¡¡Chaaachoooss!!
¡Pero venir pa’ca’! (este es un saludo torralbeño que se utiliza para llamar a
los chicos cuando están jugando o … ¡vaya usted a saber!, fuera de nuestro
alcance fonético normal. Suele hacerse de pie, con una mano levantada y
agachando mano y tronco al tiempo que se grita la onomatopeya diminutiva) ¡Que
hoy toca romaniquear! Míralos. Ya van entrando en varas. Se nota que les va
picando el gusanillo, y, a poco que les digas algo del Románico, vienen ellos solitos,
no solo sin rechistar, sino que, además, sus caras desprenden alegría, una
alegría contagiosa que intento llevar a cualquier parte y persona. Espero
conseguirlo algún día, pero mucho me temo que …
Hoy hablaremos de la escultura en el
Arte Románico, un tema muy amplio y con un gran poder desarrollador pero que
intentaré resumirlo lo máximo posible y centrarlo únicamente en España, con el
fin de no cansaros ahora que parece que comenzamos a llevarnos bien. Solo
faltaba que por una pedantería mía echáramos todo el trabajo realizado hasta
ahora con vosotros por la borda, como suele decirse.
Como todo en la vida, también la
escultura en el Románico tiene un origen o punto de partida. En este caso, será
nuevamente la caída del Imperio Romano nuestra parrilla de salida en este tema.
Me imagino que conoceréis, o, al menos
recordaréis, que durante el tiempo que duró el Imperio Romano, sus artistas
realizaban esculturas, tanto bustos como de cuerpo entero, llamadas de bulto
redondo (pueden contemplarse desde cualquier punto de vista a su alrededor) las
cuales se caracterizaban por un gran realismo y naturalismo. Admirabas una de
esas esculturas o bustos y te podías hacer una idea muy precisa y cercana de la
fisionomía real de esa persona a la que habían querido representar. Eran como
auténticas fotografías en piedra o mármol. Pero a medida que el Imperio Romano
iba decayendo (nada es eterno), la escultura se va empobreciendo en la misma
medida y proporción, hasta reducirse a meros y pobre relieves con la invasión
de los pueblos germánicos, llegando a un periodo prerrománico en el que se
puede decir que la escultura, prácticamente había desaparecido de la cultura
del hombre (si es que tenía).
Friso
de la ermita de Santa María. Quintanilla de las Viñas (Burgos)
de la ermita de Santa María. Quintanilla de las Viñas (Burgos)
Tuvieron que
ser los monjes cluniacenses (¡no! Esta vez la cabra no tira al monte; es la
realidad), junto con la reforma gregoriana y la llegada de los monjes y curas,
también franceses, los que impulsaron ese nuevo tipo de arte. Con la llegada
del Arte Románico pleno a España, ésta se abrió a Europa (¡ya éramos europeos
por entonces!) con el rey Sancho el Mayor de Navarra como máximo adalid,
continuando la apertura su hijo Fernando I y su nieto Alfonso VI, reyes ambos
económicamente generosos tras el pago de un canon a la abadía de Cluny para la
construcción de iglesias y templos en toda la parte septentrional de España.
Esta apertura europeísta trajo consigo el cruce de los Pirineos de nobles
cruzados antimusulmanes, comerciantes, artesanos, burgueses que, instalándose
en el norte de España, impulsaron la economía española, sobre todo en esa parte
norte, la “reconquistada” o libre del poderío musulmán, que la parte meridional
de España aún padecía.
Sin embargo, ese florecimiento y ese
aperturismo no influyó para nada ni mejoró las condiciones de vida de la mayor
parte de la población. El campesino, los “laboratores”, en una grandísima
mayoría seguían siendo iletrados, analfabetos e ignorantes. La escultura
cumplió con ellos una función didáctica y pedagógica, explicando a ese pueblo
iletrado y analfabeto determinados acontecimientos y conceptos. Esta didáctica
de la escultura es la que produce el renacimiento de las artes figurativas en
los siglos románicos. En estos años en los que la cultura sólo estaba al
alcance de unos cuantos privilegiados, la Iglesia se preocupó de enseñar la
religión con arreglo a un método práctico: haciendo sencillos catecismos y
tratados religiosos en piedra para que los hombres los grabasen en su mente con
los ojos. El lugar donde se plasman estos catecismos son los templos, los
cuales aparecen recubiertos de esculturas, sobre todo en el exterior, con
objeto de atraer la atención de los fieles que transitan por sus alrededores.
Esta finalidad eminentemente
instructiva, y su plena integración en el edificio, es esencial para comprender
su extraordinario desarrollo e importancia y, al mismo tiempo, es la que da
origen a sus características.
