sábado, 13 de agosto de 2016

SIMBOLISMO ROMÁNICO (I)



          ¡Qué pena! ¡Cómo han crecido! Desde las primeras charlas románicas hasta ahora, ¡cómo se nota el cambio! Antes jugaban aquí en la plaza o en el paseo y tenía que ir a buscarlos y arrejuntarlos para los tostones románicos. Ahora no. Ahora se quedan sentados en un bando en la plaza, tranquilamente, hablando de sus cosas y construyendo castillos en el aire a la espera de su derrumbe posterior, cuando el tiempo y la vida soterren los cimientos de su ilusoria construcción y comiencen a edificar una morada en una pequeña parcela terrenal en la que poder vivir y esperar a lo que la vida les vaya pidiendo, casi siempre algo muy alejado de sus propias ideas y diametralmente opuesto a su visión idílica de futuro. Es lo que podríamos llamar un palo tras otro sin saber cómo te han venido, y generando una de las mayores preguntas dubitativas de la vida de una persona: ¿de verdad me merezco esto que me está sucediendo, esto que me está pasando? Nada ni nadie les responderán, y a medida que pasa el tiempo esa pregunta se hará cada vez más persistente, se hará cada vez más grande e incluso tan insoportable como para querer acelerar la marcha hacia arriba o hacia abajo, pero marchar, abandonar, terminar. Tanto esfuerzo para esto, pensarán. Algo de razón tendrán, pero ¿qué podrán hacer sino malgastar su vida aguantando palos? Más palos, más grande la duda; más grande la duda, más palos. Y así hasta el final.

         En fin, vamos a arrearlos para adentro que no saben la que les va a caer esta vez. Como son ya mayorcetes, los temas románicos a tratar serán cada vez más serios y trascendentales, más profundos, acordes, se supone, con su edad y su madurez.

         ¡Fiuuuuuuiiii! Así me gusta, como pastor de almas inmaduras y en blanco en vías de formación. ¡’Amos pa’dentro’ que hoy hay charla románica! ¡Míralos! ¡Qué ‘corrías’ dan pa llegar! ¡Vamos hooooombreeeeee! ¡Seja alaaaannnnnteeeee!

        Bueno chiquetes, hoy vamos a comenzar de una manera totalmente diferente a como lo hemos hecho hasta ahora. Hoy vamos a comenzar santiguándonos. Sí, sí, santiguándonos. ¡Todos! En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén. Bien, ¿qué es lo que hemos hecho? Hemos realizado el signo de la cruz, el signo que identifica a todo cristiano que se precie. La cruz es el símbolo por antonomasia de la religión católica, ya que fue el instrumento de suplicio de Jesús, donde consumó su muerte para posteriormente resucitar, y donde salvó al mundo y a la humanidad. Cada vez que una persona ve una cruz, automáticamente la identifica con la religión católica. Ese proceso automático mental se debe a que la cruz es un objeto material que por convención representa la muerte de Jesús en la cruz y su posterior resurrección. Es un objeto previamente convenido para representar otra cosa o sustituir a algo. Es lo que se llama un signo.

Cruz románica siglos XII-XIII

         Como todos sabéis, o deberíais saber por la cantidad de veces que lo hemos dicho en estas charlas románico-soporíferas, en la época del Arte Románico, la inmensa mayoría de la población, salvo los que pertenecían al clero y algunos nobles y reyes, no sabía leer ni escribir, eran totalmente analfabetos, y la Iglesia Católica, con el clero a la cabeza, utilizaron los templos, ermitas o iglesias para ilustrar y enseñar a toda esa gente analfabeta. ¿Cómo lo hicieron? Pues con signos y símbolos que esculpían o pintaban en dichos templos o iglesias. De esa forma unos trataban de enseñar y los otros de aprender. Pero como no se hacía de una manera material, sino sugerente o etérea, los resultados no siempre eran los deseados, ni en esa época ni en épocas venideras, ya que la utilización de símbolos y signos acarreaba ciertos problemas de comprensión y aceptación. Veamos.

