jueves, 1 de abril de 2021

CONSIDERACIONES SOBRE LA SEMANA SANTA (Divertimento Pascual) VI

Cálculo de la fecha de la Pascua

Curiosamente los trabajos de Dionisio el Exiguo no estaban encaminados al principio a establecer las fechas de la Pasión de Cristo, sino la del año de su nacimiento.

Con el deseo de cristianizar el calendario que seguía basándose en fechas paganas, como el nacimiento de la ciudad de Roma, Dionisio el Exiguo fue autorizado en el año 525 por el Papa Juan I, a establecer la fecha del nacimiento de Cristo para poder contar con ella como cómputo general de toda la cristiandad.

Dionisio el Exiguo

Dionisio estableció que Jesús había nacido en el año 753 ab urbe condita, o de la fundación de Roma. Este Año del Señor, que añadimos a las fechas históricas con las siglas A.D (Anno Dominni) o A.C (Antes de Cristo), fue considerado el “año 1”, a partir del cual se realizan los cálculos cronológicos de nuestro tiempo histórico.

Con independencia de los errores históricos que este cálculo lleva consigo, y que suponen que el año cero no existe, Dionisio se equivocó al establecer la fecha del nacimiento de Jesús, que debió ocurrir 4 ó 7 años antes de lo que él dijo, ya que no tuvo en cuenta entonces que fue coetáneo de Herodes, y se conoce fehacientemente que este último murió en el año 750 de la fundación de Roma, por lo que según los cálculos del monje, nunca hubieran coincidido en vida, y el pasaje de la matanza de los inocentes no hubiera sido posible.

Con todo, los cálculos de Dionisio sirvieron para establecer las fechas del año litúrgico católico a través de sus “Tablas de Pascua”, que calculan las fechas en las que se ha celebrar esta festividad desde el año 532 al 626.

Su trabajo estableció, por tanto, las fechas oficiales de la Semana Santa para todo el mundo cristiano, ya que la Pascua de Resurrección no podía ser nunca antes del 22 de marzo, ni después del 25 de abril[1].

Un siglo después del germinal trabajo de Dionisio se produjo una avalancha de obras computísticas, algunas de ellas falsamente atribuidas a grandes personajes del pasado. La más importante contribución al cómputo es la obra del benedicto inglés Beda el Venerable, quien en el año 725 compuso “De Temporum Ratione”, que estaba llamada a ser a obra de referencia para todos los trabajos computistas posteriores. Fue escrita con una finalidad académica y con el propósito de aclarar la confusión existente en Inglaterra e Irlanda sobre la celebración Pascual.

La obra de Beda el Venerable fue ampliamente usada durante la Edad Media, especialmente su terminología, que aunque no la descubrió el sabio benedictino, sí logró uniformarla. Después de Beda, es importante la contribución de Alcuín (siglo IX), que popularizó el cómputo dionísico en el imperio carolingio. Mientras que Habranus Maurus llevó la obra de Beda a Alemania a mitad del siglo IX.

La unificación de la Pascua en el mundo cristiano tuvo que superar todavía una nueva controversia. Los misioneros romanos que llegaron a las Islas Británicas en tiempo de Gregorio Magno al final del siglo VI, encontraron que sus habitantes seguían utilizando un calendario celta, abandonado hacía tiempo en Roma. Este ciclo consideraba el equinoccio de primavera el 25 de marzo, por lo que los límites del día de Pascua estaban comprendidos entre el 25 de marzo y el 21 de abril.

Fueron varias las ocasiones en la que los Papas pidieron a los británicos que se ajustaran a las reglas romanas, sin conseguir plenamente los objetivos. A partir del año 664, con el Concilio de Whitby se inició un lento proceso que, sin solucionar definitivamente el problema, sí inició un lento proceso concluyó a principios del siglo VIII, cuando todas las iglesias británicas aceptaron el sistema romano de determinación de la Pascua.

La definitiva independización del calendario solar alejandrino llegó a principios del siglo XIII con Alexandre de Villadieu, que hizo comenzar el año en enero y no en septiembre como Dionisio el Exiguo y sus continuadores. Logró establecer un ciclo fijo para calcular los días exactos de la luna llena; de ahí que la obra de Villadieu representara el apogeo del cómputo medieval al llevarlo a su mayor desarrollo.