Las imágenes mostradas en las
esculturas románicas formarán parte de un discurso, de un sermón programado en
el que se acompañarán incluso de la pintura mostrada en el interior de los
templos e iglesias románicas. Si la iglesia lo permite, habrá diferentes
discursos complementarios y, si se encuentra en un recorrido de peregrinación, el
discurso se irá conformando entre las iglesias románicas a recorrer a partir de
los contenidos dejados en las portadas. La figura, el icono, representan mejor
la idea que la palabra, sobre todo porque no todo el mundo, como hemos dicho
antes, sabía leer. Actuaba como conocimiento y estímulo siempre en la dirección
moral y religiosa deseada.
La escultura sirve para ilustrar, para
catecumenizar, para preparar al iletrado “homo románicus”. En las
representaciones se procura destacar la conciencia viva del pecado, el temor a
la condenación y la necesidad del arrepentimiento, de ahí el gran desarrollo
del tema del Juicio Final; el pecado toma forma repelente, y para representar
al demonio se acude muchas veces a formas de animales y monstruos. El mensaje
que transmitirá es doctrinal, apocalíptico, terrorífico, desagradable, además
de bello y esperanzador. Lo representado debía servir a los principios
catequéticos y morales de la Iglesia, con relatos de las Sagradas Escrituras, a
la vez que corregía los vicios sociales y las desviaciones propias del ser
humano: la lujuria, el robo, la maledicencia, etc., lo que conllevaba un
aumento en la plasticidad de los ejemplos y un agudizamiento en el ingenio de
la representación. Los oficios, las luchas, las peleas, las fábulas antiguas,
la etnografía en general también eran asuntos informativos de la escultura.
Sueño de José. Estella (Navarra)
Sus fuentes,
por tanto, serán la Biblia en su totalidad y los Evangelios, tanto canónicos
como apócrifos, esos que la Iglesia no reconoce como “oficiales” pero que tanto
apoyo moral y didáctico han aportado y están aportando a la vida del ser
humano, y …¡mirar quién lo dice!.
El pensamiento cristiano viene marcado
por una concepción dualista. Hay dos reinos irreconciliables y en constante
oposición: l luz y las tinieblas; el bien y el mal; el ángel y el diablo; el
alma y el cuerpo; la naturaleza y lo sobrenatural. El hombre, para la salvación
de su alma, debe apostar por la luz, el bien, lo sobrenatural. Y, en
consecuencia, tiene que dar muerte dentro de sí a la vida sensible y sensual;
deba aniquilar el placer que produce la belleza natural y material, lo que hay
de seductor en la naturaleza. La consecuencia no puede ser otra que exigir la
muerte del cuerpo que es caduco.
Las derivaciones de esta nueva
mentalidad a nivel estético son claras. Se pone fin a la imagen-mimesis que
defendían los griegos. Si el mundo físico no es más que el asiento del mal hay
que trascenderlo para llegar a Dios: el arte no debe ir dirigido a los ojos del
cuerpo sino a los del alma.
Los principios mundanos también se
hacen valer como demostración de que ambos universos existen, y que su
representación conjunta no es más que la normalidad más absoluta de la vida
común, mezclando las grandes teofanías con las cuestiones más usuales y
cotidianas de las gentes. Podríamos decir que la escultura no era más que los
comics de la época que ilustraban las funciones y disfunciones del mundo que
les había tocado vivir; una especie de televisión interactiva que mostraba las
novedades del momento, que en realidad no eran tan novedosas, pero sí que lo
era la forma de representarlas. Esa representación es lo verdaderamente valioso
en el Arte Románico, ya que, debido a la fisionomía de los templos e iglesias
que éstas proporcionaban, daba como resultado una soberbia maleabilidad y
eficacia a la arquitectura, proporcionándole una riqueza y unas señas de
identidad que, muchos siglos después, mantienen su encantador y apasionado
atractivo.
Las imágenes representadas nada tienen
que ver con el naturalismo romano conseguido en su pleno apogeo, como ya hemos
comentado con anterioridad. Ese naturalismo se pierde y perdido está, debido
fundamentalmente a que las imágenes ocupan lugares que no permiten ese
naturalismo. No se busca una representación natural, sino la puesta en escena
de elementos sugeridores de conceptos, tanto religiosos como mundanos. El marco
obligará a diseñar las imágenes bajo criterios de geometría que faciliten su
comprensión y asimilación, obligando al artista a superar el ansia en la
ocupación del espacio disponible en las iglesias y templos, y no dejar ninguna
superficie sin aprovechar; el llamado “horror vacui”.
