martes, 8 de mayo de 2012

AVANZAMOS HACIA ATRÁS


Hola de nuevo chiquetes y chiquetas. ¿Me echabais de menos? ¿Sí? ¡No me lo creo! ¿Quién va a echar de menos a un cura viejo y antiguo como yo, hablando de cosas que ocurrieron hace tantos años, y que además nos dice que no podían ser verdad, porque quien las hacía se equivocaba por saber poco o nada de lo que estaban haciendo o tratando de contar? ¡Menudo rollo patatero! (rollo de Torralba; lo cogéis, por lo de las patatas de Torralba. ¿A que me ha quedado bien?).

             Bueno, no os enfadéis, y mucho menos os desilusionéis. Ya veréis como todo tiene una explicación.

             Como os decía anteriormente, cuando vemos o admiramos alguna obra o creación relacionada con el Románico o perteneciente al Románico, es muy frecuente encontrarnos con esos, llamémosles de momento, errores, y esos errores a veces los utilizamos como la excusa perfecta para no admirar y darle valor a lo que tenemos delante nuestro. ¿Cómo podemos darle importancia y valor a algo que sabemos de antemano que está equivocado? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué ganamos con ello? Incluso alguno estaréis pensando: “es como si en el colegio o en el instituto los profesores nos hacen aprender cosas que ellos mismos saben que no son ciertas. ¿Para qué las queremos aprender?”. Es verdad, y quizás llevéis razón. Pero, para intentar “comprender” esos errores que antes os decía, a partir de ahora debemos tener muy presente algo tremendamente importante: para poder apreciar y entender toda la producción artística de ese periodo románico o de cualquier otro periodo de la historia, debemos intentar pensar como pensaban ellos -los hombres, mujeres y niños que vivieron durante esos años-, sentir como sentían ellos. Debemos tratar de transportarnos hasta aquellos años y olvidarnos de lo que hoy tenemos y somos. Son dos épocas diferentes que nada tienen que ver una con la otra, y, por lo tanto, no las podemos comparar de ninguna manera.

             Reconozco que me hice historiador porque trataba de buscar científicamente en el pasado las respuestas a las preguntas que me hacía en el tiempo que me tocó vivir, preguntas de mi época, las mismas o parecidas a las que vosotros os podéis estar haciendo actualmente. Y para ello, un historiador tiene y debe hacerse extemporáneo (¡uff!, ¡vaya palabreja!), como decía un filósofo llamado F. Nietzche. Hacerse extemporáneo es salir del propio tiempo en que se vive y hacer el esfuerzo de viajar mentalmente hacia la época que deseamos visitar, conocer e investigar, y así, tratar de pensar y ver las cosas tal y como las pensaban y las veían los hombres de aquella.

             Debemos entender que, aunque los hombres somos hombres con la misma naturaleza antes y ahora, es cierto y verdad que la religión, hábitos sociales, geografía, costumbres, etc., van modelando no sólo un tipo de ser humano con todas sus peculiaridades y particularidades, sino también, su modo de pensar y ver las cosas. Es un grave error pretender entender, por ejemplo, el arte de aquella época románica, elaborado con otros fines y pensados con otra mentalidad, aplicándoles nuestras propias categorías modernas. Tratar de meterse en su mundo, tan extraño al nuestro, es tratar de ver primeramente qué cosa realmente se propusieron aquellos que edificaron, por ejemplo, una iglesia románica.

         Cuando eso lo hemos logrado o, al menos, lo tenemos muy presente, comenzamos a ver todo con diferentes ojos, pasando normalmente a aceptar y apreciar aquello que antes se ignoraba y se despreciaba.

         Hoy día, tendemos a interpretar de manera equivocada muchas de las antiguas tradiciones y leyendas porque pensamos que se refieren a un mundo como el nuestro, el actual. Pero lo cierto es que el hombre, durante toda su existencia, siempre ha poseído una sabiduría que obedecía a un conjunto de circunstancias materiales, mentales y espirituales de un momento determinado de la historia, de su momento, de sus años en los que vivió.

         ¡¿Quién está roncando?! ¡Que levante la mano! ¿Os estoy aburriendo? No creo, ¿verdad? Lo que ocurre es que en esta última parte me he puesto más serio de lo debido. Pero ha sido únicamente para que entendáis la importancia que tiene lo que os he intentado decir (a los que estabais despiertos) y lo que quiero que comprendáis. Hace casi mil años, nada de lo que ahora veis y tenéis, ni estaba, y ni los niños y niñas de vuestra edad lo tenían. Sus padres no pensaban como los vuestros, aunque, no creáis, también les regañaban cuando no les hacían caso o se pasaban horas y horas jugando a sus juegos que, por supuesto, no eran los mismos que los vuestros. Y si no os lo creéis, mirad la siguiente fotografía.

Vemos a unos niños jugando al alquerque en la galería porticada de una iglesia románica, un juego muy parecido a las “tres en raya”. El juego estaba grabado en la piedra con la que se había construido la galería porticada, en lo que se llama pódium. Al grabar el juego en el pódium, nadie se lo podía llevar a su casa, o quitárselo a otro niño, o perderlo. Al día siguiente, ahí seguía el juego para que, si querían, pudieran volver a jugar en él. Las próximas fotos muestran ese juego y otros grabados en diferentes partes y podiums de una iglesia.
Alquerque
Alquerque
Cinco en raya
¿Os han gustado? ¿Veis como los juegos de los niños y niñas de aquella época no eran como los vuestros? ¿Ni estaban en los mismos sitios que vosotros guardáis los vuestros? Y sin embargo también se lo pasaban fenomenal, ¡no creáis!, pero, claro de otra forma.

         Al igual que los juegos eran muy diferentes de los vuestros de hoy en día, los pueblos, las casas, la forma de vestir, la forma de alimentarse, de trabajar,…, todo era muy diferente a lo que hoy tenemos, y, por lo tanto, la forma de ver la vida de estas personas era también muy diferente a como la vemos hoy en día.

         Este es el mensaje que quiero que tengáis presente y que recordéis de esta segunda parte de nuestro viaje por el Románico.

         Habréis visto que para poder continuar caminando por el Románico ha sido necesario avanzar hacia atrás, no para atrás, sino hacia atrás, hacia el pretérito, hacia el mundo de hace casi mil años.


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