TIEMPO Y PASCUA
Cada año nos preguntamos cuánto se adelantará o
retrasará la Semana Santa
con relación al año anterior, o ¿por qué siempre hay luna llena en Semana
Santa? La razón de su ubicación en el calendario se justifica por motivos
históricos, religiosos,… y astronómicos. Lo único seguro, en cualquier año, es
que, entrada la primavera (21 de marzo), la Pascua será el primer domingo tras la primera
luna llena de esa primavera. Este
es el motivo por el que podemos disfrutar todos los años de la luna llena en
Semana Santa.
El
cómputo del tiempo y sus reformas
Ya desde la antigüedad, el hombre ha
precisado siempre computar el transcurso del tiempo y prever su devenir. Es una
necesidad patente en el primitivo agricultor y ganadero, ya que una pluralidad
de decisiones, que determinarán el éxito o fracaso de la producción, deben
tomarse a su debido tiempo. De ahí la importancia de conocer anticipadamente el
ciclo de las estaciones. Para ello, siempre tuvo que basarse en un calendario (calendae) cuyo significado es “proclamar”[1].
Y es justamente en la antigua Roma donde se
remonta el primer calendario “oficial” para organizar ese tiempo transcurrido o
por transcurrir.
El calendario juliano, así llamado por ser
Julio César quien lo instauró en el año 45 a .C., se creó con el fin de unificar las
prácticas en todo su imperio. Reorganizó el calendario romano según pautas que,
en su mayoría, han subsistido hasta hoy. César transformó el calendario romano de
origen lunar, atribuido a Rómulo, en solar. Antes de esa transformación, el año
comenzaba en marzo, constaba entre 295 y 304 días, divididos en diez meses de
30 ó 31 días. Posteriormente, Numa Pompilius lo amplió a 355 días, añadiendo
dos meses finales, enero y febrero. De esta forma, el año comenzaba el 1º de
marzo, los meses de marzo, mayo, julio y octubre tenían 31 días, febrero, 28[2]
días y los meses restantes 29 días. Para ajustar el año al ciclo lunar y solar
al mismo tiempo se intercalaba cada dos años un nuevo mes de 22-23 días entre
el 23 y el 24 de febrero.
Es en el año 153 a .C. cuando se fija el 1º
de enero como comienzos del año, pauta que se mantendría también en la
instauración e implantación del calendario juliano. Julio César y el astrónomo
Sosígenes cambian el calendario lunar existente hasta entonces por uno solar,
que va a constar de 365 días y 6 horas exactas. Para compensar el cambio,
agregó 10 días al año, quedando los meses prácticamente con los mismos días que
tienen en la actualidad (meses de 30 y 31 días) e intercaló un nuevo día entre
el 23 y el 24 de febrero, al que llamó bisiesto,
porque el 24 de febrero es la sexta calenda de marzo.[3]
De este modo el año bisiesto pasaba de tener 366 días, resultando ser bisiesto
todos los años divisibles por cuatro.
De todas las
modificaciones que se realizaron en el calendario juliano, incluso en las
anteriores a éste, la característica que más tardó en imponerse fue el cambio
de comienzo de año del 1º de marzo al 1º de enero. Si bien fue la práctica en
común a lo largo de los siglos este cambio de fechas, en ciertos lugares como
Inglaterra y sus colonias americanas tardó en imponerse, donde hasta 1752 se
tenía el 25 de marzo (fecha invariable del equinoccio de primavera en el
calendario juliano) como el primer día del año.
La reforma
juliana se realizó sobre el calendario lunar entonces vigente, que databa de
alrededor del 600 a .C.,
que a su vez había reemplazado a otro de cerca del 740 a .C., derivado del antiguo
calendario griego y sus ciclos de cuatro años, relacionados con juegos
olímpicos. Para compensar las distorsiones que venían acumulándose en el
calendario lunar desde sus antiguos orígenes egipcios, la reforma juliana
necesitó agregar dos meses y 23 días al año 45 a .C., que -por ello- quedó
con 455 días, y resultó el más largo del que se tienen noticias.
Julio César
Gregorio XIII
En 1582, el papa
Gregorio XIII reformó el calendario juliano para mantener la Pascua en la primavera
septentrional -más precisamente, cerca del primer día de esta, el equinoccio
vernal (o de marzo)-, ya que, según la Biblia , Cristo murió en el mes judío de Nisán, en
la primavera.
El calendario
romano reformado por Julio César deba al año una duración de 365 días y ¼,
duración aproximada, lo que provocaba un error de un día cada 128 años. Este
error afectaba a la situación de los equinoccios; así, el de primavera, en la
época de la reforma juliana, caía el 25 de marzo. En el año 325, cuando se
celebró el Concilio de Nicea, el equinoccio de primavera tuvo lugar el 21 de
marzo, y en el año 1582, fecha de la reforma gregoriana, dicho equinoccio tuvo
lugar el 11 de marzo. El problema no parecía ser demasiado grave ni importante,
pero de seguir así, en unos cuantos milenios, la Pascua se celebraría en
verano.
Para que el
calendario solar tuviese mejor coincidencia con las estaciones, y, sobre todo,
con el equinoccio primaveral, el Papa Gregorio XII (1572-1585) ordenó la bula Inter Gravissimas del 24 de febrero de
1582 que “con objeto de que el equinoccio vernal, fijado por la padres del
Concilio de Nicea en las duodécimas calendas de abril (21 de marzo)” volviera a
coincidir con dicha fecha, se eliminaran de octubre de 1582 “los diez días que
van del tercero después de las nonas (día 5 de octubre) hasta el día previo de
los idus (14 de octubre), ambos incluidos”[4].
Lo que realmente
el Papa logró fue adaptar el nuevo calendario a los cálculos de la época. Dicha
adaptación fue obre del astrónomo Luigi Lilio, el gran inspirador de la
reforma. Lilio descompuso el año solar en 365 días, 5 horas, 48 minutos y 54
segundos, lo que al cabo de cuatro años daba prácticamente un nuevo día; en
realidad, 23 horas, 15 minutos y 46 segundos. Como el bisiesto aún debía 45
minutos, se estableció que cada 134 años habría que descontar un día, o, lo que
es lo mismo, tres días cada 402 años. La forma de llevar la cuenta de este
desfase se solucionó con cierto ingenio matemático: se descontaría tres días
cada 400 años, eliminando los años bisiestos de los años que terminaran en
doble cero, con la excepción de los múltiplos de 400, que no serían eliminados[5].
Aún así, el
calendario gregoriano tampoco es perfecto, ya que arrastra un error de un día
cada 3300 años (¡ahí es nada!), pero una mayor precisión implicaría aportar
también múltiples correcciones por la desaceleración del movimiento de traslación
de la tierra, lo que difícilmente compensaría el esfuerzo.
El calendario
gregoriano, sin embargo, no se impuso de inmediato. España, Italia, Portugal y
la parte católica de los Países Bajos lo aplicaron de forma inmediata, ya que
Felipe II, consciente de que la difusión del mismo no podría ser simultánea ni
homogénea en todo su territorio (donde nunca se ponía el sol), expidió la Pragmática sobre los diez días del año en Aranjuez
(Madrid), y propuso su adopción en el nuevo mundo hasta 1548. Francia lo impuso
al año siguiente de su promulgación, y la Alemania católica lo hizo al año siguiente. Los
países protestantes lo hicieron más lentamente, generalmente durante el siglo
siguiente. Inglaterra en 1752; Suecia en 1753, mientras que Turquía lo hizo en
1917 y Rusia en 1918, al igual que Grecia, que lo instauró también durante el
siglo XX. En la actualidad, la diferencia entre los calendarios gregoriano y
juliano será de 13 años.
Lo que realmente
trataba de hacer la reforma gregoriana era acomodar la fecha de la Pasión , Muerte y
Resurrección de Jesús con lo dictado en los Evangelios sinópticos, ya que la Iglesia siempre quiso, desde
un principio, conmemorar la Muerte
de Jesús el mismo día que lo relatan los Evangelios, y para ello tenía que
realizar, no sólo la reforma gregoriana en cuanto a días y meses, sino cambiar
el tipo de calendario: pasarlo de lunar a solar.
El calendario
eclesiástico que rige en occidente es un calendario solar, con fiestas
religiosas fijas en determinados días coincidentes con los solsticios o
equinoccios del sol, además de otras fiestas también fijas e inamovibles para
celebrar onomásticas de santos o fiestas fijas de la Iglesia propiamente suyas.
Sin embargo, cuando se produjeron los acontecimientos de la Pascua Cristina (Pasión,
Muerte y Resurrección de Jesús), es decir, durante la época en la que Jesús
vivió entre nosotros, se celebraba la Pascua Judía , que conmemoraba la liberación de la
esclavitud en Egipto del pueblo de Israel. Este acontecimiento tenía lugar el
decimocuarto día del mes de Nisán, con la primera luna llena de primavera,
conocida como luna de Parasceve, que
viene a significar “preparación”[6].
Por lo tanto, el problema del cambio de fechas tenía mucho que ver con el
cambio del calendario judío que era lunar, con el calendario de occidente, que
era y es solar.
Medir
el tiempo con la luna
Realmente, la
luna está en el origen de los calendarios, pudiéndose considerar como el primer
reloj de la humanidad. Sufre unas transformaciones periódicas y regulares muy
atractivas que, ya desde la antigüedad, le confirieron un contenido y carácter
mágico-religioso –las fases lunares- manteniendo siempre un tamaño muy similar,
puesto que su órbita es casi circular. Así mismo, el ciclo completo de la luna
tiene una duración adecuada, ni demasiado larga para perder la cuenta, ni
demasiado corta para no caer en ella. Se la puede considerar como el verdadero
germen del calendario. Nuestros antepasados partieron de las lunaciones,
acaecidas cada algo más de 29 días, para confeccionar un calendario que les
permitiese prever las estaciones. Observando y conociendo las fases lunares, se
bastaron para organizar un calendario que les guiara en sus actividades
económicas, laborales y festivas.
Y es la luna el
máximo referente en el calendario judío, lo que provoca que sea un calendario
lunar. Ello hace que la Pascua
judía, la que se celebraba en la época de Jesús, se celebre a partir de los
ciclos o fases de la luna.
Luna llena
[1] Un mes no empezaba hasta que no era
proclamado oficialmente por los sacerdotes de la antigua Roma.
[2] Una hipótesis que explicaría la extraña
circunstancia de la corta duración del mes de febrero se encuentra en la
animadversión que los antiguos romanos tenían por los números pares. El
calendario prejuliano fue una mala adaptación de un calendario lunisolar, que
debería de tener en los años normales una duración de 354 días. Pero los que
idearon el antiguo calendario romano aumentaron la duración a 355 días para
evitar el número par. Aunque los meses de un calendario lunisolar deben tener
lunaciones de 30 y 29 días, se evitaron los meses de 30 días, dándoles una
duración excesiva de 31 días. Todo esto se hizo con la idea de evitar los
números pares. Pero inevitablemente, uno de los meses debía tener una duración
par. Se eligió para ello el mes más “nefasto”, que entonces estaba colocado en
la última posición del año y que era nuestro actual mes de febrero, porque “un
número inferior y par convenía a las divinidades infernales”. La posterior
reforma del calendario que patrocinó Julio César se hizo con las mínimas
modificaciones posibles. Se añadieron diez nuevos días, pero no se alteró el
mes de febrero, que continuó con los 28 días “para no alterar el culto a los
dioses infernales”.
[3] Bisiesto: bis sextum. Se
duplica el 24 de febrero, la sexta calenda de marzo.
Esta adición de un día en el
mes de febrero, último mes antes de la implantación del comienzo del año el 1º
de enero, fue asimilado por la
Iglesia para la creación de su calendario lunisolar
eclesiástico, basado en el calendario romano, en el que el 24 de febrero era
duplicado. Esto encuentra su razón en el calendario que existía en Roma en
tiempos de la República ,
en que se colocaba un mes intercalar después del día 23 de febrero, fiesta de la Terminalia.
Los días de un mes estaban
bien definidos desde la reforma juliana en el calendario romano, aunque en vez
de usar un numeral como lo hacemos actualmente, los meses del calendario romano
tenían tres fechas fijas: las calendas o kalendas, las nonas y los idus.
Las calendas o kalendas se
corresponde con el día 1 de cada mes, pero si hay un número precediendo a la
palabra kalenda (a veces también puede ir la expresión “ante diem”) quiere
expresar “antes de las kalendas”, o sea, antes del día 1 del mes; es decir,
siempre será del mes anterior al citado.
Para el cálculo del día
correspondiente adaptado a la fecha actual se debe tener en cuenta el número de
días del mes anterior al que se menciona, al que se le deben sumar 2 y se resta
el número de kalendas que aparece. Por ejemplo: 24 de febrero es la sexta
kalenda de marzo: 28 días (febrero) + 2 – 6 = 30 – 6 = 24 de febrero.
La explicación del cálculo
de las otras dos fechas, idus y nonas, no será tratado en este escrito por
estar fuera del ámbito temático que nos ocupa.
[4] La eliminación de estos diez
días del calendario acarreó, además de algunas otras, la curiosidad o la
anécdota de la muerte de Teresa de Cepeda y Ahumada, Santa Teresa de Jesús o
Santa Teresa de Ávila. Dicha santa murió el 4 de octubre de 1582 y fue
enterrada “al día siguiente”, es decir, el 15 de octubre del mismo año. Lo que
pudiera parecer un error o una supuesta incorruptibilidad de su cuerpo no es
sino una pura coincidencia con la implantación del calendario gregoriano, ya
que durante la noche que fue velada (la enterraron a las 24 horas de su muerte)
en Alba de Tormes (Ávila) se produjo el salto de diez días de la reforma del
calendario gregoriano.
[5] Serán bisiestos todos los
años múltiplos de 4 y de 400 pero no lo sean de 100 (años seculares).
[6] El
motivo más prosaico de que se eligiera una luna llena para esta fiesta, era que
aquellos pueblos pastores que se reunían en Jerusalén, viajaban mejor de noche
si había luna llena que les iluminara el camino.
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