VÍRGENES NEGRAS (II)
(Madre-Tierra,
Diosa-Madre, Magna-Mater)
Como se ha podido comprobar en la primera parte de este miniestudio
acerca de las vírgenes negras, las mismas no han aparecido ni por asomo; tan sólo se ha realizado una breve
introducción y una miniexplicación a la aparición del culto mariano y la “desaparición”
del culto a la Madre-Tierra o Magna-Mater. Pero de negrura, nada de nada.
La breve introducción puede
considerarse como un punto de partida para comprender la aparición del culto a
la Virgen María. Podrá estar mejor o peor enfocado, mejor o peor realizado,
mejor o peor expresado canónicamente. Eso, para los más creyentes debe darles
un poco lo mismo. Los feligreses católicos deben tener siempre presente lo que
ha enseñado y enseña la Iglesia Católica. Para los demás, esta introducción
puede servirles para comprender el trasfondo arquetípico que subsiste en el
culto mariano. Para los más escépticos, quizás pueda serles más comprensible el
enfoque sincrético para que capten la sacralidad de estos argumentos. Yo,
haciendo uso de mi condición eclesiástica, me atrevería a recordaros las
palabras dichas por el papa Juan Pablo II en 1984: “La Iglesia ayudará a todos los creyentes a respetar y a tener en gran
estima los valores, tradiciones y convicciones de los otros creyentes… Siendo
consecuentes con la propia fe, también es posible compartir, comparar y
enriquecer las experiencias espirituales así como los caminos que llevan al
encuentro con Dios.” Ese encuentre con Dios aludido por el papa puede darse
en cada uno de nosotros con nuestro propio Dios, con nuestra propia creencia
más interna e intensa, con nuestro propio significado final de nuestra vida,
con lo más profundo de nuestro ser, siempre que ese dios profundo y faro de
nuestra vida nos ayude a comprender a todos los demás que tienen un dios
diferente al nuestro.
Juan Pablo II. Iglesia de Santa Eufemia. Ourense
Pero tanto unos como otros, creo que deberían tener claro que el culto
mariano, mejor dicho, el culto a una divinidad femenina, es muy anterior al
culto a Jesús como Hijo de Dios, con la correspondiente y consiguiente
aparición del cristianismo.
Como ha quedado manifestado anteriormente, el culto a la tierra o
Madre-Tierra se produce como consecuencia de las creencias antiguas acerca de
la creación de la vida, de la similitud entre el parto de la mujer cuando nace
un nuevo ser humano y la fertilidad de la tierra cuando produce los productos
necesarios para la subsistencia del mismo. Ese binomio formado por una madre y
por la tierra es el que crea esa divinidad Madre-Tierra adorada por todas las
culturas desde que la humanidad es la humanidad, y cuando toma conciencia de la
vida, la muerte y la regeneración de la tierra.
Las culturas antepasadas neolíticas
agricultoras encontraron una total analogía entre la fertilidad de la mujer y
la de la madre naturaleza. Establecieron la identificación de la vida de la
naturaleza con la vida femenina y sus funciones; ambas tenían las mismas
funciones con respecto a dar la vida. La madre de familia y la madre naturaleza
cumplen funciones equivalentes. Y así ocurre que la Madre-Tierra o Diosa-Madre
se encuentre en los orígenes de todas las mitologías, incluidas las griegas y
las del pueblo judío. En la raíz de todos los mitos históricos estuvo la
creencia de una divinidad femenina: diosa que reunía los poderes fecundantes y
fertilizantes de la naturaleza.
La aparición y expansión del
cristianismo trató de anular o de exterminar ese culto a la Madre-Tierra o
Diosa-Tierra. Cuando tuvo conciencia que le era imposible su erradicación
total, comenzó con un proceso sincrético para asimilar y transformar ese culto
ancestral y considerado pagano en otro tipo de culto adaptado a las nuevas
creencias que deberían regir a partir de ese momento.