Durante la Edad Media, el cómputo no sólo se convirtió en parte del currículum de los estudios de los novicios en los monasterios, sino un elemento indispensable en la enseñanza cristiana. Los textos del cómputo fueron verdaderos manuales astronómicos, donde se podía aprender el escaso conocimiento que de esa ciencia se tenía en la Europa medieval.

Con la reforma gregoriana se puso fin (o, al menos, de eso se trataba) a tanta controversia y tanto devenir de computistas y astrónomos. Se exigió “restaurar” el calendario, o sea, poner las fechas de las lunas nuevas eclesiásticas en su día correcto.                                                                                                                                                                                                                                 
Como se viene haciendo notar, la instauración de la Pascua de Resurrección era de suma importancia para la comunidad cristiana, pues de ella dependen otras celebraciones religiosas, como la Ascensión y la de Pentecostés, establecidas cuarenta y cincuenta días respectivamente después del día de Resurrección. Era también importante esta fecha para la sociedad civil, ya que estas festividades quedaban reflejadas en el calendario laboral.

            Parecería sencillo determinar la fecha de Pascua de cada año: primero se calcula el momento del equinoccio de marzo, luego cuándo ocurre la luna llena y, por último, se busca el primer domingo después de ésta. Si se hiciera tal análisis para 1974, se encontraría que el equinoccio ocurrió el 21 de marzo a las 0h 14 min (hora de Greenwich). Como la primera luna llena después de esa fecha ocurrió a las 21h 1min del 6 de abril, un sábado, se concluiría, entonces, que la fecha de Pascua fue el día siguiente, el domingo 7 de abril. Pero, si se consulta cualquier calendario de ese año, se advertirá que cayó una semana después, el día 14 de abril, domingo. ¿Qué pasó entonces?

            Contestar a la pregunta anterior requiere aludir a ciertos conocimientos de astronomía que nos ayuden a desvelar los verdaderos motivos por los cuales la Semana Santa es una fiesta movible y cambiante cada año, además de “justificar” por qué no puede celebrarse antes del 22 de marzo ni después del 25 de abril.

Astronomía y Semana Santa

Se ha aludido con anterioridad en qué consistió la reforma del calendario gregoriano y qué modificaciones se tuvieron que realizar con respecto al calendario juliano. La reforma del calendario llevada a cabo por el Papa Gregorio XIII fue necesaria porque el calendario juliano, hasta entonces en vigor, no era exacto respecto a la realidad astronómica; es decir, cuando llegaba el 21 de marzo, según el calendario, el equinoccio vernal astronómico ya había tenido lugar. El problema fundamental que plantea esta situación es que el año astronómico, es decir, el tiempo que necesita la Tierra para dar una vuelta alrededor del sol, no es exactamente 365 días, sino 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos. Como era necesario establecer una división del año, por razones prácticas, en periodos de tiempo iguales, este problema se resolvió introduciendo años bisiestos. Y es precisamente la forma de resolver este problema, la verdadera diferencia entre el calendario juliano y el gregoriano.

            Tal y cómo se ha explicado anteriormente, el calendario juliano lo que hizo fue prever un día bisiesto cada cuatro años. Sin embargo, con ello, el año del calendario juliano es 11 minutos y 14 segundos más largo que la vuelta real de la Tierra alrededor del sol. Así pues, el año trópico y el cálculo del calendario difieren en un día cada 128 años. El calendario gregoriano trató de corregirlo acortando el año promedio del calendario.  Y se introdujo una regla complementaria, apartándose de la regla del bisiesto del calendario juliano, según la cual  los años múltiplos de 100, pero que no son múltiplos de 400, no serían bisiestos. Con esta reducción de los años bisiestos, el calendario gregoriano se acerca más a la realidad astronómica que el juliano, aunque aún no es "exacto": la diferencia entre la realidad astronómica y la fecha del calendario es así de sólo 26 segundos. Y para llegar a una diferencia de un día se necesitan 3.600 años.

            Pero la fecha del Domingo de Pascua o Domingo de Resurrección no depende solamente del equinoccio vernal (calendario solar), sino también de la primera luna llena después del dicho equinoccio (calendario lunar), lo cual nos acarrea otro problema también de tipo astronómico como el anterior: las duraciones de las fases de la luna a lo largo de todo el año.