         Aunque la escritura ya había nacido en épocas anteriores a la época del Románico, en la antigüedad, ésta no era de fácil acceso y aprendizaje, sobre todo para esa masa de gente “laboratores”. Sin embargo, el hombre tenía y sentía la necesidad de expresarse a sí mismo, de expresar su cultura, sus sentimientos, sus valores y, por qué no decirlo, sus pecados y sus virtudes. Es ahí donde nace la necesidad del símbolo.

         Podríamos dar una simple definición de lo que es un símbolo diciendo que es un signo o una figura que, de acuerdo con la intención del autor que lo creó, evoca una idea o una realidad espiritual. Apreciamos en esta primera definición del símbolo que en ella aparece o se utiliza la palabra signo, de lo que se puede inferir que símbolo y signo no son lo mismo. El signo es una mera convención que expresa exclusivamente un significado previamente convenido, mientras que el símbolo hace percibir a quién lo contempla todos los aspectos de una realidad, ya sea visible o velada, manifestada u oculta. Un símbolo trata de llegar allí donde no llega la palabra y expresa realidades esenciales de nuestra vida. Por su carácter subjetivo más que objetivo o material, su significado ha de ser descubierto por cada persona según su alcance espiritual y sus parámetros culturales, pudiendo llegar a evocar a personas diferentes mensajes muy distintos. Por ello, un símbolo nunca significa o expresa, sino más bien, sugiere o índuce un conocimiento subyacente a la realidad visible.

         Como sustituto, en parte, de la escritura, el símbolo siempre ha estado ahí, aunque nunca se ha narrado ni expresado de la misma forma y manera. Debemos tener en cuenta el carácter histórico y contextual desde la concepción del símbolo en las primeras culturas de las diversas civilizaciones, sorprendiéndonos al descubrir que el símbolo narra temas similares en todas las culturas. Sin embargo, esa aparente universalidad de los símbolos no siempre es cierta, ya que debemos atender a otros condicionantes históricos y contextuales como os he dicho antes.

Rosetón de San Juan de Puerta Nueva (Zamora)

         Los símbolos no son universales. Aunque un símbolo tenga la misma forma que otro, por ejemplo, una espiral, una cruz, un laberinto, etc., su significado dependerá de la cultura en la que se enmarca. Si queremos hacer historia, de cualquier cosa, para descifrar cada símbolo hay que situarlo en su contexto espacio-temporal, y manejar las mismas fuentes de información que había en la época. También influye, como no, el vehículo de expresión de esas ideas o esos símbolos, la lengua en la que se crean, etc., lo que condiciona, y mucho, el posible significado e interpretación del símbolo. Y creo y considero que es aquí, en esta parte y estos motivos, lo que hacen que en la actualidad, el hombre moderno no sea capaz de interpretar correctamente un símbolo creado muchos cientos de años antes, y que cuando trata de hacerlo, lo único que consigue es enrevesarlo todo más, confundirlo y confundirnos cuando trata de explicárnoslo.

         Debemos tener en cuenta, como os he dicho muchísimas veces, que toda percepción del pasado constituye un ejercicio individual de recuperación de una herencia cuyos códigos sólo resultan inteligibles en un determinado marco social. Cada vez que ese marco social se modifica, aquella percepción se ve igualmente alterada. A nuestras mentes modernas o de hombre moderno les cuesta aceptar su verdadera dimensión, y siempre estamos tentados de mirar con incredulidad y a considerar todo esto como creencias del pasado sin ningún valor aparente ni coherencia lógica. Precisamente cuando se trata de racionalizar un símbolo auténtico se está procediendo a su corrupción y destrucción. En la actualidad tendemos a interpretar de manera equivocada muchas de las antiguas tradiciones, leyendas y símbolos porque pensamos que se refieren a un mundo como el nuestro. Pero lo cierto es que el ser humano anterior poseía una clarividencia y sabiduría que le permitían percibir muchas cosas que para nosotros ya no es posible percibir.

