El hombre siempre ha querido dar
respuesta a hechos del pasado basándose en tiempos presentes, como si el mundo
no hubiera cambiado en todo este periodo, o como si todo hubiera sido como lo
es en la actualidad. Este quizás sea el error más común y también el más
grande: querer o tratar de entender tiempos pretéritos pero vistos con ojos
actuales. Cualquiera que esté interesado en acontecimientos o hechos pasados es
consciente que, para entenderlos en toda su dimensión, debe, obligatoriamente,
entender el modo de vida social, económico y cultural en que éstos ocurrieron;
hacerlo de otro modo y manera no sólo no entendería nada, sino que incluso
podría falsearlos, llegando a dar por sentado algo que realmente no ocurrió, y
si lo hizo, fue de una manera totalmente contraria a la realidad.
Esto mismo también puede ocurrir
cuando tratamos de analizar, repasar o rememorar la Semana Santa o la Semana de Pasión de Jesús.
Los hechos que durante esos días tuvieron lugar y que supusieron la Pasión , Muerte y
Resurrección de Jesús, hoy día los tenemos estructurados en días de la semana y
horas que en aquellos años, o bien no existían como tales (día de la semana) o
bien no ocurrieron así “realmente”, simplemente por desajustes en los
calendarios (juliano y gregoriano, además del judío), o desajuste horario,
tanto en horas propiamente dichas como en días y noches, además del comienzo y
finalización de éstos. Si a estos desajustes le añadimos el gran interés de la Iglesia por hacer
coincidir estos días con lo que está narrado en los evangelios sinópticos
(Mateo, Marcos, Lucas y Juán), esos desajustes pueden llegar a ser aún mayores,
haciendo que ciertos acontecimientos puedan parecer ficticios. Un pequeño
ejemplo nos pude servir para ilustrar lo que se quiere decir.
Crucifixión de Jesús en el Gólgota
Todos damos por
hecho y sentado que Jesús murió el Viernes Santo a la hora de nona, es decir,
alrededor de las tres de la tarde. Cuando hacemos nuestra profesión de fe[1], decimos que
Jesús resucitó de entre los muertos a los tres días de su crucifixión y muerte.
La Resurrección
la celebramos el domingo siguiente al Viernes Santo, el Domingo de
Resurrección, el comienzo de la
Pascua cristiana. Pero si hacemos unos pequeñísimos y
facilísimos cálculos nos daríamos cuenta que desde un viernes a las tres de la
tarde hasta un domingo por la mañana, no transcurren setenta y dos horas, los tres
días que Jesús estuvo muerto y sepultado. Tres días después de su muerte, tres
días después de un viernes es un lunes, no un domingo. Por lo tanto, si
contamos tres días o setenta y dos horas entre dos días de la misma semana
llegamos a las siguientes conclusiones: que, o bien no resucitó un domingo sino
un lunes por la tarde/noche para descubrir su resurrección un martes por la
mañana, o bien que no murió un viernes, sino un miércoles por la tarde/noche
para resucitar el sábado en la tarde/noche y dar la noticia de su resurrección
el domingo por la mañana. En ambos casos han transcurrido setenta y dos horas,
tres días muerto y sepultado.
Si nuestra fe como
cristianos hace que creamos firmemente que los hechos ocurrieron tal y como se
dice y se cuentan en los evangelios, nuestro razonamiento como personas y seres
humanos nos hace verlos de otro modo; de viernes a domingo no pasan tres días,
sino día y medio, justo la mitad. Luego puede ocurrir que, si nuestra fe no
tiene la suficiente fuerza y consistencia en nuestro interior, nos puedan
surgir dudas “razonables” de todos estos hechos, y comencemos a pensar que algo
falla en lo contado, entre la realidad actual y la realidad de aquellos tiempos
y años.
Pero ni todo es
blanco puro ni todo es negro cerrado; ni todo es una verdad irrefutable, ni
todo es una falsedad premeditada y dañina. Los hechos de la Pasión ocurrieron tal y
como están contados por los evangelios sinópticos, pero quizás cambiados de
días y horas en comparación con los tiempos actuales. A esto hay que añadirle
que el calendario judío de aquellos años, e incluso el actual, nada o muy poco
tiene que ver con el nuestro. La semana tampoco la tienen estructurada de la
misma manera que nosotros la tenemos estructurada en la actualidad. Debemos,
así mismo, recordar que durante ese tiempo, Israel estaba gobernado por el Imperio
Romano, que tampoco tenía el mismo calendario que el judío. Y, por si fuera
poco, los evangelios fueron escritos mucho tiempo después de que ocurrieran
estos hechos, por lo que ciertos acontecimientos, no sólo de la Pasión , sino de la propia
vida pública de Jesús, pueden no estar lo suficientemente documentados en los
evangelios, y tan sólo ser ciertos por el mero hecho de estar reflejados en los
mismos.
