Definitivamente
se van haciendo mayores. Por mucho que quieran mantener juegos populares y
tradiciones asociadas a estaciones del tiempo, el otro tiempo, el vivido, pasa
inexorablemente, no hay quién lo pare.
¡Qué pequeños eran cuando comenzamos a
tratar de inculcar el Arte Románico en todas sus facetas! Y ahora, ¡míralos!,
unos muchachos y muchachas en toda regla, con todo lo que conlleva. Antes, al
comienzo eran mucho más pequeños, ¿más felices?, y, sobre todo, más maleables,
más adaptables a lo nuevo, como estas charlas románicas. Ahora son más suyos,
más introvertidos, más egoístas, en posesión perenne de la verdad, su verdad,
creada y modelada en ese individualismo característico de su edad, que no de su
tiempo. Comienzan a tratar de hacerse ver, de hacerse valer, queriéndose
hacerse mayores antes de tiempo, y, sobre todo, desconociendo lo que hay más
adelante, pensando que si sus padres lo han hecho o cualquier otra persona,
como yo, lo han hecho, ellos lo pueden hacer; ¡no puede ser tan difícil!
piensan inocentemente y con desconocimiento total y absoluto de la vida. Creen
que todo el monte es orégano, como suele decirse. Y así, los palos que les dan
posteriormente suelen ser más duros y más secos, aunque su terca posesión de la
verdad les impide poder entenderlos, que no asimilarlos.
Se nota en las charlas o “tostones
románicos”, como ellos suelen decir, esa evolución humana, ese crecimiento
desigual entre el aspecto biológico y el psicológico y humano. Muy pocas veces
van acompasados cual desfile militar o musical. Les cuesta aceptar que ese
cambio o crecimiento biológico debe ir complementado con un crecimiento en
todas sus facetas, y, como no podía ser de otra forma, con un crecimiento
intelectual, no ya de su propio intelecto, que de eso no hay duda posible, sino
también de un crecimiento cultural y social.
Ese crecimiento cultural creo que se
puede apreciar en estas charlas románicas. A medida que van creciendo, o a
medida que va pasando el tiempo, la temática de ellas tiende a complicarse poco
a poco, como está ocurriendo con las cuatro últimas charlas acerca del
simbolismo románico, y esta otra quinta que también alude al mismo asunto. Es
una temática compleja y a la vez muy complicada, porque al tocar la subjetividad
del ser humano, sea de la época que sea, se está tocando la interioridad del
mismo, se está tocando su yo, su ego, sus vivencias, sus pasiones, sus
virtudes, sus pecados, sus alegrías, sus penas; en definitiva, se está
adentrando en algo que se desconoce totalmente pero que se quiere o se trata de
conocer, eso sí, intuyéndolo, tratando de adivinarlo, con toda la problemática
que ello pueda acarrear.
Tanto la subjetividad de estos
chicuelos como las personas que habitaron en la época románica es una subjetividad
que para los demás es un mundo totalmente desconocido. La única diferencia
entre unos y otros es su forma de expresarla o sacarla al exterior. Los de
ahora lo hacen con actos más o menos consecuentes y coherentes; los de antes
quizás realizaron menos actos más o menos consecuentes y coherentes, fruto de
su dura y corta vida, pero eran más expresivos a la hora de darse a conocer. Y,
como ya sabéis por las charlas anteriores, lo hacían por medio de
representaciones de signos, que bien podrían ser animales terrestres, aéreos o
animales fantásticos y monstruos, como es el caso de hoy, además de
representaciones de facetas de la vida o símbolos geométricos o arbóreos. En
cualquier caso, la necesidad de expresar esa subjetividad propia y oculta a más
no poder les hacía y les hace tratar de expresarse de una manera o de otra.
La de hoy es una manera un tanto
peculiar, ya que el hombre románico utilizó animales fantásticos y monstruos
para tratar de expresar sus pecados y sus virtudes, el bien y el mal, lo bueno
y lo mano. De eso es lo que va el nuevo “tostón románico” del simbolismo de
animales fantásticos y monstruos.
Monstruo.
Catedral de San Pedro. Vic. Barcelona.
