¿Va todo bien? ¿Sí? ¿Seguro que no me engañáis
piadosamente? ¡Qué majos y majas sois!
Después
de haber desgranado de una manera informal y un tanto escueta cómo era la
sociedad medieval, la España medieval y la Europa medieval, vamos a adentrarnos
en temas propiamente románicos.
He
de deciros que todo lo visto hasta ahora lo hemos hecho de una forma muy
simple, sin profundidad; tan sólo como apuntillos básicos para hacernos una
pequeña composición de lugar de cómo eran aquellos tiempos y cómo era aquella
vida.
A
partir de ahora comenzaremos a tratar temas mucho más específicos relacionados
con el Arte Románico, aunque también he de avanzaros que lo haremos de la misma
forma: somera, libre y simple. He de reconocer que no soy un experto en la materia
(algunas veces pienso incluso que no soy un experto ni siquiera en mi condición
de cura, como persona humana que soy), y estos temas tienen como función el
llevar el Arte Románico al descubrimiento y conocimiento de cualquier persona
tan profana en la materia como yo. Corresponde a los verdaderos especialistas
el adentrarse en este mundo y seguir investigando y aportando nuevos estudios
que ayuden, si no a un total entendimiento de este arte, sí a un mayor
acercamiento a él, aunque mucho me temo que es una tarea casi imposible debido
a la carencia de fuentes documentales. Aún así, todo lo que salga a la luz de
nuevo curso será, como no, bienvenido, y nosotros estaremos agradecidos.
Como
primer tema para adentrarnos en el Arte Románico como tal, os propongo que
conozcamos la etimología de la palabra Románico. ¿De dónde procede? ¿Quién la
inventó, si es que fue inventada? ¿Cuándo se utilizó y donde? Trataremos de
responder a todas o algunas de las preguntas anteriores en este mismo capítulo.
Comencemos
pues.
La
denominación de Románico, como nombre genérico de una expresión artística, es
reciente, de principios del siglo XIX, siglo en el que se comenzó a estudiar
dicho arte en el mundo centroeuropeo, fundamentalmente en Francia. Desde el
punto de vista arquitectónico apareció en el curso de la consideración de las
artes en la Edad Media,
también durante el siglo XIX.
El
término “románico” fue acuñado por el historiador y arqueólogo normando Charles
de Gerville en 1.818, para agrupar el arte europeo desarrollado desde el siglo
V (caída del Imperio Romano) hasta finales del siglo XII (comienzo del arte
gótico), pero que en la actualidad ha quedado reducido a la corriente
estilística predominante en buena parte de la Europa cristiana desde finales del siglo X a bien
entrado el XIII. La primera vez que se habla del término “románico” fue en una
carta de Gerville a Auguste Le Prevost el 18 de diciembre de 1.818, en la que
hablaba sobre este arte medieval.
De Gerville considera que el arte románico es
heredero del arte romano y, ya que entonces se había creado el término “Lenguas
Romances” para referirse a las lenguas herederas del latín, De Gerville lo que
hace es asimilar este término a la arquitectura. Considera que el gótico es un
arte anti-clásico y, por eso, no hace su extensión del término a este estilo
cuya nomenclatura tiene un origen diferente. Lo fundamentaba en que los arcos
de medio punto y la piedra se parecía a la arquitectura romana.
En
realidad, De Gerville crea el término, pero no es él quién lo difunde. Tras
recibir una carta, Arcisse de Caumont escribe un libro publicado en 1.820
llamado Essai sur l’architecture de Meyen
Age, particulierement en Normandie (Ensayo sobre la arquitectura de la Edad
Media, particularmente en Normandía). En ese volumen será la primera vez en que
el término “Arte Románico” aparezca en un sentido académico u oficial. Hasta
entonces, todo el arte producido entre la caída del Imperio Romano y el
comienzo del Renacimiento era denominado simplemente como “medieval” o incluso
“bárbaro”, evidentemente con un claro matiz peyorativo.
Pero no vayáis a pensar que, aunque el Arte
Románico tuvo en Francia su cuna de nacimiento, esplendor y expansión, sólo
fueron franceses los que se preocuparon por la palabreja. En España también
hubo quién investigó, y bien, acerca de este vocablo.
Según
el catedrático Francisco López Estrada, la palabra “románico” se inventó. Fue a
lo largo del siglo XIX, en determinados círculos intelectuales, precisamente
para poder usarla en los dos dominios de estudio correspondiente en sus dos
acepciones actuales: el de la lengua en su vertiente científica (filología), y
en el de la teoría sobre el arte medieval (arquitectura).
Después
se irradió su uso hacia los otros aspectos culturales, y llegó su aplicación al
conjunto de la vida del hombre de esa época mediada entre los siglos X y XIII.
Desde
hace más de 100 años, el significado que se le da a la palabra Románico no es
el de adjetivo romano. Románico responde a una definición de estudiosos del
arte creada en el siglo XIX que aglutina un conjunto de elementos y templos,
junto a otros edificios civiles y militares, construidos en Europa
primordialmente entre la 2ª mitad del siglo X hasta mediados del siglo XII,
durante los que incluso en algunos lugares “convive” con otras artes
constructivas, como el gótico, y que recibe influencias de diversos estilos.
Etimológicamente,
“románico” procede del latín romanicus,
que traducido significa “relativo a lo romano”. Nace en contraposición al término
gótico (gothicus, latín, relativo a los godos), y godos (del latín gothus,
individuo de un antiguo pueblo germánico fundador de reinos en España e
Italia), para denominar el tiempo que abarca desde la caída del Imperio Romano,
hasta la resurrección del mundo “clásico” con el Renacimiento. Venía a
significar lo contrario a gótico, al igual que venía a justificar la
diferenciación entre el arco en punta (gótico) con el redondo de medio punto,
de origen romano y románico.
El DRAE define “románicas” como: “… las lenguas derivadas del latín y sus
correspondientes manifestaciones literarias y culturales”. En otra
acepción, define “románico” como: “… el
estilo arquitectónico que dominó en Europa durante los siglos XI, XII y parte
del XIII, caracterizado por el empleo de arcos de medio punto, bóvedas de cañón
y columnas exentas y a veces resaltadas en los machones y molduras robustas”.
¡Madre mía! ¡¿Qué serán los machos y las molduras?!, os preguntareis.
Tranquilos, todo a su tiempo. Sin correr y sin prisas.
Oficialmente,
la palabra “románico” fue incorporada en el DRAE en la edición de 1.899 (en la
edición de 1.884 no aparecía) con las dos acepciones de designar ese estilo
artístico y esas lenguas vernáculas
(lenguas de nuestra casa, lengua doméstica del país) que habían nacido
procedentes del latín, en los distintos países europeos de influencia romana.
Aquí
en España, el término latino “romanus”
se oponía al término “barbarus”, para
enfrentar dos maneras de vida, la ordenada guiada por Roma, y la desordenada de
los bárbaros.
En
castellano, el vocablo “romance”
(romanz o román) procedente por etimología de “romanice”, cuyo significado
inicial designaba a la lengua vernácula entendida por todos y común al pueblo
de esa época que tratamos, en oposición al latín, conocido y usado por los
menos. Se hablaba de “lengua romana” opuesta a “lengua latina”, para
diferenciar la lengua vernácula y popular, con el latín literario y científico.
Bueno,
¿cómo se os ha quedado el cuerpecillo? ¿Todavía tembloroso de la sobredosis
románica? ¡Venga, que no es para tanto!. Pensad que nuevamente habéis aprendido
que todo tiene un porqué, que “de la nada, nada se hizo” que decían los
antiguos romanos (no románicos)… Y, ¿sabéis cómo lo decían?: “Ex nihilo nihil fecit”. Sí, sí, en
latín, lo que hemos dicho, utilizando una lengua culta en vez de una lengua
vernácula (no os enfadéis que ya sabéis lo que significa vernácula); como
ocurrió con la palabra “románico”.
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