La órbita de la luna es sumamente complicada. El ciclo de las fases o lunaciones (es decir, el mes lunar astronómico) posee un periodo medio de 29’53 días (29 días, 12 horas, 44 minutos y 3 segundos), pero varía entre 29’27 y 29’83 días, esto es, tiene una oscilación máxima de 0’56 días (13 horas, 26 minutos y 24 segundos). En los cálculos modernos se usa la verdadera órbita de la luna, y las fases se definen mediante las orientaciones relativas del sol y la luna en el cielo. De una forma sencilla, se puede decir que cuando el sol, la Tierra y la luna están exactamente alineados (forman un ángulo de 180°), tenemos luna llena. Calcular el momento en que ello sucede requiere ciertos cálculos medianamente avanzados, cálculos que exceden por mucho lo que se podía hacer en el año 325 (Concilio de Nicea).

En lugar de adoptar el mejor método de cálculo de su época -las tablas de Ptolomeo, el más grande astrónomo de la antigüedad, que vivió en el segundo siglo de nuestra era-, el Concilio de Nicea optó por usar una relación descubierta por el astrónomo ateniense Metón en el siglo V antes de Cristo, por la que calculó el período de las 235 lunaciones que se producen en 19 años[2]. Debido a las 13’44 horas en que puede variar el mes lunar, puede haber diferencias de hasta dos días entre la fase indicada por cálculos astronómicos actuales y la que resulta del ciclo de Metón. Ello es, justamente, lo que ocurrió en 1974, la fecha que se tomó en el ejemplo anterior, cuando, según los cálculos astronómicos modernos, la luna llena fue el 6 de abril a las 21 horas, 1 minuto, y el ciclo de Metón predijo que ocurriría el 7 de ese mes y, puesto que era domingo, se desplazó a una semana posterior, al 14 de abril, lógicamente, también domingo.

Metón de Atenas

Aunque las reglas adoptadas por el Concilio de Nicea y modificadas al realizarse la reforma gregoriana sean aproximaciones gruesas, si se las compara con los complejos cálculos astronómicos modernos, permiten un cómputo sencillo de la fecha de Pascua de cualquier año. Utilizan dos números clave, llamados, respectivamente, número áureo (el ordinal del año en el ciclo de Metón, entre 1 y 19) y epacta (numeral del día del mes lunar, de 0 a 29, con 1 como el correspondiente a luna nueva –edad de la luna el 1º de enero-)[3].

Se ha sugerido simplificar la determinación de la fecha de Pascua, por ejemplo, mediante la adopción de un domingo fijo, como el segundo de abril. También hay quienes sostienen que es mejor mantener las reglas de la reforma gregoriana, pero usar los verdaderos momentos en que ocurren los fenómenos astronómicos, y no la fecha fija del 21 de marzo para el equinoccio, y el ciclo de Metón para determinar las fases lunares. De ambas, la segunda sugerencia quizás fuese mejor, porque mantendría la continuidad del calendario, pero no se basaría en reglas propias de épocas en que se debían hacer los cálculos a mano. La alternativa es dejar las cosas como están, con la ventaja de que no hay que cambiar nada, y se mantiene una tradición que, a pesar de las imprecisiones científicas que ahora le vemos, ha servido bien a la cultura occidental por dieciséis siglos. Un ejemplo nos permite ilustrar mejor lo que estamos tratando de explicar.


Curiosidades sobre la fecha de la Pascua

En el año 2076, la Pascua será el 19 de abril, si bien el equinoccio caerá el 19 de marzo, jueves, y habrá luna llena el viernes 20 de marzo a las 16 horas y 9 minutos, por lo que la Pascua podría ser el domingo 22 de marzo, la fecha más temprana permitida. Sin embargo, puesto que se toma como fecha fija del equinoccio el 21 de marzo, hay que utilizar el próximo plenilunio, que tendrá lugar el 19 de abril a las 11 horas y 40 minutos, y como cae en domingo, según las reglas se debería tomar el domingo siguiente, el 26 de abril, fecha que está fuera del rango establecdo (entre el 22 de marzo y el 25 de abril). Pero el ciclo de Metón calcula que hay plenilunio el día 18 de abril, sábado, no el 19 de abril, por lo que la Pascua se celebrará el 19 de abril, fecha que sí está dentro de ese rango establecido.