Primeramente deberíamos diferenciar
claramente entre un animal perteneciente a la fauna que todos conocemos, y un
animal fantástico o monstruo, que a su vez, tampoco tienen por qué ser lo mismo.
Un animal de la actual fauna representa una realidad, la realidad, lo visual,
lo empírico, lo palpable, reconocibles por sus respectivos caracteres
pertenecientes a su especie sin necesidad de ir más allá. Representan lo
genérico, lo común. El animal fantástico y el monstruo pertenecen al mundo
fantástico, un mundo alejado de la realidad y de la fauna del planeta. Son
figuras fabulosas con ciertos elementos animales que les hacen tener alguna
semejanza con la fauna real. Son híbridos de varios animales. Son seres que
vendrían a complementar a la
Creación de las especies en los modelos cristianos, pero en
clave de error, de anomalía, desviados del orden natural, excluidos del
primigenio estado de gracia; en definitiva, son bestias en el sentido más
negativo de la palabra, esos seres inferiores referidos en las Escrituras a los
que no les aguarda la salvación y, por ello, servirían frecuentemente para
encarnar valores negativos, muy al contrario que el hombre, creado a imagen y
semejanza de Dios en el Génesis (I, 26-27) convirtiéndolo en una criatura
privilegiada y superior a las demás especies. Quizás sea una advertencia como
recordatorio de la palabra de Dios. San Agustín argumentaba que la naturaleza
se apartaba con frecuencia del orden natural de las cosas para recordar a los
hombres que Dios es el artesano de todas las criaturas, y que no solo actuó una
vez, sino que actúa cada día. De la misma opinión es también San Bernardo de
Claraval, cuando, afirma que la forma humana lleva implícita un vínculo con
Dios: “Es pues una verdad cierta que no
se halla ni se puede hallar en el infierno rasgo alguno de la divina semejanza”.
La fealdad es error y es desorden.
El hombre contemporáneo ha creado el
término “teriomorfismo” para estudiar el mundo animal fabuloso y fantástico de
las bestias y de los monstruos, constituyendo, de esta forma, un universo de
variedad animal asimilado de la antigüedad clásica, como ya había ocurrido con
las fábulas del mundo clásico.
De la misma manera que el Arte Románico
logró hermosas representaciones de figuras humanas y escenas de su propia vida,
también lo hizo con los animales fantásticos y los monstruos. Sin embargo, mientras
las representaciones humanas podían aludir tanto a pasajes del Antiguo como del
Nuevo Testamento, además de escenas de su propia vida, las representaciones de
animales, tanto reales como fantásticos, y los monstruos constituyen un recurso
que los dota de claras connotaciones morales. Y esa moralidad era aún más
diferenciadora cuando se diferenciaban entre animales reales y animales
fantásticos y monstruos. Ambas formas no se oponían radicalmente en el mundo
medieval, sino que se complementaban en una totalidad compuesta de seres reales
e irreales. Todo formaba parte de la Creación. Los animales como virtud y desarrollo
de lo divino, mientras que los monstruos como defecto de esa misma realidad
presente. No se trataba de representar el reino animal y los fenómenos de la
naturaleza, sino que fuera un reflejo de un significado latente, enfocado
fundamentalmente al abandono de los instintos carnales, al pecado de la carne
en el ser humano, la lujuria, las pesadillas del hombre, las dos tendencias del
hombre hacia sus instintos y hacia sus ideales y la lucha que habrá de mantener
durante toda la vida para ahogar unos y hacer aflorar otros.
En los “tostones” anteriores hemos visto
el significado de muchos animales reales, donde se ha podido apreciar todo lo
comentado anteriormente sobre su significado o simbolismo latente. Hoy, como
sabéis, toca hablar de los animales fantásticos y monstruos, y como punto de
partida debemos comenzar con una afirmación que hoy día nos puede parecer un
tanto cómica, pero que en los años del Arte Románico era tomada como una
realidad tangible: el pensamiento altomedieval identificaba al demonio con la
forma bestial de modo sistemático y casi obsesivo. A partir de este punto todo
lo que podamos decir está basado en esa realidad.
Demonio.
Portada de Platerías. Santiago de Compostela. La Coruña.
Psicóstasis.
Soriguerola. Gerona.