La escultura aparece, por tanto,
supeditada a la arquitectura, es monumental y aparece destacada en las partes
más importantes del edificio: portadas, capiteles, arquerías, etc. Esta
subordinación de la escultura a la arquitectura hace que también tenga carácter
decorativo, embellecedor propio de la construcción.
Tímpano de Moradillos de Sedano.
(Burgos)
La escultura
del Románico queda así sentenciada. A partir de aquí, tendrá que ajustarse a
los condicionantes de la arquitectura: ha surgido la ley del marco. Ante todo,
el artista no se amedrentará. Si tiene que contorsionar las figuras lo hace, y
si tiene que adaptar la composición, lo hace también. No se está buscando una
representación natural, sino la puesta en escena de los elementos sugeridores
de conceptos, de aquellos conceptos que el interlocutor traerá a su mente en
una primera “lectura”, en un primer viaje de venida.
Los muros verticales en su unión con
las techumbres serán el lugar de los canecillos, y los puntos de unión de las
columnas con los arcos serán ocupados por los capiteles. En los parteluces, las
jambas, los dinteles, tímpanos, etc.; el espacio está delimitado por la
arquitectura.
Como dijimos antes, en el Románico no
existe la naturalidad romana, no hay proporcionalidad, desaparece la belleza y
la realidad del mundo clásico. Este arte no busca ahora la perfección de las
formas, sino exclusivamente que las figuras transmitan a los fieles las
vivencias interiores, los mensajes religiosos transcendentes. Para ello no
tiene ninguna importancia la deformación de las imágenes, siempre que se busque
la expresión anímica de los personajes y las formas. Los cuerpos se alargan, se
agrandan las partes expresivas de éstos, como los ojos y las manos; las piernas
se entrecruzan, y las extrañas contorsiones y posturas extravagantes pululan en
todo el ámbito románico como sugeridoras de emociones y estados de ánimo. El
resultado final no puede ser menos que una figura humana muy antinaturalista.
Nunca aparecen retratos, sino unas formas estereotipadas con las que se quiere
representar a toda la Humanidad o a las personas divinas. Esto hace que nos dé
la impresión de que todas las figuras se parecen.
La resurrección de Läzaro. Capitel del
claustro del monasterio de
claustro del monasterio de
San Juan de la Peña (Huesca)
De igual forma que las figuras muestran un parecido
que a la vez las hace poco reconocibles, la temática representada también
informa e ilustra al “homo románicus” sobre los mismos contenidos religiosos,
con la redención y la salvación eterna como última finalidad de su vida en ese
valle de lágrimas feudal en la que se ha convertido. Pero aún siendo la
temática religiosa la fundamental y principal, existen también decoraciones
geométricas vegetales y de animales, tanto fantásticos como monstruosos, todos
ellos de origen oriental.
(Soria)
Cuando
hablamos en capítulos anteriores de los elementos distintivos del Arte
Románica, hubo uno del que no hablé mucho, por no decir nada. Me refiero al
capitel, y lo hice adrede para que fuera en este capítulo de la escultura donde
le concediéramos toda su valía, ya que en todo el Arte Románico, quizás sea el
elemento más admirado y a la vez más reconocible de todos cuántos componen este
arte artístico-religioso. Posiblemente sea el elemento más estudiado y al que
más horas han dedicado tanto profesionales de la historia del arte como meros
aficionados. Por esta razón considero más acertado hablar del capitel románico
en este tema escultórico, ya que todo lo representado en él engloba las
características más importantes de la escultura románica.
El capitel románico es, ante todo, el
exponente de la plástica del momento, ya que en estas piezas exentas o
adosadas, se concentran especialmente las decoraciones escultóricas. Dentro del
edificio románico cumple una doble función: estructural e ilustrativa. En él
apoyan los arcos que sostienen a las bóvedas, las arquivoltas de las portadas y
ventanales, los arcos de las galerías porticadas e, incluso a veces, rematan
las columnillas que soportan las mesas de altar. Es el punto de transmisión de
cargas de bóvedas y arquerías hacia el suelo. Simbólicamente es el elemento
interpuesto entre la bóveda celeste y el sustento del templo a imagen de los
intercesores celestiales.
Desde un punto de vista más estético,
el capitel románico deriva del capitel clásico corintio, de modo que uno de los
motivos más utilizados en su ornamentación es la vegetación, especialmente las
hojas de acanto (planta perenne, con hojas grandes, alargadas y espinosas),
aunque el helecho (ahora sí que sabéis qué planta es, ¿no?) también es empleado
con mucha asiduidad, o incluso ese tipo de vegetación formada por una sencilla
hoja plana rematada en una bola colgante y que constituye uno de los prototipos
más reconocibles del Románico.
