Bueno, chicuelillos, … y chicuelillas –no vaya
que se enfade alguien que no debe- vamos a continuar hablando sobre cómo era la
sociedad medieval durante la época del Románico.
Terminamos
el capítulo anterior confirmando y apreciando que eran los laboratores los
mantenedores de la sociedad medieval o románica, como queráis –casi mejor
románica debido a la gran extensión en el tiempo que abarca el término medieval-.
Eran los grandes perjudicados en esa división tripartita que la Iglesia hizo según los
designios de Dios, pero a la vez los más importantes, ya que eran los
encargados de producir todos los alimentos que las otras dos partes divisorias
se encargaban de consumir. Hacemos aquí la salvedad, una vez más, de los
grandes monasterios de la época, que se autoabastecían, pero con la inestimable
ayuda de los serviles, es decir, otra vez, los laboratores.
Debido
a esa importancia y a esa aceptación casi divina de su situación dentro de la
sociedad, vamos a centrarnos en esta segunda parte en conocer mejor cómo era la
forma de vida de estas personas.
Estos
campesinos se unían formando familias. ¡Vaya novedad!, diréis algunos, ¡menudo
descubrimiento! No. Veréis.
La
unidad familiar no se formaba antes de la misma manera que ahora. Antes se
formaba con la finalidad de repartirse el trabajo. Recordamos una vez más que
los laboratores pasaban el noventa por ciento de su vida en el campo, y, como
todos vosotros sabéis, en el campo el trabajo es muy duro, y el tiempo se hace
muy largo.
En
los hogares vivía la familia: padres, hijos y, en algunas ocasiones, los
abuelos también habitaban en ellos. Cada miembro de la familia tenía una
función concreta, existiendo una división del trabajo según el sexo o la edad.
Mientras que los hombres y jóvenes trabajaban las tierras, las mujeres eran las
encargadas del ganado, del huerto, del vestido, y de la preparación y
conservación de los alimentos y las bebidas: vino, pan, cereales para el
invierno, mantequilla, carnes saladas y ahumadas, etc. Esta labor era
importantísima, dado el carácter de subsistencia que tenía la economía.
Estas
familias tenían que tener algún sitio para resguardarse de la climatología,
descansar, comer, almacenar alimentos, etc. Lógicamente lo hacían en sus
viviendas.
La
vivienda o casa, como cualquier otro aspecto de la vida cotidiana, dependía del
nivel socio-cultural de sus habitantes, aunque en todas ellas no podía faltar
la chimenea, muy necesaria para cocinar pero también para dar calor a los
moradores de la vivienda.
Para
que os hagáis una pequeña idea de una vivienda típica de la sociedad románica,
os voy a mostrar algunas fotografías de reconstrucciones de casas. Observarlas detenidamente
y apreciareis importantes detalles.
Interior
de una casa medieval. Padre, madre e hijo dentro de la casa. Muebles de madera;
techos o cubierta vegetal. El fuego en el centro de la casa con el caldero
colgando, y en la parte de la derecha, debajo, podemos apreciar gallinas
picoteando en el suelo, dentro de la vivienda. Un jamón colgado en una viga en
el techo para que el humo del fogón lo ahúme y se conserve durante mucho tiempo,
sobre todo para que aguante durante todo el invierno. Era la manera de hacer el
jamón ahumado con el fin de que durara más tiempo a la hora de comerlo y no se
pudriera.
Interior
de otra vivienda de aquella época. En este caso, se ve un almacén en la parte
superior de la casa, donde se guardan alimentos lejos de los animales que viven
dentro de la casa; además se resguardaban de otras alimañas que podían
comérselos. Debajo del almacén estaba el establo para cobijar al buey que
serviría para tiro en distintas faenas agrícolas. Se aprecia también que la
parte derecha de la casa tiene la misma distribución que la imagen anterior. La
cubierta sigue siendo vegetal.
Un interior más de otra vivienda medieval.
Aquí se aprecia que es más “moderna”; no es tan arcaica. La parte izquierda
tiene dos pisos, con el superior utilizado como dormitorio. Ahora la casa tiene
distribuidas las habitaciones y separadas por tabiques; el fuego ha dejado de
estar en el centro de una habitación para ponerlo ahora en un lateral de la
vivienda, con su correspondiente chimenea. Otro fuego más pequeño hay en la
habitación central, más encargado de calentar que de cocinar.
Como
habréis podido apreciar, las viviendas de los campesinos contaban con una sola
estancia que hacía al mismo tiempo de cocina, salón y habitación. En este
habitáculo también se trabajaba, se almacenaba la cosecha y los útiles de arar.
Normalmente, y aunque no se muestre en las reproducciones anteriores, a la casa
se le unía un pequeño patio trasero donde podían instalar un huerto, un corral,
un pozo, un horno y una letrina -… que todo es necesario en esta vida-.