En el momento en que la imagen románica
confiere forma visual a la espiritualidad, y desde que Dios adquiere forma
humana, las bestias, los monstruos y los animales fantásticos representan a los
pecadores, dentro de un lenguaje simbólico y metafórico, evocando especialmente
al demonio y a los vicio humanos y rasgos negativos del hombre, aludiendo a la
condenación moral y a la deformidad espiritual, teniendo una significación
positiva en muy raras y contadas ocasiones.
La representación del mal bajo forma
animal en el arte románico responde a una transposición literal del
Apocalipsis, pues el maligno es descrito en éste como la bestia de siete
cabezas compuesta por elementos de leopardo, de león y del oso (Ap XIII, 1-2),
como el dragón adorado con idolatría (Ap XIII, 3-4), o como la serpiente
antigua, el llamado Diablo o Satanás (Ap XII, 9). Además, el Apocalipsis deja
entrever que esta bestia demoníaca es imagen metafórica de una entidad humana
al indicar “… que el inteligente calcule
la cifra de la bestia; pues es la cifra del hombre. Su cifra es 666.” (Ap XIII, 18).
El servicio de la representación del
monstruo a la comunidad medieval resultó muy efectivo, porque las sociedades
mediatizadas siempre están dispuestas a aceptar lo prodigioso, lo anormal, como
solución y complemento de lo presente, de lo real, preexistentemente imperfecto
e insatisfactorio para la explicación de lo existente. Ese simbolismo
teriomórfico del que hablamos antes existió, porque los monstruos servían de
reflejo de las pasiones humanas, con sus virtudes y sus defectos. Los monstruos
representaban tanto al hombre alcanzado por el pecado como al propio vicio que
lo amenazaba, cumpliendo una función amonestadora y de advertencia. Surgían de
la necesidad de reflejar de manera más expresiva el horror ante el mal, incluso
para potenciar el dualismo posible entre un mismo ser. Con la aprobación
eclesiástica, el monstruo llegó a abarcar desde los valores morales hasta los
propios de la simple decoración. Porque no debemos olvidar que estas
representaciones eran una constante en la escultura monumental románica. Su
función decorativa va unida inseparablemente a la didáctica. Por ello, se
trataba de situarlos en los lugares de visión clara, porque un monstruo que no
se ve o se percibe dificultosamente pierde todo su valor. Estaban al servicio
del dogma, de la doctrina cristiana en su más pura función pedagógica y
teológica. No existía interpretación libre de los monstruos y animales
fantásticos. Todo estaba codificado desde las estructuras eclesiásticas. Cada
monstruo o animal generaba su propio discurso que debería provocar las
adecuadas reacciones en quien lo interpretara.
Monstruos.
Arenales de San Pelayo. Palencia.
Veamos y analicemos a partir de ahora
todos esos animales fantásticos y monstruos que habitan en las paredes de las
iglesias y capiteles de claustros, canecillos, portadas, metopas, etc., en esa
difícil convivencia con la teología y el dogma cristiano.
Comenzamos.
ARPÍA: como animal
fantástico o monstruo que es (luego sacáis vosotros vuestras propias
conclusiones) proviene de la mitología griega, cuyo nombre harpía significa “rapaces”, “arrebatar”, ya que su principal ocupación
era robar. Durante el periodo clásico fueron definidas de diversas formas:
hembras voladoras, veloces y de hermosos cabellos; rostros de doncella en
cuerpos de ave, nauseabundo el excremento de su vientre, manos que se hacen
garras y rasgos siempre pálidos de hombre. Es en la edad media, periodo que nos
ataña, cuando comienzan a diferenciarse más de otros animales fantásticos como
las sirenas. Durante ese periodo se las describe como un ser parecido a un
caballo y a un hombre, con cuerpo de león, alas de serpiente y cola de caballo.
Después, a su apariencia monstruosa, se le unió el ser vistas como difusoras de
suciedad y enfermedad, añadiendo a su tradición de agentes del castigo, el ser
despiadadas, crueles y violentas. Emanaban repugnantes y asquerosos efluvios
siendo capaces de corromper todos aquellos alimentos que tocaban. Suelen
representarse o encontrarse emparejadas en actitud vigilante y a veces con
mirada desafiante y arrogante. Un gorro frigio (alusivo a las bajas pasiones)
tapa en ocasiones su cabeza; patas por lo común de cabra y alguna vez con
lengua bífida (como la de la serpiente).
