La aventura del románico que trato de compartir con vosotros, no
solo me aporta satisfacción, sino que, además, saca a la luz pequeñas (o
grandes) inquietudes vuestras que parecían estar adormiladas o que,
simplemente, no las sacabais afuera, bien porque no tocaba, o bien por miedo a
quedar mal por la sola impertinencia de plantearlas.
La profunda
interrelación del Románico con la Iglesia hace que, a la vez que se profundiza
en uno, afloren cuestiones de la otra, algunas de ellas tan viejas como la vida
misma, pero que vuestro “modus vivendi” actual, las vuelve a poner de moda aún
si cabe con más fuerza y desparpajo que antes, rayando y superando, en la
mayoría de las veces, la demagogia más charlatana, chabacana y vocinglera en la
que una persona puede caer, sin ni tan siquiera pararse a pensar un momento
antes de proclamarla solemnemente, el soberano desconocimiento que tenemos de
nosotros mismos, del ser humano, y de la historia de la historia en general. Os
puede parecer que soy un poco grosero y maleducado, pero da mucha pena ver
cómo, a medida que pasa el tiempo, las personas no aprenden de los viejos
errores, siguen obstinados en viejas ideas que la historia ha demostrado una y
mil veces que son inviables por la sola procedencia, presencia y hacienda del
ser humano.
La situación social
que estáis viviendo en la actualidad es una situación más bien complicada:
recortes económicos por todos lados, subida importante y generalizada de
impuestos, caída brutal de ayudas para personas con problemas físicos y
psíquicos, aumento terrible del paro, etc. Pero no podéis olvidar ni por un
momento, que todo ello es una consecuencia de la propia idiosincrasia vuestra,
del ser humano. Durante mucho tiempo habéis estado viviendo por encima de las
posibilidades reales de las personas, habéis idolatrado al dinero y al poder,
la avaricia y el enriquecimiento rápido eran metas corto plazo con vistas a
mantenerlas a largo plazo, el uso y abuso con el dinero de los demás eran
negocios rentables con un importante subidón de autoestima.
Sin embargo, como
cualquier cuento infantil, como cualquier irrealidad o sueño pasajero, todo
tiene un final que no siempre tiene que ser un final feliz como en este
caso. El castillo de naipes donde
habitaba vuestra vida se ha desmoronado, el sueño se ha terminado y, como todos
tememos muy mal despertar, tendemos a culpar a alguien de nuestra nueva
situación, y, una vez más, le ha tocado a la Iglesia Católica.
Una gran parte de la
sociedad actual, sobre todo aquella formada por esas personas que vivían fuera
de su propia realidad, dirigen su ira y su furia contra la Iglesia Católica
para que ésta, aparte de que le sean retiradas todo tipo de ayudas estatales,
venda todo su patrimonio e general, sin miramientos ni concesiones, y lo
destine a solucionar el problema del hambre en el mundo, en vez de pedir ese
dinero a las personas, que, dicen, bastante tienen con lo que tienen,
refiriéndose a sus problemas personales, esos conseguidos con su actitud
perniciosa y maléfica hacia ellos mismos y hacia los demás. Pero como todo lo
que procede de lo más irritante y oscuro del ser humano, saca a la luz su
propia ignorancia, su rabia bílica les hace quedar como demagogos de su
aculturación, como analfabetos sociales e históricos reconociéndolos a todos
ellos por sus ojos saltones, rojos y llorosos de ira y rabia. La historia ya se
encargó antes de demostrarles que su solución no es más que el puro
desconocimiento del comportamiento del ser humano, sobre todo cuando el dinero
ronda fácil entre ellos.
Algunos años antes
de nacer yo, ya se había producido en España lo que en la actualidad, y en la
historia, se conoce como la Desamortización de Mendizábal, un proceso mediante
el cual el Estado se enajenó los bienes eclesiásticos para venderlos entre
particulares al mejor postor, con la sola finalidad de recaudar fondos para
pagar deudas estatales acumuladas por, nuevamente, el despropósito y la mala
ralea del ser humano. Las propiedades eclesiásticas pasaron a manos privadas,
pero lejos de mantenerlas y de darles la función para la que fueron construidas,
las abandonaron, y la gran mayoría de ellas pasaron a modo ruinoso, con la
destrucción y desaparición de muchas de ellas; las que aún quedan en pie, son
sólo para demostrar lo que es de verdad el ser humano cuando de dinero, poder y
acumulación de riquezas se trata. Huelga decir que en modo alguno se solucionó
el problema financiero del Estado Español, creándose uno casi peor con dicha
desamortización.
Si la Iglesia
Católica, en la actualidad, vendiera todo su patrimonio para dar de comer a
tanta población necesitada, tanto dentro de España como fuera de ella, el
problema se podría solucionar durante un cortísimo periodo de tiempo, ya que,
como todos sabéis, el dinero se termina, se agota, se marcha y no vuelve más si
no hay nadie ni algo que lo vuelva a traer, dificultad extrema hoy en día. Pero
el hambre seguirá estando ahí, porque el hambre no es una enfermedad pasajera
que se puede quitar con algo de medicamentos y cuidados; el hambre es una
enfermedad que no tiene cura, se puede paliar durante un cortísimo periodo de
tiempo, pero vuelve más enfurecida, más rabiosa, más dañina si cabe. Y para
tratar de mantenerla a raya, no es posible sin dinero, sin medios, y, sobre
todo, sin dedicación altruista ajena.
La situación ahora
cambiaría considerablemente: la Iglesia Católica no tendría patrimonio, ni el
dinero conseguido con la venta de éste; no tendría nada, y el hambre estaría
ahí, esperando algo o alguien que se interese por ella. Si la Iglesia ya no
puede ayudarle, la sociedad simple y puramente no quiere, pregunto: quién
atenderá a toda esa gente desvalida, sola, abandonada a su suerte con la muerte
rondando a su alrededor dándole minutos de vida a modo de favor diabólico? Y lo
que es peor aún, ¿tienen alguna esperanza de salvarse, de encontrar alguien que
quiera ayudarles, alguien que se interese por ellos aunque solo sea por
compromiso o cortesía? Si unos no pueden y otros no quieren, … ¿Habéis pensado
alguna vez cómo os podríais sentir si necesitarais ayuda y no encontrarais a
nadie que os la de? Me diréis que sería muy parecido a lo que estáis sintiendo
hoy en día la mayoría de vosotros, pero creo que no es la situación vuestra tan
crítica como la de ellos. Vosotros tenéis asociaciones en España, ayuda de
amigos y vecinos, etc. Ellos no tienen a nadie y, encime, vosotros no queréis
que la tengan cuando tratáis de apartar a la Iglesia Católica de su lado con lo
que le planteáis de venta.
Me apena que volváis
vuestra ira y enfado contra quien está tratando de ayudar a los demás a modo de
pataleta y rabieta de bebé caprichoso por vuestra buscada y conseguida
situación social. La culpa no es de la Iglesia Católica. La culpa no es del
hambre en el mundo. La culpa no es del patrimonio de la Iglesia. La culpa es de
todos, lo queramos reconocer o no, y, sobre todo, la culpa es del ser humano
que siempre trata de responsabilizar a los demás de sus propios problemas, más
aún si esos problemas tienen su origen o final en el dinero. Si hay que
acumular riquezas, todos somos estupendo y maravillosos; si hay que ayudar a
los demás, sobre todo económicamente, que sean otros quienes lo hagan, lo mío
es mío y nadie lo toca. La Iglesia es una mera intercesora entre la vanidad del
ser humano y su demostración y puesta en escena de ella. Nos interesa estar a
su lado para cuando nos interese mostrar nuestro poderío en procesiones y
puestas en escena rocambolescas y grotescas, tengamos su apoyo y su
colaboración. Cuando se trata de ayudarle en labores humanitarias como
respuesta a una llama desgarradora, cruel y real como la vida misma, darles la
espalda y acusarlos públicamente de parásitos ricachones es nuestra educada
respuesta. Así es el ser humano.
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