Que la astronomía está muy presente en la religión cristiana es una afirmación que, a estas alturas, todos deberíamos tener ya más que asumida. Será la ciencia que más nos ayude a conocer las próximas fechas en las que se celebrará la Semana Santa, y la luna será el reloj astronómico que nos marcará su inicio y su final. Aún así, resulta curioso que cada 5.700 años, las fechas de la Pascua se repitan en idéntica sucesión, y aún más curioso resulta que dentro de ese amplísimo periodo de tiempo, sea la fecha del 19 de abril la más frecuente y repetida, fecha que se repite casi 4 veces cada 100 años.

Por otra parte, del 2011 al 2030, la primera y segunda semana de abril son las más habituales. Entre los años que más pronto se celebró la Semana Santa fue en el pasado 2013, cuando el Domingo de Resurrección fue el 31 de marzo. En 2014 cayó en fechas muy tardías, el 20 de abril, y en 2015 lo hizo el 5 de abril. Muy pronto fue también el Domingo de Resurrección el año 2016 (27 de marzo) y lo será en el 2024 (también el 31 de marzo). Sin embargo, las Pascuas más tardías serán en el año 2019 (21 de abril), el año 2030 (21 de abril) o el año 2038 (25 de abril, fecha límite para su celebración). Lo infrecuente, sin embargo, es que caiga el 22 de marzo o el 25 de abril.


Distribución de frecuencias de la fecha de Pascua entre los años 1.600 y 3.000

La figura anterior muestra la cantidad de veces que, entre los años 1600 y 3000, la Pascua cae en cada uno de los días permitidos por el calendario gregoriano (del 22 de marzo al 25 de abril). Se puede apreciar que la distribución es bastante poco uniforme. Hay pocas Pascuas cerca de los límites del intervalo, muy temprano en marzo o muy tarde en abril; las fechas más comunes son el 16 de abril (61 veces), el 5 de abril (59 veces), y el 31 de marzo (57 veces). El 76% de las Pascuas de los catorce siglos considerados caen en abril. Desde la implantación del calendario gregoriano en 1582, sólo 4 veces la Pascua fue celebrada el día 22 de marzo. Esto sucedió durante los años 1598, 1693, 1761 y 1818. El próximo año será en 2285, lo que hace una cadencia (5/703) realmente insignificante.

Dejando a un lado curiosidades y anécdotas acerca de las posibles fechas del Domingo de Pascua, podemos apreciar que hay 36 días, entre marzo y abril, en los que dicha Pascua se puede celebrar. Si a este gran abanico de fechas le añadimos una gran movilidad ocasionada por las lunaciones anuales, y esto lo repetimos año tras año, se genera un desconcierto tal que hace que la mayoría de las personas no la tenga demasiado en cuenta, o le tenga menor consideración que a cualquier otra fiesta del calendario festivo fijo, como puede ser la Navidad. Ese traslado anual de fechas confunde en demasía a una población cada vez más desarraigada de tradiciones religiosas y eclesiásticas, y más inmiscuida en festividades lúdicas y ociosas. Los pocos que se preocupan por “adivinar” las fechas de la Semana Santa a comienzos de año lo hacen con el único fin de planificar unas mini vacaciones que den sosiego y paz al “estrés” acumulado después de Navidad, y sirva como preparación o “entrenamiento” a las vacaciones estivales, pero nunca por motivos preparatorios para celebrar la Pascua, es decir, “calcular” la fecha de la Cuaresma como tiempo de preparación para esa Semana Santa. La cada vez menos repercusión que el calendario eclesiástico tiene en la vida de las personas, hace que, en un tiempo no muy lejano, podamos asistir a la “parcial” desaparición de esta fiesta, que tan sólo se celebraría en localidades o provincias de según qué territorio de España se trate.

          Algunos pueden considerar ésto último como una utopía, otros como pura demagogia, los más puristas como una auténtica tontería aberrante, pero los datos y los hechos está ahí, y no es muy edificante, socialmente hablando, comportarse como monos de Gibraltar ante evidencias tales. Una vez más, somos nosotros los que tenemos que hablar y demostrar quiénes somos y qué queremos.




[1] Las tablas de Dionisio el Exiguo nunca tuvieron  la sanción oficial de Roma.
[2] Según Metón,  el ciclo es de 6939 días, 14 horas y 27 minutos, mientras que cálculos modernos arrojan 6939 días, 16 horas y 32 minutos, una diferencia de 2 horas y  5 minutos.
[3] También la explicación de estos cálculos excede de las pretensiones de este trabajo.

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