¡A ver si es verdad que es la última entrega, que vaya con el curita! ¡Como es historiador, pues que se explaya como quiere! ¡… y eso que no parece que haya mucho quórum! ¡Menos mal! ¡… que si no…!
Tranquilos petits enfants, que muy pronto terminamos esto de la sociedad medieval y comenzamos a hablar de España.
Ya os he dicho varias veces, que para entender todo lo que rodea al Románico debemos tener presente todo lo complementario a este arte: vida, sociedad, cultura, religiosidad, hombres, mujeres, etc. Su conocimiento nos aportará mucha luz y comprensión a todo lo que queremos ver e interpretar. Tened un poco de paciencia. ¡Paciencia, piojo!
Continuando con la vida de los laboratores en la época del Románico, su vida cotidiana transcurría alrededor de dos coordenadas: el tiempo y el espacio.
Su ritmo de vida dependía de las horas de luz (la cotidianeidad eran la salida y la puesta de sol), y el tiempo se medía, al menos hasta finales del siglo XII, comienzos del XIII, por las campanadas de la iglesia que tocaban cada tres horas, cuando los clérigos debían acudir a uno de sus rezos. Cada una de esas campanadas daba nombre a un determinado periodo de tiempo: maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. Se comenzaba en maitines (¡a levantarse toca!) y se terminaba en completas (¡vamos a la cama que hay que descansar!).
Durante toda la semana, el trabajo era un hecho inseparable de los hombres medievales. La salida del sol daba inicio a la jornada laboral, que concluía con la puesta del astro, siendo más larga en verano, y más reducida en invierno.
El otro aspecto, el espacial, aunque es un poco más complicado de delimitar, podemos afirmar que era muy pequeño. La mayoría de la población no había salido del radio de su aldea o ciudad, y es que la distancia se medía por lo que una persona podía caminar. Eso lo podemos comprobar en películas históricas, cuando dos personajes hablan de cuánto tiempo tardarán en llegar a un determinado lugar, dando la respuesta en tanto o cuantos días de camino, no en kilómetros o en horas como lo hacemos nosotros hoy día.
El que no recorriesen largas distancias favorecía el conocimiento del terreno que les rodeaba, pudiendo exprimir al máximo sus posibilidades, siempre respetando el entorno gracias a la plena integración del hombre con la Naturaleza. Debemos de tener en cuenta que el Ser Humano en tiempo medieval era considerado como un elemento más de la Creación junto con la tierra, el agua, el fuego, el aire, las plantas o los animales. Además, de la tierra procedían todos los bienes que poseían, de ella dependía su supervivencia. Antes que ellos, las religiones arcaicas la llamaban la Gran Madre (Magna Mater) o la Madre Tierra; todo procedía de ella, y a ella se le devolvía todo.
Pero su “apacible” vida cotidiana podía verse truncada con fenómenos climatológicos adversos, como las inundaciones, sequías, granizadas, incendios provocados por rayos, etc. Estos fenómenos podían provocar hambrunas y enfermedades contagiosas que terminaban con la vida de muchas personas. En este ámbito, lo divino se mezclaba con lo racional, y es que muchas de estas desgracias eran atribuidas a poderes superiores que les castigaban por alguna acción mal cometida. La climatología era temida no sólo cuando mostraba su cara más dura, sino que, hechos que hoy en día no suponen un problema, para ellos podía llegar a ser una cuestión de supervivencia.
El invierno era la estación más dura; el frío era muy temido. Las chimeneas no conseguían calentar todas las estancias del hogar debido a los materiales utilizados, y a que los tiros de las mismas dejaban escapar demasiado calor. Por ello, quienes disponían de animales de granja, convivían con ellos para aprovechar el calor que emanaban estas bestias. ¿Recordáis el buey y el asno en el pesebre donde nació Jesús? ¿Por qué estaban allí? Claro, para darle calor. Muy bien.
Como habréis podido apreciar, poco a poco hemos ido introduciendo determinados conceptos divino-religiosos que utilizaban estos laboratores o campesinos. La religiosidad que tenían era muy grande, exacerbada, buscando siempre una explicación “divina” a todas sus desgracias y parabienes. Por todo ello, la iglesia de la aldea era construida por los campesinos o por el señor. Tenía un papel muy importante en la vida del campesinado. El bautismo, el matrimonio, el entierro y las fiestas religiosas, marcaban el ritmo de la existencia en la aldea. La Iglesia y el párroco se mantenían mediante una aportación regular de todos los campesinos, el diezmo, llamado así porque en principio equivalía a la décima parte de la cosecha (el 10 %).
Vamos a ver ahora una recreación del interior de una iglesia medieval.