         Acerca de esta problemática moderna o postantigua ya nos avisaba Mircea Elíade cuando apuntaba: “La desacralización ininterrumpida del hombre moderno ha alterado el contenido de su vida espiritual, pero no ha roto las matrices de su imaginación: un inmenso residuo mitológico perdura en zonas mal controladas.” Por lo tanto, el hombre moderno actual es consciente (a veces inconsciente) que tiene que creer en algo, que necesita creer en algo, y utiliza y usa los símbolos creados por culturas anteriores en su propio beneficio, los asimila y los adapta a su cultura con su propia significación, que en la inmensa mayoría de los casos, nada tiene que ver con lo que ese símbolo quiso representar cuando fue creado. Es decir, cada uno ve en el símbolo lo que quiere ver, según su propia percepción, su cultura, su socialización y su vida interior y espiritual.

Laberinto circular en el interior de la catedral de Chartres (Francia)

         Hoy sí, ¿eh?, hoy sí. Hoy me estoy superando. El rollazo románico de hoy me encumbra como el curita más “pesao” de “tos” lo que hay. No hay quien me eche la pata. Se os nota en vuestras caras. Pero, chicos, este tema románico que estamos abordando en una nueva aventura románica es quizás el más personal de todos, ya que nos debe ayudar, no ya a interpretar símbolos y simbología, sino a ser conscientes de que no podemos estudiar el pasado con los ojos del presente. Si el pasado queremos devaluarlo por las razones que sean, no debemos excusarnos y basarnos en la utilización de estos símbolos como meras tonterías esculpidas en la piedra o pintadas en las paredes. Debemos aceptar que para las personas que los crearon, tanto en la piedra como en las paredes, tenían su significado y una significación, además de ser un vehículo de expresión de sus ideas, de su mundo interior y espiritual, de sus vivencias como personas, de la plasmación de un mundo que en poco o nada se parece o se parecía al nuestro. La no aceptación de todo lo anterior supone un rechazo frontal a toda su vida y toda su cultura, con todo lo que ello conlleva. De ahí el hacer tanto hincapié en el pensamiento actual del hombre moderno y su visión particular del pasado.

         Pero aún con esas diferencias temporales, racionales e interpretativas del pasado, cuando el hombre moderno visita una iglesia, templo o claustro románico y admira todo lo que allí se encuentra esculpido o pintado (las menos veces) no es indiferente a su belleza, como tampoco lo es a un posible significado que pudiera conllevar esa escultura o esa pintura. Si queda prendado de esa belleza y visita más edificaciones románicas, religiosas en su inmensa mayoría, y se encuentra una y otra vez con los mismos motivos y con los mismos símbolos, entonces es cuando comienza a preguntarse por su significado, pero esta vez con una convicción más firme que la primera vez que los encontró. Es entonces cuando comienza a descubrir que eso mismo que se está preguntando acerca de lo admirado, otros antes también se lo preguntaron con anterioridad, y, además, lo intentaron responder.

         A veces, la respuesta es muy fácil, ya que estamos en posesión de ciertas “claves” para descubrir ese significado. Por ejemplo, vemos un capitel con la Natividad, la Adoración de los Reyes Magos, la Huída a Egipto, etc., y enseguida adivinamos qué es lo que quiere representar, qué es lo que nos quiere decir, qué es lo que nos quiere enseñar; en definitiva, qué es lo que significa y el por qué está ahí. En el momento que carezcamos de esas claves, todo se complica más. Así, comenzamos a insinuar posibles interpretaciones en las que nuevamente aparece nuestro pensamiento de hombre moderno, pero esta vez (y la experiencia es la que nos va guiando) las interpretaciones posibles que elucubramos comienzan a perder la categoría de incuestionables, y comienza a asomar la cabecita una duda que será nuestra brújula en sucesivas interpretaciones. Eso sí: debemos intentar alejarnos lo antes posible del puro reduccionismo, es decir, intentar hacer pasar por un esquema preconcebido la totalidad del significado simbólico de lo que vemos, ya que cualquier símbolo puede tener dualidad de significado, incluso completamente opuestos, aunque también es cierto que la expresión plástica que representa al símbolo es a veces tan clara que no da lugar a ningún tipo de arbitrariedad acera de su significado.