¿De verdad creemos
“a pies juntillas” que Jesús nació el 25 de diciembre? Está claro que esa fecha
es una fecha sincretizada por la Iglesia Católica para “tapar” el culto al dios
Sol, verdadera fiesta solar pagana, pero no por eso vamos a dejar de celebrar la Navidad ni todo lo que
conlleva aparejada de solidaridad y buenas intenciones. Lo mismo ocurre con la Semana Santa. Son
hechos que ciertamente ocurrieron, pero quizás no con ese ritmo de tiempo
descrito en los evangelios. El que alguno de esos hechos no fuera del todo
cierto, no por ello vamos a dejar de creer en ellos, o incluso a renegar de
nuestra religión porque “nos están tomando el pelo”. Tenemos suficiente madurez
de fe como para andar “pensándonoslo”.
Partiendo de una
inamovible posición sobre nuestra fe, tampoco está de más tratar de analizarlo
todo de una manera sosegada o medianamente documentada, utilizando la lógica
como arma más poderosa en este combate de tiempos y espacios que tratamos de
celebrar. Tomémoslo todo esto como un divertimento cuasi cuaresmal o pascual,
con la sóla y única finalidad de aportar algo más de conocimiento a esos hechos
ocurridos hace casi 2000 años, pero también apoyándonos en los evangelios
sinópticos; de paso, nos obligamos a la lectura, muy descuidada y denostada en
la actualidad, y que, si no le ponemos remedio, la falta de lectura se puede
convertir en una nueva enfermedad endémica de este comienzo de siglo. La
“grandeza” de las nuevas tecnologías es la cepa de cultivo ideal para
convertirla en pandemia. Sólo nosotros somos los portadores de la vacuna.
Breves apuntes sobre el calendario judío
Los evangelios y toda la literatura
de la época de Jesús que se dispone en la actualidad no nos permiten situar con
exactitud ni una sola fecha de los acontecimientos de la vida de Jesús. Las
indicaciones de los evangelistas hablan en términos generales y con referencia
al inicio de algún reinado, pero no concretan con números la fecha exacta de los
sucesos. Esta situación hace que no se conozca ni el día en que nació Jesús, ni
el día en que murió, ni la fecha de ningún otro acontecimiento importante en su
vida.
Si queremos
complicarlo aún más, no hay unanimidad sobre qué reglas regían el calendario
luni-solar judío de la época. Se sabe que había un calendario que seguía unas
reglas fijas y bien conocidas Se sabe también que este calendario y reglas
estaban en vigor en la época de Maimónides, que vivió entre 1135 y 1204 de
nuestra era, pero se desconoce si estas reglas estaban también en vigor en la
época de Jesús, o si por el contrario, el calendario se regía por observaciones
astronómicas o incluso agrícolas y no por unas reglas predefinidas. Aún así,
una relación evidente entre el calendario judío y el calendario cristiano que
se utiliza en la actualidad ha quedado más que demostrada anteriormente.
Jesús, cuando habitó entre nosotros,
lo hizo codo con codo con el pueblo judío, que, obviamente, tenía su calendario
propio. En occidente llevaban otro distinto, el calendario juliano, muy
diferente al judío. Esa diferencia entre ellos tan sólo nos debe servir para
adaptar o acoplar las fechas de aquellos hechos a las celebraciones litúrgicas
que los cristianos celebran para conmemorarlos. Jesús vivió entre los judíos,
con sus leyes, sus costumbres y tradiciones, y en ellas debemos centrarnos para
hablar de la Pascua
de Cristo como momentos reales, históricos, simbólicos y religiosos, tan
importantes para la vida de un cristiano.
Entre la Pascua Judía y la Pascua Cristiana
hay una continuidad histórica, ya que, según todos los relatos (evangelios
sinópticos y no sinópticos) Jesús murió el primer día de la fiesta judía de la Pascua , que, como sabemos,
celebra la liberación por la mano de Dios del pueblo judío de la esclavitud en
Egipto. Pero esa continuidad histórica parece romperse a la hora de celebrar
“realmente” la Pascua ,
ya que los judíos la celebran el día 14 de Nisán[2],
independientemente del día de la semana en que caiga. La Pascua del Antiguo
Testamento siempre precedía del día de reposo anual, llamado también el primer
día de Panes sin Levadura. Ese día era una solemnidad o día de fiesta para ser
celebrada cada año el día inmediatamente después de la Pascua. El libro de los
Números así lo dice: “Pero en el mes primero, a los catorce días de este
mes, la fiesta solemne del Eterno. Y a los quince días de este mes, será un día
de fiesta.”.
Calendario judío
Ya sabemos que la Pascua judía se celebraba
siempre el día 14 de Nisán, y el siguiente, el 15 de Nisán, es día de fiesta
solemne. Pero, ¿qué relación tienen el 14 y 15 de Nisán con los días de la
semana judía y con los días de la semana occidental? Concretemos un poco.
El
calendario hebreo no solamente combina el año solar y el mes lunar, sino que
ambos ciclos, complementados, han de convivir exitosamente también con otro de
los legados del calendario de los judíos al resto del mundo: el ciclo semanal de siete días.
Los días
de la semana hebrea se basan en los seis días de la Creación , según relata el
primer capítulo del libro del Génesis,
siendo su nombre el mismo que les adjudica la Biblia ,
que son simplemente los nombres de los números ordinales en hebreo, del primero
al sexto[3],
y en el séptimo día, en el que Dios descansó
de su labor, el Shabat,
descanso, nombre que fue adoptado por una buena parte de las lenguas[4].
Así pues, y basándose en el relato bíblico, la semana hebrea comienza el domingo[5],
y no el lunes como en la sociedad occidental, y culmina el sábado, el día
consagrado al descanso. Por lo tanto, en el calendario semanal judío, toda la
semana gira en torno al sábado o shabat, lo que hace que todo el ciclo
hebdomadario, y muy especialmente la santidad de la festividad del sábado
(celebración considerada la más sagrada superada tan sólo por el Yon Kipur o Dia del Perdón, llamado
precisamente Sábado de los Sábados),
impone otra serie de ajustes al calendario hebreo, que debe adaptarse a las
necesidades derivadas del sábado, en primer lugar, y luego a otras fiestas y
ritos judíos. De esta forma, el calendario hebreo se propone impedir que
ciertas celebraciones se superpongan o hasta se contradigan entre sí.
Este
difícil, pero fundamental equilibrio, se obtiene mediante cálculos que indican
en cuál de los días de la semana podrá caer el primer día del año judío, que es
también el primer día de la festividad del Rosh
Hashaná, el Año Nuevo judío. Así, las reglas del calendario hebreo
estipulan que en ningún caso podrá el primer día de Rosh Hashaná y el año nuevo
coincidir en un domingo, un miércoles o un viernes. Pero para compensar este
desfase impositivo, y tratar de equilibrar el calendario, se suelen agregar
uno, dos o tres días después de pasados ciertos meses al comienzo del Año
Nuevo.
Visto
así, no es difícil deducir que el calendario judío no lleva una correlación de
días a lo largo de sus sucesivos años; es decir, un año nuevo no comienza al
día siguiente de la semana del día en que terminó el anterior, sino que lo
puede hacer en otro día distinto de la semana en función de esas festividades
asociadas al día del shabat o sábado. Esto hace que sea tremendamente difícil
calcular qué día de la semana en concreto fue el 14 y 15 de Nisán en el año en
que se produjeron los acontecimientos que celebramos durante la Semana Santa. Si su
calendario fuera como el nuestro “actual” (que tampoco es el mismo que se
llevaba en occidente en aquellos tiempos, como ya se ha comentado sucesivas
veces) sería muy fácil deducir esos días y asociarlos a un determinado día de
la semana. Como vemos, esto no es así; la propia idiosincrasia del calendario
judío lo impide, y la dificultad del cálculo semanal se hace muy patente.
Pero no
es sólo la forma de nombrar los días de la semana y la forma de “contar” los
días de comienzo y fin de año según los descansos del shabat o diversas
festividades. Hay otra particularidad añadida en este calendario judío: los
días de la semana, independientemente de cómo se nombren, no comienzan ni
terminan de la misma forma a cómo nosotros lo hacemos en nuestra semana, ni
incluso en aquellos años con otro calendario. Para nosotros, tanto antes como
ahora, el día termina a las 00:00 horas (12 de la noche), y, a partir de esa
hora, comienza un nuevo día. El día en el calendario hebreo comienza con la salida de tres estrellas al ocaso, y culmina al próximo ocaso del
siguiente día; es un día que se
cuenta de una puesta de sol hasta
su otra puesta. En esto se diferencia del día según el calendario gregoriano,
que discurre exactamente de medianoche a medianoche.
La costumbre de ver al día comenzar con la caída del crepúsculo es
antigua como la Biblia misma, y se basa en el texto bíblico
del Génesis, 1, 5, que al
cabo de cada día comenta "Y
fue la tarde, y fue la mañana...", de lo que se entiende que cada uno
de los días de la creación comenzaba por la tarde: "… por la tarde, de tarde a
tarde, guardaréis descanso"
(Levítico 23, 27-32). Desde
entonces, es práctica corriente y antiquísima que las festividades judías comiencen al caer el sol.
Comienzo y
finalización de los días en el calendario judío
Aún así, y por si no tuviéramos bastante complicado “adivinar” el
día semanal del 14 y 15 de Nisán, no debemos olvidar los ciclos lunares y solares,
que también se tienen en cuenta en dicho calendario hebreo.
Tal y como se ha comentado con anterioridad, con el fin de adaptar
tales ciclos, se añadían días a años bisiestos en función de unos determinados
cálculos más o menos exactos. En tiempos de Jesús, al igual que otros
calendarios de la época también basados en la luna, se utilizaba el método de
intercalación de un mes más cada ciertos años, denominado mes embolismal, para mantener en sincronía dichos ciclos solares y
lunares, además de la realización de otros ajustes más en el cómputo total de
días del año. En concreto, esa adición del mes embolismal se producía cada 19
años (lo que ya conocemos como ciclo metónico), lo que se traducía en que había
ciertos años que tenían 13 meses y el reto de años de ese ciclo tenían 12.
Para que ciertas fiestas religiosas cayeran lo más próximas
posible a ciertos hechos astronómicos, algunos de esos 19 años debían tener un
día más y otros un día menos. Por ejemplo, muy importante era la Pascua , que debía caer
siempre después del equinoccio vernal. Determinar el momento de añadir o
eliminar ese día tenía como finalidad tratar de hacer coincidir el principio de
cada año nuevo judío como una posición muy concreta de la luna, conocida como Molad, de modo que de año en año, la
sincronía lunar fuera perfecta. Este Molad, no es más que una medida de las
fechas de las conjunciones solares. En los calendarios actuales, la conjunción
astronómica de la luna se designa como “luna nueva” que, al manifestarse como
la luna en la más completa oscuridad, hace muy difícil pronosticar el momento
exacto de ese día en concreto, mucho más si, como sabemos, los ciclos lunares
no son regulares, ya que tienen pequeñas fluctuaciones que alteran su ciclo.
Teniendo en cuenta que en la actualidad los avances tecnológicos
que tenemos son los que nos indican el momento de la entrada de la luna en su
fase de “nueva”, en época de Jesús obviamente no existían, por lo que “acertar”
el día y la hora de la luna nueva dependía mucho más de criterios subjetivos fijados
por los escribas y los rabinos de entonces (observaciones astronómicas,
observación de la naturaleza y germinación de los frutos, edad de los corderos,
etc.).
Luego, entre las imprecisiones del Molad, la necesidad de hacer
coincidir ciertas fechas en momentos oportunos de la luna, y el completo
desconocimiento del verdadero calendario que regía aquella comunidad en tiempos
de Jesús, hace totalmente imposible conocer fehacientemente y con exactitud
milimétrica, el día de la semana que en aquella época fue el 14 y el 15 de
Nisán. Nosotros tan sólo podemos hacer conjeturas sobre aquellos momentos y
aquellas fechas, siempre a modo de divertimento, pero sin perderle nunca la
cara a nuestra fe como cristianos. Simplemente podemos “ajustar”, más o menos
lógicamente, aquello que nos dicen los evangelios, dejando para la comunidad
científica un estudio más exhaustivo de calendarios y días semanales en la
antigüedad, estudio que sobrepasa con mucho y con creces la pretensión de este
trabajo.
[1] “Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor de todas las cosas
visibles e invisibles.
Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito
del Padre, es decir, de la substancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios
verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre;
mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los
cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para
nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y
resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.
Y en el Espíritu Santo.
A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y que
antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o
que fue formado por otra substancia o esencia, o que es una criatura, o que es
mutable o variable, a éstos anatematiza la iglesia católica”. (Credo de Nicea).
[2] Nisán, primer mes del calendario hebreo, que puede caer entre marzo o
abril.
[3] Denominación que se ha perdido en la mayoría de las lenguas
occidentales, que adoptaron nombres de deidades paganas para los días de la semana.
[4] Castellano sábado, francés samedi,
italiano sábato, portugués sábado, catalán dissabte, alemán Samstag, polaco sobota, griego sávvato,
árabe asSabt, indonesio sabtu, rumano sâmbătă.
No hay comentarios:
Publicar un comentario