Isis, Artemisa, Diana, Kali,
Cibeles, Démeter, Proserpina, Inanna, Isthar, Astarté, Tanit, Belisana. Todos
ellos son nombres de diosas relacionadas con la Magna-Mater o Diosa-Tierra de
diferentes culturas ancestrales, tales como la fenicia, la púnica, la egipcia o
la celta. De algunas de ellas podremos tener más o menos conocimiento de su
existencia pero muy pocos son los que las asocian a cultos de la Madre-Tierra,
y muchos menos los que las asocian a la propia Madre-Tierra que engendran y dan
a luz “niños divinos”; tal es el caso de la Isis egipcia, que da a luz a su
hijo Horus incluso después de la muerte de su esposo Osiris, asesinado por su
hermano Set.
Representaciones de Isis
Y ahora os preguntaréis: ¿es posible
que la Virgen María sea la misma imagen que Venus, Afrodita o que Cibeles,
Hathor, Isthar y las otras divinidades? (No hace falta decir que dar una
relación de todas las diosas de la antigüedad relacionadas con la Madre Tierra,
y la época y función religiosa que cumplieron durante su adoración, no se adapta
a la finalidad de este trabajo).
Está claro que ningún buen católico
se arrodillaría ante la imagen de cualquiera de las divinidades nombradas
anteriormente, no ya por el tiempo y la época de unas y de otro sino por su
significado religioso y dogmático. Sin embargo, todos los temas míticos
atribuidos ahora dogmáticamente a María como ser humano histórico pertenecen (y
pertenecieron en la época y lugar del desarrollo de su culto) a aquella
Diosa-Madre de todos los seres, de quién tanto María como las otras eran
manifestaciones locales: la madre-esposa del dios muerto y resucitado, cuyas
primeras representaciones conocidas ahora se deben situar, como mínimo, hacia
el año 5500 a.d.C. Es recomendable recordar las palabras que la diosa Isis
(tampoco es tema para describir los hechos y acontecimientos relacionados con
esta diosa egipcia) dirigió a su “iniciado” Apuleyo hacia el año 150 a.d.C.: ”Yo soy la madre natural de todas las cosas,
señora y guía de todos los elementos, progenie primera de los mundos, la
primera entre las potencias divinas, reina del infierno, señora de los que
moran en los cielos, en mis rasgos se conjugan los de todos los dioses y
diosas. Dispongo a mi voluntad de los planetas del cielo, de los saludables
vientos de los mares, y de los luctuosos silencios del mundo infernal …. Mi
divinidad es adorada en el mundo entero bajo diversas formas, con distintos
ritos y por nombres sin cuento.”
Releyendo detalladamente estas
palabras podemos hallar ciertas similitudes (salvando las distancias) con las
letanías que actualmente se rezan el rosario “oficial” o canónico de la Iglesia
Católica, lo que podría avalar ese sincretismo anteriormente aludido y poco
cuestionado.
Izquierda: Isis. Derecha: Virgen María
De ese sincretismo también hablamos ya anteriormente. Cualquiera que
sea creyente, ateo, agnóstico o de cualquier otra ideología religiosa lo
entiende perfectamente. Pero el tema a tratar no es explicarlo, justificarlo ni
desarrollarlo; tan sólo es enlazar las divinidades antiguas de la Madre-Tierra
con la Madre de Jesús, la Virgen María, la Theotokos de Éfeso.
A partir del concilio en esa ciudad
y el Concilio de Calcedonia (451), el culto a María, amparado en la “legalidad
sincrética”, fue poco a poco asimilado por toda la población, aunque ésta nunca
dejaría de asimilar la naturaleza y “lo femenino” con la tierra y, más
concretamente, con el color de la tierra fértil: negra, oscura.