Adoración de los Reyes Magos. Santa María de Piasca.
Cabezón de Liébana (Cantabria)

         Como venimos diciendo, la expresión plástica, lo que podríamos denominar significante, y su significado sigue siendo una tarea oscura y difícil de apreciar. La mayoría de las veces debe estar en posesión de esa clave para conocer el significado, pero si careces de ella, ¿cómo sabes que el significado que te han dicho o el que tú mismo elucubras es el correcto? ¿Cómo sabes que esa interpretación es correcta o es una mera suposición? Y aún más lejos todavía: ¿cómo pueden los especialistas de este tipo de disciplina antigua estar seguros de sus significados o de los motivos de los autores que esculpieron esos símbolos hace novecientos o mil años? ¿De quién o de qué debemos fiarnos? La respuesta a esta última pregunta o la duda que genera no son fáciles de encontrar ni de resolver, aunque, como profanos que somos en la materia, debemos fiarnos y confiar en los especialistas, ya que éstos tratan de documentarse exhaustivamente en las fuentes originales medievales, en los textos, buscando usos comunes de ciertas imágenes que se repiten en el tiempo y que hunden su historia en épocas clásicas precristianas. Estos especialistas tienen claro que se deben estudiar estos símbolos en sus fuentes, y en sus textos, pues existe el peligro de deformar con la mejor buena fe su verdadera significación. Volvemos nuevamente a lo que tantas y tantas veces hemos dicho y repetido a lo largo de todo este tiempo románico: para su mejor estudio y mejor comprensión, debemos entender e inmiscuirnos en su cultura, en su tiempo, en su forma de pensar, en su forma de vivir, en su forma de sentir. Sólo de esa manera tendremos más posibilidades de comprender su mensaje y su significado. Con el pensamiento del hombre moderno estaríamos corrompiendo todo lo que ellos trataban de expresar y transmitir. El hombre actual está lejos del lenguaje simbólico, un lenguaje espiritual que le hace cara a la primacía actual de las apariencias, de lo inmediato, de lo abstracto, del racionalismo, de lo convencional.

         Apreciando el realismo de las imágenes que el mundo románico nos ha dejado nos permite vislumbrar al espectador y hombre actual la imagen que se hacían los hombres medievales de los objetos que los rodeaban, de los animales, de los bosques, de las montañas, e incluso de los acontecimientos naturales. Son imágenes de una gran variedad de interpretaciones. Nada se limitaba única y exclusivamente a la existencia física. El mundo figurativo de ese hombre románico está lleno de simbolismo, apunta siempre tanto a lo bueno como a lo malo. Todo está estrechamente unido mediante un entrelazado de semejanzas y pertenencias, y debajo de la apariencia, dormita todo lo demás. El hombre medieval continuamente crea relaciones que unen la apariencia externa del mundo sobrenatural y una verdad suprema. Aparecen continuamente los miedos que las personas de aquella época sufrían en vista de los castigos que, según su fe cristiana, les esperaban por haber llevado una vida pecaminosa en la tierra. Dentro de esas imágenes de castigos se esconden las esperanzas de pertenecer a un reducido grupo de elegidos.

Castigos. Portico de la Majestad. Toro (Zamora)

         Pero el hombre románico y la edad media no inventan sus símbolos, sino que bebe de fuentes anteriores y las adapta a su momento, momento en el que todo se integra alrededor de una visión totalizadora con centro en Dios. La cultura románica era una cultura de consensos establecidos y adquiridos a través del tiempo con múltiples préstamos de otras civilizaciones anteriores de las que recoge las más antiguas tradiciones. Su lenguaje se forma sobre herencias anteriores a las que otorga nueva vida. Reinterpreta y readapta todo aquello que le sirve para sus fines, incluso motivos cuyo significado y función no conoce. Por todo ello, el románico es un arte de síntesis y su simbología un intento de superación. De ahí todo lo que comentábamos anteriormente sobre la dificultad de interpretación de esta simbología románica por parte no ya del espectador u hombre moderno, sino de los propios especialistas e historiadores que deben estudiar de forma científica todas estas huellas románicas que su hombre nos dejó como una herencia llena de fortuna.

