán vuestros descendientes en vuestro código QR personal. Y lo harán con lágrimas en los ojos y el alma evaporada, pero será lo único que puedan poner porque será lo único que les habéis legado. Al fin y al cabo habéis dedicado buena parte de nuestra vida a conseguirlo. Ahora ya lo tenemos. Ahora ya lo tenéis, ¿vais a quejaros?

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