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a los impresentables y gentuza que han realizado una pintada en una escultura
del siglo XII en la fachada de la catedral de Santiago de Compostela (La
Coruña).
Estos analfabetos y despreciables seres
incultos se valen de la nueva cultura del todo vale para hacer lo que les da la
gana, cuándo les da la gana, dónde les da la gana y cómo les da la gana. Y lo
hacen con el convencimiento total que van a salir indemnes de este acto vandálico.
Saben que, si son pillados, no les va a pasar nada, bien porque la justicia sea
laxa , una vez más, en estos temas, o bien porque sus “papis” los van a salvar
de un multazo o de una condena carcelaria. Son niñitos de papá mimados hasta la
saciedad que recibirán su mayor castigo con un “pupa, caca, nene, eso no se
hace”. Los retoños despreciables agacharán sus cabecitas con la carita muy
seria pero con los ojos secos como hojarasca a modo de disculpa. Disculpa que
jamás saldrá por sus pestilentes bocsa, mucho menos de pensamiento. Una vez que
esté nuevamente libres de este acto vandálico, asirán con sus garras ese nuevo
artilugio adictivo y se comunicarán con sus hermanos de camada y ganadería para
preparar su próxima fechoría, que esta última ha quedado “de puta madre”, y, de
paso, se han hecho famosillos saliendo en todas las cadenas de televisión. La
próxima fechoría será aún más sonada, visto el resultado de la última y las
consecuencia que les han acarreado.
Mientras, la sociedad asiste
estupefacta y, sobre todo, asustada viendo cómo estos animales incultos y
analfabetos salen libres de un acto vandálico de este alcance y características,
cuando las personas decentes pueden recibir multazos y penas de cárcel por
actos y hechos mucho menores que esta acto vandálico. Una vez más pondrán el
grito en el cielo comparando actos y penas, teniendo como resultado un rechazo
absoluto a todo lo que huela o tenga que ver con la justicia. Y no les faltará
razón.
Artículos periodísticos,
manifestaciones, corrillos de esquina y mercadillo, tertulias cafeteras o
cañeras, punto del día en comités políticos. En cada una de esas conversaciones
o comunicaciones se dará una solución para evitar y eliminar estos actos vandálicos.
Unas será más laxas, otras más duras y tajantes, pero, al final, las
conclusiones finales que se obtengan a la clausura de dichas reuniones deberán
ser unas conclusiones “políticamente correctas”. Nada de mano dura, nada de
condenas duras, nada de cárcel, ni de reformatorios, nide bofetada con la mano
abierta. Trabajo social para la comunidad que consistirá, como mucho, en quitar
y barrer hojas secas durante tres horas por la mañana el próximo otoño. ¡Así
aprenderán!, dirán los lumbreras pedagogos del momento. Mientras, las personas
decentes seguirán asustadas pensando y aventurando las penas que les pueden
caer a ellos por actos y hechos mucho menores que el cometido por estos
animales incultos y despreciables.
Todo ello sucederá; todo ellos quedará
en agua de borrajas. La justicia y los papis han dictado sentencia, y esos
animales despreciables estarán reunidos en cualquier pocilga preparando el
siguiente acto terrorista con más ganas aún si cabe.
Las conclusiones de la clausura de este
tema no estarán claras a la hora de juzgar y condenar a los verdaderos autores
de este acto vandálico: estos analfabetos impresentables por ser los autores
materiales del acto; los papis de esta gentuza por estar constantemente salvándolos
de sus actos; o la justicia y legisladores por no endurecer el código penal
para castigar estos actos.
La sociedad, nuevamente, se dividirá a
la hora de adjudicar y señalar al verdadero culpable. Las tres posibles partes
culpables estarán riendo a carcajadas socarronamente sabiendo que, agarradas a
la máxima del “divide y vencerás”, han salido una vez más vencedores e indemnes
de este acto vandálico. Tienen clara la manera y forma de actuar. Tan sólo hay
que esperar a la próxima vez que, seguro ocurrirá, y nuevamente volveremos a empezar
con la misma cantinela.
Hasta entonces, patas en las quijás a
partes iguales para todos ellos, pero para todos ellos.
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