         El Arte Románico, como venimos afirmando y reiterando continuamente, es un arte ante todo sagrado, heredero de primitivas tradiciones cristianas de raíces judaicas. Por ello, las fuentes en las que se basará para componer su simbología serán el Antiguo y Nuevo Testamento, además de sucesos contemporáneos, escenas de la vida cotidiana y la propia realidad que le rodea, sin dejar de mirar nunca de reojo a Oriente, pues no en vano fue la cuna de buena parte de sus símbolos. Pero como arte cristiano que es, utilizará y usará también los primeros símbolos cristianos que éstos utilizaron en sus comienzos.

         Con la persecución de Nerón en el año 64 a.C., los paganos desconfiaban de los cristianos, al considerar esta nueva religión como una superstición extraña e ilegal. Por ello, los cristianos comenzaron a valerse de símbolos que pintaban en los muros de las catacumbas y, con mayor frecuencia, grabados en las lápidas de mármol que cerraban sus tumbas. Serán el ancla, el pez y la paloma los primeros símbolos cristianos utilizados. El ancla era el símbolo de la esperanza y la vida eterna. El pez era el símbolo de Cristo (luego veremos por qué) y el nuevo bautizado. La paloma denotaba la armonía, la pureza y el deseo de paz en la vida presente o la futura de un difunto. Como podemos apreciar, estos primeros símbolos expresaban realmente su fe.

Pez. Ancla. Catacumbas

         Pero a medida que el románico fue imponiéndose como arte sagrado y asimilando simbología y tradiciones más antiguas, su representación y significado, en muchas ocasiones, distaba mucho de su verdadera referencia o nacimiento. Los artistas introducían sus licencias para facilitar la interpretación buscada de lo representado, acción ésta que en la actualidad está provocando una controversia acerca del alcance del mensaje del Arte Románico.

         Por un lado están los que consideran que la simbología de este arte es una simbología religiosa que se convierte en una lengua particular para expresar la lengua sagrada y trascendentalizadora de la que hace gala el románico. Para ellos, las formas y figuraciones que muestra el románico ni son caprichosas ni gratuitas, ya que como arte sagrado, no puede permitir a sus constructores frivolidades de tipo profano, ya que ello desvirtuaría totalmente la función primordial de dicho arte.

         Sin embargo, por otro lado, están los que niegan que haya que buscar en toda figuración románica mensajes simbólicos, sino que la mayoría de las veces son manifestaciones meramente decorativas, sobre todo si nos atenemos a elementos vegetales y animales, independientemente de que en algún momento determinado, alguna mente culta de la época pudiera dar una interpretación puntual a cualquiera de estos temas, aunque lo normal era que no hubiera nada dispuesto en su representación salvo la simple intención de la decoración. Para apoyar sus argumentos se basan en textos de San Bernardo de Claraval, entre otros, que siendo grandes eruditos de la época y contemporáneos de este arte, omiten o desprecian la figuración pictórica y cualquier otra iconografía no relacionada con la Biblia. Si estos eminentes hombres cultos no valoraban el carácter simbólico de ciertas manifestaciones del románico, es lógico pensar que con más razón los creadores de la obra y los hombres corrientes, a quienes iba dirigida la obra, desatenderían tales fines.

Capitel de San Andrés de Arroyo (Palencia)

         Se puede pensar que el Arte Románico es un arte básicamente simbólico ligado a una época de intensas vibraciones espirituales, sobre todo en el Arte Románico clásico o pleno, de grandes monasterios y coincidente con las rutas de peregrinación, en el que se construyó con arreglo a una intención de manifestación espiritual de elevado signo. Otra cosa es que la pluralidad geográfica y temporal del románico generase copia de elementos originalmente con valor simbólico, y que al caer en manos menos cultas se usara de manera repetitiva y más decorativa que otra cosa. A esto habría que añadir que buena parte de los remotos símbolos utilizados en el Arte Románico llegaban al escultor descontextualizados, ya que suponían para él un repertorio formal ajeno a cualquier texto. En múltiples ocasiones copiaban meras fantasías ornamentales, cuando no malinterpretaban los motivos, revelando un desconocimiento de las leyes de la zoología y la historia de acuerdo con sus conveniencias. Los temas que esculpían se hallaban sometidos a la triple tiranía de la arquitectura, la decoración y la simetría. Ante ellas no existía un sometimiento total, sino una chocante libertad ahondada por razones confusas de su empleo. Por ello, resuelta extremadamente complejo discernir cuándo poseen un significado real y cuándo son simples ornamentaciones. Si a esto le añadimos que en diferentes regiones se vive de diferente forma la realidad de una misma época, el conflicto está más que servido. En este sentido es apasionante, más que decepcionante, percibir este proceso de evolución y decaimiento del simbolismo románico al pasar de unos maestros a otros. Un claro ejemplo lo tenemos en el crismón de la portada de la Virgen de la Peña, en Sepúlveda (Segovia), donde el autor talló ingenuamente este símbolo sin conocer su significado preciso, pues en lugar de la letra griega omega (Ω) talló un extraño símbolo indescifrable, además de invertir la S del Espíritu Santo. Todo ello nos obliga a ser muy cautelosos en la identificación de los símbolos y en la formalización de los programas iconográficos. Conocer los símbolos en el Arte Románico es una tarea muy ardua que lleva implícita la tarea de conocer pensamientos, creencias, vivencias, penas y alegrías de la civilización que los realizó.

Crismón Virgen de la Peña. Sepúlveda (Segovia)

         El gran metafísico René Guénon decía que “… los símbolos o deben ser explicados sino comprendidos, ya que, pese a lo expresado, ello no nos debe derivar a que todos los elementos en el Arte Románico sean simbólicos, y por tanto, haya que afanarse en su desciframiento. De ahí que sea un grave error reduccionista sistematizar los símbolos y querer buscar claves interpretativas a los que, en portadas, capiteles y canecillos, ofrece el Arte Románico, intentando hacer pasar por un esquema preconcebido la totalidad de su significado simbólico”. El valor de las formas estará en función de quién las contemple y subordinadas a su capacidad de interpretación, ya que nos hallamos ante un arte conceptual que puede suscitar diversas lecturas. De ahí su riqueza y modernidad.

         Por todo ello, y a tenor de todo lo que se ha argumentado hasta aquí, podemos apreciar que la simbología en general y la románica en particular pertenece más a la subjetividad del ser humano que a su objetividad. No se puede expresar con carácter inequívoco que una determinada imagen “significa” o “quiere representar” algo concreto. Además, algunos símbolos estás más repetidos que otros, no porque en todos los lugares en donde aparecen quieran expresar lo mismo, sino simplemente porque cuajaron especialmente en esa sociedad medieval que los esculpió o pintó, ya sea por motivos estéticos, de gusto u otros motivos, ahora sí, más profundos. Lo único que realmente los unifica es la temática que todos ellos utilizan, toda ella extraída del Antiguo o Nuevo Testamento o de las hagiografías (vida de los santos y de los mártires) más importantes y significativas. Como llevamos repitiendo una y otra vez, la simbología románica es una verdadera catequesis pétrea que expresa alegorías de pecados, vicios y virtudes.

         La complejidad del símbolo impide la creación o el establecimiento de un “código” uniforme que posibilite un básico y elemental instrumento desde el cual partir en nuestro intercambio dialéctico, pero sí puede ser un buen punto de partida para comenzar un acercamiento hacia el Arte Románico y su rica y variada simbología, intentando de desvelar, interiormente, qué es lo que a nosotros no está tratando de decir, qué nos quiere representar, qué pretende aflorar de aquello que tenemos tan oculto. Si los primeros cristianos ya los utilizaban para comunicarse entre ellos y expresar sentimientos, vicios y virtudes, ¿por qué nosotros no podemos hacerlo igual? Los símbolos están ahí, sólo hace falta ir a mirarlos y descubrir el mensaje que me tienen o nos tienen preparado. Es un mensaje único, personal e intransferible, que no tiene que ser el mismo para cada persona que lo contempla, pero un mensaje al fin y al cabo que sale y llega al corazón de cada persona.

         El Arte Románico es un arte que nos tiene preparados infinidad de sorpresas. Nosotros somos los destinatarios de ellas, los elegidos para disfrutarlas. No podemos dejar pasar esos momentos que nos tiene reservados. Además, creo que os lo merecéis o nos los merecemos (sííííííí, unos más que otros, pero todos, al fin y al cabo).

         ¡Hasta pronto!


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