Capitel Sala Capitular. Monasterio de
Monsalud.
Monsalud.
Córcoles (Guadalajara)
Pero más que
la vegetación, lo que más atrae de los capiteles románicos es la decoración
figurada que en la mayoría de los casos aportan al conjunto escultórico de las
iglesias y templos.
Esta decoración de figuras suelen
encontrarse en el arco triunfal, en los capiteles que sustentan las arquivoltas
de las portadas, en los que sustentan los arcos de ventanas y galerías
porticadas, además de arcos formeros y fajones, y, cómo no, en todas las
galerías claustrales de los monasterios. En todos ellos podemos encontrar
representadas escenas del Antiguo Testamento (Sansón desquijarando al león;
Daniel en el foso de los leones; sacrificio de Isaac), y también del Nuevo
Testamento (nacimiento, adoración de los Reyes Magos y pastores, matanza de los
inocentes, Última Cena, sueño de José, Resurrección), así como un sinfín de
manifestaciones de la vida cotidiana del hombre de la Edad Media, como músicos,
bailarinas, guerreros, artesanos, comerciantes, escenas de los trabajos de los
distintos meses del año que se reproducen en forma de calendarios, e incluso
multitud de escenas escatológicas que pueden llegar a sonrojar a más de uno de
nosotros (¡claaaro! ¡a mí también!; sabía que lo estabais pensando). Aún así,
una de las representaciones que más llama la atención es toda la colección de
monstruos y animales fantásticos y mitológicos representados en sus contornos,
escenas de simbología y entendimiento irresolubles incluso, en muchos casos,
para los mismos escultores románicos, tan acostumbrados a tallar en piedra
aquello que el teólogo redactor le dictaba, sin preocuparse ni tan solo un
ápice del tratar de entender aquello que estaba tallando. Ese elenco
animalístico se ha convertido en otro de los motivos frecuentes en la escultura
capitalina del Románico, como son los grifos, arpías, basiliscos, sirenas y
centauros.
Para terminar este pequeño apéndice
escultórico dedicado al capitel románico, os muestro alguno de los más famosos
de toda la infinidad de ellos que hay, incluyendo a dos animales monstruosos-fantásticos
comentados anteriormente.
Navidad Románica. San Juan de Duero
(Soria)
(Soria)
Capitel puerta sur. San Vicente
(Ávila)
(Ávila)
Sanson y el león. Iglesia de la virgen
de la Peña
de la Peña
Sepúlveda (Segovia)
Caín y Abel. Claustro de monasterio de
San Juan de la Peña
San Juan de la Peña
(Huesca)
Matanza de los inocentes. Santa
Cecilia. Aguilar del Campoo
Cecilia. Aguilar del Campoo
(Palencia)
Os han
gustado? Os habréis dado cuenta que son muy ilustrativos. Plasman muy bien, con
cierto realismo y rigor histórico, diversas escenas del Nuevo y Antiguo Testamento.
No olvidemos que debían enseñar sin decir palabra, sin moverse, sin ni tan sólo
mímica. ¿No os recuerdan a esos chistes que hay en los medios escritos que el
único texto que aparece es “Sin palabras”, ya que toda la explicación del mismo
está implícita en el mismo dibujo? Pues aquí, igual. Con un “Sin palabras” del
escultor nos viene a explicar y enseñar cualquier tema religioso que se
propusiese, a la vez que también a nosotros nos deja “sin palabras” y atónitos
ante su contemplación.
¿No nos olvidamos de algo antes de dar
por concluido este capítulo? ¿Seguro? Si no recuerdo mal, en todos los
capítulos hemos hablado de tres periodos “casi” perfectamente delimitados en el
tiempo en los que se suele dividir el Arte Románico cuando se trata de analizar
cualquier característica suya. En la escultura ocurre igual, aunque quizás no
tan acentuada en esos delimitados periodos. Veamos.
Después de la sorprendente sequía
escultórica desde la caída del Imperio Romano hasta mediados del siglo X, los
artistas de la piedra comienzan a aumentar el tamaño de sus obras, aportando a
éstas un carácter más monumental. Pasan del bajo relieve a la escultura de
bulto, en una concepción rápidamente asimilada tanto por los teólogos
redactores del programa iconográfico como por los propios arquitectos y
escultores de las iglesias románicas, que encuentran en esta forma de expresión
una vía de extraordinario valor para su decoración exterior e interior.