Arpías.
Iglesia de la Asunción de María. Duratón. Segovia.
Arpías
con gorro frígio. Santa Eufemia de Cozuelos. Palencia.
Tres eran las arpías más citadas en la
época clásica: Aelo, “borrasca”, la que más rápido podía volar; Ocipete, la más
furiosa, y Celeno, “oscura”, en alusión a las nubes de tormenta y la más
perversa de todas. Algunos autores e investigadores actuales consideran que, si
bien en el arte románico tuvieron una gran representación en capiteles de
claustros e interiores de iglesias y galerías porticadas, portadas, canecillos,
ménsulas, etc., estos seres no aparecen en la literatura de los bestiarios
medievales; tan sólo aparecen, como hemos mencionado anteriormente, en obras
clásicas y algún que otro texto posterior, donde son nuevamente descritas como
bestias hambrientas y crueles. Para poder diferenciarlas en la actualidad en
las representaciones románicas debemos buscar unas características que puedan
definirlas como tales sin caer en la confusión: deben estar adornadas con
atributos que connoten a los “bajos instintos”, como el gorro frigio, lenguas
bífidas, colas de serpiente o escorpión en posición amenazadora, con coronas,
tocados, largas melenas peinadas; es decir, posición activa o amenazante.
Arpías.
Claustro de Santo Domingo de Silos. Burgos.
ANFISBENA: de aspecto
similar al dragón pero con dos cabezas. Su cola es rematada por una cabeza de
serpiente. Suele representarse en la lucha con animales o atrapando a hombres,
usando simultáneamente sus dos mortales bocas. Animal maléfico y demoníaco.
Anfisbena
luchando con león. Iglesia de Valgañón. La Rioja.
BASILISCO
(BASILISCUS):
la primera referencia la encontramos en el profeta Jeremías cuando afirma “… enviaré sobre vosotros serpientes y
basiliscos, sobre los cuales no sirve ningún escarmiento; y os morderán, dice
el Señor.” Para los Padres de la
Iglesia , el basilisco es el rey de las serpientes, con cresta
como resultado de la incubación por serpientes del huevo de una gallina. Se representa como una serpiente alada que anda
erguida sobre dos patas. Tiene
cabeza monstruosa con cresta de gallo, y destruye las plantas con solo su
aliento, además de poder fulminar con la mirada. Simboliza la muerte y al
propio diablo, por lo que eran los encargados de transportar las almas de los
condenados al infierno. En general tiene un carácter infernal.
Basilisco.
Soto de Bureba. Burgos.
Basiliscos.
Aguilar de Bureba. Burgos.
CENTAURO: ser
fantástico o monstruoso, proveniente de la mitología griega, que posee dualidad
de simbolismo. Por un lado está el simbolismo negativo, un ser con cabeza,
brazos y busto de hombre, y el resto del cuerpo y las patas de caballo o equino
(en algunos casos el cuerpo es de asno: onocentauro). Homero lo describía como
un fabuloso ser nacido de la unión de Centauro y las yeguas de Magnesia. Vivían
en las centauras, comían carne cruda y no podía beber vino sin emborracharse.
Simboliza la brutalidad y la lujuria, relacionándolo con las bajas pasiones, la
naturaleza más inferior del hombre, con el pecado, ya que son propensos a
raptar y violar a las mujeres. Simbolizan, así mismo, la concupiscencia carnal
con todas sus brutales violencias que vuelven al hombre parecido a las bestias.
Al tener forma anatómica mitad hombre y mitad caballo o equino viene a
significar que cada hombre tiene dos almas y es indeciso en sus obras. Son
imagen de la doble naturaleza del hombre: una bestial y otra divina, y la
antítesis del jinete que doma y amaestra las fuerzas elementales.
Centauro
con sirena. San Pedro de la Rúa. Estella. Navarra.
