Miguel Bosé, en su canción “Mi libertad” (1977), exhortaba, entre
otras cosas: “… hacer lo que te venga bien,
sin un porqué.”
Cuando esa canción
comenzó a sonar y aparecer en los distintos medios de comunicación de la época,
las libertades en España estaban comenzando a despertar y despegar (¿de ahí esa
canción en boca de un joven “rompedor” a modo de nuevo himno juvenil?), después
de haber estado escondidas o eliminadas durante varias décadas por el régimen
político imperante todo ese tiempo. Ese despierte y despegue se pareció más a
un desbocamiento desmesurado y rabioso que a un proceso comedido y tranquilo, más
propio de personas que de animales. No ocurrió lo último, y el desbocamiento
tomó la sociedad y se instaló en ella cual software malicioso cohabita con nosotros
en nuestros terminales tecnológicos, sean cuales sean.
Al igual que la
libertad en el transcurso de la historia de la humanidad, los avances tecnológicos
se han desembocado en nuestra sociedad, y esta vez ha sido a nosotros mismos a
quienes nos han instalado ese software malicioso que nos aboca a su mal uso en
todas nuestras facetas sociales (sería interminable poner ejemplos de malo usos
y hábitos realizados diariamente por cada uno de nosotros con artilugios tecnológicos).
Uno de ellos más punteros y de más actualidad hoy día son los drones, esos
aparatitos voladores comandados desde tierra y que lo mismo pueden servir para
entretenimiento de padres e hijos e hijas (lenguaje inclusivo, no vaya a ser
que alguien se enfade, ¡y mucho!), como para fotografiar o filmar lugares y
situaciones, como también para asesinar a “rivales” de cualquier índole política
o empresarial.
El último episodio
malicioso de ese software que tenemos instalado en nosotros mismos es el de la
invasión de un dron en el espacio aéreo del aeropuerto de Barajas en Madrid. Durante
una hora, ese aeropuerto tuvo que ser cerrado a la espera de que ese artilugio
abandonara su espacio aéreo para que los aviones pudieran de nuevo despegar o
aterrizar sin ningún riesgo para la integridad de sus ocupantes.
Independientemente
del delito cometido por la persona o personas que comandaban desde tierra ese
dron, el mal que le hicieron a todas las personas que, por unos motivos u
otros, tuvieron la obligación o el deseo de viajar en avión, fue bastante
importante, sobre todo coartando y eliminando su libertad a la hora de poder
viajar en el día y, sobre todo, a la hora deseada, según horarios de la propia
compañía aérea. Por culpa de esos cafres tecnológicos, tuvieron que retrasar su
salida o llegada a sus destinos, impidiendo hacer uso de su libertad de elección
de horarios. Es obvio que la libertad de horarios no es tal si no amoldamos a
horarios de la compañía, pero el mero hecho de cometer ese delito, ya coarta su
libertad de elección.
Para estos
terroristas tecnológicos, la libertad de realizar lo que ellos quisieron, a la
hora que quisieron, el día que quisieron y donde quisieron con el dron, estaba
muy por encima de la libertad de cientos o miles de pasajeros perjudicados por
su delito. Ellos no tienen asimilado el concepto de que “mi libertad termina dónde comienza la libertad de los demás”, y que
hay valores que son plenamente incompatibles con otros, como en este caso la
libertad absoluta y la igualdad absoluta. Esa incompatibilidad implica un
sacrificio por parte de todos: más libertad, menos igualdad (y viceversa). Todo
aquel que no quiera o no esté dispuesto a reconocer ese sacrificio, bien
personal, bien colectivo, se convierte en un fanático, con todo lo que ello
implica y lleva implícito, tanto a nivel personal, familiar y social.
La tecnología y los
avances tecnológicos no son el problema; el problema es el uso que hacemos de
los mismos, muchas veces escudándonos en ese inaceptable sacrificio de igualdad
y libertad. Hoy día, que tanto se aboga por la igualdad en cualquier campo
social y familiar, la pisoteamos y maltratamos cuando de nuestra igualdad y
libertad se trata. No queremos sacrificio, queremos libertad a cualquier costa,
“hacer lo que te venga bien, sin un porqué”,
amparados y nuevamente escudados en la sacrílega frase “yo soy así”.
No estaría de más
que alguien, desde algún estamento (sea el que sea) dé la voz de alarma alertando
de que la libertad (o libertinaje, no se sabe muy bien), tal y como la
entendemos hoy día, no puede ampararse en un recorte de la de los demás para
una ampliación de la mía. Esa adquisición fraudulenta es un robo manifiesto, un
engaño, otro concepto o software malicioso muy actual entre toda la sociedad,
aupado y vitoreado, esta vez sí, por la clase política dominante en nuestro
panorama nacional. No hace mucho tiempo, una periodista española de reconocido prestigio
y reputación que vivió en primera persona todo el complicado proceso de la
transición española, dejó claro su posición a la hora de comparar y definir la
calidad política de aquellos que nos llevaron a la democracia que tenemos hoy,
y los que están en la actualidad y que deben de tratar de ¿preservarla y mantenerla?
Pero ese es otro
tema.
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