Las
viviendas, en la mayoría de los casos, se construían con los materiales que sus
moradores tuvieran más a mano, materiales que abundaban en la zona donde
deseaban habitar o donde debían hacerlo sin más. Así, por ejemplo, en el sur se
construían mayormente con barro, en el norte abundaba la madera, y en el oeste
de España las fabricaban con piedras. Pero en general, el material por
excelencia para la construcción de una vivienda era la madera, proveniente de
los bosques que, como hemos dicho, eran comunes a varias comunidades de
campesinos. Este material hacía muy peligroso el uso de velas, sobre todo por
la noche, que al quedarse encendidas, podían producir un incendio; si a eso le
añadimos que la techumbre era vegetal, el peligro de un incendio, con la
consiguiente destrucción de la vivienda, aumentaba sobremanera.
Si
nos hemos fijado bien en las reproducciones de viviendas, nos hemos podido dar
cuenta del poco mobiliario que contaban dentro de las viviendas. Había algunos
muebles imprescindibles, como una mesa, unas banquetas, un arcón o arca para
guardar la comida (no la ropa, como nuestras madres lo hacen ahora), y la cama,
que por ser el mueble de que se trata, llegó a convertirse en un elemento
diferenciador entre las clases o familias acomodadas. Esas diferencias
provenían fundamentalmente del material con el que estaban fabricados los
colchones, que en el caso de los laboratores eran de paja, dejando los
colchones de plumas recubiertos de sábanas o mantas de pieles, para las clases
más acomodadas. Dichos colchones solían apoyarse sobre un tablón de madera o
sobre varias sillas puestas en filas, soporte éste último más utilizado en
zonas rurales donde la cama era compartida por toda la familia. En las casas
donde el dormitorio estaba separado, era ésta la estancia más privada, donde se
guardaban los pocos objetos de valor que se pudiesen tener.
La
cocina era el espacio más importante de cualquier hogar, fundamentalmente por
la presencia de la chimenea, que como hemos comentado anteriormente, aparte de
utilizarla para cocinar, aportaba calor e iluminación a la vivienda. Las casas
que tenían algunos recursos económicos disponían de cacharros, como recipientes
de barro, de estaño, de cobre, de hierro, además de manteles y paños.
La
alimentación era muy poco variada. Los alimentos básicos que consumían eran el
pan –gachas y tortas preparadas con avena, cocidos en una olla con agua o leche
a los que se añadía sal; una hogaza- y el vino o la cerveza. El queso también
era un alimento importante. El resto de alimentos que consumían eran aquellos
que ellos mismos cultivaban en sus tierras –repollos, judías, nabos, guisantes-
o, en casos acomodados, aquellos que podían comprar en ferias o mercados
locales: carne, pescado de la zona, fruta, legumbres, hortalizas, huevos (por
supuesto), etc.). Comían, a veces, carne de cerdo y aves de corral. La caza
constituía una buena parte de la dieta de carne que se comía los domingos. Las
especias estaban reservadas para la nobleza a un precio muy elevado.
Ni
los señores ni los campesinos utilizaban tenedores; sólo cuchillos cortos del
tamaño de las actuales navajas.
El
hambre y la desnutrición siempre estaban presentes. Sectores enteros de la
población solían ser víctimas de los periódicos ciclos de malas cosechas,
hambrunas, de las enfermedades producidas por los alimentos en mal estado de
conservación, y por el agua.
A
la hora de consumir estos alimentos, la parte del día en la que lo hacían era
por la noche, durante la cena, donde, en las grandes comilonas de los nobles y
señores, podían llegar a consumir hasta 3000 calorías por persona, cuando lo
normal es, en estos tiempos, de 1200-1500 para las personas con trabajos
físicos fuertes y al día, la mitad de lo que ellos consumían sólo por la noche.
Si
la cena era la comida más importante del día, los domingos era el día de la
semana al que se le concedía mayor relevancia. Era el domingo cuando la familia
o el grupo humano iba a misa donde lucían sus mejores ropajes, y en casa se
cocinaban las comidas más selectas y destacadas.
Después
de asistir a misa, era común que todos se reuniesen en las tabernas donde se
servía vino y comida mientras se divertían, haciéndolo únicamente durante ese
día a la semana. También solían jugar a los naipes, a los dados, al alquerque
(¿lo recordáis?) o a la pelota los más niños.
Pero
no sólo tenían como día de fiesta el domingo. Ellos tenían tres clases de
fiestas: las religiosas, las civiles impuestas por reyes y emperadores, y las
ferias para provecho común de los hombres. Entre éstas últimas destacaba el
carnaval, en la que el pueblo penetraba en el reino utópico de la universalidad
y generalidad, de la libertad, de la igualdad y de la abundancia. Debemos tener
muy presente que para comprender la sociedad medieval católica hay que ver la
conexión entre el ritmo de trabajo, los quehaceres y las fiestas y su orden,
que en última instancia establecía la Iglesia, como en tantas facetas de su
vida. ¡Qué os voy a decir!
Fijaros
cómo ha cambiado la sociedad que, hoy día, la mayor parte de la juventud,
dedica el domingo a dormir y “descansar” de la noche del sábado. Pierden el
único día que también tienen de fiesta como lo tenían los laboratores del
románico, pero éstos eran más listos: lo utilizaban para pasárselo bien, jugar
y disfrutar. En este caso también debemos avanzar hacia atrás.
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