En el Physiologus ya se aludía a esta
condición: “En la Iglesia son como hombres,
pero una vez que han salido de ella se convierten en muertos. Son herejes,
hipócritas y de voluntad doble.” Con mucha frecuencia se les representa con
un arco y disparando flechas (sagitario) atentando contra otros animales de
signo o connotaciones positivas significando la tentación de las malas
conductas a las almas inocentes. Sin embargo van a ser las flechas disparadas
las que le van a otorgar ser considerado un monstruo con ciertas connotaciones
positivas, ya que el centauro sagitario puede representar a Cristo en pos de
las almas de los mortales para conducirlos a la Salvación Eterna.
Centauro
con arco entre aves. Caracena. Soria.
Cristo, mediante el Bautismo, lanza sus
dardos de amor al corazón de aquellos a quien ama, y sus flechas se dirigen
siempre al fin de gozo celestial. Por lo tanto, el sagitario puede tener
relación o apoya el simbolismo crístico y su relación con el Bautismo. Tienen
atribuido el papel de iniciadores, de disparadores del rayo espiritual
(flechas) capaz de transformar toda una vida.
Centauros.
San Claudio de Olivares. Zamora.
DRAGÓN
(DRACO):
animal maléfico, el más genuino enemigo de Dios y del hombre. Ave con cabeza
perruna de grandes ojos y cuencas profundas, orejas puntiagudas, y alargadas
fauces amenazantes. Cola de serpiente y, en ocasiones, en lugar de patas de
ave, muestra pezuñas. A veces sustituye su cuerpo de ave por el más genuino de
serpiente alada. Simboliza al diablo, y se representa atravesado por la lanza
de San Miguel o San Jorge. Representa las fuerzas del mal desbordadas, el
principal enemigo del cristiano, aunque por estar dotado de fuerza y aguda
vista, es alegórico el Vaticinio y la Sabiduría (Apocalipsis XII, 7-9; Daniel XIV,
22-27; Jeremías XIV, 6; Isaías XXXIV, 13-43). La victoria del dragón acarrea la
conquista de la inmortalidad, lo que implica necesariamente la reintegración al
centro del ser humano, es decir, el punto en el que se establece la
comunicación con los estados superiores. Animal relacionado con el fuego, ya
que una de sus cualidades es escupir fuego por la boca.
Dragón.
San Andrés apostol. Soto de Bureba. Burgos.
Dragones
y arpías. Santa María Magdalena. Zamora.
ESFINGE: animal con
cabeza de mujer, cuerpo de león y alas de águila. La esfinge de la leyenda de
Edipo era un monstruo femenino que devoraba a los hombres que acudían a resolver
su enigma cuando no acertaban la respuesta. Es símbolo del gobernante, la
sabiduría y lo enigmático. En casi todas las culturas, su misión era vigilar
lugares sagrados y fulminar con las miradas a quien no cumpliera con las
disposiciones de dichos lugares.
Esfinge.
San Juan de Mercado. Benavente. Zamora.
GRIFO: monstruo de
cabeza y alas de águila y cuerpo de león, con afiladas garras. San Isidoro dice
de él que “… es un animal alado,
cuadrúpedo. Esta clase de animales vive en los montes hiperbóreos, tienen
cuerpo de león, alas y rostro de águila. Son muy dañinos para los caballos y
atacan y despedazan a cualquier hombre que ven”. Dada su combinación de animales nobles, se usan como guardianes
en las entradas (puertas y ventanas) de las iglesias. Animal con símbolo
positivo. Simboliza, así mismo, la castidad. La cultura mesopotámica ya poseía
grifos antes que éstos aparecieran en los bestiarios antiguos y medievales.
Durante la edad media, la simbología que se le atribuye es un tanto
contradictoria, ya que se le da una significación tanto del demonio como de
Cristo, indudablemente debido a que los animales que lo forman, el águila y el
león, asumen también esas opuestas simbologías. Cuando aparece en lucha con el
león, simboliza al demonio, ya que el león siempre que se nos muestra con otro
animal de simbolismo equívoco, representa a Cristo. El grifo era el símbolo de
los monjes sanjuanistas.
Grifo.
Canecillo de la iglesia de Ntra. Sra. de la Antigua.
Butrera. Burgos.
HIDRA
(HYDRA):
animal fabuloso que, según el Physiologus, habitaba en las orillas del Nilo, en
Egipto. Era enemigo de los cocodrilos, a los que, cuando los veía dormir con la
boca abierta, se arrastraba por el limo para poder deslizarse más fácilmente en
su boca y penetrar hasta sus intestinos, que perforaba a picotazos. Símbolo de
Cristo que desciende al limbo a través de la boca de Leviatán y triunfa sobre Satanás.
Simboliza el mal vencido por Cristo (Vallejo
de Mena, Burgos). También es símbolo del vicio de la vanidad, que corrompe todo
como su sangre venenosa. Según la fuente que se consulte puede tener cuerpo de
lobo.
Hidra.
Sta María. Bareyo. Cantabria.
SIRENA: según una
explicación mitológica clásica, las sirenas son hijas de Calíope y del río
Aqueloo. Nacieron con cabeza y rostro de mujer, cuerpo de ave y una maravillosa
y seductora voz. Tras una lucha contra las Musas, fueron derrotadas en la pelea
y éstas les arrancaron las plumas. Avergonzadas se fueron a la costa de Sicilia
y allí transformaron sus alas ya inservibles en largas colas de pez.
De este relato mitológico podemos
deducir que hay dos tipos de sirenas: la sirena-pájaro y la sirena-pez.
El Arte Románico impulsó la
representación de ambas como herencia del conocimiento que de ellas se tenía
del mundo clásico. No debemos olvidar que es en el libro de la Odisea , de Homero, como
todos ¿sabéis?, donde aparecen por primera vez. En dicha Odisea, Ulises se hace
encadenar al mástil del barco para oír el canto de las sirenas costeras,
después de mandar a los tripulantes de su nave que no atendieran sus peticiones
de desatarlo, si así lo reclamaba.
Las sirenas que se conocen en el mundo
románico derivan, unas, de la antigüedad clásica, como sabemos, y las otras de
una confusión entre estas últimas y las divinidades celtas y germánicas de las
aguas, acaecidas lo más tarde en el siglo VIII. Las sirenas que entran en la
primera categoría adoptan la forma de mujeres-pájaro, que no hay que confundir
con las arpías, poco conocidas en la Edad Media ; las otras adquieren las de ondinas
con cola de pez. La confusión surgió como consecuencia que las sirenas y
ondinas nórdicas poseían los mismos dotes de cantante, el mismo encanto fatal
(al menos después de su demonización por la Iglesia ), y el mismo hábitat marino. Se las
representaba a veces como pájaro y pez, sobre todo en los manuscritos en los
que el escriba las representaba de forma manifiesta como ondinas, pero donde
eran tradicionalmente descritas como mujeres-pájaro. Sin embargo, en la mayoría
de los casos o son bien peces o son pájaros. Es así como los dos tipos de
sirenas coexisten en la literatura y en todas las formas artísticas de la época
románica donde a veces son representadas codo con codo, aunque ciertas funciones
simbólicas fueron asociadas más particularmente con una morfología que con la
otra. De esta forma, fueron las sirenas-pájaro que se dotaron la mayoría de las
veces de atributos satánicos.
Sirenas
pájaro. Monasterio de Silos. Burgos.
La simbología de esas figuras estaba
condensada como una atracción hacia la perdición, signo del engaño que atraía a
los navegantes a la costa para después devorarlos. El mito y simbología llega
hasta la actualidad en el dicho de “oír cantos de sirena” como sinónimo de
embaucamiento, del engaño de la palabra en la murmuración de los monjes que
tanto denostaba San Benito en su Regla, y que la consideraba como el factor
principal de la destrucción moral de los monasterios. Representan la seducción
y atrapamiento por los placeres carnales, el engaño y la muerte provocado sobre
todo por sus armoniosos cantos; corrupción del alma a través de la lujuria por
asociación de la mujer-serpiente. Si se representan susurrando a los oídos del
hombre, simbolizan la tentación con sus bellas palabras que llevan a la pérdida
de tiempo en banalidades.
El valor moral definitivo acerca de las
sirenas lo vamos a encontrar en Brunetto Latini en el año 1220: “… lo cierto es que las sirenas fueron tres
meretrices que engañaban a todos los que se cruzaban en su camino y los
arruinaban. Y dice la historia que tenían alas y garras en representación de
Amor, que vuela e hiere; y que vivían en el agua porque la lujuria está hecha
de humedad.”
En el arte escultórico del periodo
románico existen dos tipos de sirenas: las de cola única y las de cola bífida.
Esta última tiene más representaciones quizás por su mayor adaptación al marco
arquitectónico y por responder mejor a los cánones de simetría. Su simbolismo
puede asociarse a la mujer exhibicionista, con sus dos piernas levantadas y
mostrando su sexo; la sirena que levanta su doble cola hasta la altura de su
cabeza, sosteniendo cada ramificación de aquella con una mano, es la idea de la
seducción, destrucción de la carne y el espíritu. La caída en cualquiera de
estas seducciones llevan al hombre a retroceder en su camino espiritual a su
destrucción.
Sirena
con cola bífida. Monasterio de San Pere de Galligans. Gerona.
La sirena de cola única se somete
también a la ley del marco, adaptándose a la simetría, por ejemplo, al curvar
su extremidad cuando ocupan marcos rectangulares (Uncastillo).
Sirena
con cola única. San Martín de Valdetuéjar. León.
En la representación pictórica y
escultórica hay variantes con respecto a sus patas (de ave o de cuadrúpedo), su
cola puede finalizar en forma de tallo vegetal o aparentar una serpiente; sus
alas pueden aparecer explayadas o recogidas, y su cabeza, que de forma bastante
característica suele ir decorada con cabello largo y por lo general muy peinado
al estilo clásico, pudiendo llevar también tocados, telas o coronas que lo
cubran.
En los años del Arte Románico no habría
ninguna iglesia, portada o centro eclesiástico que se preciase que no tuviera
alguna representación de una sirena. Y es que la pérdida (o ganancia, según se
mire) de libertad espiritual que ocasionaba la comisión de ciertos pecados,
debió de ser un motivo de preocupación en la ideología religiosa del Medievo.
UNICORNIO
(MONOCEROS, UNICORNIUS): es un animal de tanta fuerza y
rapidez que resulta imposible que sea capturado por cazadores, que tienen que
recurrir a la astucia. Éstos llevan una mujer virgen que sirve de cebo. El
unicornio se lanza sobre ella, pero basta que la doncella le ofrezca sus senos
desnudos para que enseguida se calme. Súbitamente domesticado, pone su cabeza
en el regazo de la mujer virgen y se duerme, momento en el que los cazadores al
acecho se apoderan de él. La integral virginidad de la mujer es condición
indispensable del éxito de la caza. El unicornio se deja atraer por su “olor a
castidad”, pero si la mujer no es virgen, el animal, enfurecido, la destripa.
Simboliza, como no, la castidad, y la pureza.
Unicornio.
Iglesia de San Andrés Apóstol.
Soto
de Bureba. Burgos.
¿Qué os ha parecido? Larguillo, ¿eh?
Parecía que este simbolismo románico no iba a acabar nunca. Reconozco que ha
sido largo, pero también reconozco que se han quedado muchísimas cosas en el
tintero, como suele decirse. Hemos hablado mucho y de muchos, pero no son pocos
los silenciados.
Como ya dijimos en la primera parte, el
simbolismo, sea románico, de cualquier otra época, o de cualquier otro tipo,
alude a la subjetividad del ser humano, por lo que un símbolo puede significar
una cosa para unos y la contraria para otros. Si a eso le añadimos la forma de
vida de la época románica y el analfabetismo galopante que reinaba en esos
siglos, el resultado de esta mezcla “explosiva” lo tenemos reflejado,
mínimamente, en estos cinco “tostones románicos”.
No sería extraño que si alguien se
“volviera loco” por haberle picado el gusanillo del Arte Románico y comenzara a
estudiar, leer e indagar sobre este tema, se encontrara con estos animales
reales, fantásticos, fabulosos y monstruosos, y advirtiera que el significado
de alguno o de muchos de ellos difiere notablemente del comentado aquí; incluso
puede ser un significado totalmente contrario, totalmente opuesto. Es lógico.
Hablando de la subjetividad del ser humano muy pocas cosas se pueden dar por
ciertas y acertadas.
¡Hasta pronto!
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