Su avance entre la
población no estuvo exento de altibajos, teniendo especial relevancia el siglo
VIII, con el reinado de Carlomagno, cuando éste decidió sustituir o frenar su
culto para centrarse fundamentalmente en el culto a Jesús; se trató de frenar
cualquier vestigio de su adoración y divinidad,
poniendo el foco exclusivamente en la figura de Jesús como Hijo de Dios.
Carlomagno eliminó o prohibió cualquier representación de la Virgen María,
aduciendo que tales figuras representaban divinidades creadas por el ser
humano, no por Dios. Hubo que esperar a la época cisterciense, con San Bernardo
de Claraval a la cabeza, para el resurgimiento, florecimiento y asentamiento
del culto mariano.
Carlomagno
Ese resurgimiento
coincide en el tiempo en un momento históricamente cercano al Milenio, donde
confluyen la tradición celta cristianizada, la cristiano visigoda y las romanas
oriental y occidental. A ello se unió la aparición de las órdenes monásticas,
siendo los anteriormente citados cistercienses una de las más importantes. Fue
el resurgir de una tradición, de un culto, el resurgir de María, Nuestra
Señora, Notre Dame.
A San Bernardo de Claraval se le
conoce como el “Doctor Mariano”. Se adelantó a su tiempo al considerar a la
Virgen María como medianera de todas las gracias y poderosa intercesora nuestra
ante su Hijo. A él se le deben las últimas palabras de la Salve: ¡Oh
Clementísima!, ¡Oh Piadosa!, ¡Oh Dulce Virgen María! También él fue el que
utilizó las frases del Apocalipsis para referirse y designar la Virgen María:
“Una gran señal apareció en el cielo, una mujer vestida de sol, la luna bajo
sus pies, y la corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Apocalipsis 12,1) (¿Os habéis fijado en cualquier representación
escultórica o pictórica de la Inmaculada Concepción? ¿Lleva corona de doce
estrellas y una media luna a los pies?) Pero como contradicción, siendo San
Bernardo tan devoto de María, no aceptaba la creencia ya extendida en su tiempo
de la Concepción Inmaculada de María. Él siempre declararía que su opinión al
respecto la sometía a la autoridad de la Iglesia[1].
San Bernardo de Claraval
Aun así, nunca se olvidó por completo a la Madre-Tierra,
y en aquellos lugares donde hubo un santuario dedicado a la Madre-Tierra, se
instaló un santuario a la Virgen, pero con una nueva particularidad: la Virgen
a la que se comenzaba a venerar era una Virgen negra, en clara alusión al color
oscuro de la tierra. Pero la negrura de su tez no representaba sólo y
exclusivamente la tierra, sino también
evocaba a grutas, cavernas, criptas,
etc.; en definitiva, el seno de la tierra en el que la vida se elabora
en lo negro, que a su vez nos remite inmediatamente al seno materno. Nuevamente
aparece la relación de la Madre-Tierra con todo el
misterio de la vida, la gestación del
trigo en la tierra, la gestación del embrión en el vientre de la madre. En lo profundo del cuerpo materno se esconde la luz del mundo.
Fertilidad, fecundidad.
[1] San Bernardo también fue un fervor defensor de la
Orden del Temple, cuyos freires también llamaban Nuestra Señora a la Virgen
María. Numerosas catedrales, iglesias y ermitas están o estuvieron bajo la
advocación de dicha Notre Dame; hay quien incluso atribuye el título de Notre
Dame al culto a María Magdalena en vez de a la Virgen María por parte de los
templarios. Dichos freires difundían el culto a María Magdalena como madre del
linaje de Jesús, pues éste, según los templarios, habría tenido descendencia.
Tampoco es un asunto a tratar en este minitrabajo, toda vez que todo lo
relacionado con el Temple acerca de este tema deberíamos tratarlo con la máxima
prudencia y discreción ya que, con la desaparición de los mismos, desapareció
casi toda la documentación sobre ellos, y lo que ha llegado a nosotros está
todo basado más en conocimientos y transmisiones orales que escritos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario