viernes, 24 de agosto de 2018

OÍR/ESCUCHAR


          Que levante las manos quién no haya utilizado la palabra “escucha” en forma exclamativa, exhortativa e incluso onomatopéyica, a modo de ¡escucha! (¡escusshhaa! en versión andaluza con cada vez más injerencia e implantación en todo el territorio nacional incluidos los autoexcluidos del 155). Con ella, y con el modo y manera de utilización, se está llamando la atención a nuestro interlocutor o interlocutores que están en las musarañas y se están pasando por el forro lo que les estamos diciendo. Cuando les soltamos el palabrajo, vuelven en sí, vuelven a parpadear y tratan de coger el hilo de una conversación que no saben de lo que va. Al interpelarlos con el palabrajo, estamos tratando que nos hagan caso a lo que les estamos diciendo; nos están oyendo, pero no nos están escuchando, porque no es lo mismo oír que escuchar.

         Muchas son las personas que en el trabajo tienen una radio sintonizada a una determinada emisora, ya sea noticiaria, musical o vomitiva del corazón. Mientras realizan su labor profesional, oyen un runrún de fondo, pero realmente no saben lo que están diciendo, no ponen atención en lo que dicen. Si lo hicieran, poco trabajo podrían desarrollar. Inventarían una nueva profesión: oyente de radio. Por lo tanto, no escuchan. Oyen el runruneo como acompañamiento a su trabajo como ruido rosa aislador de conversaciones personales, pero no escuchan, no saben realmente que es lo que dice quién habla o quién canta.

         Esa es la gran diferencia entre oír y escuchar. No es lo mismo por mucho que nos empeñemos, por mucho que la sociedad haya dado buena su equiparación a la hora de su utilización en una conversación, por mucho que los medios de comunicación (una vez más culplables de otro atentado terrorista a nuestro vocabulario) lo utilicen a diario (periodistas con más faltas de ortografía que un nini escribiendo en el móvil).

         Como muestra valga un botón. Una de las sintonías últimas de la Vuelta Ciclista a España, cantada por un andaluz (o al menos ese era el deje que tenía) utilizaba dicho palabrajo para que su ficticia pareja amorosa oyera lo que le estaba cantando (le decía “escusshhaa”, pero quería que simplemente la oyera). Esa sintonía sonó infinidad de veces antes y durante ese evento deportivo, uno de los más importantes del mundo en el ciclismo internacional, y fue oída, y creo que algunas veces escuchada por millones de personas de todo el mundo.

         Pero quizás no sea ese el mayor problema. El problema o daño (en este caso es lo mismo) ya estaba hecho, una vez más. Esa canción había sido compuesta, cantada y seleccionada por personas que aceptaban la equiparación de significados entre oír y escuchar. La conclusión y clausura es clara y contundente: si ellos la utilizan y la equiparan en ese contexto, si la dan por buena en esa canción, no debe ser un error su utilización en el lenguaje vulgar. Y como el vulgo necesita muy poquillo para repetir papagállicamente y vulgarmente cualquier palabro o frase que les haga gracia, pues ¡mariflor  el último! ¡A ver quién lo dice más veces el cabo de un día!

         Como se ha puesto de manifiesto anteriormente, los medios de comunicación tienen mucho que ver en todo este asunto. Ellos crean una nueva forma de hablar siendo inconscientemente inconscientes que lo hacen. No hace mucho, en un programa radiofónico nacional de fin de semana, su locutora y presentadora daba las gracias a sus “escuchantes” por está ahí. Si todas las personas que tienen sintonizada esa emisora y ese programa estuvieran escuchándolo, no podría hacer otra cosa que no fuera eso: escuchar. Pararían de hacer lo que estuvieran haciendo y escucharían atentamente lo que dice la locutora o quién hablara. Realmente oyen el ruido de fondo la mayoría de las veces, pero escuchan las minorías de las veces. Si ya el periodista está diciendo “escuchantes”, ¡qué no diría el vulgo papagalleador, siempre a la espera y a la escucha (¡esta vez sí!) de cualquier palabrajo o frase hecha.

         Pero no todas las culpas van a ser para los medios de comunicación (que tienen bastantica). Aún no he visto que nadie, especialista en este tema ni ningún miembro de la RAE haya salido a la palestra para poner las cosas en su sitio. Ya en su día, Fernando Lázaro Carreter, en su obra “El dardo en la palabra”, explicaba la correcta utilización de palabras y frases hechas que los españoles (incluidos los autoexcluidos del 155) usaban mal a diario. De vez en cuando algún iluminado publica un artículo con la misma temática, pero, como hoy día casi nadie lee los periódicos, sólo mira los santos, nadie se entera cómo hay que utilizar esa palabra o frase hecha que, realmente, suena mal al decirla, al oírla y al escucharla.

         Otro botón de muestra. La utilización del “ha sido” para  referirse a un hecho pasado, en sustitución del “fue”. “Tal cosa ha sido encontrado”; “ayer ha sido inaugurado”. Cuesta mucho escribirlo y suena mal decirlo; no concuerdan tiempos con personas. ¿No es más fácil decir “tal cosa fue encontrada”, “ayer fue inaugurado”? “Ha sido” es cacareado constantemente en los medios de comunicación (esta vez también culpables) y, ya se sabe, unos lo cacarean, otros lo papagallean. Al final, otro atentado terrorista al  idioma español (también del de los incluidos en los autoexcluidos del 155).

         Realmente, al vulgo le trae al pairo oír que escuchar. Dicen lo que oyen. Nadie escucha lo que dicen. ¡¿A quién le importa si hay diferencia entre oír y escuchar?! ¡Se dice así y punto en boca! ¡No hay que ser tan tiquismiquis!

         Siempre la mayoría tienen razón, pero eso no quiere decir que sea bueno ni verdadero. Simplemente indica que hay muchas más gente que piensa y habla igual; nada más. Otra cosa es la verdadera verdad, la que no gusta oír ni escuchar.

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