Durante la Alta Edad Media, tanto en
Europa como en España, había poca predisposición a la figuración y, por tanto,
a la escultura en general. Será el Románico quién recuperará la escultura, y
concretamente en España, al igual que sucediera con la arquitectura, las
primeras manifestaciones de la escultura se darán en el siglo X en toda la zona
de Cataluña. Las obras desarrolladas serán bastante toscas, con capiteles y los
frisos como únicos elementos decorados con figuras planas y con poco relieve.
Las iglesias de San Genís les Fonts, San Andreu en Sureda o Santa María de Arlés
quizás sean de los mejores exponentes en esta primera fase escultórica en
España.
Santa María de Arlés
San Andreu de Sureda
San Genís les Fonts
En el siglo XI, la escultura del Arte Románico en
España es introducida en León y Galicia, fundamentalmente, de la mano del rey
Fernando I, su esposa doña Sancha y su hijo Alfonso VI, los grandes valedores y
financiadores de la abadía de Cluny, en Francia. La obra cumbre de este periodo
o en esta primera fase de iglesias románicas es el Panteón de San Isidoro de
León, con capiteles relacionados con la vida de Jesús, figuras rechonchas
labradas con cierta rudeza que constituyen escenas completas en iglesias
románicas. Todo ese conjunto imaginero será superado por las puertas del
Cordero y la del Perdón o Descendimiento.
Puerta del Cordero. San Isidoro (León)
Puerta
del Perdón. San Isidoro (León
del Perdón. San Isidoro (León
Durante este siglo XI se produce el empujón en la
peregrinación a Santiago, concentrándose en su camino buena parte de la
construcción del Románico: Frómista, Iguacel, Jaca, Loarre, etc. La catedral de
Santiago comienza su andadura milenaria, donde el maestro Mateo comienza a dar
sus primeros golpes en la Puerta de Platerías. Y es para finales de ese siglo
cuando el cenobio de San Juan de la Peña y el claustro del monasterio de Silos
comienzan a albergar a trabajadores de la piedra y grupos de eclesiásticos,
consiguiendo en este último claustro quizás la más magistral obra del Arte
Románico netamente española,
Duda de Santo Tomás.
Monasterio de Santo Domingo de Silos
(Burgos)
(Burgos)
Discípulos
de Eamús. Monasterio de Santo Domingo de Silos (Burgos)
de Eamús. Monasterio de Santo Domingo de Silos (Burgos)
El auge del Camino de Santiago, la reconquista y todo
el repoblamiento que se produce en la mitad norte de España durante todo el
siglo XII, atraen a escultores de Francia y de otras zonas, como Irlanda, que
comienzan a trabajar en muchas y diversas iglesias románicas en España. Será
durante este siglo XII cuando se realice la gran portada de Santa María de
Ripoll, en Cataluña, así como la portada de Sangüesa, Navarra, donde ya se
comienza a denotar el alargamiento de las figuras. Las obras en la catedral de
Santiago de Compostela avanzan a buen ritmo, iniciándose también en este siglo el
Pórtico de la Gloria, que verá su conclusión en 1211. En Aragón y Castilla y
León se manifestará toda una escuela de escultores irlandeses, atisbándose a lo
lejos una ligera pero continua transición al Gótico. La Cámara Santa de Oviedo,
la iglesia de San Vicente en Ávila y el anteriormente referido Pórtico de la
Gloria de Santiago de Compostela anuncian la plenitud del humanismo gótico, con
los gestos y variedad y posiciones de las manos, de las figuras, la amabilidad
de los rostros y la individualización de los personajes.
Columnas-estatuas. Puerta sur. San
Vicente (Ávila)
Vicente (Ávila)
Algo novedoso
que se producirá durante este siglo y a lo largo de toda la transición al
Gótico será la escultura funeraria desarrollada en el interior de las iglesias
o templos románicos, que tratará de inmortalizar a altos cargos nobiliarios o
eclesiásticos también como preludio a esa humanización desencadenada e
imparable.
Como imparable es nuestro recorrido por
todo el Arte Románico, dividiéndolo en diversas etapas a cual más interesante,
¿no creéis? Unas os podrán gustar más o menos, pero estaréis conmigo en que
todas ellas están muy interrelacionadas, unas se basan en las otras, y las
otras en las siguientes, y las siguientes en las primeras. Un círculo que se
cierra continuamente y en el que a nosotros nos gusta estar dando vueltas
continuamente en él, sin marearnos, aprovechando cada vuelta como si fuera la
final, como si esto se acabara, que se acabará, pero que, de momento,
continuaremos girando y avanzando en este recorrido románico.