El refranero español, bastante más
sabio que quién lo utiliza (pero ¡bastante más!, sobre todo en la actualidad),
siempre está dispuesto y preparado para apoyar y complementar cualquier tipo de
situación, sea del índole que sea, que tenga que ver con la vida del hombre en
la tierra. Y la situación que ahora os traigo a colación bien se podría apoyar
con el siguiente refrán: “Con mi tiempo y mi dinero, hago lo que quiero”,
refrán muy utilizado por los holgones del pueblo para justificar sus acciones
ante sus, muchas veces, obligaciones. Si a ese mismo refrán lo acompañamos o
complementamos con el tan utilizado desde el origen de los tiempos: “Haz lo que
yo te diga, pero no hagas lo que yo haga”, ya tenemos a ese holgón inquisidor
del totalitarismo dispuesto a decirnos, exigirnos y casi obligarnos a qué
podemos y qué no podemos hacer, sin tener en cuenta lo que él haga o deje de
hacer. Además, estos pichuleros, mayormente burgueses gracias a su condición de
barrigasagradecías, tratan siempre de ponerle nombres feos y malos a todo lo
que no les conviene, como es el caso del palabrajo que se está comenzando a
usar cada vez con mayor frecuencia entre el vulgo: demotanasia.
Paradójicamente,
esta palabra que trata de ser un sinónimo de despoblación, no existe (no
interesa la realidad a la que hace referencia) en el diccionario de la RAE. Es
una palabra acuñada por la investigadora Mª Pilar Burrillo en 2015 (palabra
casi bebé en nuestra sociedad) para referirse a un proceso por el que, debido a
acciones políticas u omisión de las mismas, se provoca la desaparición de un
territorio que emigra y deja la zona sin relevo generacional; es decir, un
territorio envejecido y condenado a su total desaparición, lo que siempre se ha
llamado despoblado.
Etimológicamente,
esta palabra hace referencia, a su vez, a dos palabras más: demos, población,
pueblo, y Thanatos, dios de la muerte e hijo de la noche Nix. Por tanto,
demotanasia podría traducirse o definirse como la muerte de un pueblo o una
población.
https://educalingo.com/es/dic-pt/tanatos
Si
tuviera que autodefinirse como filósofo provecto, dejando a un lado mi condición
eclesiástica, estaría en condiciones de afirmar tajantemente que un pueblo o
una población no se muere; realmente la matan sus habitantes. El final es el
mismo, pero el comienzo no: no es lo mismo morir sin más (que ya es bastante
desgracia, porque como vivo no se está de ninguna manera) que te maten. No es
lo mismo por mucho que lo digan esos pichuleros. Y es justo en este punto donde
se enlazan y confluyen los dos refranes referidos al comienzo con esta
palabreja.
Estos
interesados de turno, nuevos burgueses de ascendencia barrigasagradecías, se
empeñan día a día en culpar a los demás de esa acusada y generalizada
despoblación que sufren la mayoría de los pueblos, sobre todo en zonas donde
tanto la orografía del terreno como el clima que padecen hacen que las
condiciones de vida y las perspectivas de futuro no sean las idóneas para
habitar en ellos. Sin embargo, cuando su dedo acusatorio señala a una
determinada parte de la población (por no decir la totalidad), nada dicen de lo
que realmente hacen ellos para evitar dicha despoblación. Los demás son los
culpables de abandonar sus tierras y sus casas para buscar una vida mejor,
tanto para ellos como para sus hijos, mientras ellos abandonan furtivamente,
siempre en días holgones, sus casas y sus pueblos para disfrutar de su “merecido
descanso” en otra ciudad (nunca un pueblo), a ser posible con más perspectiva
de futuro para sus hijos y más actividades descansatorias (a ser posible con
vistas al mar) para ellos. Los demás son viles desertores y renegados de su
historia por abandonar su tierra, mientras ellos son los patéticos repobladores
de territorios infestados de tontos pichuleros del montón que no conocen su
propia miseria ni aun cuando la ven en los ojos de los otros.
Ellos
tienen el derecho autoconcedido de decir a los demás que no abandonen su territorio
y su población, que deben mejorarlo y que ellos les ayudarán. Mientras tanto,
mientras esa ayuda llega (nunca lo hará), ellos “descansan” al borde del mar;
es decir, magnifican el refrán “con mi tiempo y mi dinero (que es de los otros
por pagarle para ayudarles), hago lo que quiero”. Además, “no se os ocurra
hacer lo que yo hago”, piensan ellos.
Ya
descansados, regresan al futuro territorio demotanásico para seguir hurgando,
alentando y engañando a la población con promesas vanas y viles acerca de
conseguir una vida mejor, con proyectos sustentados con humo que la primera
ráfaga de viento de sensatez y cordura se lleva por delante. Son los primeros
en quejarse públicamente de la falta de oportunidades, de la falta de vida
social y laboral del territorio, a la vez que preparan su huída y próximo
descanso lejos de esa moribunda ciudadanía secuestrada por su propia existencia
y su mala fortuna por tener que convivir con estos embaucadores cuya única
función en la vida es conmover a las gentes de bien y culpabilizarlas por no
hacer o no ser como ellos, lo que jamás ocurrirá entre otras cosas porque no
les interesa que eso ocurra. Mientras unos vivan bajo el yugo demotanásico, los
otros lo harán sobre esa mísera libertad que implica deformar la realidad para
seguir manteniendo ese binomio antagónico que les permita mantener esa
superioridad y supremacía sobre los demás.
https://www.dclm.es/noticias/65029/la-despoblacion-presente-pasado-y-futuro
No
es propio de una persona provecta como yo, y mucho menos si tenemos en cuenta
mi condición eclesiástica, hablar de este modo tan grosero y tan barriobajero,
pero hay situaciones en las que, volviendo a utilizar el refranero español, hay
que llamar “al pan, pan, y al vino, vino”. Sólo de esta forma quizás se llegue
a poner de manifiesto quiénes son en realidad unos y quiénes son los otros.
Llamándolos a cada uno por su nombre, quizás comiencen a tomar conciencia de su
verdadera existencia y les brote su miseria acumulada que los haga volver al
vómito.
La
hipocresía y la estupidez humana es infinita, mucho más cuando la generan este
grupo de inquisidores sociales, cofrades de la mentira y la ofensa, que sacan a
relucir su intransigencia y arrogancia cada vez que alguien difiere de su forma
de entender sus actos y su mundo que, por cierto, siempre suele descansar sobre
sólidos cimientos de ignorancia. Tratan de condicionar la forma de ver la
realidad y el comportamiento a seguir por los demás. Y cuánto más alejados
estén uno de los otros, menos benevolencia tendrán. Llamándolos por su
verdadero nombre quizás se consiga que se miren al espejo de su propia
existencia y descubran quiénes son realmente. Si el personaje que ven reflejado
en él consigue hacerles sudar los ojos, la verdadera igualdad estará
renaciendo, al tiempo que expulsamos a Thanatos de nuestro vulgo y acogemos y
nombramos hijos predilectos de nuestro territorio y existencia a Zeus y Palas.
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