¡Hooola! ¡Hola! De vuelta al Tajo … o al trabajo. ¿Cómo se dice en realidad? Bueno, no importa. Avancemos un poco más.
Durante los capítulos anteriores, nos hemos dedicado a explicar lo importante que es tratar de “viajar mentalmente” hacia esos años del románico para entender su época, y lo hemos argumentado con unas ilustraciones que mostraban cómo eran los poblados y la sociedad en los años de aquellos siglos. Hemos terminado hablando del poder del rey para con sus súbditos y para con los demás señores, sobre todo a la hora de querer más y más poder, y dominar más y más tierras. En definitiva, se pasaban la vida peleando unos contra otros o … ¡contra los musulmanes!, que a comienzos del siglo VIII, en el año 711 más concretamente, con un ejército de 12.000 hombres en su mayoría bereberes, y con Tariq al mando, habían entrado por el estrecho de Gibraltar procedentes del norte de África, y habían conquistado prácticamente toda España. Vencieron a los visigodos, comandados por el rey visigodo Rodrigo, en la batalla de Guadalete y, a partir de ahí, conquistaron toda España en muy poco tiempo. La antigua Hispania romana y visigoda pasó a formar parte del imperio islámico, con el nombre de Al-Ándalus. Tan rápida fue la victoria islámica que casi se puede decir que nos pillaron desprevenidos, aunque realmente, la historia no fue así.
Veamos cómo era España.
En aquellos años del siglo VIII, en España reinaban los visigodos, ¡sí chicos!, esos reyes que tenían nombres tan raros, y que nuestros padres se los tenían que aprender de memoria y con soniquete en la escuela: Ataulfo, Wamba, Recaredo, Chisdasvinto, Recesvinto, Witiza, entre otros, y Rodrigo, que, como dije antes, fue el último y el que peleó en la batalla de Guadalete, siendo vencido por las tropas musulmanas de Tariq.
Este reino visigodo pertenecía a los pueblos bárbaros que fueron surcando Europa después de la desintegración del Imperio Romano. Los españoles podemos presumir de que nuestro reino visigodo fue seguramente uno de los más avanzados de cuántos constituyeron Europa durante los siglos VI y VII, en buena medida gracias a la inmensa romanización de la Hispania romana.
Pero toda esa herencia romana que trataron de manejar los visigodos fue la que les hizo caer con el estrépito con que lo hicieron, y es que uno de los grandes misterios de nuestra historia es la fragilidad del Reino Visigodo, que se tradujo en su inmediata desmantelación y rapidísima conquista por un puñado de guerreros africanos y árabes, inicialmente en franca minoría sobre la población hispano-romana-visigoda nativa.
La fulgurante conquista política y militar de la mayor parte de la Península por un conjunto de pueblos de distinta raza pero animados por la misma fe, supuso una ruptura radical con respecto a la trayectoria de otros jóvenes reinos europeos.
Toledo era la capital de aquel reino visigodo, y fue una de las primeras ciudades en ser conquistadas por los musulmanes. Después vinieron Mérida, León, Compostela, y muchas otras, todas ellas ganadas en un corto espacio de tiempo, ya que encontraron muy poca oposición a su avance guerrero y les costó muy poco dominar.
Aún así, no todos los visigodos fueron vencidos. La única parte que quedó sin conquistar fue parte de Cantabria y Asturias, el Reino de Asturias, que era más bien pequeñito. Pero, ¡ay amigüitos!, ¡qué equivocados estaban los musulmanes al menospreciar la pequeñez del territorio y los pocos guerreros que allí había! ¡Eran pocos y pequeñitos, pero matones!
Unos pocos nobles visigodos se refugiaron al norte del Sistema Cantábrico. Allí, las poblaciones de las actuales Asturias y Cantabria, junto a los vascos, lograros escapar de la dominación islámica. Los musulmanes lograron cercarlos en la Cueva de Onga para tratar de someterlos y vencerlos, pero estos hombres y mujeres, comandados por Pelayo, fueron capaces de vencer a sus enemigos en la conocida batalla de Covadonga (contracción de la “Cueva de Onga”), entre los años 725 y 750. Ese éxito militar de los astures, cántabros y vascones sobre los musulmanes es una fecha clave en la historia de España, ya que marca el comienzo de lo que se ha llamado la Reconquista. La Reconquista no es sino el tratar de volver a conquistar todo el territorio que los musulmanes nos habían arrebatado desde que éstos entraran por Gibraltar en el 711, y esa misma Reconquista fue la que hizo que España, durante el siglo X apenas tuviera relación con el arte Románico.
La siguiente ilustración, como os podéis imaginar, no es de la batalla de Covandonga, pero representa el combate a caballo entre un caballero cristiano y otro musulmán; un combate de los muchos que se pudieron producir durante dicha batalla. “¿Y cómo sabes que es uno es cristiano y el otro musulmán?”, os preguntareis más de uno. Buena pregunta, pero la respuesta es sencilla: por la forma de sus escudos. El cristiano tiene el escudo más largo y terminado como en punta, mientras que el musulmán utilizaba un escudo totalmente redondo, como en la ilustración. El capitel se encuentra en el Palacio de los Reyes de Navarra, en Estella.
Continuemos con nuestra narración del comienzo de la reconquista.
Los estados cristianos que se crearon a raíz de la Reconquista se moverán en una continua alternancia de pactos, alianzas, guerras de frontera, relaciones de familia, intentos de unificación y desunión, pero animados por un más o menos inconsciente impulso de recuperación de los territorios meridionales.
La historia de España es una constante de guerras entre cristianos y musulmanes, entre los reinos cristianos y el mundo musulmán de Al-Ándalus (de aquí proviene la palabra Andalucía), pero también entre cristianos y cristianos, y entre musulmanes y musulmanes. Y pensaréis: “¡hay que ser tontos para pelear entre ellos mismos cuando lo que tenían que hacer era ganar territorios los unos y tratar de defenderlos los otros!”. Sí, pero, las personas somos así; mejor dicho, el querer acaparar más y más nos hace ser así: pelearnos con nuestros semejantes por querer tener más que ellos, ser más que ellos, llegar más lejos que ellos. Y esas guerras civiles entre cristianos no hicieron sino retrasar la Reconquista, que no pudo completarse hasta finales del siglo XV.
Por cierto, ¿sabéis en qué año fue la toma de la última ciudad andaluza en poder de los musulmanes, y con ello el final de la reconquista y la rendición de las tropas musulmanas? ¿Os suena el año 1492? ¡A qué sí! ¡Claro! ¡El mismo año que Cristóbal Colón descubrió América! ¡Qué coincidencia! ¿Verdad? La ciudad era Granada, con su Alhambra y su Generalife.
Bien, prosigamos, pero antes vamos a ver un mapa de cuáles eran los dominios del Califato de Córdoba en el año 1.000.
Durante la segunda mitad del siglo X, es decir, sobre el año 950 y siguientes, en toda Europa, incluida España, sus habitantes tenían terror a la llegada del año 1000: era el llamado terror milenario. Este terror consistía en que pensaban que con la llegada del año 1000 se iba a producir la rotura de las cadenas que tenía encadenado a Satanás y a los demonios para que no causaran mal al mundo. Con la rotura de sus cadenas y la llegada de los demonios, la tierra se convertiría en un verdadero caos: hambrunas, sequías, plagas de enfermedades, guerras, muertes, incendios, destrucciones, etc.; vamos, ¡el fin del mundo!.
Recordamos nuevamente que la sociedad medieval estaba muy arraigada en la religiosidad, buscando siempre en ella la explicación a sus desgracias. Durante la Edad Media Cristiana, existió la creencia generalizada que, en base al Apocalipsis de San Juan, el fin del mundo sobrevendría llegando el año mil. El texto es el siguiente:
“Luego vi a un Ángel que bajaba del cielo y tenía en su mano la llave del Abismo y una gran cadena. Dominó a la Serpiente, la Serpiente antigua –que es el Diablo y Satanás- y la encadenó por mil años. La arrojó al Abismo, la encerró y puso encima los sellos, para que no sedujera más a las naciones hasta que se cumplieran los mil años. Después tiene que ser soltada por poco tiempo.” Apocalipsis, 20, 1-3.
Hoy en día, casi a diario, aparecen noticias anunciando el fin del mundo en un determinado día según vaticina una religión o secta integral o religiosa. Obviamente, nunca sucede nada de lo que anuncia, pero la diferencia entre las fechas que pronostican estas religiones y la fecha pronosticada en la edad media hay bastante diferencia. La principal diferencia es que la población campesina no conocía la fecha en que vivía. Hay que tener en cuenta que el concepto moderno del tiempo es progresivo, nunca vuelve atrás; mientras que el tiempo en la edad media era cíclico. Los campesinos identificaban las estaciones del año por las distintas faenas que debían realizar en el campo o en la casa: sembrar, cosechar, vendimiar, almacenar comida, matanza del cerdo, etc. Tenían muy en cuenta los ciclos lunares. Todo volvía a repetirse una vez tras otra. No tenían en cuenta el paso del tiempo, no cumplían años, pues casi ninguno sabía la edad que tenía.
Como podéis adivinar, llegó el año 1000 y nada de eso sucedió, por lo que las gentes europeas se quedaron más tranquilas. No así en España que, aunque se dieron cuenta que el terror milenario no era tal, sí que tenían otro terror dentro de sus tierras que había llegado antes del año 1000, y este terror no era milenario ni nada parecido. Era un terror de carne y hueso. Era Almanzor.
Almanzor era un caudillo árabe cuyo nombre verdadero era Muhammad Ibn Abi ‘Amir, al-Mansur (¡sin nombre que está el titi!), conocido en las fuentes cristianas por la latinización de su sobrenombre, Almanzor, “el victorioso”.
Aunque os he dicho que era un caudillo árabe, sólo lo era por la zona (que no ciudad) de nacimiento y por la religión que profesaba, pues era español de pura cepa, ya que nació aproximadamente en el año 939 en Torrox, en la provincia de Málaga. Pero como esa zona era todavía zona musulmana, pues en realidad, se le podía considerar musulmán, aunque nació dentro del hoy territorio español. Murió en 1002 en Calatañazor (Soria), debido a las heridas sufridas durante la batalla celebrada en las inmediaciones de esa localidad soriana.
Este caudillo sembró la muerte, el terror y la destrucción en ciudades tan importantes como Santiago de Compostela (997, en la que se llevó las campanas de su catedral a Córdoba), Sahagún (León), León, Barcelona (985), San Millán de la Cogolla (La Rioja), entre otras. Todas estas conquistas provocaron entre los reinos cristianos una verdadera desmoralización. Su muerte fue un soplo de viento puro y fresco entre los cristianos que, ahora sí, se sacudían su verdadero terror. Cuando muere, un cronicón castellano dice que “Almanzor está enterrado en el infierno”.
Durante estos tiempos, aparecen personajes como el Cid Campeador, cuyo verdadero nombre era Rodrigo Díaz de Vivar, reyes como Sancho IV en Navarra, Pedro I, también en Navarra y en Aragón, y Alfonso VI en Castilla.
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