Ilustrísimas y reverendísimas fuerzas vivas todas que pululáis por este templo de la sabiduría y el conocimiento, que os decantáis por textos ensalzadores del dios Hipnos en vez de disfrutar de imágenes poderosas, edificantes y dignas de toda loa sobre el ser humano y sus formas y maneras de ser aún mejores personas de lo que ya lo son (¡el que lo sea o quiera ser!), autoridades domésticas y de “andar por casa”, hermanos mayores, medianos y pequeños. Hermanos todos: hoy es otro buen día pandémico, vírico y con “el moco tendío” para sermonear uno, oír todos y escuchar pocos o ninguno, y continuar con nuestro tan querido, añorado y ya casi olvidado Arte Románico.
Como decíamos ayer (mi colega Fray Luis de León comenzaba así sus oratorias como profesor en la universidad de Salamanca) toda construcción religiosa anterior a la Edad Contemporánea, y muchas no religiosas posteriores a dicha Edad, están basadas fundamentalmente en la geometría, en los números y en las proporciones.
Focalizando este nuevo “tostón” en la arquitectura medieval, ésta comenzó a gravitar en torno a conceptos de pura geometría como disciplina capaz de proporcionar un sugestivo repertorio de figuras con fuerte carga simbólica relacionada, por lo común, con la imaginería religiosa. Los dibujos geométricos creados a partir de esa geometría funcionaban como símbolos, una forma de pensamiento humano dónde se hacen coincidir los conceptos del mundo visible y asociarlo al mundo invisible. Aquello que es inexplicable mediante el lenguaje se comunica mejor con una imagen, que es más intuitiva. Por este motivo, el símbolo trasciende las palabras y penetra mejor en la conciencia. Los elementos formales que constituyen ese conjunto de símbolos o dibujos geométricos se rigen por la llamada “geometría sagrada”, considerada como una metáfora del orden universal, y que recurre a figuras y formas geométricas primarias, como el círculo, el cuadrado, el triángulo, etc., ya referidos en la primera parte. Por tanto, la arquitectura cristiana hace uso de formas geométricas determinadas por ciertos simbolismos. Tal concepto puede ser aplicado a la iconografía sagrada cristiana en general.
El arte edificatorio medieval mantuvo siempre presente las proporciones y su simbolismo geométrico y numérico. La utilización de la geometría no se hacía únicamente por motivos estéticos. Belleza y construcción, estética y técnica van unidas, para encontrar la armonía y la perfección En la temprana Edad Media el estudio de la belleza era una rama de la teología, ya que se entendía como un atributo de Dios. Según San Agustín de Hipona (354 – 430), la arquitectura debe reflejar la armonía eterna que transmite al espíritu la experiencia de Dios, y que la belleza debe consistir en unidad y orden que surgen de la complejidad. Tal orden podría ser ritmo, simetría o simples proporciones. Luego la armonía podía consistir en las proporciones armoniosas de las dimensiones. Esta última idea se atribuye, una vez más, a Pitágoras (¡ya está aquí otra vez éste!), quién habría descubierto el hecho de que ciertas proporciones aritméticas en los instrumentos musicales, como las longitudes de las cuerdas, producen armonía de tonos. A partir de ahí, otorgó importancia a las relaciones numéricas y proporcionales, a las establecidas entre éstas y las figuras geométricas.
Pitágoras, la música, los números y la longitud de las cuerdas en las notas musicales
Durante el periodo o época que tratamos de abarcar, por todas partes, en todas las ciencias y en todas las artes se percibe la búsqueda ardiente de las leyes de la armonía y las leyes de los números. No en vano, los constructores de catedrales a veces escogían los números por su valor simbólico (otro día hablaremos de ese valor simbólico de los números, que tampoco tienen desperdicio; al contrario, nos llevaremos múltiples y gratas sorpresas), tratando de conseguir en las proporciones de las catedrales aproximarse a la concepción de un edificio cósmico, modelo del universo medieval como ilustración de todo lo bello, que descansa en la proporción perfecta. Como ejemplo de todo ello podemos centralizarlo en la imperfección deliberadamente geométrica de la arquitectura románica, contrastada por el rigor simbólico de los números. La relación ideal entre la altura y la longitud del edificio debía ser de uno a diez (1 a 10), y de uno a seis (1 a 6) entre la anchura y la longitud.
La aparición y, sobre todo, la aplicación de la geometría en la arquitectura medieval, se refuerza aún más en este periodo por ser el primigenio de toda gran construcción que ha llegado hasta nosotros en mejor o peor estado de conservación (obviamente toda construcción realizada durante la Edad Antigua, en periodo egipcio y en época griega y romana también tuvieron su aplicación geométrica, y también han llegado a nosotros de igual forma y manera). Con la geometría se idearon y se construyeron figuras con una fuerte carga simbólica relacionada con la imaginería religiosa (no olvidemos que en esa época, todo giraba alrededor de la religión, para bien o para mal). No es extraño, por tanto, ver representado a Dios como el Gran Arquitecto, provisto de los instrumentos de la geometría en su quehacer de diseñar el mundo.
Dios, el Gran Arquitecto
De forma alegórica, el maestro constructor recurría a las mismas herramientas (compás y escuadra) para aproximarse al Hacedor. Al someterse a la geometría, el arquitecto medieval sentía que estaba imitando al Maestro Divino en su trabajo. Fue entonces cuando la usanza de métodos geométricos para lograr proporciones perfectas pasó de ser un requisito de diseño a transformarse en una condición técnica y estética; “geometría fabrorum”, “geometría de la construcción”, la geometría de los que obran, de los que trabajan, en contraposición a la geometría que formaba parte del Quadrivium, las cuatro materias de las artes intelectuales.
¿Cómo se os está quedando el cuerpecillo? ¿Geométrico? ¿Proporcional? ¿Descompesao? ¡Ánimo que ya estamos acabando esta segunda parte para meternos de lleno en el estudio más o menos superficial de ciertas figuras geométricas cargadas de simbolismo y aplicadas a la arquitectura religiosa! Pero antes de ello, no quisiera dejar pasar la ocasión para comentar algo que creo que os va a animar a continuar, y no es otra cosa que las medidas utilizadas durante esa época o durante esos años constructivos y fructíferos.
Durante estas dos partes hemos hablado mucho de geometría a nivel muy general, pero sin profundizar en ningún elemento en particular. Han aparecido (sólo leídas) figuras geométricas básicas, como el cuadrado, el círculo o el triángulo, pero poco más. Lo mismo ha sucedido con los números: muy pocos y muy generalistas, y os preguntaréis: ¿por qué no se ha profundizado tanto en números como en figuras? Todo ha sido armonía, proporciones, belleza, pero sin profundizar; todo muy superfluo. La razón es muy sencilla. Veréis.
El uso de proporciones y no de medidas fue consecuencia de la necesidad de asentar unidades de medidas que eran muy diferentes dependiendo de la zona en donde se manejaban. Esta dificultad promovió la necesidad de encontrar fórmulas geométricas generales. Como las unidades de medida variaban de una ciudad a otra, los arquitectos evitaban indicar en sus planos cotas, y se interesaban especialmente por las proporciones. Fue así como surgió el uso de las medidas tomando como unidades las correspondencias con determinadas partes del cuerpo humano; son las medidas antropomorfas. Podemos encontrar planos con números que pueden corresponder a pie, codo, palmo, mano, dedo, etc., con la particularidad y la dificultad que no todas las medidas llamadas de la misma forma tuvieran las mismas dimensiones. Por ejemplo:
Pie castellano o de Burgos (también
llamado segoviano) -> 27’86 cm.
Pie capitolino
-> 29’57 cm.
Pie carolingio
-> 34’32 cm.
Pie dórico
-> 32’5 cm.
Pie prusiano
-> 33’27 cm.
Codo griego
-> 46’30 cm.
Vara -> 3
pies o medio estado.
Vara
capitolina -> 88’70 cm.
Vara jaqueca
-> 77 cm.
Vara vieja de Toledo -> 90’60 cm.
¡Vaya telita, ¿eh?! ¡Cómo se aproximaban estos Magister Muri en sus medidas! Como observaréis, números exactos hay pocos, por no decir ninguno. ¡Qué ganas de complicarse la vida tenían estas personas! Pero así era en aquellos años.
Si hemos dicho que el pie es una medida antropomorfa, ¿a qué equivale realmente con relación al cuerpo humano.
Bien. Leamos.
Un pie es la sexta parte de la altura de un hombre, aproximadamente, o lo que es lo mismo, sumando seis veces el pie delimitaremos la altura del cuerpo. Por ello, todos coincidieron en que el número 6 es el primer número perfecto (un número es perfecto cuando es igual a la suma de sus factores primos o divisores; 6 = 1 + 2 + 3. Siguiente número perfecto es el 28; 28 = 1 + 2 + 4 + 7 + 14). Además observaron que un codo equivale a seis palmos, o lo que es lo mismo, veinticuatro dedos. Otras medidas serían: un palmo equivalen a cuatro dedos; y un codo equivale a veinticuatro dedos.
Pero además de estas medidas antropomorfas, los maestros constructores (Magister Muri, ¿recordáis?) utilizaban sus propias varas o virgas para realizar medidas en las construcciones en las que trabajaban o participaban. Cada uno llevaba la suya, e incluso la grababan en una parte de dicha construcción para que todas aquellas personas que trabajaran en ella tuvieran claro cuál era la medida exacta de la unidad básica constructiva. Esto mismo lo podemos observar en la catedral de Jaca (Huesca), grabada en un lateral de la puerta sur de dicha catedral; es la denominada vara jaquesa. De todo ello, recordaréis que ya hablamos en la parte dedicada a la construcción románica. ¿Lo recordáis o no? … ¡Claro que sí!.
Vara
Jaquesa
Ubicación de la vara jaquesa en un lateral de la puerta sur de la catedral de Jaca (Huesca)
Una vez más se ha podido demostrar que todo tiene su porqué, que nada se hizo o se hace al azar; ya lo decían los romanos: Ex nihilo nihil fit, (Boecio. "De aeternitate mundi") que traducido significaría: “De la nada, nada proviene”. Los constructores de la Antigüedad, Edad Media, Renacimiento y posteriores épocas tenían muy claro cómo querían expresar aquello que llevaban dentro y que no podían expresar con palabras, bien por un analfabetismo galopante, por falta de experiencia, por desconocimiento; por lo que fuera. Sin embargo idearon una manera propia y personal de expresarse, tratando de dar a conocer aquello que querían que los demás supieran, a la vez que hacían sentir sentimientos más cercanos y más alejados de los suyos, pero que algo les decía, algo les hacía pensar. De esta forma nació el simbolismo, tantas veces tratado y que en estas nuevas entregas ha aparecido en varias ocasiones.
Al mismo tiempo, demostraron que se puede construir desde una relación proporcional entre geometría y arte, aglutinando ambas disciplinas, mostrando cómo las diferentes culturas traducían su fe en estructuras físicas, a la vez que hacían uso de formas determinadas por cientos de simbolismos. Círculos megalíticos, pirámides, tempos budistas, zigurats, minaretes, iglesias románicas, catedrales góticas, etc., constituyen todo un elenco de construcciones religiosas basadas en esas dos disciplinas, al tiempo que se convertían en verdaderas enciclopedias simbólicas del ser humano.
La transmisión de esta geometría mística o sagrada continuará en el tiempo pero impregnada y, por qué no decirlo, adulterada por la magia, la cábala, la alquimia, la astrología y otras disciplinas más herméticas hasta muy entrado el Renacimiento. Pero eso ya es harina de otro costal.
¡Hasta pronto!
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