Interior de una iglesia medieval. La imagen no corresponde a una iglesia románica, ya que los arcos que se aprecian a derecha e izquierda de la imagen son arcos apuntados u ojivales, no de medio punto, característicos estos últimos del románico. El arco central o arco del Triunfo sí que es de medio punto, pero aún así, la representación nos puede valer para poder apreciar cómo era por dentro una iglesia por aquellos años. Hay ausencia total de bancos para sentarse, y, como detalle curioso, en la parte izquierda de la foto, vemos unas escobas apoyadas en la pared (luego, quizás en otro capítulo, hablamos de ello). Vemos cómo rezaban los feligreses, de rodillas en esta ilustración. Otros, sin embargo, están levantados y mirando a los demás, en una actitud de estar conversando o de no estar participando activamente del oficio religioso. Y es que esa actitud era la más habitual dentro de las iglesias.
Los oficios religiosos se decían en latín, que era la lengua culta en que se debían celebrar, pero los feligreses que iban la iglesia no sabían de latín “ni papa”, y, claro, se aburrían y conversaban entre ellos, ¡como lo hacéis vosotros muchas veces cuando vais a misa! ¡Sííííí! ¡… que os he visto más de una vez!
Lo único obligatorio que tenían que hacer los feligreses que iban a la iglesia, los domingos y los días festivos, era ver, durante la eucaristía, el cuerpo y la sangre de Cristo, cuando el sacerdote levanta el cáliz y la ostia. Pero como os he dicho antes, no sabían nada de latín, luego tampoco sabían cuando era el instante en que dicho acto se producía. ¡Y para colmo estaban hablando y totalmente despistados!
Para que supieran el momento exacto, los monaguillos que ayudaban en el oficio, tocaban unas campanillas o cualquier instrumento que hiciera ruido, y les avisara a los feligreses de que ese era el momento culminante y esperado, ya que en ese instante era cuando el sacerdote levantaba el cuerpo y la sangre de Cristo.
De ahí viene la costumbre de tocar las campanillas cuando el sacerdote levanta el cuerpo y la sangre de Cristo, costumbre que aún hoy día persiste en las iglesias y parroquias de nuestros pueblos. Sí, también en Torralba hasta no hace mucho tiempo; incluso quiero recordar que hasta hoy en día. En mis tiempos era seguro que se hacía. ¡Soy tan viejo!
La nueva ilustración anterior muestra a una pareja de campesinos con la vestimenta habitual. En ella se explica someramente de qué tejido era la ropa que llevaban y cómo debían vestirla. Recordamos que la estación que más temían era el invierno, por el frío. Debían utilizar ropajes que les produjera mucho calor, para poder paliarlo con cierta facilidad y comodidad.
Una vez que ya conocemos las viviendas, alimentaciones, iglesias, vestimentas, y en general todo lo que rodea a la vida cotidiana de los campesinos, podemos imaginarnos un poblado de los años que van de mediados del siglo XI a comienzos del XIII como un conjunto de pobres casas, más bien cabañas, compartidas por personas y animales, generalmente con cubiertas vegetal (como las vistas anteriormente), con una serie de hoyos o silos excavados en el suelo para conservar el grano. Las cabañas están rodeadas de corrales, organizadas en torno a la parroquia como centro de culto y como ente jurídico, alrededor del cual se dispone el cementerio y frente a la que se puede abrir una pequeña plaza donde se desarrollan todas las actividades públicas (¿recordáis los niños jugando al alquerque?) y las comerciales.
En las proximidades, junto al río, un molino y una pequeña presa o pesquera para capturar peces; alrededor, pequeñas parcelas de cultivo, viñas, avena, centeno, trigo, cebada o cualquier otro cultivo que se le daba al ganado como forraje o comida. Más allá, un bosque para poder aprovisionarse de leña para calentarse y madera para las construcciones, todo ello dependiendo de su señor y de su importancia, el cual podía tener su palacio o su castillo.
Ahora que ya tenemos muchos aspectos claros de la configuración de un poblado medieval de aquellos siglos, ¿qué os parece si vemos una ilustración que recrea uno de esos poblados? Miradla.
Cuando los poblados eran más grandes e importantes, pasaban a ser ciudades, con la misma fisionomía que la vista anteriormente, pero solían tener una muralla que encerraba los diferentes barrios de la ciudad, los cuales, muchas veces, no tenían relación unos con otros. La función de la muralla era la defensa de la ciudad en caso de que ésta fuera atacada. Hemos de recordar que aquellos años eran unos años donde se guerreaba mucho, vamos, que los reyes y sus guerreros daban mucha guerra, pero guerra de verdad y, casi siempre, contra los musulmanes, aunque también peleaban cristianos contra cristianos para tener más poder.
Y hablando de reyes y poder. El rey era el dueño y señor absoluto de todo el territorio que le pertenecía. Él era quién impartía justicia entre sus gentes, y siempre, siempre, llevaba razón; y si no la llevaba, sus súbditos se la daban, porque si no lo hacían, dejaban de ser sus súbditos, les hacía un juicio y les aplicaba la condena que él quería. Cuando firmaba algún documento lo hacía como “Yo, el Rey”, como queriendo decir: “Aquí mando yo y se hace lo que yo diga”.
La ilustración muestra como se impartía justicia en el siglo XIII, algunos años después del Románico, pero que igualmente nos sirve para entender cómo se vivía durante esa época, ahora visto desde la justicia y el dominio del señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario